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Patria, Nación, Estado (IV)

Patria -Nación -Estado
{continuación)
por
JEAN ÜUSSET
Fundaci\363n Speiro

PATRIA-NACION-ESTADO
(Continuación.)
V
LA NACION CONSIDERADA COMO ABSOLUTO
En el estudio precedente hemos visto hasta qué punto intere­
saba tener un justo sentido
de la patria y de la nación contra los
errores de un cierto espejismo supranacional.
A los que sintiesen la tentación· de despreciar
"el servicio de
la patria" como una tarea egoísta
y proscrita, para evadirse en un
internacionalismo menos
co_stoso, recordémosles estas palabras de
Pío XII a la colonia de las Marcas el 23 de marzo de 1958:
"Se encuentran a veces ciudadanos que temen mostrarse par­
ticularmente devotos de la patria. Como si el amor hacia el propío
país pudiera significar necesariamente el desprecio hacia los otros
países ; como si el natural deseo de ver a la patria bella, próspera
en el interior, estimada y respetada en el extranjero, debiera ser
inevitablemente una causa de adversión respecto de los otros pue­
blos ... No es el menor signo de desorientación de los espíritus
esta disminución del amor a la :patria, a esta mayor familia que
Dios nos ha dado
... "
"Importa también hoy -escribe el dominico Ducatillon (1)­
restablecer el equilibrio roto, denunciar vigorosamente 1a anemia
patriótica y la parálisis de terrorismo qne nos amenazan, reafir­
mar los fundamentos legales de la patria y de sus derechos, co­
menzando por el que tiene, si se presenta el caso, de usar de la
fuerza en su servicio y de reclamar para este fin la ayuda de
sus hijos."
(1) J. V. Ducatillon, O. P., Patriotistne et colonisation, pág. 78.
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JEAN OUSSET
"Ni el Derecho natural, ni la fe cristiana, ni las necesidades
de la evolución del mundo podrán nunca exigir el abandono de
las patrias, igual que su derecho a usar de la fuerza
para defen­
derse, de acuerdo con la justicia. La más acabada sociedad inter­
nacional
no deberá ni podrá ser nunca más que una sociedad
de las patrias llegadas a la madurez y, ¡,or tanto, siempre libres,
como un verdadero Estado no debe nunca ni puede ser nunca más
que una sociedad de ciudadanos libres.
El desarrollo de la sociedad
internacional supone el desarrollo de las patrias ... "
J ean Madiran repite esta enseñanza cuando escribe (Z}: "La
institución de un Estado mundial, único, omnipotente que subs­
tituya a los diversos Estados que estarían llamados a perecer, es
una idea totalitaria que actúa- constantemente para contaminar o
seducir la aspiración natural y cristiatla a la unidad del género
humano. La Iglesia invita a los Estados a entrar· en sociedad, no
para desaparecer, sino,
por el contrario, para desenvolver su exis­
tencia mejor que en el aislamiento; no para fundirse en un solo
Estado, sino
para que cada uno entre en una armonía superior.
No se trata de fusión, sino de desenvolvimiento, como lo sefíala la
Encíclica Mater et magistra cuando afirma que cada una de las
"comunidades políticas" se "·desenvuelve (hoy) contribuyendo al
desenvolvimiento de las otras",
y cuando incl~ca que cada una
tiene
"una individualidad que no puede ser confundida", siendo
preciso "discernir, respetar esa individualidad".
Ya el solo prin­
cipio de subsidiariedad reclama claramente que el fin de una orga­
nización jurídica mundial no es reducir y absorber los Estados que
son miembros de ella, sino al cont_rario, proteger su independencia".
Una vez denunciado así_ el error que cqnsiste en desechar el
amor
y el servicio de la patria .para correr en pos de un interna­
cionalismo ruinoso por nivelador, hay que abordar la crítica y
el estudio de otro peligro. Esta vez no se trata de un amor o de
un celo patriótico insuficiente, sino de un amor a la patria exaltado
(2) Revista ltin.éraires, núm. de septiembre-octubre de 1961, pág. 65.
(4, rue Ge.rancie're. Paris.)
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PATRIA-NAC/ON-ESTADO
hasta el desorden, de una verdadera ideología nacional qne. por
justa reciprocidad, lleva como el internacionalismo a la ruina de
lo que pretende defender y venerar sin medida y
.sin sabiduría.
Individualismo y totalitarismo del Estado.
Además es interesante mostrar cómo estos dos errores, apa­
rentemente contradictorios, del internacionalismo y del nacionalis­
mo a ultranza
proceden en su origen de una misma concepción
revolucionaria de la nación.
La concepción internacionalista prác­
ticamente encnentra su argumento en la vanidad de un
principio
jacobino de las nacionalidades llevado al absoluto (3),.
Fenómeno análogo al anterior es el engendrado por el indivi­
dualismo.
En efecto, nadie ignora que la exaltación sin medida
del individualismo es
el camino más seguro para el totalitarismo,
como lo prueban muchas páginas muy características de Juan
}acabo Rousseau.
Es significativo ver hasta qué punto los pasajes que en las
obras de este último son más frenéticamente individualistas, son
igualmente los que condenan al
ciudadano a sttlrir la omnipotencia
del
Estado (4). Y esto es lógico, es moral. Desde que se deifica
(3) "Y a esta intemperancia de ambiciones, a este deseo de los bienes
materiales, que se cubre y casi se justifica por las más altas razones de
Estado y del bien público, esto es, por el amor a la patria y a la nación,
han de atribuirse, -como a su causa, los odios y conflictos que suelen pro­
ducirse entre las naciones. Pues aun el amor a la patria y. a la. p,ropia raza,
fuente poderosa de virtudes y de actos-heroicos, cuando se halla regulado
por la ley -cristiana se convierte en semilla die injUsti_cia e iniquidades. sin
número cuando, violando las reglas de la justicia y del derecho, degenera
en un. nacionalismo inmoderado" (Encíclica Ubi arcanc D.ei, de 23 de
diciembre de
192'2).
