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El desarrollo económico, el campo y el sacerdote

EL DESARROLLO ECONOMICO, EL CAMPO Y EL SACERDOTE
(*)
POR
]. GIL MORENO DE MORA.
Desarrollo económico.
Nuestra nación ha entrado en
la fase de desarrollo econom1co.
Lo pregonan los diarios, los ministros, los filósofos y como contra­
posición se considera todo lo anterior como perteneciente al subdes­
arrollo. Huelga decir aquí toda la carga de materialismo que con
este planteamiento se está aportando a
la vida nacional. Todo se vuel­
ve económico o antieconómico, financiero, crediticio; la máxima as­
piración se concreta
en la

expresión «nivel de vida»; los periódicos e
informes oficiales tienen su mayor orgullo en mostrar un baile de mi­
llones que han de contarse por miles, y el homo cualunque de la
calle poco a poco va empapándose de la mentalidad en la cual
el valor
máximo es el dinero, símbolo no sólo del poder, sino ya del «poder
hacer>> : nada puede hacerse sin él, todo es posible con él,
y así el
dinero alcanza su máxima sobrevaloración histórica porque se ha iden­
tificado con el concepto mismo de libertal: quien tiene dinero es
li­
bre; quien no, esclavo.
Economía de consumo.
Nuestra nación por este camino ha aceptado la economía de con­
sumo pese a ser un concepto suicida fatalmente abocado a
la guerra
como único medio final de reavivar
el consumo, cuyos límites na­
turales pronto se alcanzan ; ha
aceptado con
ello una le las caracte­
rísticas de ese género de economía que es
la de una vida «al día», en
la que únicamente preorupan las_ previsiones económicas., pero ningu­
nas otras previsiones morales, culturales o políticas. Se dan con
_ello
inmensos

saltos en el vacío sin tratar siquiera de conocer las posibles
(*) Conferencia pronunciada en la «Asociación de Sacerdotes y Reli­
giosos de
_San Antonio

María Claret» de Barcelona, que ha tenido la atención
de remitirnos
el texto que publicamos.
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consecuencias; son gestos necesarios porque hay apremiante necesidad
de no quedar inmóviles
y se llega al «movimiento por el movimiento»
con
la irreflexión mayor. Hay que moverse y hacer cualquier cosa
para no tener certeza de estar muertos; así se explican tantas desdi­
chadas decisiones precipitadas, absurdas y peligrosas que se toman a
diario en todos los ámbitos; se llega al cambio por el cambio, porque
cambiar es señal de movimiento, ergo de vida.
¿Alienación?
Y con esta obsesión de moverse por moverse, todo cuanto sea es­
table, o de movimiento lento es considerado como adverso enemigo y
condenable. El
término marxista «alienación>> se

convierte en el ca­
lificativo temido en sus versiones varias: inmovilismo, conservaduris­
mo, reaccionarismo, tradicionalismo, etc., con los que se vilipendia
no sólo a aquello que se oponga al movimiento irracional puesto en
moda, sino también a todo _aquello que no pueda -ponerse al ritmo de
revolución desenfrenada y permanente. Y lo más grave es que en esta
pérdida colectiva de
la sensatez, en la destrucción del concepto tradi­
cional de prudencia· por el cual se substituye la más brutal revolución
al proceso natural de evolución forzosamente lento, lo más grave es
que el estamento nacional de los sabios, los intelectuales, los hom­
bres que debieran ser de pensamiento, ha entrado de lleno en el jue­
go y de éstos los que mayor gravedad aportan al proceso son, sin duda,
los clérigos cuya precipitación al materialismo del movimiento por el
movimiento hace temblar todos los pilares de lo inmutable,
lo cons­
tante,
lo absoluto, por cuya causa estos pastores de la intimidad in­
dividual del alma la llevan a la moral de situación, a todos los
relativismos, a la subversión
y más aun descomposición de toda- la
escala de valores, a desconfiar de toda Verdad con mayúscula, a una
prostitución gradual
y completa de las ideas y de las convicciones, a
todos los más absurdos sincretismos que culminan finalmente con la
pérdida total de la Fe
y sus inevitables consecuencias de pérdida de
la Esperanza, y concretamente de la Caridad, anulada por ciertos con~
ceptos

