Índice de contenidos

Número 111-112

Serie XII

Volver
  • Índice

Teología de la guerra

TEOLOGIA DE LA GUERRA
POR
RICARDO MuÑOZ JuÁREZ.
Capellán Mayor de la Armada.
«En la medida en que el hombre es pecador,
amenaza y amenazará el peligro de guerra, hasta
el retomo de
CristQ.» Núm.

78.
«Los que, en servicio de la Patria, se hallan -en
el Ejército, considérense instrumentos de segu­
ridad y libertad de los pueblos, pues, desempe­
fiapdo bien

esta función, realmente contribuyen
a estabilizar :la paz._» Núm. 79.
(Conc. VATICANO II. Const. «Gaudium et Spes>)
INTRODUCCION
Cuando se pretende liquidar una época en la que los Papas con­
sagraban a los Emperadores,
y los Emperadores o loo Reyes convoca­
ban Concilios, eleg!an por medio de sus cardenales a los Papas
y de
un modo más directo a los obispos, en la que las «guerras» se bau­
tizaban

como «santas», una época que se
ha caracterizado por las
mutuas injerencias de ambos campos, el político
.Y el
religioso, se
observa cómo se habla de teología en todos los terrenos. Basta hojear
libros y revistas de especialización_ teológica para-encontrar nume­
rosos títulos.
El movimiento, surgido principalmente en Alemania y Estados Uni­
dos,
se va extendiendo
y afianzando, y encuentra amplia audiencia
en
el mundo teológico. Algunos lo critican, queriendo ver en ello
un modo de vender mejor la teología a un público, a quien no le in­
teresan las especulaciones metafísicas ni dice nada el !~guaje reli-
39
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUf!/OZ JUAREZ
gioso. Pero, analizando' el fenómeno religioso humano hoy, vemos
que no
es así. Porque no sólo indirectamete, sino directamente tam­
bien constatamos una serie de realidades que están implicadas en la fe.
En la actualidad se quiere permanecer fiel a la fe, pero no se
justifica una vida cristiana o una teología que 'no diga nada al hom­
bre ni a la sociedad en que vive. Y hay temas candentes que proble­
matizan la vida del cristiano. Temas que son ocasión de división, de
enfrentamiento
de posturas y de mala inteligencia entre los mismos
creyentes. Con frecuencia se carece de ideas claras sobre el particular,
debido quizá a prejuicios adquiridos que impiden una postura de
creyentes adecuada y recta. Uno de estos temas es el de la GUERRA.
El presente trabajo pretende recoger los fundamentos teológico­
morales sobre esta realidad humana que azota a la humanidad. Ello
indica la importancia del tema.
¿POR QUE UNA TEOLOGIA DE LA GUERRA?
Se ha escrito mucho sobre este tema y, sin embargo, es uno de
los capítulos menos perfilados con profundidad en el campo de la
teología. La humanidad vive un momento histórico y crítico muy
ambiguo
en esta materia, Porque existe
la angustia constante que
provoca la inestabilidad internacional, el temor de asisir a una con­
flagración universal de caraceres apocaHpticos, por el previsible em­
pleo
de nuevas
armas que la ciencia ha puesto a disposición de los
ejércitos. Evitar la guerra y
edificar un

mundo a escala planetaria,
tal es
el reto que lanza al hombre de nuestros días la coyuntura his­
tórica en que vivimos.
Pero, ¿qué significa la guerra con relación a la paz? Porque la
noción de paz es también compleja
y ambigua, y puede ser utilizada
como base de interpretaciones contrapuestas. La exigencia de com­
batir 1a guerra, de evitar su crueldad, nos señala ciertamente una in­
compatibilidad. Guerra y paz se oponen totalmente .. Y, sin embargo,
el considerar como auténtica paz la simple ausencia de guerra, nos
hace reflexionar sobre la posibilidad de una justa guerra, de una
40
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
guerra de servicio, precisamente, a la paz. Es esta una encrucijada
constante en el caminar peregrino de la humanidad. Y
su ambigüedad
nace

de la misma actitud que el cristiano pueda adoptar ante ella.
l. EL PROBLEMA DE LA GUERRA
Punto de partida.
La historia no es más que la reconstitución del pasado. Su am­
bición es elevarse desde los hechos hasta su explicación. Bajo la corteza de los acontecimientos busca la savia que los produce. En
el fondo abraza toda la aventura humana y se esfuerza por taladrar
su misterio y por juzgar a sus actores. Lo que supone una escala de
valores, una clave universal.
Para todo cristiano, la historia ha sido hecha por los hombres
con la libertad que Dios les ha dado. Y la guerra entre los hombres
es un hecho trágicamente constante en la historia (1). Por eso plantea
un problema de tal magnitud para el cristiano (para el que la paz es signo decisivo del Reino de Dios), que lo
convierte en

un enigma
insoluble, irreductible en todo caso
y a pesar de toda casuística, a
una visión homogénea de la Historia de la Salvación.
Y,
sin embargo, es ésta Wla réalidad terrestre que no puede con­
siderarse fuera de
. los

planes de Dios
y. en consecuencia, tampoco
puede considerarse fuera de las consideraciones del teólogo, aunque
sea una realidad lamentable. La «TEOLOGIA DE LA GUERRA»,
título del presente trabajo, plantea este problema. Porque reclamar
para
la guerra su licitud, -puede sonar en la mente de muchos el
querer pensar que
la guerra sea necesaria por el hecho de que su
historia está ligada a la evolución, tan compleja y siempre cambiante,
de las estructuras económicas, sociales
y políticas de la humanidad.
(-1) Flores, A.: Nuevo concepto de la guerra qulmica, en «Ejército»,
290 (1964), pág. 15. Inicia su trabajo con esta afirmación: «Se han llevado
a cabo estudios curiosísimos que demuestran con rigor matemático, que son
cortísimos, prácticamente despreciables, los períodos durante los cuales el
mundo ha gozado de paz».
41
Fundaci\363n Speiro

RJCARDO MUE'JOZ JUAREZ
Como si el hablar de la licitud de la guerra fuera sinónimo de querer
asegurar que la cesación absoluta de las guerras se traduciría en un
estancamiento de la civilización. Es esta la opinión de los que creen
necesarias las guerras, porque al movilizar las capacidades todas de
los contendientes (los hombres_ y_ a_rmamentos, las inteligencias y las
voluntades, las economías e industrias), son consideradas como el
medio de eficacia contundente para revolucionar las ciencias y las
artes, para producir los formidables adelantos técnicos que todos
conocemos y para ocasionar la transformación social profw1da que
en el mundo se ha venido operando.
No es este
el problema ..
Estudio de
las guerras.
Pablo

VI,
_en su
discurso con motivo de su aniversario del
v1a1e
a

la ONU, se expresaba así: «El tema de la paz
y de la guerra es
materia de inagotables
reflexfones, porque se. refieren
a una realidad
humana de sumo interés_ y siempre expuesta ~ los más grayes e
imprevisibles cambios» (2). Y es que las guerras tienen unas causas
profundas, reflejan un estado de cosas, simbolizan una actitud hu­
mana. El concepto de las mismas
es hoy ciertamente difícil. Y no tie,
ne
una

significación unívoca, clara e inequívoca.
Esta problematicidad del concepto hace necesaria una reflexión
teológica esclarecedora. Un estudio profundo, que utilizara las con­
vergencias de las diferentes ciencias
h~anas, es

posible e indispen­
sable. ¿Nos atreveríamos a decir que este estudio se ha realizado ya? La guerra se convierte cada vez más
en una

locura;
y, sin embargo
los hombres se dejan seducir por eIIa constantemente. ¿Por qué en
ciertos casos Jefes de Estado y pueblos se hacen sordos a las voces
de la moderación, pierden hasta la facultad de imaginar los peligros
(2) Pablo VI: Discurso con motivo de su aniversario del viaie a la
ONU, en «Ecclesia» (1966), pág. 2341.
42
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
y los sufrimientos humanos? Tal es el mayor problema de la pole­
mología (3).
Es el

problema
de las causas de la guerra. «¿Pourquoi la guerre ?»
pregunta Jean Jolif (4). ¿Dónde están las causas? ¿Excitación agre­
siva explicada actualmente por una expansión demográfica desequi­
librada? ¿Rivalidades económicas e imperialistas, como opina el
marxismo?
El hecho de proponer una teología de la guerra sobre el mundo,
en el contenido
de la ley evangélica del amor, no deja de ser una
paradoja. si no se tiene en cuenta la existencia colectiva del PECADO.
Las guerras comienzan en el espíritu de los hombres. Los Papas con­
temporáneos han insistido frecuentemente en esta causalidad psíqui­
ca, en la que el pecado
-y por consiguiente la libertad- está pre­
sente por debajo de los desequilibrios psicoafectivos del hombre.
Creemos, por tanto, que una teología de la guerra, como tal, ha de
ser pensada, desde este ángulo del pecado.
Una afirmación fundamental.
Hay que rechazar, de antemano y de plano, toda solución sim­
plista del problema pacifista y belicista, como inadecuada. La com­
plejidad del problema de la convivencia humana, la debilidad e inco-
(3) Con este nombre se designa la. ciencia de la guerra en general: el
estudio de sus formas, causas, efectos y funciones como fenómeno social,
para distinguirla de la ciencia de la
guer.re0 tal como se enseña ·en las escuelas
militares y en los estados mayores. Cfr. Larousse mensuel, 401 (1946),
pá.g. 11.
(4)

