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Número 555-556

Serie LV

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Pecado, pena y sanción en el mensaje de Fátima

 

«Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y habrá paz» (Visión del infierno en la aparición de la Virgen de 13 de julio de 1917 de Cova da Iria)

1. El mensaje de Fátima

La escasez de tiempo que constriñe este pequeño texto, referido a la tríada «pecado, pena y sanción» en los mensajes de Fátima, nos inhibe de incursionar en los innúmeros caminos periféricos que vienen sugeridos por la riquísima historia de las apariciones de la Santísima Virgen y del Ángel de Portugal en Cabeço, en Cova da Iria, en los Valinhos y en la ciudad española de Tuy, a tres pastorcitos lusitanos –Lucía de los Santos y sus primos Francisco y Jacinta Marto.

Pero no es procedente quejarse tan sólo (y ni siquiera principalmente) del tiempo concedido para esta comunicación. Porque los documentos y estudios sobre el conjunto de los «Mensajes de Fátima» son tan voluminosos que en todo caso no se podría esperar razonablemente de esta exposición más que una pequeña selección de algunos de los capítulos de esta maravillosa historia, o mejor, del más significativo episodio, de nuestro siglo XX.

Aunque quepa una comprensión estricta de las expresiones «Mensaje de Fátima» o «Secreto de Fátima», referidas a las apariciones de Nuestra Señora, entre mayo y octubre de 1917, a los tres pastorcitos, no es de excluir un significado más amplio de aquéllas, que abracen las tres apariciones del Ángel de la Paz, en 1916, en el monte del Cabeço, y también –de manera particularmente relevante– el mensaje de Tuy, recibido por Sor Lucía el 13 de junio de 1929, mensaje éste que prescribe el modo de un acto de consagración decisivo para la suerte de la humanidad.

2. Pecado, pena y sanción premial

En cualquiera de esas manifestaciones se encuentra una referencia a las ideas de pecado –blasfemias, ofensas–, de pena –la guerra, la enfermedad, el hambre, el infierno, las persecuciones, el martirio de los buenos, el aniquilamiento de naciones– y de sanción premial: la curación, el fin de la guerra… El reatus pœnæ no se superará en cuanto no lo sea el reatus culpæ, porque la pena es el pretium de la culpa, o sea, en las lúcidas lecciones del papa Pío XII, la recomposición metafísica del orden violado (el precio del desprecio).

En efecto, ya en la primera aparición del Ángel de la Paz (el Ángel de Portugal), en un día indeterminado del final de la primavera de 1916, enseñó a los pastorcitos esta oración reparadora: «Dios mío. Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman». A lo que, en una segunda aparición de ese Ángel, sigue una mención a «oraciones y sacrificios», recomendándoles: «En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y como súplicas por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad, con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe».

A los mismos pastorcitos, el 13 de mayo de 1917, la Virgen les habló de «sacrificios», «sufrimientos», «reparación de los pecados», «conversión de los pecadores», «blasfemias», «ofensas», y les enseñó que la oración diaria del Rosario llevaría a obtener «la paz para el mundo», enseñanza reiterada en la aparición del 13 de julio siguiente: «Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra» (de la Primera Guerra Mundial). Y el 19 de agosto: «Rezad mucho, haced sacrificios por los pecadores». Y el 13 de septiembre: «Continuad rezando el Rosario para obtener el fin de la guerra». Y el 13 de octubre: «Es necesario que los hombres se corrijan, que pidan perdón por sus pecados […]. Que no ofendan más a Nuestro Señor, pues ya está muy ofendido».

Está afirmado así el ligamen entre el premio de la paz, la oración y la conversión, pues –según consta expresamente en el mensaje de la tercera aparición, el 13 de julio de 1917– «sólo Nuestra Señora puede alcanzar esta gracia a los hombres», y la oración y la conversión –en este cuadro– ocupan una función penitencial que sustituye a la pena establecida en el mensaje.

3. El vínculo pecado-pena-sanción meritoria

Hay un pasaje que nos ayuda a entender lo más fundamental de este vínculo pecado-pena-sanción meritoria en el conjunto del secreto de Fátima. Es el que corresponde a las palabras de la Virgen tras la «visión del infierno» en la tercera de las apariciones: «Visteis el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si se hace lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra pronto terminará. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe».

