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Poder y propiedad en la empresa (Sobre el libro de Bloch-Lainé)

De la revista Itinéraires, núm. 75, debidamente autorizados por su director, transcribimos este interesante trabajo de Louis Salieron Recomendamos la lectura de otros estudios del mismo autor relacionados con este tema, y en especial los siguientes, todos ellos publicados en Itinéraires.

— Le travail et l'argent : número 16.

— Église et société économique: número 39.

— La propriété et "Mater et Magistra" : número 59.

— La participation des salaries à la propriété du capital des entreprises : número 60.

— La réforme Salleron : la propriété à ceux qui doivent être propriétaires: número 57.

 

PODER Y PROPIEDAD EN LA EMPRESA

(SOBRE EL LIBRO DE BLOCH-LAINÉ)

Hace poco más de un año que M. Bloch-Lainé ha lanzado una campaña para la reforma de la empresa. Sus conferencias y sus entrevistas —a los Jóvenes Patronos, en Acadi, en la revista Entreprise— han tenido, en los medios industriales, una enorme resonancia.

No se han olvidado ciertas expresiones chocantes de una exposición hecha por él ante los Jóvenes Patronos y publicada en su revista, en marzo de 1962 (núm. 153):

— "A mi parecer, es inevitable que la expropiación por causa de mediocridad industrial o comercial se inscriba un día en nuestro derecho".

— "Todos los individuos tienen derecho a la vida, pero no todas las empresas".

— "No todos los jefes de empresa son legítimos".

— "Es a partir de otros derechos distintos del derecho de propiedad, que se debe organizar la participación en las decisiones y el reparto de los frutos en la empresa.

Los comentarios que estas propuestas provocaron, condujeron a Bloch-Lainé a precisar su pensamiento. En realidad, él no hizo otra cosa que confirmarlo, volviendo a expresar las mismas ideas casi con los mismos términos (cf. especialmente los núms. 347 y 351 de la revista Entreprise, de 28 de abril y 26 de mayo de 1962).

Al publicar hoy Pour une réforme de l'entreprise[1], Bloch-Lainé pone delante de la opinión pública un debate que hasta ahora no había traspuesto el círculo de los medios profesionales. Se puede asegurar que este debate continuará, vista la personalidad del autor y las condiciones en las que el asunto es llevado.

Como la cuestión interesa a la vez al porvenir de la economía francesa y a la doctrina social de la Iglesia, pensamos no será inútil decir algunas palabras en Itinéraires.

***

Pero, ante todo, ¿quién es Bloch-Lainé? La cubierta de su libro nos dice lo esencial: nacido en 191Z, inspector de Hacienda en 1936, presidiendo la comisión de inversiones de la Caja de Depósitos y Consignaciones desde 1953, es lo que se llama "un alto funcionario". Se esfuerza en promover una fórmula de "economía concertada", de la que ha inventado o popularizado el nombre, que significa una mezcla de estatismo y de libertad por el acuerdo de los grandes "responsables", públicos y privados, sobre la orientación que se debe dar a la producción mediante un plan. Añadamos a su ficha, si nuestras informaciones son exactas, que es católico, e incluso militante de la Acción Católica.

Como todo el mundo, Bloch-Lainé piensa que el liberalismo puro está superado. También cree que el comunismo, o incluso simplemente el estatismo son malas soluciones. Busca, en resumen, un tercer camino. Esta es la vía que su libro propone.

La inspección de finanzas, nadie lo ignora, recluta ante todo buenos escritores. Todo inspector de Hacienda haría un perfecto profesor de retórica superior, y a la inversa. (La calle de Ulm provee indistintamente cualquier cargo superior. La banca Rothschild le había solicitado a Mr. Pompidou, a quien luego prestó gentilmente a la V República para una amable y transitoria presidencia del Consejo de Ministros). A nadie extrañará, pues, que Para una reforma de la empresa sea, en su género, una obra maestra. Está tan bien escrita, tan bien compuesta, tan bien presentada, que hace falta retroceder continuamente para recuperar el hilo de una demostración que el encanto de la lectura hace perder continuamente. Pero sólo el lector es culpable. La expresión es de un rigor sin fallo. Si el lector se pierde por el camino, es porque le gusta demasiado Voltaire o Anatole France. Y quien habla es la Caja de Depósitos. Es a ella a quien hay que escuchar. Oigámosla, pues.

En verdad, Bloch-Lainé niega ser el autor de su libro: no es más que el escritor.

"Este libro —dice en la presentación— recoge las ideas que están en el ambiente".

Bien dicho, pues es verdad (eso es lo que proporciona el interés del libro).

"Formulando observaciones y proposiciones que tienen orígenes diversos, no he hecho citas ni referencias, por miedo a apropiarme indebidamente de lo que, por fortuna, tiende a convertirse en bien colectivo. Las ideas no son aptas para su realización a corta fecha más que cuando han alcanzado dicho estadio".

Lo que es perfectamente exacto y añade interés al libro.

"La síntesis que he intentado no es tampoco un trabajo personal. Redactada entre julio y agosto de 1962, ha sido sometida durante los últimos meses del año a la crítica de un centenar de personas, aisladamente o por grupos: directores de empresa, sindicalistas,, obreros, universitarios, altos funcionarios pertenecientes a las administraciones económicas".

Una nota puntualiza que "el proyecto nació en el club Jean Moulin, la contribución del cual ha sido particularmente activa".

Así, devuelto a Proteo lo que es de Proteo, M. Bloch-Lainé —que, según es costumbre, asume él solo la responsabilidad de lo que firma— traza las grandes líneas de una reforma de la empresa, en 158 páginas repartidas en 7 capítulos: I. Razones para la innovación; II. Líneas de conducta; III. Para un gobierno de la empresa; IV. Para un estatuto del personal; V. Para un estatuto del capital; VI. La empresa, la profesión, la región y el Estado; VII. Para una magistratura económico-social.

La democracia industrial

¿De qué se trata?

De manera general, se trata de favorecer el florecimiento de la: "democracia industrial", "que un número creciente de patronos, de asalariados y de participantes en la función pública desean organizar y que contribuirá a dar un nuevo aspecto, una fuerza nueva a la democracia política" (pág. 7).

Más concretamente, se trata de dar a la empresa un estatuto nuevo que corresponda, por una parte, a las "ideas que flotan en el ambiente", y por otra, a una realidad inscrita desde ahora en los hechos y que escapa ya de las normas antiguas.

Tradicional y jurídicamente, la empresa es una persona moral dirigida por una o varias personas físicas, el poder de las cuales tiene por origen la propiedad, siendo su finalidad lucrativa. Cuando está constituida en sociedad (caso general), sólo debe rendir cuentas a los poseedores del capital.

Sin embargo, la evolución de las ideas y de los hechos manifiesta una separación creciente entre el poder (gerencia) y la propiedad, tina pluralidad de fines más nobles que la persecución de unos beneficios (la producción, el servicio, el progreso, etc.) de las diversas categorías sociales interesadas e incluso integradas a la vida de la empresa (el capital, el personal, la colectividad, etc...).