Jolif,
J. Y.: Pourquai la guerre?, en «Lumiere et vie», 38 (1958),
pág.
21: «Oú sont les causes? Les structu.res objectives ne suffisent
jamais
tout a fait a expliquer le phénomene de la guerre, elles ne sont des raisons
valables qu'au prix d'un surcroit de sens que l'homme y projette. II faut
done que la guerre vienne de l'homme. Mais de quelle profondeur obscure
en lui, s'il est vrai qu'on ne sau.rait
y voir le mouvement de la liberté qui
s' affirme
et qui se posse? On ne peut repondre a cette question sans évoé¡uer
les

structures irrationnelles et les abimes les plus obscurs de l'homme. La gue­
rre, en définitive, échappe
a toute comprénhension parce que l'impulsion qui
porte
l'homme vers

elle vient de la
. rfgíon pleine

d' ombre qui se laisse dis­
cerner,
mais non

élucider par la
coOscience.»
43
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUf herencia del mismo hombre, nos obligarán a proceder en este te­
rreno, con toda objetividad. Es preciso superar un análisis sentimen­
tal o de puro dramatismo popular.
Los filósofos, los juristas, los políticos y los teólogos han sabido
justificar la guerra. El juego cierto de las· fuerzas irracionales en el
subconsciente humano. no es una razón para que la inteligencia no
trate de ver claro en la causalidad de la guerra.
Tratemos de abrirnos camino.
2. LA RESPUESTA DE LA TEOLOGIA
Precisiones.
Esta reflexión acerca de la teología de la guerra no se propone
ofrecer un tratado completo sobre esta realidad humana, sino que
trata de- estudiar la cuestión -una cuestión que se está planteando
sin cesar y que hoy resulta insoslayable- acerca del punto de partida de lo que son las guerras y de
la orientación de la respuesta teoló­
gica de
la fe: las guerras son consecuencia del pecado.
Por lo tanto, toda esta realidad de la guerra, que toma hoy nue­
vo cuerpo, desde la violencia a la no violencia, pasando por la ob­
jeción de· conciencia, cabe planteársela a un triple nivel, que llama­
ríamos: nivel teórico, nivel teórico-práctico y nivel práctico.
Nivel teórico.
Este prirrier nivel, el teórico, trataría de desarrollar una «visión
teológica» de la realidad de las guerras: qué son, qué papel ocupan,
cómo se interiluminan con otras realidades. Podríamos llamarle el
aspecto dogmático de la guerra.
Nivel teórico-práctico.
El segundo nivel, el teórico-práctico, intentaría definir qué acti­
tudes morales corresponden al hombre, que ha hecho suya esta vi-
44
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
sión; qué principios de acción y qué posturas comporta en concreto.
Intentaría ver si
ha habido un cambio de acento eo la apreciación
de lo que es la guerra. Sería el aspecto moral.
Nivel práctico.
El tercer nivel, el práctico, buscaría llevar al hombre concreto
frente a esta realidad de la guerra: le hablaría de cómo mover a
buscar la
paz, cuáles ser!ao los

primeros pasos,
qué dificultades y
soluciones se encontrarían. Sería el aspecto pastoral.
Estado actoal de estos niveles.
El
tercer nivel ha sido en los últimos tiempos ampliamente des­
arrollado en otros campos de la teología. Prácticamente, la pastoral de los movimientos cristianos está muy inspirada en este aspecto.
También el primer nivel se ha desarrollado algo, primero quizá
como una iniciación compañera de viaje del nuevo estilo de acción;
en una serie de trabajos pioneros de este estilo «adivinado» de las
cosas (5): teología del mundo, teología de las realidades terrenas,
teología política, etc.
Ha sido el segundo nivel, el moral, el que apenas si se ha tó­
cado. De hecho, la Teología Moral ha ido eo retraso con respecto a
otras ciencias teológicas .en
la revisión de sus principios y conclusio­
nes ( 6). Por
lo que se refiere a este tema de la guerra, el proceso
de renovación en que vive la humanidad exige ahora un diílogo con
el pensamiento filosófico moderno, con las ciencias jurídicas y so­
ciales, con la experiencia humana contemporánea
y con el· conoci­
miento
que el hombre tiene de sí ntismo en el mundo de hoy.
(5) Cfr. a modo de ejemplo, Ranher, K.: El cristianismo y_ el hombre
nuevo,
en «Escritos de Teología», tomo V, pág. 157. Edit. Tau.rus, Madrid,
1964,
562
págs.
(6)

Curran, Ch.:
¿Principios absolutos en Teología Moral?, colee. Teo­
logía
y Mundo actual, núm. 24. Edit. Sal Terrae, Santander, 1970, 316 págs.
45
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUl! II. FUNDAMENTO TEOLOGICO DE LAS GUERRAS
Para tener una visión teológica de esta realidad humana de la
guerra, que constituye el más espectacular
y dilatado capítulo de la
vida del hombre sobre la tierra, habría que trazar primeramente las
líneas fundaruentales de la teología del pecado. Porque, si las
gue­
rras

son
un. hecho

humano, que plantea problemas de moral, antes
hay que buscar su raíz
en otra

realidad : el dominío del pecado en el
mundo. La guerra permanecerá
sobre la

tierra en la medida en que los
hombres sigan siendo pecadores ; y continuará ensangrentando a la
humanidad «hasta el retorno de Cristo»
segón la

fuerte expresión
que emplean en este punto los Padres del Concilio VATICANO II (7). Este es, en definitiva, el fundaruento teológico de las guerras,
que a continuación exponemos en sus diferentes aspectos.
l. EL PECADO DEL HOMBRE
Reinado del pecado.
El pecado inaugura su reinado en el mundo desde el principio.
Los primeros capítulos del Génesis constituyen la primera página de
este reinado. < Biblia son los símbolos de toda la vida humana : la desobediencia
(Adán), el fratricidio (Caín), la supervivencia (Noé), la escisión
en la realización de las grandes obras (Babel). Todas ellas cobran
en nuestros días dimensiones gigantescas. El mensaje de estas narra­
ciones bíblicas es que la raíz de las
achlales catástrofes

está en nues­
tros pecados,
y por tanto, el verdadero remedio consiste en redimir­
nos del pecado, del odio, y de la desconfianza» (8). La ininterrum-
(7) Concilio Vaticano II: Coristitnciones, Decretos, Declaraciones, Const.
«Gaudium et Spes», núm. 78. B. A. C., Madrid, 1965, 876 págs.
(8) Nuevo \Catecismo para adultos: Versión íntegra de/ Catecismo Ho­
landés,
pág. 408. Edit. Herder, Barcelona, 1969, XXII, 512 págs.
46
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
pida cadena de pecados que han seguido a través de las generaciones
sucesivas de hombres en
~l tiempo y coexistentes en el espacio ha
consolidado ese reinado. Porque el pecado no ha cesado de proliferar, de crecer en extensión
y profundidad.
La familia humana se ve afligida, a partir de ese momento, por
una serie de desgracias individuales
y colectivas, quedando siempre
sorprendida por su amplitud
y determinismo ciego. El eco de ese
Sufrimiento resonará

por todas partes: guerras, hambre, injusticias ...
La ineludible fatalidad con que irrumpen en el mundo como tumores
cancerosos, por un lado, y la incapacidad egoísta de los hombres
para amarse mutuamente, por otro, muestran la verdad de la frase
de San Pablo: «El mundo entero es culpable ante Dios» (Rom. 3,
19). Sin este enfoque teológico del mundo, la visión atormentadora
del mismo resultaría superficial e inexacta.
Ruptura con Dios y con los_ hombres-.
A partir del primer pecado, rompe el hombre con Dios, atentan­
do contra todos los derechos que
el Creador tiene sobre él; y rompe
cons·ecuentemente con sus hermanos los hombres, con los cuales ha
de vivir en comunidad, siendo en cierto sentido verdadera la frase
del filósofo Hobbes : «El hombre es un lobo para otro hombre».
De ahí que toda la actividad humana quedará desorientada
y
desquiciada desde entonces. El pecado será el que fomente el egoís­
mo entre los hombres, siendo la fuente de la tiranía y de la ambición.
«Subvertida la jerarquía de valores -'---dice el Concilio V A TI CANO
11-, y mezclado el bien con el mal, no miran ya los hombres más
que a lo suyo, olvidando lo ajeno>> (9). ¿Qué motivos han determina­
do esta situación? ¿Quién nos mantiene en este desequilibrio?
Es el misterio del pecado, que va desbordando el mundo. «Per­
juran, mienten, asesinan ... Por eso está en luto
el país» (Os. 4, 2-3).
Es el hombre, no sólo como persona individual, sino_ también y sobre
todo como sujeto de una multiplicidad de relaciones interpersonales,
(9) Concilio Vaticano II: Op. dt., niim, 37,
47
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUf el que ha preferido la rebeldía a la summon, el egoísmo al amor.
El mal no puede venir de Dios, que cuando creó todas las cosas
< que

todo cuanto habla hecho estaba muy bieo» ( Gen.
1, 31) ; sino
que es obra de los hombres, abusando de
$U libertad desde el prin­
cipio. «Es el pecado -indica también el Concilio V A TI CANO ll­
e! que ha rebajado al hombte, impidiéndole lograr su propia pleni­
tud» (
1 O). Por eso caminamos ante una profunda desarticulación
universal, fruto trágico de la perversión que ha acumulado día . a
día una humanidad rebelde y desorientada.
Responsabilidad común.
La

