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Número 85-86

Serie IX

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En busca de la Patria perdida

EN BUSCA DE LA PATRIA PERDIDA
FOR
l. El "criterio del mero hecho',-.
En

su discurso del 14 de enero de este año sobre la situa­
ción de la nación, el
canciller alemán Wi'lly Brandt

ha dicho:
"El .patriotismo exige la toma de conciencia de lo que es, y la
búsqueda continua de lo que es posible. Exige el valor de enfren­
tarse con la realidad.
Esto no quiere decir que se considere esta
realidad
como deseable

o que se renuncie a la esperanza de
cam­
biarla

en
el curso

del tiempo. Pero la sinceridad, sin
1a cual no
se
sabría hacer política a largo plazo, nos obliga a no reivindicar
nada que pertenezca al

ámbito
de. las ilusiones utópicas. Y ella
nos obliga a preservar a nuestra población de los charlatanes que
la conducirían a la catástrofe."
Las palabras claves de esta declaración de nuestro canciller
son "la realidad" y "la sinceridad". Pero, ¿ cuál es esa realidad
de la cual hay que tomar conciencia y que pide nuestra sinceri­
doo? Escuchemos
al señor Brandt:
"Los gobiernos deben partir
de
lo que es, tienen que mirar adelante
y examinar lo que se
puede
hacer con

la sitnación de hoy con vistas a un mañana
mejor.''
Y
.un poco

más adelante
el canciller precisa : "La unidad de
la nación aún existe.
l,a unidad

de los alemanes depende
de mu­
chos

factores. No, ciertamente,
en primer

lugar de lo que está
escrito en
la Constitución, sino más bien de lo que hacemos.
Tampoco en primera línea de
lo que está escrito. en los tratados,
sino más bien de que consigamos ganar a otros-Estados por
anúgos.
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HERBERT GILLESSEN
Depende menos del tratado de Potsdam que de nuestro esfuerzo
por -superar Ia división de Europa en el curso de los años
seten­
ta, ochenta, y, si hay que esperar hasta esa fecha, noventa."
He aquí unas precisiones muy interesantes para nuestra bús­
queda de la patria perdida. Porque uno de los grandes problemas
de mi generación en Alemania es precisamente éste:
¿ Cuál es
nuestra patria?
¿ Cuáles son sus fronteras? Y la respuesta de
nuestro
canciJler corresponde
muy bien a lo que algunos de entre
nosotros han proclamado desde hace largo tiempo, a
saber, que
hay

que ser realista,
· y
esto quiere decir: que hay que aceptar
la realidad tal cual es, con toda sinceridad.
La cuestión capital
sería
saber

lo que es
practicable y no la de saber lo que la jus­
ticia
y el derecho exigen. Este último, el derecho, es cknominado
"formalidad
abstracta" en el mismo discurso, lo que subraya su
carácter poco real. Bien adivinarán ustedes las dificultades inevitables creadas por
esta manera de ver las cosas. Si la realidad política, es decir, el
actual estado de cosas es
la norma suprema de mis acciones, yo
renuncio
a la justicia que-busca dar a cada uno lo que le corres­
ponde en derecho. Claro está que los sedicentes realistas no nie­
gan expresamente
la noción de· justicia, pero en general no aman
esta palabra.
"Lo que importa -dijo 'Willy Brandt- es adqui­
rir el conocimiento de las realidades y respetarlas."
Al día siguiente, el ex canciiler alemán Georg Kiesinger re­
prochó al señor Brandt la confusión que no
cesaba de sembrar
; 1con fórmulas
siempre nuevas y siempre con menos claridad''.
E hiw observar que, al decir que había de cambiar ck método
en
nuestra política, el
canciller) en
realidad, había cambiado de
fin,
puesto que ya no había mencionado más la reunificación de
nuestra patria. El fin político del partido cristiano demócrata, por
el
contrario, Sería siempre la unidad nacional en un solo estado
alemán. He aquí dos concepciones di.ferentes de la política
y también
de la patria.
De un lado, del lado de los social-demócratas, tie­
nen 'ustedes el sedic-ente criteri~ del mero hecho, con la primacía
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EN BUSCA DE LA PATRIA PERDIDA
de la práctica, de la acción, soh1"e las exigencias de la justicia. De
otro lado, del lado de los cristiano-demócratas, tienen ustedes la
convicción más o menos firme de que "las aberraciones en los de­
rechos son más funestas que 1as aberraciones en los hechos (y
que) es falso todo orden que sea el precio de un abandono"
(Charles Journet.,
op. cit. más adelante, pág. 35).
Para los
"realistas" la

