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Significación de Lausanne

SIGNIFICACION DE LAUSANNE
Antes de que nos encontremos los días 3, 4 y S de abril pró­
ximo no estará de más que volvamos a hablar del Congreso.
Cuanto más se incrementa el número de sus participantes,
tanto más importante es que insistamos en recordar lo que es. Ello tiene el objeto de ilustrar a los recién venidos, pues
1a extensión
de su desarrollo comporta el peligro efectivo de hacerles más di­ fícil su comprensión.
El pasado año, por semejante época, en un editorial --dema­
siado incisivo, sin duda,
y mal interpretado por algunos- no
vacilamos en expresar que preferiríamos suprimir este congreso
antes de verlo convertido en una reunión de masa.
Hubiese sido mejor decir que, a nuestros ojos, el interés m:a.­
yor de estos tres días radica en mostrar de un modo directo la
e,·iclencia de los resultados obtenidos por cierto tipo de trabajo, la eficacia de determinado método. Evidencia que presupone que
este congreso es una imagen de nuestra acción
y que tiene como
estructuras las

mismas estructuras que esta última.
:- lo

largo del año, en exposiciones más o menos conv:ncentes,
intentamos explicar nuestro trabajo, nuestros métodos. Nuestro
deseo es que en Lausanne baste abrir los ojos
y sacar las conclu­
siones de
lo que se vea para comprender, sin largos debates, lo
que somos, lo que queremos y cómo lo queremos.
:Muy pocos,

¡ay!,
alcanzan tan
clara visión de la realidad
de Lausanne.
La misma diversidad de las actividades represen­
tadas, el número sín cesar creciente de los ·participantes, ciega más
que ilumina a algunos. Algunos difunden, muy contentos,
ciertamente, lo que han visto, pero lo hacen más impresionados
p::>r un efecto de masa que por la variedad y la complementarie­ dad de las tareas, de las redes
y de los organismos, sin haber
comprendido lo que a nuestros ojos es importante.
* * *
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JEAN OUSSET
Es, pues, más necesario que nunca que invitemos a nuestros
animadores a
que vengan a Lausanne para asegurar el encuadra­
miento del Congreso.
Encuadramiento flexible, juicioso, explicativo.
Lejos de facilitar la desmovilización de los "viejos", el des­
arrollo del Congreso les impone el deber de estar presentes con
mayor atención. Sin lo cual Lausanne se convirtiría inevitable­
mente en esa manifestación gregaria a la que no queremos llegar
a ningún precio.
Y no solamente necesitamos en Lausanne animadores que ha­
yan comprendido bien las reglas generales de nuestra acción, sino
que necesitamos además animadores cualificados en determinadas
disciplinas para cuidar de los stands correspondientes.
El año pasado, reconozcámoslo, varios stands decepcionaron.
No por errores fundamentales sobre la acción de la que debían
rendir testimonio, sino porque los animadores cualificados que
deberían haber cuidado de estos
stamds no pudieron asistir al
congveso.
Por

lo tanto, que nuestros amigos
lo comprendan. Cuanto más
se desarrolla y diversifica nuestra acción, tanto mayor necesidad
tenemos de animadores celosos y competentes. Sin los cuales
ya
no seremos dueños del dispositivo convertido en excesivamente
pesado.
Un congresista entusiasta nos decía el año pasado antes de
regresar:
"¡ Hasta el año próximo! Con mil congresistas más."
Le respondimos: "Este deseo es dañinamente insuficiente. Para
ser mil más el _próximo año, sin decepciones dolorosas, nos
ha­
rían

falta por lo menos
de cien
a ciento cincu_enta animadores.
Y,
sin

embargo, hasta ahora no hemos obtenido nunca ese ritmo de
incremento.''
Por esa razón, pese a nuestra alegría por
el creciente número
de amigos en
La.usarme, rechazamos