(4) Las cláusulas del contrato social, descrito por J. J. Rousseau (Du
contmt social., I, 6), "se reducen todas a una sola, a saber, la enajenación
total de cada asociado -con, todos StUS derecho~ a toda la comuni,dad, pues,
primeramente,
al darse cada uno por completo, la condición ~s, igual para
todos; y siendo la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla
onerosa a los otros. Además,
haciéndose la enajenación .rin, reserva, 1a
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JEAN OUSSET
al individuo como tal, la nacmn se transforma en un pueblo de
dioses, todos iguales, todos sagrados. O sea, en un pueblo ingober­
nable, anár jerarquizar a los ciudadanos, excepto la fuerza de la mayoría, la
fuerza
del mayor número, de la que algunos puedan gozar en detri­
mento de los otros. En lo sucesivo, esa fuerza será el fundamento
y la única justificación del Estado.
Estos individuos, que
según. el individualismo optimista, son
todos
ignahueute sagrados, todos divinos, están fatalmente con­
denados a serlo todo (anarquía), o

a
no ser nada (tiranía del
Estado). Nada más ingobernable que un pueblo
de dioses. Como pasó
con las ranas que
pedían un rey -e incluso mucho más riguro­
samente que en esta
fábula-, es normal que el Estado, el soberano,
aplaste y nivele t¡¡ra comunidad tan difícil de regentar. Rechazar
toda jerarquía natural entre los hombres
y proclamar que todos
son absolutos
es entregarlos de hecho al despotismo estatal o a la
anarquía (5).
unión es tan perfecta como puede serlo, y ningún asociado time ya nada
que recÚJffllW •..
"En fin, al ,darse cada UIJ.9 a todos, no se da a nadie, y como no hay nin­
gún asociado sobre el cual no sé adquiera el mismo derecho que uno le
cede sobre sí mismo, se gana el equivalente de todo lo que se pierde y más
fuerza para conservar lo que se tiene.
"Por
consiguiente, si se separa del pacto social lo que es. de su esencia,
se encontrará que se reduce a los términos siguientes,: cada uno de nos­
otros pone
en común su persona y todo su poder -bajo la suprema diree­
ción de la voluntad general, y nosotros recibimos también a cada miembro
como parte i"'ndivisible del todo ...
"Con el fin ·de que el pacto social no sea un vano formulismo, encierra
tácitamente este compomiso :
que es el únioo que puede dar fuerza a los
otros,
que cualquiera que rechazase obedecer a la voluntad general será
obligado a ello por todo el cuerpo -lo que no significará otra cosa sino
que se le f01"san'á a ser libie ... " (Ob. cit., I, 7).
(5) Tlomando la palabra en su sentido de independencia total o casi
total,
"N~ Dios ni amo", se atreven a decir algunos. Por tanto, el indi­
viduo tiene derecho a que se reconozca su facultad de regirse a su antojo,
de regular
por sí mismo JIU conducta, de determinar su verdad, puesto que
no admite la existencia de un orden y un ordenádor objetivos, trascen­
dentes. que
obliguen en conciencia.
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PATRIA-NACION-ESTADO
Naciones diosas y planificación internacional.
Lo que es exacto en el plano de las relaciones entre el individuo
y
el Estado lo es también en el plano internacional, donde se
suele fluctuar entre dos extremos: el de las naciones diosas y el
de un super-Estado que aplasta a las patrias.
Así como el individualismo conduce al estatismo, las concep­
ciones que hacen un absoluto de la nación, de la patria, preparan
el internacionalismo. La consecuencia es lógica. Si todas las nacio­
nes son absolutas, se puede decir que son iguales, pues todo es
igual en lo absoluto. Y a no existe nada por lo que se pueda decir
que ellas ofrecen los bienes de una civilización más rica. Rousseau
era perfectamente lógico cuando proclamaba la superioridad del
estado de naturaleza respecto de
la tara de la civilización: ideal
del buen salvaje.
Por consiguiente, la misma ley que ·hace un momento inducía
al individuo dios a aniquilarse bajo el yugo de la planificación es­
tatal, es también la que condena a las naciones-diosas a ser sacri­
ficadas al despotismo planetario de dos o tres "grandes", esperando
el triunfo de un supremo vencedor. Lógico y justo castigo de un
mundo sublevado contra el orden divino.
Una vez más, el igualitarismo liberal es la causa de este mal.
Incapaz de concebir nna jerarquía de bienes o de fines en función
de los cuales pueda y deba ser ordenado el orden humano, el libe­
ralismo está condenado a multiplicar absolutos que al chocar entre
sí se destruyen mutuamente: siendo absolutos, es imposible orde­
narlos, armonizarlos, jerarquizarlos.
Así, pues, ¿ es concebible que la nación pueda considerarse
como un absoluto, como un fin en sí misma?
¿ Es razonable pre­
tender que sea valor o bien supremo, principio y fin de todo
Derecho?
Ni el pensamiento cristiano ni una sana Filosofía han
admitido tal pretensión y siempre han rehusado otorgar derechos
a lo que califican como una moderna forma de idolatría, destinada,
además, a volverse contra la misma nación.
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JEAN OUSSET
Igualdad esencial entre las naciones.
Con demasiada 'frecuencia se renueva en este aspecto un error
análogo al que se profesa tan a menudo cuando se trata de la igual­
dad entre todos los hombres.
Podemos repetir brevemente lo que ya dijimos en nuestra
Introducción a la polítka (6), en el párrafo "desigualdades y
jerarquía social".
Lo que en éste se lee sobre la igualdad esen­
cial de los hombres y sus desigualdades accidentales, concre­
tas, puede ser fádlmente traspuesto de nuevo, aunque con mucho
menos rigor, al plano que nos ocupa.
"Considerados en su esencia, repetimos con
La Bigne· de Vil­
leneuve, los hombres son iguales y no pueden dejar de serlo, pues
no pueden ser hombres sin ser lo que es esencial al hombre, sin
tener lo que determina en ellos la humanidad ... Con otras palabras,
puede decirse que los hombres son todos iguales en
lo que todos
poseen .esencial y necesariamente: la personalidad humana ... Puesto
que esta personalidad existe igual y consubstancialmente, al menos
en germen, en todos (salvo en los desgraciados que padecen im­
becilidad congénita), debe ser igualmente respetada en todos. El
crimen de las civilizaciones antiguas fue negar esta verdad y
rehusar, por ejemplo, reconocer la personalidad de los esclavos ... "
"Sin embargo --añadíamos-, esta igualdaq fundamental no
impide que bajo
otros aspectos que no afecten a su especie, los
individuos sean distintos unos de otros.