culpa inicial de los hombres no es solamente
la que carga
con la responsabilidad de esta situación pecadora, de la que la hu­
manidad se siente esclavizada. Es toda la historia del pecado. Es
el
pecado del mundo. Sin duda, el pecado colectivo de las diversas épo­
cas históricas y culturales, e igualmente los pecados de los individuos
han podido ser muy diferentes unos de otros. Pero todos han tenido
en común el estar contra el amor : contra _el amor a Dios y contra el
amor al prójimo. La humanidad se ha constituido libremente en un
mundo cerrado, en el que las co!lciencias son hostiles unas a otras ;
un mundo del que el amor está ausente. Y un mundo sin amor e
impotente para amar es un mundo del que la Gracia
y la paz, como
fruto de la misma, están también ausentes (11). Este es el producto de la obra destructora del pecado.
Estas líneas fundamentales del pecado nos hacen conscientes del
carácter profundo del mismo. Porque las guerras pasadas,
y todas las
calamidades presentes y futuras, no han sido ni serán simplemente
por motivos políticos, económicos, raciales, territoriales o simplemen-'
te ideológicos. Estos, algunos al menos, existen siempre como moti­
vo de fricción y chispa de hoguera; pero han sido sólo ocasión y
circunstancia. Su raíz, como hemos visto, es más profunda.
(10) Concilio Vaticano II: Op. dt.1 núm. 13.
(11) Cfr. Baumgartner,
C.: El Pecado Original, Colee. El misterio cris­
tiano.
Edit. Herder, Barcelona, 1971, 238 págs.
48
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERJ{A
2. EL DESIGNIO. DE DIO.S EN LAS GUERRAS
Providencia de Dios y Gohierno del mundo.
El hombre y el mundo no son autárquicos. La Providencia y el
Gobierno de Dios sobre el mundo es algo inevitable (12). Precisa­
mente porque el mundo es criatura de Dios, toda esa enorme tragedia
de la humanidad ( desequilibrio social, guerras, hambre, etc.) hay
que valorarla no por el .mfo dato inmediato y aparente, sino qu·e hay
que medirla en el plano teológico; único en el que enruentran expli­
cación exacta todos los hechos de los hombres y de las naciones, pues­
to que Dios castiga y premia, purifica y prueba a éstas y aquéllos, en
orden al cumplimiento de sus planes sobre el mundo.
La tesis providencialista de la Historia fue sabiamente formulada
en aquella expresión ya célebre, «la humanidad camina, pero Dios
la conduce»; y en este sentido dice la Sagrada Escritura: «El cora­
zón del hombre medita su camino; pero es Dios quien asegura sus
pasos» (Prov. 16, 9). Por eso instintivamente dijeron siempre los
pueblos: «la guerra es el azote de Dios», ya que la mayor parte de
las calamidades públicas son en la providencia de Dios una justa
«soldada» del

pecado (Rom. 6, 23).
Y esto que fue ley universal en la historia pasada, es igualmente
providencia para
la humanidad futura, según la visión profética de
San Juan ( Apoc. 6, 4-8). En él describe el apóstol el pecado futuro
del mundo, no en un estado determinado de la historia del mismo,
sino teniendo en cuenta todas sus oscilaciones y balances de culpa,
y personificado todo ello en un grandioso drama profético: los tres
caballos y tres jinetes, a quienes «fuéles dado poder para matar con
1~ espada y con el hambre y con la peste», a causa del pecado de
los hombres.
(12) Cfr. Tuya, M. de: Visión teológica de la actualidad' mundial, Edi­
torial Estudium, Madrid,
1952, 249 págs.
• 49
Fundaci\363n Speiro

RJCARDO MUNOi JiJAREi
Las guerras en la Sa'graíla Eséritura~
Es sorprendente constatar. que, a todo Jo largo de la lliblia, la
guerra aparece como un hecho
humano ligado
al pecado del mundo,
y cuya el4ninación histórica nada permite prever. Antes incluso de
que comience la edad de las naciones, la tierra está ya llena de .vio­
lencias (Gen, 6, 11), Convertida en un.choque
cada vez más

formi­
dable de las masas humanas, la guerra será uno de los episodios
pre,
cursores

del
fin de los tiempos (Mat, 24, 6-7; A pos, 20, 8),
En vano los imperios, en Los per{Q90s · de gran. civilizáción, fir­
maban tratados de paz perpetua, La evolución de los hechos no. tar­
daba en romper aquellos frágiles contratos (13 ). La predicación de
los profetas consistirá en gran parte en denunciar el pecado de
_las
naciones y de Israel, como origen de todas las catástrofes que afligen
a los pueblos, Si Nabucodono_sor impone su yugo a Israel y a las
naciones, es en perspectiva de este 4esignio de Dios, como efecto de·
su ira contra pueblos culpables (Jer, 25, 15), Si tal o cual nación
pagana
tonoce fa ruina, es en virtud de un plan establecido y para
que se manifieste el juicio divino (Jer, 49, 20; 50, 45),
Dios suscita las guerr.i;s -las" permite, diríamOs mejor-con un_
sentido religioso, superior a la finalidad de establecer a Israel en la
tierra prometida: el de ,convertir al Pueblo escogido, el de castigarle
cuando ha pecado, La historia de_ Israel,
enéuadrada en

este marco
del designio de Dios~ implicará una experiencia, unas veces exalta.,
dora y otr~ · crue~, de fas· guerras; r~elándose ést-as como. úna· rea~'
_lida-d permanente de este mundo, como· un mal endémico en fa tierrá..
Es por ello por lo que, al comenzar cada año, los reyes «se po­
nían en campaña»
(2 8am, 11, 1), trasponiendo al dominio religioso
los resultados de -· su experiencia ·social e i~trocfocieñdo las. , guerras
humanas en su representación del mundo divino, Fácilmente imagi­
naban en el tiempo primordial una guerra de los dioses, de
la que
(13) León-Dtifour, x:: Vocábulario de Teologia BibliCa, art. Guerra,
págs. 325-329, Edit, Herder, Barcelona, 1967, ,871 págs;
50
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
todas las guerras de los hombres eran como. prolon~(>n .. e irpitacio­
nes

terrestres.
De
ah! que,

como resultado del odio fratricidá entre
los. ho!rtbres
(Gén.

4),
las guerras
están ligadas
.al destino de una raza pecadora.
Azote. -de Dios, no. desaparecerán de aquí abajo, sino únicamente,.
cuándo haya desaparecido también el .pecado· (Sal. 46, 10; Ez. 39;
9 s.). Por eso todas las promesas escatológicas de fos profetas aca­
barán
con una maravillosa visiórf de paz universal (Is. 2, 4; 11,
69).
El

Evangelio. es en esta materia un actd de
· la confianza d).vina
hecha

al hombre
y a sns milenal:ios futuros. Cristo hace alusión a
las guerras; .El es

nuestra
paz (Efes: 2,

14), pero lo es en medio de
nn mundo que no ha querido reconocerle (Jn. r,
11). Y

esta es
fa
causa de que un mundo de guerra envuelva a la humanidad (Mt; 24,
6), porqúe se ha
alejado de ·Dios (14). La revisión ¡,ot tanto de
las prácticas

de la
guerra podrá

dibujarse a partir de la
tnanera comb
cada

individuo
viva lo que el Hijó de Dios le h~ ensefiado a vivir.
CRISTO dará a
·entender que el

resultado de
la paz no logrará afir­
marse más que

en la
proporción· en que la" masa

humana haya: 'con­
sentido de

verdad en el Reino
de--Dios y ·en sü verdadera justicia.~
luch3.ndo
contra - la guerra y los terrible~· azotes que·

trae
consigo~
pero

esta lucha
debe ser paralela

a
la lucha
contra
el pecado (Mt.
19, 15-20; St.
4, l}. La

no desaparición de la guerra
y de sús ame­
nazas atestigua· el catácter-foda:vía parcial- e 'imperfecto de la coilvef­
sión humana. Es este uno de los síntoinás del ·desarrollo del «hombre
de pecado», que el miSterio de salvación nó impide· que sigá e.te.tien­
do, y que no· será externiiriado verdaderaménte más que· en el últiino
dia.

Por eso
téida la Historia, entre la. Ascensión y la Parusfa ó vuelta
de

Cristo se describe como la cadena de batallas de una
guer-r11r.que
no.es tanto fisica como metafisica {Ap~c 2, 16; 9, 16 s.; )1, 7; 16,
14); y en la última luoha, dos grandes poderes se aprestan e le ba,
talla «por el

gtan
Día del

Dios Omnipotente>>
(Í5}.
(14) Allmen, J. J. van: Vocabult,1rio Bíblico-, art. ·Gu~rra (H. Michaud);
págs-. 131-134: Edit. Marova. Madrid, 1968; 366 págs.
(15)" Haag, H.:· Diccionario de la Biblia, art. ·Guerra, col. 786- 787. -Edi~
toríal Herder, Barcelona, 1964, XVI, 1080 págs.
)1
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUfWZ JUAREZ
Actitud de los primeros cristianos.
Se ha pretendido condenar la licitud de la guerra en base a fra­
ses bíblicas o evangélicas y a la postura asumida por el cristiano de
los primeros siglos de nuestra Era ( 16) . Se alega el «no matarás»
del Decálogo, con olvido de que ese precepto debe ser interpretado,
como indica el P.
CS:ongar, «en el

