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Número 555-556

Serie LV

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Fátima y el comunismo. Rusia y el Inmaculado Corazón de María

 

«... se invoca y proclama a la Madre de Dios como única paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y en todos los aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es celebrada como la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva, que dio a luz al Emmanuel» PÍO IX, Ineffabilis Deus (1864), núm. 15.

1. Presentación

Cuando se me sugirió que hablara hoy sobre Fátima y el comunismo, me pareció que era una cuestión bastante simple y, por lo mismo, acabadamente resuelta. Empero, avanzando en el estudio del tema, fui advirtiendo tantas aristas que el problema se volvió complejo. Hice consultas y recibí la generosa respuesta de muchos amigos[1]. Tuve que centrarme en el cisma de oriente y al estudiar algo de la historia de la Iglesia oriental y de sus principales líneas teológicas, se me presentó una senda a mi modo de ver nueva que aquí quiero presentar bajo mi exclusiva y personal responsabilidad.

2. El mensaje

El día 13 de julio de 1917 la Virgen María se apareció en Fátima a los niños por tercera vez y les mostró el infierno y luego dijo a Lucía, revelándole la que se considera primera parte del secreto –o simplemente, «el secreto»[2]–:

«Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz»[3].

Estando Lucía en Tuy, volviósele a aparecer la Virgen el 13 de junio de 1929 y concretó su pedido:

«Ha llegado el momento en el que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí, que vengo a pedir reparación; sacrifícate por esta intención y reza»[4].

Las interpretaciones

¿Qué significa Rusia en el mensaje de la Virgen de Fátima? Podría decirse que los estudiosos han descubierto al menos cuatro interpretaciones[5].

Primero, Rusia es lo que no permite la paz en el mundo y ocasiona hambre y persecuciones; es el azote con que la humanidad es castigada por sus pecados; es por eso que la consagración de Rusia traerá la paz. Se trata, empero y a mi entender, de una interpretación puramente humana que no condice con la verdad evangélica: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia», dice el Señor Jesús (Mt., 6, 33), que la bonanza vendrá de añadidura[6]. No puede haber paz sin una previa mudanza de los corazones y eso significa la «conversión» que se espera Dios obre luego de la «consagración». Además, lo que dice el mensaje de Nuestra Señora es que tales penalidades son un castigo divino por los criminales errores de la humanidad que Rusia podría impedir de convertirse. Prima el sentido espiritual y salvífico del mensaje sobre las lecturas terrenales: la Virgen quiere que colaboremos a la salvación de las almas que se están perdiendo, como se desprende de la visión del infierno que precede la invocación a Rusia y de la aparición en Tuy.

Segundo, Rusia dice del comunismo, en el alcance de un régimen perverso que destruye al hombre y a la religión, a la sociedad y a la Iglesia[7]. Esta ha sido la interpretación más corriente. Mas es difícil aceptarla como totalmente correcta, entre otras cosas porque la Virgen no ha pedido la conversión del «comunismo»; hubiera reclamado, de quererlo, la conversión de los «comunistas» o de la Rusia soviética. No ha sido así, por tanto no se puede traducir linealmente Rusia y comunismo en la solicitud de Nuestra Señora.

Tercero, Rusia dice el cisma de oriente y de sus errores –particularmente, del Filioque y de la desobediencia al Romano Pontífice. En principio no parece tan aceptable, pues la Virgen María no se ha referido al reintegro de los ortodoxos o griegos al seno de la Iglesia Romana, por conversión al catolicismo, esto es, no ha ligado la paz del mundo al fin del cisma oriental. Sin embargo, como más adelante diré, no es una tesis para descartar por completo: en el mundo católico, lo que inmediatamente refiere la mención de Rusia es el cisma del siglo XI y sus errores, pues Rusia puede ponerse en lugar de la Iglesia rusa o greco-rusa[8].

La primera interpretación peca de terrena; la segunda es, por así decirlo, de «máxima», dado que apunta a la herejía comunista; la tercera, es de «mínima»: los cismáticos ortodoxos. Pero cabe una cuarta que abarque los extremos en un alcance espiritual y religioso: prevenir la crisis de la fe, que Sor Lucía advirtió en varias ocasiones que se estaba produciendo y, más concretamente, la licuación de la fe católica en el ecumenismo religioso, como se insiste hoy. La conversión de Rusia sería, en tal caso, un remedio a la crisis de la fe, lo que suscita una duda: la Rusia, ¿es o puede ser garantía cabal de la integridad de la fe?; ¿qué aportaría Rusia a la fe católica que no sea ya parte del depósito de la Iglesia Romana? Si la Virgen hubiera querido prevenir una grave crisis de la fe, ¿no hubiera sido mejor solicitar la conversión del mundo, de los hombres o de las almas?

Debo confesar mi perplejidad: Rusia, en las palabras de Nuestra Señora, es un misterio que no se explica solamente por el comunismo o la paz mundial, tampoco únicamente por el cisma de Oriente ni por la honda crisis de la fe. Ninguna de las explicaciones por sí sola da cuenta, según entiendo, de la misteriosa mención a «Rusia» que ha de ser algo más abarcador y enigmático: quizás sean esas cuatro razones, pero también algo más. Y digo perplejo por mi imposibilidad de comprender, ya que la Virgen no nos habla en parábolas[9]: Cristo sí lo hacía a los hombres en general, pero a los suyos se las explicaba.

