Volver
  • Índice

Los cuerpos intermedios (II). Orden jerárquico y función supletoria de los cuerpos intermedios

 

PARTE SEGUNDA

Orden jerárquico y función supletoria de cuerpos intermedios

 

I

LOS CUERPOS INTERMEDIOS AL SERVICIO DE LAS PERSONAS

La primera parte de esta obra fue principalmente descriptiva. Hemos confeccionado una especie de catálogo de cuerpos intermedios locales y profesionales.

Dejamos delimitados sus elementos constitutivos. Lo que entonces nos permitió establecer que, en la complejidad de las realidades sociales, no habría que menospreciar ni rechazar ninguno de esos elementos.

De nada serviría realmente desmontar un reloj y observar que tal muelle o tal engranaje son indispensables para el buen funcionamiento del mecanismo, si no se supiese la utilidad del reloj, ni por qué esas piezas están ensambladas de tal manera.

Por eso conviene determinar ahora la razón de ser de los cuerpos intermedios, conocer los principios que los rigen y desentrañar, podríamos decir, su filosofía.

Tenemos que descubrir las ideas que dirigen su expansión, sus relaciones mutuas y el buen orden del conjunto.

Esa será la finalidad de esta segunda parte.

Un orden social a la medida de los hombres

El rasgo dominante del orden social descrito en la parte primera es su complejidad: un verdadero matorral de cuerpos intermedios. El ciudadano del municipio pertenece simultáneamente a otros cuerpos locales: cantón, provincia, condado, región... también es padre de familia, es carpintero en una empresa y, por ello, depende de una profesión y de un oficio. Y finalmente, ya lo vimos, puede depender de otros cuerpos sociales: obras de apostolado, conferencias de San Vicente de Paúl, club de bolos, agrupación de antiguos alumnos, excombatientes, etc.

Para complicar aún más las cosas, la pertenencia a los cuerpos intermedios varía con el tiempo: quien a los ocho años de edad frecuentaba la escuela primaria, se puede encontrar a los veinte inscrito en una facultad de medicina y recibiendo lecciones de violín en el conservatorio. A los cuarenta ya no tiene tiempo de estudiar música y ya están lejos las clases de la Facultad. En cambio, ya médico, es propietario de una clínica, alcalde de su pueblo, consejero general y presidente de dos o tres sociedades y clubs.

Pero, ¿tiene que ir a vivir a otro país, Nuevo cambio. Los grupos a los que desde ahora tiene que pertenecer ya no están organizados de la misma forma, pues las costumbres son diferentes, los usos y el clima intervienen, como igualmente la geografía.

Brevemente: los cuerpos sociales varían según las circunstancias de la vida, de los tiempos, de los lugares y de las funciones sucesivas o simultáneas que haya que realizar.

Si su entrelazamiento es complicado, ¿no es su causa la complejidad de la misma vida?

Sería más conveniente agruparlos en algunos esquemas, reunirlos en haces menos dispersos, sistematizarlos, para ordenarlos mejor.

Pero este orden aparente, el que mejor satisfaría al espíritu, ¿sería un verdadero orden?

Todos conocemos esas familias o esas escuelas en las que se tiene el prurito de aplicar los mismos procedimientos pedagógicos a todos los niños.

El fracaso es normalmente la sanción de tal criterio sistemático. Cada niño tiene su personalidad, su carácter. No se puede tratar lo mismo a Pedro que a Juan. Uno de ellos es terco, el otro indolente. Uno tiene necesidad de una autoridad firme, el otro debe ser animado, estimulado, etc. Hay que educarlos, pero el procedimiento debe ser distinto para cada caso.

Lo mismo sucede con los cuerpos intermedios. Todos deben cooperar en el bien de las personas, pero tiene que haber tantos cuerpos como necesidades por satisfacer, como etapas en la vida, como regiones distintas.

Pero se podría correr el riesgo de desconocer una parte de la realidad, si se quisiera simplificar demasiado. Ya lo hemos observado en los que conceden la primacía a un solo aspecto de los cuerpos sociales: al económico, al político o al étnico.

El verdadero servicio a la naturaleza humana no consistiría únicamente en el culto teórico a una humanidad abstracta[1], sino en la posibilidad, para los hombres, de formar y desarrollar su propia personalidad: de conseguir, en su medio de vida, su fin natural y sobrenatural[2]; en una palabra: hacer "fructificar sus talentos" personales.

¿Cómo cumplen esta misión educadora los cuerpos intermedios?

Es precisamente lo que vamos a ver.

Elementos educativos de los cuerpos intermedios

Los cuerpos intermedios educan al ser humano de muchas formas:

— desarrollando el sentido de iniciativa y el ejercicio de la libertad en las personas por medio del acceso a los cargos de su competencia;

— creando entre los diversos medios sociales habituts, tradiciones favorables al desarrollo de la personalidad de cada uno de sus miembros;

— protegiendo moralmente á los individuos al insertarlos en grupos humanos para que se puedan conocer mutuamente:

— asegurando la defensa de los particulares contra las fuerzas opresivas del Estado o de los grupos políticos y económicos poderosos;

— preparando las condiciones temporales normalmente más favorables para su ascensión hacia Dios.

Sentido de las iniciativas y acceso a los cargos

Si la familia parece ser la cédula educadora privilegiada, ¿no es porque, como en ninguna parte, en ella están las funciones y las actividades más diversificadas, los grados jerárquicos más armoniosamente repartidos?

Secreto del verdadero progreso social que encontramos por doquiera.

Vale un ejemplo tomado del medio menos natural que pueda existir: el cuartel. Los reclutas arrancados de su aldea, de su provincia, de su oficio, de sus tradiciones, están lejos de encontrar en él un marco moral y religioso normalmente satisfactorio, perdidos como están en una masa impersonalizada.

¡El humilde ascenso de un "segunda clase" a la función de "despensero"[3], no deja de producir su efecto en la mentalidad del soldado!

Indiferente la víspera, cuando no era más que un "guripa" impersonal, hete aquí que toma iniciativas y que está feliz: saludable efecto de un modesto aumento de la responsabilidad.

La historia se repite en todos los medios.

¿Qué se hace para estimular nuevas energías en un movimiento, en una organización, en una fábrica o en una escuela? Se confían cargos, por mínimos que sean, a los que se quiere que asciendan.

Método universal, que se aplica igualmente a los delincuentes. Ante una "responsabilidad" que se les "confía", lo mejor de ellos se revela: esclavos hasta entonces de sus vicios, de las malas compañías, de un medio depravado, encuentran desde ese momento la ocasión de actuar libremente. Toman en sus manos un asunto que son capaces de realizar y que tienen la conciencia de que depende de ellos.

Meramente en un plan natural, alcanzan un orden de valores que sobrepasa extraordinariamente los intereses mezquinos para, los que vivían.

Solamente en instituciones a su escala es donde efectivamente el hombre puede hacer valer sus cualidades y, de paso, adquirir una personalidad más definida. El R. P. Riquet lo recordaba con respecto al municipio[4].

Papel educador de una actuación que perfecciona la propia capacidad y la obliga a progresar sin tregua, prototipo de la ejercida en el seno de los cuerpos intermedios.

¿No es en su país o en su provincia donde un bretón puede encontrar el medio natural en que buscar normalmente el ejercicio de su iniciativa para elevarse socialmente?

El medio natural en el que un carpintero ejerce sus talentos es su profesión, su empresa o su oficio. Nada más normal, ley misma de la vida. De esta forma se asienta una jerarquía social con mil peldaños. En ella cada cual tiene más ocasiones de prosperar que en una masa amorfa, igualitaria, en la que el espíritu de sistema, el espíritu de partido, la picardía y el dinero ocupan, muchas veces, el sitio de las verdaderas capacidades.

Del arsenal de hombres, de la, jerarquía social surgida de la "base" nacen las élites dirigentes. Se produce como una decantación progresiva a medida que se sube dentro de la jerarquía de las comunidades sociales. Cada una enriquece a su vez la competencia de las élites. La práctica en los asuntos municipales o cantonales es una preparación para los nacionales. La responsabilidad en una empresa, la calificación en un oficio, contribuyen a suscitar élites económicas.

Producir élites es la función permanente de los cuerpos intermedios.

Jean Ousset, en su obra La Famille, señala la magnífica labor de educación y de auténtico ennoblecimiento realizado en el "santuario familiar". Pero no deja de haber comunidades que puedan, aunque en menor grado, ser el objeto de reflexiones análogas: "doquiera se conserven las sanas tradiciones", podemos decir con Pío XII. Porque si hay una palabra que no se pueda emplear sino refiriéndola a los cuerpos sociales, es la de tradición.

"Ahora bien, los representantes de estas tradiciones, prosigue el soberano Pontífice[5], son, ante todo, las clases dirigentes, es decir, los grupos de hombres y mujeres, o las asociaciones, que dan, como se dice, tono a la aldea y a la ciudad, a la región y al país entero. De ahí que, en todos los países civilizados, existan instituciones eminentemente aristocráticas en el más elevado sentido de la palabra, como lo son ciertas academias de renombre tan vasto como merecido…".

Usos y tradiciones

Los cuerpos intermedios no limitan su influencia a suscitar las élites, mientras la masa permanece inculta. Esto sería como achacar a la educación familiar el producir solamente estirpes de médicos, de educadores, de oficiales o de magistrados. De la misma manera que dentro de una familia, los más humildes, los menos dotados, los "quedados a la cola" pueden adquirir una sana educación, un buen sentido de juicio, sólidas virtudes naturales y sobrenaturales; de la misma manera, en tos cuerpos intermedios auténticos ejerce sobre todo su influencia bienhechora el medio ambiente. Ya lo hemos manifestado con respecto a la civilización rural, cuyo principio es eminentemente educativo, cualesquiera que sean sus imperfecciones accidentales.

Pero no se pretende que en la aldea el muchacho no ha de ver más que buenos ejemplos, que el aprendiz no hallará más que virtudes en su gremio, y que las provincias de Alsacia o de Aragón no tengan más que buenas cualidades, porque tienen sólidas tradiciones.

Las mejores instituciones serían incapaces de cambiar radicalmente el corazón de todos los hombres. Tendremos ocasión de recordarlo. Pueden, no obstante, hacer patente una visión de la vida, una espiritualidad, un ambiente, unos usos, unos gustos o habitus sociales, como dirían los escolásticos. En los diversos escalones del orden social, el hombre aprende a vivir, se "civiliza" dentro del sinfín de comunidades sociales. Lo que hay que saber no se estudia necesariamente todo en los libros. La observación, la imitación realizan una gran labor. Igualmente, las costumbres moralizadoras de las que se impregna inconscientemente[6] la lengua de la provincia con la cultura que ella transmite.

Protección moral de las personas

"Hágase esto, no se haga aquello". Justo es ironizar sobre estas fórmulas cuando se las presenta como reglas de moral, Pero si el marco social, por el solo hecho de existir, ayuda a la práctica del bien, no hay que despreciar sus beneficios.

Cierto individuo no cometerá una falta porque es conocido, porque "ello se sabrá", porque la gente hablará, porque sería deshonrado en su ambiente profesional, en la sociedad de música, en el juego de bolos. Pero, ¿está perdido en la gran ciudad? El anonimato es una buena excusa para todas las torpezas: "Aquí nadie me conoce". El hábito malo arraigará con tanta más facilidad cuanto menos obstáculo encuentre en el medio ambiente. Lo hemos observado a propósito de la civilización rural y de la urbanización[7].