sentido en que el conjunto de la
Escritura muestra que Dios lo dio.
El mismo libro que lo menciona
relata también que Israel guerreó e, incluso, por mandato de Dios
o, de acuerdo con las costumbres de aquel tiempo, exterminó a los
prisioneros o a las poblaciones. Por tanto matar se refiere a un ase­
sinato
y no a la acción guerrera invocando ese texto» ( 1 7).
La realidad es que del Evangelio tampoco puede desprenderse el
anatema de la guerra
y de la profesión militar, pues, según razona
el P. de Sorás,
«el Evangelio que nos ilumina sobre los fines a pro­
seguir a través de la existencia
y de la historia, lo hace también bajo
la condición real,
de la que nos es preciso partir .. . El Evangelio que
me dice si se te pega en
la mejilla izquierda, pon la derecha, no me
dice si ves a tu prójimo injustamente golpeado en la mejilla derecha
deja además que
se le golpee en la izquierda ... El ejercido de la
caridad, aquí abajo, no se identifica pura y simplemente con la no
violencia>> (18). El propio Evangelio nos muestra a Cristo encomian­
do al centurión por su fe para ponerle de modelo, sin presentar el
menor reproche a su cualidad de militar.
El cristianismo primitivo tuvo una actitud poderosamente origi­
nal. El sentido cristiano de repudiar la violencia se afirmaba en la
exigencia de renunciar al estado militar. Pero esto no fue nunca una
( 16) Fontaine, A.: Los r:ristianos y el servido militar en la antigüedad,
en «Concilium», julio-agosto 1965, págs. 118-131. .Se recogen las investiga­
ciones
de historiadores, -exégetas, patrólogos y teológos en orden cronológico.
(17) Congar, Y. y Folliet, J.: El Eiérr:ito, la Patria_ y la concienr:ia, pá­
gina 69. Edit. Nova Terra, Barcelona, 1966, 156 págs. Crf. también el ar­
tículo de
Jesús González Malvar, en «Incunable», 262-63 (1971), págs. 7-9,
bajo el título
La ohier:ión de conr:ienr:ía.
(18) Citado por Leandro García Rubio, ¿Superación del problema de
la obieci6n de conr:ienr:ia?, en «Revista Española de Derecho Militar», 6
(1958), pág. 44.
52
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
práctica general, y hubo muy pronto colectividades humanas ganadas
a la fe
cristiana, las
cuales no estaban en situacióri de poder conver­
tirse a
la eliminación de la violencia guerrera (19). La perm~nencia,
dentro

del cristianismo, de la aportación de la Sagrada Escritura,
la
visión religiosa de las peripecias guerreras por las que pasa la histo­
ria del Pueblo de Dios, que
allí aparece enseñada, permitían la aco­
modación de los casos que se presentaban.
La influencia ejercida de
este modo por el Antiguo Testamento sobre la teología· cristiana de
la guerra, y más aún -sobre la pastoral, fue muy considerable.
La corriente pacifista contraria al servicio de las
armas fue
moti­
vada, en gran parte, por el peligro de los actos idolátricos que la per­ tenencia a las legiones
llevaba cdÍJ.sigo implícita y, también, por un
sentimiento pacifista; pero, como esclarece
el P. Cangar, nunca re~
presentó un hecho general, al haber siempre cristianos en el Ejér­
cito (20).
Esta posición pacifista resultaba, en _cierto modo, paradójica y no
podía subsistir largo tiempo, ya que según indica un sociólogo con­ temporáneo (21), «las legiones no eran defensoras de un orden na­
cional, sino universal. De hecho, la ley, la cultura, el orden
y, des­
pues. incluso

el catolicismo, sólo
existían en

el Imperio Romano,
y
fuera de él todo era caos, barbarie y paganismo. Por eso allí .!iÍ era
cierto el «si vis pacem, para bellum». Porque para el soldado roma­
no el dilema era rotundo : o defender con las armas el Imperio, el
Derecho y la Civilización, o dejar que estos valores se hundiesen en
el caos». Idea que concu_erda con las quejas de Celso, en el siglo
11,
al tachar de malos ciudadanos a los cristianos, a causa de su negativa
a enrolarse en la milicia, dado que «si todos los hombres hicieran lo
mismo, el César quedaría completamente solo
y abandonado, y el Im­
perio caería en manos de los bárbaros» (22).
(19) Bover, J. M.: Los soldados, primicias de la gentilidad cristiana,
en «Razón y Fe», 113 (1938), págs. 62-88.
(20) Congar, Y. y Folliet,
J.: Op. cit., pág. 70.
(21) Busquets,
J.: Etica y Derecho de Guerra, en «Revista Española de
Derecho Militar», 21 (1966), pág. 82.
(22) Contra Celsum, VIII, 68-69, citado por Gon:zalo Muñiz Vega, en
su
artículo La objeción de conciencia, en «Verbo», 101-102 (1972), pág. 1,4.
53
Fundaci\363n Speiro

RICARJ>O MUF/OZ JUARBZ
La Iglesia se encontró muy pronto en la. obligación de avenirse
con el poder civil 'constituido y,.-sigttle~do .el ca111ino más realista,
trazado por San Pablo desde sus orígenes, empieza a élaborar una
doctrina de compromiso. El
P. Congar
nos explica
cristianos
primitivos, durante la primera época, bajo
el régimen de las perse­
cuciones, Vivían-· la vocación cristiana, en gran medida; en . tOda Su
plenitud,
-al igual .que los monjes contemporáneos. Poco· nuinerosos,
miraban.· a · la comunidad eclesial ·como el sitio de . tránsito' desde la
Pascua a
la Ciudad eterna que anticipaban. «Observaban -dice-con
respecto
, al
Estado
una actitud de

obediencia leal en
las' cosas
tem­
porales, pero no 'CTéfari tener -que ·asumir, come cristianos; una bús­
queda del bien temporal o terrestre de los hombres.: Las cosas cam­
biaron; évidentemente, en la -situación-de una sociedad ampliamente
· cri~iiana, donde ·1os cristianos oCUpa!l los ·más altÓs catgos' civiles.
La Iglesi_a se vio, entonces, obligada a hacer una experiencia' qué no
hábla hecho,

ni siquiera imaginado, durante la época de
los Apósto­
les
y de l~s mártir.;;, Tu!~ que desarrollar nuevos aspéctos d~ la
ética cristiana en materia temporal»
(23). ·
·
El card¿al Daniélou

parece
abund.,: en

idéntico pensamiento.
Du­
ran~e
su intervenci6n en, el Cong!~so _de _la sección naciorÍal gala ·del
movimiento «Pax' Christi», decía en

1955:
«~os ·hemos en,ontra _tres

situaciones:'
la del Antiguo restamento, donde la sociedad .;.
teocrática y
la vida r~li,gios~ es no,;mal. La .. de .los .primeros si,glos
cristianos,
que ~o.s-muest_rin a· Ulla ·~inoría __ de ·cristiafl~ .ocupándose
en la
o~ación y ~-ª _la misión, ~ un lmpetio, _pagano que ~e gura la
paz
teinporaLLa
1e los siglos de la Cristiandad, donde los. cristianos
deben
asumir
las responsabilidades de la ciudad terrestr0cy • hallan. en
la
Ley de Dios un freno
.al dese_nvol:'imienlo de la violencia» (24).
Pronto se abandona la posición irenista, que va desapareciendo desde
el momento en el cual el cristiano
a.fronta 1~ responsabilidades

de la
ciudad. temporal
donde se

inserta, y se comienzan
a sen.lar las pri-
(23) Congar, Y. y Folliet, J.: Op. cit. págs: 70-71.
(24) Or. Rubio Garda1 L:: Op. cit., en «Revista Espafiola de Deiecho
Militar», 6 (1958), pág. 42. · -·
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
meras doctrinas sobre · 1a guerra, fundadas -en la ideología del Cris­
tianismo (25).
Sin embargo, con la Teología aparecía algo nuevo en los horizon­
tes del alma religiosa: el problema de un derecho del hombre a hacer
1a guerra. Es decir, la conciencia de ciertos deberes, cuya observancia
se presentaba como deseable entre los pueblos. ¿En qué medida-podía
pensarse que las decisiones de tales deseos eran legítimas? (26). Porque el Evangelio alimenta una estima absoluta de la paz, crea
el ambiente en el que los teólogos, bajo la mayor seguridad, elabo­
rarán una teología de la guerra. En esta teología, el rasgo caracte­
rístico de la Cristiandad será la persecución de la paz, la «tranquil­
litas ordinis». Hay que tener
_en cuenta

que San Agustín, elaborador
de ésta teología de la guerra
justa, es ,un ciudadano romano; y el
orden, que constituye
fa sustancia de: la paz, significa para él la pro­
longación terrestre del misterioº crístfano.
La posición frenista; no obstante, permanece· soterrada y latente
en ciertos sectores heréticos y resurgir~' -a través de diversos _ movi­
mientos heterodoxas~ Primer~erite el montanismo,· a donde . ~C:: ads­
cribió al fin Tertuliano. Posteriormente los valdenses, albigenses, lo­
laidos, husitas
y «reformadores de -Oxford» _ sostendrán concepciones
pacifistas. Aunque Lutero
y Calvino son adictos a la doctrina tradi­
cional sobre· la guérra, numerosas éorrientes protestantes incluirán
entre · sus tésis esenciales el pacifismo radkal :· anabaptistas, .meno­
nistas, antitrinitarios, hermanos moravos, socinianos. (27). Moder­
namente destacan los cuáqueros que desempeñan el papel de eslabón
entre los movimientos de la Era de la Reforrna y los contemporá­
·neos. Durante la
guerra de Ihdependenda de

los Estados Unidos
· permanecieron neutrales, efi virtud del «Holy. experiment>>, y su pos­
-tura

fue de
suma -importancia pára -

que
pert'ivieran la objeción de
conciencia
y los escrúpulos morales frente a la legitimidad del ser-
(25) Cf_r .. 'Gonzafo Muñiz -.Vega: Op, __ cit., _págs.,-132 a·136.
(26). Duharle, D.: La sa/vagN,arda de la paz y la cQnstrucción le la comu­
nidad nacional, en «La Iglesia et'!, el· mun~o de hoy», ~mo II, pág. 710. Edi­
-torial Taurus, Madrid,

