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La guerra y el Derecho natural

LA GUERRA Y EL DERECHO NATURAL
por
El
Almiranté-PAUL AUPHAN.
La historia no es más que la reconstitución del pasado. Su
ambición es elevarse desde los hechos hasta su explicación. Bajo
1a cürteza de los acontecimientos busca la savia que los produce.
En el fondo abraza toda la ventura humana y se esfuerza por
taladrar su misterio y por juzgar a sus actores.
Lo que supone una escala de valores, una clave universal.
Para nosotros, los cristianos, !a historia ha sido hecha por los
hombres con la libertad que Dios les ha dado, y se desarrolla en
un mundo complejo, hecho, al igual que
.el mismo hombre, de
espíritu
y de materia, en el que permanentemente se enfrentan
la inclinación normal hacia el Bien, que .ha sido depositada en el
corazón de cada uno de nosotros --es la ley natural-, Y, la ten­
tación del mal que reina en la tierra desde
la. caída meros ángeles y la de nuestros primeros padres.
En este nivel, que es el de Bossuet en su Historia Univer­
sal, la historia ofrece el medio de comprender el presente a la
luz del pasado para iluminar el porvenir.
En este cuadro y modestamente -,-pues tanto me impone el
tema-es en el que os voy a hablar de la guerra.
Aunque
me apoyaré sobre las constantes ·. del pensamiento
cristiano, no
lo haré como teólogo, ni como filósofo. Cada uno
tiene su oficio, y el mío, justamente, ha. sido 1?; guerra.
A diferencia de tanta gente que, en este tiempo, habla de la
guerra por .sentimiento, sin saber, yo he reijexionado sobre ella
durante más de treinta años, la he enseñado a generaciónes de
oficiales y les he enseñado a hacerla. sin herir los valores cris­
tianos
e, incluso, ennobleciéndolos, y he tenido que resolver los
casos de conciencia que plantea en todos los
i,scalones de la je­
rarquía, hasta en los más elevados. Por tanto, esta conferencia,
más que una exposición didáctica del problema,
será un testimo­
nio, una especie de testamento
espiritualque no impedirá -y me
excuso
por ell0-que sea bastante austero.
No es preciso creer que nuestra época tenga
el privilegio de
la crueldad y de las hecatombes. La guerra antigua fue algo es-
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pantoso. Los heridos eran abandonados o rematados. El enemigo
capturado era inmolado o reducido a esclavitud. La población
de las ciudades que habían resistido era pasada a cuchillo, in~
cluidos muj~res y niñqs. En el_ 3.32 antes de Jesucristo, cuando
Alejandro Magno se apoderó de Tiro después de un difícil sitio,
hizo
colgar a todos los habitantes de horcas colocadas a lo largo
de la playa hasta perderse de vista, freute a la vieja ciudad ma­
rítima. Grandes ciudades, comO Cartago, Corinto y Numancia,
fueron destruidas y borradas del mapa, mucho más eficazmeute
que
Dresde o Coveutry por los grandes bombardeos de la última
guerra. Las únicas paces que se establecían, después de una con-
qui_sta, ~an paces de dominación. . ·
Entre la batalla naval de Salamina (480 años antes de J. C.)
-en ~ que los marinos griegós s_alvaron al Mediterráneo de un
despo~ismÜ que, ya entonces,_ ~enía del Este-_Y la de Actium
(31 años antes de J. C.) -,-erí la que se remató la unidad del
mundo mediterráneo--el Hmar del centro de las tierras", el "mar
Interioi", como _décíall los romanos, fue ensangrentado· por cua­
tro siglos y medió de guerras civiles o internacionales ininterrum­
pidas. Pero en este crisol de sufrimientos, en el que las almas
aspiraban .confusamente a algo distinto del.· paganismo, se elabo­
raba el imperio greco-romano que habría de servir de cuna al
cristianismo.
·
Frente a estos fo;>rrores, ¿ qué hizo la Iglesia, tan pronto como
alcanzó lo
qüe ahóra se ha convenido _en 11¡:i.mar. la era constan­
tiniana?
No quiero abrumaros· con la documentación elaborada en el
curso de __ los siglÜs por sus teólogos y sus doctores. Pero por el
tema
que trato, me veo fotzado a resumir en algunas frases lo
que
la Iglesia: enseña sobre·la guerra desde que salió de las ca­
tacumbas y. c:J.ue, de· nuevo, lo acaba de repetir, simplemente en
forma_
más desarrollada, en el capítulo V de la constitución pas­
toral "Qautjium et Spes".
El Evangtlio es un.mensaje de amor y de paz. Para la Iglesia
que ha recibido d depósito de éste, el precepto de paz ( quede bien
claro
que hablo de la paz temporal, no de la paz interior que da
Cristo a todo el que vive de su .gracia) es de derecho natural y
divino. "½a v_oluntad cristiana de paz viene de Dios", dice tex­
tualmente Pío XII en su mensaje de Navidad de 1948. Lo difícil
está
en definir el· contenido de la palabra, pues Pío XII continúa
en seguida : "El fin de la paz es la protección de los bienes de la
humanidad, .en cuanto bienes del Cre_ador. Ahora bien, entre estos
bienes
hay algunos de tanta importancia para la humana convi-
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venda, que su defensa contra la injusta agresión es, sin duda,
plenamente legítima".