Caso doloroso de tantos desarraigados, verdaderas piltrafas humanas, proletarios en el pleno sentido de la palabra, que no tienen "nada que perder": presas escogidas de la "revolución permanente" y del universo concentracionario. Encuadrad a esos desgraciados en In vida, y lo más fácil es que se transformen en nuevos hombres[8].

Defensa contra las fuerzas opresivas

"La paz —enseña Pío XII— no puede establecerse obligando al débil a someterse al fuerte, No; es solamente la realización de la verdadera libertad la que puede originar la verdadera paz"[9].

Hacen obra de paz social los cuerpos intermedios defendiendo a la persona contra las diversas formas de tiranía: la de los individuos y la del Estado, de las colectividades mayores o del gregarismo masificante.

Lo mismo si se trata de defender a los intereses de la profesión o de la región, del municipio o de la provincia, siempre los cuerpos intermedios forman el bastión de las libertades personales contra la fantasía dominadora de un hombre, de un clan, de una potencia financiera o de un Estado socializante.

El hombre aislado es cada vez menos capaz de defenderse contra la invasión de los totalitarismos. Es un punto más que será abordado en la cuarta y quinta partes de este libro.

No considerando más que el "incremento de las relaciones sociales", de las que habla Juan XXIII en su Mater et Magistra[10], los cuerpos intermedios son la condición indispensable para que este fenómeno social no avasalle a la persona humana. Para sacar, por el contrario, "las ventajas que contiene" es "necesario, según el Papa, que los cuerpos intermedios y las diversas iniciativas sociales... gocen de una autonomía eficaz ante los poderes públicos", "....sus miembros serán considerados y tratados como personas, estimulados a participar activamente en su vida".

Las condiciones más seguras, ordinariamente, en la ascensión hacia Dios

A los motivos de orden natural se pueden añadir razones de orden sobrenatural.

Naturaleza y sobrenaturaleza están tan íntimamente ligadas, que sería raro que una influencia educadora natural no fuera, aunque indirectamente, educadora en lo sobrenatural. La Iglesia fomenta los cuerpos intermedios para que el hombre se salve en ellos más fácilmente que dentro del gregarismo social.

"A entrar en las diversas comunidades (imperfectas, perfectas, naturales y sobrenaturales) son llamados, por así decirlo, todos los hombres —escribe el abate Lefèvre[11]—, para conseguir, de acuerdo con la naturaleza y con la sobrenaturaleza, al Bien único necesario, al Bien común último, a Dios creador y Padre de los seres hechos a su imagen. La persona humana jamás servirá ni amará a Dios fuera de las comunidades de las que es parte funcional, y en cuyo seno tiene, por ende, una misión que cumplir para servir y amar a Dios".

La divina Sabiduría no ha creado un orden de cosas que de nada serviría a la salud de los hombres. En ello habría una incongruencia, que no sería compatible con la perfección de Dios.

Si Dios es verdaderamente Dios, si ha querido verdaderamente que: todo esté ordenado a Su gloria, si el hombre ha sido verdaderamente hecho para esta gloria, y si verdaderamente "todas las demás cosas que están sobre la haz de la tierra han sido creadas para ayudarle a conseguir ese fin...", es natural que el hecho de que el hombre sea un animal social y político[12], indique igualmente el itinerario más seguro, o por lo menos el más normal, de su ascensión a Dios: itinerario educativo por excelencia, si no el único.

Pero, dado que los hombres son diversos y diversos son los caminos que han de seguir para elevarse hasta Dios, se puede afirmar que la solución de un orden social centralizado, uniforme, no puede corresponder a las intenciones de la Sabiduría divina.

La sociedad fundada por Cristo nos da el ejemplo de un orden jerarquizado. No está sólo el Papa y la masa de los fieles; sino que están las diócesis, las provincias, las órdenes, las congregaciones innumerables, un sinnúmero de obras de santificación, de asistencia, de caridad social. Admirable unidad en la diversidad, que en vano los enemigos de la Iglesia trataron de destruir en el curso de los siglos[13].

Los cuerpos intermedios, elementos esenciales de la doctrina social cristiana

Los motivos naturales y sobrenaturales que acabamos de recordar bastarían para demostrar que la preferencia de la Iglesia por los cuerpos intermedios no es una afición pasajera, de la que debería "purificarse" para estar más "ajustada" al "mundo moderno".

"Aunque la misión de la Santa Iglesia —enseña Juan XXIII[14]— sea ante todo la santificación de las almas y hacerlas participar del bien en el orden sobrenatural, se desvela, no obstante, por las exigencias de la vida cotidiana de los hombres, no sólo por lo que respecta a su subsistencia y sus condiciones de vida, sino también por la prosperidad y la civilización en sus múltiples aspectos y épocas diferentes".

Lo sobrenatural está vinculado, injertado, en la naturaleza. Dios no ha creado de un lado la naturaleza y del otro la sobrenaturaleza, aisladas por medio de un compartimiento estanco. Un orden social favorable a la salvación no puede dejar de proporcionar la paz social. Por el contrario, un orden social uniformado, mecanizado, hace difícil la salvación, e igualmente precaria la dicha humana[15].

"Quien quiera llevar socorro a las necesidades de los individuos y de los pueblos —escribe Pío XII[16]— no puede conseguir la salvación en un sistema impersonal de hombres y de cosas, aunque esté altamente desarrollado. Todo plan o programa debe inspirarse en el principio de que el hombre, como súbdito, guardián y promotor de los valores humanos, está por encima de las cosas y por encima de las aplicaciones del progreso técnico, y que ante todo hay que preservar de una "despersonalización" malsana las formas fundamentales del orden social..., y utilizarlas para crear y desarrollar las relaciones humanas...

"La sociedad humana no es una máquina, y no hay que tomarla como tal ni siquiera en el campo económico".

De esta forma, la doctrina social de la Iglesia concede un lugar preponderante a los cuerpos intermedios.

A Juan XXIII, en la encíclica Mater et Magistra, le gusta recordar, siguiendo a Pío XI, la necesidad de una "renovación de la vida en común mediante la reconstrucción de los cuerpos intermedios autónomos con finalidad económica y profesional, no impuestos por el Estado, sino creados espontáneamente por sus propios miembros".

A esto se puede objetar que los soberanos pontífices no tienen ante la vista más que el solo orden económico y no el orden social completo. Sus enseñanzas servirían para la organización profesional, pero no para los cuerpos intermedios locales.

Sería fácil la respuesta:

La economía es parte integrante del orden social, es uno de sus elementos. La organización regional es de gran importancia para la misma economía. Esta no encontraría condiciones de actividad similares en un Estado centralizado como en un Estado que respete las autonomías locales. Por ello Juan XXIII no duda en emplear esta fortísima expresión de "renovación de la vida en común". Y ¡la "vida en común" no es sólo la vida económica![17].

Dicho de otra manera, lo que es valedero para el género "vida económica", lo es igualmente para la especie "vida social". "Más aún, el tipo de organización de la economía en cuerpos intermedios es el modelo que hay que reproducir en el orden social completo.

Subrayemos hasta qué punto la Iglesia concede importancia a h. doctrina de los cuerpos intermedios.

¡Dios sabe si la forma de gobierno es importante para el bien de un país y, como consecuencia indirecta, para la salvación de las almas! "Los hombres —decía Pío X— son los que sus gobiernos quieren que sean". Y ya se conoce el dicho de San Alfonso María de Ligorio, doctor de la Iglesia: "Si consigo ganar a un rey, habré hecho por la causa de Dios más que si hubiese predicado centenares y millares de misiones".

Parecerá, pues, que la cuestión de régimen, de la forma de gobierno, sea de una importancia capital por causa de su influjo sobre la vida de los ciudadanos.

Ahora bien; sobre este punto los soberanos pontífices abandonan a la sensatez de los hombres la libre elección de la forma de sus gobiernos en conformidad con los tiempos y los lugares.

A cambio de esto "no cejan de recomendar constantemente", según frase de Pío XII, sin considerarla nunca como facultativa, la concepción del orden social en cuerpos intermedios.

La razón es fácil de comprender. Por un lado, el mejor de los gobiernos no puede hacer nada durable sin restaurar y proteger a los cuerpos intermedios. Por otro, a un buen gobierno le puede suceder uno mediocre o malo. Una forma buena de gobierno puede estar en manos de hombres sin valor. Pero si los cuerpos intermedios quedan a salvo, el orden social no podrá ser conmovido en sus fundamentos. Y se podrán conseguir las propias condiciones de un resurgimiento nacional, dado que las élites, suscitadas por los cuerpos intermedios, están presentes en toda la escala social.

Conclusión

Hay que dar a los hombres libertades locales, profesionales, religiosas, culturales, etc., reconociéndoles derechos o, lo que viene a ser lo mismo, poderes que correspondan a sus competencias reales, poderes auténticamente ordenados a la realización de su destino temporal y eterno.

En consecuencia, a cada uno su oficio. A cada uno su misión, su función, las justas libertades de sus auténticas autoridades y competencias.

Libertad y, por ende, autoridad, poderes, derechos reconocidos a los municipios, a las regiones, a las provincias, en todo aquello que es realmente de su incumbencia y competencia.

Libertad y, por ende, autoridad, poderes, derechos reconocidos a los trabajadores para organizarse en el marco de su oficio, de sus profesiones, de sus empresas.

Libertad y, por ende, autoridad, poderes, derechos reconocidos a las múltiples sociedades culturales, artísticas, deportivas, de mutualidades, etc., en el marco de sus finalidades, que ellas mismas se han fijado.

Libertad y, por ende, autoridad, poderes, derechos, a cada uno de los cuerpos intermedios dentro de los límites de su competencia. Esta es precisamente la condición del orden social.

Los cuerpos intermedios no son el fruto de una costumbre, una fórmula valedera para un determinado tiempo. No son tampoco un sistema, una teoría sociológica.

Los cuerpos intermedios son los grupos sociales que corresponden a las diversas libertades, autoridades, competencias, y les permiten actuar para estar conformes con el orden natural querido por Dios. El orden social debe, por tanto, respetar y favorecer los cuerpos intermedios, sus libertades y sus derechos correspondientes.

 

II

PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD

La variedad de cuerpos intermedios no es anarquía. Como los grupos sociales no poseen todos la misma importancia ni el mismo valor, es indispensable el ordenarlos. Y para ello, determinar el criterio que permitirá apreciar la importancia y el valor respectivo de cada grupo y su lugar en el orden social.

Ejemplos concretos de subsidiariedad

Los cuerpos intermedios no existen más que para completar la vida familiar. El padre debe trabajar, y se incorpora a una empresa y a unos grupos profesionales.

La familia aislada sería, en general, incapaz de proveer a toda» sus necesidades: materiales, culturales, espirituales. Debe incorporarse a múltiples cuerpos locales o educativos.

A su vez, cada comunidad natural, en la que se integran directamente las familias, debe contar con la ayuda de otros cuerpos importantes en extensión y en valor.

El municipio tiene necesidad del cantón, el cantón del condado o del distrito, el distrito del departamento, de la provincia, de la región. Se afirma que estos últimos son subsidiarios o supletorios del municipio.