Ya no hay, como en el origen, unidad de la empresa y de la sociedad capitalista, sino, en los hechos, distinción neta entre una y otra. Ya no están más, cara a cara, el capital (todopoderoso) y el trabajo (vendiendo su servicio al capital), sino un haz de fuerzas concurriendo al éxito de la empresa: el "gobierno", la jerarquía de los trabajadores, el capital, la colectividad (bajo sus diversos aspectos: la nación, la región, la profesión, etc...).

Ya no existe como única realidad jurídica el individualismo, que en el siglo XIX definía al derecho interno y externo de la empresa; hay un desenvolvimiento de una realidad social que busca sus formas jurídicas, pero que transforma profundamente la naturaleza de la empresa.

Ya no existen las únicas realidades económicas del liberalismo y de la competencia, en las que la empresa era una unidad autónoma sometida a la ley del mercado; existen concentraciones, monopolios, la necesidad de una dirección de conjunto para asegurar las actividades particulares; concretamente, existen el plan, las nacionalizaciones, el sindicalismo.

Existe una aspiración general a la "democracia industrial"...

Estos son los hechos.

Los hechos no se ponen en duda. Se puede disentir en su interpretación y en las conclusiones que de ellos se deriven para ordenarlos socialmente con justicia y con fecundidad.

"Con miras de dar a la empresa una nueva constitución", M. Bloch-Lainé propone:

— "que tenga a su cabeza un verdadero gobierno";

— "que el estatuto de su capital sea revisado";

— "que ella reconozca más formalmente a su personal y a la fuerza sindical que la apoya, a la vez el derecho de participar en sus actos y la libertad de fiscalizarlos";

— "que recurra, en fin, a una magistratura económica y social a fin de armonizar los intereses que asocia en su seno y aquellos que pone en juego a su alrededor" (págs. 42-43).

Son estos cuatro puntos los que están desarrollados en los capítulos III, IV, V y VII (el capítulo VI forma un intermedio indispensable sobre el medio en que está inmersa la empresa y que la penetra).

No se trata aquí de analizar estos cuatro puntos para discutirlos: diez artículos no bastarían. Nos limitaremos a presentar algunas observaciones sobre la relación entre el poder y la propiedad. Pero no sin previo paréntesis.

En 1883, La Tour du Pin...

El paréntesis concierne a la idea misma de la reforma y a su orientación general.

Que una reforma es necesaria, es evidente. Que deba afectar a todo cuanto acabamos de ver, todo el mundo está de acuerdo.

Lo que incluso sorprende es que haya hecho falta llegar al año 1963 para que altos funcionarios y grandes industriales se den cuenta de todo esto.

Hay precedentes, dirán. No veo muchos en esos ambientes.

Sobre la reforma de la sociedad anónima, los juristas han pensado siempre y el legislador no ha dejado de hacer leyes, pero sobre el bosquejo de un Derecho de la empresa hay bien pocas cosas. Sólo se puede señalar la admirable obra de Ripert (concerniente a los aspectos jurídicos del capitalismo).

Los únicos ambientes que se han preocupado de la reforma de la empresa, asociándola generalmente a la reforma de la profesión y del Estado, han sido los ambientes católicos.

¿Por qué la gran burguesía industrial, financiera y administrativa se ha desinteresado siempre de la reforma de la empresa? Simplemente, porque no la creía necesaria. Si había algo que reformar por el lado de la empresa, era el derecho de sociedades. Si se requería ir más allá, se provocaría una subversión llamada sindicalismo, socialismo y comunismo.

Cuando terminé la lectura del libro de Bloch-Lainé no pude evitar pensar que si La Tour du Pin saliese de su tumba y lo leyese a su vez, diría al autor: "Así, pues, ha hecho falta ochenta años para llegar a esto".

No es que las ideas de Bloch-Lainé sean las de La Tour du Pin, i les falta mucho!, pero todo lo que va a parecer nuevo y atrevido en Bloch-Lainé tiene exactamente el contorno de lo que se tacha (sin conocerlo) de retrógrado y reaccionario en La Tour du Pin.

En realidad, el pensamiento de La Tour du Pin es de una fuerza y audacia extraordinarias. Pero, católico y monárquico, estaba barrido de la sociedad democrática. Todo lo que él escribía era, pues, insignificante.

Por gusto, citaré algunos de sus pasajes que no dejarán de sorprender a los que hayan leído Para una reforma de la empresa.

La Tour du Pin considera que el principio del régimen corporativo es "el reconocimiento de un derecho propio, tanto para el individuo de cada una de las clases que concurren a la producción, como para cada uno de los grados de la asociación formada entre estos elementos, desde la corporación hasta el Estado".

La corporación es en el fondo, para él, la empresa. Y la funda sobre tres caracteres:

— "la existencia de un patrimonio corporativo que participa en la prosperidad de la industria",

— "la constatación de la capacidad profesional, tanto del empresario como obrero",

— "la representación de cada elemento interesado en el gobierno del conjunto".

El primer carácter es completamente extraño a la reforma propuesta por Bloch-Lainé. Volveremos sobre ello. Es esencial a los ojos de La Tour du Pin, que veía en él notoriamente la posibilidad de "muchos arreglos entre empresario y obrero que tiendan a sustituir el contrato de arrendamiento por el contrato de sociedad".

El segundo carácter tiende a afirmar que "el capital no es sólo la única forma de propiedad de la que un hombre pueda sacar legítimamente partido en virtud de un derecho propio. La posesión de una carrera, de un oficio, puede también revestir el carácter de una propiedad...".

Por fin, el tercer carácter procede de la simple idea de que todo lo que concurre a producir la obra común debe concurrir al gobierno de la producción. "Una sociedad no está provista de todas las condiciones de existencia independiente necesaria para su economía, más que si posee en su mismo seno los tres poderes que, según Montesquieu, constituyen el mecanismo de gobierno... Dicho en otra forma, la corporación dicta sus reglas, juzga las controversias entre sus miembros y administra su patrimonio por delegados escogidos en su seno. "Como en la gran industria se distinguen claramente tres clases de agentes: el capital... la dirección... la mano de obra...", son estos agentes los que deben delegar sus representantes en el gobierno de la corporación.

El régimen corporativo debe reemplazar al "capitalismo", que "sólo tiende a hacer producir rentas al capital". Reemplazar de un mismo golpe al socialismo, que tiene la misma raíz. El mal original es, en efecto, el individualismo, cuyas dos encarnaciones son "el capitalismo, que es su floración burguesa, y el socialismo, que es su fruto popular"[2].