Pueden recibir -y de
hecho
reciben-caracteres que dentro del seno de la especie los
hacen diferentes y desiguales. Del mismo modo, pues, que los
hombres nacen libres y dependientes, nacen a la vez iguales
y
diversos. De forma que, sin dejar de ser esencialm~nte iguales, son
también realmente desiguales y diferentes
... "
"Los hombres deben, pues, vivir bajo la doble ley de la igual­
dad esencial ( de ahí
la condenación de todo racismo) y de la
(6) Introduaión lJI la política, en Verbo, núm. 18-19, pág. 20.
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PATRIA-NACION-ESTADO
desigualdad concreta (de ahí el beneficio de las jerarquías sociales,
incluso de las jerarquías entre naciones)."
Sin embargo, cabe
una diferencia, debida a que la igualdad
esencial
de· las naciones rigurosamente tomada es menos evidente
que la igualdad esencial de los hombres.
El rasgo merece seña­
larse, puesto que grupos, comunidades, patrias, son sistemática­
mente exaltados y que la igualdad de las naciones es uno de los
dogmas en boga.
Sin embargo, dicha igualdad es mucho más in­
cierta que la igualdad esencial de los hombres.
En efecto, no se .puede determinar con rigor y certidumbre
los caracteres esenciales . de la nación.
No es posible encontrar
caracteres análogos a
la racionalidad y la animalidad, caracteres
que fundamentan la igualdad de todos los hombres. La célebre
definición aristotélica:
El hombre es un animal racional, conviene
a todo ser humano sea hijo de rey o de carbonero. Los siglos
no han cambiado nada y, como se ha dicho acertadamente, todo
niño que nace es
un niño de la edad de ,piedra. La causa de esto
e6 la existencia de una naturaleza humana, de una especie humana.
En cambio, no existe tan rigurosamente definida una naturaleza
nacional, una especie nacional.
Cuando nacen, el hijo del
campesino y el hijo del rey son
esencialmente iguales
por el rriero hecho de pertenecer a la espe­
cie humana.
Por el contrario, no parecen que las naciones, con­
sideradas en sus
orígeÍies, presentan tan claramente los caracteres
de esta igualdad fundamental
y esencial. Podría decirse que para
los hombres sólo existe una forma de nacer, mientras que para las
naciones hay mil formas. Y
el porcetÍtaje de monstruos es elevado
en este último caso.·
Aceptamos, no obstante,
para evitar discusiones inútiles, el
principio de cierta equivalencia esencial y, ciertamente, la exis­
tenéia de determinados derechos fundamentales e
idénticos de todas
Ias
nadones (7). En este caso volvemos a encontrarnos ante el
(7) Es en ,este sentido que Pío XII habla de "la igualdad de derecho"
que tienen las naciones "pequeñas y
grandes" a la vida y

a
la conservación
de su
le~ítima libertad. (Cf. Pío XII, Alocución a los cardenales, obispas
y prelados de 'la curia romana, de 24 de diciembre de 1939.)
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JEAN OUSSET
mismo caso tratado antes: igualdad esencial de los hombres y
desigualdades accidentales. Dicho
de otro modo: admitiendo una
cierta igualdad
de las naciones, esta igualdad fundamental no im­
pide que, bajo otros aspectos (y no en tanto que las naciones son
simplemente naciones), las naciones sean distintas entre· sí. Por eso
pueden recibir -y de hecho reciben-determinaciones que pese
a la igualdad esencial
de sus derechos fundamentales las hacen en
la práctica desiguales.
Podemos, pues, repetir hasta cierto punto
lo que en el plano
individual apuntamos sobre la igualdad y la desigualdad de
los
hombres: así como éstos nacen iguales y desiguales, también las
naciones pueden ser consideradas iguales o desiguales.
Desigualdades ~ntingentes y naturales de laa naciones.
Su desigualdad concreta es tan verdadera, tan natural (y
ciertamente más evidente), que la igualdad debida
al carácter uni­
versal de una "especie" nación resulta incierta.
En el plano de las naciones ocurre algo análogo a lo que
ocurre
en el plano de los individuos: la igualdad es esencial, pero la
desigualdad es contingente, si bien todos vivimos en lo contingente,
y éste constituye en su mayor parte el dominio de la ciencia social
y del arte político.
EJ. principio de conciliación que se impone consiste, pues, en
reconocer por una parte la igualdad esencial ( ?) de las naciones
apoyada sobre un
fondo común y mínimo de deberes y de derechos,
y por otra parte, los deberes complementarios, particulares, va­
riados y diferentes según las situaciones propias (geográficas,
históricas, políticas, etc.) de las naciones, con los perfeccionamien,...
tos que las mejores y más civilizadas habrán conseguido incorporar
a su naturaleza. De modo que en el plano de las naciones, como
en el de los individuos, la verdad, la armonía, la justicia, la feli­
cidad y
el orden no pueden concebirse según el igualitarismo
jacobino.
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PATRIA-NACION-ESTADO
La universalidad, grandeza auténtica de una nación.
Puesto que las naciones son desiguales, ¿ es necesario clasificar­
las según un orden fijo, según la escala de una jerarquía brutal­
mente definida? Dicho
de otro modo, ¿ es preciso buscar y deter­
minar cuál es la nación superior, el pueblo señorial ? Ciertamente,
no, pues ya se sabe a qué mortíferos -excesos ha conducido este
género de competiciones.
Por otra parte, no es menos irracional y desastroso un concierto
de los pueblos fundado sobre el principio de sufragio igualitario
de naciones abstractamente concebidas, frecuenteÍnente determina­
das por el solo interés o movidas por esas potencias oscuras denun­
ciadas por Pío XII (8). Desgraciadamente, este concierto priva.