Subsidium, escribe el R. P. Calvez[18], significa precisamente "ayuda", de donde el término de "subsidiariedad"...

Supletorio tiene un sentido análogo. Es lo que completa, suministra lo que falta o permite colmar una carencia. Un suplente hace más aún que "completar" una función. La ejerce, reemplaza al titular..., pero solamente mientras éste no pueda cumplir la labor para la que está normalmente designado. Cuando el titular es "capaz de desempeñar sus atribuciones por su sola iniciativa y sus propios medios", como dice Pío XI[19], ¡sería cometer una injusticia confiarlas a un suplente!

No es conveniente, por lo tanto, que el departamento o el Estado retengan un servicio municipal que funcione bien.

Pero si se tratara de un suministro de agua muy costoso, el cantón, el departamento, ayudarán al pequeño municipio, que no podría, solo, subvenir a estos gastos.

En último término, si los trabajos proyectados pudieran tener una repercusión nacional, en los poblados turísticos, en las ciudades, museo, etc., el Estado ayudará a su vez al municipio... Pero en último término.

Intervendrá, en el mismo extremo, en la vida profesional.

Un problema, que puede ser resuelto dentro de la empresa no ha de ser llevado ante una autoridad superior, oficio o profesión[20].

Un problema que la profesión o el oficio puedan resolver no ha de ser llevado a la jurisdicción del Estado.

Este tiene por misión zanjarlos en último recurso. A él le compete resolver los que no pueden serlo más que por él, y cuando ninguna otra autoridad tenga competencia para hacerlo.

Estos ejemplos ponen de relieve una verdad de sentido común: la razón de ser de un cuerpo intermedio más vasto o de "un rango más elevado", es la de ayudar a los cuerpos inferiores[21].

Son subsidiarios, tienen una función supletoria unos con respecto a otros.

Enunciados pontificios del principio de subsidiariedad

Pío XI, en su encíclica Quadragesimo anno, ha dado una síntesis notable del principio de subsidian edad" de los cuerpos intermedios. Juan XXIII ha vuelto a mencionar explícitamente el enunciado de este principio en Mater et Magistra[22].

"Fijo permanece, sin embargo, e innato en la filosofía social, el gravísimo principio que no puede ser movido ni cambiado: así como es nefasto el quitarles a los particulares lo que ellos por sus propias fuerzas e ingenio puedan realizar y entregárselo a la comunidad ; de la misma manera, lo que pueda ser realizado por las comunidades inferiores y menores, es una injuria, un grave mal y una perturbación del recto orden, el entregárselo a una sociedad mayor y más alta; ya que cualquier organización social, por su propia virtud y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero nunca destruirlos ni absorberlos".

Desarrollando este pensamiento a propósito de la misión del Estado[23], el mismo Papa añade: "Que los gobiernos se persuadan a fondo: cuanto más perfectamente sea realizado el orden jerárquico dejas diversas agrupaciones, según este principio de la función supletoria de toda colectividad, mayores serán la autoridad y poder sociales, más feliz y más próspero el estado de los negocios públicos".

Pío XII resume así la enseñanza de su predecesor: "Toda actividad social es por su propia naturaleza subsidiaria; debe servir de sostén a los miembros del cuerpo social y nunca destruirlos ni absorberlos. Palabras verdaderamente luminosas que son valederas para la vida social en todos sus grados, e igualmente para la vida de la Iglesia, sin perjuicio para su estructura jerárquica".

"Principio gravísimo de filosofía social" que no hay que "cambiar, ni mover" y cuyo olvido trastornaría de "una manera nefasta al orden social".

La Iglesia mantiene visiblemente esta posición. Y hay que notar que los papas, en este punto, no invocan motivos sobrenaturales, sino el orden de las cosas, la conformidad con el orden natural, los datos de la razón y de la historia.

Basta con decir que el "principio de subsidiariedad" es un elemento fundamental, esencial, de la vida social. La doctrina de la Iglesia no puede desconocerlo, ni modificarlo, ni disminuir su alcance.

De la experiencia y del enunciado de un principio de derecho natural por los soberanos pontífices, se pueden deducir estas reglas de la vida social:

— hay que dejar a los particulares y a los grupos de orden inferior las atribuciones que puedan desempeñar por su propia iniciativa;

— los grupos de orden superior tienen por sola finalidad ayudar a los particulares o a los grupos inferiores, suplirlos en lo que ellos no puedan realizar por sí mismos. No deben ni destruirlos ni ocupar su sitio;

— el único caso en el que un grupo de orden superior podrá reemplazar a otro de orden inferior será cuando a este último le faltare lo necesario para actuar eficazmente, a la manera en que el personal subsidiario suplente reemplaza a los titulares enfermos o a los individuos en vacaciones.

Conexión entre la "función supletoria" y el "orden jerárquico"

"Función supletoria" y "orden jerárquico" de los cuerpos intermedios están íntimamente vinculados. La noción de jerarquía, si se quiere despejar plenamente su sentido, no debe entenderse a la manera de un concepto matemático. Jerarquizar no es enristrar ajos. K1 orden jerárquico supone disposiciones armoniosas, conforme a la extrema complejidad de lo real. Dicho de otra manera: cada grupo tiene su sitio. Delante: lo que allí debe estar; a un lado, lo que ahí debe quedar; encima, lo que posee ese derecho; en un rango excepcional, lo que es de excepción, etc.

Problema de jerarquía, en primer lugar, problema del sitio que deben ocupar, en el orden social, uno u otro grupo humano. Pero problema que ya introduce el examen del mecanismo de esta "función supletoria", del que nos ocuparemos en seguida. La función supletoria es, si se quiere, el aspecto dinámico del principio general de subsidiariedad, mientras que el orden jerárquico es su aspecto estático. No bastaría determinar la jerarquía de los cuerpos intermedios si las agrupaciones "superiores" encontraran su razón de ser en el solo hecho de su superioridad. No quedaría más posibilidad que la de destruir y absorber los grupos "inferiores" para asegurarse la hegemonía. ¡Se estaría en el lado opuesto al principio de subsidiariedad!

En realidad, la determinación estática del lugar de cada cuerpo intermedio en el orden social es, al mismo tiempo, la determinación dinámica de la función de ayuda, de subsidium, que ejercerá en relación con los que están colocados por debajo de él. Porque ésta es su razón de ser.

 

III

ORDEN JERÁRQUICO DE LOS CUERPOS INTERMEDIOS

Si hay comunidades principales, fundamentales, también existen las secundarias, cosa que no quiere decir superfluas.

Orden jerárquico, el de estas agrupaciones; pero, como lo hemos dicho, según el principio de función supletoria. Bien lejos de oponerse a la familia, la escuela y las organizaciones juveniles, tienen por misión ayudarlas y complementarlas. Lo mismo, si nos referimos a la banda de música que a los bomberos; bien lejos de amenazar a la comunidad aldeana o urbana, ¿no es- evidente, que no tienen sentido si no es, en relación con ella, para alegrarla o evitar que arda?

Sociedades perfectas y sociedades imperfectas

El abate Lefèvre hablaba de "comunidades imperfectas y perfectas, naturales y sobrenaturales"[24]. ¿Qué hay que entender por ello? Un pasaje de Pío XI en la encíclica Divini Illius Magistri[25], nos responde. Ciertamente, "instituida inmediatamente por Dios para su propio fin, que es la procreación y la educación de sus hijos..., teniendo por esa razón una prioridad de naturaleza y, por consiguiente, una prioridad dé derechos con respecto a la sociedad civil..., ia familia es, sin embargo, una sociedad imperfecta, porque no tiene en sí misma todos los medios necesarios para alcanzar su propia perfección, mientras que la sociedad civil es una sociedad perfecta, ya que tiene en sí misma todos los medios necesarios para su propio fin, que es el bien común temporal. Tiene, pues, bajo este aspecto, es decir, con respecto al bien común, preeminencia sobre la familia, que halla en la sociedad civil la perfección temporal que le corresponde..."[26].

Otra sociedad perfecta: la Iglesia, "porque tiene en sí, escribe aún Pío XI, todos los medios requeridos para su fin, que es la salvación de los hombres".

Dos sociedades perfectas, pero con finalidades diferentes:

— la sociedad civil, gobernada por el Estado, comunidad perfecta, de orden natural;

— la Iglesia, comunidad perfecta, de orden sobrenatural.

Podría dar lugar a error, sin embargo, el creer que el término "sociedad perfecta" implica una superioridad de valor.

Puede que la Iglesia y el Estado no sean las únicas sociedades perfectas.

La familia es una "sociedad imperfecta", aunque tenga, según la frase de Pío XI, una "prioridad de orden natural", por ser la célula básica social.

Pero puede admitirse que grupos tan modestos como una asociación bolera, una banda de música de aldea o un club de jugadores de ajedrez sean sociedades perfectas.

¿Por qué? Porque estas comunidades reúnen en sí mismas "todos los medios requeridos por su fin". Sus miembros garantizan la vida de la asociación. Y esto les basta para cumplir su finalidad: música, ajedrez o bolos.

Comunidades fundamentales y comunidades secundarias

Otra clasificación posible y apreciadísima: la que consiste en considerar a las diversas comunidades según se las pueda clasificar en más o menos fundamentales. En la imposibilidad de dejar de obedecer la humanidad a las leyes generales, es normal que encontremos agrupaciones forzosas, que nacen espontáneamente del hecho de ser el hombre un animal sociable. Cuerpos directamente exigidos por el mismo orden de cosas, y que es imposible destruir sin conmover, a la vez, todo el orden humano entero.

Demos por supuesto que lo es la familia, la más fundamental de todas las sociedades. Cuerpo a la vez "natural" y "esencial", afirmaba Pío XI.

Demos sentado que lo son las comunidades de vecindad (ciudades, aldeas o barriadas). Pueden, sin duda, tomar mil formas jurídicas según los tiempos o los lugares; imposible que no nazcan espontáneamente de la vida en sociedad. Cuerpos que no son esenciales, a diferencia de la familia —puesto que, en último término, los hombres podrían nacer y vivir sin ellos—; pero cuerpos naturales de todas formas, porque corresponden al orden normal del desarrollo de nuestra naturaleza. "De la misma manera, en efecto —escribe Pío XI—[27], que quienes se reúnen por relaciones de vecindad acaban formando ciudades, de la misma manera la naturaleza inclina a los miembros de un mismo oficio o de una misma profesión... a crear agrupaciones corporativas"[28].

Demos por sentado, igualmente, que lo son los diversos grupos políticos, llámense naciones, pueblos o tribus.

Tantas comunidades que no pueden dejar de existir! La locura del legislador podrá encarnizarse contra ellas; es posible que no quede de ellas más que la caricatura; pero son demasiado fundamentales para desaparecer completamente.

***

Pero ya no es así cuando se pasa a otra categoría de cuerpos sociales.

Cuerpos secundarios, se podría decir, porque no tienen ese carácter de existencia indiscutible que hay que reconocer en los primeros.

Por acuerdo deliberado de sus miembros es por lo que quedan constituidos. Por ejemplo, una sociedad de pesca, una academia, un centro de formación cívica[29].

Dios, según frase de Blanc de Saint-Bonnet, por habernos "creado lo menos posible", quiere que estas sociedades secundarias aparezcan como la manifestación por excelencia de esa obra civilizadora que a Bossuet le gustaba tanto presentar como una participación del hombre en la mayor gloria de la obra divina: es como si Dios se complaciera en confiarnos el cuidado de realizar en esta forma como un coronamiento de Su creación.