patria es una cosa completamente ines­
table, algo a inventar; para sus adversarios la patria existe ya,
a pesar de todas nuestras incertidumbres relativas a su extensión
geográfica; ella tiene unos
derechos sobre
nosotros que no
pueden
ser

abolidos por el "criterio del mero
hechon. Porque
el "criterio
del mero hecho -según dijo Pío XII-, vale solamente para Aquél que es el Autor y la Regla soberana de todo derecho:
Dios". (cfr. Jean Ousset: Patrie-Nation-Etat, pág.
148).
II. En busca de la patria perdida.
l. La situa,ción acluaJ.-Dediquémo11os, pues, a la búsqueda
de
la patria perdida. Y, en primer lugar, consideremos la situa­
ción actual
de
Alemania.' Saben
ustedes que después de la Segun­
da Guerra Mundial, una gran parte de la Alemania de
1937, la
que

se encuentra al este del
Oder y de su afluente el N eisse, y
que abarca más de cien mil kilómetros cuadrados, fue puesta bajo
la administración de Polonia hasta tanto que un tratado de paz designe definitivamente. las fronteras de Alemania. Esto significa­
ba que
desde 1945

más de doce millones de alemanes
fueron ex­
pulsados
de sus hogares y, muy a menudo, entregados a la mise­
ria. También saben ustedes que lo que quedaba de la gran patria
de
nuestros antepasados fue dividida en cuatro zonas, de las cua­
les tres: la zona americana, la zona británica y la zona francesa.,
forman hoy la Alemania Federa:!, mientras que la zona soviética
se ha
convertido en la República Democrática Alemana, es decir,
en fa Alemania comunista. Y no ignoran ustedes que Berlín,
donde vivo y trabajo, está dividido en cuatro sectores, de los
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cuales tres forman el Berlín Occidental y libre, mientras que el
sector soviético se ha protegido, con un muro alto y grueso, con­
tra aquello que los comunistas se recrean calificándolo todOs los
días en sus
periódicos y en la radio "locuras revanchistas de los
militaristas de Bonn". He aquí la cuestión alemana, como dicen los hombres
políti­
cos. Imaginan ustedes fácilmente la cantidad y la calidad de los
problemas creados por esta división: imposihilidad absoluta para
muchos de entre nosotros de ir a ver a sus padres o a sus
hijos, incluso en caso de enfermedad grave o de muerte, porque
viven al otro lado de la frontera o del muro. A la primera gran
división de nuestra patria, provocada
por la Reforma protestan­
te del
siglo x.vrJ se ha superpuesto otra división no menos catas­
trófica. Ya no hay solamente alemanes protestantes y alemanes
católicos,
sino unos

alemanes orientales
y otros alemanes occiden­
tales.
Como ocurre más o menos en todos los países, tenemos los
sedicentes intelectuales de- izquierda, que entre nosotros no son
opuestos a

la idea de una reunificación alemana bajo e] estandarte
del marxismo, y tenemos también los intelectuales de derecha que
se inspiran, más o menos abiertamente, en las fuentes de la doc­
trina nacional-socialista. Esta división desgarra a numerosas fa­
milias: los padres simpatizan
aún con
algunas ideas del nacional­
socialismo, mientras que sus hijos les reprochan 1a colaboración
más
-o menos inconsciente con los asesinos de seis millones de ju­
díos y proclaman la buena nueva del "mamama", de los partida­
rios de Marx, Mao
y Marcuse. La patria de estos últimos es
una
super-patria internacional
marxista, democrática (en el sen­
tido comunista)
y libre de toda constricción.
Para que nuestro esbozo de la situación actual de Alemania
sea completo, le falta un rasgo esencial. El sentido común es in­
vencible. Siempre
y en todas partes habrá hombres y mujeres
para los cuales el amor
al país donde han

nacido
y al que deben
mucho de lo que son y poseen es una cosa natural y profunda­
mente enraizada en sus corazones.
· Para

estas gentes,
la patria
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es Alemania toda entera, incluyendo la Silesia ( con Breslau, su
capital) y las otras provincias que se encuentran situadas, como
ya hemos dicho, bajo la administración de Polonia, y donde ahora
viven polacos, hasta que un tratado de paz justo y aceptable para
los vencedores y los vencidos de la última guerra determine
defi­
nitivamente las fronteras de Alemania. Evidentemente, no se tra­
taría de arrojar, a nuestra vez, a los polacos de "nuestro" terri­
torio, -sino de buscar juntos una solución justa y pacífica.
2. La herencia, de los revoludonarios.-Para comprender me­
jor esta situación actual, miremos _brevemente la historia alemana.
Y
permítanme ustedes que empiece por una cita un poco larga
del lrbro de Jean Ousset, cuyo título se ha convertido en el terna
del