¡ He ahí la gran palabra! Se la encuentra constantemente en
el mismo mensaje, ora cuando Pío XII asegura que un pueblo
amenazado o víctima ya de una injusta agresión, si ··quiere pensar
y obrar cristianamente, no puede permanecer en una indiferen­
cia pasiva", ora también cuando él declara que "la voluntad cris­
tiana de paz es de un temple muy distinto al del simple senti­
miento de . . . impresionabilidad, que no aborrece la guerra más
que por sus horrores y_ atrocidades (irresistiblemente pensamos
en los no-violentos), pero no también, añade el Papa, por su in­
justicia".
"La paz no es la simple ausencia de la guerra, repetirá el
Vaticano
II, es obra de la justicia" (1). Previamente presupone y
exige Hel orden, la justicia, la armonía de las cosas",_ declara
Pablo VI en su último mensaje de Navidad. Dicho de otra forma,
allí
donde no hay justicia -hoy lo vemos con frecuencia-no
puede haber paz.
Los pensadores cristianos, desde San Agustín hasta los pa­
dres del último Concilio, han buscado definir, cada uno para su
tiempo, fos criterios morales de la guerra legítima. Todo el
mundo conoce esquernáticaffiente las tres condiciones puestas
por Santo Tomás de Aquino: 1.0 la guerra debe ser declarada
por un Estado soberano calificado~ lo que entonces excluia las
guerras privadas feudales y hoy excl!,1iría, sin duda, aquellas que
conducen gobiernos clandestinos o núcleos de conspiradores en
el exilio; 2.:o no debe haber más solución que la guerra para sa­
tisfacer las exigencias de la justicia; 3,.IO hay que tener una inten­
ción recta, es decir, querer desde el fondo del corazón, sin odio,
el bien final de una paz justa.
Pío XII exige, asimismo, que antes de lanzarse a una guerra
no se encuentre otro medio de defenderse contra la injusticia,· y
aún pone corno condición que los daños previsibles (atómicos,
por ejemplo) no sobrepasen los de dicha injusticia, que enton­
ces, más valdría sufrir.
El Vaticano II declara con fórmula lapidaria: "una vez ago­
tados todos los recursos pacíficos
de la diplomacia, no se podrá
negar el derecho de legítima defensa a los gobiernos" (2).
{1) Párrafo 78, aparte 1 de "Gaudium et Spes". La expresión "Opus justitiae pax" está tomada del profeta Isaías y Pío XII la había elegido
como divisa (Alocución de
Pablo VI a Fax Christi el 2 de noviembre de 1966).
(2) Párrafo 79, aparte 4, de· "Gaudium et Spes".
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He ahí la ley. Pero en verdad, aun con riesgo de pareceros
paradójico, pienso que estas consideraciones sobre la legitimidad
de la guerra tienen menos importancia práctica que lo que la
Iglesia enseña
sobre la manera de hacerla.
Las responsabilidades formidables de aquellos que en
el esca­
lón supremo desencadenan las guerras y su cortejo de males per­
tenecen no al juicio de la historia -que no existe, pues sólo
hay juicios de historiadores, más o menos deformados y limitados
en su óptica-, sino al fuero interno y al solo juicio de Dios.
Ahora bien, aquellos que no creen en Dios como los comunis­
tas, o que no tienen las mismas normas morales que nosotros
como los musulmanes, o que no tienen ningún escrúpulo de con­
ciencia como los maquiavélicos, no se verán estorbados en sus
designios políticos por las enseñanzas doctrinales de la Iglesia, y
sería imprudente por parte de un jefe político cristiano
-impru­
dente en· el sentido de faltar gravemente a la virtud de la pru­
dencia-si no lo tuviese en cuenta.
En cuanto a los otros, es decir, los jefes de Estado suficien­
temente cristianos en principio para respetar las bases de la. ci­
vilización, mil años de historia muestran que, en las guerras que
se nan hecho entre sí, a pesar de los incesantes arbitrajes ponti­
ficios, siempre han estado convencidOs por la pasión del momento
de que su causa era legítima.
Por ejemplo, cuando estalló la guerra franco-alemana de
1870,
el Emperador Napoleón III y el Rey de Prusia Guiller­
mo I lanzaron el mismo día, ·a sus respectivos ejércitos, proclamas
que podría creerse que habían sido calcadas una de otra. O¡da uno
de ellos invoca
el nombre del Señor y asegura que Dios estará
con él.
Es por esto por lo que repito que al nivel del· ejecutor,
la forma de hacer la guerra sin tratar al otro.,.aunque fuera enemi­
go, como uno no quisiera ser tratado. tiene, en definitiva, más
importancia que su justificación de
principio ante Dios, lo que,
en su hora, es difícil juzgar.
* ,. *
La Iglesia medieval lo había comprendido muy bien.
Ella
no tenía más posibilidades de prohibir la guerra -como
los utopistas lo sueñan aún hoy-que de abolir la esclavitud
(
de lo que Cristo jamás habló) o que de hacer promulgar la ley
de las ocho horas. Estaba demasiado enraizada en
lo real para no
darse cuenta que la guerra, germinada en la tierra con el ase-
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sinato de Abe! por Caín, permanecerá sobre ella en la medida en que los hombres sigan siendo pecadores y continnará ensangren­
tando a la humanidad ""hasta el retorno de Cristo", según la fuerte expresión que emplean en este punto y sin ilusiones los
padres del segundo Concilio Vaticano
(3). La Iglesia, como tal, sólo puede influir indirectamente sobre
lo temporal. Habiendo hecho todo lo posible para iluminar y for­mar la conciencia de los dirigentes segúri-los principios que os he resumido, ella se ha aplicado, sobre todo, a humanizar la forma
de hacer
la guerra, y esencialmente a preservar de los golpes de
los combatientes al tejido social formado
por el pueblo de los no combatientes.
