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Prólogo de Gustave Thibon al libro de Rafael Gambra «El silencio de Dios»

PROWecO DE GUSTA VE THIBON AL LIBRO DE
RAFAEL GAMBRA "EL SILENCIO DE DIOS" (ED. PRENSA
ESPA!líOLA-MADRID 1968)
Este libro es un testimonio. No "al sol que más ·calienta",
sino a los astros que fueron ayer estrellas fijas de nuestro des­
tino
y que están hoy desapareciendo de nuestro horizonte. Un
testimonio en favor del hombre eterno contra los ídolos que ha
segregado nuestra locura
y que devoran nuestra propia sustan­
cia.
Un grito de alarma profético frente al inmenso suicidio co­
lectivo que nos amenaza
y que se reviste eufóricamente de los
bellos nombres de progreso, de sentido de la historia, de libera­
ción, de democracia
--cuando no de ecumenismo o de a'ggiona­
mew.to.
Por ello, este libro posee todas las virtudes de la novedad,
En un siglo en que reina el conformismo del absurdo y del
desorden,
en que el ídolo de la revolución permanente se ha
convertido en signo de reunión para los rebaños de esclavos te­
ledirigidos, nada hay
más nuevo ni más insólito que predicar el
retorno a las fuentes y defender la naturaleza y
la tradición.
"Nunca como hoy el genio de una época se ha aplicado a la
destrucción minuciosa de su· propia
"ciudad humana" -de sus
valores y de su
sentido-hasta el extremo paradójico de que
el conformismo ambiental se expresa hoy por la actitud revolu­
cionaria, y que la posición insostenible, heroica, ha llegado a ser
la conservación y la fidelidad". Han llegado ya los tiempos
anunciados
por Nietzsche en los que "hacerse abogado de la
norma se convierte en la forma suprema de grandeza".
La Ciudad de los hom/Jres que defiende Rafael Gambra es­
taba hecha de un conjunto de lazos vivos, y vividos que, a tra­
vés de los diferentes niveles de la creación, mantenían al hombre
unido a su origen y le orientaban hacia su fin. La casa, la patria,
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el templo le protegían contra el aislamiento en el espacio; · 1as
costumbres, los ritos, las tradiciones, al hacer gravitar las horas
-en torno a un eje inmóvil, le elevaban por encima del poder
destructor del tiempo .
. De esta Ciudad de los hombres estamos presenciando su
agonía. El liberalismo, al aislar a los individuos, y el estatismo
al reagruparlos en vastos conjuntos artificiales y anónimos, han
transformado a la sociedad
en un inmenso desierto cuyas ciegas
arenas son arrebatadas
en los torbellinos del viento de la his­
toria.
Y el hombre, .víctima de este fenómeno de erosión, no
tiene
ya morada· en el espacio (se ve, a la vez, en prisión y en
destierro), ni
punto de referencia en un tiempo por el que corre
cada vez más de prisa sin saber adónde va.
Las Ciudades de antaño, al .enlazar al hombre con las reali­
dades visibles e invisibles,
le ayudaban a elevarse sobre sí mis­
mo.
Hoy día, el ideal que se propone no es vertical, sino hori­
zontal: está en la carrera misma, en la "huida hacia adelante",
y no en el crecimiento espiritual. En lugar dé intentar reprodu­
cir
un arquetiipo eterno, hay que dejarse arrastrar por ·un mo­
vimiento perpetuo
y siempre acelerado. Psicólogos y sociólogos
"aL día" nos hablan sin cesar de la "mutación radical exigida
por los progresos de
la técnica y de la socialización". En este
punto, los luminosos análisis de Rafael Gambra
sobrt la acele­
ración de la historia coinciden con los recientes juicios de
una
joven filósofo francesa, Frarn;oise Chauvin: -"Los hombres han
deseado siempre cambiar; pero en otro tiempo
deseaban ese
cambio
para acercarse a aquello que no cambia, al paso que hoy
quieren cambiar
para adaptarse a lo que de continuo cambia ...
· Ya no se trata de ganar altura, sino de llevar la deh.,ntera; no
de superarse, sino de no dejarse adelantar." El hombre se en­
cuentra así reducido al más. pobre de sus atributos, al más pró­
ximo a la nada : .el cambio indeterminado, -sin principio y sin
objeto
...