un incremento que única­
mente sería cuantitativo.
Los hombres, por otra parte, no son convenientemente efica­
ces si no actúan según su cualidad, conforme a lo que concreta-
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mente son, según su competencia. Donde "Dios los ha colocado",
como diría Santa Teresita del Niño Jesús. De ahí nuestra negativa a proponer aquellas formas de acción,
aquellos temas de combate que, por legítimos que sean con res­ pecto a la verdad pura, comportarían el peligro de conducir a
nuestros amigos a un terreno en el cual no tendrían competencia,
ni autoridad, ni encuadre suficientes.
Porque no basta con tener razón ante el Tribunal de las rea­
lidades trascendentes para alistarse a una lucha difícil, es necesa­
rio, además, para no hacer más mal que bien en semejante cues­
tión ... , es preciso también reunir ciertas condiciones sin las
cuales
la

acción no es sino un puro activismo.
Está bastante claro que los males de hoy consisten en una
espantosa crisis de autoridad, tanto_ (si no más) en
la Iglesia
como
en la sociedad civil.
Jamás, tal vez, tanto como en nuestra época, ha sido posible
contemplar hasta qué punto la desobediencia cínica puede resul­
tar pujante
y ser reconocida con fuerza de ley.
Crisis de autoridad, dejación,
falta de carácter en los jefes,
que constituyen la vergüenza y
la desgracia de este fin de siglo.
Es un hecho que, para la defensa y el restablecimiento del
orden cristiano, hoy no podemos contar con esa fuerza firme y
dulce, tan calurosamente humana, de una autoridad superior, fuen­
te de órdenes sin equívocos, hábil en sincronizar los esfuerzos
más diversos, ardiente en sostener la moral de la tropa, capaz de
ordenar cada maniobra con sabiduría
y prudencia.
La desgracia de esta hora está en que todos nos hallamos más
o menos abandonados a nosotros mismos, que debemos tomar
solos, o casi solos, nuestras resoluciones, defender solos, o poco
menos, lo

que se halla amenazado, recordar solos, o ca.si solos,
la
verdad desconocida

o demasiado parsimoniosamente afirmada.
Queda en pie que, sean cuales fueren los males de una situa­
ción tan trágica, sólo hay un modo de frenar, de combatir las
desgracias.
Y esta
manera es la siguiente: ante la nulidad, incluso
la deserción de la autoridad,
el mejor recurso, si no el único
(para
evitar lo

