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Número 46
Serie V
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Autores
1966
El bien común y la enseñanza. Fragmentos de la Carta Pastoral «La restauración cristiana de la cultura», de 6 de diciembre de 1953, del entonces Obispo de Astorga, Excmo. Y Rvdmo. Sr. D. Jesús Mérida Pérez
EL BIEN COMUN Y LA ENSEl'llANZA
Fragmentos de la Carta Pastoral "La restauración cristiana de
/,a cultura" de 6 de diciembre de 1953, del entonces Obispo de
Astorga, Excmo.
y Revdmo, Sr. Dr. JESÚS MÉRIDA PÉREZ,
Publicado en el número 45 de VERBO el es
tudio del
P. Guerrero, S. L, Significada de "or
den público" en la declaraci6n sobre Übertad
religiosa~
nos parece muy oportuno recocdar
estos fragmentos de la Pastoral "LA R$TAURA
CION CRISTIANA D~ LA CUL'l'URA" del que fue
Obispo de Astorga, Dr. Jesús Mérida, que
nos puedan ayu-dar a meditar sobre el concepto
del "bien. común" y el de "justo orden pú
blico" en relación con el de libertad religiosa
en un país de wnidad católica.
Proclamar, de una parte, que en todos los centros· docentes
estatales debe darse educación católica como
la Iglesia quiere
que se dé, y procurar, o aun simplemente consentir, JX)f otra, que
los maestros sean acatólicos, es una manifiesta contradiCCión. Am
bos extremos son incompatibles, y quien pretenda su armonía da
claras muestras de que
no sabe lo que pretende o de que procede
con evidente insinceridad.
El que desea el fin ha de aceptar los
medios necesarios·;
y medio necesario e insustituible para su
ministrar educación católica es
el educador católico.
Donde
la población esté dividida en grupos de diversa con
fesión religiosa
se habrá de prescindir, a lo menos entre ciertos
límites, de la religión del profesor, sin hacer de ella mérito ni
demérito en quien aspira a una cátedra ; bastará que en las clases
comunes a todos los alumnos sea guardado
el debido respeto a
las diversas confesiones
y se ordene la_ en.señallza de la religión
de suerte que cada uno pueda oír explicaciones de la suya. Pero
donde todas
las familias· son católicas y desean una competente
formación católica
para sus hijos, no sólo no tiene sentido, sino
que lo tiene lamentablemente contrario al bien común y a la jus
ticia la designación de profesores no católicos, y más lamentable
mente aún la designación de anticatólicos; porque, como antes
indicábamos, tales profesores, conscientemente unas veces, incons-
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Fundaci\363n Speiro
EL BIEN COMUN Y LA ENSENANZA
cientemente otras, actuarán contra la voluntad de las familias y
de los alwnnos hiriendo sus convicciones y sus sentimientos re
ligiosos.
Y a la verdad, sería una gravísima incongruencia que, a te
nor del artículo 26 del novísimo Concordato, en todos los centros
docentes "la enseñanza se ajustará a los principios del dogma y
de la moral de la Iglesia Católica", y para que así sea, "los Or
dinarios ejercerán libremente su misión de vigilancia sobre dichos
centros", y "podrán exigir que no sean permitidos o que sean
retirados los libros, publicaciones y material de enseñanza con
trarios al dogma y a la moral católica"; y, sin embargo, no se
impida que el profesor mismo enseñe doctrina anticatólica; como
sucedería inevitablemente
si no fuera católico.
El magisterio de escritores y publicist,as,
Pero en la formación religiosa y moral de los jóvenes no sólo
forman
parte los profesores; asimismo influyen, ya en bien ya
en mal, ciertos autores de obras literarias, históricas, filosóficas,
artísticas, religioso-morales
y, en general, versantes sobre temas
llamados culturales
y antropológicos.
Cuando no profesan la fe católica y, más aún, cuando le son
hostiles, es psicológicamente inevitable que viertan en sus escritos
toda clase de errores _
contra 1os dogmas y la moral cristiana, y
aun contra la historia de la Iglesia y de sus instituciones, y en
muchos casos
harán de sus obras armas de un apostolado entu
siasta y tristemente eficaz contra las creencias
y contra las cos
tumbres cristianas. Si, además, al servicio de tan perversa inten
ción ponen una vasta erudición,
un estilo sugestivo y una fama,
en parte, merecida por ciertas excelentes cualidades, en parte,
malignamente fabricada
por enemigos de la Iglesia, solícitos de
atraerles la atención
y la afición de la juventud, apartándola de
otros
autores ortodoxos e incluso, de mayores méritos, entonces es
incalculable el daño que
se causa a las almas.
Tendencia peligrosa.
No dudamos, venerables Hermanos y amados Hijos, de que
es necesario al presente
recordar tan elementales verdades.· Por
que desde hace varios años se viene manifestando en nuestros
medios intelectuales
una tendencia que da lugar a un confusio
atención vigilarite
para que no se fustre la ilusión que en ella
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Fundaci\363n Speiro
EL BIEN COMUN Y LA ENSERANZA
nismo, "al caOO del cual adivinamos una desorientación peligro
sa en esta generación,
que crece tan vigorosa y pujante, haciendo
concebir magníficas esperanzas" (1),
y, sobre todo, en esta ju
ventud universitaria de ahora, que "es, en su conjunto, una de
las
mejores que España ha disfrutado nunca" (2), porque está do
tada de un afán de superación hacia todo ideal humano noble
y rec.to y siente, como no sintieron jamás nuestros jóvenes, la
inquietud religiosa
ante los graves problemas de su destino ultra
terreno; pero que, por eso mismo, es preciso cuidar más con
atención vigilante
para que no se -frustre la ilusión que en ella
tiene cifrada
nuestra Patria.