A veces se han calificado estas comunidades de "artificiales", por oposición a las comunidades fundamentales "naturales", de las que acabamos de hablar.

Si se toma el término en su sentido riguroso, no hay en él nada peyorativo, y no se puede deducir que estas agrupaciones sean inútiles, accesorias o superfluas.

El "artificio", ¿no es la prolongación de la naturaleza? ¿Una continuación de la creación, gracias a la inteligencia y al trabajo humanos? La obra de arte, ¿no es un "artificio"?

Nada impediría, pues, calificar a estas comunidades secundarias de "artificiales", ya que se admite que son una manifestación muy "natural" de la completa salud del cuerpo social. Aunque menos imperiosamente exigidas por el orden de las cosas, se insertan estrictamente en el desarrollo normal del orden humano. El grado de una civilización se mide por la proliferación., armoniosa y por la vida interna de estos cuerpos "secundarios". ¡Pero, cuán preciosos para el hombre!

Nos ha parecido, sin embargo, que es mejor no hablar en este lugar de comunidades "artificiales". Esta palabra, como hemos observado, tiene un sentido más bien peyorativo. Preferimos reservarla para otra categoría, que llamaremos asimismo cuerpos intermedios en discusión.

En resumen, las comunidades sociales pueden ser clasificadas en:

— comunidades perfectas e imperfectas;

— comunidades naturales y sobrenaturales;

— comunidades fundamentales y secundarias.

Veamos cómo, en la práctica, actúa la complementariedad de estos cuerpos subsidiarios.

 

IV

FUNCIÓN SUPLETORIA DE LOS CUERPOS INTERMEDIOS

Descrito el orden jerárquico bajo sus diferentes, ángulos —aspecto estático— conviene estudiar ahora el mecanismo de la "función supletoria" de los cuerpos sociales entre sí —aspecto dinámico—.

¿Es la Iglesia un cuerpo intermedio?

Se nos viene a la memoria un manifiesto político en el que la Iglesia estaba catalogada entre las actividades "folklóricas y religiosas".

¡Cuántas veces no se la ha reducido a un elemento de la "cultura", simple epifonema de una economía considerada como realidad fundamental de las sociedades modernas![30].

Por ello es importante saber si la Iglesia es un cuerpo intermedio, grupo ordinario, comparable a todos los demás, o si es conveniente reservarle un lugar aparte.

No es cuestión aquí de preguntarse si la Iglesia tiene derecho a un mayor respeto que la "federación de jugadores de pimpón"; si, como tal, y aun colmada de honores, puede ser legítimamente clasificada en el grupo de cuerpos intermedios. O si, por el contrario, hay que tratarla como comunidad excepcional, cuyo lugar en la sociedad es único.

La Iglesia, ya lo hemos dicho, es una sociedad perfecta.

Este título no le basta para darle un rango aparte. Otras sociedades tienen en sí mismas "todos los medios requeridos para su fin".

Pero ninguno tiene, como la Iglesia, un fin universal. Ni aun el Estado, que no tiene por qué inmiscuirse en la vida de los individuos o de las familias.

Al contrario, la Iglesia debe actuar, a la vez, en la cumbre, en la base y en todos los grados del orden social.

Ello depende de su carácter de sociedad sobrenatural, divinamente instituida.

Esta exigencia merece ser subrayada. No dudemos ver en esto la manifestación concreta y verdaderamente política de esta verdad especulativa: la de que la moral es la ciencia universal de los actos humanos considerados como tales, y que, por ello, ninguno de nuestros actos, privados o colectivos, deja de depender poco o mucho de su competencia.

La moral informa a todo lo humano[31].

La trasposición política de esta verdad exige reservar a la religión, a la Iglesia, un lugar y una función tan importante, que ella pueda realmente informar, impregnar todas nuestras actividades, la vida social entera.

Condiciones de una suficiente moralidad general

Se comprende por qué hemos abordado este problema de la misión de la Iglesia con respecto a las otras comunidades. Es porque resulta indispensable determinar, antes de hablar de la función supletoria de los cuerpos sociales, las que podrán llamarse condiciones de una suficiente moralidad general.

Los cuerpos intermedios serán tanto más educadores, por sí mismos y dentro de su función supletoria, cuanto más impregnados estén de un mejor espíritu, de abajo a arriba de la sociedad[32].

Lo que hemos dicho sobre la misión de la Iglesia en el orden social no es una conclusión teórica. Está confirmada por la experiencia.

Admítase o no, la vida social está siempre informada por un "espíritu", espíritu de verdad o de error, que determina la moralidad general. Que este espíritu no sea necesariamente el de una religión positiva y visible, que este espíritu no sea siempre el espíritu de la verdad y bondad presente en la Iglesia católica, es evidente. Queda sentado que siempre hay un espíritu que reina sobre y en el Estado, sobre y en el cuerpo social, porque es una exigencia fundamental del orden de las cosas[33].

La Iglesia no es, pues, una "comunidad intermedia", porque es necesario que informe a toda la sociedad, que la cubra como un forro de arriba abajo, presente por doquiera, en la cima del Estado, como en el humilde grado de los municipios o de las parroquias; presente finalmente en la familia por el sacramento del matrimonio.

Misiones reciprocas de los cuerpos intermedios y la Iglesia

Si el orden que acabamos de citar es verdaderamente respetado, distribuido por instituciones convenientes, la actuación de las diversas comunidades sociales, que nacen de las relaciones de los hombres, será necesariamente educativa.

Va a producirse una complementariedad recíproca. La Iglesia, animará de un buen espíritu los cuerpos intermedios. A su vez, la función subsidiaria de estos últimos creará las condiciones sociales más favorables para la moralidad pública y para la religión[34].

Ciertas naciones han salvaguardado sus libertades locales y profesionales, aunque sus gobiernos no estén animados por el espíritu de verdad.

Ahora bien, la Iglesia —y con ello todos los elementos civilizadores del país— encuentran en el benefició de este marco natural las condiciones favorables a su progreso.

De ahí, una elevación de la moralidad general cuya consecuencia es la de reforzar el poder educador de los cuerpos intermedios. Hay en ello una reciprocidad de influencias[35]. Inversamente, otras naciones han permanecido cristianas. Y aun, a veces, justas y pacíficas relaciones unen en la cumbre a la Iglesia y al Estado. Mas los cuerpos intermedios languidecen, las libertades locales se adormecen, las libertades profesionales son aplastadas por los servicios administrativos.

Es de temer que una crisis de poder provoque una catástrofe social, no pudiendo los cuerpos intermedios mantener su misión de directivos naturales. Sería el hundimiento en la anarquía o en el totalitarismo. Tales choques no dejan de producir peligrosas repercusiones en las costumbres y en el espíritu de los ciudadanos.

Mientras el Estado se fundamente sobre los principios del orden natural y cristiano, las cosas no van demasiado mal. Pero que caiga en otras manos... y en otro espíritu: el riesgo de una decadencia moral será gravísimo. Entre las familias y el Estado ya no habrá más medios naturalmente educadores sobre los que la Iglesia pueda apoyarse como sobre palancas.

Los cuerpos intermedios son, pues, medios poderosos de educación e indirectamente de apostolado social.

Inversamente, los cuerpos intermedios, para ser plenamente educadores, y acaso para sobrevivir[36], necesitan de la Iglesia, de su espíritu, de la vida espiritual que ella sola puede darles.

Sanciones del desorden

Se estima el bien, cuando se pierde.

Una buena forma de comprender los beneficiosos efectos de la misión supletoria de los cuerpos intermedios es la de examinar, por oposición, esos grupos humanos de los que se dice que corrompen a sus miembros.

Dos casos hay que distinguir:

— ¿se trata de grupos corruptores por esencia, por naturaleza?

— ¿o de grupos corruptores por accidente, sin que la corrupción dependa de ellos propiamente?

Primer caso. Sea, por ejemplo, un fumadero de opio. Es evidente que su influencia nefasta depende de por sí de lo que es esencialmente.

Segundo caso. Sea, en cambio, una sociedad de gimnasia que parece que corrompe a sus miembros. No se puede afirmar esta vez que el mal únicamente depende del hecho de ser una sociedad de gimnasia, ya que el deporte es una actividad laudable en sí misma.

Puesto que el mal no procede de que sea una sociedad de gimnasia, hay que buscarlo en otra parte, verosímilmente en sus miembros: directivos o adherentes. Mal accidental, cuya consecuencia es la de no poner en tela de juicio la sociedad de gimnasia como tal, sino la moralidad general. La solución de este problema debe ser buscado más lejos: en la familia, en la escuela, en el clima moral de la ciudad o del barrio, en la prensa, en los espectáculos, etc.

La corrupción existente en esta sociedad de gimnasia complica un sinnúmero de grupos humanos con los que se encuentra ligada dentro de un orden geográfico determinado.

Sin género de duda, las cosas en este punto son de una extrema complejidad. Queda sentado que, ciñéndose sólo a lo esencial y no a la excepción que constituyen los casos de contaminación individual[37], siempre será por un desconocimiento de la jerarquía de los diversos cuerpos intermedios y de su función supletoria, por lo que pueden y deben explicarse las graves conmociones de la sociedad.

Ante todo, pecado del "príncipe", del Estado, cuando profesa el laicismo de Estado o un "neutralismo" evanescente.

Laicismo, liberalismo, se imponen por lo mismo en las corrientes de ideas oficiales, principalmente en las escuelas, en las universidades. Paso a paso el contagio avanza[38], ejerciendo más rápidamente sus estragos en aquellos grupos cuya- actividad específica está más alejada de lo que podría remediar su indigencia de elementos, moralizadores: grupos con actividades físicas demasiado absorbentes o demasiado directamente ordenadas a la posesión sola de los bienes materiales[39].

Pero también pecado de las élites que dejan vegetar a las comunidades, la misión de las cuales debería ser principalmente moralizadora. Cuando sé acaba de acusar a ciertos grupos sociales de ser "corruptores", ¿se medita en lo que este título tiene de chocante aplicado a comunidades tan "naturales", tan indispensables a la vida en sociedad de los hombres?

En las perspectivas del orden divino, estos grupos son perfectamente legítimos. Decimos bien: en las perspectivas del orden divino, es decir, cada uno en su puesto.

Si estos grupos no parecen dotados por sí mismos de un poder moralizador suficiente, es que en el orden divino esta labor moralizadora, doctrinal, espiritual, debe ser ejecutada por otros cuerpos sociales: de ahí esa ley de "jerarquía" y de "función supletoria", tan magistralmente recordada por Pío XI.

Los pretendidos cuerpos corruptores hacen normalmente lo que deben hacer, en su sitio, dentro de su orden.

Si son corruptores, la falta no procede de ellos, sino de la ausencia o de la indigencia de quien les debería dar lo que les falta. El mal está en que, por la perversidad del Estado, como por la carencía de élites, los grupos, los organismos, que deberían asegurar esta impregnación moral y espiritual de la sociedad, se hallan, en realidad, dejados de lado, ya sean oficialmente respetados, neutralizados, ridiculizados o combatidos.

Es, pues, normal, en estas condiciones, que nuestros talleres, nuestras oficinas, nuestras fábricas y más particularmente nuestros lugares de trabajo y de recreo sean corruptores.