Llamo vuestra atención sobre esta distinción fundamental.
Ella es la clave de la acción civilizadora de Occidente en el curso
de los siglos. Ella se ha mostrado mucho más eficaz que las pom­
posas declaraciones demagógicas poniendo a la guerra "fuera de
la ley" (4), como si también
se pudiese poner al pecado original
fuera de
la ley. Durará, yo os lo demostraré, hasta la aparición
de la guerra subversiva y la segunda guerra mundial exclusiva­
mente.
En el siglo x, uno de los más salvajes que la cristiandad haya
conocido,
la Iglesia instituye la "paz de Dios", que prohíbe hacer violencia a las mujeres, a los labriegos y a todos aquellos que se hayan refugiado en un lugar de culto o en una tierra eclesiástica,
frecuentemente señaladas por cruces de piedra, cuyos vestigios
están esparcidos aún por nuestros campos. Se trata del embrión de lo que acabo de hablaros.
Sabéis
c¡ue entonces, al lado de un puro bandidaje, hay ince­
santes guerras entre señores feudales vecinos.
La Iglesia, para
reducirlos poco a poco, prohíbe en
el siglo siguiente, por lo que llama la "tregua de Dios"":, todo acto de guerra desde el pr_imer domingo de Adviento hasta la Epifanía, y desde el miércoles de ceniza hasta la Ascensión y, además, todos los fines de semana
desde la tarde del miércoles hasta la mañana del lunes, en me­
moria de la pasión y de la resurrección de Cristo. Esto representa alrededor de las dos terceras partes del año.
De esta forma los combatiente oscurantistas de la era constan­
tiniana, en principio, sólo podían matarse un día cada tres. Desde
entonces, ya lo véis, el progreso ha pasado por ahí. Esto no es todo. Los prisioneros ya no son condenados a
(3) "Gaudium et Spes", párrafo 78, aparte 6. (4) Por ej~lo, el Pacto Briand-Kellog de 1928.
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rou~rte o esclavi?a rescate limitado al SO por 100 de la renta anual del cautivo. El
_uso _de un arma nueva, la ballestc1, es prohibida entre cristianos
por ser juzgada demasiado cruel. En fin, la Iglesia busca mora­
lizar la
guerra instituyendo la caballería.
Quitar la vida a una criatura de .Dios es un acto grave. Para
que no se cometa en el desprecio del Decálogo y en el odio -pues
ahí es en donde está el pecado (5) y no. en el cumplimiento de lo
que aparece corno un deber-, la Iglesia intenta desarrollar el sen­
tido moral de los que tienen
el temible honor de llevar armas.
El armar a un caballero dura11te una misa de comunión es un
sacramental en el que se compromete mediante juramento a
mostrarse valiente, audaz, leal
y a proteger al pueblo no com­
batiente.
La necesidad para el militar de un mínimo de sentido moral
-necesidad de principio, porque desgraciadamente demasiado a
menudo quedaba ofuscado
por la pasión -aparecía tan evidente
a la cristiandad medieval
que la institución en el Islam de-un
cuerpo de "matadores", los genízaros, formados por antiguos es­
clavos que
no tenían la , moral de empleo de las armas corres­
pondiente a
su eficacia técnic;::a, escandalizó a los caballeros cru­
zados. A sus ojos
era algo así como si hoy se _confundiesen bar­
bouzes y oficiales.
Porque el militar es una cosa bien distinta del profesional de
la fuerza. .Continuador directo de los antiguos caballeros, es,
primeramente, aquél que de una vez para siempre ha hecho el
sacrificio de su vida para proteger a sus semejantes o defender
los valores que encarnan. Pensando, quizá,
en la Epístola de San
Juan, que recomienda dar la vida por sus hermanos (6), San
Gregorio Nacianceno, Padre de la Iglesia, escribió que "si el
orden sacerdotal es el más santo de todos, el militar es el más
excelente"
(7).
* * *
Y a que la palabra cruzada ha _aparecido en mi exposición, con­
sidero necesario deciros lo
que moral y estratégicamente han sido,
puesto que ahora se
ha hecho de ellas casi una injuria para la
Iglesia y
para nuestros antepasados en la fe.
(5) El Apóstol San Juan ha escrito en su E.pistola: "Todo el que
aborrece
a su hermano es homicida."
(6)
Primera Epístola de San Juan, 3, II, 16.
(7) Citado por el General Perre en La guerre ft ses mutations.
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En primer lugar, quiero recordar que el ataque deliberado del
naciente Islam
-contra lá cristiari.daa -inediterráhea; enieJ' ·siglo vnr, corresponde exactamente al ,caso de "'in j_u~tá. ágr~Sió~"":_.-q_ue, según -Pío XII, en la cita que prece&ntemente he hetho; no permitiría el quiei:i '· quisiera ··perlnatÍ~er cristiano, ' urlfi :· '"'iridife:. renda pasiva:''. Es, incluso, uno_ ae loS_ ráros ca:Sós··de la hiSto'ria en donde la agresión ha sido conipleta.rrJente manifiesta y·•uni-]ateral. -· · · · - - ·
En efecto, cuand~--los J>aís_es _cf_istfanoS 'v~v~-'ert: · P_~-sin pedir nada a nadie, los á:rabes mustltinanes,-Ya .1':>·_sabéiS;_ in\iadie­ron y convirtieron a 1a· fuerza a las comunidades _cristianas de
Africa, atacaron a la cristiandad oriental
bizantina'. "y· ··stitiJ.e'r­gieron los dos tercios de la Península Ibérica.
