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Número 55

Serie VI

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Error de confundir Gobierno y Administración y necesidad social de restaurar las corporaciones y los demás organismos naturales

ERROR DE CONFUNDIR GOBIERNO
Y ADMINISTRACION Y NECESIDAD SOCIAL
DE RESTAURAR
LAS CORPORACIONES Y LOS DEMAS
ORGANISMOS
NATURALES(*)
por
HENRI (HARLTER.
El error de nuestros gobiernos es confundir el gobierno con
la administración.
Este error causó la caída del Imperio romano
y causará la nuestra, aunque no sea más que por el abuso de fis­
calidad que
resulta de ello. Pero también por el hecho de que
una administración siempre va con retraso respecto a los pro­
ductores, pues está compuesta de funcionarios que ignoran la
necesidad de
comprar a tiempo, de vender a tiempo, de hacer
innovaciones en el momento oportuno, que
pasan por la habilita­
ción a cobrar cada fin de mes. Es una tontería confiarles la di­
rección de la economía.
Porque ello conduce al error de querer aplicar siempre las
mismas reglas (como
en la enmienda Vallan que se prepara). Al
decir esto no digo nada nuevo, pues ya Gismondi en 1837 (no es
error, hace ciento treinta años) escribía en sus estudios de econo­
mía política (I,
3) estas palabras, dignas de ser meditadas:
"Es en los detalles donde es esencial estudÜlr la candición
humana.
Es preciso fijarse, ya en una época, ya en un p,aí.s, ya
sea en una profesión, para ver b>ien lo que es el hombre y cómlO
las instituciones actúan sobre él. Estoy persuadido de que se ha
caído en grandes errores por haber querido, generalizar todo1 lo
que se refiere a las ciencias sociales."
Este es el principio básico de los estudios de Le Play y de
los de
La Tour Du Pin, economistas cristianos precursores de las
encíclicas de
la Santa Sede.
Es necesaria cierta generalización, pero no se puede partir
más que de hechos muy conocidos y no de teorías puramente ver­
bales, como las de la libertad (¿cuál?) o de la igualdad (¿cuál?).
(*) I3ajo el título enunciado publicamos varios fragmentos del impor­
tante estudio de
Henri Charlier "L'Europe et le Crist", publicado en el
citado
número 111 de ltinérm·res (marzo de 1967), págs_ 108 y sigs.
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Y de todos los hechos referentes a la vida privada, a la vida pro­
fesional y a la vida pública, el hecho principal es aún el hecho
moral
que dirige nuestra vida y nuestra muerte.
Si queremos, pues, establecer entre nosotros una economía
verdaderamente humana tendremos que
reformar muchas cosas, y
será necesario que esta reforma se extienda por toda Europa~
No puede tener éxito si no es hecha de conformidad a la natura­
leza de las cosas, es decir, en este caso, la constitución natural, ín­
tima y fundamental de las sociedades humanas. Estas tienei1 una
vida práctica y una vida espiritual. La primera se ·manifiesta prin­
cipalmente por la familia y los oficios en un contorno dado: la
segunda por la religión.
Pero no puede haber paz espiritual si no se restablece la fami­
lia
en su dignidad, -si los oficios no se organizan teniendo en
cuenta a1 hombre y no el provecho de una fortuna anónima.
Después del ejemplo dado
por los textiles de Tarare, hemos
elegido el de los siderúrgicos porque ~s reciente, para mostrar
cómo nacen naturalmente las corporaciones si no se les impide.
Son 1a base necesaria de las reformas sociales, dada la diversidad
de los oficios.
La agricultura, que depende de la temporada, del
buen tiempo
y de la duración del día, no puede organizarse como
la burocracia o la fábrica mecanizada.
La siderurgia es precisa­
mente una de las que necesitan absolutamente el
trabajo continuo,.
al menos en torno a los altos hornos. Pero el trabajo Continuo no
es de ningún modo necesario en muchas de las industrias que lo
adoptan, sino efecto de una competencia desordenada.
Y si se quiere abolir la lucha de clases, es absolutamente
necesario
crear intereses comunes visibles entre obreros y pa­
tronos, como una caja común que administre ciertos bienes en el
conjunto de la corporación.
Es así como se empezó en Tarare.
La naturaleza de esos bienes cambia según los lugares y oficios,.
pero parece que la fortuna representada por las cotizaciones de
Seguridad Social de una corporación puede ser un bien cierto
entre las diferentes clases que forman
una empresa. De la admi­
nistración de tales bienes se sacaría una élite obrera muy dife­
rente de la de los "agitadores", simples políticos que tienen el
don de palabra
que mueve las masas; una élite de obreros aptos
para dirigir una organización, para prever y para juzgar, y que
se formarían en el mando.
Se cometen muchos errores en todos estos asuntos, en particu­
lar cuando se habla de cogestión. Los buenos obreros son capaces
de una colaboración eficaz con la dirección
en su terreno, que es
el de la herramienta y el de la organización de la sección del
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taller de que forman parte, mientras que los ingenieros más com­
petentes se equivocan en ello. Pero es necesario interesar a los
obreros en este tipo de colaboración en
el que son muy capaces.