En 7 de marzo de 1947, ante el peligro que de nuevo amena
zaba a
la educación de nuestros escolares, escribíamos: "En la
escuela tuvo su origen la revolución
que en nuestros días sembró
con
un millón de cadáveres el suelo sagrado de España; pues si
bien fueron las muchedumbres populares, engañadas y enloque
cladas, las que realiza.ron la vandálica devastación, no actuaron
sino como masa gregaria bajo el im:pulso y dfrección de los
intelectuales
salidos de las aulas. Y no somos pesimistas respecto
al porvenir de nuestra Patria, porque el pesimismo es incompa
tible con nuestra fe sobrenatural en la Providencia y nuestra fe
humana en los destinos históricos de España. Pero optimistas,
y profundamente optimistas, no podemos despreciar el peligro de
que, solapadamente, si no a cara descubierta, se vuelva a hacer
en la escuela
otra siembra de_ ideas revolucionarias -ya están
de nuevo en nuestro mundo intelectual algunos de los. antiguos
sembradores----1, siembra que en el futuro hipotético más o menos
lejano
-que Dios quiera jamás se convierta en realidad, pero
cuya posibilidad no se puede excluir del cálculo
de las previsio
nes
humanas-produzca amargos frutos, que sería preciso a:ho
gar otra vez en sangre para salvar la vida del país, reincidiendo
de este modo, aunque bajo
otras formas, en aquella trágica falta
de lógica en que, según nuestro incomparable Mella, incurrieron
los ,políticos liberales que
en el pasado régimen entronizaban los
principios
para tener después qúe fusilar las consecuencias (3).
Y en
t.n:i de abril de 1949, ,ante la aparición de un nuevo
e irregular magisterio extrauniversitario, a cargo
de antiguos do
centes regresados de
un exilio voluntario, pero forzosamente ale-
(1) Revista Ecclesia, núm. 641, pág. 3.
(2)
Revista Alcalá, núm. 45, pág. 3, col. 3.
(3) La rest{lJUración. cri.stian{l) de la enseñanza. Carta pastoral, pá
{{ina 68.
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jados de la cátedra por su incompatibilidad con el sentir de la
nueva España, decíamos :
"Otro peligro, más grave todavía porque constituye una ame
naza directa a la fe católica de las nuevas generaciones, es el de
corrupción de las inteligencias ,por obra de los antiguos sembrado
res de ideas revolucionarias, intelectuales harto olvidadizos, ensa
yistas más que filósofos, los que ya estaban y los que ahora Uegan
cuando una Patria cordial les dio acogida en su seno... Si
España, generosa y magnánima, los admite de nuevo a la social
convivencia, perdonando sus pasados yerros, vengan en buena
hora a vivir y trabajar como los demás españoles. Pero, ¡ por
Dios, sin
ruido !, no vayan a despertar a tantos muertos y tantos
héroes
que cayeron víctimas de una revolución que, allá en su
origen, se alimentó de sus falsas doctrinas. Y cuidado con ese
intelectualismo exótico y racionalista, porque si no, la savia joven
que da vida al nuevo Estado se perderá al contacto de lo artificial
y lo falso, y habrá sido inútil
el sacrificio de un pueblo que por
Dios y por
España se levantó y luchó un 18 de julio de
1936" ( 4).
Aquellas voces de alarma conservan hoy toda
sH palpitante
y tremenda actualidad porque de entonces acá ha aumentado el
número de "sembradores" que, por sí o por medio de hombres
de buena fe, más o menos insconscientes, vienen actuando en la
vida pública española con aquella mayor habilidad propia de "los
hijos· de este siglo, que son, en sus negocios, más sagaces que
los hijos de la luz" (5).
Los antiguos "dioses" vuelven, y son aquellos "falsos ídolos
intelectuales" a· los que se refería el Emmo. Sr. Cardenal Pri
mado, a La sazón Obispo de Salamanca, al condenar, en su Pas
toral de 8 de mayo de 1938, "la idolatría del intelechial sólo
por serlo, y
el fetichismo del libro, cualquiera que sea su con
tenido".
De algún tiempo a esta parte, contra lo mandado en el M-0-
nitum de la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio,
de 15 de marzo de
1925, recordado en la Instrucción de la
Conferencia de Metropolitanos, de 25 de julio de 1950, se ha
dado en la flor de evocar en la tribuna,
en la prensa y en la
radio, con emocionadas exaltaciones, a ciertas figuras "de ante
ayer, de ayer y hasta de hoy mismo", escritores y profesores
(4) La restauración cristiatn.a del orden público. Carta pastoral, pá
ginas 21-22.
(5) Loc., 16, 8.
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EL BIEN COMUN Y LA ENSE!vANZA
de talento indiscutible y de evidentes méritos culturales, pero de
no menos indiscutible y evidente heterodoxia y aun agresividad
y desprecio contra lo más esencial y bello de nuestra santa reli
gión
y de su historia, para no decir nada de sus inexactas apre
ciaciones sobre personas ·y gestas patrias, ni de la parte que tu
vieron en
la corrupción del ambiente político y, especialmente,
académico de los lustros
anteriormente inmediatos a la Cru
zada Nacional, y en las ruinas materiales y morales que de
aquel ambiente
se derivaron y aún seguimos padeciendo; aun
que, por
la misericordia divina, que de los males saca bienes, no
haya sucumbido España en la tormenta, sino que más bien,
después de superarla, se haya orientado hacia el norte de una
completa restauración católica.