Congreso: "Patria-Nación-Estado". Esta cita
·nos ayudará
a
descubrir las raíces de nuestra enfermedad nacional.
Hay patrias (patrimonios), dice Jean 0usset, "que han sa­
bido
guardar, por ejemplo, la unidad fe católica; que no
han conocido, o muy
poco, los

destrows de esas revoluciones
ideológicas y

sociales cuyos rencores
y odios pueden volver a ser
en cualquier momento ocasión de división de los espíritus y de
los corazones".
"Dioho de
otra manera,

si hay unas patrias
(patrimonios) ar­
moniosas, hay otras atormentadas. Patrias donde los valores vi­
tales están continuamente amenazados por valores de revolución
y de muerte. Patrias que, . tras ellas, arrastran un pesado balance pasivo de faltas o de errores políticos, filosóficos, religiosos."
"Hay patrias (patrimonios) que parecen heridas por Dios,
por
lo mucho que hay de subversivo y de falso en su herencia. Pa­
trias que en filosofía, en literatura, en religión, a menudo no son conocidas más que por el nombre de herejes célebres, escritores
corruptores, filósofos subversivos. Patrias que llevan en sí una especie de veneno capaz de provocar en cualquier momento la disgregación de la nación
que lo

reivindica, por
lo disolventes,
destrl.tctores y desmoralizantes que son sus va1o1"'es ... " (!pág. 31).
¡ Ay, qué cierto es esto! La herencia de los herejes gravita
sobre nosotros. Estamos sufriendo (no hay que dejarse engañar
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HERBERT GILLESSEN
por .nuestras riquezas materiales) porque ~y vuelvo a citar a
J ean Ousset-, los errores que profesamos, las falsas religiones
que practicamos, nos impiden apartar o neutralizar en nuestro
patrimonio nacional lo que significa
destompusición, desorden,
hambre
y servidumbre (op. cit., pág. 42).
Tomemos tres ejemplos: la Reforma protestante, la
flosofia
alemana y el nacional-socialismo. He ahí tres revoluciones funes­
tas: revolución rel"giosa. con Lutero; revolución filosófica con
Kant, Fichte y Hegel; revolución social con Hitler. Y aunque
las hostilidades entr,e los hijos de esos revolucionarios sean a ve­
ces
implac.ab~es, hay
una
especie de
fondo común de ideas revo­
lucionarias que todos
parecen aceptar

sin discusión.
La primera
de esas ideas es el rechazo del derecho natural
y cristiano; la
segunda, el rechaw de la autoridad del Papa. Estos dos rechazos
constituyen, si quieren ustedes, la base -¡ qué base!-, de todo
el edificio revolucionario en Alemania. Ciertamente esas ideas existían ya antes de Lutero.
Los his­
toriadores

de la filosofía
y de la teología nos enseñan que esos
dos rechazos (y muchos otros) eran 1a conclusión lógica del no­ ,ninalismo
de Occam, que negaba la capacidad de nuestra inte­
ligencia para conocer la naturaleza de las cosas,
tj_ue declaraba
que la existenc'a de Dios y la inmortalidad del alma eran inde­
mostrables por

la
rawn, que
negaba la metafísica
y la virtud re­
generadora de la gracia infusa, y que; por esas teorías funestas.
corrompía todo
c1 derecho natural y cristiano y toda sana con­
cepción
de
la autoridad.
Pero fue el
.) d( enero

ele 1521 cuando Lutero fue excomul­
gado por el Papa León X por no haberse retractado de sus erro­
res, enumerados en
la Bula "Exsurge Domine" del 15 de junio
de 1520,
y por haber quemado públicamente esta Bula el 10 de
diciembre del
mismo año;
fue el 3 de enero de 1521, repito,
cuando la catástrofe nacional se hizo inevitable. Para no-sub­
estimar 1a envergadura de esta revolución -que desagarra, aún
hoy, mi patria y muchas familias afomanas, y que causa, aún hoy,
la desesperación secreta
y un sufrimiento profundo y agudo del que
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EN BUSCA DE LA PATRIA PERDIDA
no gusta hablar en público--, para no minimizar esta revolución,
pennítanme ustedes que les- señale dos libros que les harán
com­
prender mejor a Alemania, su pueblo y su historia. Los autores
de esos dos libros,
aparecidos en