La caridad individual podrá hacer maravillas. Estas medidas no son más que parches en la ausencia del verdadero remedio[40], cuando hay separación de la Iglesia y el Estado, de la Iglesia y los cuerpos sociales; cuando se peca contra la jerarquía de éstos y se perturba el mecanismo de sus funciones supletorias.

Pocas materias hay en donde sea más fácil comprender cómo el orden social forma un todo. A los que crean que en la actualidad se pueden modificar las leyes a su capricho, a los que dejan entender que la unión de la Iglesia y el Estado es una opinión "atrasada", que el catolicismo ha "cambiado de frente", abandonando la consecución de sus objetivos sociales; las reflexiones que preceden les pueden mostrar cuán razonable es, al contrario, la subsidiariedad, impresa en la esencia misma del orden humano.

Esta verdad, ¿no es de aquellas que se reconocen por doquiera sin dificultad? ¿Quien se asombrará, en mecánica, del mal funcionamiento de una máquina, si se advierte que se la ha maltratado o que se ha suprimido una de sus piezas principales?

Si la Iglesia, la religión, tuviesen su recto puesto en la sociedad —en todos sus niveles— por medio de las funciones supletorias, su acción bienhechora no dejaría de hacerse sentir poco a poco, por un fenómeno de impregnación.

Si actualmente tantas células sociales se consideran corruptoras, eso no depende de ellas mismas, sino de un fenómeno inverso al precedente.

Esto depende de que en el barrio, en la aldea, en la ciudad, etc., la religión, la Iglesia, no tienen el sitio que deberían tener. De aquí que todo se encuentre trastornado.

Pero aún más corruptora es la ausencia de cuerpos intermedios en un país.

Masificados, entregados al totalitarismo o al individualismo anárquico, sometidos al adoctrinamiento de un poder o a las presiones de los medios de propaganda comerciales y otros, ¿qué apoyo moral encontrarán los hombres?

Peligrosa, pero limitada, cuando las comunidades sociales están vivas, la corrupción amenaza alcanzar terribles proporciones cuando esas comunidades ya no existen, o existen en número excesivamente pequeño.

Todo recaerá, entonces, sobre la familia, hasta el momento en que también sea tocada, a su vez, por el mal ambiente. Es el fin de una sociedad. Sangrientas o doradas ¿no se ven ya en el mundo contemporáneo tales decadencias?

¿No tienen por causa, un doble vicio: la ausencia de un espíritu cristiano en la sociedad y la atrofia de los cuerpos intermedios? Estos podrían hacer posible aun un resurgimiento moral, si tuviesen bastante existencia y vitalidad.

Complejidad de la realidad social

El ejemplo de la sociedad de gimnasia parece ridículo cuando se medita en la complejidad de la realidad social. Sin embargo, las ramas de un arbusto, aun entrelazadas, no dejan de tener cada una su existencia.

Es una de estas ramas la que acabamos de seguir entre los entrelazamientos de los cuerpos sociales. Bastaría, para constituir el arbusto, multiplicar el número de las ramificaciones diferentes.

Se puede hacer esto repasando el itinerario que la mayoría de los hombres siguen en su vida. Encontraremos de camino gran cantidad de comunidades que hemos anotado en la primera parte de esta obra: familia, escuela, barrio, aldea, ciudad, provincia cuyo dialecto se habla y cuyo acento se conserva.

Si el barrio, la aldea o la pequeña ciudad pueden ser "municipios", son también "parroquias". E igualmente, en lo que se refiere a la provincia o a la región: diócesis o archidiócesis se entrelazan en ellas estrechamente.

Para describirlo, todo esto es muy largo; pero, en realidad, muy tino y simplicísimo. Una legislación que separa sus propios elementos no hace más que destrozarlo todo. Sin duda, hay que diferenciar para no confundir. Queda, pues, sentado que para no ser utópicas o dañinas las instituciones, deben "desposarse", si así se puede decir, con lo real.

Ahora bien, lo real está en esa compenetración, en esa complementariedad de las diversas células sociales. La vida está en el mecanismo armonioso de la función supletoria de las mismas.

No está en los cálculos arbitrarios de una planificación cartesiana, de la que nunca se subrayará suficientemente la nocividad en política.

Lugar respectivo de los cuerpos intermedios en la realidad social

Captado el problema de los fines religiosos, es fácil comprender en qué especie de jerarquía deben ser clasificadas las diversas comunidades sociales y cuáles han de ser sus funciones supletorias.

Nacido en una familia, de ella recibe el niño como el fundamento de todo.

La escuela se encargará de desarrollar a continuación sus conocimientos. La participación de la vida parroquial (catecismo, obras, terceras órdenes) tendrá por finalidad acrecentar en el alma del niño, y más adelante del adolescente y del hombre, una vida religiosa, hasta entonces someramente despertada, tal vez tan sólo por su madre.

Pero la vida del espíritu y del alma no es todo, queda aún por ganar el pan de cada día; de ahí los talleres, los centros de formación profesional, antesala de las organizaciones de oficios, de profesiones, de empresas, adonde el hombre maduro está obligado a ingresar. Y, en fin, las cumbres de la vida social, cuyo máximo desarrollo se manifiesta y remata en la "civilización"[41], resultante armoniosa de la acción de las diversas comunidades de pensamiento, de arte, de investigaciones científicas o culturales, de elevación espiritual, sobre todo: academias, círculos de estudios, círculos literarios, salones, obras de beneficencia, órdenes religiosas o cívicas.

La participación de cada uno de nosotros en la vida de estos innumerables círculos sociales es evidentemente harto diferente... Si todos los hombres nacen en familia, no todos son terciarios franciscanos, cantores del orfeón municipal o miembros de un sindicato. Los grupos sociales en los que participa holgadamente el ciudadano no son los mismos que los del campesino. Sus modalidades concretas cambian según las naciones; pero, una vez más, cualesquiera que sean las innumerables diferencias posibles, 4a regla permanece invariable: "Todos los hombres son llamados a entrar en las diversas comunidades —imperfectas o perfectas, naturales o sobrenaturales— para conseguir, de acuerdo con la naturaleza y sobrenaturaleza, el Bien único necesario..., Dios[42].

 

V

LEGITIMAS AUTONOMÍAS DE LOS CUERPOS INTERMEDIOS

La cumbre de la vida social, decíamos, es el resultado de las mil vidas de las diversas comunidades.

No basta que los cuerpos intermedios existan para que se manifieste su función supletoria. Se necesita, además, que estén vivos, que sean activos, que obtengan de sí mismos su propia vida.

"Juzgamos también necesario —escribe Juan XXIII[43]— que los gremios, por otro nombre cuerpos intermedios, y demás múltiples empresas, de los cuales dependen los incrementos de las relaciones sociales, se rijan realmente por sus leyes, y asimismo, con provecho del mismo bien común, lo que anhelan conseguir lo disputen en sincera concordia. Y es muy necesario que tales sociedades exhiban la apariencia y la realidad de una verdadera convivencia; la que solamente manifestarán gobernando siempre a sus socios como a personas humanas y llamándoles a tornar parte en sus asuntos.

"Con el progreso de las necesidades por las que se agrupan los hombres de nuestro tiempo, la sociedad conseguirá más fácilmente un orden recto, cuanto más aúne estas dos cosas: en primer lugar, la potestad, por la que cada ciudadano o cada junta de ciudadanos están ciertamente dotados para poder hacer uso de sus propias leyes, conservando la mutua armonía en los trabajos; y en segundo lugar, la acción del Estado, que debe ordenar y favorecer oportunamente las empresas privadas.

"Y si se llevaran a cabo las relaciones sociales con tales normas y para la disciplina de las. buenas costumbres, nada impediría que la propia realidad les diera incremento y se aliviaran las cargas y graves divergencias de los ciudadanos, y que también se cumpliera la esperanza de que no sólo las dotes propias del hombre mejorarán y se perfeccionarán, sino que ello conducirá felizmente a la convivencia de los hombres, a una congruente comunidad que, como recomendaba nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XI, en su encíclica Quadragesimo anno, es totalmente necesaria para satisfacer conjuntamente los derechos y deberes de la vida social".

Se ha podido observar en este pasaje la insistencia del Papa sobre dos conceptos:

exteriormente: la autonomía que los poderes públicos deben dejar a los cuerpos intermedios;

interiormente: las iniciativas de los miembros de estas comunidades.

El Soberano Pontífice concede, al parecer, gran importancia a estas libertades, a estas justas autonomías; y muchísimas gentes de buen criterio reconocen la clarividencia de estas ideas.

Pero, a veces, la reconocen teóricamente y la abandonan en la concepción práctica del orden social.

Dos tentaciones acechan a los mejores:

Primera tentación: el Estado, motor de los cuerpos intermedios.

Hay quienes creen que, una vez instaurado un Estado cristiano, ya no habrá más problemas. Fuerte, respetado, él es a quien le incumbirá rehacer la sociedad. Se le concede el cuidado de colocar a cada cuerpo social en su sitio, de fijarle sus objetivos, de prescribir su modo de vida y su organización interior.

Dicho de otra manera, el Estado está concebido como el motor de los cuerpos intermedios.

Hemos quedado sorprendidos con la lectura de ciertas constituciones políticas. La existencia de comunidades locales, profesionales, culturales, etc., queda reconocida, proclamada. Pero para colocarlas inmediatamente bajo un poder estatal que sobrepasa sus propias atribuciones normales. Pues tan pronto decreta la obligación de pertenecer a un determinado cuerpo, como transforma sus directivos en funcionarios, o, en fin, altera su naturaleza dándoles un carácter de administraciones públicas.

Es el deslizamiento hacia un cierto corporativismo de Estado, forma atenuada del socialismo[44].

A veces, el temor de ver caer al Estado bajo el golpe de potencias económicas sin rostro ni patria, conduce a esta forma de totalitarismo.

En realidad, es el Estado mismo quien se debilita por el ejercicio de tareas extrañas a sus propias funciones.

Lo veremos al estudiar las relaciones del Estado con los cuerpos intermedios.

Segunda tentación: la planificación abusiva.

A los ojos de los partidarios de un orden excesivamente exterior, la floración de cuerpos intermedios y, sobre todo, de derechos correspondientes a sus competencias, sería una peligrosa tendencia a la anarquía. Creen servir al bien general de la nación previendo planes y organigramas que determinen, al detalle, las prerrogativas y prohibiciones relativas a cada grupo social[45].

En ambos casos topamos con "monistas". No ven más que el aspecto estático de las cosas. El orden social les parece una pirámide que hay que levantar minuciosamente y no desarreglar nada de su hermosa ordenación. Olvidan solamente la vida, el dinamismo natural en todo lo que existe. Pliegan la realidad al yugo de sus categorías puramente intelectuales. Los cuerpos intermedios ya no son más que casilleros para su sistema de clasificar las actividades humanas. En vez de ser focos de expansión de las libertades personales, son la prisión que las retiene.

Uno de los motivos por el que muchísimos militantes sociales han rechazado la doctrina de la Iglesia, se debe a estas caricaturas de los cuerpos intermedios, que han encontrado en las formas de corporaciones estatales o en la descripción "fijista" que los planificadores abusivos han hecho de ellos.