de Justicia Social reservados a los Estados
y a los Gobiernos,
por
lo que eximen a los particulares de toda preocupación.
El mundo rural.
Pues bien, en este panorama brutal, pero real, con intensidad cre­
ciente por sobrada desgracia, existe un sector
tan vinculado a la na­
turaleza que no ha podido ser gobernado, dirigido
y arbitrado según
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tales criterios de economía de conswno ; es el sector donde han fra­
casado estrepitosamente
la URSS y el Mercado Común, sector rebel­
de que hace fracasar todos los Pianes de Desarrollo, sector donde el
más izquierdista es tradicionalista porque no tiene más remedio; sec­ tor inelástico, estable, forzado a tener más en cuenta que los demás
las leyes naturales porque en él la violación de éstas tiene inmediata
repercusión ; sector
donde los

relativismos cambian de aspecto y donde
muchas escalas de valores conservan su vigencia
y su fuerza : es el
sector rural, mal llamado agrario, porque para menguarlo se ha que­
rido divorciar en él al campesino del médico y del carpintero, pero
que en la realidad es la totalidad de personas que viven en el am­
biente de los pueblos y las aldeas de dimensiones pequeñas que es­
capan, por ello, a la total masificación impuesta
y realizada en las
grandes aglomeraciones de poblaciones. Este sector rural que abarca toda clase de personas y de profesiones, desde el intelectual al peón,
pasando por
el sacerdote y el maestro o los mecánicos y los tenderos,
tiene, por las condiciones que le rodean, una profunda tendencia ha­
cia tradicionalismos,
ofrece resistencia

a los cambios bruscos, conserva
la personalidad de sus miembros, sostiene una cierta autonomía, posee
todavía verdaderas familias y comunidades estructuradas en
· el

tipo
de familias. Por su diario contacto con fuerzas superiores a las hu­
manas no alcanza el nivel de engreimiento general
y reconoce la exis­
tencia de v:erdades ajenas e independientes de su voluntad. Y con
todo esto presenta a
la sociedad de masas y de consumo un problema
insoluble, lo cual es tanto como
decir que

fuerza a los poderes cons­
tituídos que no
se avienen

a admitir obstáculos de este género, a con­
denarlo a muerte. Nadie
es consciente

todavía de
la frialdad y ab­
soluta determinación con la que se ha condenado a muerte irrevo­
cablemente a la ruralidad del mundo entero; nadie es consciente de
la necesidad imperiosa que ha tenido la moderna organización mun­
dial de decretar esta condena; nadie, por forzosa precaución de forma
y de léxico obligada en los que como ,el célebre Mansholdt han aco­
metido la tarea de ejecutar
la condenación; nadie ha visto todavía
con claridad la implacable fuerza que se pone en juego para esta eje­
cución capital.
El campo se muere ...
Y sin embargo, es palpable que el campo se muere; cada día se
tienen datos
y precisiones sobre el ca,;;o, es proclamada casi con satis­
facción la desigualdad con la que es tratado el hombre rural frente
al urbano; se nos ha dicho con toda claridad que nuestros pueblos
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han de ser arrasados, que todos sus habitantes han de ser concentrados
en grandes núcleos,
y uno de los que personalmente me comunicaba la
decisión del Ministerio
de la Gobernación a este respecto añadía :
«Pero se hará de modo que no parezca un Progrom». El proceso de
aniquilamiento de la ruralidad está en marcha con toda la acelera­
ción posible. Una primera fase de despoblación del campo lograda por
medio de un empobrecimiento organizado de sus econonúas ha fina­
lizado; ahora comienza una segunda fase en la cual, con buenas pa­
labras y leyes disfrazadas de humanidad
y de razones económicas, se
va a producir una segunda emigración obligatoriamente decretada
y
más duramente ejecutada mediante concentraciones de municipios, de escuelas
y de servicios en los lugares donde ha sido decretada, em­
pleando una retirada de subvenciones y ayudas a los pueblos y aldeas
condenados, probablemente cortando en próximas etapas medios como
el teléfono y la electricidad, todo lo cual será la preparación de una
tercera
,etapa en la que se llegará al desahucio forzoso por
la simple
razón del plan estatal, empleando en esa fase final las más rudas me­ didas de fuerza hacia los recalcitrantes que serán tachados
de inadap­
tados