París en 1925, son amigos per­
sonales de Pablo VI, que
en 1927

tradujo
él mismo al italia­
no: "Les trois réformateurs: Luther, Descartes, Rousseau", por.
Jacques Maritain. Giovanni Battista Montini ha escrito un pre­
facio para su traducción italiana que les recomiendo muy encare­
cidamente. El otro

libro,
"L'esprit du
protestantisme en Suisse",
es de Charles J ournet, a quien el Santo Padre ha nombrado car­
denal.
Quizá sepan ustedes que Jacques Maritain y Charles Jour­
net son grandes amigos
f que son discípulos fieles de Santo To­
más de Aquino.
Ellos han comprendido y dicho valerosamente lo que desgarra
nuestras almas
y divide mi patria. Escuchemos a Jacques Mari­
tain:
"La revolución luterana, por lo mismo que afectaba a la
religión, a lo que domina toda la actividad del hombre, debía
cambiar de la manera más profunda la actitud del alma humana
y del ,pensamiento especulativo frente .a la realidad" (pág. 5).
Es una experiencia cruel comprobar (y en un matrimomo
mixto esa comprobación dolorosa se impone casi todos los días)
que "la actitud del alma humana
y del pensamiento especulativo
frente a la realidad" es profundamente diferente en un protestante
y en un católico; las nociones de verdad, de naturaleza humana,
de Dios, de pecado, de gracia, de autoridad e incluso de lengua,
tienen un sentido diferente que frecuentemente hace di;fícil la
comprensión
mutua.
Lutero rechazaba someterse al Papa y yo diría que -ese espí­
ritu de insumisión, no solamente a la autoridad de la Iglesia, sino
a toda regla y autoridad que viene de fuera, es lo que caracteriza
la sedicente libertad evangélica (protestante). Todo lo que no de­
pende de nuestra voluntad, todo lo que está estructurado, jerar­
quizado y que exige la conformación de la inteligencia, la auto~
disciplina y la entrega del cor.U:ón, todo eso nos aparece como
un abstáculo en el camino d_e la emancipación del hombre.
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HERJ3ERT GIILESSEN
Charles J ournet ha visto bien el peligro. "La autoridad -dice
hablando del protestantismo- ya no deberá adaptarse en primer
lugar
y por encima de todo a un fin objetivo; deberá adaptarse
primeramente y por encima de todo a la estructura1 a la con­
formación, a la cornfiguración de sus sujetos. Su primera
preocu-
. pación ya

no será imponer una meta,
sino consultar

a la multi­
tud; ya no será exigir el derecho, sino registrar los hechos; no será subordinar el número al fin, sino subordinar el fin al
número. La autoridad ya no vendrá de arriba, sino que saldrá de
abajo" (op. cit., pág. 179).
Recuerden ustedes la referencia hecha anteriormente al
"crite­
rio del mero hecho" que invocan los sedicentes realistas a pro­
pósito de la cuestión alemana. Según ellos, el orden no es lo que
la verdad, Ia justicia y el amor exigen; el orden es la totalidad
de los
hechos, la

totalidad de las
perspectivas, incluso
contradic­
torias. Ya
comprenden ustedes

que la noción de Patria se disuel­
ve en el aire según esta visión de las cosas,
ya qué todas las raí­
ces quedan cortadas a partir del momento en que se renuncia
a un

fin objetivo
y a un orden jurídico estable.
Sin autoridad verdadera, el hombre está desarraigado, expa­
triado. En todas partes se siente extranjero. Y la doctrina de
que el poder "viene de abajo'", que está tan ampliamente exten­
dida entre
nosotros, y que con el tér.mino de "soberanía del pue­
blo" se
encuentra oficialmente reconocida como base de nuestra
vida
naciorial por nuestra

Constitución, esta docttina, digo, ha
creado
en todas partes la mayor confusión.
Escuchemos nuevamente a Charles Journet: ''Para poder
opo­
nerse a la Iglesia, a la sociedad religiosa sobrenatural fundada
por Cristo, el protestantismo ha debido practicar en primer lugar,
y proclamar a continuación, la doctrina de que el poder «viene
de abajo», del individualismo, del ejercicio de la libertad consi­
derada como «fin de sí mismas». Así esas doctrinas disuelven el
orden social de la ciudad, la cual no cesará de ser bamboleada
entre los dos extremos del individualismo y del colectivismo:
esas doctrinas desgarran la indisolubilidad del matrimonio;
de-
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EN BUSCA DE LA PATRJA PERDIDA
rriban las nocion~s de continuidad, de tradición, de educación·•
( üp. cit., pág. 206).
Esa es la herencia de Lutero. Es esa herencia la que aún di­
vide a Alemania. Y la herencia de nuestros "grandes" filósofos no
es menos exiplosiva y apta para desgarrar las almas y dividir la
patria. No hay que dejarse
engañar por la