De nuevo hemos de repetir que es a los valesianos a quienes les competen los asuntos del Valais; a los habitantes de Chicago el ocuparse de su ciudad; a los parisienses de Ménilmontant, el conocer las necesidades de su barriada, etc. En el campo profesional, Juan XXIII[46] subraya que los promotores del desarrollo económico, del progreso social, del renacimiento cultural en los medios rurales, deben ser los mismos interesados: los agricultores. Este principio es válido igualmente para las "comunidades políticas en vía de desarrollo". La ayuda técnica y financiera que se les da "debe tener por objeto poner a estas comunidades en vía de desarrollo económico para así poder realizar por su propio esfuerzo su ascensión económica y social".

Esta verdad no ha cambiado desde la Rerum novarum. León XIII, en algunas frases lapidarias, proclama esta ley esencial de los cuerpos intermedios:

"Proteja el Estado a estas asambleas de ciudadanos jurídicamente asociadas y no se introduzca en la íntima disposición y orden de la vida de las mismas, pues el movimiento vital se produce por un principio interior, y facilísimamente con toda certeza se borra por impulso externo" (RERUM NOVARUM: § 38 al final).

Ley esencial de los cuerpos intermedios. Ella nos permite añadir un nuevo elemento, capital, a la definición que dábamos en los primeros capítulos:

Están dotados de vida propia; esta vida no puede serles dada desde el exterior, por el Estado o por cualesquiera otros cuerpos sociales.

Proviene de las iniciativas de sus miembros.

Los cuerpos intermedios deben animar estas iniciativas, si quieren ejercer su supletoria función educativa.

Derechos de los cuerpos intermedios

Subrayemos, terminando, que estos poderes autónomos de las comunidades sociales, adecuados a sus competencias, les crean derechos en la nación. Juan Vallet señala admirablemente que la raíz de estos derechos se halla en el carácter representativo de los cuerpos intermedios.

"Aunque se mantenga la idea —escribe— de que debe considerársele [al Estado][47] como la agrupación principal, es necesario organizar una serie de agrupaciones distintas dotadas de derechos con poder público, pues sólo el pluralismo de órdenes jurídicos permitirá evitar la atrofia del derecho individual que conduciría a la tiranía.

"Claro que estos cuerpos intermedios —regiones, provincias, municipios, corporaciones y sindicatos— han de ser representativos, o sea han de brotar como las plantas, de abajo arriba, y no,, al revés, descolgarse de arriba abajo, dominados, ya sea por el Estado, por el partido mayoritario, por el partido único o por otros organismos superiores a las agrupaciones que deben ser representativas, pues en esos casos no hay tales cuerpos intermedios, sino simples sucursales del poder dominante, totalmente mediatizadas y, por ende, no representativas."

Que "crezcan los cuerpos intermedios como las plantas, de abajo arriba..." He ahí una imagen bien cercana a la realidad.

Los cuerpos intermedios son el florecimiento de la vida social, su producto natural.

Si se quiere que lleven frutos de civilización, no será bueno arrancarlos de raíz, o volverlos a plantar en otra parte a capricho de un afán planificador obstinado en desconocer las leyes de la naturaleza.

Como a las plantas, hay que asegurar a los cuerpos intermedios condiciones de vida favorables. Tal es la razón de ser de estos derechos particulares a los cuerpos sociales. Derechos intermedios, se puede decir, entre los de las personas y los que corresponden al Estado para el bien de todos.

Derecho intermedio, privata lex, que se decía antaño. De ella viene el nombre de "privilegio", ley privada. Contrariamente a lo que se cree, los privilegios no son derechos arbitrarios concedidos a las clases dirigentes. Son las leyes, los derechos privados correspondientes a la función social de cada cuerpo dentro de los límites de su naturaleza particular.

Abolirlos sería colocar, a la vez, a los derechos individuales completamente solos ante los derechos del Estado, con riesgo de tiranía; y, semejantemente, poner al Estado solo frente a los múltiples derechos que tiene que hacer respetar. Ya no podrá contar con las otras jurisdicciones, por ejemplo, de los tribunales de hombres-buenos, las cámaras de comercio, el tribunal de las aguas en las provincias españolas de Levante, etc. Jurisdicciones que deberán ser numerosas como los géneros de actividades locales o profesionales que haya que cumplimentar. A falta de esto, el Estado tendrá que multiplicar leyes para todo. De esta manera, el derecho se esfuma tras la proliferación de textos jurídicos, a menudo inadecuados por estar alejados del objeto que pretenden conseguir.

No se podrá salir de esta "crisis de derecho", sino volviendo a dar vida a las jurisdicciones profesionales y locales. Desgraciadamente, la centralización de los tribunales y la unificación de las leyes afligen a muchísimos países, que suprimen con esto los últimos vestigios de la justicia al nivel de las comunidades sociales.

 

VI

CUERPOS INTERMEDIOS DISCUTIBLES O COMUNIDADES ARTIFICIALES

Bajo estas apelaciones consideraremos tres categorías de grupos humanos:

1.a : los organismos sociales colocados bajo el poder del Estado;

2.a : los partidos políticos;

3.a : el sindicalismo de "masa".

Organismos sociales bajo el poder del Estado

Una personalidad católica presentaba no hace mucho los "seguros sociales" franceses como un cuerpo intermedio.

Nadie ignora que están en manos del Estado. Su financiación está asegurada por medio de cargas sociales impuestas por el Estado. Sus empleados están pagados con recursos del Estado.

Es verdad que este género de organismos "nacionalizados" —o estatizados— es un intermediario entre las familias y el Estado. Pero esto no es más que en apariencia.

Su "movimiento vital", como diría León XIII, no procede de un "principio interior" constituido por las iniciativas de sus miembros, de acuerdo con las competencias de éstos, sino de una "causa externa": el Estado socializante, cuya intervención, presión y veto son soberanos.

Hace algunos años, la mutualidad de agentes de policía de una subprefectura francesa pidió a los "seguros sociales" le reconociera el derecho de administrar los intereses de sus adheridos, sin tener que depender de la administración estatal. Se había previsto una gestión más rentable.

Este derecho le fue totalmente rehusado.

El Estado socializante se propone englobar ahora las mutualidades agrícolas en los "seguros sociales", como ha englobado tantas otras[48].

Lejos de favorecer la gestión de los intereses profesionales por los mismos miembros de las profesiones, el poder centralizador procura acapararla.

¿Cómo hablar de cuerpos intermedios, cuando el Estado se interpone como intermediario obligado entre los particulares... y él mismo?

No es cuestión de negar sus posibles intervenciones.

"Y ciertamente —escribe Juan XXIII[49]—, las previsiones y seguros que generalmente se constituyen, deben discrepar poco entre sí, cualquiera que sea el territorio en que esté el negocio donde los ciudadanos trabajen o de donde perciben sus rentas".

Coordinador, árbitro, factor de equilibrio, ése es el papel del "príncipe". Tendremos ocasión de recordarlo.

Lo que es admisible, no es una justa intervención del Estado, sino el abuso de esta intervención. En muchas ocasiones no presta ayuda, sino que reemplaza. No ordena: confisca.

Los órganos, a los que les asegura la vida y el impulso, ya no son los cuerpos intermedios, son los cuerpos del Estado. Ilegítimos, además, pues no entra entre las atribuciones del "príncipe" asegurar la seguridad social de las personas, si no es a título supletorio (cuando no existe ningún grupo intermedio) y a título provisional[50].

¿Hará falta, para ello, que el legislador suprima de un plumazo los organismos sociales "nacionalizados"? Sería imprudente, si no hubiera nada con qué reemplazarlos. Convendría, más bien, favorecer, en el seno de estos organismos, las iniciativas locales o profesionales que permitieran establecer libremente los seguros sociales de sus miembros o de sus territorios[51].

Los partidos políticos

Más difícil es el caso de los partidos políticos.

Una obra de Guy Mollet los cita siempre cuando habla de cuerpos intermedios.

La objeción que se puede poner a semejante asimilación es el desconocimiento de la finalidad de los partidos..., que normalmente es conseguir el poder o, a lo menos, compartirlo. En esta medida cesan de ser intermediarios, pues se convierten en el mismo Estado.

Muy a menudo, estos partidos son creados como Estado o como "príncipe" en potencia. No actúan, no parecen tener una razón de ser, más que con el fin de conquistar el poder soberano.

Esta finalidad no deja de influir en la estructura de los partidos. Tienden, lógicamente, a descuidar los intereses específicos de los cuerpos naturales en provecho de un agrupamiento de las masas capaz de asegurarles la mayoría. De ahí esas actitudes demagó- gicas que les fueron tantas veces reprochadas, y de las que Pío XII, en su mensaje radiofónico de Navidad de 1944, subraya la gravedad. Después de haber recordado que una democracia no implica forzosamente tal régimen de partidos, el Soberano Pontífice no ocultó el triste espectáculo de un "Estado democrático dejado al capricho arbitrario de la masa". "No han de sobrevivir, dice, de una parte más que las víctimas engañadas por la fascinación aparente de la democracia, que en su ingenuidad confunden lo que es del espíritu, con la libertad y la igualdad; y de otra parte, los aprovechados, más o menos numerosos, que han sabido, gracias a la potencia del dinero o de la organización, asegurarse por cima de los otros una condición privilegiada y hasta el mismo poder"[52].

¿La tentación de los partidos no es la de ser, con gran frecuencia, él solo el "partido único"?

¡Cuántos ambiciosos han escogido la fórmula del partido para elevarse al poder y luego mantenerse allí gracias a su devotísimo partido!

El camino queda así abierto a los totalitarismos. Ese es el peligro. Pero no hay que rechazar sistemáticamente todos los partidos porque los haya malos, ni porque el riesgo de un desvío totalitario sea posible. Como tampoco hay que rechazar los cuerpos intermedios porque puedan existir malos cuerpos intermedios, como lo sería un grupo de mercaderes de opio o una sociedad comercial "ficticia" creada para la estafa.

Mientras defiendan los intereses reales de las regiones, de los oficios, de las empresas, de las familias, los partidos completan o reemplazan la acción de los cuerpos intermedios naturales. Se ironiza mucho sobre el diputado que promete a sus electores la creación de una carretera, la apertura de unas escuelas. Teniendo en cuenta la demagogia y las pequeñas ambiciones locales, en este género de actuación serían los partidos menos criticables. El mismo interés de su éxito les obliga a constituirse en defensores de los intereses privados más legítimos.

Acontece también que su existencia resulta el único medio de contrabalancear la empresa tiránica de un Estado descarriado. El totalitarismo llega lógicamente a esta "corrupción que atribuye a la legislación del Estado un poder sin freno ni límites, y que, a pesar de vanas apariencias contrarias, hace igualmente del régimen democrático un puro y simple absolutismo...", fundado sobre el "principio erróneo de que la autoridad del Estado es ilimitada y que frente a ella... no se admite ningún recurso a una ley superior que obligue moralmente"[53].

En este caso, los partidos de la oposición se transforman en verdaderos cuerpos intermedios, apoyo de las personas, de las familias, de los otros cuerpos sociales, en su justa resistencia contra la tiranía.

El Estado omnipotente se burla sin reserva de lo que opinan los campesinos en sus tierras o los obreros en sus fábricas. Con una política fuerte y con "medios audio-visuales" de propaganda bien disciplinados, se basta para mantener al pueblo mudo, cautivo, embrutecido, principalmente si se acallan sus veleidades de iniciativa con la ilusión de una prosperidad ficticia.