Estas son las tesis de Hyacinthe Dubreuil. Bien entendido que
las soluciones varían con cada oficio
y es preciso darse prisa
lentamente.
* * *
La necesidad de la corporac10n para resolver los problemas
del trabajo y regular la competencia ha sido muy bien vista por
la Santa Sede, y la Encíclica de la que celebramos los treinta años
1o repite con fuerza: "Sucede carla vez miás frecuentemrente que
el resp'eta de la justicia en la fijación de los salarios no es posible
m1ás que con la condición de un acuerdo general realizado por
-medie de (1iSociaciones que l~ffi en.tre sí a, los p·atronos con
vistas a im1pedir que la com;p·etencia de predos no sea p1eligrosa
para las derechos de los trabajadores ... «Si se considera el con­
junto de la economW se puede ver -com.o ya lo hem.1os dicha en
la Quadragesimo Anno-que el ejercicio de la, caridad y la jus­
ticia no es p•osible en. las relaciones económicas y saciales, a me­
nos que unas arganizaciunes llamadas profesionales e interprofe­
sionales sólidam'.ente basadas l!ff la doctrina cristiana sustituyan,
teniendo en cuenta las particukmdades de tiem,P'O' y lugar, a las
-instituciones que se llamnban crnpor{J)Ciones»."
"... Pensamos también en aquellas asociaciones que agrupan
a hombres y mujeres de
una misma categoría social: especial­
mente asociaciones de obreros, de agricultores, de médicos, de
jefes de empresa, de profesores
que tienen un mismo nivel de
conocimientos, agrupados de alguna manera por la naturaleza
en categorías a su medida. Estímamos que estas asociaciones son
las más capaces para instalar ese orden social que anunciábamos
en QuadrageSWtl!o Anno y hacer ·avanzar así el Reino de Cristo
en todos los campos del trabajo manual e intelectual.'"
Para esta tarea es necesaria la unión de los católicos. ¿ Por qué
es
tan grande el número de ellos que rechazan de hecho la doc­
trina social de la Iglesia condensada en las encíclicas de los Papas?
Un con junto de ilusiones les hace creer que está so"birepasada.
¿ Cómo pueden dar su confianza a las instituciones llamadas de­
mocráticas parlamentarias?
Estas han uacido de la destrucción
de las saciedades naturales elementales; única salvaguardia del
obrero, del artesano, del pobre. Y no pueden reemplazarlas de
ninguna manera, pues contribuyen a
-la disolución de la sociedad;
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dividen a· la nación en partidos artificiales orientados úncamente
hacia la conquista del poder
y que al hacer esto levantan al cam­
pesino contra el campesino, al obrero contra el obrero, al
burgués
contra el burgués, al francés contra los franceses. Hacen impo­
sible cualquier organización social conforme a
1a naturaleza de
las sociedades.
¿ Es que no se dan cuenta de que los partidos, para triunfar,
necesitan dinero
y que los hombres con dinero son sus dueños?
¿ No saben que el socialismo, el colectivismo desembocan en un
capitalismo de Estado tan opresor como el capitalismo llamado
liberal?
No soy un novato. He conocido al gran elector de un
candidato moderno: pagaba la candidatura de extrema izquierda
para librarse del candidato radical.
Parece que los católicos demócratas, creyéndose más "socia­
les", se inclinan hoy hacia los cambios de "estructura" que llevan
a la supresión de la
propiedad individual, que ha sido y será
siempre la más segura
garantía de independencia. Todas las
formas de propiedad tienen
un interés social, la propiedad colec­
tiva como las
demás; pero la propiedad llamada individual, que
es prácticamente
una propiedad familiar, es indispensable. Hay
que hacer todo lo posible por desarrollarla, pues su supresión,
para la mayor parte de los trabajadores, es una de las taras de la
sociedad moderna, y volver
al colectivismo nos lleva a volver a
caer en las formas primitivas de las sociedades nómadas en una
economía
que no lo aguanta. La agricultura y la industria en
Rusia son testimonio de ello.
Hay una forma de propiedad colectiva perfectamente adaptada
a la propiedad individual, la de las acciones industriales.
Nada
impide que los obreros las adquieran, ni que los sindicatos obre­
ros se hagan representar en Ja·s asambleas generales reuniendo
los
p,orJeres de sus miembros.
No hay que romper nada. Existen medios para hacer llegar
el mundo obrero a
una dignidad social que actualmente no tiene.
Lo que ocurre es que la, formación de ese mundo obrera es defi­
ciente y es frenada por los poUticos que lo dirigen actualmente y
que no le hablan más que de lucha de clases y de reivindicaciones,
en lugar de mostrarles que solamente una alianza de todas las
clases puede
crear un orden social más conforme con la justicia
y con la naturaleza física y moral de todas las necesidades hu­
manas.
Los católicos demócratas no tienen, pues, que renunciar a su
deseo de
lograr el bien del pueblo y de elevarlo en la jerarquía
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social. Lo que preconizamos (con la Santa Sede) es el único medio
de alcanzarlo.