oscnridad del lenguaje
y el
estilo abstracto

de un Kant, de un Fichte y de un Hegel.
U na vez puestas en práctica, sus ideas trastornan todos los órde­
nes, porque también ellos rechazan el orden natural
y cristiano
y la autoridad del Papa. Me voy a limitar a traducirles un párrafo del ensayo de Hein­
rich Heine que se titula: "De la historia de la religión y de la
filosofía en Alemania", y que data del año 1835. Este testimonio
es tanto más notable cuanto que Heinrich Reine, de origen is­
raclita y amigo de Carlos Marx, no es ciertamente un espíritu
antirrevolucionario.
Dice Reine: "No temáis, republicanos alemanes, la revolu­
ción
alemana no
será en manera alguna más suave por estar pre­
cedida por la crítica de Kant, por el Idealismo Trascendental de
Fichte, o incluso por la Filosofía de la Naturaleza. Esas doctri­
nas han desatado unas fuerzas revolucionarias que no hacen más
que esperar el día en que puedan estallar y colmar al mundo de
terror y de admiración. Se verá aparecer a kantianos que en ·el
mundo de los fenómenos [ cOl!lW ya en el de las ideas] abm-recen
toda

piedad, y que sin piedad pisotearán y devastarán nuestro
país
europeo con

la espada y con
el hacha, para destruir las úl­
timas raíces del pasado.
Se verá entrar en escena a ficbteanos
armados, cuyo fanatismo
por la voluntad no puede ser domado
ni por el miedo ni por el egoísmo."
"Pero
los más terribles de todos serán los filósofos de la na­
turaleza, que tomarán parte activa en la revolución alemana. Se­ rán terribles
porque entran

en contacto con las fuerzas elemen­
tales de la naturaleza, porque con juran las fuerzas demoníacas
del viejo panteísmo germánico, y porque este frenesí guerrero
que se despierta en ellos,
y que también se encuentra en los anti-
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HERBERT GIILESSEN
guos germanos, es un frenesí que no lucha por destruir, sino por
el solo placer de luchar."
"No os riáis del soñador que espera en el mundo de los fe­
nómenos [ es decir, cosas visibles] la misma revolución que ha
tenido lngar en el mundo del espíritu. La idea precede a la ac­
ción como el rayo al trueno. Se montará una tragedia en Alema­
nia a cuyo lado la Revolución Francesa parecerá un idilio in­
genuo."
Un siglo más tarde el nacional-socialismo ha cumplido esta
terrible profecía. "La catástrofe indecible, el derrumbamiento que
sobrepasa toda imaginación", que parece prever el Papa Pío XI
en su carta encíclica sobre la situación de la Iglesia Católica en
el Imperio alemán que fue publicada en 1937 el domingo de
Pasión, ha sido la mayor catástrofe de la historia de mi ,patria.
No es necesario que les repita ·10 que pasó entre nosotros, y tam­
bién en otros países bajo el régimen nazi. Me limitaré una vez
más a una cita; de una sola frase, de la Encíclica "Mit brennen­
der Sorge" (que es la refutación magistral de los errores y de las
herejías más peligrosas no solamente del nacional-socialismü, sino
también del protestantismo y de la filosofía alemana que lo pre­
pararon).

Es
la condenación de la idea central del nacional-socia­
lismo, que puede fácilmente
ser referida a todos los demás abusos.
El Papa escribe: "Si
la raza o el pueblo, si el Estado o la
forma del mismo, si los
representantes del
poder estatal u otros
elementos funda.mentales de la sociedad humana, tienen en el
or­
den

natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien
los arranca de la escala de valores terrenales, elevándolos a su­
prema norma de
todo, aun de los valores religiosos, y, divinizán­
dolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado
e impuesto
por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una con­
cepción
de la vida conforme a ésta" [ núm. 12].
Pío XI partía en su Encíclica de afirmaciones capitales de la
fe católica y mostraba el encadena.miento riguroso de los dogmas:
la
verdadera
fe en Dios exige la fe en Cristo, la fe en Cristo
exige la fe en la Iglesia, la fe en la Iglesia exige la fe en el pri-
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EN BUSCA DE LA PATRIA PERDIDA
ruado de Pedro, y, a continuación, procedía a la corrección de los
más graves abusos del lenguaje religioso.
Las palabras "revela­
ción", "fe", "inmortalidad", "pecado original", estaban pervertidas
por el nacional-socialismo en un sentido profano, lo cual creaba
mucha confUsión en las mentes. Y a saben ustedes que la Revolu­
ción empieza siempre por embrollar los conceptos y vaciar las
palabras de su sentido tradicional.
Finalmente,
el Papa condena ese rechazo del derecho natural
que hemos señalado como
W1a de las constantes del pensamiento
alemán moderno. Les recomiendo la lectura de este párrafo y de
la Encíclica entera. Verán en ella cómo los abusos y los críme­
nes más generalizados eran el resultado lógico de desviaciones
de
la inteligencia y de la perversión de la voluntad en el orden de
las verdades de la fe. "Por
poro que la doctrina se altere en
nosotros,