En estos casos, los partidos no tienen más remedio que sostener a los cuerpos intermedios oprimidos. Las élites locales o profesionales se equivocarían si prescindieran de tal apoyo.

Y lo deben hacer ciertamente con prudencia.

Se ha podido escribir del gran 'William Pitt el joven[54]: "Sin romper con su partido, supo (y esto fue simultáneamente su grandeza y el secreto de su fortuna) mirar a mayor altura y más lejos, que el Parlamento y la oligarquía que lo manejaba, y actuar conforme a las ideas, a los sentimientos, y a. los intereses del país real".

Es a tales hombres, ansiosos del bien común, a quienes se debe recurrir para que un partido sirva a los intereses verdaderos de los cuerpos intermedios. Pero no se puede tener una confianza ilimitada en los partidos como tales[55].

El vicio interno de estos grupos artificiales, a caballo entre el ejercicio del poder legislativo y la defensa de los intereses particulares, organismos fundados sobre el número, demasiado vulnerables a las potencias económicas, a las presiones de las masas, a las amenazas de las mafias del momento, los hace instrumentos, ciertamente preciosos, pero frágiles, del orden social auténtico[56].

El sindicalismo de masa

Se ha dado en llamar a las centrales sindicales "grandes cuerpos intermedios", con el mismo título que las organizaciones interprofesionales en el plano nacional.

Matiz justo, si se entiende con ello que estos organismos pueden representar "en la cumbre" los intereses más generales de los cuerpos intermedios básicos.

Por esta razón, no se encuentra en ninguna parte de las enseñanzas pontificias condenaciones ni reprobaciones de las centrales sindicales. Es posible, en efecto, que la actual presión de trusts financieros cosmopolitas sobre los Estados, obligue a los ciudadanos a organizarse enérgicamente, si quieren que sean respetados sus derechos más elementales.

Sin embargo, puede haber abuso en ello.

Deseosas, sobre todo, de ejercer presión sobre los gobiernos, las "grandes centrales" corren el mismo riesgo que los partidos: manejar las masas en lugar de defender sus libertades.

Algunas, bajo la influencia de la ideología marxista, han opuesto un "sindicalismo de masa" a la defensa de los trabajadores en sus oficios y profesiones.

A veces, esta masificación depende de la potencia material de las "centrales", por ejemplo, en los Estados Unidos, donde son riquísimas y pesan en las decisiones gubernamentales. Este exceso de "la fuerza de la organización", según frase de Pío XII, es tal, que Juan XXIII pudo escribir en una carta a la XXXVII Semana Social del Canadá[57]: "Desde la última guerra mundial, las uniones sindicales más compactas han llegado a ser también más independientes. Pero esta potencia acrecentada trae consigo un nuevo riesgo para la libertad: que el sindicato llegará en su día a "ejercer una especie de patronato o de derecho, en virtud del cual dispondrá libremente del trabajador, de sus fuerzas y de sus bienes"[58], o, que utilizando la influencia que ejerce naturalmente sobre la política y sobre la opinión pública, esté tentado de abusar de la fuerza que da el número: tentación común al resto de los sindicatos patronales y obreros, a los trusts económicos y a todas esas fuerzas colectivas que constituyen las diferentes agrupaciones profesionales y sociales. Ni la libertad ni la dignidad obreras están plenamente respetadas, cuando "la defensa de los derechos personales del trabajador está cada vez más en manos de una colectividad anónima, que actúa por el intermedio de gigantescas organizaciones que tienden al monopolio"[59].

Los sindicatos son cuerpos intermedios en la medida en que defienden los intereses reales de los trabajadores, es decir, cuando permanecen en el campo de su competencia. Pero en cuanto se transforman en masas de maniobra al servicio de las fuerzas políticas, pierden este carácter.

Para devolvérselo deben trabajar eficazmente los militantes sindicales, llevando más adelante sus esfuerzos en la defensa de las auténticas realidades, que son los oficios, las profesiones, las empresas, las libertades familiares y escolares, evitando asimismo caer en el partidismo o dejarse contaminar por las potencias económicas reinantes.

Pero, ¿cómo llegar a esto sí los sindicalistas no tienen una visión clara de la función de los cuerpos intermedios en el orden social?

"Harían falta, en primer lugar —se lee en El Trabajo[60]—, equipos de militantes bien formados, conociendo la doctrina social de la Iglesia, decididos a trabajar de verdad para difundirla, y a renovar desde dentro, si se puede, a los sindicatos."

Conclusión

La conclusión de esta segunda parte sobre el origen jerárquico y la función supletoria, la hemos tomado de Pío XII en su mensaje de Navidad de 1944:

"Pueblo y multitud amorfa —enseña— o, como se tiene costumbre de decir: "masa", son dos conceptos diferentes. El pueblo vive y se mueve por vida propia; la masa es en sí misma inerte, y no puede ser movida más que desde el exterior. El pueblo vive de la plenitud de la vida de los hombres que lo componen, de los que cada una —en su sitio y en la manera que le es propia— es una persona consciente de sus propias responsabilidades y de sus propias convicciones. La masa, por el contrario, atiende los impulsos del exterior, juguete fácil entre las manos de cualquiera que explote sus instintos y sus impresiones, pronta a seguir, en cada, ocasión, hoy esta bandera y mañana aquella otra. La exuberancia vital de un verdadero pueblo imparte vida, abundante y rica dentro del Estado y en todos sus órganos, infundiéndoles, con un vigor sin cesar renovado, la conciencia de sus propias responsabilidades,, el sentido verdadero del bien común. La fuerza elemental de la masa puede ser también un instrumento al servicio de un Estado que sepa hábilmente hacer uso de ella. El mismo Estado, en manos de uno o varios ambiciosos, agrupados artificialmente por sus tendencias egoístas, puede, apoyándose sobre la masa llegar a ser una pura máquina; imponer arbitrariamente su voluntad a la mejor parte del pueblo. Entonces el interés común queda herido gravemente y por mucho tiempo, y la herida así hecha es muy a menudo difícilmente curable".

 

[1] Es cierto que hay que buscar el bien de la humanidad entera. Pero, precisamente, este bien no hay que buscarlo fuera de instituciones que correspondan a las competencias de los 'hombres concretos, a sus necesidades, a su actividad.

[2] "El hombre, escribe San Ignacio, ha sido creado para alabar, servir y hacer reverencia a Dios nuestro Señor y, por ende, salvar su alma...".

Frase inmediatamente seguida de esta otra: "Y las otras cosas sobre la haz de la tierra han sido creadas para el hombre, y para ayudarle a conseguir el fin para el que ha sido creado. Por lo que debe usarlas mientras le sirvan para conseguir ese fin, y debe rechazarlas si le apartan de él" (Ejercicios Espirituales, Principio y Fundamento).

Entre esas "cosas de sobre la 'haz de la tierra", las comunidades naturales deben "ayudar" al hombre a conseguir ese fin. El uso de unas y otras debe ser regulado por el "mientras" de la segunda proposición ignaciana. Volveremos a encontrar su aplicación en el principio de subsidiariedad, en el próximo capítulo.

[3] En francés se emplea la palabra o expresión de "garde-mites", traducción literal: "guarda-polillas", que en España no tiene sentido. A esta expresión francesa el autor le da una explicación: "Expresión del argot militar con la que se designa al soldado empleado en e! cuidado y vigilancia de los uniformes".

[4] Cf. supra.

[5] Discurso del 16 de enero de 1946.

[6] "El progreso de un ser —escribía Pío X en su carta Notre charge apostolique— consiste en fortificar sus facultades naturales por medio de nuevas energías y en facilitar la amplitud de su actividad dentro del ambiente y en conformidad con las leyes de su constitución".

[7] Cf. la primera parte, cap. III.

[8] Pío XII y Juan XXIII han insistido en muchas ocasiones sobre la necesidad de integrar plenamente a los inmigrantes, con el fin de que vuelvan a encontrar una patria, un género de vida conforme a sus costumbres pasadas que les permita adaptarse al país en el que se instalan.

[9] Alocución al representante de la Gran Bretaña cerca de la Santa Sede, de 23 de junio de 1951.

[10] Parte II.

[11] Abate Luc. J. Lefèvre, La poursuite des biens communs, "La Pensée Catholique", núm. 10, pág. 33.

[12] Como lo indicaba, no hace mucho, S. Ema, el Cardenal Roncalli, siendo patriarca de Venecia, en una carta pastoral.

[13] Cf. anejo: la Iglesia modelo de vida social.

[14] Mater et Magistra, preámbulo, § 4.

[15] Cf. parte cuarta de esta obra.

[16] Mensaje radiofónico, de 24 de diciembre de 1952.

[17] Este argumento de razón se duplica con un argumento de autoridad "La organización profesional" en cuerpos intermedios, o, como la llaman aún los papas, "la forma corporativa", es el tipo propio de organización de la vida social entera. "La forma corporativa de la vida social y, especialmente, de la vida económica, favorece prácticamente a la doctrina cristiana referente a la persona, a la comunidad, al trabajo y a la propiedad privada", escribió Pío XII a la Semana social de Estrasburgo (10 de julio de 1946).

Y en su alocución al Movimiento Obrero Cristiano de Bélgica (11 de septiembre de 1949) dijo: "He aquí por qué no nos cansamos de recomendar constantemente la elaboración de un estatuto de derecho público de la vida económica, de toda la vida social en general según la organización profesional".

[18] Église et intervention de l'État en matière économique, "Responsables", revista del USIC, enero-febrero de 1961, pág. 17, rue de Varenne, núm. 18, París (VIle).

[19] Pío XI, encíclica Quadragesimo anno (ver más adelante).

[20] Ejemplo: el estatuto de paro invernal en los albañiles es una cuestión que la empresa sola no puede subsanar. Pero el Estado no tiene que intervenir, si la profesión sola es capaz de ocuparse de ello.

[21] La subsidiariedad no se refiere solamente al aspecto cuantitativo: un cuerpo más vasto (provincia), que ayuda a otro menos vasto (municipio); se refiere asimismo al aspecto cualitativo. Por ello Pío XI habla de colectividades de "un rango más elevado". Por ejemplo: el municipio tiene necesidad de una escuela, la provincia tiene necesidad de santuarios, de universidad, de academias, etc., que representan valores superiores en sí mismos a sus riquezas materiales.

[22] Parte II.

[23] Del que hablaremos en la tercera parte de esta obra.

[24] Cf. cap. primero de esta segunda parte.

[25] Sobre la educación cristiana de la juventud.

[26] Marcel Clément ilustra claramente estas definiciones en su Traite de formation sociale, Ediciones de Le Pélican, Québec 1961: "Una familia, escribe, que no tuviera ningún patrimonio social, que no estuviera sostenida por ningún ambiente social, estaría en un estado de miseria física y cultural casi inimaginable. Meditemos sobre el gran número de hombres que son necesarios para dar a cada familia de nuestro país su nivel de vida material. Se necesitan arquitectos, albañiles, carpinteros, pintores… Se necesitan profesores, sacerdotes..., simplemente para que cada familia pueda vivir física, moral y culturalmente. ¿Se podría imaginar qué sería, en estas condiciones, la vida de un padre de familia, una madre y tres o cuatro hijos que tuvieran que suministrarse lo que les da una sociedad civilizada?... Y sobre el plano social, ¿podría pensarse en una familia aislada que estuviese en la imposibilidad de casar a sus hijos?... Por todas estas razones se dice que la familia es una sociedad "imperfecta", es decir, que "no tiene en sí misma todos los medios necesarios para atender a su propia perfección". La familia no puede vivir ni expansionarse sino en una familia de familias. Esta familia de familias es. la sociedad política, que es una sociedad "perfecta", porque tiene en sí todos los medios necesarios para su propio fin".