Es evidente que no se puede resumir una obra de 500 páginas, en escasas líneas. Una vez más, con estas citas solamente quiero recordar que ciertas preocupaciones que se creen nuevas sólo lo son en el club bastante cerrado de las "dinastías burguesas" (como las llama Beau de Loménie), pero son casi centenarias en los católicos. Si me atengo a La Tour du Pin, es porque es el más conocido y porque su obra está editada. Pero Albert de Mun, Gailhard-Bancel, Milcent, Delalande, Le Cour Grandmaison y muchos otros han desarrollado ideas análogas a las suyas. No son más que las ideas cristianas. Las que se deducen de la doctrina del catolicismo sobre et hombre y la sociedad. Lo que se llama la doctrina social de la Iglesia no es más que la reformulación y la actualización de las ideas que, en lo esencial, son tan inmutables como el hombre mismo y la. sociedad. Las grandes encíclicas Rerum Novarum, Quadragesimo anno y Mater et Magistra tienen, cada una, como única novedad, la de esclarecer cada vez problemas nuevos. La luz es siempre la misma.

Los parecidos que sorprenden entre las observaciones de La Tour du Pin y de Bloch-Lainé se deben a que, en muchos casos, son los mismos puntos los que uno y otro consideran como errores de la vida económica. Pero la diferencia radical que hay entre las soluciones que preconizan respectivamente, es que unas —las de La Tour du Pin— se refieren a una concepción general del orden social que les da vigor y coherencia, mientras que las otras —las de Bloch-Lainé— sólo se inspiran en el oportunismo v dejando a doctrinas extrínsecas el cuidado de asegurar la orientación general.

Si La Tour du Pin volviera a este mundo, aplaudiría Mater et Magistra y se convertiría en su ardiente propagandista. Los católicos franceses de hoy aplauden, es cierto, y ¡cuán tumultuosamente!, pero se apresuran a ir en direcciones opuestas a las que indica la encíclica. Alaban la doctrina social de la Iglesia, pero se inspiran en el marxismo. Prefieren más confiarse a la verdad del movimiento de la Historia, que a la.de la Cátedra de San Pedro.

Reconocer una evolución sin pretender determinar su fin

Criticar el libro de Bloch-Lainé no es cosa fácil. Por una parte, aunque el autor nos haya prevenido de que asume él solo la responsabilidad, sin embargo, lo que nos presenta es una síntesis, y se percibe claramente que no siempre son necesariamente sus propias ideas las que expresa. Por otra parte, el sentido de los matices que le caracteriza le lleva a presentar las reformas que preconizan multiplicando las facetas de la cuestión, lo que hace que si se le quisiera acusar de sostener tal o cual tesis, o de proponer tal o cual afirmación, a menudo no le costaría trabajo mostrarnos otra tesis distinta u otra afirmación contraria en pasajes distintos de aquellos de donde se hubieran extraído las citas acusadoras.

En fin, no nos paremos en detalles. Tomemos a Bloch-Lainé como autor del libro, y mejor que acumular discusiones sobre minucias, esforcémonos en limitarlas a lo esencial.

Primeramente, puesto que se trata de reformar la empresa, ¿encontramos una idea directriz y neta de la reforma propuesta? Creo que es preciso responder que no, si a la palabra "idea" le damos su sentido pleno. Por el contrario, no se puede dudar de que hay un "sentimiento" rector que, de un cabo a otro de la obra, no resulta en modo alguno dudoso.

Este sentimiento rector lo he mencionado ya. Podría resumirse bien con una sola palabra: "democracia". Bloch-Lainé propone, en suma, reformar la empresa haciéndola más democrática.

Creo que se trata de un sentimiento mejor que de una idea, puesto que en ninguna parte se nos define esta democracia. Parece que el sentido de ella es tan claro y tan cierto, que resulta ocioso precisarlo.

Bloch-Lainé argüiría, sin duda, que todas las reformas de detalle enumeradas en su libro constituyen precisamente los elementos democráticos que juzga necesario introducir en la empresa. Nos hubiera gustado de todas formas que nos hubiese indicado lo que constituye la esencia de la democracia y, por consiguiente, cómo la empresa, igual que el Estado, puede llegar a ser democrática acercándose a ella.

"¿Por qué —escribe Bloch-Lainé— la empresa ha de ser más alérgica que el municipio o la nación a la esencia de democracia?" (pág. 40) ¿Por qué? A fe que puede haber razones, pero, en fin, para pronunciarse haría falta primero saber cuál es la esencia de la democracia.

Así, pues, desde el comienzo nos encontramos delante de una laguna fundamental que, a mi parecer, afecta a todas las demostraciones y proposiciones de Bloch-Lainé.

¿Sus objetivos son de justicia?, ¿o de eficacia? De una y otra, respondería él probablemente. La "democracia", sin duda, es a sus ojos justicia y eficacia. Pero sobre la justicia cada uno puede tener su idea personal. Sobre la eficacia es difícil logarla mejor que en América.

Por sorprendente que pueda parecer, el primer capítulo, "motivos para la innovación", no nos ofrece indicios sobre este punto. Las "razones" invocadas son las contradicciones, las anomalías y los abusos (sobre lo que estamos muy de acuerdo) que revela el estatuto actual de la empresa. Es preciso suprimirlos, poniendo de acuerdo las "ideas" con los "hechos" y las "instituciones" con las "prácticas".

Así, pues: ¿Reparar? ¿Consolidar? ¿Conservar? ¡Cuántas palabras peligrosas!

Es preciso leer muy detenidamente la obra para encontrar por aquí y por allá alguna precisión concerniente a los objetivos propuestos. Leemos, por ejemplo, en la página 147: "Cuando se pretende colocar más en paridad grupos de intereses que estuvieron hasta entonces sometidos unos a otros..." Aquí se trata de algo preciso, que quizá se entienda por sí solo, pero que, en fin, no ha sido enunciado en ninguna parte claramente como constituyente del objetivo de la reforma deseada.

Leemos en la página 138: "Mientras que la empresa tiende a ser una institución...", lo que parece significar que hay que llevar a término una evolución. Pero, como en ninguna parte el libro nos ofrece una teoría de la institución, nos quedamos in albis.

Aquí o allá —cf. págs. 82 y 83— percibimos también que se trata de hacer una reforma para evitar una revolución, pero no se nos lo dice claramente.

Además, creo que estas críticas las tomaría Bloch-Lainé como alabanzas, en el sentido de que él nos respondería que no se trata de reformar la empresa en función de principios, de doctrinas o de teorías, sino que, por el contrario, lo que hace falta es asir la evolución en sus rasgos dominantes y llevar a bien esta evolución con innovaciones que la favorezcan y la hagan bienhechora.

"Los cerrojos jurídicos que se trata de hacer saltar —escribe— liberarán aquellas tendencias de las cuales no es aún Conocida la meta. No sería posible reconocer una evolución a la vez y pararla. La empresa está en plena mutación. Se trata de favorecer este fenómeno modificando lo que lo traba, sin pretender determinar su fin" (pág. 12).

Sin pretender determinar su fin...

