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Deber y condiciones de eficacia. [La acción] (XIII)

Deber y condiciones de eficacia
Tercera parte
Instrumentos y métodos
Capítulo VIII
Soluciones de fuerzas y organizaciones secretas
por
JEAN OussET
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
CAPÍTULO VIII.
SOLUCIONES DE FUERZAS Y ORGANIZACIONES
SECRETAS
Contrariamente a lo que se podría imáginar, los militares o
antiguos combatientes no son los que· indefectiblemente prefieren
eStas fórmulas. En cambio, seducen a la entusiasta generosidad de
ia juventud. Seducen más aún a una ciettá categoría de d()C.:.
trinarios puros, de intelectuales y de eruditos.
Seducen, en una palabra, a todos aquéllos que por su edad,
sus condiciones artificiales
de vida, la elevación habitual de sus
gestiones, tienden a ignorar, poco ··o mucho, la "humilde y social
,condición". Porque a los .ojos de esta forma de ignorancia-todo
es sencillo en efecto, ya que en cuanto resulte que· las coSas no
marchan debidamente pór culpa de un cierto número de sec­
tarios, se impone
Una solución: tomar a esas gentes por el cuello
y arrojarlas fuera ( o "dentro") para impedir que molesten.
La extrema ingenuidad de esa fórmula corresponde a la
simplicidad de las concepciones que sus partidarios se hacen de
las cuestiones sÜciales o políticás.
Estamos pensando en tales clérigos, en tales religiosos casi
celestes;
en tales profesores encaramados, durante todo el año,
en las más altas cumbres. Normalmente, el deta.lle de los pro­
blemas de la. accióri les parece indigno· de las cimas que son
su morada ordinaria.
Toda preparación a la acción, humilde y metódica, les halla
escéP,ticos y sarcásticos. EstOs expertos en "distingos" sutiles
(mientras permanecen
·en' su disciplina) sé· vuelven sumarios," ex­
peditivos, aventureros, estrepitosos, en cuanto hablan de actuar.
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No creen más que en los "grandes medios" y se quedan indi­
ferentes ante el recuerdo de las innumerables catástrofes que
semejante método ha costado, hasta ahora, a
la causa que preten­
den servir.
Sin embargo, la contradicción no es más que aparente en
estos especulativos estrepitosos. Pues es normal que espíritus
habituados a las cumbres tengan una visión demasiado pano­
rámica de las exigencias variadas de la lucha social y po­
lítica.
Para quien se encuentra permanentemente en los más altos
grados del pensamiento todo parece marcado de ese carácter
de universalidad propio de las ideas, del mundo de las esencias.
De ahí la reacción del puro intelectual, que choca con et
"maquis" de las modalidades, de los obstáculos, de las dificul­
tades, en los que el humilde detalle constituye, sin embargo, el
universo de la acción concreta. Reacción de un gigante frenado
por una zarza. Reacción de impaciencia, de violencia, de fuerza
bruta.
Tendencia a reducir la acción a algunas operaciones prontas
y simplistas ... "Basta con ... No hay más que ... Intentar un
acto de fuerza. Conquistar
el poder ... "
¿ No hemos nosotros, desde hace treinta años, conocido esto?
Manifestaciones en las calles
... motines ... algaradas... organiza­
ciones secretas
... depósitos de armas... "encapuchados" (ca­
gotde) ... sueños de una francmasonería blanca" ...
La violencia reforzada, si fuera menester, por alguna organi­
zación secreta, es
para muchos la ·única forma de acción eficaz~
El recurso a la fuerza.
Lejos de nosotros, sin ep:ibargo, la intención de pretender que
sea
ilegítimo-todo recurso a la fuerza.
Dos casos recientes pueden ser evocados.
El de Pío XI, quien, enviando prontamente nn nuncio a
Burgos, no temió legitimar
la reconquista de su patria por los
ejércitos católicos
y "nacionalistas" españoles.
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El de Pío XII, quien, sin dilación, se puso a animar el esta­
llido heroico de la insurrección húngara.
