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La autoridad en la familia y en la sociedad civil al servicio de nuestra salvación

LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA Y EN LA SOCIEDAD
CIVIL
AL SERVICIO DE NUESTRA SALVACION (*)
POR
Mons. MARCEL LEFEVRE.
Arzobispo de Synada Frigia y Superior General de la Congregación .
del Espíritu Santo.
En una reciente alocución pública del mes de octubre último,
nuestro Santo
Padre el Papa Panlo VI nos ponía en guardia
sobre la interpretación
~rrónea . de ciertas. afirmaciones del Con­
cilio concernientes a la dignidad de la persona humana, inter­
pretaciones que conducirían a rechazar la autoridá.d y a despre­
ciar la obediencia.
Los hechos _que manifiestan las consecuencias de esas falsas
interpretaciones son
tan numeroso~ en esta época .postconcilia r
que justifican ampliamente los tem6res de nuestro Santo ·padre
el Papa. ¿ No estamos. violentamente agitados por esas revueltas
abiertas de .ciertos grupos de Acción Católica contra sus obispos,
de seminaristas contra sus Superiores, de sacerdotes, de reli­
giosos, de religiosas que manifiestan una actividad de desprecio
para con la autoridad
y que hacen imposible su ejercicio?
La dignidad humana, la exaltación de la conciencia personal
convertida en regla suprema
de la moralidad, los carismas per­
sonales son .los pretextos
para reducir la autoridad a un princi­
pio de unidad sin poder alguno.
¿ Cómo no comparar esta fer­
mentación, preludio de rebelión, con el libre examen que
ha sido
la fuente de las grandes calamidades
de estos últimos siglos?
Nos parece
de la mayor oportunidad restablecer la verdadera
noción de autoridad,
y a este efecto mostrar los beneficios que
la Providencia quiere que
la. autoridad produzca en las dos so­
ciedades naturales de derecho divino que en el mundo tienen so­
bre cada individuo una influencia
,primordial: la familia y la
Sociedad Civil.
(*) Traducido de La Pensée Catholique, núm. 107, págs. 19 ·a 27.
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Naturaleza de la autoridad.
Es conveniente recordar que la autoridad es la causa formal
de la Sociedad. Corresponde a su naturaleza dirigir y orientar
todo lo que ocurre al fin de la sociedad, o sea el .bien común de
todos los -miembros. Siendo seres inteligentes los tnierribros de
una sociedad, la autoridad les conducid. hasta su fin común por
normas o leyes, velará a su aplicación y sancionará a quienes se
opongan.
'
EJ su jeto de la autoridad podrá ser designado de diversas
maneras;
·pero el ·poder que tenga ese sujeto, es decir, la facul­
tad de dirigir a otros seres humanos, no puede ser más que
una
participación en la autoridad de Dios. Siendo múltiples las
sociedades, las regulaciones concernientes al ejercicio de la auto­
ridad podrán ser muy diversas pero jamás podrán impedir que
la autoridad _sea de origen .divino: "No hay autoridad sino por
Dios" (San Pa,blo, a los Romanos, 13, 1). "No tendrías ningún
poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto", dijo
Nuestro Señor a Pilato {San Juan, 19, 11).
En su tratado de filosofía (tomo IV, 384), Jolivet nos des­
cribe así la primera fuente de la autoridad: "Sólo Dios tiene
el derecho absoluto de mandar, porque un tal derecho, que con­
siste en obligar las voluntades, no puede pertenecer más que a
aquél que da el ser y la vida. Así decimos que Dios es el "De­
recho Vivon ¡porque es el primer principio de todo lo que es. De
ello se deduce que toda autoridad, en cualquier sociedad, m>
puede ejercerse más qu,e a titulo de una de/Rgación de Dios.
Todo jefe investido de un poder legítimo es el representante de
Dios."