Mi buen amigo Julio Alvear Téllez me ha indicado con fina sutileza que en el mensaje de Fátima hay dos significados temporales de Rusia: en un primer momento, Rusia reporta los errores que se difunden por el mundo y que Dios permite como castigo de nuestros pecados; en un segundo momento, la Rusia consagrada a la Virgen María y convertida será vehículo de la paz. Lo que nos toca elucidar es el significado de esa primera Rusia, pues el segundo no tiene dificultad: la conversión de Rusia será seguida de un período de paz mundial, conforme al orden por Dios querido de buscar primero Su Reino para gozar luego de bienes temporales.

Vuelvo a preguntarme: ¿qué significa Rusia en el secreto de Fátima? Creo posible distinguir –sin separar– dos posibles aproximaciones al significado y alcance de Rusia en Fátima: la primera espiritual y transhistórica; la segunda concreta e histórica.

El alcance espiritual de Rusia

Como en buena parte de las revelaciones celestiales, Rusia es un signo que anuncia o manifiesta una realidad: es una profecía, como han admitido los estudiosos. Su sentido no puede ser político –o tan sólo eso– sino espiritual, religioso[10], referido a indiferencias, afrentas, injurias, desprecios, ingratitudes, ofensas de los hombres para con Nuestro Señor, el Cielo, la Iglesia y muy especialmente el Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen[11]. No se trata de algo ordinario que la historia de la Iglesia ya conozca, no se trata de repeticiones de acontecimientos, no es una redundancia[12], sino que la Rusia de Fátima hace mención a hechos que, guardando semejanza con otros anteriores, cobran ahora –tanto hoy como hace un siglo– una magnitud espiritual desacostumbrada que ha llevado a la directa intervención del Cielo.

Me parece que Rusia, en este primer sentido, trasciende los contornos de la Rusia histórica. A tono con el vasto contenido del mensaje de Fátima, refiere una infección que se derrama sobre las almas y el mundo; enfermedad que es también azote, castigo divino, si aquellas infamias no se reparan debidamente y hasta tanto se las repare. ¡El pecado y los pecadores, las ofensas a Dios, como reiteradas veces la Virgen María y el Ángel repiten a los pastorcitos! Es sintomático que el pedido de Nuestra Señora acerca de Rusia haya ocurrido inmediatamente después de haber mostrado a Lucía, Jacinta y Francisco la visión del infierno.

Rusia refiere el enemigo de la Iglesia Católica, al que la persigue, no porque Rusia o la iglesia ortodoxa lo sean, sino por lo que ellas significan en el mensaje de Fátima[13]. Son enemigos de la Iglesia al derramar o al permitir que se derramen las lacras y enfermedades (los «errores» de Rusia) que envenenan la vida del alma y entristecen el Cielo.

Tiene razón, empero, Julio Alvear cuando me señala que una interpretación espiritual u otra alegórica pueden alejarnos del sentido específico del mensaje. Más aún, sería tanto como repetir con otras palabras la cuarta interpretación, que hemos ya matizado. Por eso necesita ser enclavado históricamente.

El alcance histórico de Rusia

No cabe duda de que la profecía de Fátima tenía en miras también lo que sucedería en ese país: el advenimiento del comunismo que es condensación de los errores humanos. En tal sentido, alcanzamos una significación literal de Rusia, esto es, la Rusia comunista por venir. La llaga que Rusia significa ahora no es sólo el materialismo, tampoco el totalitarismo[14]: es sobre todo el ateísmo extremo, el vivir de espaldas a Dios que engloba esos otros males. Sin duda, que en el comunismo marxista el ateísmo nace de su radical materialismo. Por ello repugna de todo principio católico.

Que Nuestra Señora de Fátima haya señalado a Rusia tiene un sentido arraigado y concreto. En su alcance histórico, Rusia representa la increencia y la apostasía, la deformación satánica de la verdad religiosa, de la fe, el endurecimiento de los corazones contra lo que nos previno el Apóstol (Heb. 3, 7-9); por eso la necesidad de que el Papa y los obispos[15] la consagren al Inmaculado Corazón[16].

El comunismo y Rusia vienen a ser la culminación, en grado sumo, de las tendencias abominables de la modernidad. Es cierto que en una perspectiva histórica se puede advertir que esos males que el comunismo epitomiza en Rusia tienen una raíz más honda y más antigua, el liberalismo y el protestantismo; pero no es menos cierto que todo lo diabólico del protestantismo y del liberalismo tuvo su culmen en el comunismo[17].

3. Fátima y el comunismo

El materialismo

Hay en el comunismo marxista un materialismo grosero, tosco, que se quiere filosófico –el materialismo dialéctico– que todo lo existente lo reduce a la materia y que a partir del devenir de la materia explica la variedad de cosas que existen, desde una piedra a una nube y, por cierto, el hombre mismo y su alma.

Una tal concepción lleva necesariamente a un estilo de vida, a un modo de entender la vida humana desde sus orígenes hasta el presente –el materialismo histórico. Marx y Engels, lo mismo que sus seguidores, expusieron esta doctrina en numerosos escritos, pero la síntesis más precisa, a mi juicio, es la que Marx escribió en el «Prólogo» a la Contribución a la crítica de la economía política[18]. Allí expone Marx su tesis afirmando que no es el espíritu, como creía Hegel, el que rige la historia sino más bien «las condiciones materiales de vida», relaciones de producción necesarias e independientes de la voluntad humana, relaciones entre los hombres determinadas por el desarrollo progresivo de las «fuerzas productivas materiales».

Las relaciones de producción y las fuerzas productivas conforman la infraestructura social de la que depende la conciencia social o superestructura ideológica de la sociedad (el Estado, el derecho, la religión, la moral, etc.) La conclusión se impone:

«El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia».

Luego, los hombres no viven como quieren o piensan, sino que piensan o quieren según las condiciones materiales de su existencia. No interesa a nuestro propósito desentrañar cómo se explica la libertad humana sino subrayar esa esclavitud o servidumbre elemental: no es mi conciencia la que guía mi vida, sino que es la base material de la sociedad la que determina mi conciencia y, por tanto, el modo como vivo.