Es, pues, claro que una acción violenta, hasta militar, no
se puede considerar ilegítima en sí misma.
Aparte las dificultades prudenciales temibles de su empleo,
interesa, solamente, percatarse bien que para que sea fecllnda,
rica en resultados duraderos, esta forma de acción precisa de
un cuerpo social en un estado de salud suficiente. Porque la
violencia, como tal, no es curativa. Puede, ciertamente, librar
de un parásito nocivo a un cuerpo social ( recién ainenazado o
tocado superficialmente). Pero nunca ha bastado ni bastará
POR sf SOLA para devolver la saltid ( entiéndase el orden, o me­
jor aún, la voluntad del verdadero orden) a una comunidad so­
cial profundamente contaminada por la Revolución.
La España de 1936 pudo ser salvada por un golpe de fuer­
za gracias a que no estaba más que muy superficialmente pe­
netrada por el espíritu revolucionario. Su catolicismo era su­
ficientemente fuerte.
Plena y entera la conciencia de su voca­
ción, de su
"ser" histórico.
Pero cuando, en sus capas profundas, un país ha tornado gus­
to a las mentiras de que muere, es vano imaginar que se le
pueda salvar gracias a
un golpe de fuerza, incluso triunfante.
Es menester más que esto. Lo cual es, ¡:Klr desgracia, más
largo y más difícil (1).
(1) En cuanto al empleo de ciertos procedimientos llamados revo­
lucionarios, ,puede acontecer que se puedan conseguir ventajas de algunas
fórmulas
en las que la Revolución descuella (como, por ejemplo, disci­
plina y conducción de
la guerra en las calles, organización de una mani­
festación de masas ... , etc
... ). Pero fuera de que estos procedimientos no
tienen
nada de esencialmente revolucionarios, es claro que, aun en la
hipótesis de su pleno éxito, una verdadera restauración de orden político
y social sobrepasa sus posibilidades. Y
¿ cuántas acciones políticas, al co­
mienw victoriosas, no dejaron de conocer un fracaso final? Y es que
al comienzo algunas "recetas" reputadas como insurreccionales pueden
bastar. Porque este período
es ~1 de las negaciones, el período en que "se
está en contra" ... de lo que se piensa mejorar. Todo se complica al día
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Como ha dicho Blanc de Saint-Bonnet: "¿ Qué es lo que se
espera restablecer políticamente, si previamente no se ha res­
tablecido por medio de la educación una idea justa del hombre?
Una vez más se mult~plicarán las bayonetas para reemplazar a
la razón. Pero,
¿ qué sucederá si los que hablan con las bayone­
tas no son razonables? La sociedad se hundirá a pesar de las
bayonetas."
¡ Lo cual no es una condenación de las bayonetas! Quiere
decir que la fuerza sola no puede asegurar un éxito completo
si no está_ envuelta, sostenida .por una acciÓ!1 más amplia, más
específicamente curativa.
Esta acción sólo puede ser obra de una minoría.
Pues aunque la mayoría de los franceses, en 1789, continuaba
siendo católica y monárquica, no por eso · dejó de proscribirse la
religión y derrocarse 1a monarquía, por causa de ser amorfa esa
mayoría.
El jefe, la aristocracia, el clero, el mundo de los sa­
lones, los que daban el tono, los que dirigían los espíritus, ha­
bían sido si no ganados por las nuevas ideas, al menos muy que­
brantados
por ellas.
Ahora bien, c;:uando, por haberlo perdido sus élites, una so­
ciedad pierde el sentido de lo que es, de lo que debiera defender,
sus propias
armas se le caen de las manos. Nadie se bate como
es debido cuando no se
está seguro de su derecho, o se está
realmente demasiado so1o "con su idea". Y si se combate en
esas condiciones ya no es
para vencer, es a la desesperada, para
defenderse tratanto de· vender lo más caro posible su piel.