Las penas anunciadas en este mensaje son las de la guerra, el hambre y las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre, pidiendo Nuestra Señora dos cosas para evitarlas: la comunión reparadora de los primeros sábados y la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. Si se siguiesen estas peticiones de la Virgen, Rusia se convertiría y habría paz: «Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz». De no seguirse, en cambio, el remedio sería el castigo: con Rusia esparciendo sus errores por el mundo, con «guerras», con «persecuciones a la Iglesia», con «aniquilación de naciones», con el «sufrimiento del Santo Padre», hasta que al final, aunque tardío, llegue el acto indicado de consagración y con él el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

4. La consagración de Rusia

Vamos a detenernos en el examen de uno de los medios para eludir las penas anunciadas en el mensaje, la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María: «El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz». En la tercera aparición la Virgen anuncia que la petición de la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, pedido consumado en el año 1929 con el mensaje de Tuy.

Incluso los que sostienen con más rigor que se habría realizado el acto de consagración de Rusia al Corazón de Nuestra Señora no pueden negar los hechos insistentes y actualísimos de las guerras, el hambre, la persecución a la Iglesia y al Papado.

Desde 1939 –comienzo de la Segunda Guerra Mundial durante el pontificado de Pío XI– hasta nuestros días no sólo fue la guerra un status constante y extenso en nuestro mundo, sino que se convirtió en algo cualitativamente peor, por el mayor poder destructivo de las armas, pero sobre todo por no excluir con frecuencia los objetivos civiles. En efecto, pasamos de las «guerras mundiales» –fenómeno que no se conocía antes del siglo XX– a la «guerra total», en que todos, militares y civiles, hombres, mujeres y niños, son objetivos de la misma, y en que toda la cultura es blanco de destrucción.

También lo muestran los infructuosos intentos profanos de consecución de la paz y el fracaso de las innumerables «consagraciones» seculares de los pueblos, de Yalta y Postdam al Tratado de Roma o al protocolo de Kioto. Si a esto añadimos el mapa del hambre en grandes partes del mundo contemporáneo, las persecuciones a la Iglesia –hasta el punto de haberse extendido la expresión «cristianofobia»– y también al papado, será muy difícil sostener plausiblemente que ya se hayan cumplido las condiciones para la paz y el triunfo del Inmaculado Corazón. La caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la disolución de la Unión Soviética, en diciembre de 1991, propiciaron algún entusiasmo transitorio sobre la efectividad de la consagración de Rusia al Corazón de María, pero los hechos sucesivos conspiraron contra esas opiniones poco fundadas en la realidad de las cosas.

A lo largo del siglo XX, se procedió al menos siete veces a algún tipo de consagración pontificia a la Virgen María. El día 31 de octubre de 1942 Pío XII consagró todo el mundo al Corazón mariano, acto que renovó en el mes de diciembre siguiente y que vendría a completar, cerca de diez años más tarde, el 7 de julio de 1952, por medio de la carta apostólica Sacro Vergente Anno, consagrando –ahora explícitamente– los pueblos de Rusia al Inmaculado Corazón. Aunque el papa Pío XII no observó una de las condiciones impuestas en el mensaje de Tuy: la participación de los obispos del mundo entero en el acto de consagración: «Ha llegado el momento –se anuncia en el mensaje de 1929– en que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón».

Doce años después, el 21 de noviembre de 1964, Paulo VI, con los padres del Concilio pastoral Vaticano II, promovió una renovación de ese acto de consagración, sin observar una vez más la condición de que se hiciese «en unión con todos los obispos del mundo».

En los años 1982 y 1983 Juan Pablo II invitó a que, con él, los obispos de todo el orbe lo consagrasen a la Virgen Santísima, en los términos siguientes: «¡Oh Madre de los hombres y de los pueblos!, tú que “conoces todos sus sufrimientos y esperanzas”, tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, como movidos por el Espíritu Santo, elevamos directamente a tu corazón y abraza, con el amor de la Madre y de la Sierva, este nuestro mundo humano, que ponemos bajo tu confianza y te consagramos, llenos de inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos. De manera especial ponemos bajo tu confianza y te consagramos aquellos hombres y naciones, que necesitan especialmente esta entrega y esta consagración».