¿ Consistirá la caridad en abandonar a sus hermanos en la
fe si se les ve perseguidos y se tiene medios de defenderlos?
La reacción cristiana se .. desarrolJó s~n las costiµµbr~ de entonces, a las que no s,-puede juzg;µ-con la mentalidad dé hoy,
igual que no se podrá comprender gerítro ~ol:am~nie ge 'cien años la tortura _moTal en : que la cizaña se mezcló, cofl el_.buen gránQ1_,é(~SJlíri_t_Ú _de_sacnfi­
cio con la lucha _de intereses. La cruz cubri_0 'v'ÍOI~das no siempre justificadas. ¿ Quien cree que nues.tra critico:llit época sea m'eno·s hipócrita, menos mefcahtil y menos violenta para las 'áhniis? "_Nolite ante ternpus judicare", ·dice Sán Pablo:, no óS, :;:tpré­suréis a juzg'dr. No juzguéis antes dé tiempo. Dios, é¡ue de lo
mediocre y del mal saca bien, a menudo hace producir a nues­tros actos consec~encias infinitamente mayores qtie ~S vrilgares intenciones que habíamos teriido. Si pani considerá'r el desarrollo de la historia tomáis un poco de perspectiva) veréis, para torri'á.r un ejemplo contetnporáneo, que 'las cruzada_s tuvieron, _en mucho mayor escala, un efecto estratégico comparable_ al · de la actual intervención americana en el Vietllatn. ·· ·
Voy a explicarlo.
Hace dos o tres años 1á. ola Comunista soviétk.i · ó Chína -ari:ie­nazaba con recubrir todo el sudeste asiático y una b~etia párte de
Africa. La subversión párecía tener ganada la partida en el ter­<:er mundo. La intervención americana en el Vietnam del 'Sur, como réplica a la agresión terrorista de Vietruim dél ;Norte, lo 745 ,',i •.
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La acción de las cruzadas con respecto al Islam fue de otra
manera.
Durante doscientos afios, algunos millares de caballeros,
apoyad.Os. por otros_>fantos infantes, no. más, fijaron a clomicilio,
entre cada dos expediciones, a los ejércitos musulmanes. Los
cruzados, al hacer ésto, favorecieron la reconquista cristiana de
España, permitieron la formación de flotas cristianas que debían
detenet en Lepanto al· Islam'. siempre agresivo, retardaron con
su divérsión la invasión/musulmana de los_ Bal~es y, en de­
finitiva, protegieron a la cuna de la cristiandad.
Es injusto criticar las rebabas de una obra y guardar silenció
sobre lo esencial.
·
* * *
Al desarrollar mi comparación os he hablado del tercer mun­
do, y esto me lleva de paso á evocar la expansión colonial, es
decir, el desbordamiento a ultramar de la Europa cristiana, que,
en la medida-en que revistió una forma guerrera, hirió, sin duda,.
a la ley natural.
Remitiéndome a los libros que ya he publicado, uno de los
cuales, muy reciente, trata de las condiciones desordenadas, en
las que, a mi entender, Occidente ha arrojado a sus hijos en el
caos mundial actual, en lugar .de completar su educación antes de
emanciparlos, no puedb daros aquí, dado el terna que he de tratar;
sino, de pasada, dos ideas directrices.
l.ª Cada vieja naéión ,acarreó a ultramar lo que llevaba
· en sí, lo bueno como lo malo ( a menudo más lo malo que lo
bueno,
por ejemplo las ideas revolucionarias ... ), y todo esto se
abatió a granel .sobre países que, por su pasado, no habían tenido
tiempo de estar inmunizádos.
Lamentar hoy que esta oleada no haya sido más pura es vol­
ver a lamentar que nosotros no seamos mejores. Lamento jus­
tificado, pero que sólo se aplica a la colonización, lo que hace te­
mer que la era negociante y materíalista de la cooperación, que
acaba de abrirse, no engendre a su término peores efectos: pre­
cisamente
el Papa Pablo VI acaba de denunciarlos vigorosamente
en su Encíclica sobre
el "progreso de los pueblos" del pasado
martes 28 de marzo.
El historiador español Oviedo, al hablar de la difícil coloni­
zación de la
Espafiola (Haití), la bella isla descubierta por Cqlón
en su segundo viaje, escribe que su primer gobernador habría de­
bido ser "angélico y sobrehumano". Se podría decir casi otro
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tanto de todos los jefes políticos, coloniales o no. Pero no vivi­
mos en un mundo desencarnado.
2.• Puesto que no somos puros espíritus, la obra de evan­
gelización no era posible sin
la utilización o el apoyo de estructu­
ras temporales.
Si hoy, o más exactamente, si ayer (pues la situación ha cam­
biado), los misioneros podían arriesgarse aisladamente en la es­
pesura de
la selva sin ser devorados como los quince que San
Vicente de Paúl envió
nn día, completamente solos, .a Madagas­
car,
es porque Occidente montaba la guardia.
