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La sumisión a la autoridad en los Estados totalitarios

 

En su libro "Los cristianos en. Alemania del Este", Henri Duquaire da cuenta de ciertas declaraciones con las que se habían enfrentado el doctor Dibelius, obispo luterano de Berlín, y el profesor Martin Fischer, de la Escuela Superior de Estudios Teológicos (Escuela protestante) de Berlín.

El Profesor, en un folleto titulado "El poder temporal", había escrito: "El cristiano debe tener consciencia de que el poder temporal cumple una misión divina ... En cualquier parte del mundo en que se ejerce el poder temporal, tiende a mantener un mínimo de orden y buen sentido".

Más adelante, haciendo alusión a los alemanes que han quedado en el Este, añadía: "Aquéllos que permanecen continuamente velando para que las ciudades estén abastecidas de productos de primera necesidad, para que los enfermos sean cuidados, para que los automóviles circulen por su derecha y no por donde les parezca bien."

El doctor Dibelius, en un folleto titulado de forma interrogativa "¿El poder temporal?", había replicado: "En un Estado totalitario no hay absolutamente ningún derecho en la acepción cristiana de este término".

"Cuando, en lo que se llama el mundo libre, me encuentro con una serial de circulación que me invita a marchar a menos de 15 kms. por hora, me adapto a ella sin pena ...

Si infrinjo la prescripción, tengo, en tanto que cristiana, conciencia de falta ... El sistema de que se deriva este cartel es legítimo ...

Pero, cuando vea este mismo cartel en una autopista de la República Democrática Alemana" ... no me pueda sentir obligado por tal prohibición, puesto que no la puedo considerar legítima ...

Si se me detiene por exceso de velocidad, pagaré en silencio mi multa de 10 marcos, pero mi conciencia quedará completamente libre de todo sentimiento de culpabilidad".

"¿Se debe o no obedecer a un Estado totalitario?"

Tal había sido la encuesta abierta por los periódicos de la Alemania del Oeste, a consecuencia de la cual el Doctor había precisado más: "Por su misma esencia el Estado totalitario se considera la autoridad suprema de la vida y del pensamiento de los hombres. Antes de todo cree determinar lo que está bien y lo que está mal".

"Un cristiano no puede ver en tal Estado al servidor de Dios, y en su fuero interno no puede justificar su obediencia a las prescripciones del Estado, más que considerando que quiere conservar la vida, lo que no sería posible si desobedeciera los decretos del Estado".

He aquí dos respuestas a la misma pregunta, muy diferentes y hasta opuestas.

Para el Profesor Fischer, el poder temporal, cualquiera que sea, cumple una misión divina. Según él, al cumplir una misión divina, cualquier poder temporal es legítimo. Puesto que toda autoridad que asegura un orden material elemental es legítima, se pueden considerar igualmente legítimas todas las tiranías, y hasta las persecuciones, ¡en nombre de Dios!

Para el doctor Dibelius, el poder de un Estado libre es el único legítimo. El poder de un Estado totalitario es esencialmente ilegítimo y, en conciencia, un cristiano no le debe sumisión en nada, sino, de hecho, en el mínimo estricto que le permita continuar vivo.

En estas condiciones, ¿cuáles son los criterios que definen un Estado libre?

¿Para definir lo que es un Estado libre, se debe uno apoyar en la verdadera libertad de los hijos de Dios, o en un conformismo liberal?

¿La fórmula "Estado libre" basta convencionalmente o es necesaria, además, una sana libertad en la realidad de todas las estructuras sociales del Estado?

¡Cuántas preguntas en las que habría que ponerse de acuerdo para llegar a hacer la distinción de la autoridad legítima!

De todas maneras, para el doctor Dibelius, desde que el Estado es totalitario, toda autoridad en el seno de ese Estado es ilegítima, y, tanto frente al Estado como frente a Dios, ningún cristiano está sometido en nada a ninguna autoridad, sea ésta de la especie que fuere.

En este caso, es solamente el miedo al policía, y hasta al verdugo, lo que justifica la sumisión de hecho a la autoridad.

Más aún, llevando las cosas al límite, cuando la impunidad fuere segura, tanto en conciencia como de hecho no estará el súbdito obligado a conformarse con aquello que, sin embargo, se deriva del orden natural y moral.

¡Esto es tanto como decir que se puede justificar la anarquía en nombre de la Fe!

Dos ideas sobre la legitimidad de la autoridad que, en su sequedad sistemática, conducen a consecuencias prácticas contrarias a los principios en que dicen basarse.

Contradicción que es la señal clara de todo error filosófico.

Por lo que se ve suficientemente, que es más difícil de lo que parece el precisar bien lo que distingue a la verdadera de la falsa autoridad.

No solamente se deben tener en cuenta el medio empleado para acceder al poder y la forma de ejercer la autoridad, sino también, en función del orden natural y del divino, el objetivo perseguido por la autoridad, el espíritu que la anima.