ha dicho Raissa Maritain, empezamos a corrompernos"
("Les Grandes Amitiés", éd. Livre de Vie, pág. 331). Volvamos a nuestra búsqueda de la patria perdida.
La heren­
cia de los herejes
y de nuestros filósofos es mucho más compleja
que esas pocas ideas que acabamos de
señalar. A veces me
pre­
gunto si un buen católico que ha vivido siempre entre católicos
fieles puede hacers, una idea adecuada del laberinto y de las ti­
nieblas
en las cuales nuestros "grandes pensadores" de renombre
mundial nos han sumergido en multitud de cuestiones. Aun hoy la mayor
parte de

nuestros profesores de filosofía viven en un
esfuerzo de permanente violación del sentido común. El
derecho
natural y cristiano es ridiculizado en casi todas nuestras Facul­
tades de Filosofía
y Letras, y la autoridad del Papa parece haber
venido a ser una entidad despreciable.
Todo esto
explica un

poco
el malestar de tni generación. Digo
que un poco_. porque siempre es fácil acusar a los demás,
y di­
fácil reconocer las culp:is propias. Ciertamente, toda esta he­
rencia de los herejes y la 'anarquía intelectual de los maestros
que no creen en la verdad, todo esto contribuye fuertemente a
arrancar
de los corazones el amor a una patria en la que se sien­
te uno comprendido y en su casa.
481
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HERBERT GILLESSEN
Pero no hay que olvidar ~sto: todas las ideas revolucionarias se
encuentran en cada uno de nosotros en estado latente. · Esta es
la
razón por la cual es tan útil estudiar las herejías y su historia.
Ella
nos

muestra las consecuencias del menor rechazo y el
poder
de

contagio de
una sola

voluntad pervertida. Y he aquí también
por qué es tan importante velar
y orar y someterse al magisterio
de la Iglesia, porque el aire que respiramos y lo que surge de
los
abismos

de nuestra naturaleza camal amenaza envenenarnos.
Permítanme ustedes terminar este balance negativo con una
conclusión y

unas palabras de San Gregario Magno que con fre­
cuencia me han consolado. La conclusión es la siguiente:. La.s
ideas revolucionarias de Lutero, Kant, Fichte y Hegel y de mu­
chos otros que
rechazan el
derecho natural y la autoridad del
Papa, esas
ideas revolucionarias

han
cortado las
raíces naturales
de-nuestro patriotismo
y lo han transportado a un mundo imagina­
rio, producto de la voluntad que ya no está regida por el cono­
cimiento de la naturaleza de las cosas ni por la autoridad legítima
y razonable. Es ese patriotismo voluntarista y desarraigado
el que
nos ha llevado a la catástrofe del nacional-socialismo, porque des­
cendió de su mundo imaginario para conformar la realidad a su
capricho.
La frase de San Gregario Magno es la siguiente: "Hay que
saber que la voluntad de Satanás es siempre -inicua, pero que
su poder ·no es jamás injusto, porque las iniquidades que se
piropone cometer

son permitidas por Dios con toda justicia."
3. Las consignas de la Iglesia.-EI nacional-socialismo era la
obra de Satanás permitida
,por Dios

para castigo de nuestras in­
fidelidades.
La excusa de no haber sido advertidos no es válida:
la Encíclica no fue el único documento de la Iglesia
para ilumi­
narnos.