Esta es la estructura de toda sociedad en todo tiempo. ¿Cómo se ha evolucionado de una forma de sociedad a otra? Marx responde que por la contradicción que, en el seno de la infraestructura, se da entre las fuerzas productivas y las relaciones de propiedad, pues las primeras son más dinámicas que las segundas y éstas se vuelven un estorbo a la evolución de aquéllas. Cuando esto sucede, afirma Marx, comienza la «revolución social», que se produce por un imperativo histórico con independencia de lo que los hombres quieran o dejen de querer porque no depende de ellos sino de las condiciones objetivas en las que se encuentran las fuerzas productivas (especialmente el trabajo y la técnica) en su choque con las relaciones de producción (la propiedad privada):

«Al cambiar la base económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superestructura inmensa. Cuando se examinan tales transformaciones, es preciso siempre distinguir entre la transformación material –que se puede hacer constar con la exactitud propia de las ciencias naturales– de las condiciones de producción económicas y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en breve, las formas ideológicas bajo las cuales los hombres toman conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo».

En otras palabras: una vez que ha cambiado la base de la sociedad, cambia necesariamente la superestructura y adviene una nueva sociedad o modo de producción. Lo que corresponde a los hombres es «tomar conciencia del conflicto y luchar por resolverlo», esto es, hacer la revolución porque los tránsitos de una sociedad a otra no son pacíficos.

Nótese cómo el materialismo lleva a poner a la violencia revolucionaria en el origen de cada sociedad, porque ella es la partera de la historia; pero también hay que subrayar que siendo la materia devenir, toda sociedad está en permanente conflicto pues en sus mismas entrañas hay contradicciones materiales que engendran enfrentamientos violentos, de modo que la paz no existe, no es de la condición humana vivir pacíficamente.

Al análisis sigue la profecía marxista:

«Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de producción, antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que emana de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para resolver dicho antagonismo. Con esta formación social se cierra, pues, la prehistoria de la sociedad humana».

Toda la historia que conocemos no es para Marx más que una larga edad de hierro, fuego y sangre que preanuncia el advenimiento de una nueva época de plena reconciliación: del hombre con los hombres, del hombre con la naturaleza, del hombre consigo mismo. La utopía humanista del marxismo y del comunismo motoriza e ilumina la esperanza del ciego materialismo.

El materialismo hodierno

Ahora bien, que el hombre viva encerrado en un mundo material y sea esclavo de las condiciones materiales de la vida, ¿no es acaso la imagen hodierna de la humanidad? ¿No se repite hasta la saciedad que nuestras sociedades son materialistas y que esta impronta colma de sentido la vida en estos tiempos? ¿Es que los hombres podrían vivir de otra forma? No pueden, responde el marxismo comunista, pues los hombres viven no según sus ideas o su voluntad; sólo pueden vivir de acuerdo a las condiciones materiales de su existencia.

Con lo cual se da una justificación o un atajo a la mediocridad, al conformismo del hombre hodierno que no vive como piensa sino que piensa como vive. Lo que pretendía ser una explicación científica de las sociedades sirve hoy de soterrado subterfugio a un conformismo sin expectativas cuando no a una descarada inmoralidad que todo lo acepta o lo tolera como normal «en estos días».

El materialismo se ha instalado en el fundamento último de nuestra cultura (hedonismo, consumismo, inmoralidad, relativismo, increencia son algunas de sus expresiones). La perspectiva completamente mundana –inmanente– de los tiempos que vivimos no tiene más horizonte que el seguir lo que dicta la hora, el día, la época. Y en ese apegarse a la chatura del mundo está también la explicación del humanismo neo pagano que nos invade en las más diversas expresiones: ateísmo militante, apostasía descarada, herejía camuflada, indiferentismo imperturbable...

El ateísmo

El marxismo comunista es consecuente con su materialismo visceral: si sólo existe la materia, Dios no existe. El materialismo encierra el más feroz ateísmo. Marx tomó de Feuerbach la idea de que todas las manifestaciones del espíritu humano se originan en las necesidades materiales de la vida. La religión es una proyección de esas necesidades fuera del mundo material, es decir, en un orden sobrenatural; Dios, por tanto, es una creación del hombre que, al inventarlo, le transfiere cualidades que le pertenecen a él, a su humanidad: «El ser absoluto, el Dios del hombre es su propia esencia. El poder que el objeto ejerce sobre él es, por lo tanto, el poder de su propia esencia»[19].

Dios se reduce al hombre: las pruebas de la existencia de Dios son pruebas de la existencia del hombre, pues el único Dios del hombre es el mismo hombre. Este punto de partida –Dios como proyección del hombre– lleva a un corolario: al inventar a Dios, el hombre se niega a sí mismo pues lo que desplaza a la divinidad lo quita a su humanidad; lo que el hombre ve en Dios es su propia esencia del hombre. Marx llama a este proceso «alienación» como enajenación de la propia naturaleza[20].

Por eso, en la «Introducción» a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx dirá que la crítica de la religión es la condición preliminar de toda crítica: la religión no es una teoría sobre el Ser Supremo sino de este mundo, que en ella se presenta como invertido; no es la religión la que hace al hombre sino el hombre quien hace a la religión –esto es, las condiciones materiales de la sociedad producen la religión[21].

Lo que interesa es la realidad de este mundo, no la ilusión de otro mundo. Y la realidad de este mundo es el hombre. La crítica de la religión por el comunismo marxista se pinta de humanismo redentor del hombre por el hombre, pues al final, desmitificada la religión y destruida la alienación –para decirlo con el viejo Protágoras–, el hombre es la medida de todas las cosas.