Puede verse que no se realiza la consagración de Rusia al Corazón de María en unión con todos los obispos del mundo, sino que pide que abrace este nuestro mundo humano, que consagra a la Madre de los hombres y de los pueblos. De ahí que, nuevamente, el 25 de marzo de 1984, «unido con todos los Pastores de la Iglesia, con un particular vínculo, constituyendo un cuerpo y un colegio», volvió a consagrar el «mundo entero» al Corazón de nuestra Señora, sin mencionar específicamente el nombre de Rusia.

5. Situación actual de las penas y los premios de Fátima

Dejando de lado el tema de una posible cuarta parte del secreto de Fátima –o, en otras palabras, que no se haya divulgado por entero su tercera parte–, interesa, a los efectos de valorar la situación actual de las penas y los premios, enunciar las diferentes interpretaciones dadas a la parte central que se divulgó de esa parte del secreto, redactado así por Sor Lucía el 3 de enero de 1944: «Después de las dos partes que ya expuse, vimos al lado de Nuestra Señora, un poco más alto, un ángel con una espada de fuego en la mano izquierda. Al centellear despedía llamas que parecía iban a incendiar el mundo. Pero, se apagaban con el contacto del brillo que de la mano derecha expedía Nuestra Señora a su encuentro. El ángel, apuntando con su mano derecha hacia la tierra, con voz fuerte decía: “Penitencia, penitencia, penitencia”. Y vimos una luz inmensa que es Dios, algo semejante a como se ven las personas en el espejo, cuando delante pasó un obispo vestido de blanco. Tuvimos el presentimiento de que era el Santo Padre. Vimos varios otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una escabrosa montaña, encima de la cual estaba una gran cruz, de tronco tosco, como si fuera de alcornoque como la corteza. El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad, medio en ruinas y medio trémulo, con andar vacilante, apesadumbrado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino. Llegando a la cima del monte, postrado, de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le disparaban varios tiros y flechas, y así mismo fueron muriendo unos tras otros los obispos, los sacerdotes, religiosos, religiosas y varias personas seglares. Caballeros y señoras de varias clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la cruz estaban dos ángeles. Cada una con una jarra de cristal en las manos, recogiendo en ellas la sangre de los mártires y con ellas irrigando las almas que se aproximaban a Dios».

Opinan algunos que se trata de un cuadro personal, (i) ya se refiera a Juan Pablo II y el atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981, (ii) ya se refiera a acontecimientos personales todavía por venir. Hay otros, por el contrario, que entienden se trata de una ejecución virtual del papado, (iii) ya ocurrida (o que se resuelve en la vacancia de la sede romana), o (iv) todavía por suceder. El contraste entre estas interpretaciones radica más en el fondo en la pugna entre, de un lado, la adopción de una omnímoda y rígida observancia de la enseñanza eclesial de cada momento y, de otro, la duda o incluso la certeza de que padecemos ya la apostasía predicha para los tiempos apocalípticos del «falso profeta».

El hecho es que –dejando al margen el asunto, del que se tiene noticia, de la consagración de Rusia por laicos que sustituyan la acción del papa– el claroscuro de las interpretaciones posibles de esta tercera parte del secreto parece sugerir, en contraste con el persistente y extendido fenómeno actual de las guerras, del hambre en el mundo y de las persecuciones contra la Iglesia, que es muy probable, por no decir seguro, que estamos todavía bajo el reato de las penas profetizadas en el mensaje de Fátima.

¡Penitencia, penitencia, penitencia!, clamó el Ángel con voz fuerte. Y mientras Dios sigue castigando al mundo por sus crímenes, «por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santa Padre», se espera, con la confianza melancólica de las palabras de Jean Madiran (Demain, le Pape), la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, la consagración de Rusia por el Santo Padre en unión con todos los obispos del mundo, condición divina, condición esencial, condición inamovible –porque Dios no se muda–, condición que los pueblos esperan ver cumplida para asistir entonces al ciertísimo triunfo final del Corazón Inmaculado de la Virgen Santísima.

Demain, le Pape...