Tal actitud es hoy día corriente. Es la actitud "biologista", la actitud histórica y, para decirlo claramente, la actitud marxista. Se preocupa buenamente por la verdad y por la justicia, pero a través del decurso vital, que es su expresión privilegiada. En el fondo, la democracia es esto: la consagración del empuje vital que va de abajo a arriba y que se reputa portador de categorías superiores del espíritu, siempre que éste tome conciencia de ellas y les dé su bendición.

El sector sindical de la empresa

Se distinguen, sin embargo, en la reforma propuesta tres ideas concretas:

— la promoción sindical;

— un nuevo fundamento de poder en la empresa;

— la supremacía del plan.

Estas tres ideas pueden distinguirse claramente, pero en la construcción del nuevo tipo de empresa fatalmente se encuentran más o menos mezcladas. Nos sujetamos principalmente a la segunda, que prácticamente constituye una sola con la tercera.

Diremos simplemente algunas palabras sobre la promoción sindical, porque es la cuestión que hoy interesa más, tanto a patronos como a sindicados.

BIoch-Lainé establece las necesarias distinciones entre el personal y los sindicatos. A este respecto dice muchas cosas certeras e interesantes. Se pronuncia a favor de lo que se llama "la sección sindical de la empresa", sin darle, por otra parte, más lugar en su desarrollo, lo que no le permite examinar muchos otros aspectos (cf. págs. 45 y 79 y sig.).

Se sabe de lo que se trata: los sindicatos, o al menos ciertos sindicatos, piden el reconocimiento legal en la empresa de la sección sindical, que estaría habilitada para tratar directamente con la dirección las cuestiones de la competencia que le sería atribuida.

Hace falta —escribe Bloch-Lainé— "dar a los sindicatos los medios para implantarse fuertemente, especialmente reconociendo la "sección sindical de la empresa". Y añade: "Pero sin comprometer la libertad individual de los asalariados, dejándoles la opción de expresarse por la vía sindical —vía privilegiada— o por la vía directa" (pág. 45).

Se pueden tener ideas muy diferentes sobre la sección sindical de la empresa. Para Bloch-Lainé, "toda sección sindical de empresa debería ser reconocida por el empresario, en cuanto el número de sus adheridos fuese por lo menos igual al diez por ciento (10%) del personal interesado. Este reconocimiento implica especialmente la asignación de un local en cada establecimiento, la libertad otorgada a los responsables para consagrar suficiente tiempo a su acción y procurar en los talleres o despachos una protección eficaz contra el despido" (págs. 85-86). A lo que deben añadirse otras medidas, por una parte, para permitir la formación de militantes y responsables y, de otra parte, para incrementar el bienestar y asegurar la independencia financiera de las organizaciones sindicales.

Es más o menos la posición de la C.F.T.C.[3], para la cual el reconocimiento de la sección sindical de empresas significa: inmunidad de los delegados sindicales, derecho de reunión, de afiliación, de difusión de prensa, de colecta de las cotizaciones, etc.

En principio, todo esto parece muy normal; pero, ante todo puede uno preguntarse si los delegados del personal, comité de empresa y sección sindical no serían más que uno, siendo este uno la sección sindical, y más particularmente, el delegado sindical.

Entonces sería el representante de la C.G.T.[4], o de la C.F.T.C. quien se convertiría en único defensor de los derechos de los asalariados. Ya no sería el mandatario del personal de la empresa, sería el mandatario de la organización sindical, que sería el de las grandes confederaciones y no el de los mismos asalariados de la empresa.

Los patronos ven con malos ojos una innovación de este género. Tampoco se acepta de modo unánime por los sindicalistas; algunos la temen porque constituiría un verdadero salto hacia lo desconocido.

No es difícil prever que si la sección sindical de empresa fuese instituida, llegaría necesariamente a hacer saltar la empresa o el sindicalismo. Haría saltar la empresa, si el poder sindical fuera bastante fuerte para bloquear la autoridad patronal. Haría saltar el sindicalismo, si el poder sindical no fuese, en la realidad, más que el brazo ejecutor de decisiones confederales, porque así el sindicalismo jugaría un papel parecido al que juega el partido comunista en la URSS. Los asalariados no solamente sentirían, despego, sino que se sentirían obligados a reunirse en nuevos sindicatos para luchar contra los mamuts del sindicalismo.

La reforma prevista sería menos una reforma que una revolución, la revolución de todo el sistema económico occidental. Sin embargo, como no existen muchas posibilidades de que las consecuencias lógicas de la sección sindical de empresa puedan desarrollarse hasta el fin, es probable que, si fuese instituida, tendría como único efecto crear el desorden durante cierto tiempo, hasta el día en que encontrara una forma jurídica y modalidades de ejercicio compatibles con la realidad de la empresa. Es probablemente lo que piensa Bloch-Lainé.

Poder político y poder económico

Llegamos a la cuestión fundamental: la del nuevo fundamento del poder en la empresa.

Esta cuestión se presenta bajo dos aspectos: las relaciones, en la actividad económica, del poder y de la propiedad; y previamente, las relaciones en la sociedad del poder económico con el poder político.

¿El poder político y el poder económico no son más que uno solo, o son dos? ¿Son los dos de una misma esencia o son de esencia diferente? De modo más general, ¿la sociedad política y la sociedad económica son o no son distintas?

Se trata de un problema muy difícil de exponer y que, a decir verdad, sólo puede serlo en el ámbito de una filosofía general del hombre y de la sociedad. Bloch-Lainé sólo le consagra tres páginas que, preciso es decirlo, son extremadamente confusas.

He leído y releído estas tres páginas (págs. 30 a 33). Es difícil sacar de ellas alguna conclusión cierta.

Bloch-Lainé escribe: "La completa separación de la economía y de la política es un engaño" y "no hay en la sociedad dos dominios distintos" —pero precisa que "puede y debe haber dos mecanismos separados: el de las administraciones y el de las empresas"—.

En Rusia los dos mecanismos están confundidos: "La libertad de las personas no gana mucho con ello".

No hay, pues, para Bloch-Lainé dos "dominios" distintos, pero hay dos "mecanismos" que son distintos o que deben serlo.