Nadie debe negar a tales escritores sus reales méritos cuan
do se trata de
effiitir el juicio sobre ellos; ni debe oponerse a
que, cuando sea necesario o conveniente, sean leídos
y estudiados
según las normas que
la prudencia dicta y la Iglesia sanciona
para el uso de los libros prohibidos o peligrosos; pero no es
tolerable que se les erija en maestros indiscutibles del pensamiento
español
y guías de la juventud universitaria, y se les exhiba
ante los jóvenes,
siempre "menores de edad" intelectualmente,
como escritores intachables
y ortodoxos, y no se haga mención
de sus errores
y de los riesgos de su inconsiderada lectura; que
se proclame su estudio como indispensable para la formación de
la España católica que anhelamos, sin distinguir lo que en él
pueda haber de bueno de lo que real y .abundantemente hay de
malo ;
y que al mismo tiempo sistemáticamente se desprecie el
magisterio insustituible de otras figuras españolas de no menor
actualidad y pura ortodoxia, que superan, sin controversia posi
ble, en
sabiduría, buen juicio y objetividad crítica, a-esos ídolos.
Con semejante táctica
·Ios jóvenes son doblemente engañados.
Por una parte, se les da a entender que los grandes maestros
del pensamiento católico español nada tienen que decir a la ge
neración presente,
y aun que nada han dicho de valer a las pre
cedentes,
y deben ser relegados a la corres¡xmdiente sección bi
bliográfica,
para uso-exclusivo de anticuarios e investigadores.
Por otra, se les persuade· de que esotros autores son genia
les filósofos, pensadores y literatos,
y los únicos que pueden
ostentar la genuina paternidad de la ideas y del estilo
de los
hombres del día, y ofrecernos
la mentalidad que han de revestir
los creadores de la España justa, culta, próspera
y cristiana que
soñaban los _campeones de nuestra gloriosa Cruzada;
y, por tanto,
deben ser leídos,
estudia~os y asimilados sin recelo alguno.
337
"
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ET, RTEN COMUN Y LA ENSERANZA
No es ;posible mayor aberración. Increíble parece que insignes
varones, sólidamente formados
en teología, filosofía perenne y hu
manidades, conocedores perfectos de la literatura
y de la histo
ria, y críticos admirables en todos los aspectos de la cultura
cristiana, nada tengan que enseñar a una
juventud que aspira a
la regeneración católica de
España en todos los órdenes.
Pero más increíble todavía resulta que escritores adversarios
de los dogmas de la moral cristiana y renegados del signo cató
lico de la historia de España, puedan ser maestros indiscutibles
de una generación ilusionada con la recreación de una patria cul
ta, justa, :poderosa y próspera, pero católica, cualesquiera que
sean sus méritos como intelectuales.
j Juego ,peligroso el de formar mitos intangibles con figuras
de la intelectualidad, que si tuvieron una significación valiosa
en el terreno de la literatura o del pensar elegante, no la tuvie
ron ni pueden tenerla en el ámbito de la eficacia constructiva !
No negaremos la conveniencia de que sus escritos sean pru
dentemente utilizados por razones de trabajo científico, erudición
necesaria y formación en -ciertos aspectos de la cultura, a la que
-bien sabido es-también autores heterodoxos y cívicamente
vituperables
pueden contribuir, estudiados con las debidas pre
venciones
y, en su caso, bajo la dirección de sabios profesores.
La misma Iglesia, ¿ no utilizó_ a los escritores paganos para la
formación de la juventud cristiana, convenientemente expurga
dos y anotados? Pero nunca sin limitaciones, anotaciones, reservas,
cautelas, :pueden ser declarados guías del pensamiento
y menos
aún de la juventud universitaria.
Para pintar "la situación espiritual del estudiante universita
rio de todos los tiempos, hambriento de pan intelectual y literario
verdaderamente saciador,
después de haberse nutrido con la di
dáctica lactancia de
la segunda enseñanza y de los manuales es
colares",·
h:l sido aducida muy oportunamente la .frase de San
Agustín: "Cresce de lacte ut ad panem pervenias" (6). Y ante
las exigencias
de una minoría estudiantil "inquieta y ambiciosa
que (exigua o dilatada) existe,
y en proporción creciente va a exis
tir, según todas las señales, a
lo largo de los años más inme
diatos", se
ha sentado, como primer postulado, que la conducta
de "los encargados de saciar este apetito de perfección espiritual"
ha de consistir. "ante todo en no hacer lo que pueda traer más
perturbación que ayuda". Exactísimo. Y por eso precisamente
(6) S. AucusT.: In Psalm. CXXX, 2 (ML, 37, col. 1.710).
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EL BIEN COMUN Y LA ENSERANZA
venimos señalando reiteradamente en este documento pastoral el
peligro de poner en manos de los jóvenes, que -repetimos-,
aun salidos de la Universidad, continúan siendo menores de edad
intelectualmente
-¿ quién se jactará de haber alcanzado la .plena
mayoría de edad intelectual?-, obras heterodoxas o de dudosa
ortodoxia para que se entreguen a su lectura sin las debidas
cautelas que la Iglesia hace obligatorias,
aun para los hombres ya
formados, y sin la dirección de un 5abio maestro· que les enseñe
"a deslindar con muy delicada cautela lo dogmática y lo natu
ralmente verdadero, lo dogmática y
lo naturalmente erróneo, lo
probable
y lo meramente posible'·'. La omisión de aquellas pru
dentes cautelas o de esta competente dirección no sólo no traerá
ayuda alguna al joven estudiante, sino que lo acarreará positiva
perturbación al proporcionarle como alimento
de su ahna, en vez
del "sabroso y sustentador pan candeal" de la buena doctrina,
que pide
y necesita1 el veneno de la doctrina herética o insegura
que le produzca tal intoxicación espiritual que no
la pueda re
mediar
la terapéutica humana sin una intervención milagrosa
de la gracia
de Dios.