¿ Acaso no vemos con bastante claridad cómo viejas naciones, ricas
en poblaciones numerosas, que no han cesado de aportar desde
hace siglos
la luz de la fe y de la razón, están en minoría y a
punto de sufrir la ley de una polvareda de grupos humanos, todavía
ayer indeterminados, siempre subdesarrollados, tanto en
el plano
maierial
como intelectual, pero a los que el juego de fuerzas
marxistas o masónic.as habrá promovido al rango de naciones in­
dependientes y soberanas?
Por tanto, la armonía y la paz del mundo no podrán estribar
en_ un igualitarismo internacional exclusivamente cuantitativo, -ni
en
el establecimiento de un grupo de naciones que se consideren
superiores.
En efecto, ¿ qué nación podría considerarse la primera? Tal
reivindicación ha sido y será
siempre signo de una bárbara puerili­
dad. Los criterios de la fuerza material, invocados tan a menudo,
no tienen ningún valor
y son extremadamente vanos y precarios,
puesto que el movimiento de
la Historia no cesa de mortificar las
clasificaciones que en ellos se pretenden apoyar.
La verdadera grandeza de una nación depende de lo que en
ella merece llegar a ser ejemplar y se califica por lo universal.
(8) Pio XII, Discwrso a Paz Cimsti, de 13 de septiembre de 1952.
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JEAN OUSSET
La suprema grandeza de una nación está en ser cristiana, no sólo
en apariencia, sino en realidad
y en irradiar por el· mismo orden
de sus instituciones
y la influencia benéfica de sus estructuras so­
ciales, frutos de justicia, de paz, de luz, de cultura y elevado saber,
de misericordia, de generosidad, de caridad, de santidad, que
finalmente
se renuevan en ella de generación en generación.
La superioridad de determinadas naciones sólo puede consis­
tir en
el hecho de tener una más larga historia, tradiciones más
fielmente conservadas que le permiten aprovechar y sentir más
profundamente la superioridad
de ciertos bienes-, lo que las in­
duce a servirlos y defeuderlos con toda naturalidad.
Dichas y desdichas.
Sin embargo, hasta en este caso el establecimiento de una
superioridad, la determinación de una escala jerárquica resultarían
insensatas, pues si la falta de cultura y de_ civilización son signos
evidentes
y-dolorosos de inferioridad, no está demostrado que una
civilización refinada asegure al pueblo que de ella goza las cuali­
dades indispensables, muy particulares y muy intermitent~s, que
puedan hacer de esa nación el guía, el jefe de las demás. Es
muy raro, muy efímero, que un pueblo altamente civilizado goce
al mismo tiempo de la paz interior, de la potencia y de los talentos
humanos necesarios para ser armoniosamente la nación dominante
o conductora.
En realidad, las misteriosas y sabias disposicio­
nes de la Providencia permiten que a cada momento viejas e
ilustres naciones sean causa de desorden y de escándalos, de modo
que resulten virtualmente desconocidas, que sean indignas de sí
mismas, convertidas en el
hazmer~,eír de los pueblos más mise­
rables.
La Biblia muestra hasta qué punto Dios supo emplear ese
castigo contra Su pueblo preferido, a pesar de que éste era el
heredero de la .promesa de que el Mesías se contaría entre sus
hijos. También la Historia muestra con palmaria evidencia cómo
naciones gloriosas
por mil bienes humanos y divinos llegan a ser
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PATRIA-NACION-EST ADO
nocivas como la peste por su presunción y su fatuidad, o despre­
ciables
por su cobardía, su pereza y el abandono de su vocación.
Pero también demúestra paimariamente Cuán ridículas son ·esas
naciones apenas desbastadas que, no menos perniciosas por su.
presunción y su fatuidad que las anteriores, toman su pequefia
flauta por un 'Órgano; orgullosas de ,su indigencia y su nulidad.
De este
modo el loco orgullo de los hombres se mezcla por to­
das partes. Sólo
él es el gran maL De aquí procede el espectáculo,
tan frecuente hoy,
de la desdeñosa indignidad de ricos que se ven
reprendidos por
el orgullo insolente de los mendigos que ni
siquiera advierten que a sus calzones les falta el fundillo.
Orgullos corruptores.
Estas verdades son duras, pero sirven para fustigar un or­
gullo que todo lo corrompe. Hablamos del orgullo de viejas y
nobles naciones que se abandonan, replegadas sobre sí mismas,
gozandó desdeñosamente de sus bienes, negándose a Uevar alrede­
dor
de ellas la luz o a repartir los tesoros recibidos; de las nacio~
ties que dudan, que han perdido la fe y están destinadas a los
más severos castigos divinos (9). Pero igualmente hablamos de
las naciones que se
créen jóvenes porque carecen de tradiciones
(9) _Pío XII ten.ía en cuenta, a 1a vez, esta nefasta tendencia al
repliegue en las "viejas" naeiones, como también el respeto que las otras
naciones debían a los valores representados por siglos de civilización.
"Las grandes
naciones del continente ----Oecía el Pontífice en su dis­
curso a los delegados GSVStentes al JI Congreso Ifl4ernocional para la
Unión, Fedl.erol Eurropea, toria
tan llena de recuerdos de gloria y de poderío, pueden hacer fracasar
también
la constitución de una. unitin europea, puesto que corren· el riesgo~
sin darse cuenta, de medirse a sí mismas con la .escala de su propio
pasado más bien que con la medida de las realidades del p!l'esente y de ]as
previsiones del porvenir. Por esto, justamente, se espera de ellas que sepan
hacer abstracción de Stli grandeza de antaño para alinearse sobre una ciudad
política y económica superior. Y lo harán de tanto mejor grado si no se
las ha obligado, ,por una preocupación exagerada de uniformidad, a nivela­
ciones forzadas, mientras que· el respeto de los caracteres culturales de cada
pueblo
suscitaría, por su armónica variedad, una misión más fácil y más
estable.
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JEAN OUSSET
y de pasado y de las cuales se ha padido decir que pasaban sin
transición de la barbarie a la decadencia;
de las naciones que dudan
tanto menos de
sí mismas cuando están aún en el periodo infantil
del culto al éxito
y al rendimiento exclusivamente cuantitativo;
de las naciones que cuando empiezan están trágicamente hundidas
en el embrutecimiento del mero confort material de la vida y del
activismo. Hablamos igualmente del orgullo no menos esterilizador
y doloroso
de las naciones que no temen proponer al mundo como
mensaje
de salud la embriaguez, calificada de mística, de cuanto
se arrastra y ruge en las oscuridades del viejo fondo salvaje de
los hombres caídos que todos somos.