Teniendo por objeto la autoridad el bien común de los miem­
bros
y deseando los mismos miembros la obtención de su propia determillación, jamás debería haber choques en­
tre la autoridad y los miembros qúe persiguen el mismo objeti­
vo. No debería haber en sí oposición entre el jefe y el súbdi­
to, entre
la autoridad y la libertad. Si hay choque y desacuerdo
es porque la autoridad ya no busca el verdadero bien común o
porque el súbdito hace prevalecer su bien personal al verdade­
ro bien común. Salvo evidencia en contrario, la autoridad le­
gítima y prudente es juez del bien común, y los miembros de­
ben someterse a priori a su juicio. Hacer prevalecer el juicio
personal sobre el de la autoridad legítima es destruir la sociedad.
Someterse a las normas de la autoridad legítima es ejercitar
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LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA
la virtud de obediencia, de la que .Nuestro Señor nos dio un
emotivo ejemplo sacrificando hasta su vida poi-obediencia. HObe-
diens
usque ad mortem." '
San Pío X, en su carta "Notre charge apostholique" del -25
de agosto de 1910, escribe: "¿ Es que acaso esta sociédad de se­
res independientes y desiguales
por naturaleza no tiene· necesidad
de una antovidad que dirija su actividad hacia el bien común y
que imponga su ley? ...
¿Se puede afirmar con alguna sombrá de
razón que hay incompatibilidad entre la autoridad y la libertad,
a menos que -uno se engañe groseramente sobre el concepto de
libertad? ¿ Se puede enseñar que la obediencia es contraria a la
dignidad humana y que el ideal sería sustituir la obediencia por
la "autoridad consentida"? ¿ E¡;_ que acaso el a,póstol San Pablo
no tuv~ a la yista la sociedad humana en ·todas sus utopías posi­
bles, cuando ordenaba a los fieles estar sometidos a toda autori­
dad? ... ¿ Es que el estado religioso, fundado sobre la obediencia,
sería contrario al ideal de la naturaleza humana? ¿
Es que los san­
tos; que han sido los más obedientes de los hombres, eran escla­
vos o degenerados? ... ''
Resulta, pues, evidente que la autoridad es la piedra angular
de toda sociedad.
Beneficio de la autoridad en la sociedad familiar,
Si hay un período de la vida humana en el curso del cual
ia autoridad juega un papel importante es, desde Itiego, el que
va desde el nacimiento a la mayoría de edad._. Es, desdé luego,.
una maraviUosa institución divina la de la familia ·en el seno
de la cual el hombre recibe la existencia, pero una
existencia
altamente limitada que le será preciso un largo período de educa­
ción,
dispensada, en primer lugar, por los padres y después por
aquellos que colaboran con los padres.
El niño recibe todo de su padre y de su madre: alimento cor­
poral, intelectual, religioso, educación moral y · social. Los padres
se hacen ayudar
¡x>r maestros, que, en el espíritu de los niños~
comparten la autoridad de los padres. Ya sea por el intermedio
de los maestros o ya
por la de los padres, la ciencia que adquiere
el niño será mucho más una ciencia aprendida, recibida, acepta­
da, que una ciencia adquirida pó-r la inteligencia, la evidencia de
los juicios
y de los razonamientos. · El joven estudiante cree en
sus
padres, en sus maestros, en sus libros, y de este modo sus
conocimientos
se extienden, se multiplican con una certeza per-
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fectamente legítima. Su ciencia propiamente dicha, la que puede
dar cuenta de su saber, es muy .limitada.
Si se piensa en el con­
junto de los niños, de la juventud, en la humanidad de hoy y de
ayer, _se comprueba que la transmisión de .los conocimientos se
debe mucho más .. a la autoridad que la transmite que a la evi­
dencia personal de la ciencia adquirida.
Ciertamente, si se trata de estudios superiores, la juventud
adquiere conocimientos más personales y se esfuerza por cono­
cer las disciplinas estudiadas de la misma manera que sus mis­
mos maestros· las conocen. Pero la abundancia de los conocimien­
tos hoy necesarios no permite al estudiante llegar hasta las últi­
mas pruebas y experiencias.
Por otra parte, ciencias como la his­
toria, la geografía,
la arqueología, .las artes, no pueden en verdad
reposar más que sobre la fe en los maestros y en los libros. Cuan­
do se. ka.ta de conocimientos religiosos, de la práctica de la reli­
gión, del ejercicio
de la moral conforme a la religión, a las tra­
dicio_nes, a las_ costumbres, todavía eso es.-más cierto que para
otras ciericias. Lo$ hombres generalmente viven conforme a la re­
ligión que han ,recibido de sus padres, sobre todo si se trata de
una religión revelada, fundada sobre la autqridad. La:. conversión
a
una religión distinta encuentra un enorme obstáculo en la rup­
tura con la religión ancestral. Un ser· humano permanece siem~
pre, sensible al recuerdo de la religión materna.