Por eso, a los ojos del mundo, el marxismo comunista es un humanismo, una religión del hombre que alienta la esperanza «de eternidad en esta vida» como dijera Hobsbawm, ya que es una «rebelión contra los límites de la vida y del destino del hombre»[22]. Pero hay más: el marxista sabe que la negación de Dios es también negación de la creación divina; negadas la obra y su Autor, todo revierte en una autocreación de seres contingentes, no esenciales.

De ahí entonces que, siendo Dios una entelequia, una ficción humana, lo primero es negar que existan cosas como el mundo, porque su no existir implica la inexistencia de Quien lo hizo. Ha escrito el marxista esloveno Zizek que el verdadero ateísmo tiene como fórmula «el mundo no existe» antes que «Dios no existe», porque afirmar la existencia del mundo es afirmar también la existencia de «su excepción fundante, que es Dios». Negar el mundo es, por tanto, negar a Dios y negado Dios, se niega también el ser de las cosas: «Que el Mundo no existe significa que ninguna Esencia enterrada oculta aparece en o a través de él»[23].

Es por ello que en la Rusia soviética, la Iglesia Ortodoxa fue sometida al control del Estado-Partido; ella resistió bajo Lenin pero ya con Stalin aceptó la tutela oficial y se plegó a las políticas nacionalistas e imperialistas rusas. El modelo ruso de sojuzgamiento de la religión fue exportado a los países satélites de Moscú[24]. Es cierto que el comunismo soviético no pudo acabar con la religión –sin duda por su errónea comprensión de la vida espiritual[25]–; pero no cabe duda de que se valió del viejo método estatal de sumisión de las iglesias a los proyectos políticos nacionales[26], practicando alternativamente el control político y la persecución religiosa. La «colaboración» de la Iglesia con el Estado duró incluso más allá la década de 1970 en la que se empezaron a manifestar tendencias disidentes. No son pocos los que afirman que Putin sigue esa misma política.

El hodierno ateísmo

El ateísmo impregna la vida contemporánea con su inmanentismo vital. Jesucristo sigue siendo rechazado como Rey y centro de la sociedad y las sociedades. María es desconocida como Reina.

El comunismo, «intrínsecamente perverso»[27], es el enemigo de Cristo Rey que es Reino de Dios, espiritual, de caridad, celestial y terrenal; como obra satánica el comunismo representa –es signo de– un reino humano, radicalmente terrenal, materialista, egoísta. Si la naturaleza del comunismo es la que denunciara Pío XI, debemos ver en él algo más que un sistema político o una ideología. Elías de Tejada tuvo en cuenta estos dos rostros de la revolución marxista y los sintetizó de modo admirable: «La revolución es por fuerza el eco por los recovecos del tiempo del non serviam luciferino. La revolución es la secularización de la felicidad, es la sustitución de la revelación divina por un mito hechura de la razón humana»[28].

Rusia encarna la fe en el hombre que desconoce a Dios o que reniega de Él, tal la médula espinal del ateo o del apóstata, el non serviam satánico. Es la construcción de la ciudad del hombre sin los cimientos en la de Dios, a espaldas de la civitas Dei; la entronización de la humana realeza en donde debería elevarse la Realeza de Jesucristo y de su Santísima Madre.

Y en tanto que el Reino de Dios es también su Iglesia, la ruptura con ella es la negación práctica de las verdades que proclama. De donde hay que volver al cisma de Oriente.

4. El cisma de oriente

«Odiamos a los latinos como a extranjeros y como explotadores a la vez. El odio de todos está hecho de los agravios de cada uno: del monje griego airado contra la “herejía latina”; del funcionario castigado por las reclamaciones de un magistrado...» (Texto de fines del siglo XII cuando la ascensión de Andrónico I Comenio)

El cisma y los errores de los griegos

La Iglesia Ortodoxa separada de la romana, fue uno de los pilares que sostuvo –al menos desde el siglo XV, después de la caída de Constantinopla a manos de los turcos– el mesianismo ruso con sus ideas de la «Rusia santa» y la «Tercera Roma»; esto es, sirvió de soporte espiritual al nacionalismo y al expansionismo imperial primero ruso y después soviético[29]; como que es la base espiritual, también, de la milenaria política anticatólica de los ortodoxos desde el cisma hasta hoy. Dicho en términos históricos, se trata del cesaropapismo oriental que estragó la unidad de la Iglesia desde el siglo IV y se continúa hasta nuestros días y que fue causa de la nacionalización de la Iglesia, de la servidumbre del clero y de la hostilidad hacia el Papa[30].

Mientras algunos teólogos e historiadores romanos ponen el énfasis en las razones políticas del cisma, sin desconocer las teológicas o dogmáticas que le precedían o que se apuntaron con posterioridad; los ortodoxos suelen afirmar que la cuestión central y prácticamente única y decisiva es la del Filioque, como en el siglo IX sostuviera Focio y en el XI Pedro de Antioquía y en el XII Teofilacto de Bulgaria. De seguir a éstos, la cuestión es dogmática y remite a una interpretación de los primeros concilios y a la posibilidad de la Iglesia de adicionar algo al credo niceoconstantinopolitano. De estar con aquéllos, habría que subrayar que el espíritu independentista de los ortodoxos está alimentado por razones no teológicas sino políticas a las que las primeras vienen a adornar; sin negar este talante, debe admitirse que hay en él un modo de concebir la propia Iglesia que lleva a desconocer la primacía del Papa tal como la sostiene Roma, y que ésto ya es una cuestión dogmática a la que se suma el interés político-eclesiástico bizantino.