Esto no quiere decir en modo alguno que se prescinda de
"una sincera y bien informada estimación del trabajo y la obra
de quienes por oficio piensan
y escriben"; pues. ya indicamos
que
la Iglesia ha utilizado en todo tiempo las obras, aun de los
autores acatólicos, debidamente
expurgadas y anotadas, como ele
mentos
de formación; y Nos mismo no sólo no hemos subes
timado el trabajo y la obra
de los que en la presente Carta se
citan, sin que con toda sinceridad, y sin perjuicio de señalar,
también sinceramente, los
errores en que han incurrido, pero sal
vando siempre el respeto debido a las personas, hemos tributado
a esos autores el justo elogio que por su valor literario y humano
merecen.
Ni tampoco exigimos que se rehuya "el diálogo con el
escritor
y el profesor, lo mismo si éstos son fieles y seguros des
de el punto de vista de la
fe como si no lo son tanto". Lo que
queremos sencillamente
-y a ello nos obliga un doble imperativo
de justicia y caridad con esta esperanzadora
juventud de nues
tros
días-es no enfrentar en tal diálogo, directamente con el
autor heterodoxo, sin auxilio
extern·o alguno, en lucha desigual,
al joven, inerme
por su incompleta formación intelectual: porque
en
-esa lucha indefectiblemente sucumbirá, con pérdida o debili
tamiento
de su fe, y las inevitables consecuencias en su misma
vida moral.
Tampoco tendríamos nada que objetar a la pública proclama
ción
de los méritos reales de aquellos pensadores siempre que
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EL BIEN COMUN Y LA ENSBflANZA
se guardara la debida moderación y salvando los fueros de la
religión
y de la moral.
Y lo más doloroso es que, aun en el que pudiéramos llamar
nuestro campo, hay hombres, sin duda de buena fe, que "aman
do la novedad más de lo debido y también temiendo que los ten
gan
J.Xlf ignorantes de los progresos de la ciencia", como ha dicho
Pío XII (22), se propasan a concesiones con el error que no
puede tolerarse
y, rindiendo culto a las nuevas tendencias, tra
tan de unir a los valores más representativos de
la intelectualidad
católica con los de signo heterodoxo en una síntesis puramente
cultural,
por encima y al margen de toda divergencia dogmática ;
como si
la cultura pudiera prescindir -so pena de quedar mu
tilada en lo más esencial-de los grandes problemas que se refie
ren a Dios, al hombre como Hportador de valores eternos", a
sus relaciones morales y a su destino ultraterreno; y como si la ex
periencia no nos enseñara, desde los tiempos del Kulturkampf ger
mánico que esa cultura neutralista y ecléctica no
es más que el dis
fraz bajo
el que se oculta la guerra a toda idea religiosa,
Desde
el momento en que sobre la cima del Gólgota fue in
molada
la Víctima Divina, "para ruina y para resurrección de
muchos en Israel, y
para ser el blanco de la contradicción" (22 bis)
de los hombres, hay en
el mundo dos culturas inconciliables:
la de aquellos que creen en la verdad de Cristo y la de los que
han vuelto sus espaldas a
la Cruz. Y no cabe armonizar ni in
tegrar estas dos culturas en un
patrimonio espiritual único, porque,
corno dice San Pablo,
"¿ Qué consorcio hay entre la justicia y la
iniquidad? ¿ Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿ Qué
concordia entre Cristo
y Belial? ¿ Qué parte del creyente con el
infiel?" (23).
No parece, venerados Hermanos y amados Hijos, sino que
han llegado aquellos tiempos que vaticinara
el Apóstol de las
Gentes, en que
los hombres "no sufrirán la sana doctrina; antes,
deseosos de novedades,
recurrirán a maestros conforme a sus pa
siones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las
fábulas" (24);
maestros_ que son los inismos "falsos doctores",
de quienes dice San Pedro
cjue "introducirán sectas perniciosas,
llegando hata a negar
al Señor que los rescató, y atraerán sobre
(22) Encíclica Humani generis.
(22 bis) Luc., 2, 34.
(23) 2 Cor., 6, 14-15.
(24) 2 Tinoth. 4, 3-4.
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EL BIEN COMUN Y LA ENSENANZA
sí una repentina ruina, y a quienes muchos seguirán en sus li
viandades,
y por causa de ellos será blasfemado el camino de la
verdad" (25).
Es todo un plan concertado para perder a España, con la
impiedad de la falsa ciencia
y la procacidad de esa moderna li
teratura -que, resucitandÜ con peor fortuna el naturalismo del
· siglo xrx, quiere, so_ pretexto de realismo, .1xmer ante nuestros
ojos el espectáculo de la vida real que, como decía Menéndez
Pelayo, "es, por cierto, bien triste espectáculo"~, completadas
con la inmoralidad .de los espectáculos, de las modas y de las
costumbres públicas; plan que viene desarrollándose sistemática
mente en nuestro país, en sospechosa coincidencia con otra cam
paña de desprestigio de todo
lo genuinamente español que se
realiza en el extranjero, lo que hace pensar en la existencia de
una verdadera con jura de hondas raíces internacionales y de po
sible inspiración masónica, cuya finalidad esencial sería la des
trucción de nuestra unidad católica,
en defensa de la cual lucha
ron
y, muriendo, triunfaron nuestros mejores, en la pür muchos
olvidada, cuando no tergiversada, Cruzada Nacional.