Gran influencia conserva durante toda la vida del hombre la
educación recibida en
la familia y del conjunto de maestros, que
completan
la educación familiar. Nada persevera tanto en el in­
dividuo como sus tradiciones familiares. Esto es cierto sobre toda
la , superficie del globo.
Esta extraordinaria función de la familia y del medio educa­
dor es providencial.
Está querida por Dios. Es normal que los
niños guarden la religión de sus padres, lo mismo que es nor­
mal que al convertirse el jefe de familia se convierta toda su fa­
milia. El ejemplo lo encontramos dado con frecuencia en el Evan­
gelio y en los Hechos de los Apóstoles.
Dios ha querido que sus beneficios se transmitan a los hom­
bres, en
primer lugar, por .la familia. Por ello concedió al padre
de familia esa gran autoridad que le confiere un inmenso poder
sobre.la sociedad familiar, sobre su esposa, sobre sus -hijos. Cuan­
to mayores son los bienes a transmitir, más grande es la autoridad.
El niño nace en una d~bilidad tan grande, tan imperfecta, se
podría decir tan incompleta, que de ello puede deducirse la abso­
luta necesidad de la permanencia
del hogar y de su indisolubi­
lidad.
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LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA
Querer exaltar la personalidad y la conciencia personal del
niño en detrimento de la autoridad familiar es hacer la desgra­
cia de los niños, empujarlos a la revuelta, al desprecio de los pa­dres, siendo así que la longevidad está prométida a quienes honran
a sus padres. Ciertamente, San Pablo pide a los padres que no
provoquen la cólera de sus hijos,
pero añade: Criad]os en dis­
ciplina
y en la enseñanza del Señor (Efesios, 6, 4). Se aparta
uno de la vida establecida por Dios al pretender que la verdad,
con sólo
su fuerza y luz, debe indicar a los hombres la verdadera
religión. En realidad, Dios ha previsto la transmisión de la
religión por los padres y por testigos dignos de confianza de
aquellos que los escuchan. Si hubiera que esperar a tener la inteligencia de la verdad religiosa para creer y convertirse, ha­bría pocos cristianos en la hora presente. Se cree en ]as ver­
dades, religiosas porque
los testigos · son dignos de crédito, por su, santidad, su desinterés, su caridad. Se cree en la religión verdadera porque colma los deseos profundos de un alma hu­
mana recta: en particular al darla una Madre celestial, María;
un padre visible, el Papa; un alimento divino, la Eucaristía. Nuestro Señor no preguntó a, quienes convirtió si comprendían,
sino si creían. Pues la fe viva da la inteligencia, c·omo dice San Agustín.
Es evidente en el caso de la sociedad familiar prevista por
la Caridad de Dios para el primer período de toda vida hu­
mana, que los beneficios de la autoridad son inmensos, indis­
pensables y la vía más segura para mía educación. completa que prepara para la vida adulta en la Sociedad, Civil y en la
Iglesia. Es obvio que no olvidamos la importante ayuda apor­tada por la Iglesia a la familia, ayuda indispensable a la, vida cristiana y a la perfección humana.
Pero cuando llega el momento en que la familia desaparece, su
lugar será llenado
por .]as dos Sociedades, la Sociedad civil y
la Iglesia, ¡,ues es evidente que el ser humano, incluso educado,
es incapaz de co1).tinuar su vocación sin la. ayuda de una y otra.
Beneficios de la autoridad en 1a Sociedad civil,
¿ Puede, en efecto, afirmarse ,que el hombre llegado a su mayor edad no tenga y8.. necesidad de socorros para continuar
progresando
en sus conocimientos~ mantenerse en la virtud-y desempeñar su función -en la. sociedad? Si la familia ha termi­nado su tarea esencial, es claro que la sociedad civil y la Igle-
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sia siguen siendo los medios normales para dárle, ésta los me­
dios espirituales, aquélla el ambiente social favorable para una
vida virtuosa y orientada hacia el fin último al cual todo en
este mundo está ordenado por la Providencia divina.