Excepto en la vieja Asia, -1a civilización se extendió por el
mnndo gracias a la colonización y a nada más. Después de los
primeros conquistadores se propagó mucho más por la negocia­
ción y los pequeños regalos
-por ejemplo, los "abalorios" ofre­
cidos a los negros de A frica (8)-que por la guerra. En todo caso;
ésta jamás revistió forma subversiva. No se destruía sistemática­
mente -al menos en la colonización católica-los valores y los
cuadros que dan cohesión a una sociedad cualquiera, aun cuando
una vez hecha la paz los colonizados iban con agrado a la escue­
la de la civilización, igual, por ejemplo, que nuestros antepasados
galos iban a la de los romanos.
Lo que ha corrompido la historia militar del mundo y gangre­
nado
la civilización es la forma destructiva de la sociedad que la
guerra ha tomado a partir de los atentados terroristas que provo­
caron, hace treinta y un años, la contrarrevolución española y de
lo cual os voy a hablar ahora.
* * *
En 1914 existía un documento internacional fundamental so­
bre la manera de hacer la guerra: las convenciones de La Haya
(1899-1907). Eran obra de una civilización laicista, pero nutrida
a:ún por savia cristiana. No hacían otra cosa que codificar la
acción llevada a cabo por la Iglesia desde la Edad Media para
humanizar la guerra mediante la distinción, de que os he habladoy
entre combatientes y no combatientes.
En virtud de este acuerdo, suscrito por todas las naciones ci­
vilizadas, las milicias no eran toleradas al lado de los ejércitos
regulares
más que si, como éstos, llevaban un "signo distintivo
reconocible a distancia"
y si "llevaban las arrnas ostensiblemente",
(8) La demostración ha sido hecha por Pierre Barnes, director de la
revista Le mois en Afrique, editada en Dakar, en el número-de diciembre
de 1966.
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PAULAUPHAN
lo que eliminaba a los combatientes sin untforme, como gµstan de
decir hoy, y prohibía de
antemano los asesinatos cometidos en el
metro o en la calle por un paseante, aparentemente inofensivo,
que repentinamente saca una pistola del bolsillo.
La guerra debía ser leal y sin odio.· No se tenía derecho a
"'matar o herir traicionerameTite a individuos. pert~ecientes a la
nación o al ejército enemigo": ni molestar a un prisionero que se
hubiera rendido. Los ejércitos
en operaciones debían respetar "el
honor y los derechos de la familia, la vida de los no combatientes,
la propiedad
privada" y, en Caso de ocupación _de µn país adver­
sario,
"asegurar el orden con el respeto a las leyes en vigor".
El mismo espía era definido y diferenciado del militar como
no operando de 1;1-niforme. Podía mirar y observar, pero, sin buscar
hacer daño mediante atentados y sabotajes. Gracias a
lo cual, si
e'rá cogido, tenía dereého a ser juzgad9 por un consejo de guerra,
en lugar de ser ejecutado sin juicio. "
No hay que creer que todo esto era folklore en 1914. Como
los caballero$ de antaño, nosotros, los oficiales de la Gran Guerra,
estábamos nutridos
pcr estas .ideas. Personalmente tal vez he des­
einharcado
un centenar de veces en país enemigo con misión
nocturna de información y
he tornado los contactos más esca­
brosos, pero siempre de uniforme
..
El artículo 26 de la convención de 182? obligaba al mando
-----fuera evid_entemente. de las_ zonas de frente-a no emprender
el bombardeo de
una ciudad -sólo se trataba entonces de bom­
bardeo con
cañón:.._. más que después de haber prevenido a las
autoridades locales.
Os sonreís, pues os voy a divertir aún más.
En 1915, yo era segundo oficial de tiro de un buen crucero­
acorazado, a bordo del cual, después
de haber participado en
1a expedición a los Dardanelos, operábamos sobre las enemigas
cosÍ:3.s otomanas de Siria y Palestina. De vez en cuando, el
mando nos fijaba un objetivo militar en el litoral que deberíamos
destruir
Con cañón_ y que se encontraba, a menudo, en plena
ciudad, asignándonos, generosamente, diez disparos
para cada
uno,
ya que era necesario ahorrar municiones.
La costa estaba poblada por cristianos o musulmanes simpa­
tizantes, en todo caso por no combatientes, a los que,
de acuerdo
con-el Derecho internacional, no queríamos hacer ningún daño.
'I eníamos 1a presunción de no colocar jamás un cañonazo fuera
del objetivo, lo cual nos valía
una reputación de justicia caballe­
resca de la que Francia, heredera espiritual de los antiguos cru­
zádos,
era la primera en aprovecharse.
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Un día nos acercamos a algunos kilómetros a la altura de Jafa
con la misión de destruir con diez disparos, como de costum hre,
a un vasto depósito de municiones o almacén militar, ya no me
.acuerdo, que apenas sobresalía en medio de los techos planos de
las terrazas de la aglomeración.
De acuerdo con la convención de
La Haya, una de nuestras embarcaciones, enarbolando pabellón
blanco de parlamentario, fue a
tierra a lievar un .pliego anun-:­
-ciando que el edificio sería bombardeado dentro de un hora,
<:on-objeto de que la población tuviese tiempo de apartarse
de él.