(25) 2 Pet., 2, 1-2.
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Fragmentos de la Carta Pastoral "La restauración cristiana de
/,a cultura" de 6 de diciembre de 1953, del entonces Obispo de
Astorga, Excmo.
y Revdmo, Sr. Dr. JESÚS MÉRIDA PÉREZ,
Publicado en el número 45 de VERBO el es
tudio del
P. Guerrero, S. L, Significada de "or
den público" en la declaraci6n sobre Übertad
religiosa~
nos parece muy oportuno recocdar
estos fragmentos de la Pastoral "LA R$TAURA
CION CRISTIANA D~ LA CUL'l'URA" del que fue
Obispo de Astorga, Dr. Jesús Mérida, que
nos puedan ayu-dar a meditar sobre el concepto
del "bien. común" y el de "justo orden pú
blico" en relación con el de libertad religiosa
en un país de wnidad católica.
Proclamar, de una parte, que en todos los centros· docentes
estatales debe darse educación católica como
la Iglesia quiere
que se dé, y procurar, o aun simplemente consentir, JX)f otra, que
los maestros sean acatólicos, es una manifiesta contradiCCión. Am
bos extremos son incompatibles, y quien pretenda su armonía da
claras muestras de que
no sabe lo que pretende o de que procede
con evidente insinceridad.
El que desea el fin ha de aceptar los
medios necesarios·;
y medio necesario e insustituible para su
ministrar educación católica es
el educador católico.
Donde
la población esté dividida en grupos de diversa con
fesión religiosa
se habrá de prescindir, a lo menos entre ciertos
límites, de la religión del profesor, sin hacer de ella mérito ni
demérito en quien aspira a una cátedra ; bastará que en las clases
comunes a todos los alumnos sea guardado
el debido respeto a
las diversas confesiones
y se ordene la_ en.señallza de la religión
de suerte que cada uno pueda oír explicaciones de la suya. Pero
donde todas
las familias· son católicas y desean una competente
formación católica
para sus hijos, no sólo no tiene sentido, sino
que lo tiene lamentablemente contrario al bien común y a la jus
ticia la designación de profesores no católicos, y más lamentable
mente aún la designación de anticatólicos; porque, como antes
indicábamos, tales profesores, conscientemente unas veces, incons-
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cientemente otras, actuarán contra la voluntad de las familias y
de los alwnnos hiriendo sus convicciones y sus sentimientos re
ligiosos.
Y a la verdad, sería una gravísima incongruencia que, a te
nor del artículo 26 del novísimo Concordato, en todos los centros
docentes "la enseñanza se ajustará a los principios del dogma y
de la moral de la Iglesia Católica", y para que así sea, "los Or
dinarios ejercerán libremente su misión de vigilancia sobre dichos
centros", y "podrán exigir que no sean permitidos o que sean
retirados los libros, publicaciones y material de enseñanza con
trarios al dogma y a la moral católica"; y, sin embargo, no se
impida que el profesor mismo enseñe doctrina anticatólica; como
sucedería inevitablemente
si no fuera católico.
El magisterio de escritores y publicist,as,
Pero en la formación religiosa y moral de los jóvenes no sólo
forman
parte los profesores; asimismo influyen, ya en bien ya
en mal, ciertos autores de obras literarias, históricas, filosóficas,
artísticas, religioso-morales
y, en general, versantes sobre temas
llamados culturales
y antropológicos.
Cuando no profesan la fe católica y, más aún, cuando le son
hostiles, es psicológicamente inevitable que viertan en sus escritos
toda clase de errores _
contra 1os dogmas y la moral cristiana, y
aun contra la historia de la Iglesia y de sus instituciones, y en
muchos casos
harán de sus obras armas de un apostolado entu
siasta y tristemente eficaz contra las creencias
y contra las cos
tumbres cristianas. Si, además, al servicio de tan perversa inten
ción ponen una vasta erudición,
un estilo sugestivo y una fama,
en parte, merecida por ciertas excelentes cualidades, en parte,
malignamente fabricada
por enemigos de la Iglesia, solícitos de
atraerles la atención
y la afición de la juventud, apartándola de
otros
autores ortodoxos e incluso, de mayores méritos, entonces es
incalculable el daño que
se causa a las almas.
Tendencia peligrosa.
No dudamos, venerables Hermanos y amados Hijos, de que
es necesario al presente
recordar tan elementales verdades.· Por
que desde hace varios años se viene manifestando en nuestros
medios intelectuales
una tendencia que da lugar a un confusio
atención vigilarite
para que no se fustre la ilusión que en ella
334
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EL BIEN COMUN Y LA ENSERANZA
nismo, "al caOO del cual adivinamos una desorientación peligro
sa en esta generación,
que crece tan vigorosa y pujante, haciendo
concebir magníficas esperanzas" (1),
y, sobre todo, en esta ju
ventud universitaria de ahora, que "es, en su conjunto, una de
las
mejores que España ha disfrutado nunca" (2), porque está do
tada de un afán de superación hacia todo ideal humano noble
y rec.to y siente, como no sintieron jamás nuestros jóvenes, la
inquietud religiosa
ante los graves problemas de su destino ultra
terreno; pero que, por eso mismo, es preciso cuidar más con
atención vigilante
para que no se -frustre la ilusión que en ella
tiene cifrada
nuestra Patria.