Esos orgullos tienen como justo castigo la esterilidad que
afli­
ge a todos los que, apartados de Dios, quieren complacerse consigo
mismos.
Necesidad de un orden moral y religi06o,
:En suma, el problema de la armonía entre las naciones mani­
fiestamente diversas
y desiguales señala menos una ordenación je­
rárquica de .precedencias
que haya que establecer, que una común
persecución
de bienes comunes. Dicho de otro modo, las naciones
son iguales respecto del servicio de estos bienes naturales y sobre­
naturales que ellas tienen el deber de hacer accesibles a sus
miembros.
Respecto de este fin, las naciones, par diferentes que sean, están
en una situación de igualdad mayor que lo que se podría creer,
parque los pueblos civilizados; por cansancio, abandono o des­
contento, se hallan expuestos a riesgos tan grandes como los que
amenazan a los pueblos considerados más jóvenes en su carrera
hacia el mismo fin. •
Lo que nos lleva, una vez más, a este gran principio recordado
de nuevo ,por Juan XXIII, principio de la única concordia, de
la única armonía- ,posible: "La confianza recíproca entre los hom­
bres y entre los Estados no puede nacer y consolidarse más que
con
el reconocimiento y el respeto del orden moral ... Orden moral
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PATRIA-NACION-ESTADO
(que) tan solo en Dios tiene su fundamento. Separado de Dios,
se destruye totalmente .. . Et hombre no es sólo un organismo
material, sino también espiritual, dotado de inteligencia y libertad.
Exige, por tanto, un orden ético que influye más que cualquier
valor material sobre
la orientación y las soluciones que se han
de dar a los problemas de la vida individual y social en el interior
de las comunidades nacionales y en sus mutuas relaciones ...
"La falta de confianza mutua halla su éxplicación en el hecho
de que los hombres, particularmente los más responsables, cuándo
desarrollan su actividad se inspiran en concepciones de -vida di­
ferentes o radicalmente contrarias; En algunas de esas concepcio­
nes, desgraciadamente, no se reconoce
la existencia del orden tras­
cendente, universal, absoluto, igual y valedero para todos. Con
esto viene a faltar la posibilidad de tomar contacto y de entenderse
plena y seguramente a la luz de una misma ley de Justicia, admi­
tida y observada por todos. Es verdad que el término "justicia"
y la expresión "exigencias de la justicia" siguen resoriando en
los labios de todos. Pero este término o esta ex!J?resión tiene, en
los unos
y en ios otros, significados diversos o. contrapuestos. Por
eso, los llamamientos repetidos y apasionados a la justicia y. a
las exigencias
de· la justicia, lejos de ofrecer posibilidad de enten­
dimiento, aumentan la confusión, agravan las divergencias, acaloran
las contiendas. Y como consecuencia se difunde la persuasión de
que ¡,ara hacer valer los propios derechos y conseguir los propios
intereses no se ofrece· otro medio que el recurso a la violencia,
fuente de males gravísimos ... " (10).
Rousseau, Badinguet·y Compañía.
La historia de estos últimos siglos se ha encargado de ilustrar
trágicamente estas verdades tan desconocidas. No sin razón la
era de la concepción revolucionaria e igualitaria de la nación ha
sido también la · era de lo que .. se ha podid~ llamaf con· motivo
(10) Encíclica. Mate,-et magistra.
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!EAN OUSSET·
guerra· de in!ieruo, antes de hablar de· guerras mundiales, de ·
guerras totales. Interesa subrayar hasta qué punto la evolución
de la primera. forma de ·guerra· - -mundial, total.;_ confirma lo que· indicamos al comenzar este
capítulo.
· Si se .creyera-a los teóricos revolucionarios y liberales, la am­
bición y la vánagloria de los reyes eran la única causa de las
guerras en el pasado, de modo que .las naciones, -una vez liberadas
del yugo de los H tiranos", :n.p tendrían ya ninguna razón para
combatir. Cada una de ellas debería, además, estar satisfecha desde
el momento en que hubiese recibido el correspcndiente territorio
y
la necesaria capacidad jurídica para administrarse autónoma­
mente
(11}.
Para apresurar el advenimento de esta era de fraternidad y de
paz se fue a la guerra con la intención de liberar .a los pueblos.
Así estallaron las guerras de la revolución, del primer Imperio,
del segnndo Imperio, la guerra franco-alemana de 1870. Gradual­
mente,
el intendio no tardó. en difundir pcr todas partes un am-
(11) "í Tiempos futuros l-¡ Visión sublime!
Los · tiempos-están fuera del abismo.
Desde ahora, en nuestras miserias
-Germina el himno de los . pueblos hermanos ;
Volando sobre nuestras sombrías
ramas,
Como 1Ul abejorro que el alba despierta,
El progreso, !~osa abeja,
Hace la felicidad con nuestros. males.
La herrumbre pica las alabardas.
De vuestros cañones, de vuestras bombardas
No queda ni tm pedazo
Que sea bastante grande, oh capitanes,
Para que
se pueda coger en las fuentes
Lo necesario para que beba un pájaro .
. . . ,• .... -..... ,• ..
En el fondo de fos cielos un. punto . centellea :
Mirad : crece, brilla,
Se aproxima; enorme ·y bermejo.
¡ Oh república universal,
iNo eres todavía· más que el destello;
Mañana serás el sol
l"
Versos sacados de los Chatitm.ents. Estas tonterías fuerOn escritas por
Víctor Hugo en 1853.
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PATRIA-NACION-ESTADO
biente de tal naturaleza, que las guerras se sucedieron sin trégua,
realizándose en 1914 y en 1939 dos contiendas mundiales, es decir,
dos guerras desconocidas hasta _ entonces.
Y durante cerca de un siglo, a pesar de tantos conflictos, a
pesar de dos gnerras mundiales, los principios han cambiado tan
poco, que estas criminales tonterías parecen prefigurar a Yalta (12),
En comparación con estas locas y sanguinarias teorías, cuán
sabia resulta
lf! enseñanza de la Iglesia, cuán armoniosa, fuente de
paz
y fiel expresión c;le un orden de cosas querido por Dios.