¿Y el "poder"? Citaré esta frase: "La no confusión del poder político y del poder económico necesita que el último proceda de fuerzas diversas, teniendo cada una su propio asiento, su independencia material". Así, pues, el poder político y el poder económico son y deben ser distintos; pero unas palabras nebulosas —"fuerzas diversas", "asiento propio", "independencia material"— nos dejan ignorantes de cuál pueda ser el carácter y la fuente del poder económico. Las líneas siguientes parecen indicarlo: "No se pretende tratar aquí en su totalidad del problema de la apropiación de los medios de producción. Los argumentos que militan en favor del mantenimiento de la propiedad privada, cuando ésta no tiene inconveniente mayor, tanto como los argumentos contrarios, son muy numerosos y la presente reflexión sólo atañe a uno de ellos. ¿No es preciso que los propietarios continúen siendo varios para que los gestores no tengan un solo mandante y, por lo tanto, un solo dueño? La diversidad de los mandatos recibidos por los gestores es la mejor garantía de su libertad. Esta libertad corre el riesgo de desaparecer si la propiedad es única. Si los particulares, aislados o agrupados en formas del Derecho privado, cesan de ser mandantes y abandonan esta función exclusivamente a las colectividades públicas, la diversidad de mandatos resulta improbable. Sería preciso que las colectividades públicas, convertidas en únicas propietarias, tuviesen, cada una, personalidad antigua y sólida para que un colectivismo, separado de la propiedad privada, no se incline inevitablemente hacia el estatismo ni se deshumanice (págs. 32-33).

Este párrafo es revelador.

Nos revela primeramente esta mezcla de claridad y confusión que se encuentra en todo el libro cada vez que se aborda un problema, por poco delicado que sea. Claridad —porque una primera lectura da la impresión de la nitidez de un arroyo—. Confusión —porque si se leen estas líneas y se releen, se da uno cuenta de que dejan todas las cuestiones un poco en suspenso—.

Pero, además, este párrafo es muy revelador en lo que concierne al fondo del problema, porque Bloch-Lainé, evocando la especificidad del poder económico, llega rápidamente, y como a pesar suyo, a hablar de la propiedad. Lo que dice continúa siendo muy vago, pero el caso es que pronuncia la palabra. ¿Es por concesión a la tradición?, ¿o por concesión a lo que todavía se observa en la economía occidental? La frase final nos deja en la duda.

Así, pues, para hablar de la reforma de la empresa, que es del dominio económico, Bloch-Lainé nos deja en la incertidumbre absoluta de cuál sea realmente este dominio y, debiendo hablar en seguida del poder de la empresa, nos deja en la incertidumbre de saber de qué naturaleza podrá ser este poder, puesto que no sabemos lo que en realidad es el poder económico.

Cuando se leen y se releen las tres páginas tituladas "poder económico y poder político", uno queda en la imposibilidad total de saber lo que efectivamente son para Bloch-Lainé; especialmente, de saber si son distintos o no lo son. Una frase parece decir sí, otra frase parece decir no; cierta insistencia parece unir el poder económico al fenómeno de la propiedad, pero toda la pendiente del análisis lleva a la conclusión contraria, Estamos verdaderamente en la confusión integral.

La doctrina de la Iglesia sobre la actividad económica

Es conocida la doctrina de la Iglesia acerca de la actividad económica, desde la encíclica Rerum Novarum hasta nuestros días. La enseñanza es constante y cada vez más insistente: La actividad, económica es esencialmente de orden privado. Cualesquiera que sean las intervenciones necesarias del Estado y cualquiera que sea la importancia adquirida, estas intervenciones se aplican a un dominio que es por naturaleza ajeno al dominio político, ajeno al derecho público.

Los textos de León XIII, de Pío XI son sobreabundantes en esta cuestión. Pero Juan XXIII, al que tantos gustan oponer a sus -predecesores, y notoriamente a Pío XII, su predecesor inmediato, vuelve a recoger y confirmar esta enseñanza con nuevo vigor en la encíclica Mater et Magistra. Recordemos que la parte II de esta encíclica empieza con las siguientes palabras: "En primer lugar, es necesario dejar bien sentado que la vida económica corresponde, primordialmente, a la iniciativa privada de los ciudadanos, ya actúen individualmente, ya se unan en las más diversas asociaciones para la consecución de sus intereses comunes (§ 51).

Los padres jesuitas de la Acción Popular hacen a este párrafo el comentario siguiente (págs. 54 y 56): "El Papa no opone actividad individual (o iniciativa individual) y actividad llevada en común (o iniciativa común, social, cooperativa), sino iniciativa o actividad privada (individual o social) y actividad pública (acción del Estado). La actividad privada es la de los hombres tomados uno a uno, obrando y decidiendo solos (soli), pero también la de los hombres libremente asociados entre ellos para la prosecución en común de fines económicos. La posición de la Iglesia no es, pues, de ninguna manera individualista. La sola preocupación del Papa es insistir sobre el hecho de que la vida económica no es en bloque ni directamente asuntos de Estado; sin estar separada, la sociedad económica es distinta de la sociedad política. Preocupación que Juan XXIII hereda de sus predecesores, particularmente de Pío XII. Dijo éste que "la economía —por lo demás, como las restantes ramas de la actividad humana— no es por naturaleza una institución del Estado; por el contrario, es el producto viviente de la libre iniciativa de los individuos y de sus agrupaciones libremente constituidas". (Alocución a los delegados de la Unión Internacional de las Asociaciones Patronales Católicas de la Uniapac, de 7 de mayo de 1949; AAS 41, pág. 285. Este texto ha sido recogido en la carta de Mgr. Dell'Acqua a la XXI X Semana Social italiana, septiembre de 1956.) Pío XII juzgaba inexacta la hipótesis según la cual "toda empresa entra por naturaleza en la esfera del Derecho público", y añadía: "Tanto si la empresa está constituida bajo la forma de fundación o de asociación de todos los obreros como copropietarios, como si es propiedad privada de un individuo que firma con todos sus obreros un contrato de trabajo, en un caso y en el otro, entra en el orden jurídico privado de la vida económica" (ibid). La última frase de este texto comprende el empleo del término "privado" en sus dos sentidos distintos, que es preciso no confundir: individual, por oposición a "social"; autónomo con respecto al Estado, lo que se dice por oposición a "público"."

La intervención del Estado, sobre la que se extiende largamente la encíclica, no hace más que confirmar esta distinción radical entre el orden económico y el orden político.

Hay, pues, entre las concepciones de Bloch-Lainé y las de la Iglesia una diferencia que llega a la oposición, ya que no basta admitir que haya actividades económicas que pueden ser privadas —cosa que admite Bloch-Lainé—, sino que es preciso determinar específicamente cuál es el dominio propio del orden económico, para saber en qué se distingue del dominio político y cuál puede ser, por consiguiente, la fuente del poder que ejerce específicamente en el seno de la empresa.

Poder y propiedad

Cuando se reflexiona sobre la naturaleza de la actividad económica y la forma como se crean y se desarrollan las empresas, que son células de producción, se percibe claramente que la tierra y el trabajo son las dos fuentes de la producción, y que la propiedad, el contrato y la responsabilidad son las grandes categorías jurídicas que permiten el desarrollo de la vida económica, como asimismo de toda vida privada.

De ello resulta que, en su raíz, la propiedad es la fuente del PODER ECONÓMICO, cualquiera que sean las precisiones que haya lugar a hacer acerca del contenido de este poder y sobre las formas de esta propiedad.

Tan cierto es esto, que si el universo está hoy en día partido en dos, esta división resulta principalmente, incluso podríamos decir exclusivamente, de la relación que una u otra de las dos partes del universo establece entre poder y propiedad.