Durante doce años, de 1917 a 1929, Eugenio Pacelli, el
nuncio apostólico, no cesó de exhortar a los católicos alemanes
a que permanecieran fieles al Papa, a que conservaran su sana
concepción de
la familia y a que constituyesen un orden duradero
de derecho y de
paz.
Examinemos

brevemente esas tres consignas que
corresponden
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EN BUSCA DE LA PATRIA PERDIDA
a la buena tradición de nuestro patriotismo, la de nuestros gran­
des santos: del santo emperador Enrique II (973-1024), de San Pedro Canisio {1521-1597), discípulo fiel de San
Ignacio y doc­
tor de la Iglesia, apóstol, como San Bonifacio, de Alemania, de
la que fue el verdadero reformador espiritual en
el siglo xvr, y de
nuestras grandes santas, santa Hildegarda de Bingen (1908-1179),
santa Eduvigis (1174-1243), duquesa de Silesia,
y su santa nieta
Isabel de Turingia (1207-1231), santa Gertrudis
(1256-1302) y
muchos otros que hán sido '1os verdaderos servidores de la patria.
Preguntarán ustedes: ¿ qué tiene que ver esas tres consignas
con nuestro patriotismo y a qué viene la enumeración
de esos
santos? Pues bien: lo que la patria tiene en común con los pa­
dres (en alemán, "Vaterland" significa "país del padre"),
y con
Dios, es que Dios, los padres
y la patria son -según Santo
Tomás de
Aquino-los

principios de nuestro ser
y de nuestro
Hgobiemo' es decir, los tres principios a los que debemos nues­
tra existencia y nuestra formación. Y seguramente tendrán us­
tedes la misma experiencia que yo: los tres amores están liga­
dos. Cuanto más ame uno verdaderamente a Dios, más amará
a
sus padres y a su patria de manera ordenada, y cuanto más se
aleje
uno de Dios, menos amar~ a sus padres y a su patria de ma­
nera ordenada. Y hay que empezar siempre por las instancias
superiores. Por la cabeza es por donde empieza a corromperse el
pez. Y po,r la cabeza es, igualmente, por donde el hombre sana,
por el amor de Dios
y por el conocimiento de la verdad.
He ahí por qué Eugenio Paoelli, en sus numerosos discursos
pronunciados en Alemania,
donde residió, primero en Munich y
después en Berlín, nos
exhortaba tan a ·menudo a no olvidar lo
que una vez, el 6 de junio de 1926, llamó el secreto de San Bo­
ni.facio : la sumisión al sucesor de Pedro. San Bonifacio, el após­
tol de Alemania, habia traído en el siglo vrn el Evangelio a nues­
tro pueblo,
y el gran éxito de su apostolado se explica por su
fidelidad inquebrantable
al Papa.
Me dirán ustedes
que el amor a la patria es u:tia cosa natural
y
que no necesita de ese secreto de San Bonifacio. Y que entre
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Fundaci\363n Speiro

HERBERT G/LLESSEN
los no católicos hay un gran número de hombres que aman a su
patria. Ciertamente; pero la dolorosa experiencia de nuestra his­ toria
y la experiencia de numerosas discusiones con mis amigos
y con representantes de la generación de nuestros padres con­
tiene una
lección, a
saber: que las teorías perniciosas, las ideas
revolucionari~ están tan difundidas entre nosotros, que los sen­
timientos naturales y el sentido. común ( que a la larga es inven­
cible) se encuentran
seriamente amenazados.
Los dos extremos, la exaltación nacionalista y la super-patria
internacional · marxista son las dos tentaciones permanentes del
pensamiento alemán contemporáneo
.. Y

creo que solamente el
amor a la patria celestial, el amor a la Iglesia y la fidelidad al
Papa pueden
salvaguardarnos a

la larga de ceder a una de esas
dos tentaciones.
De esta fidelidad se siguen los dos remedios a
nuestra enfermedad nacional, me refiero a la negación del
de­
recho

natural y al negarse a derivar de Dios la autoridad legíti­
ma. Estas dos negativas corrompen, como ya hemos visto, cual­ quier patriotismo verdadero. Los remedios son precisamente ese
derecho natural y cristiano y esa sana concepción de la autoridad
de la cual los Soberanos Pontífices son a menudo los únicos de­
fensores intrépidos.
La segunda consigna de la Iglesia para curar nuestro patrio­
tismo

es una
sana concepción de la familia. Fue Pío XII, el
gran amigo
de Alemania, qu~en en

su discurso a la juventud
alemana
el 23 de mayo de 1952 subrayó la importancia de um
sana concepción de· la familia para la regeneración de la patria.
Probablemente

saben ustedes que el divorcio y las segundas
nup­
cias,

los dos precursores de una catástrofe nacional, no están
pt"ohibidos por el protestautismo, y que
son bastante

frecuentes
en las provincias
y ciudades socialistas, sobre todo en Berlín.
Los apátridas son frecuentemente hijos de padres divorciados
y vueltos a casar: están desarraigados porque no han conocido
la paz y el orden de un hogar cristiano. Tienen por ello un espe­
cial