Unidad sobrenatural en el amor universal.
Escuchemos la lección de doble autoridad de Juan XXIII, que
vuelve a tomar, en
la Encíclica Ma,ter et mo.gistra, un pasaje de
la
Summi pontifú:artus, de Pío XII: "La Iglesia de Cristo ... , fide.
lísima depositaria de la divina prudencia educadora, no puede pen­
sar ni piensa en menoscabar ni en desestimar las características
particulares que cada pueblo, con celoso carifio y comprensible
orgullo, custodia y guarda cual precioso patrimonio. Su fin es
la unidad -sobrenatural en el amor universal sentido ·y practicado,
no
la uniformidad exclusivamente externa, superficial y, como tal,
debilitadora. Todas las formas y cuidados que sirven para el . des­
envolvimiento prudente y ordenado de fuerzas y tendencias par­
ticulares tienen su raíz en las más recónditas entrañas de toda es­
tirpe, y si no se oponen a las obligaciones a que la humanidad está
sometida por la comunidad de origen y destino, la Iglesia las
saluda con júbilo y las preserva con maternales cuidados ... "
Así, la Iglesia puede perseguir a la vez el ideal más elevado,
más puro, de
la unidad, de la concordia entre los pueblos, sin
caer en
la sangrienta utopía del igualitarismo de las naciones, es
decir, de "la uniformidad exclusivamente externa, superficial y,
como tal, debilitadora" (13,). Y al pensar y obrar de este modo
(12) Cf. Verbe, núm. 132, Un. document capital du cardinal Spellman.
(13) ICf. Pío XII, Discwr.ro del 6 de abril de 1951: "S,i con ello enten­
déis que (la
organización )Xllítica mundial) debe liberarse· del engranaje
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JEAN OUSSET
no hace más que tra'iPoner al plano de la vida de las naciones
uno de sus más caros y más sabios principios sociales:
el de sub­
sidiariedad de los cuerpos intermedios, de manera que no hay nada
nuevo en lo qu-e acabamos de señalar, sino una nueva aplicación,
una especie de desarrollo en un dominio más elevado de una en­
señanza única
y permanente.
Imponiendo el respeto, exigiendo la defensa de las comunida­
des sociales más modestas (y en primer lugar, de la más pequeña:
la familia),
¿ cómo podría la Iglesia desinteresarse de la defensa
de
.estas comunidades sociales y .políticas supereminentes que son
las naciones? (14).
Así, pues, nada es más normal que verla, según Pío XII,
"saludar c~n júbilo" y "acompañar con maternales cuidados" "to­
das las normas_ que sirven para el desenvolvimiento prudente y
ordenado de fuerzas y tendencias particulares (que) tienen su raíz
de un unitarismo mecaruoo, ·en esto también estáis de acuerdo con ·los
principios de la vida social y política firmemente emmciados-y sostenidos
poi" la Iglesia. De hecho, ninguna· organización del mundo podrá ser viable
si no se armoniza con el conjunto de_ relaciones naturales, con el orden
normal y orgánico
que rige las relaciones particulares de los hombres y
las de los diversos pueblos ...
"Por todas partes-, hoy la vida de las naciones se halla disgregada por
el culto ciego del valor numéríco ...
"Mientras no se haya
afirmad.o sobre esta: base indispensable la orga­
nización política universal,
se corre el riesgo de inocular en ella los gér­
menes mortales del unitarismo mecánico.
"Nos querriamos invitar a reflexionar sobre esto ... a
cuantos sueñan en
sus aplicaciones, por ejemplo, a un parlamento mundial. ])e otra manera,
harían
el ju~go a fuerzas disolventes, de 'las cuales ha venido su.friendo
tanto el orden político
y social, y no harían más que añ.adir un automatismo
legal a tantos
o_tros que amenazan ahogar las naciones y reducir al hombre
a ser meramente
un instrumento sin vida."
(14)
Ella no so1amente quiere defenderlas contra una dominación vio­
lenta, sino
también contra las ,presiones de los países económicamente des­
arrollados, en los
que "se ha amortiguado la conciencia de la jerarquía
de valores" ihasta buscar los bienes materiales como "única razón de Vida".
"Esto constituye una acechanza demoledora entre las más deletéreas,
en la cooperación que los pueblos económicamente desarrollados prestan
a
los ¡pueblos en fase de desarrollo económico y· en los cuales no raras
veces, por
antigua tradición, está aún viva y operante la conciencia de
algunos de los más im{)Ortantes valores humanos. Atentar a esa conciencia
es esencialmente
inmoral. En cambio, ha de ser respetada, y en lo posible
iluminada y perfeccionada para que siga siendo lo que es : fundamento de
1a verdadera civilización" (Encíclica Mater et magistra, III).
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PATRIA-NACION-ESTADO
en las más recónditas entrañas de toda estirpe ... " Todas las nacio­
nes tienen, pues, derecho a la vida, pese a la desigua1dad, a la
diversidad que exista entre unas y
otras~· He ahí lo cierto, el punto
capital que sin duda alguna pertenece a la doctrina social de
la
Iglesia,
Problema de la soberanía política de las naciones.
Pero que todas las naciones tengan derecho a ser respetadas
y a vivir no significa que tengan también derecho a ser inde­
pendientes, políticamente soberanas. Este es un punto demasiado
importante y, por desgracia, a menudo -mal visto, excesivamente
fértil en equívocos,
y debemos deternernos en él.
Por preciso que pueda ser el bien de una . nación, no puede
ser considerado como el bien supremo, el sob~rano bien en fon­
dón del cual debe ser concebido todo el orden político nacional
e internacional, Si se admite que la paz, la paz real, se define --o/
debe definirse-~ según San Agustín, .como tranquilliJtas ordinis,
es claro que en el plano temporal, al que se limita nuestro estudio,
"el don de esta (verdadera) paz es tan grande que, en las cosas
terrenas y mortales, no ~e puede nombrar nada que sea más agra­
dable, ni buscar nada qu_e sea más deseable, ni, en fin, encontrar
nada que sea mejor" (15}. · ! "
Siendo la paz tranquilidad del orden, no se puede concebirla
ni admitirla aplastando ni destruyendo naciones degolladas o
amordazadas por .una potencia victoriosa. Pese a la· tranquilidad
de cierto orden-externo -"el orderi" que reinaba y reina todavía
en Varsovia-, ~se tdunfo insolente de la injust~cia y del crimen
no merece el nombre de paz.,
P~ro, ¿ es necesario admitir que la jndependencia política es
la condición indispensable para conseguir el orden y, por tanto,
la paz na~ional y la internacional ?