Conviene recordar aquí, Con la-ensefíanza tradicional -de la
Iglesia y con la de todos los Papas del siglo pasado, que el
Estado,
la sociedad civil, tiene un pape importante que reali­
zar cerca de los ciudadanos
para ayudarles y alentarles en la
fe y en la virtud. No se trata, en modo alguno de coacción
en el acto
dé fe, no se trata de coacción sobre la conciencia
de la persona en sus actos internos
y privados .. Se trata del
papel natural de la sociedad civil querido por Dios para ayu­
dar a los hombres a obtener su fin último.
"Nadie puede dudar, dice el Papa León XIII (Libertas),
que la existencia de la sociedad civil es obra de la voluntad de
Dios, ya se considere esta sociedad en sus miembros, ya en
su forma, que es la autoridad, ya en su causa, ya en los co­
piosos beneficios que proporciona al hombre ... ,,
Pío XI afirma ·a su vez: HDios destinó al hombre a vivir
en sociedad como la naturaleza lo pide. En el plan del Creador,
la sociedad
es el medio natural del cual el hombre puede y debe
servirse
para alcanzar su fin" (DinJmi Redemptorir). Y en otro
lugar
f Aá Salutem): "Los príncipes y los gobernantes, reci­
bieron
el poder de Dios a fin de que cada uno, en los límites de
su propia autoridad, se esfuerce en realizar los designios de la
Divina Providencia en los que son colaboradores, no solamente
no deben hacer nada que pueda influir en detrimento de las lec
yes, de la justicia y de la autoridad cristiana, sino que deben fa­
cilitar
a sus súbditos el conocimiento y la adquisición de los be­
nificios imperecederos."
Pío XII (11 de junio de 1941) dijo también: "De la forma
dada a
la sociedad, conforme o no a las leyes divinas, depende y
resulta el bien o .el mal de las almas, es decir, el hecho que los
hombres llamados a ser vivificados por la gracia de Dios
respiren,
en las contingencias terrestres del curso de la vida, el aire sano
y vivificante de la verdad y las virtudes morales, o, al contrario,.
el microbio mórbido y muchas veces mortal de error y de la de­
pravación.''"
El Padre Jolivet (Tratado áe fi!osofia, t. IV, Moral, núm. 435)
concluye de
una manera muy clara su estudio sobre el origen del
poder
en la sociedad civil : "Cualquiera que sea el punto de vista
que se adopte sobre la causa eficiente de
la realidad social, la
doctrina del origen natural de la sociedad civil implica este prin-
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LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA
c1p10 esencial : que la sociedad ,política, al reunir de una manera
permanente, con vistas al 1bien común temporal, a las agrupaciones
particulares de familias .e individuos, es una institución querida
por Dios, autor de la naturaleza, o, en otros términos, que es de
derecho divino natural. Es disminuir en gran manera la función
general del Estado el hacer de la felicidad temporal una idea
exclusivamente materialista.
L;, felicidad temporal depende en muy
gran ,parte de las virtudes intelectuales y morales de los ciudada­
nos, de la moralidad pública, es decir,
de] feliz desenvolvimiento
de todas las actividades morales y espirituales del hombre y, en
primer lugar, de la vida religiosa de
la nación ... Esta tarea tiene
un aspecto negativo y un aspecto positivo ... "
Debemos insistir sobre la relación íntima de ta función tem­
poral del Estado con la religión. Pues en eso se encuentra, en ver­
dad, la clave de numerosos problemas que preocupan a los gober­
nantes
y a la misma Iglesia: problemas de justicia social, pro­
blemas del hambre, de la paz, problemas de la regularización de
los nacimientos, etc
... Es ilusorio tratar esos problemas fuera de
una concepción católica
de la ciudad: se intentará paliar momen­
táneamente ciertos desórdenes, se solucionarán algunos problemas
locales,
pero no se atacarán en su raíz las llagas de la humanidad.