enemigos del progreso y, por ende, de
la Patria. Hemos de
prever que

el campesino que se niegue a emigrar se vea públicamente
reducido a la condición de criminal.
Silencio eclesiástico.
En este panorama de premeditada y sistemática destruccióll de
todas
las estructuras rurales sorprende constatar el profundo silencio
de la Iglesia; apenas de vez en cuando una tímida alusión del Pon­
tífice recuerda doctrinas de Pío XII sin concretarlas en el mundo
actual, en el que una tecnocracia ideológicamente dirigida presenta
una brillante aunque sofística argumentación. Nadie entre el clero
se ha inclinado a examinar los torrentes de arbitrariedad
y las mon­
tañas

de falsedades
acumuladas en

esas deslumbradoras planificacio­
nes. Nadie en
la Jerarquía denuncia la violación de todos, los prin­
cipios de doctrina social católica efectuada contra
la ruralidad. Y, es
más, si alguna vez se menciona al campesinado en los púlpitos es
para
aQundar en

una demagogia contra la propiedad privada, contra
las llamadas «rutinas», o a favor exclusivo del peón agrícola, sin la
menor piedad para los demás miembros del sector. Más todavía, abun­
dantes párrocos desprecian públicamente el ministerio de las aldeas
hablando de los millares de irredentos de las barriadas industriales,
y
muchos desertan seis días de cada siete de la parroquia en la que
han simplificado su traba jo a un mínimo reducido a la misa domini-
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cal, a confesiones colectivas como los bautismos y las primeras co­
muniones, previéndose ya· el
fnneral mensual

por los
difwitos~ Las
antiguas

misiones de los pueblos, las campañas de
ejertjcios espiri­
tuales, los

círculos de estudio, las congregaciones y muchas cosas
más
que no cito por no alargar, han pasado a la historia y escasean como
gemas raras. El clero español, contagiado por las ideas de una civili­ zación de consumo
y desarrollo, deserta y abandona el ministerio ru­
ral tangiblemente por las barriadas obreras de las grandes urbes, por
las concentraciqnes universitarias, por los colegios inmensos. El epis­
copado español ha dejado implantar una ley de educación que destruye
la totalidad de los colegios religiosos
rurales por

situarlos fuera de la
ley. Las autoridades eclesiásticas han permitido
el saqueo de los al­
tares
y de las imágenes de las pequeñas comunidades rurales que los
propios párrocos han ejecutado para destinar los fondos obtenidos a
otros fines fuera de estas comunidades.
Las recaudaciones para los
seminarios se emplean en financiar los estudios de jóvenes que siguen dos carreras, una de ellas civil, que en
la mayoría de los casos es la
única superviviente. Terrenos donados o adquiridos por las parroquias
anteriormente se parcelan para urbanizaciones de cara a los vera­
neantes,
y centros parroquiales se alquilan o venden para negocios o
espectáculos totalmente ajenos cuando no opuestos a toda misión
espiritual. El cochecito de los curas no sirve para llevar el Viático a los
caseríos sino para que su poseedor
pase· más