1970,
790 . págs.
· -,(27) Gatcfa Aria~;.L.;, SerPitio- militar-y obieción de conciencia, en «Re­
vista Española en Derecho Militar», 22_ (1;9(?6')., págs, 53~:,4·.
Fundaci\363n Speiro

RICARDO.MUl vicio militar (28). El siglo xx ve nacer y desarrollarse el «Movi­
miento por la paz», integrado principalmente por cuáqueros
y bap­
tistas, junto a unitaristas, metodistas, congregacionistas y presbite­
rianos en Norteamérica; en Rusia pór los dukhobors, quienes con
los molocanos repudian el servicio militar. En la actualidad se opo­
nen de una manera destacada los Testigos de Jehová (29).
El concepto de la guerra en los Santos Padres_
En el período patrístico es cuando comienzan a constituirse los
primeros eslabones de una teología cristiana de la guerra. San Am­
brosio, prefectó del Pretorio antes de ocupar el obispado de Milán,
será el precursor de la
teoría sobre la guerra justa. San Agustín com­
pletará la tarea de aquél
y escribirá al general del Imperio, Bonifacio:
«La
paz debe ser objeto de su deseo. La guerra debe ser emprendida
sólo como una necesidad y de tal manera que Dios, por medio de ella,
libre a los hombres de esa necesidad y les guarde en paz. Pues no
debe buscarse
la paz para alimentar la guerra, sino que la guerra debe
llevarse a cabo para obtener la paz» (30). Pensamiento este último
que se m~tendrá constante en los tratadistas católicos~
S61~ a los monjes y sacerdotes se les eximía del servicio de las
atmas por

San Ambrosio
y San Agustín, quien escribiera al men­
cionado general_: Rezarán por ti contra tus invisibles enemigos ; de­
bes luchar, en lugar de ellos, contra los bárbaros, sus enemigos vi­
sibles». Los demás cristianos no encontrarán ninguna incompatibilidad
u obstáculo moral entre sus creencias y el servicio i:le las armas.
San Agustín, perfectamente consciente de la contradicci6n entre el
Antiguo
y el Nuevo Testamento, desarrolla una teodicea que justifica
(28) Bainton, H. R.: Actitudes crfrtianas ante la guerra y la paz, pá­
ginas 172-175, Madrid, 1963, citado por Gonzalo Muñiz Vega, en su ar­
tJculo
La ohieci6n de conciéncia, en «Verbo», 101-102 (1972), pág. 154.
(29) Gonzalo Muñiz
Vega: Op. cit., págs. 153-154.
(30) Briere, R. de la: La concepción de la paix et de la guerre "chez
S. Agustin, en «Revue de Droít In~ernátional et de legislation comparée»,
tercera serie, XIV (1933), pág. 634.
56
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
la guerra ·en la medida en que puede ser expresión de la voluntad
divina (31). Al mismo tiempo que se establecían institutos y nor­
mas humanizadoras de la guerra -tregua de Dios, derecho de asilo,
Orden de la Merced, Ordenes de Caballería, prohibición de la
des­
lealtad, traición, saqueo, uso de ciertas armas-, va perfeccionándose
por San Isidoro, el Decreto de Graciano, San Juan de Legnano y
San Raymundo
de Peñafort la tesis acerca de la guerra justa (32).
Elaboración de esta teología.
El flujo ideológico que mana, definitivamente, de la doctrina de
San Ambrosio
y San Agustín, será perfilado por Santo Tomás en 1.a
«Summa Theologica» {33), donde. encontramos una articulación
so­
bria y sintética, que proporcionará durante mucho tiempo sus bases
a las consideraciones más desarrolladas de los te6logos católicos,
exigiendo tres requisitos para la guerra justa: autoridad del Príncipe,
causa justa e intención recta.
La Teología concebirá desde el primer momeoto la guerra como
aparición y consecuenáa e.x¼;tencial del pecado : algo que en nuestro
orden concreto de salvación no debería existir,
y cuya progresiva eli­
minación debe ser la tarea constante y nunca plenamente acabada
del cristiano. Pero, por otro lado, ve que la guerra es una realidad
imposible de eliminar., precisamente en este orden concreto del pe­
cado
y de la gracia. Por lo que no será siempre posible evitar el re­
curso a ella.
Un análisis más detenido eo este tra:bajo, del que nos ocupamos
más adelante, nos llevará a
la conclusión de que la utilización de la
guerra deberá tender a la eliminación progresiva de la misma, aunque
sepamos que ello no es plenamente
alcinzable en la tierra. Porque
por encima de la guerra. está la paz, a la que aspira el Siervo de
(31) Contra Faustum, 22, n, en PL 42, 448; y Qaestiones in Heptateu­
chum 6, 10, en PL 34, 781.
(32) Gonzalo Muñiz Vega: Op. cit. págs. 136 y 137.
(33) Santo
Tomás: Summa Theológica, Secunda secundae, q. 40, a. l.,
pág. 284. B. A. C., Madrid, 1960, XXVIII, 1230 págs.
,57
Fundaci\363n Speiro

RJCARDO MUfWZ JUAREZ
Yhavé. ·Paz que la humanidad ·ha perdido en el Paraíso y que vol­
verá a encontrar en· 10s tiempos mesiánicos, despllés del gran· caos es­
catológico. Si fa guérra, en su ~bsurdo, puede tener algún sebtido,
es en el único y riguroso servido de la paz. Y sólo' en fondón de
la
paz podrá el teólogo aprobar · ciertas manifestaciones de guerra.
TEOLOGIA DE LA GUERRA será

entonces la
-ciencia teológica
normativa

que
trate di; la regulación moral de la· utilización de la
guerra, así como del puesto de la guerra en la estructura socia] de
hoy. Será aquella ciencia normativa que, a partir de la Reyefaaón,
se cuestione ante todo si la guer;a tiene algún pap~fque jugar en
el or~en -concreto de la cr~CÍÓ[l y salvación en ~a~~o a su utiliz?,ción.
'Y, eri caso afirmativo, se __ pregunte ·de q1:1é· modo, _con qué eSpíritu y
en qué medida debe ser regulado eJ t¡SO de Ja guerra, de .. modo que
sera . concordable

con
· la marcha_ hacia Ja

plena configuración de
. los
hombres

en Cristo,_ y
con la. construcción

del Reino
. de. Dios en la
Paz de Cristo.
De esta forma podremos distinguir desde._ el
prim,er momento,
con

toda la precisión posible,. entre
aquell\> que

constituye
.la última
meta del «ethos»
cris,tiano (la

configuración de los hombres en
Cristo y la
construcdón del.Reino de Dios), y el problemático papel
que la guerra
· puede . jugar

directa
. o

indirectamente
en ello;
habida
, cu~ta cle _sus carÍltterísticas esenciales en este or4en concreto -de
creación
y saly~ción del hombre.
Según
esto, cl.escendamos ahora .a .un, nivel .algo m~ _concreto. ·co­
nozcamos las diferentes esferas de esta actividad humana; que e, la
,guerra, con una mayor explicita.ció.n.' y (!llo-·nos e llevará"_ a ·la eütraña
de esta· teología.
III. . LA GUERRA ANTE LA 'Í'EOLOG-IA MORAL .
Ef siglo . xx co~íempla la. 'revisión, so~etiénd9la a . nuevo e,¡tudio
y crítica de la teoría dásica acerD-de la guerra j;,,ta, Las· postreras
.conflagraciones mundiales, con: .sus horrorosos sactificios de vk:timas
y bienes de toda espécier apoca:líptícas consecué.ríd,;,,, obligan -afca-
58
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA'GUERJ/A
tólico a replantearse la posibilidad de que 'las guerras modernas re­
únan los requisitos en
la parct,la de la legitimidad.
La problemática se enfoca hoyi principalmente, sobre la cuestión
de la guerra at~mica · y termonuelear en una contienda. -gen.eralizada
entre naciones. «La Iglesia -decía Pío XII en 1956-detesta la
guerra y sus horrores; especialmente ahora en que los medios. bélicos
destructivos de todos los bienes
y de toda civilización .amenazan a la
temerosa humanidad» (34). De aquí que en los últimos años se
hayan recrudecido todos )os movimientos .pacifistas
y antimilitaristas.
¿Ha alterado la Iglesia la
inequíwca doctrina

anterior sobre.
fa gu~­
rra? Veamos en est_e _ capítulo ·tercero cuál. illl,. Sido la ~oiuciQ~- .de la
doctrina moral, sobre. todo en la doctrina "del Concilio V:A U CA­
NO II, ya que se han
proc!11cido diversas t~ntativas de presentar,
abierta o solapadamente, la doctrin·a: conciliar como deéogadofa p,
al menos, modificadora de la tradición católica (35). · · ·· ·
l. DEFINICION DE LA GUERRA
Noción de la :misma.
Se halla generalmente admitido que ésta palabra es o;e, proce­
dencia germánica (werra), significando
-«disputa» ..
En la
lengua
castellana