peor), consiste en llevar a cada uno a que tome
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fEAN OUSSET
conciencia de su deber por la misma inteligencia de esa porcton
del orden de las cosas que toca de más cerca, que conoce mejor,
que le interesa
y le compromete directamnte.
Fórmula muy fragmentada, sin duda, capilarizada en exceso._.,
en un momento en que mayor es nuestro deseo de una restaura­
ción rápida, pujantemente conducida, prontamente levantada. Fór­
mula que, si no reemplaza aquello de que nos privan las debilidades
demasiado evidentes de la autoridad, nos ofrece por lo menos la
ventaja de mantener a cada uno en su
camino, en
contacto asi­
mismo con sus deberes más inmediatos.
Lo cual, a falta de jefe,
es un modo de hallarse dirigido, pero dirigido por el orden de
las cosas. Fórmula preferible a los inmensos riesgos de esas reac­
ciones gregarias, desastrosas, que pueden producirse cuando se
proponen al pueblo cristiano, globalmente contemplado, unas fór­
mulas de acción en las que cada uno pierde el sentido de lo que
él es (realmente), el sentido de lo que puede (concretamente), sea
cual fuere la pureza de sus intenciones.
Situación en la cual la carencia de autoridad se nota más,
y
mayor es el peligro de que resulte más desastrosa. 11ientras que
si se consigue "arraigar" a cada cual en su orden, en el ejercicio
de sus propios poderes, su misma competencia, sus mismos
inte~
reses, podrán, en parte, suplir la falta de autoridad humana.
Reunir al conjunto del pueblo en una coalición general, con­
tra los
· errores y los escándalos actuales, comporta el riesgo de
alzar una masa cuyos impulsos no tardarán en resultar incontro­
lables y que los más enervados dirigirán a su aire.
Tomemos como ejemplo la situación de las madres de fa­
milia. Es sin duda desolador que en la tarea de la educación cris­
tiana de sus hijos ellas no puedan contar como antes ( o tanto
como antes) con la ayuda y la autoridad combinadas del párroco
7f de los vicarios de su parroquia. No es menos evidente que la
mejor solución a adoptar en las presentes circunstancias no con­
siste ,en alistar a las madres de familia en alguna manifestación
de gran estilo, sino en ofrecerles los medios de enseñar la reli­
gión a sus hijos a pesar de los fallos de la autoridad parroquial. Para esto, ellas no necesitan más que el sentido de su deber, su
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fe cristiana, su corazón de madre y de un buen catecismo. Lo
cual podrá no remplazar la excelente influencia sacerdotal de un
buen párroco. Pero que, no obstante, es muchísimo. Y, sobre
todo, es mucho más seguro, mucho más fácil de mantener ... , "en
el
buen camino", que una militarización gregaria de finalidades
confusas por ser demasiado generales.
El mismo razonamiento puede hacerse, conservando la fuer­
za de su argumentación,
para casi
todas las categorías so­
ciales: en ausencia de una autoridad capaz de tener en la mano
la dirección de un combate más general, el método de acción más
seguro, más prudente, más inmediatamente fecundo, más inteli­
gentemente preparatorio para las posibilidades de un mañana
mejor
es el
de mantener a cada uno en su camino, en
el ejercicio
de sus deberes de estado más evidentes. Un simple trabajo de
sincronización puede bastar, con los menores gastos, para evitar
los
riesgos de una dispersión excesiva.
* * *
Aunque las reflexiones que preceden parezcan alejadas de la
explicación de lo que es Lausanne, no dejan de ser indispensables
para entender cuál es el sentido de estos tres días.
Para quien no quiera admitir lo que acabamos de decir, Lau­
sanne le parecerá, sin duda, una hermosa reunión de masa con­
venientemente organizada ... Nada más. A efectos útiles, a un
interlocutor de este género podrá hacérsele observar cuán para­
dójico resulta el logro de esa aparente manifestación de masa
con la realidad de un trabajo que por alejado que parezca de tal
ambición no por ello dejaría de obtener tal resultado.
Como si dijésemos que ciertos objetivos no se logran en caso
de perseguirlos directamente, mientras que se logran persiguién­
dolos
JX)r otros

caminos, aparentemente menos directos.
?-listerio y fecundidad de los precisos "mediadores natu­
rales''_
* * *
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JEAN OUSSET
Tal es, tal debe ser, tal deberá seguir siendo siempre, para
su más segura y más duradera fecundidad, el significado de Lau­
sanne.
Quien no lo vea no habrá comprendido en qué, durante estos
tres días, ponemos el corazón. Lausanne no tiene sentido sino para esto. De ahí nuestra ne­
gativa a aceptar unas iniciativas que pueden ser, sin duda, muy
respetables, pero cuyas fórmulas de acción nos parecen exce:ú,·a­
mente

coagulantes y susceptibles de conducir a nuestros amigos
a combates en los que ellos no tendrán ni autoridad, ni competen­
cia, ni aun la mera posibilidad práctica de conducirles armoniosa­
mente a su finalidad.
Lausanne es y quiere ser, pues, esencialmente, 1a sincroniza­
ción de una multiplicidad de acciones bien determinadas
y arrai­
gadas, estrechamente reguladas por la evidencia misma del orden de las cosas que las dirige.
Sincronización de acciones, no dirigidas de modo arbitrario,
no concebidas "ortopédicamente", sino de acciones nacidas de las reacciones más vitales de una sociedad en peligro. Sincronización según las prescripciones de una doctrina co­
mún: la de la Iglesia, según las más claras
y más constantes en­
señanzas de los Soberanos Pontífices.
Sincronización animada por el impulso de un mismo fervor:
piedad debida a Cristo-Rey y Salvador infinitamente misericor­
dioso.
Sincronización puesta este año bajo el patronato de San
Luis, rey de Francia, jefe de cruzada al próximo Oriente y a
Africa del uorte, amigo de Santo Tomás de Aquino.
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