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Número 555-556

Serie LV

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Los problemas de la Iglesia contemporánea en la espiritualidad de Fátima

 

1. Introducción

El enunciado suena paradójico en la medida en que, en el conjunto de comunicaciones y apariciones que forman ese Mensaje, el problema de la Iglesia parece resumirse en el sufrimiento de muchos cristianos perseguidos y en especial del papa. Cuando se publicó finalmente la «tercera parte» del secreto, después del atentado contra Juan Pablo II, y sin alusión a la crisis de la Iglesia, el cardenal Bertone concluyó así el 26 de junio de 2000: «La decisión del Santo Padre Juan Pablo II de hacer pública la tercera parte del “secreto” de Fátima cierra una página de la historia».

Pero hoy más que nunca sabemos que no se ha cerrado.

2. Un asunto no resuelto

Pienso que debemos dejar de lado todo tipo de especulación sobre el contenido de los elementos no publicados de esta tercera parte del secreto. Se ha visto últimamente el riesgo de no hacerlo con la difusión de un falso manuscrito de Sor Lucía por un autor español, difusión recogida desfortunadamente por el vaticanista Marco Tosatti[1].

Al contrario, la aclaración hecha por Benedicto XVI el 11 de mayo de 2010, en el avión que le llevaba a Portugal, puede a fortiori servir de referencia. Aplicaba al mensaje el método de interpretación de las profecías: «Una aparición –decía– es un impulso sobrenatural, que no proviene solamente de la imaginación de la persona, sino en realidad de la Virgen María, de lo sobrenatural, [que] entra en un sujeto y se expresa en las posibilidades del sujeto». Ahora bien, «el sujeto está determinado por sus condiciones históricas, personales, temperamentales y, por tanto, traduce el gran impulso sobrenatural según sus posibilidades de ver, imaginar, expresar». Y aquí viene la afirmación hoy importante: «Pero en estas expresiones articuladas por el sujeto se esconde un contenido que va más allá, más profundo, y sólo en el curso de la historia podemos ver toda la hondura, que estaba, por decirlo así, “vestida” en esta visión posible a las personas concretas». Y concluye: «De este modo, diría también aquí que, además de la gran visión del sufrimiento del Papa, que podemos referir al Papa Juan Pablo II en primera instancia, se indican realidades del futuro de la Iglesia, que se desarrollan y se muestran paulatinamente. Por eso, es verdad que además del momento indicado en la visión, se habla, se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa, pero el Papa está por la Iglesia y, por tanto, son sufrimientos de la Iglesia los que se anuncian […]. La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia» [las cursivas son nuestras].

3. El mayor problema de la Iglesia contemporánea

Ahora bien, cual es el mayor pecado de la Iglesia, ¿y de dónde viene?

La respuesta, la conocemos. El mayor problema de la Iglesia contemporánea está ligado a la existencia del fenómeno moderno, a la vez cosmovisión y anti-civilización que incluye formas de persecución física y moral. Este elemento moral induce a la tentación de entrar en el juego, lo que conduce a aminorar la resistencia al mal, a pactar y finalmente apostatar.

El Concilio Vaticano II se convocó explícitamente como el enésimo intento de superar el conflicto, reduciendo las exigencias con vistas a hacer bajar la tensión. Pero hoy se sabe hasta qué punto la apertura al mundo abrió también la vía de la infidelidad.

Esta pérdida de fidelidad no fue lineal, aunque siguiese una pendiente continua, ante todo en el período conciliar (y posconciliar), pese a los intentos para frenar el movimiento, sin poner en duda la elección estratégica. El carácter ineficiente de la «hermenéutica de la continuidad» lo demuestra también hoy de manera flagrante.

Sin embargo, los modernistas se sintieron frustrados. Hoy asistimos a su revancha: la elección de Jorge Mario Bergoglio y de su equipo, promovidos por el grupo de Sankt-Gallen[2], es considerada abiertamente como la «verdadera» ocasión para llevar a cabo, rápida y definitivamente, la auténtica «reforma» conciliar.

Así, todo el movimiento que se desarrolló a lo largo de los siglos pasados, hoy se encuentra dramatizado al extremo. Hemos llegado al momento de la verdad, a la revelación de la sustancia profunda del liberalismo católico, que no es sino la rendición al mundo y a su Príncipe.

Es inútil aquí hacer un inventario de los últimos cuatro años para comprender que todo lo que estaba en proyecto en la mente de los más furiosos activistas en los tiempos del concilio, hoy se ha hecho el programa oficial. Estamos en presencia de la destrucción revolucionaria de la unidad de fe, de la subversión de los sacramentos, de la falsificación de las palabras más claras de Nuestro Señor[3]. Es un fenómeno epocal, un hecho históricamente mayor, peor que el Gran Cisma de Occidente.

Nos hallamos ante una gran ruptura. La sencillez de la paloma (Mt., 10, 16) nos conduce a la necesidad de aceptar este hecho sin rodeos: «Sea pues vuestro modo de hablar, sí, sí; oº, no, no: que lo que pasa de esto, de mal principio proviene» (Mt., 5, 37).

No podemos continuar evocando las guerras, el comunismo, etc., y omitir esta gran tragedia.

4. Fátima y la crisis de la Iglesia

Ahora, ¿de qué provecho es el Mensaje de Fátima en esas circunstancias?

¿Que nos pide Nuestra Señora?

La idea central no es otra que la reparación, con vistas a hacer justicia al Señor (lo que se designa como consuelo), obtener la conversión de los pecadores, y así alejar un castigo terrible y universal. Es un ministerio de mediación, acertadamente comparado con la situación de Sodoma y la intercesión de Abraham.