En otras palabras, si no se ha hecho un determinado trabajo
en los espíritus con el fin de ayudar, sostener, prolongar el
combate de las armas, es imposible un
éxito pleno, suficiente y
duradero. Se acaba perdiendo a las doce y cinco el poder que
se había conquistado a las doce en punto.
Porque sólo le sos-
siguiente de estas pretendidas victorias de la fuerza. Pronto se percibe:
que no se ha sido poderoso más que para destruir, y que se halla para­
lizado en el momento en que, se piensa, el éxito (?) debería facilitar­
lo todo.
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tiene la fuerza br~ta, y así es tan moralmente como psicológica­
mente imposible a
un Poder sostenerse largo tiempo y sola­
mente de esta forma.
La misma Revolución, que por principio
no tiene ningún escrúpulo
en emplear el terror, sabe muy bien
que éste no puede ser
un procedimiento normal de gobierno~
Por ello moviliza todos sus medios de formación, de propaganda
y de información intelectual para atraerse en su provecho al con­
junto de las almas.
Pero no se puede negar que el reclutamiento es más fácil
para .una acción violenta. Porque las energías están siempre
prestas
tan pronto corno las pasiones hallan un alimento en lo­
que se les ofrece. Mientras que para trabajar, estudiar, actuar
, en el silencio y la paciencia, humildemente, penosamente, el nú­
mero de voluntarios es irrisorio.
Son innumerables los casos
de aquellos que han estado y
estarían todavía prestos a dejarse matar por la patria en com­
bates heroicos, pero que no llegan a mover
un dedo para de­
fenderla
UD. poco cada día en el plano cívico con~ra las fuerzas
internas de disgregación.
Lo que le hacía decir a Bonald que la "firmeza que pro­
viene de los principios es más firme que la que proviene del
temperamento y del
carácter".
Aparatos secretos.
La violencia, reforzada si es menester por algún. aparato
secreto, tales son para muchos, como hemos dicho, las únicas
formas de acción eficaz.
Queda por examinar el segundo miembro de esta tentación.
Potencia del secreto
...
¿ No procede así la Masonería cubriéndose bajo el secreto?
De ahí el reflejo, bastante. frecuente, de pensar en la creación
de alguna "francmasonería blanca" o fórmula análoga.
La respuesta es tanto más fácil cuanto que la podemos
obtener de
un especialista en estas .cuestiones, autor de un libro;
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Las infiltraciones masówicas en la Iglesia... (2), el Abate
E. Barbier.
''La tentación de recurrir a organizacion~s secretas, escribe,
sean religiosas,
ya sean .políticas y religiosas a la-vez, puede ser
grande en los espíritus activos e inquietos durante las épocas de
desorganización social· y de opresión jacobina,
en las que la
libertad del bien está obstaculizada de mil maneras y en las
que las potencias exteriores están coligadas para arruinar toda
reacción saludable.
"Sin embargo, y aun entonces, el principio de toda acción
católica permanece invariable : la de
actuar a plena luz. Lo de­
más es ilusión. Por lo demás ahí están los hechos que se en­
cargan de enseñarnos cómo quedan cogidos en sus propias redes.
Nada mejor para probar ese peligro como observar el ejemplo
de lo que ocurre en el mundo anglo-americano, en que pululan
asociaciones de ese género
bajo forma de sociedades filantrópi­
cas o de ayuda mutua ...
"Lo que es sorprendente es que haya católicos que no sólo
excusan, sino que apla:uden tentativas de esta especie
...
"Sin más discusión, invocaremos el argumento definitivo para
el creyente sincero: el de la autoridad de la Santa Iglesia. Y
para ello nos limitaremos a recordar algunos documentos ema­
nados de la
Sante Sede, en los que la cuestión queda zanjada de
raíz,
ya que atañen al princípio mismo de la sociedad secreta.
"Una declaración de la Sagrada Penitenciaría, fechada en 21
de septiembre de 1830, fija la extensión de las Bulas pontificias
clictadas contra las sociedades de esta clase. Dispone
que: "Las
"asociaciones que profesen no atentar contra la religión o contra
"el Estado, pero que, no obstante, formen una sociedad oculta,
"confirmada
por juramento, están comprendidas en estas Bulas."