Los principales puntos en litigio entre Roma y la Iglesia ortodoxa son hoy los ya concretados al momento del cisma. En primer lugar, el Filioque, la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, pues siguiendo el credo niceno los orientales afirman la sola procedencia del Padre[31]. Si bien hay distintas opiniones respecto de la fórmula romana, los ortodoxos reafirman el credo de Nicea: el Espíritu Santo procede del Padre; a veces se suele aceptar que proceda del Hijo también; otros, en cambio, sostienen que «sólo» del Padre procede pues el Hijo únicamente lo envía (así decía ya Focio)[32]; algunos no ven herejía en el Filioque romano pero los más estrictos dicen que lleva a la afirmación de dos principios separados y absolutos, un diteísmo, como en la herejía sabeliana[33]. La procesión por el Padre solamente –que Santo Tomás considera herética– es hoy dogma ortodoxo: «Dios el Espíritu Santo procede del Padre»[34], o, como se lee en otra versión, «el Espíritu Santo, desde la eternidad, procede del Padre». En tal sentido se ha dicho que el Espíritu Santo, como hipóstasis trinitaria, «procede solamente del Padre y permanece eternamente en el Hijo, pero al mismo tiempo es activado por una energía que pertenece a la Santísima Trinidad como un todo, iluminando y santificando el mundo»[35].

Como se aprecia, en ciertos casos es un problema de énfasis, de terminología e incluso de idioma o lengua, como ya viera Santo Tomás de Aquino[36]. Sin embargo, hay que decir con él que siendo dogma de fe la procedencia del Padre y del Hijo, es verdad necesaria a la salvación y no puede tolerarse que se niegue que el Espíritu Santo procede del Hijo[37].

El segundo punto es la prelatura universal del pontífice romano en la Iglesia de Cristo y la plenitud de su potestad en ella, por la cual tiene autoridad para determinar las cosas atinentes a la fe y ejercer la primacía sobre patriarcas y obispos, verdad también necesaria para la salvación según Santo Tomás[38]. Mas aquí es donde se muestra la mayor obstinación de los ortodoxos en desconocer el rango del Papa. León XIII lo expresó en pocas palabras: «El punto principal de la discordia es el primado del Romano Pontífice»[39].

No parece haber posibilidad de acuerdo en esta materia, pues si los bizantinos alguna vez reconocieron el primado de Roma en las mutuas comunicaciones fue para ganar sus simpatías y sin implicar materia teológica, como afirma Meyendorff[40]. Por eso es correcto sostener, con Jugie, que «el bizantinismo no es otra cosa que el intento de vivir en la ortodoxia suprimiendo a Pedro, de mantener la Iglesia y todo lo que la constituye separando al Papa». Y la Iglesia greco-rusa, nacida del cisma, es «la Iglesia sin el Papa; la Iglesia Católica tal como existía en el siglo IX amputada de su jefe visible, el obispo de Roma, intentando seguir su curso sin él en una autonomía plena». Sin esa unidad, en el seno de las iglesias autocefálicas reina el libre examen por todas partes, es decir, la bancarrota doctrinal[41].

5. El dolor de la Virgen María

«... declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano» PÍO IX, Ineffabilis Deus (1864), núm. 18.

La Iglesia Católica enseña desde antiguo el privilegio mariano de la concepción sin pecado original, que desde 1864 ha sido definido como dogma de fe, y que ha prohibido la enseñanza de la doctrina contraria a la Inmaculada Concepción de la Virgen María[42]. Es cierto que los ortodoxos también cantan que la Virgen Madre de Dios es toda Inmaculada, sin mancha, pero rechazan el dogma católico y lo relativizan diciendo que se trata de una opinión teológica: «Les parece innecesario –afirma Ware–; les parece también que, al menos según la definición de la Iglesia Católica Romana, supone un falso entendimiento del pecado original; la doctrina les provoca sospechas porque parece desprender a María de los demás descendientes de Adán, y clasificarla en otra categoría distinta a la de los demás hombres y mujeres justos del Antiguo Testamento»[43].

El Archimandrita Stefan Ilkic, afirmó que la diferencia con los católicos respecto de considerar Inmaculada a la Santísima Virgen se refiere al momento: desde la Concepción, para los católicos; desde la Anunciación, para los orientales. Y el Jerarca Sumo de la Greco-Ortodoxia, Anthimos VII, contestaba así a León XIII: «La doctrina de la Inmaculada Concepción es desconocida en la Iglesia antigua»[44].

Algunas especulaciones llegan más lejos todavía. Para los ortodoxos, según Meyendorff, el dogma católico se vincula al del pecado original de todos los hombres desde Adán[45], salvo la Virgen María que fue preservada de la mancha desde la concepción misma. Según ellos, así como el pecado original tiene un sentido distinto, así también debe entenderse de otra manera la cualidad de inmaculada: la Virgen María nació de Joaquín y Ana como cualquier otra persona y, por natural herencia, estaba sujeta a la muerte, pues es mortal, ya que la herencia adámica tuvo efecto incluso en el Hijo de Dios. María es la Madre de Dios y el beneficio de la Inmaculada Concepción sólo beneficia Jesucristo[46].

Entiéndase la gravedad de la cuestión: se niega a la Virgen María el privilegio de la Inmaculada Concepción por aferrarse a una doctrina errónea sobre el pecado original. Contra la exposición ortodoxa u oriental, afirma la Iglesia que la Virgen María, respecto del pecado original, «no caía bien que aquel objeto de elección fuese atacado de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la naturaleza, no de la culpa»[47]. Clarísima posición teológica que enuncia el fundamento del dogma mariano formalizado por Pío IX.