En 7 de marzo de 1947, ante el peligro que de nuevo amena
zaba a
la educación de nuestros escolares, escribíamos: "En la
escuela tuvo su origen la revolución
que en nuestros días sembró
con
un millón de cadáveres el suelo sagrado de España; pues si
bien fueron las muchedumbres populares, engañadas y enloque
cladas, las que realiza.ron la vandálica devastación, no actuaron
sino como masa gregaria bajo el im:pulso y dfrección de los
intelectuales
salidos de las aulas. Y no somos pesimistas respecto
al porvenir de nuestra Patria, porque el pesimismo es incompa
tible con nuestra fe sobrenatural en la Providencia y nuestra fe
humana en los destinos históricos de España. Pero optimistas,
y profundamente optimistas, no podemos despreciar el peligro de
que, solapadamente, si no a cara descubierta, se vuelva a hacer
en la escuela
otra siembra de_ ideas revolucionarias -ya están
de nuevo en nuestro mundo intelectual algunos de los. antiguos
sembradores----1, siembra que en el futuro hipotético más o menos
lejano
-que Dios quiera jamás se convierta en realidad, pero
cuya posibilidad no se puede excluir del cálculo
de las previsio
nes
humanas-produzca amargos frutos, que sería preciso a:ho
gar otra vez en sangre para salvar la vida del país, reincidiendo
de este modo, aunque bajo
otras formas, en aquella trágica falta
de lógica en que, según nuestro incomparable Mella, incurrieron
los ,políticos liberales que
en el pasado régimen entronizaban los
principios
para tener después qúe fusilar las consecuencias (3).
Y en
t.n:i de abril de 1949, ,ante la aparición de un nuevo
e irregular magisterio extrauniversitario, a cargo
de antiguos do
centes regresados de
un exilio voluntario, pero forzosamente ale-
(1) Revista Ecclesia, núm. 641, pág. 3.
(2)
Revista Alcalá, núm. 45, pág. 3, col. 3.
(3) La rest{lJUración. cri.stian{l) de la enseñanza. Carta pastoral, pá
{{ina 68.
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Fundaci\363n Speiro
EL BIEN COMUN Y LA ENSERANZA
jados de la cátedra por su incompatibilidad con el sentir de la
nueva España, decíamos :
"Otro peligro, más grave todavía porque constituye una ame
naza directa a la fe católica de las nuevas generaciones, es el de
corrupción de las inteligencias ,por obra de los antiguos sembrado
res de ideas revolucionarias, intelectuales harto olvidadizos, ensa
yistas más que filósofos, los que ya estaban y los que ahora Uegan
cuando una Patria cordial les dio acogida en su seno... Si
España, generosa y magnánima, los admite de nuevo a la social
convivencia, perdonando sus pasados yerros, vengan en buena
hora a vivir y trabajar como los demás españoles. Pero, ¡ por
Dios, sin
ruido !, no vayan a despertar a tantos muertos y tantos
héroes
que cayeron víctimas de una revolución que, allá en su
origen, se alimentó de sus falsas doctrinas. Y cuidado con ese
intelectualismo exótico y racionalista, porque si no, la savia joven
que da vida al nuevo Estado se perderá al contacto de lo artificial
y lo falso, y habrá sido inútil
el sacrificio de un pueblo que por
Dios y por
España se levantó y luchó un 18 de julio de
1936" ( 4).
Aquellas voces de alarma conservan hoy toda
sH palpitante
y tremenda actualidad porque de entonces acá ha aumentado el
número de "sembradores" que, por sí o por medio de hombres
de buena fe, más o menos insconscientes, vienen actuando en la
vida pública española con aquella mayor habilidad propia de "los
hijos· de este siglo, que son, en sus negocios, más sagaces que
los hijos de la luz" (5).
Los antiguos "dioses" vuelven, y son aquellos "falsos ídolos
intelectuales" a· los que se refería el Emmo. Sr. Cardenal Pri
mado, a La sazón Obispo de Salamanca, al condenar, en su Pas
toral de 8 de mayo de 1938, "la idolatría del intelechial sólo
por serlo, y
el fetichismo del libro, cualquiera que sea su con
tenido".
De algún tiempo a esta parte, contra lo mandado en el M-0-
nitum de la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio,
de 15 de marzo de
1925, recordado en la Instrucción de la
Conferencia de Metropolitanos, de 25 de julio de 1950, se ha
dado en la flor de evocar en la tribuna,
en la prensa y en la
radio, con emocionadas exaltaciones, a ciertas figuras "de ante
ayer, de ayer y hasta de hoy mismo", escritores y profesores
(4) La restauración cristiatn.a del orden público. Carta pastoral, pá
ginas 21-22.
(5) Loc., 16, 8.
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EL BIEN COMUN Y LA ENSE!vANZA
de talento indiscutible y de evidentes méritos culturales, pero de
no menos indiscutible y evidente heterodoxia y aun agresividad
y desprecio contra lo más esencial y bello de nuestra santa reli
gión
y de su historia, para no decir nada de sus inexactas apre
ciaciones sobre personas ·y gestas patrias, ni de la parte que tu
vieron en
la corrupción del ambiente político y, especialmente,
académico de los lustros
anteriormente inmediatos a la Cru
zada Nacional, y en las ruinas materiales y morales que de
aquel ambiente
se derivaron y aún seguimos padeciendo; aun
que, por
la misericordia divina, que de los males saca bienes, no
haya sucumbido España en la tormenta, sino que más bien,
después de superarla, se haya orientado hacia el norte de una
completa restauración católica.
