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La voz de la jerarquía

El cristianismo no es un asunto privado

La tercera discriminación y decisión nos la da el mandato de Cristo: "Id a todo el mundo". El cristianismo no es un asunto íntimo y privado, sino una misión de cara al mundo, pues Cristo es el Señor del mundo.

De las numerosas falsas ideas que corren sobre el cristianismo, ésta es una de las más tenaces: el cristianismo es un asunto privado, debe limitarse a la sacristía. En todos los demás campos de la vida: cultura, educación, economía, ciencia, política, la Iglesia no tiene nada que hacer. Supondría en la Iglesia un deseo injustificado de dominio el proclamar la verdad de que Cristo es el Señor del mundo.

Esta forma de ver las cosas podría inducir a pensar que sería mejor, más cómodo, y quizá más justo, el ser un cristiano oculto, a título meramente privado, no preocupándose más que de la propia salvación de su alma y abandonar a los demás a Dios y, por desgracia, también a las influencias no cristianas.

Esta forma de pensar es fundamentalmente no cristiana. Es, contraria a la fe, en Cristo, Señor y Rey del universo, a quien se le ha dado el poder en la tierra y en el cielo. El es el Redentor de todo el mundo. Solamente por El el mundo se ha reconciliado con Dios, y El solamente con su sangre ha firmado la paz que el mundo no puede dar. El que en El cree, también es un enviado en el mundo, igual que el Señor; que es enviado del Padre en el mundo. No se trata, como continuamente se repite, de una misión que tiende al dominio terrenal sobre el mundo y a tomar posiciones de poderío en todos los campos. Es una misión de salvación y conversión a Dios de todo el mundo. No podemos rechazar el vivir, como cristianos en nuestro propio ambiente, haciéndonos presentes con el amor y la verdad de Cristo, oponiéndonos a toda injusticia y manteniendo lo que es esencialmente bueno. Y de la misma forma que hay condiciones que nosotros no podemos cambiar, esta obligación se impone absolutamente al cristiano. Cristo mismo no cambió el estado de cosas existentes en su país. El dijo ante Pilatos que su Reino no era de este mundo. No es, por tanto, del estilo de los reinos de este mundo. Pero Cristo también dijo: "Id por todo el mundo", y "Seréis mis testigos hasta en los confines de la tierra" (Hechos, 1, 8).

Nuestra fe nos proporciona el criterio para dar el último juicio en todos los campos de la vida. Sólo hay una norma para el bien y para el mal, y no una norma especial para los asuntos de la Iglesia, otra para los asuntos económicos y una tercera para las cuestiones culturales. No hay una verdad doble.

Si nuestra fe no mira con decisión hacia el mundo, se tornará anémica y exangüe. Puede parecer a primera vista ventajoso el seguir dos caminos, pero esto cuesta la ausencia de paz. Y nuestros hermanos no cristianos no tienen nada que ganar con estos semicristianos que comparten todas las opiniones que les parecen oportunas. El cristiano, ciertamente, es un seguro para todos los bienes objetivos humanos, pero solamente en cuanto cristiano.

La misión de la Iglesia, de cara al mundo, no se realiza solamente con las actividades oficiales. El miembro vivo de la Iglesia, sometido a su autoridad, que ha recibido en el sacramento de la confirmación los dones de consejo y fortaleza, puede y debe testimoniar igualmente con su propia vida, su silencio, su oposición, con sus palabras y sobre todo con su amor.

Sabemos que nuestras palabras pueden ser presentadas una vez más como intolerantes, llenas de estrecheces dogmáticas, faltas de deseo de cooperar, o también como una manifestación de poder político confesional. Vosotros sabéis que estas acusaciones son injustas. No buscamos poder o triunfo terreno, sino el espacio vital para una fe cristiana sin alteraciones. Solamente así podremos ser útiles a los demás.

 

De la Carta colectiva de los Obispos alemanes del Este sobre "La renovación espiritual", traducida en "Ecclesia", número 1.148, de 13 de julio de 1963.