Es preciso decir y repetir lo que la Iglesia ha proclamado siem­
pre: la solución de los ,problemas sociales está en el Reinado so­
cial
de Nuestro Señor Jesucristo, tal como nos es enseñado en el
Evangelio y el Magisterio de la Iglesia. "Sin Mí nada podéis ha­
cer", dijo Nuestro Señor (Juan, 15, 5).
Que se numeren las actuales llagas sociales y rápidamente
percibiremos que tienen su fuente en la ignorancia o en
la nega­
ción de la verdadera justicia social
y de·1a moral familiar e in­
dividual.
Y_ cuando esta ignorancia o esta negación se expresan
en la legislación, el mal se convierte en permanente
y a escala de
toda la nación.
·
Querer instaurar una justicia social entre los empleados y em­
presarios sin los principios de la justicia cristiana es
ir al capita­
lismo totalitarista
que tiende a la hegemonía financiera y tecno­
crática mundial o al totalitarismo comunista.
Hacer del -bienes­
tar material el único fin de la sociedad civil v de la actividad so­
cial es ir rápidamente hacia
la decadencia infelectual y moral.
Si se trata del matrimonio y de todo lo que le concierne, sólo
la doctrina católica preserva realmente esta institución que es la
base misma
de la sociedad civil y a quien, en consecuencia, le in­
teresa en
grado máximo. Divorcio, limitación de nacimientos,
contraconcepción, homosexualidad, poligamia
... son llagas marta~
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les para el Estado. Sólo la Iglesia apdtta ]os verdaderos remedios
contra ellas.
Las relaciones sociales entre funcionarios y administrados, en­
tre el Estado y los ciudadanos, el verdadero amor de la patria,
las relaciones internacionales están muy íntimamente dependien­
tes de la concepción de la moral social. Sólo la religión católica
aporta los principios de justicia, de equidad, de conciencia pro­
fesional, de dignidad humana, conformes a la vida social tal como
Dios la ha querido y la quiere siempre.
La educación y los medios_ de con:iunicación social, que hoy
completan
y continúan la educación, tienen lazos muy íntimos con
las costumbres honestas, con
la virtud y la base y, en consecuen­
cia, con la verdadera religión,
Es dar prueba de gran ignorancia o fingir ignorancia el no
querer reconocer que todas las religiones, excepto la verdadera,
la religión católica, aportan con ellas
un cortejo de taras sociales,
que son la vergiüenza de la humanidad: baste pensar en el divor­
cio, la poligamia, la contracóncepción,, la unión libre, etc... en lo
que concierne a la familia; que se piense también,
en el campo
mismo de la existencia de la sociedad, en las dos tendencias
que
la arruinan: una tendencia revolucionaria, destructora de la auto­
ridad, tendencia demagógica, fermento de continuos desórdenes
fruto
del libre examen, o una tendencia totalitaria y tiránica que
hace del partido o de la persona eu el poder fundamento del de­
recho.
La historia de los últimos siglos constituye una ilustración
elocuente de esta realidad.
Es, pues, inconcebible que los gobiernos católicos se desinte­
.resen de la religión o que admitan por principio la libertad reli­
giosa en el terreno público. Sería desconocer el fin de la sociedad,
la extrema importancia de la religión en el campo social y la di­
ferencia fundamental entre la verdadera religión y las otras en el
campo de la moralidad, elemento capital para la obtención del fin
temporal del Estado.