Nadie debe negar a tales escritores sus reales méritos cuan
do se trata de
effiitir el juicio sobre ellos; ni debe oponerse a
que, cuando sea necesario o conveniente, sean leídos
y estudiados
según las normas que
la prudencia dicta y la Iglesia sanciona
para el uso de los libros prohibidos o peligrosos; pero no es
tolerable que se les erija en maestros indiscutibles del pensamiento
español
y guías de la juventud universitaria, y se les exhiba
ante los jóvenes,
siempre "menores de edad" intelectualmente,
como escritores intachables
y ortodoxos, y no se haga mención
de sus errores
y de los riesgos de su inconsiderada lectura; que
se proclame su estudio como indispensable para la formación de
la España católica que anhelamos, sin distinguir lo que en él
pueda haber de bueno de lo que real y .abundantemente hay de
malo ;
y que al mismo tiempo sistemáticamente se desprecie el
magisterio insustituible de otras figuras españolas de no menor
actualidad y pura ortodoxia, que superan, sin controversia posi
ble, en
sabiduría, buen juicio y objetividad crítica, a-esos ídolos.
Con semejante táctica
·Ios jóvenes son doblemente engañados.
Por una parte, se les da a entender que los grandes maestros
del pensamiento católico español nada tienen que decir a la ge
neración presente,
y aun que nada han dicho de valer a las pre
cedentes,
y deben ser relegados a la corres¡xmdiente sección bi
bliográfica,
para uso-exclusivo de anticuarios e investigadores.
Por otra, se les persuade· de que esotros autores son genia
les filósofos, pensadores y literatos,
y los únicos que pueden
ostentar la genuina paternidad de la ideas y del estilo
de los
hombres del día, y ofrecernos
la mentalidad que han de revestir
los creadores de la España justa, culta, próspera
y cristiana que
soñaban los _campeones de nuestra gloriosa Cruzada;
y, por tanto,
deben ser leídos,
estudia~os y asimilados sin recelo alguno.
337
"
Fundaci\363n Speiro
ET, RTEN COMUN Y LA ENSERANZA
No es ;posible mayor aberración. Increíble parece que insignes
varones, sólidamente formados
en teología, filosofía perenne y hu
manidades, conocedores perfectos de la literatura
y de la histo
ria, y críticos admirables en todos los aspectos de la cultura
cristiana, nada tengan que enseñar a una
juventud que aspira a
la regeneración católica de
España en todos los órdenes.
Pero más increíble todavía resulta que escritores adversarios
de los dogmas de la moral cristiana y renegados del signo cató
lico de la historia de España, puedan ser maestros indiscutibles
de una generación ilusionada con la recreación de una patria cul
ta, justa, :poderosa y próspera, pero católica, cualesquiera que
sean sus méritos como intelectuales.
j Juego ,peligroso el de formar mitos intangibles con figuras
de la intelectualidad, que si tuvieron una significación valiosa
en el terreno de la literatura o del pensar elegante, no la tuvie
ron ni pueden tenerla en el ámbito de la eficacia constructiva !
No negaremos la conveniencia de que sus escritos sean pru
dentemente utilizados por razones de trabajo científico, erudición
necesaria y formación en -ciertos aspectos de la cultura, a la que
-bien sabido es-también autores heterodoxos y cívicamente
vituperables
pueden contribuir, estudiados con las debidas pre
venciones
y, en su caso, bajo la dirección de sabios profesores.
La misma Iglesia, ¿ no utilizó_ a los escritores paganos para la
formación de la juventud cristiana, convenientemente expurga
dos y anotados? Pero nunca sin limitaciones, anotaciones, reservas,
cautelas, :pueden ser declarados guías del pensamiento
y menos
aún de la juventud universitaria.
Para pintar "la situación espiritual del estudiante universita
rio de todos los tiempos, hambriento de pan intelectual y literario
verdaderamente saciador,
después de haberse nutrido con la di
dáctica lactancia de
la segunda enseñanza y de los manuales es
colares",·
h:l sido aducida muy oportunamente la .frase de San
Agustín: "Cresce de lacte ut ad panem pervenias" (6). Y ante
las exigencias
de una minoría estudiantil "inquieta y ambiciosa
que (exigua o dilatada) existe,
y en proporción creciente va a exis
tir, según todas las señales, a
lo largo de los años más inme
diatos", se
ha sentado, como primer postulado, que la conducta
de "los encargados de saciar este apetito de perfección espiritual"
ha de consistir. "ante todo en no hacer lo que pueda traer más
perturbación que ayuda". Exactísimo. Y por eso precisamente
(6) S. AucusT.: In Psalm. CXXX, 2 (ML, 37, col. 1.710).
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EL BIEN COMUN Y LA ENSERANZA
venimos señalando reiteradamente en este documento pastoral el
peligro de poner en manos de los jóvenes, que -repetimos-,
aun salidos de la Universidad, continúan siendo menores de edad
intelectualmente
-¿ quién se jactará de haber alcanzado la .plena
mayoría de edad intelectual?-, obras heterodoxas o de dudosa
ortodoxia para que se entreguen a su lectura sin las debidas
cautelas que la Iglesia hace obligatorias,
aun para los hombres ya
formados, y sin la dirección de un 5abio maestro· que les enseñe
"a deslindar con muy delicada cautela lo dogmática y lo natu
ralmente verdadero, lo dogmática y
lo naturalmente erróneo, lo
probable
y lo meramente posible'·'. La omisión de aquellas pru
dentes cautelas o de esta competente dirección no sólo no traerá
ayuda alguna al joven estudiante, sino que lo acarreará positiva
perturbación al proporcionarle como alimento
de su ahna, en vez
del "sabroso y sustentador pan candeal" de la buena doctrina,
que pide
y necesita1 el veneno de la doctrina herética o insegura
que le produzca tal intoxicación espiritual que no
la pueda re
mediar
la terapéutica humana sin una intervención milagrosa
de la gracia
de Dios.