[27] Quadragesimo anno.

[28] De León XIII a Juan XXIII, los términos de orden corporativo, corporaciones, cuerpos sociales, organización por cuerpos, cuerpos intermedios, expresan la misma idea.

[29] Se podría añadir: una obra de caridad, de apostolado, una orden religiosa. ¿No ha sido por iniciativa privada que se han formado las congregaciones que han florecido y aún florecen, en tan gran número, en la Iglesia? (Cf. el anexo: La Iglesia, modelo de orden social).

[30] Se trata, con la mayor frecuencia, de una Iglesia truncada, reducida a lo "puramente espiritual", sin influencia en la sociedad. Los que así conciben a la Iglesia se alían, sin pensarlo, al comunismo: para éste la religión es una creación del espíritu humano, de la que el solo "progreso"' nos puede liberar.

[31] Informar en sentido filosófico: dar su forma a los actos humanos, hacer que sean plenamente humanos, es decir, que contribuyan a realizar el fin natural y sobrenatural con miras al cual el hombre ha sido creado.

[32] Es lo que Marcel Clément demuestra muy justamente en un artículo de Itinéraires (junio de 1962) sobre el "principio de subsidiariedad''. Este cumplimentará plenamente su misión, si los cuerpos sociales se alimentan con la verdad y la caridad evangélicas. A lo que hay que añadir que la virtud natural de un orden de cuerpos intermedios da a la Iglesia posibilidades importantes de irradiación social.

[33] Notemos de paso que los países que se dicen "laicos", en el sentido de independencia de toda religión o filosofía, están siempre, de hecho, animados por la ideología de un partido, de una secta o de una francmasonería. Estas especies de "poderes espirituales" no tienen siempre la discreción de la Iglesia en sus relaciones con el poder temporal.

[34] Conviene a la sociedad cristiana que la Iglesia no se agote en obras de apostolado personal. La creación de éstas, ¿no coincide precisamente con la laicización de la vida social y política? Cf. a Pío XII: "No conviene dejar que pase inadvertida, ni sin reconocerla, la beneficiosa influencia, la estrecha unión que hasta la Revolución francesa ponía en relación mutua, en el mundo católico, a las dos autoridades establecidas por Dios; La Iglesia y el Estado. La intimidad de sus relaciones sobre el terreno común de la vida pública creaba, en general, como una atmósfera de espíritu cristiano que eximía, en buena parte, del trabajo delicado en el que hoy deben afanarse los sacerdotes y los laicos para procurar la salvaguardia y el valor práctico de la fe" (14 de octubre de 1952, Documentation catholique, número 1104, c. 1498). Lo que no quiere decir que las obras de apostolado dejen de ser indispensables. Al menos, su rendimiento será mayor y el clima más favorable a las conversiones, a la perseverancia y a la práctica de las virtudes.

[35] Ejemplo concreto: las libertades escolares por la ley de Weisser (1917), en Holanda, han permitido al catolicismo progresar rápidamente en el país. Y, a su vez, las escuelas pueden encontrar un aumento de vitalidad por la mayor fuerza del catolicismo.

[36] Para sobrevivir. A partir del momento en que las élites dejen de creer en la misión social educadora de los cuerpos intermedios, en que abandonen al Estado la formación humana de los ciudadanos, estas comunidades serán reducidas a la defensa de intereses materiales intercambiables y sin patria, cuando no a la conservación de un folklore convertido en pieza de museo. Las potencias económicas, los partidos, los Estados totalitarios se darán prisa en atar corto a estos vestigios del orden social, en "reducirlos" o en "absorberlos", según expresión de Pío XI.

[37] Siempre las habrá. Siempre será necesario un apostolado personal dirigido a la conversión de los pecadores. Que pecarán tanto menos cuanto más les ayude el marco social a vivir honestamente. Y más se facilitará la acción de la Iglesia sobre ellos, si sus faltas les ponen en contradicción con su propio ambiente.

[38] Sobre todo, en los países en que se impone a los maestros un trabajo imposible, enseñando una moral sin Dios, o con un dios inconsistente que cada uno puede acomodar a su gusto. Es imposible no acabar en un pragmatismo rápidamente corruptor, aun en el caso en que el maestro, comprendiendo la inanidad de semejantes diligencias, guarde silencio sobre ese capítulo, lo que deja al mal la puerta abierta.

[39] Entre las causas de penetración del comunismo, el. Excmo. señor Obispo de Campos, Mons. de Castro Mayer (Carta pastoral de 1961) pone de manifiesto la laicización de los sindicatos. Limitar su función a la sola defensa de intereses materiales, es colocarlos en un materialismo práctico, condición soñada para la marxización (Cf. VERBO, núms. 9-10).

[40] Esta necesidad de una reforma social como condición de una reforma de los espíritus y de la moralidad, está bien puesta en evidencia por Jean Ousset en su Introduction à la Politique (Ed. La Cité Catholique, 3, rue Copernic, Paris, 1962). [Cf. VERBO, núm. 12.]

[41] Civilización: de civitas: la ciudad; de cives: el ciudadano. La civilización es la actuación de la ciudad.

[42] Cf. nota 11.

[43] Mater et Magistra, parte segunda, §§ 65, 66 y 67.

[44] Limitándonos a países francamente alejados del bloque comunista, descubrimos en el Fuero del trabajo, según fue erigido en ley fundamental del Estado español, en 9 de marzo de 1938 (y bajo la reserva de modificaciones posteriores que hayan podido disminuir su rigidez), proposiciones como ésta, que parecen favorecer las iniciativas personales o corporativas.

"La empresa habrá de informar a su personal de la marcha de la producción en la medida necesaria para fortalecer su sentido de responsabilidad en la misma, en los términos que establezcan las leyes (III, 7).

"El artesano —herencia viva de un glorioso pasado gremial—, será fomentado y eficazmente protegido por ser una proyección completa de la persona humana en su trabajo, y suponer una forma de producción igualmente apartada de la concentración capitalista y del gregarismo marxista (IV, 1).

"El Estado reconoce la iniciativa privada como fuente." fecunda de la vida económica de la nación" (XI, 6). Pero, unas líneas más adelante, encontramos estos artículos:

"Todos los factores de la economía serán encuadrados por ramas de la producción o servicios en sindicatos verticales. Las profesiones liberales y técnicas se organizarán de modo similar, conforme determinen las leyes (XIII, 2).

"El sindicato vertical es una corporación de derecho público que se constituye por la integración en un organismo unitario de todos los elementos que consagran sus actividades al cumplimiento del proceso económico dentro de un determinado servicio o rama de la producción, ordenado jerárquicamente bajo la dirección del Estado (XIII, 3).

"El sindicato vertical es un instrumento al servicio del Estado, a través del cual éste realizará principalmente su política económica... (XIII, 5).

"La ley de sindicación determinará la forma de incorporar a la nueva organización las actuales asociaciones económicas y profesionales" (XIII, 9).

La misma orientación estatal se observa en las corporaciones portuguesas.

[45] Un amigo nos escribe estas pertinentes advertencias: "Hay que evitar la transformación de los cuerpos intermedios en un SISTEMA que no hubiera ¡más que aplicar para ordenar todo hasta en los últimos detalles.

"Esto sería caer en esquemas pueriles y artificiales. Nunca se insistirá bastante sobre este punto: que los cuerpos intermedios son organismos NATURALES."

[46] Mater et Magistra, tercera parte.

[47] La Crise du Droit, opúsculo difundido por el Office International des Œuvres de Formation civique et d'Action doctrinale selon le Droit Naturel et Chrétien, caisse postale 22, Sion 2 (Suiza) 1962 (apartado). [La versión original española fue publicada con el título La crisis del derecho en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, abril 1962. El Instituto Editorial Reus —Madrid, 1962— ha publicado separatas de dicho trabajo].

[48] Y esto, en el momento en que las mutualidades tratan de conseguir para sus miembros garantías equivalentes a las de los seguros sociales. En vez de facilitarles el camino, el Estado socializante no se ha detenido en nada hasta absorberlas.

[49] Cf. Mater et Magistra, parte tercera, § 135, al final.

[50] Entre los temores de Pío XII con respecto a una expresión que ahora se emplea muy a menudo: "seguros sociales", retengamos esto: "... que la sociedad civil cumpla una función, que por sí misma es extraña a su menester..." (A los obispos reunidos en Roma, 2 de noviembre de 1950.)

[51] A veces, las dos cosas simultáneamente. La variedad de los sistemas de aplicación es inmensa y siempre en función de las circunstancias particulares.

[52] Un Estado fundado únicamente en el juego de los partidos se arriesga a no estar ya en condiciones de encauzar la presión de las "fuerzas colectivas frecuentemente anónimas", de las que habló Pío XII en su carta a la XLI Semana social de Francia (1954). "Ya se trate de sindicatos patronales u obreros, escribe, de confabulaciones económicas, de agrupaciones profesionales o sociales, de los que algunos están también al servicio directo del Estado, estos organismos han adquirido una potencia tal, que les permite pesar sobre el gobierno y sobre la vida de la nación. En competencia con esas fuerzas colectivas, a menudo anónimas, y que a veces, con uno u otro título, desbordan las fronteras del país, corno también los límites de su competencia, el Estado democrático, brotado de las normas liberales del siglo XIX, consigue difícilmente dominar, una tarea cada vez más vasta y más compleja".

[53] Pío XII, Mensaje radiofónico de Navidad de 1944.

[54] Maurice Reclus, William Pitt, revista "Historia", enero de 1956, núm. 110. París.

[55] No hay que decir que no tratamos aquí el aspecto ideológico de los partidos. Algunos son perfectamente ilegítimos, y la Iglesia prohíbe que se les conceda confianza cuando mantienen posiciones contrarias al orden natural y cristiano.

[56] Cuando un partido está en el poder, sería asimismo escandaloso que dé demasiada importancia a la defensa de los cuerpos intermedios particulares, ya que entonces debería considerar el bien nacional sobre todo. "En donde falten [los] hombres [íntegros], subraya Pío XII, otros vienen a ocupar su puesto para hacer de la actividad política el ruedo de su ambición, una carrera con ganancia ¡para ellos, para su casta o para su clase, y es así que el ansia de los intereses particulares íes hace perder de vista y pone en peligro al verdadero bien común."

[57] Carta al Cardenal Tardini, Secretario de Estado (1960)

[58] Pío XII, Alocución a las ACLI (Asociaciones católicas de los trabajadores italianos), 11 de marzo de 1945. AAS. XXXVII, 1945, pág. 70 (nota de la carta pontificia).

[59] Pío XII, Mensaje radiofónico de 24 de diciembre de 1952. AAS. XLV, pág. 42 (nota de la carta pontificia)...

[60] J. Ousset-M. Creuzet, op. cit., pág. 345, Ed. C. C, case postale, 891; Hauteville, Québec, Canadá, 1962, o su versión castellana, recién aparecida (Speiro, S. A. — Madrid, 1964).