El mundo occidental continúa creyendo en una distinción del orden económico y el orden político, y distingue por eso mismo el poder económico del poder político, fundando el poder económico sobre la propiedad.

El mundo comunista considera que el orden económico y el orden político no son más que uno. Identifica poder político y poder económico, suprimiendo la propiedad como fuente de poder económico, y sometiendo así el mundo de las actividades productoras al único poder del Estado.

Marx había establecido perfectamente esta confusión de los dos poderes en la frase célebre del Manifiesto: "Los comunistas pueden resumir sus teorías en esta proposición única: abolición de la propiedad privada". Abolición de la propiedad privada: por lo tanto, abolición de un poder económico específico, reducción del poder a la unidad en las únicas manos del Estado. El totalitarismo es esto y nada más que esto: confusión del poder político y del poder económico en las mismas manos.

Bloch-Lainé, dejando indeterminadas las nociones de orden económico y de poder económico, se encuentra, por lo tanto, forzado a buscar otros fundamentos diferentes de la propiedad al poder del jefe de empresa. Escribe: "Para fundamentar el poder en la empresa es preciso consagrar tres evoluciones:

"— por parte de los patronos, los más clarividentes preconizan la substitución del "patronato de propiedad" por un "patronato de función". La propiedad no excluye la función, pero no basta para justificar su ejercicio";

"— por parte de los asalariados, la mayoría de los responsables sindicales no pretenden captar el poder en beneficio del personal y admiten un mandato, con tal que puedan vigilarlo e influir sobre él. Este es el sentido concreto de la idea de "participación";

"— por parte de los poderes públicos, un número Creciente de políticos y funcionarios se esfuerza en conciliar la planificación con la libertad de empresa" (pág. 41).

Para "fundamentar" el poder de la empresa... Bien, por fin es preciso fundamentarlo; es necesario un fundamento: ¿cuál será? Se nos invita a constatar "tres evoluciones" y, en efecto, las constatamos bien. Pero es preciso que estas evoluciones conduzcan a alguna parte, y primeramente es preciso que desemboquen en conceptos filosóficos y jurídicos susceptibles de fundamentar efectivamente el poder de la empresa.

Bloch-Lainé nos dice: "En la desembocadura de estos tres caminos hay que dar muy pocos pasos para su encuentro. Son seguramente los más difíciles, pero a una diversidad de situaciones puede corresponder una diversidad de soluciones".

Una diversidad de soluciones, sin duda; pero las soluciones diversas deben referirse a un primer principio indudable. En la hora actual existen también diversas soluciones. ¿Qué relación hay entre una empresa agrícola de propiedad familiar, una cooperativa obrera, de producción, una sociedad limitada con una veintena de empleados, una sociedad anónima que da empleo a treinta mil asalariados? Pero detrás de estas situaciones diversas, detrás de estas soluciones diversas, de los problemas de la empresa, hay —digamos, todavía hay— una concepción filosófica y algunos principios jurídicos.

Si se rechazan esos viejos principios y esta vieja concepción, ¿qué se quiere colocar en su lugar?

Bloch-Lainé nos proporciona un "esquema de la nueva empresa" (págs. 73-74):

"La nueva empresa tendría un "colegio de directores" y una "comisión de vigilancia".

"El Colegio de directores, más o menos numerosos según la importancia de la firma y la orientación tomada por sus fundadores, se reclutaría, por "cooptación"[5] a partir del equipo inicial constituido en la fundación. Se encontrarán los "jefes principales" de la empresa, surgidos de su jerarquía o llamados de fuera. Podrían añadirle los consejeros semipermanentes, tomados de empresas aliadas o entre los expertos.

"Este consejo tendría un presidente: el jefe de empresa, la autoridad del cual, más o menos grande, dependería tanto de él mismo como de sus "pares", de las costumbres propias de cada firma o de la costumbre general, y podría tener grados diferentes según los tipos de decisiones. Hay, en efecto, decisiones fundamentales que únicamente un hombre solo es capaz de tomar —en la soledad de verdadero jefe—, después de haber consultado debidamente y reflexionado.

"La comisión de vigilancia, las reuniones de la cual podrían ser más o menos frecuentes, agruparía los "síndicos" del capital y los "síndicos" del personal, a quienes se añadirían, llegado el caso, los comisarios del Estado, etc...".

Parece que Bloch-Lainé tiende a considerar que los jefes de empresa podrían ser designados, más o menos, como lo son hoy en día; pero estimando que su poder sólo sería legítimo cuando fuera ejercido correctamente.

Dicho en otros términos, la empresa ya no es la fuente del poder. Existe un poder que proviene, sea de la creación del negocio, sea de herencia, sea del nombramiento por el Estado, sea de la elección por los accionistas, sea de la "cooptación"[6] de los pares (fórmula que parece querida por Bloch-Lainé, puesto que en ella ve la ratificación de lo que existe en realidad hoy en las sociedades), etc..., y cuando este poder existe, está legitimado por la buena marcha de la empresa, marcha garantizada por la aprobación de los vigilantes y diversos interventores colocados junto al jefe de la empresa.

El .poder no está, por tanto, fundado en la conformidad con un orden jurídico, a su vez enraizado en una concepción filosófica de la sociedad; está fundado perpetuamente en un "permiso para dirigir" (la expresión es de Bloch-Lainé) perpetuamente revocable.

Fundamentar, en el lenguaje usual, significa establecer fundamentos y construir sobre fundamentos. En el lenguaje de Bloch-Lainé, fundamentar significa crear en el tiempo por una acción continua.

En el dominio político, la legitimidad de poder supremo es establecida por dos criterios principales, la filiación dinástica o la elección, pudiendo tener ambos criterios presupuestos religiosos o filosóficos, así como modos de realización muy diferentes. Parece que Bloch-Lainé, al asimilar virtualmente, si no expresamente, el orden económico al orden político, admite a la vez el sistema de filiación y el sistema de elección, a los cuales se ve forzado a añadir el sistema de propiedad; pero todos estos sistemas los admite como reliquias de la historia, hechos de los que hay que partir, puesto que existen, pero sin atribuirles ningún valor, ni de legitimación, ni de fundamento. Un poder nunca es legítimo para él, en tanto tal; sólo es legítimo en cuanto sea ejercido conforme con normas que no podríamos calificar más que como existenciales.

¿Cuál es el peligro de esta concepción del orden económico ? Radica en que, como las ideas conducen el mundo, quiérase o no, lo que por la reforma de Bloch-Lainé fuera destruido, seríalo en efecto; pero la construcción que debiera seguir a esta destrucción se haría según el sentido de unas "ideas que están en el aire". Y estas ideas sólo podrían ser el comunismo o, si la resistencia social fuese demasiado fuerte, el estatismo —común denominador y desembocadura final de todos los reformismos desprovistos de concepciones doctrinales—.