hizo su aparición a finales del siglo
xn,: siencjo el· siguien­
te

.cuando
se
generalizó
el empleo de este vocablo,. que se encnentra
ya

repetidamente en las Partidas de Alfonso X el
Sabio, con e_l sig­
nificado

antes indicado (36).
La guerra se ha: inte!pretado. sieO?-p~e, -'º1:11º· el . último /eau;so a
emplear cuand? los-derechos ele pueblos distintos se interfieren .. Real­
mente no -pu~d~ _darse _una .co-lisión de. dei-e<:p.os- ap.te la: j_usticia~ p1,1es
el derecho es una potestlld racional inviolable .. · . . . .
Sin
embarg;,, resulta derio' que . en. _et desarrol.lo. de, las ·rela~io-
. (34) Pfo XII:. en 'A. A. S. XLVIII/6 (19)6)°,' pág: 291.
(35) Gonzalo Muñiz Vega: Op. cit., pág. 145.
(36) Cfr. !barra Burillo, A.: El credo del soldado, &lit. Gráficas Ara­
g6n, Madrid, 19)8, 490 págs.
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUf nes humanas no faltan circunstancias para que se manifiesten, al me­
nos aparentemente, causas fundadas de oposición. Si existiera
enton­
ces

un poder supranacional o universal,
con potestad
para enjuiciar
y dictar sentencia, apoyada con la fuerza suficiente para imponer la
legitimidad del derecho, el conflicto resultaría zanjado sin más di­
ficultades ni trascendencia. Pero, como ese · poder superior no existe,
a pesar de los intentos que se han hecho para crearlo, un Estado se
transforma en agresor de otro, y se produce la guerra que, si se
extiende cOn la participación de otros Estados, toma dimensiones co­
losales y puede alcanzar hasta límites insospechados.
Según esto, por GUERRA en sentido estricto se entiende «un
estado de lucha armada
. entre

dos pueblos soberanos, que tienden a
resolver de esta manéra cuestiones pendientes entre ellos, imponiendo
al adversario su voluntad propia».
Sus antooedentes.
La guerra marcó el inicio de las relaciones entre los pueblos y
ha existido siempre. Algunos fijan su origen en la lucha fratricida
entre Caín
y Abe!, habiendo quien la remonta al combate de los
ángeles buenos contra los malos, para hacerla- más antigua que la
misma humanidad.
Pero, tal como concebimos la guerra, ésta· hizo su aparición cuan­
do las tribus primitivas sedentarias tuvieron necesidad de preparar
su defensa para prevenir los ataques desatados por la ambición de
las

tribus vecinas o
por los

agresivos pueblos nómadas. Desde
enton•
ces hasta nuestros tiempos, las guerras han ido jalonando las etapas
de la evolución histórica del mundo. Y así,
.las crisis
periódicas que
han sufrido los pueblos han desembocado inevitablemente en la
guerra, como un mal insoslayable, ·mientras no cambien tanto los
hombres como para que pueda dejar de ser «remedio de las cosas
sin remedio».
60
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
Sus causas.
Las
causas de las guerras son muy varias y complejas. Antigua­
mente nacían las guerras de las diferencias dé religión o de oposi­
ción de opiniones, las alimentaban las luchas dinásticas, se hacían
para lavar las ofensas del honor o para implantar la hegemonía
sobre
los

pueblos.
Las causas verdaderas distan mucho, por lo general, de ser las
que se alegan oficialmente por los beligerantes, y dentro de su com­
plejidad es de encontrar a menudo una base utilitaria o comercial.
Si relacionamos las causas
aparentes que
determinaron las guerras
mundiales pasadas con las consecuencias de ellas derivadas, conclui­
remos que los resultados no coocuerdan con sus principios (37).
Aunque la verdaderas razones que impulsan a la guerra se suelen
mantener secretas, éstas están asociadas con el ansia de dominio, los
mercados, las materias primas, los problemas financieros, industriales,
comerciales, la expansión territorial, ... que crean la oposición de
intereses vitales para los pueblos y las causas que promueven las
guerras de nuestro tiempo. Los últimos Papas llamarán poderosa­
mente la atención sobre este extremo, señalando que el obstáculo a
la concordia entre los pueblos será la exclusiva desigualdad en las
oportunidades de acceso a las riquezas del mundo, que han sido da­ das por Dios a todos los hombres (38).
Clasificación de las guerras.
Atendiendo a las varias ciramstancias que tienen relación con la
guerra, podemos establecer
la clasificación de las mismas según los
aspectos diversos que de ellas pueden apreciarse :
(37) CTr. Bouthoul, G.: El fenómeno guerra, colee. Tribuna. Edit. Pla­
za-Janés, Barcelona, 1971, 294 págs.
(38)
dr. Galindo, P.: Colección de Encíclicas y Documentos. Encíclicas
Pacem in Terris de Juan XXIII y Populorum progressio de Pablo VI, donde
61
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUFIOZ JUAREZ
a) Por su causación: justas o legítimas, e injustas o ilegítimas;
distinción esta que ya admitían los romanos.
b) Por razón de su finalidad : religiosa, de sucesión al trono
o dinásticas, políticas,. de independencia, de conquista y. coloniales
o de protectorado ...
e) Por su extellsión ·: interior o civil, y exterior o internacional,
que puede alcanzar el título de mundial o global.
d) Por su natnraleza y
posición de

los combatientes: ofensiva
o de inidatiVa, y ·defensiva o de resguardo.
e.) Pór el teitro de operaciones: terrestre, marítima o aérea. En
las guerras modernas sueten darse los tres-tipos simultáneamente,
siendo muy frecuentes
las acciones

aeroterrestres,
las aeronavales y
las de apoyo desde el mar a las fuerzas de tierra.
En Ja·guerra marítima, son de apreciar estas modalidades: de su-_
perficie y submarina.
f) Por la organización y desarrollo de las operaciones : regular
o de ejércitos, e irregular o de partidas, guerrillas.
g) Por su carácter y elementos que intervienen: limitada, que es
la guerra clásica;.la que en el pasado .hacían los ejércitos, orientando
sólo una parte de las energías del país hacia el combate con el ene­
migo. Y
total, que es la que corresponde al concepto moderno de la
guerra, cons_iderando la nación como · ~a unidad de acción bélica,
en la que todos los cii¡dadanos y energías se hallan implicados para
participar de una u otra forma en la contienda.
·
Aparte de la clasificación ·anterior, es interesante considerar otras
acepciones que aparecen también en algunos tratadistas de la guerra :
a) Guerra de invasión : la que se realiza oarpando territorio
extranjero.
,b} . Guerra de reconquista: la que se hace para sacudir el yugo
del invasor. En este
tip¡,c de-guerra se

puede incluir la de emancipa-
ción de las· colonias. · ·
e} Guerra Santa o de Cruzada: la que persigue defender o ex­
tender

la religión. Por extensión se da este nombre también a
1, !u
esta afirmación se halla desarrollada con· tod&. su amplitud. Publicaciones de
la Junta Nacional ·de A.: C.-,. Madrid -196'2-67. Sexta edlción, tres volúmenes,
XXXIII, 3296-128 págs.
62
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
cha entablada para sostener las tradiciones y valo{es morales de ún
pueblo.
d) Guerra de intervención: cuando una nacióñ intervien<; po:r la
fuerza en los asuntos internos de otra.
e) Guerra de represión:
la que tiene por objeto dominar una
insurrección o subleración.
f) Guerra directa: la que se hace abiertamente, con las armas
en las manos. Indirecta, ·cuando se da interverición encubierta en un
conflicto, apoyando con armas, hombres u otros medios a uno · ~
los bandos.
g) Guerra de propaganda: la que va dirigida a propagar e in­
troducir
las ideas políticas de
ún país én otros. Una modalidad in­
teresante de este tipo de guerra es la llamada guerra «psicológica>>,
tendente a destruir las fuerzas morales del contrario.
b) Guerra de posiciones : la que se caracteriza . pc,r la estábilidad
de
lC>S frentes

de combate.
í) Guerra de minas : la que se refiere al empleo de estos arte­
factos.
j) Guerra química: la que utiliza agresivos químicC>S. ·
k) ·Guerra bacteriológica: · la · que

emplea
gérmenes patógenos
productores de

epidemias.
/) Guerra atómica: la
que se fundamenta en el empleo de los
explosivos extráordinirios ·que ·se obtienen cOn la desintegración del
átonio.
m) Guerra psicoquímici (la guerra del fotnfo) : . consistirá en
una de las sU.Staiicias químicas. que alteren pói: completo la· condlicta
del combatiente y trastorrie su razonamiento·, transformándolo dur'an:-··
te horas o díás, actnando como -tales durante todo ese tiempo (39).
2. DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE LA GU:ERRA
Evolución hi•tórica de .la doctrina moral
A partir del siglo XVI, con la Escuela Jesuítica formada por
(39) Flores, A.: op. dt., págs. 20-22. ·
63
Fundaci\363n Speiro

RJCARDO MUi Malina y Suárez, y con la Escuela de Salamanca fundada por Fran­
cisco de