N atemos,· primeramente, que la ihdependencia como tal, lo mis-
(15) San Agustlll, De civitate· Dei, XIX, ll.
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mo que 1.a libertad, no puede ser el valor supremo, el valor abso­
luto. Independencia,
¿ de qué?, ¿ respecto ·a qué? Esta es tina pre­
gunta que surge inevitablemente si uno quiere que se encarne la
idea de independencia (16): Pero la mera formulación de esa pre­
gunta nos enseña cuán relativo es el problema- de la indeperidencia.
Esta no es ni puede-ser, en sentido estricto, un bien específicamente
nacional,
ya que es notorio que hay naciones que han podido vivir
y subsistir armoniosamente como rtadones -y que c'oÚtinúan vi­
viendo y subsistiendo-sin gozar de independencia palítica (17).
(16) La independencia y la soberanía política de 1a nacion suponen,
en
efecto, la existencia de esta última, La independencia de nada es pura
nada, lo cual prueba que la independencia no puede ser el bien supremo
y absoluto
de la nacióni ni su primer bien. La independencia puede, sin
duda,
ser una condición decisiva de su más harmoso desarrollo. Esto
depende de los casos y puéde ser cuestión de tiempo, de lugar, etc. La
independencia puede, incluso, ser una condición indispensable-para que
sobreviva la
nación. Péro no es ni puede ser la razón suprema y decisiva
de la existencia
profunda y del bien real de -la nación. Es-to es evidente
para quienes creen en la existencia de un orden natural de las cosas. En
cuanto a los otros (o lo que es lo mismo, para los mantenedores del de­
.recho revolucionario), todo es muy diferente. Para .estos últimos, el De­
recho,
la ley, no están fundados sobre un orden natural y divino, que
ellos
juzgan. inexistente o incognoscible. Ley y Derecho proceden del "con­
trato social", del que el Estado es guardián, intérprete, emanación. El
Estado llega a ser, pues,. principio y fuente de todo Derecho. El es, se
podría decir,
la "forma" civil, social y política que cuando desaparece
arrastra consigo lo que "informa" y gobierna. Se comprende que en este
caso, y según
esta óptica, las naciones existan, no sean rq..ás que sietido
Estados independientes y soberanos. Se sabe hasta qué punto siémpre han
repugnado al espíritu jacobino, revolucionario, las nociones de "derechos
privados'.', es decir,
de, derechos .anteriores ·o ajenos al poder soberano del
Estado.
Para dicho espíritu, l~s naciones sólo existen si están 11informadas"
por 1a sola J'-forma" que reconocen en el ;plano social : el. Estado. Exceso
bien conocido y que
-podemos considerar· normal-en el jurismo revolucio­
nario, destructor de los cuerpos intermedios, igual que
de las pequeñas
patrias,
a las que ignora, y a las que en nombre de sus principios debe
ignorar.
(17) "La vida nacional -dice Pio XII-es por sí. misma el conjunto
operante de todos -aquellos valores de civilización
que son-propios y ca­
racterísticos de
un determinado grupo, de cuya espiritual unidad consti­
tuyen como el vínculo. ,Al mismo _tiempo-esa vida -enriquece, como contri­
bución
propia, la cultura de toda 1a humanidad. En sw e.senda, pues, la
vida nacional es algo no poUtico. 'Tan verdadera es esta realidad que, Como
demuestran la Historia y la experiencia, esa vida pu¡ede desarrollarse al
lado de otras. dentro del mismo Estado-, como también -p-uede extenderse
más allá de
los confines políticos de éste. La vida nacional no llegó a
ser principio de disoluci6i:t de la comunidad de. los pueblos más que cuando
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PATRIA-NACION-ESTADO
El problema estriba en saber si normalmente la soberanía de· una
nación es la condición. más propicia para que esa nación exista,
~e desarrolle y .se defienda. Seguramente lo es en muchos casos,
y en algunos ~raros----es la conditio sine q¡m non de la supervi­
vencia nacional.
En cambio,. la razón cartesiana y jacobina considera -que la
independencia política es la norma benéfica y jnsta en todas las
circunstancias. Pero la razón cartesiana no conoce auténticamente
la realidad, sobre todo en un aspecto donde las reacciones de cosas
y personas quebrantaron rápidamente los impulsos demasiados eté­
reos del
espíritu.
Nos
parece, pues, evidente que si la independencia empuja a
de.rtas naciones hacia-el caos, hacia uria pronta y cruel servidum­
bre, si esa independencia puede provocar un desequilibrio general
de fuerzas y quizás la
guerra, entonces tal independencia significa
un retroceso, un bien menor que incluso pudiera arruinar a la na­
ción, a la patria.
Valor relativo de la independencia.
La independencia sólo tiene sentido, sólo es legítima si verda­
deramente se refiere al mayor bien de la nación, si es condición
de dicho bien. La suprema locura, indicio de la peor aberración,
es comprometer delíberadamente los bieries. reales de la nación
o del conjunto espiritual, cultural, político, económico de que aqué­
lla depende y disfruta, por la mera independencia .
. Sin duda, se tratan en este punto 'problemas extremadamente
graves y complejos que un solo principio quizá no ilustraría con-
comenzó a ser _aprovechada como medio para los. fines .;políticos, .esto es,
cuando
el Estado-dominador y centralista hizo de la nacionalidad la base
de su fuerza de expansi6n" (M.ensajé de N,wi,JaiJ de 1954).
Y Pfo XII muestra el peligro de estos principios para las. nadon_eS;
t'Ul'opeas, ,por ejemplo, Víctimas de sus propios errores : "Entre algunos
-pueblos consideiados hasta ahora .como coloniales, et proceso de madu­
ración· orgánica
hacia ta autonomía política que Europa. habría debido
guiar con discreción y solicitud se ha _ transformado rápidamente en ex­
-plosiones · nacionales ávidas de poderío."