Tal es la doctrina enseñada desde siempre por la Iglesia. Con­
fiere a la sociedad un papel capital en
e] ejercicio de la virtud de
los ciudadanos, por tanto indirectamente en
la obtención de su
salud eterna. Ahora bien, la
fe es la virtud fundamenta] que con­
diciona a la.s otras. Bs, por tanto, deber de los gobernantes cató­
licos proteger la fe y mantenerla, favoreciéndola sobre todo en el
campo de la educación,
Jamás
se insistirá bastante sobre el papel providencial de la
autoridad del Estado
para ayudar y sostener a los ciudadanos en
la adquisición de su salud eterna. Toda criatura ha sido orde-
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LA AUTORIDAD EN LA FAMIUA
nada y permanece ordenada a este-fin en este mundo. Las socie­dades: familia, Estado, Iglesia, cada una en su lugar, han sido
creadas por n;os con ese objeto. No se puede negar la historia
de 1as naciones católicas: su conversión á la fe católi~ pone de
manifiesto el papel providencial del Estado,. hasta tal punto que se debe legítimamente afirmar que su participación en la salud eter­
na de la humanidad es capital o al menos preponderante. El hombre es débil, el cristiatto· es vacilánte. Si todo ·el aparato y el
condicionamiento social del Estado es laico, ateo, .. a.rreligioso, con mayor razón si es perseguidor de la íilesia, ¿-quién se· atreverá ~ decir que será fácil a los no católicos; convertirse y a los cató­licos permanecer fieles? Más ·que nunca, con los modernos medios de comunicación social que se múltiplican, el Estado tiene una
influencia importante sobre
el comportamiento de los ciudadanos, sobre su vida interior y exterior y, en consecuencia, sobre· su ac­
titud moral y, en definitiva, sobre su. destino eterno; Esto es, por desgracia, cierto, sobre todo para aquellos que -intelectual, moral y económicamente ·son más débiles.
Sería, pues, criminal alentar a los
Estados católicos a laici­
zarse, a desisteresarse de la religión, a permitir, sin hacer dife­rencias, que el error y la inmoralidad se propaguen, y bajo el falso
pretexto de la dignidad humana introducir
un fermento disolven­te de la sociedad. Una libertad religiosa erigida en derecho pú­blico en virtud de un mal llamado derecho natural, una exaltación de la conciencia individual que va hasta legitimar la objeción de conciencia, son evidentemente contrarias al bien común. Esto es lo que el Magisterio tradicional de la Iglesiá ha enseñado siem­
pre- como ttna doctrina inmutable.
El Papa Pío XII decía ( Swmmi Prmtificatus) : "La soberanía
civil ha sido establecida por el Creador ... para que haga más fac­tible a la persona humana, en el orden temporal, la consecución
de
la perfección física, intelectual y moral, y a esto, ya se trate de la autoridad en la familia, de la autoridad del Estado o de la
Iglesia, no se puede sino admirar el designio de la Providencia,
de la Paternidad divina, que nos concede gratuitamente la exis­
tencia,
la vida sobrenatural, el ejercicio de la virtud y, en defi­
nitiva, la perfección o la santidad
por medio de estas autoridades. La autoridad es, en realidad, una participación en el Amor divino que de sí se extiende y se difunde. La autoridad no tiene otra razón de ser que la de esparcir esta Caridad divina que es Vida y Salvación. Pero esta caridad es exigente por su propia naturaleza. En efecto, el Amor divino no puede querer sino el Bien y el Bieo Supremo que es Dios. Al darnos Dios la Vida,
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que es una participación en su Amor, nos la orienta inflexible­
mente, la dirige hacia el Bien. Obliga. Nos Jiga por su Amor al
Bien y a la_ -virtud. Nos da la orientación de su amor por medio
de sus Leyes. Nos ordena que las cumpla,mos y nos amenaza si
rechazamos su-Amor, que es nuestro Bien. ·
Así es para todas las autoridades. Toda legislación legítima
es el vehículo del Amor divino, toda puesta en aplicación de estas
leyes no es más que la
expresión del Amor divino en los hechos,
en. los actos, y, por tanto, una adquisición de virtud. Esas leyes
se dirigen a irllestra inteligencia y a nuestra voluntad,-que, ¡ ay¡,
pueden negarse á. ser los vehículos del Amor de Dios. Esas ne­
gativas -harán necesarias sanciones sobre quienes ponen así obs­
táculo al Amor, a la Vida, al Bien y, en definitiva, a Dios. No se
puede concebir, en efecto, la autoridad sin los poderes de legis­
lación; de gobierno y de justicia. Estas tres manifestaciones en­
cuentran su síntesis en el Amor divino, que en sí mismo lleva su
manifestación, su ejercicio
y su sanción.
Ojalá podamos, como
conclusióh de este resumen muy incom­
pleto sobre la grandeza,de la autoridad en los designios de Dios,
c0mpartir los sentimientos de" San Pablo y decir con él (Efesios,
III; 14-15),: "Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien procede
~odá-familia en los cielos y en la· tierra."
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