Si, por razones de oportunidad, se lleva a proclamar como legítima la autoridad que asegura un cierto número de bienes materiales necesarios, entonces se justificarán plenamente hasta los materialismos más gregarios.

Si, por la única razón del objeto final, es incitado un cristiano a no obedecer a ninguna autoridad, aunque ésta, a su nivel, continúe ejercitando plenamente su función natural, a pesar de proceder de un poder superior injusto, entonces es preciso admitir que los hombres pueden considerar como omisible y despreciar aquello que la misericordia divina ha salvaguardado para su bien en medio de las calamidades.

Si fuera así, desde un punto de vista más político, ¿se puede pensar que sería posible considerar una restauración social conforme al orden divino sin provocar un mal peor?

* * *

Algo más adelante, en su libro, Henri Duquaire cuenta la respuesta que le había dado Monseñor Adolf, prelado de la iglesia católica de Berlín, al hacerle la misma pregunta: ¿Se debe o no obedecer a un Estado totalitario?: "Sí, por ejemplo: pagar los impuestos y no sobrepasar la velocidad prescrita en el Código de Circulación. Pero no se debe obedecer cuando las leyes son contrarias al orden divino. Es necesario, admitir una autoridad, si no, sobrevendría la anarquía. Y, además, es necesario vivir y trabajar. Es preciso evitar los conflictos superfluos, pero no se puede aceptar nada contrario al orden divino".

Respuesta sencilla y precisa que lleva consigo útiles distinciones.

La tesis, el principio, es que un cristiano no puede aceptar nada que se oponga al orden divino.

La hipótesis o aplicación prudente es que, aun no siendo conformes al orden natural la finalidad y ejercicio de poder del Estado, es preciso, sin embargo, asegurar la vida de todo aquél que aún pueda vivir (para evitar un mal peor, que podría ser la anarquía o una represión brutal) en la medida extrema de lo posible.

Por añadidura, queda sobreentendido que esto no será más que momentáneo, el menor tiempo posible, puesto que, con prudencia y tenacidad, será necesario trabajar al mismo tiempo para que retorne el orden social conforme con la verdadera naturaleza del hombre y la voluntad de Dios.

Si, pues, en conciencia, no estamos obligados a obedecer a un poder legítimo, de hecho, para evitar males superfluos, podemos obedecerle bajo la condición expresa de que esta obediencia, en su objeto, no sea opuesta a la ley de Dios.

Se ve claramente que los problemas de obediencia a la autoridad dimanan, en el pleno doctrinal, de principios sencillos.

Queda en el terreno de la práctica su aplicación, que es infinitamente más delicada, porque su apreciación depende de la prudencia.

De todas maneras, hay que tener en cuenta la jerarquía de los valores y, por consiguiente, del objeto de la autoridad.

Sea legítimo o no el poder del Estado para regular la circulación por las carreteras, la luz verde y la luz roja conservan el mismo significado y cada cual, en conciencia, como de hecho, debe someterse estrictamente a ellas en un caso como en otro. La resistencia estaría en este caso fuera de lugar. Se arriesgaría la vida de los demás para nada. Por otro lado, ¿es que el desorden momentáneo en una encrucijada podría servir para restaurar el orden social despreciado por el poder?

El policía de tráfico colocado en la encrucijada, dirige la circulación como corresponde a su función. Incluso si el Estado es ilegítimo, su autoridad de agente de tráfico, en el estricto ejercicio de sus funciones, es legítimo. En conciencia y de hecho, cada uno deberá someterse a su autoridad para respetar el orden natural en ese punto preciso y limitado en que el poder lo respeta, y con ello someterse a la voluntad de Dios.

Por el contrario, si ese mismo agente que tiene por misión velar por el buen orden y la paz de la ciudad, abusa de su autoridad para encarcelar a los cristianos a causa de su Fe, en ese momento el ejercicio de su poder es ilegítimo, sus actos están en oposición con la ley de Dios y, en conciencia como de hecho, nadie puede estar obligado a sometérsele.

Evitar los conflictos SUPERFLUOS, tuvo el cuidado de precisar Monseñor Adolf. Pero cuando no son superfluos, habría cobardía y pecado en evitarlos para mantener "la paz a cualquier precio". Es así como los obispos de Alemania del Este han pedido a los fieles que se opongan, por todos los medios, al juramento socialista de la juventud, verdadera parodia de la Confirmación, así como a los "sacramentos laicos" inventados por el gobierno revolucionario para arrancar las almas a la Iglesia.

Vemos con esto que no hay una titularidad formal y definitiva de la autoridad. La autoridad legítima, la autoridad real no busca más que el ejercicio constante de los deberes que le incumben respecto al orden natural y divino y al fin propio para el que ha sido creada.