6. Final

Temo haberme desviado de la inicial solicitud de considerar el comunismo en el Mensaje de la Virgen de Fátima, pero a mi juicio ha sido un feliz desvío. Aquella impresión usual y primera de que Rusia, en boca de Nuestra Señora, encarnaba el satánico comunismo, me fue llevando a la busca de un significado más hondo y espiritual e histórico a la vez. Caí en cuenta de que el cisma del siglo XI proporcionaba ese sentido, así lo creo.

Mas, ahondando en la persistencia de los errores de los llamados ortodoxos, me fue mostrado que ellos habían devenido en otros y que eran éstos especialmente ofensivos e injuriosos para con la Virgen María, Madre de Dios. Pues jamás pude desprenderme de la inicial impresión de la profecía de Fátima: es la Virgen misma quien habló y es Ella quien pidió la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón por los pecados cometidos contra Él.

En síntesis, hay razones generales y particulares por las cuales se invoca a Rusia en Fátima. General es el comunismo con sus errores (especialmente el materialismo y el ateísmo); también es general el cisma de Oriente y la negación de al menos dos dogmas de fe que se deben creer para salvarse. Particular, en cambio, es del dolor de la Virgen María Madre de Dios por la injuria que se comete contra ella al rechazar su Inmaculada Concepción.

Es así que teniendo Rusia una pluralidad de resonancias en el mensaje de Nuestra Señora, hay uno que me parece tan singular y específico que ameritaba Su ruego: el Inmaculado Corazón de la Virgen María ha sido agraviado y herido por quienes niegan su Inmaculada Concepción[48]. El día que Su Inmaculado Corazón triunfe sobre Rusia y sus errores, Dios habrá obtenido el universal reconocimiento de la Inmaculada Concepción de su Madre. Y entonces sobrevendrá la paz, pues Nuestra Señora es, como afirma Pío IX, el «firmísimo baluarte [que] destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores calamidades de todas clases a los pueblos fieles y naciones»[49].

 

[1] Agradezco los comentarios y las sugerencias de Julio, Ramón, Ramiro, Gustavo y muchos otros, quienes no son responsables –no obstante– de mis opiniones y conclusiones.

[2] Así lo dice Sor Lucía, en Luis KONDOR (comp.), Memorias de la Hermana Lucía, v. I, 10.ª ed., Fátima, Secretariado dos Pastorinhos, 2006, pág. 87. De aquí en adelante se citará como Memorias.

[3] Memorias, pág. 122. Ver págs. 177 y 208, en las que se repite.

[4] Memorias, págs. 195-196.

[5] Las diferentes lecturas se encuentran en el libro del P. Gérard MURA, Fatima-Rom-Moskau. Die Weihe Russlands an das Unbefleckte Herz Mariens steht noch immer aus (2005), en la versión castellana: Fátima-RomaMoscú. La Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María aún está pendiente, Santiago de Chile, s/e, 2005. Véase también Frère Michel DE LA SAINTE TRINITÉ, Toute la vérité sur Fatima (1983), 3 vol., ed. en inglés: The whole truth about Fatima, Buffalo-Nueva York, Immaculate Heart Publications, 1989-1990.

[6] En relación a lo afirmado por el Apóstol (en 1Cor., 10, 11), Santo Tomás de Aquino ha explicado que en tiempo de gracia no hay promesas temporales como en tiempo de la Ley, ni hay alianza en el nuevo tiempo que contenga tales promesas (Is., 1, 19). Expositio super Primam Epistolam S. Pauli Apostoli ad Corinthios, versión bilingüe en lengua francesa: Commentaires sur la Première Épitre de S. Paul aux Corinthiens, París, Luis Vivès, 1870, c. X, lect. 2, págs. 347-348. Así también San AGUSTÍN en su comentario al versículo 2 del Salmo 73: Enarraciones sobre los Salmos (2.°), Madrid, BAC, 1955 (tomo XX de las Obras de San Agustín), pág. 931.

[7] Esta interpretación está direccionada por el pensamiento que el Cardenal Bertone atribuye a Sor Lucía en la entrevista que mantuvieron el 27 de abril de 2000 en el Carmelo de Santa Teresa de Coímbra, y que expuso así: «Sor Lucía estuvo de acuerdo en la interpretación según la cual la tercera parte del secreto consiste en una visión profética comparable a las de la historia sagrada. Reiteró su convicción de que la visión de Fátima se refiere sobre todo a la lucha del comunismo ateo contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de las víctimas de la fe en el siglo XX». En Memorias, pág. 217.

[8] Se me ha sido señalado que el cisma parece ser central en el pedido de la Virgen a propósito de Rusia: fue ésta la que se levantó contra Pedro y el Magisterio de la Iglesia, negó a la Maestra y a la Madre.

[9] En cada una de las apariciones en Fátima, la Virgen María primero mostró a los pastorcitos una visión y luego se las explicó.

[10] La Santísima Virgen lo dice en su tercera aparición: «Si hicieran lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz». Memorias, pág. 176; ver pág. 121. Por otra parte, está la enseñanza de San Agustín y de Santo Tomás que hemos citado y que corrobora esta inteligencia (supra, nota 6).

[11] Es lo que Nuestra Señora dijo específicamente en la aparición de Tuy en 1927: «Pecados cometidos contra Mí». Y quien peca contra la Madre peca contra el Hijo, del mismo modo que «redunda en el Hijo el honor y alabanza dirigidos a la Madre». PÍO IX, Bula Ineffabilis Deus (1864), núm. 17.