En nombre del Estado: el plan

Evidentemente, Bloch-Lainé no quiere nada con el comunismo, que repugna a su sensibilidad, su buena educación, su medio social y, sin duda alguna, a sus convicciones personales.

Bloch-Lainé dice que tampoco quiere nada con el estatismo. No tenemos razón ninguna para dudar de su buena fe, pero su afirmación no tiene consistencia.

Lo que Bloch-Lainé pretende lograr es esta especie de situación intermedia que se busca un poco en todos los dominios y que, según los objetivos y los momentos, se llama "tercera fuerza", "neutralismo" o "tercer mundo" y que, por lo tanto, no es "ni estatismo ni liberalismo", "ni comunismo ni capitalismo", etc. Por descontado, esta posición no es presentada por los que la sustentan como la del compromiso o del término medio, sino, al contrario, como la más moderna, la más nueva, la más luminosa y, sobre todo incluso, la más democrática.

Los deseos son de alabar y las profesiones de fe son sinceras, pero de hecho, si la reforma de Bloch-Lainé no conduce al comunismo en la lógica interna de sus análisis y sus demostraciones, conduciría a él en la lógica de la vida, por el desequilibrio que crea entre las fuerzas que destruye y las fuerzas que libera, entre los principios que pone en duda o niega y el vacío que les opone.

Este comunismo no tomaría probablemente los tonos del comunismo ruso: se conformaría con ser un estatismo, y por eso creemos preciso recordar esta palabra para indicar simplemente a qué nos invita Bloch-Lainé. Precisémoslo, por si fuese necesario: estatismo tecnocrático.

Diremos, una vez más, que ignoramos lo que de este libro es de Bloch-Lainé y lo que es de la centena de personas de cuyas ideas ha sido refundidor para estatuir bajo su nombre lo que nos ofrece; pero es muy cierto que la reforma es propuesta en cierto modo en nombre del Estado.

Bloch-Lainé es un alto funcionario. Los altos funcionarios de hoy día son los legisladores de antaño, ellos secretan[7] el Estado al que sirven. Secretaron el Estado soberano en tiempo de la monarquía; secretaron el Estado liberal en el siglo XIX y primera mitad del XX; secretarán hoy el Estado socialista y, si es preciso, el Estado comunista.

Leamos a M. Bloch-Lainé:

"Una de las nuevas actitudes del Estado consiste en hacer que las empresas sean más conscientes de su responsabilidad respecto de los hombres que emplea y de los hombres entre los que vive. En la nueva óptica, el destino de la empresa ya no se limita a su propia situación financiera. La evolución rápida de las técnicas y de los mercados ya no la obliga solamente a equilibrar sus cuentas. Le crea el deber moral de adaptarse para sobrevivir, porque su supervivencia se ha hecho indispensable para la salvaguardia de otros intereses que los de sus propietarios: el pleno empleo de la población activa en la localidad donde funciona, la prosperidad de esa localidad y de su región, la productividad máxima de los medios que inmoviliza, etc. El Estado la invita, pues, a preocuparse continuamente de lo que puede llamarse su "destino público" (pág. 129).

Bloch-Lainé no dice "el Estado soy yo", pero, servidor del Estado, dice cuál es la voluntad del Estado.

La voluntad del Estado es que, a pesar de todo, el plan sea el gran regulador de la economía y que la empresa se subordine al plan. Así también, a partir de ahora, la empresa no tendrá más posibilidad de elección, y Bloch-Lainé nos lo hace entender con un acento que no acabo de discernir sí es irónico o es ingenuo: "Cuando el Estado realiza, tan ampliamente como tiende a hacerlo, las "incitaciones" necesarias para obtener de las empresas lo que desea, cuando detenta medios tan decisivos como las autorizaciones, los subsidios, los créditos, las garantías, "participa" en tantas actividades que el carácter más o menos riguroso de sus edictos, más o menos coercitivo de sus normas, poco importa ya. Se ha hecho suficientemente indispensable a la mayoría de las empresas para que el problema de saber si debería o no ser más constrictivo pierde mucho de su sentido" (pág. 131).

Sobre las relaciones de la empresa y del plan, Bloch-Lainé es verdaderamente claro. Dos citas aún:

"Hacen falta imperativos y discusiones anteriores a las decisiones que hagan del jefe de empresa el subordinado o el par, según los asuntos, de una autoridad superior a la suya. El plan que se perfecciona tiende a ser la expresión ordenada de diversos intereses en discusión, de este interés general tan frecuentemente invocado, y tanto más equívoco cuanto más impreciso" (pág. 34).

"Cuanto más se perfeccione el plan, tanto más el interés que signifique una empresa da la medida de la importancia de ésta para la colectividad. Este interés se manifiesta, por otra parte, por las ayudas públicas que se le prestan y por las facilidades de crédito que le concede la autoridad tutelar (puesto que ésta gobierna, de hecho, en la situación presente de Francia, los principales mecanismos del mercado de capitales)".

"Se entorpecerían, sin duda, bastante los servicios del plan si se le pidiera hoy día que alinease las firmas francesas en algunas categorías bien definidas, según dependa más o menos de ellas la realización de los objetivos del plan. Pero, sin duda, será preciso pedírselo en fecha próxima".

"La combinación de estas diversas referencias permitirá aplicar a cada firma el modelo de distribución de poderes que mejor le convenga. La sociología de los centros de decisión, a medida que se perfecciona, muestra cómo las fuentes de autoridad y las condiciones de su ejercicio difieren de una empresa a otra, aunque las mismas reglas de derecho sean uniformemente aplicables" (pág. 59).

¿Y qué, me dirían algunos, es usted adversario del plan? Podría serlo, y estaría en mi derecho; de hecho, no lo soy, soy partidario. Soy partidario del plan en la medida en que es necesario que sea trazado el cuadro general para el desarrollo de la economía, porque el liberalismo, que era una locura en el siglo XIX, es hoy, además, imposible. Pero en la misma medida en que un plan es necesario precisamente con todo lo que comporta de intervención en el dominio de las inversiones del crédito y de la fiscalización, debe, para no engendrar el estatismo, la tecnocracia y finalmente el comunismo, ser el resultado de una concepción clara y vigorosa del orden económico en sus relaciones con el orden político. Debe, en particular, para no absorber todas sus actividades económicas, sentar fuertemente la autonomía de la empresa, definiendo claramente su naturaleza, su poder y las normas jurídicas que fundamentan este poder y su ejercicio.

No es, desgraciadamente, en esta dirección en que se desarrollan las páginas fluidas de Bloch-Lainé.

Conclusiones

Habría que examinar aquí muchos otros aspectos de la reforma de la empresa, incluso limitándose únicamente a la cuestión del poder. Siendo así que es muy difícil llegar a saber si Bloch-Lainé es partidario de la dirección única o de la dirección colegiada.