Ahora bien, para nuestra estupefacción, mientras adoptábamos
1as medidas acostumbradas
para el tiro, apercibimos, triediante
nuestros potentes aparatos ópticos, cómo se poblaban_ de curiosos
las terrazas que rodeaban al objetivó a una distá.ncia de apenas
doscientos o trescientos metros de él. AproVechando la ganga,
unos vendedores de café instalaron allí su's mesitas y Sus nar­
guiles bajo parasoles, pues
era pleno mediodía. La población
tiene tal confianza en
la leal¡ad -y también en la habilidad­
del enemigo que acude y se amontona como en un espectáculo.
Hay que decir que, al primer tiro, muchos se largaron sorpren­
He ahí cótrto se hacía la guerra cuando comencé la Carrera ...
Medid la evolución recorrida.
De 1914 a l918, en el frente terrestre, ·en general, solamente
se combatió eritre militares de uniforme y
por objetivos de in­
terés militar, sin buscar sistemáticamente perjudicar a los no
,combatientes (9). Si a veces a éstos les alcanzaban salpicaduras,
nó se hacía con intención.
En la mar, la guerra submarina alemana contra las comunica­
ciones marítimas· aliadas se oponía al bloqueo alimenticio e indus­
trial que los aliados mantení.an con sus navíos de superficie a lo
largo de las costas alemanas. El bloqueo alimeriticio afectaba
tanto a los civiles como a los militares. La guerra submarina
alcanzaba tanto a los buques, beligerantes o neutrales, como a
1os pasajeros civiles que, por cierto, hubiesen podido rentinciar a
navegar en estas condiciones.
Pero si ambos sistemas parecían mezclar a combatientes y
(9) Sin duda la "gran Bertha", cafión nlemán que tiró sobre P:arís,
-constituye, con otros casos, una excepción. Pero ¿ hasta qué punto la ca­
pital francesa era una ciudad de la retaguardia o una ciudad del frente?
Lo que no impide que fuese el -anuncio de una evolución.
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no combatientes era debido mucho más a no poder distinguirlos
que a voluntad deliberada de tratarlos de la misma manera.
* * *
Desde este punto de vista, la guerra de 1939 ha sido comple­
tamente diferente.
Se puede decir que dos nuevas técnicas han alterado profun­
da_mente el esp~ritu de combatie.ntes y no combatientes: por una
parte, la guerra subversiva y, por la otra, el bombardeo sistemático
de los no combatientes. No hablo de la operación premeditada de
aniquilación de los judíos, acto de loca ·barbarie que no tiene
ninguna relación con la _guerra y que, además, muy bien habría
podido desarrollarse fuera de ella.
A la guerra subversiva se
la llama así porque va contra )as
leyes morales que permiten a los hombres vivir en sociedad eomo
su naturaleza lo quiere. Siempre ha existido en estado esporádico.
Pero sólo en nuestros días, gracias al comunismo, ha sido elevado
a sistema
y, favorecido ¡x:ir la segunda guerra mundial, se ha
repartido por el planeta. Por ella, la guerra pasó, si es posible
decirlo, del plano de los cuerpos al de las almas.
La guerra subversiva se caracteriza por una perversión, igual
y fatal, del fin y de los medios.
El fin no es, como antes, la defensa de una frontera, la ocu­
pación de una provincia disputada, la obtención de una ventaja
económica... No. Es derribar por la violencia el régimen que
tiene el adversario e instalar otro que. encarne la ideología pür
la que se combate, que se dice más democrática. Los medios son
el martilleo cerebral por radio, los atentados, 19s sabotajes, los
asesinatos ordenados en la sombra por anónimos e irresponsables
que, lo
más frecuentemente, caen sobre víctimas inocentes provo­
cando la escalada de injustas represalias o de indignas torturas,
haciendo perder la cabeza a los mantenedores del orden y pre-­
parando en definitiva al pueblo, cansado por tal laminaje, a acep­
tar cualquier servidumbre (10).
(10) Me limito a señalar la evolución histórica de la forma de las:
guerras desde hace veinticinco años, sin de ninguna manera pretender
juzgar aquí los
casas de conciencia que planteó bajo la ocupación alemana
o en Argelia y que aún ahora plantea a los oficiales. Para responder a
las iJJ·reguntas que a menudo me han sido dirigidas creo que el oficial debe
inspirarse en dos ideas claves: respeto de todos los valores de la civili­
zación y respeto
de la unidad del. todo del cual se forma parte.
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LA GUERRA Y EL DERECHO NATURAL
Un ejemplo de actualidad: en el Vietnam del Sur, los comba­
tientes del Vietcong
se mezclan con los no combatientes para gol­
pear a sus adversarios y en seguida eclipsarse en la masa,. pro­
vocando reacciones ciegas u obligando al enemigo a comprar con­
ciencias
para lograr informarse. ¿ Qué sociedad podría resistir mo­
ralmente esta gangrena? En su Encíclica "Mense Malo" del 20 de
abnl de 1%5, el Papa Pablo VI ha protestado nueva.mente, en
nombre, dice, de la civilización cristiana contra los actos de
guerrilla y terrorismo, la captura de rehenes y todo lo que sigue.
El bombardeo sistemático de las aglomeraciones urbanas comenzó
después del armisticio franco-alemán de junio de 1940. Hasta
ese momento los beligerantes, en principio, sólo habían atacado
objetivos militares. A continuación los golpes
se fueron desviando
poco a poco.
En Francia hemos recibido muchos sin que haya habido dis­
criminación entre militares ocupantes y civiles oc-upados, como
nosotros intentábamos hacer antiguamente, en Jafa, por ejemplo.