horas fuera de su grey.
Y la ruralidad incomprendida, perseguida por el Estado y oprimida
por los ciudadanos, ve con impotencia que hasta sus propios pastores
la desprecian y abandonan. Un retorno rápido
y virulento al paga­
nismo más amargo es la única respuesta previsjble en ese sector que
llega al límite de su capacidad para sufrir, retorno a un paganismo
preñado de rencor que tomará las propias palabras de ese clero nuevo,
joven, intelectualizado, y sin sentimiento, para decidir que toda la religión no es sino superstiéión
y superchería. De todo esto, los que
vivimos permanentemente en el campo podemos dar testimonio.
Y se extinguen las vocaciones.
Mas he aquí que todo esto es el suicidio eclesiástico más perfec­
to. Las vocaciones son, en los niños, débiles llamitas que sólo am­
bientes de paz
y sin tormentas pueden hacer llegar a fuegos abrasado­
res. Inútil será pretender ricas vocaciones en lugares de promiscuidad
playera, de prostitución de suburbio, de espectáculos desmoralizado­
res, de materialismos exacerbados, de pasiones exaltadas, de drogas,
alcoholismo
y sexos al alcance del menor de edad. Inútil será bus-
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carlas en las barriadas políticamente exasperadas, ni en los lujosos
barrios residenciales bien dotados de
todos los
vicios. Las vocaciones
de nuestra España y del mundo han sido y serán siempre mayoritaria­
mente de origen campesino, cosa bien sabida por
aquellos que

han
tenido la específica misión de buscarlas y promoverlas. Es paradójico
que en un momento en el que es ostensible el paralelo entre la des­
trucción de la ruralidad y la disminución brutal de vocaciones en
Es­
paña, el Episcopado español reunido en pleno no haya tenido ni una
sola mención para este paralelismo, ni una sola palabra en favor de la
auténtica ruralidad a defender. Y me pregunto ¿qué clase de ceguera
ha permitido Dios para castigo de nuestra Iglesia, en nuestro clero,
que así camina por la vía más rápida a su total extinción? ¿Qué inhibi­
ción de
sus responsabilidades hay en esa masa de sacerdotes que
consciente o inconscientemente coopera a la esterilización de su me­
jor semillero?, sin contar con
la falta de conciencia existente hacia
el auténtico genocidio que toda esta política representa, genocidio del sector más sano de la sociedad, del que le ha dado a través de la his­
toria

la sangre fresca
y nueva para evitar su prematuro envejeci­
miento ; del sector que alimenta a todos los demás y cuya desaparición
a más o menos corto plazo, tendrá el terrible seudónimo del Hambre,
porque la nación sin él caerá al más mínimo obstáculo internacional
en la mayor escasez de alimentos por desautoabastecimiento.
Materialis.mo tecnócrata.
En todo esto la tecnología ha jugado gran papel ; el tecnócrata que
sólo valora lo ponderable, lo traducible en cifras,
lo computable, ha
llegado a meter en la cabeza de muchos sacerdotes una borrachera de
los números, un delirio de
loo millones.

Han perdido de vista que
lo
humano es precisamente no computable, no traducible a cifras. Han
olvidado que es mucho más fácil encontrar cien vocaciones fervientes
en una comunidad de tres mil almas bien cristianizadas que en tres­
cientas mil almas bajo el impacto hedonista y materialista de las
ciudades, y cuando les era mucho
más factible
cristianizar a fondo
las tres mil almas de un pequeño núcleo rural, han preferido inten­
tar
la loca aventura de convertir a trescientas mil almas urbanas per­
fectamente escépticas y de vnelta de todo. Y
siento tener
que decir
a ustedes, sacerdotes, que ante esta tentación, ante esta trampa mor­
tal, apenas hay alguno de entre vosotros que haya percibido el centro
del problema.
Preocupados por
otros mil problemas
de orden tecno­
lógico, dogmático, litúrgico, etc., donde ciertamente arrecian los ata­
ques, no han visto ustedes que sin gran ruido se les arrasaba el único
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semillero fértil donde podía la Iglesia subsistir. Ninguno de ustedes
se
ha preocupado de nosotros los
campesinos~ Muchos
de los
~ejores
de

ustedes, empujados por el natural cansancio de la edad, se han
procurado parroquias urbanas, han intentado
y logrado ir a. la ciudad
donde les parece que es más intenso el combate,
y sin que esto deje
de ser cierto en algún modo, no han visto que mientras ustedes se
metían en unos ambientes mayoritariamente dominados por el ene­
migo, aquellos lugares rurales donde podían tener más fácilmente
mayoría han sido invadidos por un clero joven
y revolucionario, ig­
norante del magisterio, pero perfectamente dotado de consignas que
han arruinado nuestras iglesias, que han substituido los círculos de estudio por conferencias de iniciación sexual
y política, obsesivas, que
ha suspendido nuestras procesiones, que ha puesto en
d~da la Vir­
ginidad de Nuestra Madre
y su Grandeza, que ha abietto «bóites»
en