"Una instrucción del Santo Oficio dirigida a los obispos el
18 de mayo de 1884 dice: además de estas sociedades (la franc­
masonería y las sociedades anticatólicas) hay otras sectas prohibi­
das y que se deben evitar bajo pena de falta grave, entre las
(2) Desclée de Brower, edic. (1910), pág_ 249.
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cuales hay que incluir, sobre todo, a aquellas que exijan de sus
adeptos un secreto, que no puedan revelar a nadie, y una obe­
diencia absoluta a jefes ocultos."
* * *
Algunas prec1s10nes, sin embargo, se imponen aquí.
Debe entenderse, en efecto, que esos decretos se refieren
únicamente_ a las sociedades que se consideran NOR.MAU.OtNTE se­
cretas.
La clandestinidad fortuita, a la que pueden verse arras­
tradas ciertas empresas en caso de persecución, no cae bajo et
golpe de las condenas que se acaban de leer. Porque el secreto
no es más que accidental, debido a las circunstancias.
Tal era el caso de la Iglesia naciente, obligada a enterrarse
en las
catacumbas. No era ni quería ser esencialmente secreta.
Sólo lo era por efecto de las circunstancias:
¡,er accidens. Igual
es el caso de los que durante la Revolución organizaban refugios
para los sacerdotes refractarios. Como el de los cristianos de
hoy en China, o
tras el telón de acero... Como el de los que
"bajo la ocupación" procuraban salvar a los judíos, etc.
El mero hecho de pertenecer a una organización, sin :que los
'terceros puedan conocer normalmente esta pertenencia, no sig­
nifica que
la sociedad sea, por eso sólo, "secreta". Como sucede
con ciertos
Hinstitutos seculares". Religiosos o religiosas en el
mundo, se dice a veces. Asociaciones discretas, más que secre­
tas.
El hecho de no exhibirse y de no andar de uniforme es di­
fícil de tomarlo como prueba de secreto.
Sólo están contempladas y castigadas
por la Iglesia las orga­
nizaciones que normalmente
tratan de ocultar a las autoridades
legítimas
lo esencial de sus actividades, el nombre de sus jefes
o
de sus miembros.
No hace falta esforzarse mucho para comprender, por otra
parte, hasta dónde el
espíritu de este género de orga!µzación
es inconciliable con las exigencias ordinarias de
la mÜral na­
tural
y cristiana. El secreto, que sirve de ley al sistema, no
puede dejar
de conceder una especie d~. primacía a un especial
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gusto por la intriga, la doblez y el engaño. O, al menos, al
disimulo. La restricción de conciencia sistemática, la habilidad
artificiosa del lenguaje, llegan a ser en ellas como un deber de
estado.
Siempre se está bajo la tentación próxima de recurrir a
procedimientos o contactos cuya calidad adolece de ser tanto me­
nos probada cuanto más se la sabe velar por el secreto, al que
el propio estilo de esta acción predispone. Se vuelve uno poco
mirado en cuanto a los medios. La conciencia tiende a embotarse.
Basta el sentido común para sugerir que si los "hijos de la
luz", so pretexto de actuar más eficazmente, buscan los caminos
subterráneos y secretos, se encontrarán fatalmente, algún día, to­
talmente al lado de los hijos de las tinieblas, con el peligro de
ser extraviados por ellos -en un laberinto-, -cuyos secretos conocen
mucho mejor que nosotros.
Todo
el mundo sabe, además, con qué destreza, esbirros y
"truánes", descuellan en infiltrarse en las organizaciones secre­
tas-. Como nos decía un -día un inspector de policía : '~estoy tanto
más persuadido que vuestro trabajo no está constituido en so­
ciedad secreta, cuanto que confieso no saber bien lo que ustedes
hacen.
Si fuesen -una sociedad secreta os conoceríamos mucho
mejor.
Porque es en este tipo de organización donde penetramos
mejor".
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