Vitoria, la doctrina de San Ambrosio
y San Agustín sobre la
guerra,
y sintetizada por Santo Tomás, es perfeccionada· con nuevas
ideas, alcanzando su cúspide. Su doctrina sobre
la guerra perdura
prácticamente hasta la Edad Contemporánea. Es Vitoria, sobre todo, el que lleva a la perfección más esplén­
dida
la doctrina de la guerra, exponiendo unos criterios que, en ge­
neral, predominan todavía. Frente a los movimientos reformadores,
que empezaban ya a formular la objeción de conciencia, replicará,
valiente y rotundamente: «Iicet Christianis militare et bella gere­
re» ( 40). Coloca, entre los criterios para valorar la justificación de
la guerra «el valor del BIEN COMUN UNIVERSAL», es decir,
el
bien común del mundo entero. «Puesto que un Estado ----dice-es
una parte del Universo, si una guerra es útil a un Estado, pero va
en detrimento del Universo, yo pienso que de este hecho se sigut
que

la guerra es injusta» ( 41). Es de subrayar esta afirmación que
es, para su época, trascendental.
La doctrina vitoriana estima a la guerra, no sólo lícita, sino in­
clusive obligatoria. La defensa de la Patria puede vincular a la con­
ciencia. No obstante, para hacer la guerra con justicia, se requiere,
en relación
al requisito de la causa justa, que la injuria recibida sea
realmente grave. La guerra así concebida aparece en el pensamiento
de Vitoria como un medio de restaurar el Derecho y el orden interna­
cional garante de la paz futura, objetivo a perseguir por el Príncipe.
La labor de Francisco de 'Vitoria fue proseguida por otros tra­
tadistas, como Hugo Grocio, Baltasar de Ayala, Alberico Gentilis,
etcétera, que asimismo plantearon
y resolvieron importantes pí:oble­
mas en esta
materia.. Desde

entonces hasta nuestros
días no
se han
hecho desarrollos notables en esta teología. Solamente despues de la
primera
y segunda guerra mundial se ha hecho más viva entre los
(40) Vitoria, F. de: Reeleccione.r Teológicas, Edición de Fray Luis G.
Alonso Getino, tomo II,
Madrid, 1934,

II de los Indios, pág. 389, citado por
Gonzalo Mufiiz Vega en su
artículo La ohieción de conciencia, en «Verbo»,
101-102 (1972),
pág. 137.
(41) Vitoria, F. de:
De pote.rlate civili, q. 13. en Reelecciones Teoló­
gicas, pág. 167. B. A. C., Madrid, 1960, VIII, 1968 págs.
64
Fundaci\363n Speiro

TEOWGIA DE LA GUERRA
teólogos la preocupación de examinar esta teología que, sin despren, derse de esta manera de tratar teológicamente la ·cuestión de la gnerra,
y teniendo presentes por otro lado las condiciones actuales
en que
la

gnerra se lleva a cabo, pueda llegar a darse una causa. que esté
pro·
porcionada

con los males que de
la guerra
se derivan.
El verdadero
encauzamiento de

estas ideas se logrará a partir de
Taparelli d' Azegio, y más aún de Benedicto XV, hasta llegar al pen­ samiento de los últimos Papas, sobre todo
Pío· XII, y más en concre­
to la enclclica «Pacem in Terris» de Juan XXIII y el Concilio. V A­
TICANO II,
al mismo

tiempo · que por los estudios de un cierto
número de

autores católicos· preocupados por
· Ja evolución contempo­
ránea

de las cuestiones de derecho internacional ( 42).
Si hay una convicción profunda en el pensamiento de los
teólo­
gos, es seguramente -la. de que la guerra es ·en sí irracional, y que el
principio de la solución pacifica obligatoria de los conflictos es, la
única vía -digna del hombrea Y, sin embargo, los teófogos,. aun opo·
niéndose firmemente a la gnerra y .deseand<> SU· desaparición· total,
se han negado siempre a considerarla eomo intrínsecamente inmoral
en toda eventualidad, y no la han condenado de forma absoluta. Al
hacerlo
;isí no olvidaban las
exigencias del amor evangélico que debe
tener la pri_mací1:1, e inspirar toda. l¡i actividad, humana, tanto colectiva·
como individual. Pero también. era su deber tomar nota de · la rea­
lidad humana. tal como es,. estand9 -como está, profundamente mar­
cada por eL pecado, y en. la que el crimen y la injusticia coinciden con
la santidad
y el. altntlsmo. Sus directrices morales debían, para ser
normativas, .corresponder a las tjrcu.nstancias concretas en las qe.e­
se hallaban situados los hombres ,de cada época. de la historia, y en
particular

a
Ja fignra exacta del mundo. No es que ia Teología se
haya despreocupado de hacer
el mundo más, üatemal; . pero,

preci­
samente para la realizaci6n de este fin, no tenía más remedio que
enjuiciar los hechos tal y conforme éstos. se presentaban.
El razonamiento teológico se
desarrolla así
de este modo. Por
un lado, es un hecho que existen asesinos y locos. que matan a sus
( 42) Cfr. é~~te, R.: Las éomunÚaáes PoÚtica.1, ~olee: El ~~terio cris­
tiano, cap. III: La-.g.Ne,rra y la paz1 págs. 318-364. Edit. ·Herder, Barcelona,
1971, 383 págs, · ·
5
Fundaci\363n Speiro

RJCARJJO MUFlOZ JUAREZ
semejantes. Por otro lado, el que se ve amenazado por un asesino,
tratándose de su propia vida podrá -a fin de vivir el amor fraterno
hasta el heroísmo- preferir
la muerte antes que matar o tan sólo
herir al agresor. Pero, si le ve atacar a niños, a mujeres, a seres
indefensos e inocentes, ¿deberá necesariamente abstenerse de toda
violencia con que impedirle cometer su crimen?
Si se respondiera afirmativamente, se reforzaría la ley de la jun­
gla con el comportamiento práctico, ya que c~n frecuencia no se
puede, desgraciadamente, contener la violencia sino oponiénciole la
violencia. Por eso, la doctrina teológica que se ha mantenido durante
siglos no se puede· tirar por la borda. Quienes hoy día hablan de ella
desdeñosamente y la denigran, ¿es seguro que tienen siefilpre un co­
nocimiento exacto de ella?
Que
la GUERRA PUEDE SER JUSTA es fácilmente compren­
sible. El derecho de legítima defensa es un principio esencial del
derecho natural en una humanidad pecadora, a condición de que no
se utilice la violencia sino cuando sea indispensable y en la medida
que
lo sea. Es decir, guardando en los procedimientos la debida
mo­
deradón, el conocido «servato moderamine inqilpatae tutelae>~. La
obligación moral de la_ no violencia absoluta ( respetando, sin em­
bargo,
el testimonio profético de algunos no violentos, cuya vida en­
tera sería una_ manifestación heroica del amor universal, siempre que
no vulneren
asi_ los
derechos ajenos
y de .la comunidad, tal como
es en concreto, conducirla al triunfo de la fuerza _brutal dejando las
manos libres a los criminalfs. Por amor a aquellos que son atacados
injustamente
~ por lo que se recurre a la violencia, si es necesaria~
para impedir que logren _su propósito dichos agresores.
La doctrina moral cristiana a este propósito puede resumi~e en
tres
proposicion_es que forman un todo
inQ.isoluble:
66
l. Repudio categórico del primado de ,la fuerza.
2. Necesidad, en nUffierosas ocasiones, de utilizar la fuerza para
· asegurar el· respeto del derecho.
3. Obligación de no hacerlo, si no es con este fin.
Lo que es verdad de las personas individuales, lo es también de
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
las colectividades que tienen sus derechos, ya les pertenezcan en cuan­to instituciones, ya representen la suma de los de las personas indi­
viduales que son sus·-miembros. Y sucede, con frecuencia -por lo
menos hasta el estadio presente de la vida de la humanidad-, que
un Estado puede cometer una agresión contra otro al que quiere
poner a su arbitrio. Las mismas razones que justifican la legítima
defensa individual, permiten al Estado injusta.mente atacado defen~
derse contra el agresor.
Pío XII exaltó y preconizó, siguiendo la línea de sus predece­
sores, la paz ; pero no una paz definida por la ausencia de guerra,
basada en el mero materialismo moderno. «Nos deploramos
la mons~
truosa crueldad de las armas modernas. La deploramos y no cesamos
de rezar para que no sean nunca empleadas. Pero, de otra parte, ¿no
es
tal ·vez una especie de materialismo práctico, de sentimentalismo
superficial el considerar el problema de la paz, única y principal­
mente por la existencia y amenaza de aquellas armas, mientras no
se cuida del orden cristiano que es el verdadero garante de la
paz?» ( 43). «Pero, si la Iglesia rehúsa admitir cualquier doctrina
que considera a la. guerra como un efecto necesario de fuerzas cós­
micas, físicas, biológicas o económicas, es, no
obstante, ajena
a
la
admisión de que la guerra sea siempre reprobable. Puesto que la li­
bertad humana es capaz de. desencadenar un injusto conflicto en daño
de una nació~, es cierto que ésta puede, en determinadas condiciones,
levantarse en armas y defenderse» ( 44). Y con referencia a la gnerra
total moderna (la guerra atómica,
bacteriológica y química) en es­
pecial, dice: «No puede subsistir ninguna duda, en particular a causa
de los horrores
y de los inmensos sufrimientos provocados por las
guerras modenias, que desencadenarlas sin justa causa -es decir,
sin que sea impuesta
por una injusticia evidente y extremadamente
grave, de otra manera inevitable-- constituye un delito merecedor
de las sanciones internacionales
y nacionales más severas. No' se pue~
de, incluso· en principio, plantear la cuestión de la licitud de la gue­
rra
atómica, sino en el caso
(43) Pío XII, en A. A. S., XL/1 (1952), pág. 12.
( 44) Pío XII: Discurso al Patronato para la Asistencia Bspfrituttl a las
Fuerzas Armada.t
de