Que este tipo humano así fabricado en el laboratorio del
progreso
y-de la democracia abstracta goce de un nivel mate­
rial incomparablemente. superior al de sus antepasados; que
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pueda esperar, en un porvenir más o menos próximo, verse libre
de la miseria, de la enfermedad y de la guerra, poco importa :
habrá perdido esos dos bienes esenciales para
él e irreemplaza­
bles que son
el arraigo y la continuidad; y, con ellos, la posibi­
lidad misma de ejercer las más altas virtudes del hombre:
el
amor y la fidelidad. "¿ Cómo amar lo abstracto que no tiene forma
o figura humana ni divina? ¿ Cómo ser fiel a un flujo permanen­
te?" Aún peor, ni siquiera se acordará
del bien perdido: "pierde
lo esencial sin darse cuenta de que lo ha perdido". Asegurado
contra todos los riesgos, quedará al mismo tiempo insensibili­
zado a todas las ·promesas. Acuden a la mente los versos de
Machado: "soledad
de barco, sin naufragio y sin estrella ... ".
Las páginas más emocionantes y más dolorosas de este libro
son aquellas en que
el autor analiza los efectos de este proceso
de desintegración en
el seno de. la Iglesia Católica. El progre­
sismo
tatólico corta los puentes (Simone Weil diría los metaxu)
entre el hombre y Dios, la tierra y el cielo. Una religión que
disuelve lo eterno en la historia y que rechaza; como adherencia
de un .pasado para siempre concluso, prácticas y ritos que son
el punto de inserción de lo infinito en el espacio y de lo eterno
en el tiempo -tal religión no será más que un vago humanita­
rismo, sin
forma y sin co~tenido~ En ella, su prostitución a los
ídolos del siglo se reviste del vocablo halagüeño de "apertura
al mundo"; la mescolanza y la confusión- se presentan como_ un
progreso hacia la unidad; la deserción se disfraza de "supera­
ción". ¿ Cómo no evocar las líneas proféticas de Dostoiewsky?:
"cuando los pueblos comienzan
a-tener dioses ·comunes -es signo
de muerte para esos pueblos y para sus dioses... Cuanto más
fuerte
es un pueblo, más difiere su Dios de los otros dioses ...
Cuando muchos pueblos ponen en común sus nociones del bien
y del mal, es entonce.s cuando la distinción entre el. bien y el
mal desaparece ... ".
Las antiguas formas de la sociedad, al impregnar de sagra­
do casi todas las manifestaciones de la vida temporal, hacían el
tiempo permeable a . lo eterno y a Dios presente en la historia.
Pero esta alianza
de lo social y lo divino se desmorona en cuan-
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to el hombre no re<:onoce otro dios que él mismo, ni otra patria
que el mundo temporal transformado y desfigurado por sus ma­
nos. Y
se acerca a grandes, pasos la hora en que el ídolo del
porvenir
le ocultará la eternidad.
Esta será, sin duda, para los últimos fieles, la suprema prueba
de la
fe. La pureza, el heroísmo de esa fe se medirán por la
resistencia deí "pneuma" divino, interior y libre ( spiritus flat
ubi vult) al viento servil de la historia. Ante el silencio de Dios,
los
creyente.s de mañana tendrán quizá que elegir entre la reali­
dad invisible de una eternidad en apariencia sin porvenir y el
espejismo brillante de un porvenir sin eternidad.
Bérulle defirúa
al hombre como "una nada capaz de Dios".
Pero he aquí que ese hombre se transforma cada vez más en un
falso dios, incapaz del Dios verdadero. ¿ Llegaremos hasta el
término de esta subversión y habrá que desesperar de la Ciudad
de los hombres? Rafael Gambra
se complace en repetir las pa­
labras demasiado lúcidas de Taine: "ningún hombre sensato
puede ya esperar". Pero no olvidemos ( cito de nuevo a Fran­
c_;oise Chauvin) que "la lucidez es la peo:t' de las cegueras si no
se ve
nada más allá de aquello que se ve". El cristiano, a
imitación del apóstol San Pablo, está obligado a esperar contra
toda esperanza (
contra spem in spe), porque Cristo ha vencido
al mundo y esta victoria abarca la totalidad del tiempo y
del
espacio. Y, por inciertas que sean las probabilidades de éxito,
nuestra misión
aquí abajo consiste en restaurar pacientemente,
en nosotros
y en -tomo nuestro, las condiciones para una res­
tauración de la Ciudad de los hombres; es decir, en preparar
un . porvenir a la eternidad.
'ton este Uamamiento se acaba este bello libro. Nuestro de­
seo más ferviente es que sea escuchado, en el secreto de las
almas,
como un eco del silencio-de Dios.
GusTAVE THIBON.
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