derecho
a nuestro

amor y comprensión. Un gran número de
estos apátridas
se dice

que vienen a Berlín para aprovecharse de
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EN BUSCA DE LA PATRIA PERDIDA
ta exencion del servitjo militar concedido a todos los. que viven
y trabajan en esta ciudad. Esto exp!icaría por qué el antipatrio­
tismo marxista está tan extendido entre los estudiantes de la
Universidad Libre de Berlín.
He aquí por qué una sana concepción de la familia, que tiene
par base el matrimonio indisoluble, es indispensable cuando se
quiere reencontrar la patria. Esta Concepción es la
garantía de
mi
patriotismo ordenado.
La tercera consigna, dada igualmente por Pío XII, y en el
mismo discurso, pide "la firme voluntad de conservar la existen­
cia del Estado
y de guardar un or¿,,;, jurídico y de paz nacional
e internacional". No necesita coment.ario porque me parece evi­
dente que sin este orden jurídico y de paz nacional e internacio­
nal, la patria sería rápidamente arruinada : se destruiría a sí mis­
ma y trataría de devorar a las otras patrias.
III. La patria reencontrada. Nos hemos puesto a
la búsqueda de la patria perdida. Hemos
visto que el
"criterio del

mero hecho" no nos ayuda nada a vol­
verla a encontrar, porque tenemos necesidad de una solución justa fundada en el derecho de las naciones y aceptada con un
espíritu amistoso por todas las naciones afectadas. Hemos exa­
minado
a continuación nuestra herencia con sus valores de revo­
lución y de mueri:e, ipara mejor saber pl'eservamos de tentadones
siempre

actuales. Y finalmente hemos vuelto
a considerar tres
consignas de la Iglesia que nos ponen en el buen camino.
¿ Qué conclusiones impone todo lo que precede? Pues bien,
la priniera es que el verdadero realismo político y patriótico no
consiste en aceptar con resignación la di_visión
de nuestra ,patria,
sino

más bien en rezar y en trabajar con vistas a una reunifica­
ción pacífica de Alemania
y a una reglamentación justa de sus
fronteras.
La segunda conclusión es que debemos dar
testimonio-de

la
verdad aprovechando
esas grandes

tentaciones del sentido común
Fundaci\363n Speiro

HERBERT GILLESSEN
y de la buena doctrina que son los errores y las herejías pTOfesa­
das pnr nuestros

más célebres antepasados
y recogidas por la
setipiente interior

que trata continuamente de seducirnos. He ahí
una gran oportunidad. Tenemos, en comparación con otros pue­
blos, la ventaja de una amarga experiencia. Alemania conoce el
amargo sabor del fruto de la desobediencia; ha vivido las conse­
cuencias funestas de la infidelidad a la verdad.
Déjenme ustedes terminar mi ex:posición por una reflexión
que me preocupa desde hace unos meses. Es la cuestión de las
tres cruces. Me explicaré: desde hace
algún tiempo
se ven en
los muros de mi Instituto de -Filosofía Románica de la Universidad
Libre de Berlín, dos grandes símbolos, pintados en color rojo, color
de sangre, que son, bien mirados, perversiones de la cruz. Se trata
de la cruz gamada, símbolo del nacional-socialiSmo,
y de la hoz
y el martillo, símbolo del marxismo. Según algunos. compatriotas
míos, estas
dos cruces pervertidas se disputan a Alemania. O el
marxismo, o el
nacional-socialismo, Esta

sería la única alter­
nativa. Ningún católico puede
aceptar esta

alternatiVa.
Para él, esas
son las insignias del odio, de la violencia y de la muerte. Destru­
yen a la patria y desarraigan a los hombres.
Frente a esta
obsesión de
la cruz pervertida he empezado a
entrever el sentido profundo del heroísmo cristiano. Cuanto más
ama
uno a nuestra común patria celestial, más fácilmente encon­
h-ará !a justa medida de su patriotismo. Y la cruz que está plan­
tada sobre la mayoría de los montes alemanes y en muchísimos
cruces de caminos, sobre todo en el Sur de mi patria, esa cruz
es la sola insignia valedera para bien dirigir
y regular nuestro
patriotismo. En la medida en que Alemania se
conform~ a
su
arquetipo celestial, es decir, en que nosotros, alemanes, luchemos
por la verdad
y la justicia, por el amor y la libertad bajo el signo
de la cruz, .en esa medida podrá nuestro país volver a ser para mi
generación lo que fue para nuestros antepasados cristianos : nues­
tra patria,
nuestrq, "Vaterland".
Berlín,

28 de enero de 1970.
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