La familia, las organizaciones profesionales, son
sociedades elementales, fundamentales, las más cerranas en la vida
cotidiana, de las cuales deben partir las innovaciones que resta­
blezcan su dignidad. Practicando la "apertura a la izquierda'1
no se hace más que alejarse del fin y aumentar la lucha de clases
( de
la que todo cristiano debe ser adversario) para entregarse
finalmente al partido ruso.
Sin duda es preciso encontrar los hombres o el hombre capaz
de pensar estas reformas y que se encuentre en situación .de
aplicarlas. Aquí está la mano de Dios. El éxito depende de Él y
Su voluntad es movida por la oración de los santos. ¿ Tenemos
suficientes santos?
¿ Tenemos al menos bastantes cristianos que
tengan consciencia de lo que es
"lo único necesario"? Ahí está la
cuestión.
La historia de los últimos ciento cincuenta años prueba que
siempre hubo espíritus clarividentes que nunca han sido escucha­
do_s ni por los gobiernos, ni por la prensa, ni por los 'irepresen­
tantes
del pueblo", que son los únicos verdaderos beneficiarios
de las disensiones que atizan
para vivir de ellas.
* * *
Hacer Europa es, en el fondo~ rehacer la cristiandad. Pues
no se haq-á sin una idea comcÚn. Puede parecer utópico, en el ac­
tual estado de los espíritus, el
pensar así. Sin embargo es lo más
práctico. Pues las naciones de Europa occidental tienen hábitos
mentales formados
por el catolicismo. El mundo está lleno de
"ideas cristiainas que se han vuelto loca.s", como decía Chesterton.
A
pesar de las luchas intestinas que destruyen su equilibrio
moral y social y que son artificiales, creadas y amplificadas
por
instituciones detestables, hay, al menos en lo que queda de su
élite,
una formación del espíritu antiguo, cristiano, que resiste a
la putrefacción general y permanece como una· piedra de asiento.
Y esta élite existe en nuestro país en todas partes, hasta en las
más humildes de la nación; es
el "último resto" de Isaías.
Hay, por estas razones, más recursos en las viejas naciones
que en las que se creen jóvenes.
En un capítulo de su libro tra­
ducido con el título Heterodoxia, Chesterton habla de las "jóve­
nes naciones". Y refiriéndose a la literatura de los Estados Uni­
dos, dice, más o menos (hablo de memoria), que: ha dado algunas
obras superiores
"pero semejantes al último grito de un mo­
ribundo.".
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¿ Dónde encuentran ustedes, en los diversos mundos nuevos,
obras que tengan la fuerza, la grandeza, la belleza nueva de las
de Peguy y Claudel? ¿ Y más llenas de una esperanza inconfun­
dible?
Sin contar la del mismo Chesterton, la de Gauguin o su
profunda contemplación, la. de Van Gogh y su manifiesta caridad
para los modelos cuyas caras pintaba,
Para dar a Europa un ideal común nada hay más práctico y
accesible que el ideal _cristiano
.. Las diferentes naciones de Euro­
pa son muy diversas y lo seguirán siendo, pero es el ideal cristia­
no lo que se encuentra en su origen ; todas tienen un buen resto
que les es cotnún y puede enseñarles a respetarse unas a otras.
Aun aquellos de sus ciudadanos que lo rechazan están llenos de
él sin saberlo, pues se
trata de un pueblo equivocado por ideolo­
gías sin fundamento
natural. El cristianismo no es una ideología;
tiene
un fundamento natural del que toda la humanidad ha gemido
desde los tiempos antiguos :
la naturaleza está herida, necesita ser
reparada, pues
él mal nos invade y gana visiblemente desde su
pequeña infancia al niño .sin pecado personal. El hombre jamás
ha podido salir de él por sí mismo; nos es necesaria la salvación
que viene de Dios.
Hacia el fin de los tiempos ha venido a cum­
plirla
en una aventura histórica. ¿ Qué esperarnos para procla­
marlo
y para sacar de ello la fuerza necesaria para actuar cada
día en nuestra familia y en nuestro trabajo, en nuestra nación y
en Europa para reanudar ese necesario lazo de la paz de las
naciones?
Pero es preciso eliminar las ideas fals_as que las encícli­
cas de los
papas se apresuran a denunciar. La más evidentemente
falsa
en la hora actual consiste en creer que es necesario instalar
el paraíso
en la tierra para convertir a los pecadores que todos
somos.
Para combatir la injusticia en las relaciones i;;ociales es
preciso,
en primer lugar, combatir el pecado, que es su causa.
Buscar en las instituciones lo-que es causado por el pecado no
es cosa baladí, puesto que en su conjunto los pueblos vienen
incurriendo
en este error desde hace más de ciento cincU'enta años.
En nombre de la libertad se ha implantado la ley del más fuerte;
pregonando la democracia, el poder ilusorio que se ha ofrecido
al pueblo
para gobernarse a sí mismo, se ha entregado, sin con­
trapeso posible, al
más rico.
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