Y o bien sé que en laS guerras contra las fábricas las distin­
ciones son .difíciles, pero casi no
se esforzaron en ello. En Ingla­
terra murieron 62.000 civiles. El bombardeo terrorista de las
ciudades alemanas1 incluso sin ningún interés industrial, tomó una
amplitud jamás alcanzada antes: 55.000 muertos en Colonia,
50.000 en Hamburgo, más de 100.000
en Dresde en una sola
noche.
Por último, las bombas atómicas de Hiroshima y Naga­
saki han dado a la guerra moderna una dimensión inhumana.
Ya en la Navidad de 1942, en una época en. la que aún se
estaba lejos de haber alcanzado este paroxismo, Pío XII había
declarado: "Los acuerdos internacionales para hacer menos inhu­
mana la guerra, limitándola a los combatientes ... , han sido lf"tra
muerta en distintos países."
Ahí tenemos la clave del drama, el signo cie'rto del retroceso
de los tiempos.
Impresionados aún por estos bombardeos y temiendo la am­
plitud desmesurada de aquellos con los que hoy recíprocamente
se amenazan, los padres del último Concílio han calificado de
"crimen contra Dios" a "toda acción bélica que tiende indiscrimi­
nadamente a la destrucción de ciudades enteras
o de extensas re­
giones junto con sus habitantes" (11).
Aunque en apariencia sea menos masivamente sangrienta, la
guerra subversiva es más perversa que los bombardeos
terro-­
ristas, pues -repito- (11) "Gaudium et Spes". A.parte 80, párrafo 4.
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recíproca y franqueza, que han sido puestas por Dios en nuestra
naturaleza para, mediante el dominio de ntlestras pasiones, per~ni­
tirnos vivir en sociedad. Una vez dicho esto1 queda claro que,.
frente a la ley
natural, los dos. nuevos procedimientos de guerra
(e incluso otros corno la guerra bacteriológica) son igualmente con­
denables, pues atacan sin discriminación y destruyen sistemáti­
camente,
~no físicamente y otro moralmente, al tejido social ,1ue
forma el género humano, cumbre de la creación divina.
Voy a resumir lo dicho y a concluir con algunas evidendas:r­
agrupadas en cuatro rúbricas, aptas para ayudaros en las opcio­
nes de todos los días:
l.& La paz. La ley natural es la paz. La guerra no ha ve­
nido al mundo más que por el pecado. Todo cristiano debe ser
un agente activo de paz luchando contra sus efectos.
Pero la paz temporal solamente es la ausencia de tiros de
f.usil. Es, nos· dice Pablo VI, ''un bien que se deriva de otros
efectos" (12). Se debe merecer y amar como un don de Dios, no
como _un ídolo por encima del cual no habría nada.
Es preciso, por tanto, no dejarse arrastrar por las correas de
transmisión del comunismo internacional, que, bajo color de pa­
cifismo, busca mucho más desarmar a sus adversarios que hacer
reinar la justicia tal como la concibe una conciencia cristiana o,
incluso, simplemente civilizada. El Movimiento Mundial de la
Paz, las asociaciones que de la no violencia hacen un absoluto, y
muchos otros grupos ambiguos deben clasificarse entre estas co­
rreas de transmisión.
No olvidemos que el término de coexistencia pacífica fue em­
pleado, por primera vez, por Stalin en el XIX congreso del
partido comunista, y únicamente, por ·táctica, para adormecer al
antagonista americano del que, entonces, tenía
la supremacía
atómica.
2. • El problema del desarme:
Para in:rpedir la violencia internacional bastaría, en princ1p10,.
suprimir, o al menos _limitar, los armamentos que cada potencia
acumula
y construye por miedo a sus vecinos.
Pero por haber estado personalmente metido en ellas, he com­
probado que, en las innumerables conferencias de desarme, reuni­
das en Ginebra o en otra parte desde 1920 y que siguen sin cesar,
cada uno pensaba mucho más en disminuir los medios de los
demás que en desarmarse un_o mismo.
"Los hombres no llegan a entenderse, ha dicho el Papa
(12) Mensaje de Navidad de 1966.
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Juan XXIII, por falta de confianza recíproca ... La confianza re­
cíproca no puede_ nacer y consolidarse sino con el· reconocimiento
y con el respeto del orden moral... Pero el orden moral no se
sostkne sino en Dios" (13).
Dicho de
otra forma, es difícil que sin una moral común
unos
y otros tengan suficiente confianza mutua como para des­
armarse.
Para Pío XII, a falta de esta moral común, la prueba de la
recta intencíón sería la aceptación de un contr'ol internacional:
'"Aceptar el control: he
ahí el punto crucial a superar, en que
toda nación mostrará su sincera voluntad de paz."
Ahora bien, por el momento, nadie, y los comunistas menos
aún que los otros, acepta un control dé sus armamentos, de ~us
fábricas atómicas o quími_cas y de stis laboratorios bacteriológicos.
El jefe político cristiano que, en estás condiciones, aceptase
el desarme unilateralmente, faltaría gravemente a su deber y a la
caridad que debe a
sus compatriotas.