La reparación debe traducirse en dos aspectos prácticos: oración y penitencia.

La oración, ante todo el Rosario, y los cinco primeros sábados, con los dos objetivos ya mencionados, de consolar a Dios y solicitar gracias para que los pecadores se conviertan en lugar de arrojarse al infierno.

Podemos entender esa llamada a la oración de manera general, pero también de manera más particular: por ejemplo, pedir a Dios que cese la revolución eclesiástica presente es, ciertamente, desear en el tiempo lo que Dios desea en la eternidad, lo que define la verdadera oración de petición y, en el caso considerado, esencial[4].

Debemos pedir a Dios que el socorro de la verdad (profética) sea finalmente restituido a los pecadores (pensemos en Jonás llamando a la conversión de la población de Nínive). En efecto, hoy la situación en la Iglesia es tal que lo que se produce ante nuestros ojos es exactamente lo contrario: la profecía se tornó en justificación del pecado. Hay que rezar, pues, para que los mercenarios que han entrado forzando el redil sean apresados.

La oración que asume la función de piedra angular del edificio es el Rosario, como al tiempo de Lepanto. Es una oración de combate y finalmente de justicia y caridad hacia Dios y el prójimo.

La penitencia. Lo mismo puede decirse, analógicamente, sobre este segundo aspecto: la penitencia puede concebirse como conjunto de sacrificios corporales, privaciones de alimentos… Pero no debemos olvidar otras facetas, tales como la no aceptación de participar en la mundanidad del mundo. Por ejemplo, entre tantas otras formas de servidumbre voluntaria, negarse al uso del lenguaje inclusivo, o a prestar interés a lo que interesa a la mayoría de la gente, que son esfuerzos posiblemente duros que pueden integrarse al concepto de penitencia reparadora. Hace pensar en el salmo 16-4: «Multiplican sus ídolos y corren tras ellos, pero yo no les ofreceré libaciones de sangre, ni mis labios pronunciarán sus nombres».

Al lado de esos aspectos «pasivos» de la penitencia vienen los «activos», ocasión para respetar la consigna «hay que practicar esto, sin descuidar aquello» (Mt., 23, 23).

En efecto, el otro lado de la penitencia es el obrar recto y perseverante contra el mal que hoy destruye la Iglesia, lucha que hay que tomar en serio. Por cierto defender la doctrina auténtica, luchar contra el error y combatir a quienes lo sostienen, son obras de piadoso consuelo.

En suma, cosas no extraordinarias, sino por las circunstancias, pero que exigen que se tomen en serio, con celo, temor y temblor. Así propongo entender, por mi parte, la espiritualidad del mensaje de Fátima, en nuestros tiempos de excepcional peligro.

5. Conclusión

Antes de terminar, quisiera añadir dos observaciones al margen de lo dicho:

– La revelación actual de la esencia del liberalismo católico –la rendición total al mundo anticristiano– significa al mismo tiempo su exclusión objetiva fuera de la Iglesia (en ese sentido, es un castigo); lo que tiene otra consecuencia benéfica: la descalificación de la postura «moderada» que hasta ahora se esforzaba en esquivar el problema.

– La gravedad de perder tiempo, subrayada hasta por Nuestro Señor en su comunicación a Sor Lucía del 13 de junio de 1929, quien lamentaba la lentitud al actuar conforme a su deseo relativo a la consagración de la Rusia al Corazón Inmaculado de María: «No han querido atender mi petición... Al igual que el rey de Francia se arrepentirán, y la harán, pero ya será tarde. Rusia habrá esparcido ya sus errores por todo el mundo, provocando guerras, persecuciones a la Iglesia: el Santo Padre tendrá que sufrir mucho».

La conclusión parece caer por su propio peso.

 

[1] Sobre el caso, véase: http://www.lanuovabq.it/it/articoli-nuovarivelazione-su-fatima-l-apostasia-nella-chiesa-19304.htm y http://www. lanuovabq.it/it/articoli-nuova-rivelazione-su-fatima-l-apostasia-nellachiesa-19304.htm. El falso manuscrito, que llevó a engaño al perito judicial en grafología Begoña Slocker de Arce, ha sido reproducido por el periodista José Maria Zavala, en su libro El secreto mejor guardado de Fátima (Madrid, Temas de Hoy, 2017).

[2] Cfr. Karim SCHELKENS y Jürgen METTEPENNINGEN, Gottfried Danneels. Biographie, Amberes, Éditions Polis, 2015.

[3] Cfr. las escandalosas palabras del nuevo general de los jesuitas, P. Arturo Sosa Abascal, en respuesta a un periodista suizo quien le interrogaba: « –El cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha dicho a propósito del matrimonio que las palabras de Jesús son muy claras y que “ningún poder en el cielo y en la tierra, ni un ángel ni el Papa, ni un concilio ni una ley de los obispos, tiene la facultad de modificarlas”». Respuesta del P. Sosa: «– Antes que nada sería necesario comenzar una buena reflexión sobre lo que verdaderamente dijo Jesús. En esa época nadie tenía una grabadora para registrar sus palabras. Lo que se sabe es que las palabras de Jesús hay que ponerlas en contexto, están expresadas con un lenguaje, en un ambiente concreto, están dirigidas a alguien determinado». Traducción española publicada en http://magister. blogautore.espresso.repubblica.it/2017/02/22/matrimonio-y-divorcio-elgeneral-de-los-jesuitas- tambien-hay-que-reinterpretar-a-jesus/).

[4] Cuando rezamos: «Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que Él es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores», ¿cómo no relacionarlo con el acceso a la comunión de quienes viven en estado de adulterio?