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JEAN OUSSET
.venierttemente, siendo necesario considerar muchos detalles con
juicio agudo,
si:i;i. pasión, prudentemente, Sin embargo, todo esto
no puede.
alterar la verdad básica : 1a independencia sólo es buena
si realiza el mayor y ffiás seguro bien de la nación. Si, por el
, contrario, inaugura un período de tales disturbios que los bienes
de
la nación (sqbre todo; los más preciosos) se encuentren ame­
naza_dos, tal vez · junto con los bienes de las naciones vecinas,
semejante· ind~ndencia es un mal.
No cabe duda que, en ciertas circunstancias, la independencia
política fue y es el único medio de supervivencia de ciertas na­
ciones. Pero incluso en este caso es necesario ser prudente y mirar
más allá dél momento presente. En efecto, para cuántas naciones
una independencia, indiscutiblemente deseada y beneficiosa al prin­
cipio, fue, e_n realidad, causa de aislamiento que las entregó como
presa más fátil al gran vecino soviético que sólo esperaba esta
.independencia para engullirlas mejor, No cabe duda que la inde­
pendencia de los tres Curiacios, escalonados cua1;:J:do perseguían a
Horacio, que combatía solo
pero bien dispuesto, puso a los pri­
meros a merced de la espada del último.
Por tanto, para resolver problema
tan delicado, el argumento
no estriba sólo en la doctrina,- sino que exige un estudio atento
de todo aquello que sea útil, cerca o lejos, directa o indirectamente,
en el presente o en lo futuro. Esta es, pues, una de las cuestiones
más difíciles, más espinosas que puedan presentarse en política.
Sea como fuere, subsiste el principio que exige la defensa del
ser, los bienes y los valores de la nación. Si en determinados casos
aquéllos sólo pueden
ser definidos mediante la independencia, está
claro que en otros pueden serlo sin esa independencia. Como ya
hemos· visto, la autcinomía política puede· ser peligrosa, mientras
que el insertarse la naci_ón en un conjunto más vasto le deparará
mayc;>res bienes, más fuerza y más seguridad. Naturalmente, si el
Estado en que esa nación se
inserte es justo, es decir, si comprende
sus
·funci9nes de federador.
En este caso, como siempre, .el único peligro verdadero y gran­
de estriba en el Estado totalitarfo ·Téntralizador, planificador, des­
tructor de los cuerpos intermedios, así como de los cuerpos na-
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PATRIA-NACJON-ESTA[JO
cionales y patrióticos a los que debería conservar y desarrollar
completamente.
En el plano .nacional, en el plano federativo, lo
mismo que en
el plano internacional, el gran peligro y la .gran
desgracia están ahí (18).
"El derecho de los pueblos a disponer de sí mismos ·no es un
derecho absoluto e incondicionado."
Digamos, con el dominico Dncatillon (19), que es cierto que
"todo hombre tiene derecho a una ,patria, es decir, a vivir en
comunidad con sus congéneres sobre el suelo donde han nacido
y donde han vivido y muerto sus antepasados. En consecuencia,
ninguna patria tiene derecho a ahogar a otra. En ello reconocemos
una demanda fundamental e indestructible de nuestra naturaleza.
".Sin embargo, es necesario ver claramente que no todo pueblo
.que viva así, en comunidad sobre el mismo suelo, por este mismo
hecho tiene derecho necesariamente
y en cualquier situación a la
plena autonomía política. Para ello es necesario qüe sea capaz
de disfrutarla efectiva y eficazmente-... " Es necesario, hemos dicho
también, que el mismo hecho de esta independencia no se produzca
de tal manera que 1a nación sea arruinada por ella, en plazo más
o menos largo, en forma más o menos directa.
"Dicho de otro modo -concluye Ducatillon-, el derecho
de los pueblos a disponer
de sí mismo no es un derecho absoluto
o incondicionado."
(18) Estas líneas de Pío Xn nos parecen resumir admirablemente la
locura totalitaria en todos los escalones de la vida nacional e internacional :
"Es innegable que una de las exigencias vitales de toda comunidad humana
y, por tanto, también de la Iglesia y del Estado, consiste en asegurar
duraderamente la unidad
en la diversidad de sus miembros. Ahora bien,
el "totalitarismo" es siempre
incapaz de satisfacer esta e2éie-encia, porque
da
al poder civil una extensión indebida, determinada y fila en el ·conte­
nido y la forma
todos Ios campos de .actividad, y de este ·modo, oprime
toda legítima vida
propia -personal, 'local y profesional-en una unidad
o
colectividad mecánica, bajo la impronta de la nación, de la raza o de
la clase" (Diseuirso a los miembros del Tribunal de Sagrada Rota Romana,
de 2 de octubre de 1954).
(19) Op. cit., pág. 79.
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IBAN OUSSET
Siempre · y en todas partes, la gran ley, la gran ,preocupac1on
debe ser la salvaguardia del mayor número de bienes, y sobre
todo de los bienes más preciosos, de los supremos valores humanos
y divinos. Con este fin, todo merece ser sapesado con el más
.bevero realismo.
Nada es, pues, más falso, más mortífero, que tratar el pro­
blema de la independencia de los pueblos en términos de abandono,
de concesión y hasta de subordinación a los planes de grupos
subversivos.
Para ser feliz, fecunda empresa de paz y de más
completo desenvolvimiento de las comunidades, la independencia
(Jebe estar condicionada por el grado de desarrollo económico, so­
cial y político de los territorios y de las poblaciones,
"A falta de todo eso -ha dicho muy bien el doctor Salazar-,
se cae fácilmentte en las independencias ficticias, con-todos los in.:.
convenientes que de ello se desprenderi para el elemento humano,
pues no se debe confundir la independencia política de un· terri­
torio, que es fácil decretar, con la independencia real de una na­
ción, que exige la consolidación de
las estructuras económicas y
sociales y la existencia de una
ét;le política capaz de gobernar" (20).
(20) Oliveira Salazar, en una entrevista publicada en el New-York
American Journal,
respuesta a la cuarta pregunta.
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