3-.ª A pesar del -riesgo, algunos dicen. "Tanto peor. A pesar
de todo desarmémonos y aceptemos
el martirio." Estaría muy
tentado de responder
"de acuerdo" si se preparase a Jas masas
por la ascesis, la penitencia, la mortificación y el espíritu de
sacrificio, pero hoy todo eso está desechado y casi no
se habla
más que de desarrollo humano, en
un cOnfort material cada "\ez
más muelle. Basta considerar lo que ·ocurre en Fra:tlcía d~sde_
bace veinticinco años para presentir lo que pasará y lo que, por
ejemplo, ya le pasó al imperio bizantino al buscar su confort en
las ciudades y preferir las controversias políticas al rudo oficio
de las armas
y ser, en definitiva, barrido ·por el Islam. Si_no te­
miese
la audacia de la imagen diría que el viento de la historia
impide que las veletas oigan, al igual que
el Apóstol San Pedro
el canto bienhechor del gállo.
También se dice. "Desarmémonos, y en caso de agresión
echémonos al monte-''. Con ello
se c0111:etería: una tontería, pues para
defender a la sociedad se emplearía el sistema de guerra más
propio
para pervertirla. Además, históricamente vemos que no
decid_en una guerra unos cuantos g-rupos de partisanos, bien sean
los "camisards" del siglo
xvn o los maquis de la última guerra~
sino que, si se sabe dar un alma a los combatientes, son siempre
los ejércitos regulares los que
se llevan la decisión, aunque tam­
bién es cierto que, en nuestra época, con la condición de que se
les sepa preservar de las toxinas de la opinión.
(13) Encíclica "Mater et Magistra", párrafos 204 a 209.
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Entonces el hombre de la calle objeta: "Está bien. Conser­
vemos algunas armas. Ahora bien, la bomba atómica cuesta muy
cara, y en lugar de fabricarla edifiquemos escuelas o demos de
comer al tercer mundo."
Sin duda, esto sería much9 mejor. Pero desgraciadamente no
se trata de elegir entre bombas atómicas o escuelas. Sería dema­
siado simple. La opción es entre defensa nacional o no, o, más
exactamente, entre defensa de la civilización o no, pues lo que
militarmente se ventila en el próximo conflicto (cuyos preludios
ya percibimos) se encuentra a este nivel.
Abandonar la civilización sin defenderla sería una traición a
la ley natural, una cobardía indigna de nuestra fe y una falta de
,caridad con nuestros sucesores· en el planeta.
Saber si para esto es necesario fabricar, con igual gasto, sub­
marinos, carros de combate o bombas atómicas, corresponde a los
engranajes competelltes del Estado, que, evidentemente, pueden
equivocarse, sobre todo si el orgullo extravía
el juicio, pero, a
priori~ no más que aquellos que los critican sin conocer el con­
junto de los datos y haciendo de la crítica un sistema.
Al igual que la lengua de Eso po o el cuchillo de cocina, el
valor moral de un arma depende del uso que se haga de ella.
La mayor parte de las armas (por ejemplo, la ballesta, la pól­
vora y el cañón rayado) fueron calificadas de inmorales cuando
aparecieron a causa de su momentánea eficacia.
Lo que en la
bomba atómica es inmoral no es su naturaleza, si se llega, como
es probable, a reducir bastante sus efectos al limitarlos a objeti­
vos militares precisos, sino el uso que amenazan hacer de ella,
utilizándola para achicharrar, indistintamente y de una sola vez,
a todos los habitantes de una gran ciudad o una provincia.
Pero incluso. si se está decidido in petto a no utilizar el arma
atómica a esta· escala,
para renunciar al efecto de disuasión que,
aún ahora, nos protege indirectamente, será necesario -siempre
vuelve uno a lo mismo-un acuerdo general corno antes de la era
en el estado actuál de la cuestión es que las decisiones supremas,
meditadas más con el espíritu de San Luis que con el de :Ma­
quiavelo, se inspiren tanto de los datos morales del problema
como de su aspecto estratégico.
Lo que sí es seguro -y atraigo vuestra atención sobre este
punto-es que abandonando los medios de guerra clásica en be­
neficio únicamente de los medios atómicos en
gran escala, uno
mismo
se condena a desencadenar la escalada termonuclear si un
día quiere defenderse.
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4. • Para tranquilidad de la conciencia -el Papa nos da
ejemplo-no debe descuidarse ningún procedimiento internacio­
nal para, de común acuerdo, tratar de reducir los armarn,entos,
atómicos o no; para humanizar la guerra, igual que la Iglesia lo
logró antiguamente, limitando, detalle a detalle, los daños que
ocasiona en
el tejido social de los no combatientes; para, por lo
menos, prohibir procedimientos, como la guerra microbiana, ca­
paces de devastar la especie humana tan radicalmente Como la
mixomatosis lo hace con los conejos.
, Pero sólo es viable un acuerdo a escala planetaria si, por
todos, es adinitido el denominador común entre los hombres, que
es la ley natural.
Con
lo que pasa por el mundo y después de esta serie de con­
ferencias sabéis que no estamos en ese caso.
Por tanto, con la espalda contra la pared no tenemos elección.
La manera de hacer la guerra no es más que una de las for­
mas, de las expresiones de una civilización:
- o la civilización dominante, es decir, la nuestra, volverá a
encontrar bases más cristianas, estrechará su unión y será b:is­
tante fuerte, material y moralmente, para hacerse respetar y res­
petarse a sí misma
y a lo que representa;
- o la humanidad volverá a la barbarie de antes de la era
cristiana, de la que os hablé al comienzo de esta conferencia.
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