Escribe: "El ejercicio del poder no se comparte, cualquier división lo debilita. Un condominio está casi siempre abocado a la impotencia" (pág. 39). "Para normalizar lo que parece conforme a la naturaleza de las cosas, es preciso distinguir la dirección, que es única, y el control, que puede ser plural" (pág. 41).

Pero también escribe: "Que el equipo dirigente tenga un jefe que imponga alrededor su fuerte personalidad, o que obre de manera concertada, la prudencia aconseja no atribuir todo el poder a un solo hombre (pág. 66).

A pesar de tantas explicaciones, todo esto no está muy claro.

También Bloch-Lainé escribe: "Entre la autoridad y la responsabilidad hay una diferencia fundamental. La autoridad se delega; la responsabilidad, en su pleno sentido, no se delega. Los gobernantes se reconocen por la plenitud de su responsabilidad, más que por el ejercicio de su autoridad" (pág. 67).

Estas rotundas sentencias quizás son verdaderas pero exigirían explicaciones; igualmente podrían invertirse las dos palabras. De hecho, lo que se delega no es la autoridad ni la responsabilidad, es el poder.

También habría que interrogarse sobre las razones por las que Bloch-Lainé es tan discreto con respecto a las empresas públicas. Simula colocarlas en el mismo plan que las empresas privadas. ¿Pero, no sufren los males que les son propios? ¿Se siente incompetente para hablar de ellas, siendo así que tanto habla de las otras? Por mi parte, me gustaría saber lo que piensa, como director de la Caja de Depósitos, de este gigantesco ... engaño que se llama cajas de ahorro. ¿Encuentra bien que a los tenedores de cartillas de estas cajas, que generalmente no son capitalistas, les hayan sido arrebatados, en 1962, trescientos setenta mil millones de francos, porque la inflación actúa contra ellos? Pusieron 100 francos a su cuenta en enero de 1962; recibieron 103 francos en diciembre; estos 103 francos sólo valían en poder adquisitivo 97,50. El Estado se nutría de su ignorancia. ¿Tal escándalo deja indiferente a Bloch-Lainé, tan preocupado por la justicia social de la empresa privada?

Aún habría que subrayar la sospecha que Bloch-Lainé lanza contra la profesión cuando escribe: "Entre la empresa que es un poder económico y la potencia pública que es otro, mal se concibe que pueda haber un verdadero poder intermedio" (pág. 138).

Aquí deja caer, como de pasada, una idea que es en él fundamental. Para él existen el Estado y la empresa, nada más. Es sólo entre el Estado y la empresa donde deben instituirse y equilibrarse esas grandes fuerzas que son el capital, el sindicalismo y el gobierno mismo de la empresa.

Soslayemos todos estos puntos y otros muchos. Hemos dicho lo suficiente para hacer comprender que todas las reformas de detalle que propone Bloch-Lainé, por lógicas, normales, legítimas y deseables que puedan parecer, carecen de significación, porque no son elementos de un orden institucional, jurídico y filosófico coherente.

Se alista no sólo en contra de las insuficiencias y las injusticias de un orden antiguo muy quebrantado, sino también contra este orden mismo en lo que tenga de válido, es decir, contra ciertos principios fundamentales que el liberalismo y el socialismo han pervertido. Así, no abre la puerta más que a la fuerza: a la fuerza de los hombres, a la fuerza de las ideas, a la fuerza de los sistemas. El comunismo y el poder de hecho del Estado serían las dos únicas fuerzas coherentes que podrían instalarse y desarrollarse sobre la ruina de los principios que se consumaría con una tentativa de poner en marcha la reforma propuesta.

Será curioso ver si los que se declaran católicos opondrán a las ideas de Bloch-Lainé la doctrina social de la Iglesia, tal como ésta se exterioriza a lo ancho y a lo largo, desde hace tres cuartos de siglo, en las grandes encíclicas y en otros numerosos documentos.

Porque, en definitiva, ¿qué piden los papas? Reclaman:

l.° La difusión de la propiedad.—En cambio, Bloch-Lainé, constatando que se acentúa la separación entre el poder y la propiedad en la empresa, no concluye que sea necesario extender la propiedad a los asalariados, sino, al contrario, que es preciso disminuir «1 dominio privado y asentar el poder económico sobre bases nuevas (que él no acaba de encontrar y que serán necesariamente de naturaleza política).

2.° La organización de la economía conforme al principio de subsidiariedad.—Sin embargo, si Bloch-Lainé pone su atención sobre la empresa, lo hace sólo para subordinarla estrechamente al plan. La lógica de sus reflexiones tiende a hacer de la empresa el simple órgano de ejecución de las decisiones tomadas en el plan por acuerdo tripartito del Estado, de los patronos y de los sindicatos.

Estamos, pues, en las antípodas de la doctrina social de la Iglesia.

Siendo así, una vez más preguntamos: ¿cuál será la reacción de los católicos?

La Semana Social de Francia que se celebra en Caen, del 9 al 14 de julio, ha escogido por tema de sus debates: "La sociedad democrática". El encadenamiento de las palabras y la moda harán probablemente que se aplaudan calurosamente las ideas de Bloch-Lainé.

Estas ideas, él mismo lo dice, "están en el ambiente". Lo que es más que suficiente, en nuestra época ambiental, para asegurarles el mayor éxito.

Lo que resultará para patronos y para asalariados sólo concierne a los unos y a los otros; pero lo que resultará para el bien de la sociedad y para la libertad de las personas, nos interesa a todos. A este respecto, nos parece difícil ser optimistas.

 

[1] En las Editions du Sueil, París, 1963.

[2] Esta última cita data de 1903. Las precedentes son de 1883. Puede» confrontarse unas con otras en las primeras páginas de Vers un ordre social chrétien-Jalons de route 1882-1907, Edit. Beauchesne, 6ª ed., 1942.

[3] Nota de Speiro.—Confederación de Trabajadores Cristianos

[4] Nota de Speiro.—Confederación General del Trabajo (comunista).

[5] Traducimos literalmente cooptation por el neologismo cooptación, al no hallar otra palabra específicamente adecuada. Cooptation, según el Petit Larousse, significa: "Modo de designación consistente en que una asamblea designe ella misma sus miembros". (Nota de Speiro.)

[6] Véase la nota 3 acerca del empleo de neologismo cooptación y obsérvese cómo el texto contrapone el nombramiento desde arriba y la elección desde abajo, a la cooptación entre los iguales o pares; y, concretamente, constataremos la diferencia entre la elección por la junta general de accionistas y la "cooptación" hecha por el Consejo entre sus miembros. (Nota de Speiro.)

[7] Secretan, secretaron, del verbo secretar, que, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa: "Elaborar y despedir las glándulas, membranas y células una substancia". Pudimos "haber empleado en su lugar el verbo producir, pero hemos preferido conservar la metáfora fisiológica empleada por el autor al traducir las palabras francesas secrétent y ont secrété. (Nota de Speiro.)