[12] Me parece desafortunado lo que el entonces Cardenal Joseph Ratzinger escribió al comienzo de su «Comentario teológico» que cierra la publicación del secreto de Fátima por la Santa Sede: «No se revela ningún gran misterio; no se ha corrido el velo del futuro». En Memorias, pág. 221. Y más adelante (pág. 233) insiste en sostener que la revelación se refiere a hechos pasados. Así se quita toda gravedad a las palabras de Nuestra Señora.

[13] Este sentido espiritual vive buena parte en el misterio. ¿Por qué Rusia y no Francia o la China o Alemania? Sólo el Cielo sabe de la elección de Rusia antes de la Revolución de Octubre.

[14] El secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Tarcisio Bertone, en el documento que expone el secreto de Fátima en su totalidad, de 26 de junio de 2000, argumenta así respecto de la parte de la revelación que estamos considerando: «La previsión de los daños ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y en la adhesión al totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad». En Memorias, pág. 197.

[15] Aquí hay que detenerse en el querer divino que, dentro de la economía de la creación, pide la cooperación del hombre (el Papa y los obispos), como causa segunda, a la salvación, dentro del orden establecido por Dios (la consagración) que incluye la causa instrumental (la modalidad de la consagración como reparación); cooperación y modo queridas por Dios a las que el hombre libremente se debe adherir y voluntariamente secundar. Si la causa segunda se sale del orden divinamente fijado es ella la responsable de los males sobrevinientes.

[16] En la aparición de la Virgen María a sor Lucía en Tuy el 13 de junio de 1929, Nuestra Señora manifiesta su desagrado por no haberse realizado la consagración y las consecuencias que por ello sobrevienen a la humanidad: «No han querido atender mi petición... Al igual que el rey de Francia [Luis XIV] se arrepentirán, y la harán [Luis XVI], pero ya será tarde. Rusia habrá esparcido ya sus errores por todo el mundo, provocando guerras, persecuciones a la Iglesia: el Santo Padre tendrá que sufrir mucho».

[17] Como no he de tratar aquí de la historia de Rusia y del comunismo, remito a la síntesis –de variada fortuna en la interpretación pero imparcial en cuanto a los hechos– expuesta en Michel DREYFUS (dir.), Le siècle des communismes, s/l (pero Ivry-sur-Seine), Éditions de l’Atelier / Éditions ouvrières, 2004 ; y Stéphane COURTOIS (ed.), Le livre noir du communisme. Crimes, terreur et répression, París, Robert Laffont, 1997 (hay edición en castellano). Para la historia documental, véase Robert Vincent DANIELS, A documentary history of communism in Russia. From Lenin to Gorbachev, Hanover y Londres, University Press of New England, 1993.

[18] arl MARX, Zur Kritik der politischen Oekonomia [1859], edición en español: Contribución a la crítica de la economía política, Moscú, Progreso, 1989, págs. 6-10.

[19] Ludwig FEUERBACH, Das Wesen des Christentums (1841), traducción al español: La esencia del cristianismo, Madrid, Trotta, 2002, pág. 16.

[20] Cfr. Karl MARX y Friedrich ENGELS, Sur la religion, ed. de G. Badia, P. Bange y É. Bottigelli, París, Les Éditions sociales, 1968.

[21] Karl MARX, Zur Kritik der Hegel’schen Bechts- Philosophie (1844), en MARX y ENGELS, Sur la religion, cit., págs. 37 y sigs.

[22] Eric HOBSBAWM, Revolutionaries. Contemporary essais [1973], traducción española: Revolucionarios. Ensayos contemporáneos, Barcelona, Ariel, 1978, págs. 194-202.

[23] Slavoj ZIZEK, Dreizehn Versuche ueber Lenin [2003], versión en castellano titulada: A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardío, Buenos Aires, Atuel-Parusía, 2004, pág. 37.

[24] El más completo estudio de la religión bajo el régimen soviético comunista es el de Dimitry V. POSPIELOVSKY, A history of Soviet atheism in theory and practice, and the believer, 3 vol., Nueva York, Palgrave MacMillan, 1987-1988. Además de la bibliografía que se cita más adelante, véase el bosquejo sintético de Richard MADSEN, «Religion under communism», en Stephen A. SMITH (ed.), The Oxford handbook of the history of communism, 2013, publicación on line: 10.1093/oxfordhb/9780199602056.013.034.

[25] Y a pesar de la política de reeducación religiosa emprendida en diversos momentos para borrar viejos hábitos y tradiciones, de la que ilustra sobremanera la obra de POSPIELOVSKY, A history of Soviet atheism..., cit.

[26] Los intelectuales soviéticos «interpretaron la palabra “religión” al modo de Feuerbach, principalmente como un vínculo, cualquier vínculo, no necesariamente entre el hombre y lo Sobrenatural, sino como un vínculo entre los individuos, entre el hombre y la nación en el pasado y el presente, un vínculo entre el hombre y la historia personificada, por decirlo así». POSPIELOVSKY, A history of Soviet atheism..., cit., vol. I, pág. 93.

[27] PÍO XI, Divini redemptoris (1937), núm. 58.

[28] Francisco ELÍAS DE TEJADA, «Dos estudios acerca del marxismo», en Estudios de Filosofía del Derecho y Ciencia Jurídica en Memoria y Homenaje al Catedrático Don Luis Legaz y Lacambra (1906-1980), Madrid, Facultad de Derecho de la Universidad Complutense-Centro de Estudios Constitucionales, 1983, t. I, págs. 359-383. La cita es de la pág. 367.

[29] Cfr. Peter J. S. DUNCAN, Russian messianism. Third Rome, revolution, communism and after, Londres y Nueva York, Routledge, 2000; y POSPIELOVSKY, A history of Soviet atheism..., cit., vol. III, págs. 146 y ss.