las casas rectorales, que ha transformado el catecismo en
burla, que
han acostumbrado a no reverenciar el Cuerpo del Señor,
que han

dado
malos ejemplos,

que han abandonado la sotana vilipendiándola, que
se han

reído de Dios
y del diablo; en una palabra, que no han dejado
de hacer cosa alguna para descristianizar lo mejor del pueblo. A todos· los sacerdotes de España toca parte de esta responsabi -
lidad, porque pocos, poquísimos, se han dado cuenta de que lo que
se está haciendo con
la ruralidad es mil veces mayor injusticia que
lo que se ha hecho con los obreros industriales.
¿Habrá esperanza?
Dudo de que sea aún tiempo de remediar esta situación; humana­
mente ya no se
puede hacer
nada porque
el clero español ha dejado
llegar demasiado lejos la destrucción de la ruralidad, que encierra
la
destrucción de las vocaciones. Pero en los combates espirituales no se
puede jamás partir de la base de que es demasiado tarde. ¿Quién sabe
lo que podría ocurrir si un núcleo del clero comenzase en serio un
estudio sobre estos problemas que yo, como simple rural, he planteado?
¿Quién sabe si una reunión de obispos españoles no contendría toda­
vía suficiente número de personas sensatas para poder apreciar un
estudio elevado por un grupo de sacerdotes seriamente documenta­ dos? ¿Quién
sabe lo

que, una _campaña de divulgación valiente que
denunciase sin temor los errores sociales imperantes respecto
al cam­
po dentro de las personas que componen el estado español, podría
lograr de sensata reflexión y acaso de marcha atrás? Precisamente
porque en lo humano está lo imponderable, lo intraducible en cifras,
eso que se llama sentimiento y afectos, precisamente por eso existe
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una esperanza, porque lo imprevisible puede suceder, porque todas las técnicas unidas pueden fracasar ante los corazones de los hombres. Y
además existe una poderosa razón para pensar que puede surgir un
tremendo aliado que el cualquier momento puede volver la tortilla. Me refiero a que
wia gran

parte de lo que he dicho es simplemente
Ley Natura!. Ley

natural es la que exige la existencia de campesinos
en una sociedad sana; ley natural es
la que da a este sector una paz,
un realismo
y una serenidad perdidos en los demás; ley natural es
la que produce entre los rurales mayor abundancia de vocaciones
y
acaso de santos. Y la Ley Natural es un poderoso aliado porque sus
postulados no requieren alta-s filosofías sino que pueden abrirse paso en la mente del hombre por el sencillo canal del sentido común ase­
quible al más. anafalbeto, y porque la Ley Natural no necesita que
nadie sancione las violaciones que se le inflingen, ya que
inmediataw
mente

da su castigo ella misma; porque la
Ley Natural no la ha inw
ventado

ningún hombre sino el mismo Dios,
y es la forma casera de
la Ley Divina. Ley Natural que es la ley en la cual la Iglesia ha fun­
damentado toda su doctrina social
y que desde Aristóteles han cow
nocido

los pueblos de la tierra sin Revelación.
Reivindiquen los sacerdotes de Dios la paternidad de Dios hacia
el cúmulo de leyes naturales con que rige al mundo y vean lo que les
va en ello cuando toquen al tema de la más natural de las actividades humanas que es la del
campesino-; inclínense

sobre el problema del
campo como sobre uno de los más dolorosamente candentes del
mow
mento

actual,
y de mayor trascendencia para el futuro de la Iglesia;
esta es
la súplica desesperada que yo, simple rural, padre de seis hijos
varones
ruyas posibles
vocaciones no sé como enfocar, les dirijo hoy
con profunda angustia verdaderamente vital.
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