Esto no quiere decir en modo alguno que se prescinda de
"una sincera y bien informada estimación del trabajo y la obra
de quienes por oficio piensan
y escriben"; pues. ya indicamos
que
la Iglesia ha utilizado en todo tiempo las obras, aun de los
autores acatólicos, debidamente
expurgadas y anotadas, como ele
mentos
de formación; y Nos mismo no sólo no hemos subes
timado el trabajo y la obra
de los que en la presente Carta se
citan, sin que con toda sinceridad, y sin perjuicio de señalar,
también sinceramente, los
errores en que han incurrido, pero sal
vando siempre el respeto debido a las personas, hemos tributado
a esos autores el justo elogio que por su valor literario y humano
merecen.
Ni tampoco exigimos que se rehuya "el diálogo con el
escritor
y el profesor, lo mismo si éstos son fieles y seguros des
de el punto de vista de la
fe como si no lo son tanto". Lo que
queremos sencillamente
-y a ello nos obliga un doble imperativo
de justicia y caridad con esta esperanzadora
juventud de nues
tros
días-es no enfrentar en tal diálogo, directamente con el
autor heterodoxo, sin auxilio
extern·o alguno, en lucha desigual,
al joven, inerme
por su incompleta formación intelectual: porque
en
-esa lucha indefectiblemente sucumbirá, con pérdida o debili
tamiento
de su fe, y las inevitables consecuencias en su misma
vida moral.
Tampoco tendríamos nada que objetar a la pública proclama
ción
de los méritos reales de aquellos pensadores siempre que
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EL BIEN COMUN Y LA ENSBflANZA
se guardara la debida moderación y salvando los fueros de la
religión
y de la moral.
Y lo más doloroso es que, aun en el que pudiéramos llamar
nuestro campo, hay hombres, sin duda de buena fe, que "aman
do la novedad más de lo debido y también temiendo que los ten
gan
J.Xlf ignorantes de los progresos de la ciencia", como ha dicho
Pío XII (22), se propasan a concesiones con el error que no
puede tolerarse
y, rindiendo culto a las nuevas tendencias, tra
tan de unir a los valores más representativos de
la intelectualidad
católica con los de signo heterodoxo en una síntesis puramente
cultural,
por encima y al margen de toda divergencia dogmática ;
como si
la cultura pudiera prescindir -so pena de quedar mu
tilada en lo más esencial-de los grandes problemas que se refie
ren a Dios, al hombre como Hportador de valores eternos", a
sus relaciones morales y a su destino ultraterreno; y como si la ex
periencia no nos enseñara, desde los tiempos del Kulturkampf ger
mánico que esa cultura neutralista y ecléctica no
es más que el dis
fraz bajo
el que se oculta la guerra a toda idea religiosa,
Desde
el momento en que sobre la cima del Gólgota fue in
molada
la Víctima Divina, "para ruina y para resurrección de
muchos en Israel, y
para ser el blanco de la contradicción" (22 bis)
de los hombres, hay en
el mundo dos culturas inconciliables:
la de aquellos que creen en la verdad de Cristo y la de los que
han vuelto sus espaldas a
la Cruz. Y no cabe armonizar ni in
tegrar estas dos culturas en un
patrimonio espiritual único, porque,
corno dice San Pablo,
"¿ Qué consorcio hay entre la justicia y la
iniquidad? ¿ Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿ Qué
concordia entre Cristo
y Belial? ¿ Qué parte del creyente con el
infiel?" (23).
No parece, venerados Hermanos y amados Hijos, sino que
han llegado aquellos tiempos que vaticinara
el Apóstol de las
Gentes, en que
los hombres "no sufrirán la sana doctrina; antes,
deseosos de novedades,
recurrirán a maestros conforme a sus pa
siones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las
fábulas" (24);
maestros_ que son los inismos "falsos doctores",
de quienes dice San Pedro
cjue "introducirán sectas perniciosas,
llegando hata a negar
al Señor que los rescató, y atraerán sobre
(22) Encíclica Humani generis.
(22 bis) Luc., 2, 34.
(23) 2 Cor., 6, 14-15.
(24) 2 Tinoth. 4, 3-4.
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EL BIEN COMUN Y LA ENSENANZA
sí una repentina ruina, y a quienes muchos seguirán en sus li
viandades,
y por causa de ellos será blasfemado el camino de la
verdad" (25).
Es todo un plan concertado para perder a España, con la
impiedad de la falsa ciencia
y la procacidad de esa moderna li
teratura -que, resucitandÜ con peor fortuna el naturalismo del
· siglo xrx, quiere, so_ pretexto de realismo, .1xmer ante nuestros
ojos el espectáculo de la vida real que, como decía Menéndez
Pelayo, "es, por cierto, bien triste espectáculo"~, completadas
con la inmoralidad .de los espectáculos, de las modas y de las
costumbres públicas; plan que viene desarrollándose sistemática
mente en nuestro país, en sospechosa coincidencia con otra cam
paña de desprestigio de todo
lo genuinamente español que se
realiza en el extranjero, lo que hace pensar en la existencia de
una verdadera con jura de hondas raíces internacionales y de po
sible inspiración masónica, cuya finalidad esencial sería la des
trucción de nuestra unidad católica,
en defensa de la cual lucha
ron
y, muriendo, triunfaron nuestros mejores, en la pür muchos
olvidada, cuando no tergiversada, Cruzada Nacional.
(25) 2 Pet., 2, 1-2.
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