[30] Cfr. el estudio general de M. JUGIE, «Schisme Byzantin», en A. VACANT, E. MANGENOT y É. AMANN (ed.), Dictionnaire de théologie catholique, París, Libriarie Letouzey et Ané, 1939, t. XIV, 1.ª parte, col. 1312-1468. Al cesaropapismo se unen las ambiciones de Constantinopla, la «nueva Roma», y otras causas (no tan menores) como la rivalidad política, las antipatías de raza y el orgullo nacional. Los católicos son los enemigos de la iglesia rusa, no porque aquéllos sean democráticos y estén a favor de la libertad religiosa y éstos sean intolerantes y rechacen el ecumenismo –como algunos han entendido, por caso Zoe KNOX, Russian society and the Orthodox Church. Religion in Russia after communism, Londres y Nueva York, RoutledgeCurzon, 2005, libro muy bien informado, pero no tan bien orientado–; sino más bien por la disidencia ancestral en asuntos de fe que envuelven cuestiones dogmáticas y de autoridad.

[31] Cfr. John MEYENDORFF, Byzantine theology. Historical trends and doctrinal themes (1974), Nueva York, Fordham University Press, 1983, cap. 7, págs. 91 y sigs.; y Kallistos WARE, The Orthodox Church (1963), según la versión en castellano: La Iglesia ortodoxa, Buenos Aires, Ed. Ángela, 2006, págs. 189 y sigs.

[32] En un primer momento Focio sostuvo la tesis oriental de la procesión del Espíritu Santo del Padre por el Hijo; más tarde afirmó la procesión sólo del Padre. JUGIE, «Schisme Byzantin», loc. cit., col. 1339.

[33] Todo lo cual cobra un giro inesperado porque ese doble principio que los orientales denuncian se convierte –según algunos teólogos orientales– en base teológica de la monarquía pontificia como regimiento mundanal: «Al no atender lo suficiente el papel del Espíritu, en occidente se realzó demasiado a la Iglesia como institución de este mundo, gobernada en términos de poder y jurisdicción terrestres. Y al igual que en la doctrina occidental de Dios se enfatizó la unidad a costa de la diversidad, en la concepción occidental de la Iglesia asimismo predomina la unidad sobre la diversidad, por lo que se produce una centralización excesiva y se insiste demasiado en la autoridad papal». WARE, The Orthodox Church, cit., pág. 195.

[34] Catecismo Cristiano Ortodoxo, I.ª parte, pregunta 7.

[35] Boris BOBRINSKOY, «God in Trinity», en Mary B. CUNNINGHAM y Elizabeth THEOKRITOFF (eds.), The Cambridge companion to the Orthodox Christian theology, Nueva York, Cambridge U. P., 2008, págs. 55-56.

[36] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Contra errores graecorum (1263), edición en español: Tratado contra los errores de los griegos, en Opúsculos y cuestiones selectas, t. V: Teología (3), Madrid, BAC, 2008, págs. 619 y sigs.

[37] Ibid., II, 31, pág. 709.

[38] Ibid., II, 38, pág. 715.

[39] LEÓN XIII, Enc. Praeclara gratulationis (1894), núm. 8.

[40] MEYENDORFF, Byzantine theology, cit., pág. 97. Según este teólogo, la coronación del emperador germano Enrique II en Roma por Benedicto VIII (1014) se hizo autorizando el rito alemán que incluía el canto del Filioque. Desde ese momento, dice el autor, ya no hubo más communio in sacris entre oriente y occidente; se había perdido la herencia común que hubiera permitido que las partes se entendieran, pues habían concepciones eclesiales contrarias: Roma papista y Bizancio conciliarista. John MEYENDORFF, L’Église Orthodoxe: hier et aujourd’hui (1960), traducido al inglés: The Orthodox Church. Its past and its role in the world today, 4th ed., Crestwood, St. Vladimir’s Seminary Press, 1996, pág. 47.

[41] JUGIE, «Schisme Byzantin», cit., col. 1463-1464.

[42] PÍO IX, Ineffabilis Deus, núm. 18: «Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho».

[43] WARE, The Orthodox Church, cit., pág. 234.

[44] Hilario GÓMEZ, La Iglesia rusa. Su historia y su dogmática, Madrid, CSIC, 1948, pág. 331.

[45] Concepto que ciertos ortodoxos rechazan: hablar de un «pecado de la naturaleza» es una herejía, dicen; la culpa es siempre personal, de modo que no puede haber un «pecado original» que se cometa sin libertad ni responsabilidad del individuo. Todo individuo al pecar queda sujeto al castigo del pecado, la muerte (así se interpreta Rom. 5, 12: por el pecado de Adán entró la muerte, no que ese pecado se haya extendido a todos los hombres). MEYENDORFF, Byzantine theology, cit., págs. 143-146. Al hablar de la transmisión del pecado original, los teólogos orientales parecen aludir con predilección marcada al deterioro hereditario de la naturaleza y se apartan, al parecer sistemáticamente, de la cuestión de la mancha hereditaria, como ha visto GÓMEZ, La Iglesia rusa, cit., pág. 339.

[46] MEYENDORFF, L’Église Orthodoxe, cit., págs. 146-149. Dice expresamente: «And its he alone who benefited from an Immaculate Conception in her womb». Incluso Meyendorff y otros están contra el dogma de la Asunción en cuanto puede implicar que María no murió (ibid., 180-181).

[47] PÍO IX, Ineffabilis Deus, núm. 15.

[48] Vuélvase sobre lo que Virgen Santísima dijo a Lucía en la aparición en Tuy de 1929 ya citada: «Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí»…

[49] PÍO IX, Ineffabilis Deus, núm. 19.