Italia,
en «Ecclesia» (1958), pág. 609.
67
Fundaci\363n Speiro

RICARDO· MUf para defenderse de las condiciones indicadas. Sin embargo, incluso
etitOnces; es preciso ·esfotzatse por tódos los medios en evitarla,. gra­
cias a los acuerdos internacionales, o-en· poner, a su utilización, H~
mites bastilhte netos y éstréchos para que sus efectos estén limitados
a lá.s exigencias estrictas de la: 'defensa. Mas cuando la utilización de
esté ·medio escape enteramenl:e al control del .hombre; su- utilización
debe ser
rechazada como
inmoral.
Aqu! ya
no se
tratarla de
la defen­
sa contra la injusticia y de la salvaguardia necesaria de posesiones
lég!timas, sino de k aniquilación pura y simple de toda vida humana
en el interior del radio de acción.
&to. no
está permitido a ningún
tituló»
(45), «Y puede

darse el caso en que la guerra, habiendo
resultado vanos todos
los esfuerzos

para conjurarla,
a· fin
de defen­
derse
efkaimenté y con la ·esperanza de favorables resultados contra
in
justos atáques,

no
podr!a considerarse
ilícita» ( 46), porque
· «hay
bienes de tal importancia que su-defensa contra: la injusta agresión
es; sin duda, legítima»

( 47).
Esta es la clásica exposición de la llamada
por' Pío

XII «la alta
dottriná della

Chiesa sulla guerra giusta
ed· lngiusta, sulla liceitá e
lá illeceitá del ricorsi
.lle armi»

( 48).
Tal
semeja ser

también la
línea de

Juan XXIII en la encíclica
«Pacem in Terris»: «Ha -ido penetrando, en· nuestros días, cada vez
íriás
en

el espíritu
humano la petsuasi6li de que

las diferencias que
surjan ·entre fas naciones se hah de resolver no ton las· armas, sino
mediante convenios. fata persuasi6n, •fuérza· es decirlo, en la mayor
parte de
los ·casos nace· dé la terrible ·potencia destructora que

los
actuales
armamentos póseen · y del temor a las calamidades y ruinas
qrie tales·-ármamentos aca.treatfan., Por es6, en nuestra edad,' que se
jáCtar de·· poseet la fueiza ·atómíca, tesulta un absurdo sostener que
la guerra ·es un,medio para resarcit:eI derecho violado. Per-o, desgra-
(45) fío Xlr; eii A. A. t XLVI/14-i5 (1954), pá~. 589-590.
(46j . ~.íÓ
Xíri Ménsáie Nai>idéña de 1955¡,m A. A. S. XLIX/1 .(1957Y,
pá¡j, ·19,
(47)

Pío XII:
Mensaie Navideña de 1948, en A. A. S. XLl/1 (1949),
pág.
13.
· (48) . l'fo XII, Mensaie Navidefio.de 19>4, en A. A. S .. XLVII/1 (1955),
pág. 19.
68
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
ciad.amente, vemos con frecuencia que las naciones, obedeciendo al
temor,
CO!llO a una ley suprema, van aumentando incesantem~te_ los
gastos militares. Lo rual -dicen-(y se les puede razonablemente
creer) llevan a cabo, no con intención de someter a los
d_erriás, sino
para

disuadirles de la agresión» ( 49).
La opinión común, donde se incluye a los más_ destacados pa­
ladines del estatuto para el objetor de conciencia, como los teólogos
firmantes

del «Manifiesto de Friburgo», Congar, Stratman, Ducati­
llón (50), se muestra partidaria de la legitimidad de la guerra
de­
fensiva.

La cuestión radicará en perfilat,
con_ exactitud,'
qué ha de
entenderse por defensa o guerra defensiva. Si se necesita el ataque
actual o inminente, o si basta el propósito de repeler 1a agresión,. que
el enemigo prepara
y está dispuesto a emprender tan pronto se dé
la coyuntura más propicia para él, aw1que dicha agresión carezca del
requisito de

actualidad.
Así pues,

cuando un Estado se halla en situación de legítima
de­
fensa, la guerra puede ser legítima :si no existe ningún otro medio
de impedir la injusticia. Esta es también la posición ~del Concilio
VATICANO II, el primer concilio de la Iglesia en el que el tema
de la
guerra merece un tratado conciliar: ( de una guerra
y falte una autoridad internacional competente y pro­
vista

de medios eficaces, una vez
:i.gotados todos

los medios·
y re­
cursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de
legítima
defensa a

los gobiernos»
(51). Sólo la legítima defensa
puede,

por tanto, legitimar una guerra.
Condiciones de la guerra justa.
Si sólo excepcionalmente -puedé considerarse como justá una gue­
rra, ésta no debe ser sino un remedio apurado en una situación apu­ rada. Sólo se puede admitir en el extremo límite, a fin _de evitar
(49) Juan XXIII: Ene. Pacem in Terris (III 126, 127, 128).
(50) Congar, Y. y Folliet, J.: Op, cit., pág. 78.
(51) Concilio Vaticano II: Op. cit., núm. 79.
69
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUFIOZ JUAREZ
un mal mayor a la humanidad ; y sólo si se puede esperar razonable­
mente que se logrará.
Por eso las condiciones requeridas no son, en definitiva, sino la
explicación de la legítima defensa. Pero en cada caso habría que ve­
rificar su presencia y convergencia. Y los teólogos
han sintetizado
su pensamiento sobre el particular en la teoría de las cuatro condi­
ciones
: la autoridad del Príncipe,
la causa justa, la intención recta
y la manera lícita de hacer la gnerra.
La condición de que la decisión de
guerrear fuera
tomada por
la autoridad del Príncipe (en el sentido de Jefe de Estado, que tenía
este término en el derecho público de la Edad Media), tenía como
conseaiencia privar de este derecho a todos sus vasallos. Esto era
lógico, puesto que podían recurrir a él para que se les hiciera jus­
ticia
--ya que
el Príncipe era su soberano feudal- en los conflic­
tos que oponían unos a otros. En la Europa moderna, cuyos Estados
estaban fuertemente centralizados y velaban celosamente por su in­
dependencia, esta condición aparecía sólo como una cláusula de
estilo. Hoy recobra todo su valor en la hipótesis de una organiza­
ción superestatal del mundo. En cuanto a la recta intención y a la manera !!cita de hacer la
gnerra, pueden reducirse a la justa causa, de la que expresan la mo­
tivación psíquica en la conciencia de los beligerantes. La dificnltad
de distinguir lo justo de lo injusto, en un terreno tan complejo y difícil como el pol!tico, es lo que agrava esta cuestión. Por todo ello, la condición de la causa justa, en el momento pre­
sente, es la que debe retener particularmente nuestra atención. En
efecto, la moral
y el buen sentido nos enseñan que, para remediar
un mal, aunque real y cierto, está prohibido recurrir a un remedio
más nocivo
y desastroso que el mal y el desorden mismo que se quie-.
re

combatir. Este es el principio de la adaptación y ·justa aplicación
entre el fin y los medios que intervienen aquí, los cuales encarecen
siempre, y más en
las circunstancias actuales de una guerra contem­
poránea, la legitimidad moral del recurso a las armas. Esta consi­
deración influirá en las ideas de muchos filósofos y teólogos actua­
les, en su repugnancia a admitir la eventualidad de una guerra que sea conforme a la moral y al derecho.
70
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
En sí misma la CAUSA JUSTA es un complejo de cuatro exi­
gencias:
l. La existencia de una injusticia proseguida obstinadamente.­
Ciertos teólogos del pasado, víctimas inconscientemente de la men­
talidad de su tiempo, no fueron quizá bastaute severos en este punto.
Pío XII, en su discurso del 30 de septiembre de 1954, exigía «una
injusticia evidente
y extremadamente grave» (52). Aunque entonces
se refería explícitamente a las formas extremas de la guerra contem­
poránea (guerra atómica, bacteriológica y qu!mica), su formulación
tenía alcance general
y es la única plenamente racional. Se da por
supuesto -pero conviene repetirlo, pues no siempre se advirtió en
otros tiempos- que la injusticia sufrida ( o por lo menos inminente
y cierta, y que haya tenido ya comienzos de ejecución) provoca una
situación de legítima defensa. 2. La
necesidad de recurrir a la guerra para obtener stJJisfac­
ci6n.-Esto implica que se hayan probado todos los medios pacíficos
posibles para resolver las diferencias, y que . se haya fracasado por
causa de la mala voluntad del adversario. Ello es consecuencia . del
principio
fundamental del arreglo
pacifico obligatorio
de los con­
flictos internacionales. Los medios pacíficos o amistosos para arre­
glar las controversias en que pueden debatirse las naciones, son los
siguientes :
a) La negociación directa entre las cancillerías o delegaciones,
especialmente nombradas a tal
fin, de
las potencias interesadas,
para
buscar

el restablecimiento de la concordia mediante la renuncia de
una de las partes
a sus

pretendidos derechos, con
la reparación debi­
da o llegando a una
transacción digna y aceptable.
b J Los buenos oficios o intervención espontánea y desinteresada
de una tercera potencia para conseguir el inicio o reanudación de las
negociaciones entre las partes, aunque absteniéndose de tomar parte
directa en la regulación del litigo.
e) La mediación, por la que una o más potencias extrañas in~
terponen su valimiento y buena voluntad, con unas bases de discusión
(52) Pío XII: Alocuci6n a la VIII Asamblea Médica Internacional, en
Galindo, P.: Op. cit., pág. 1745, 2.
71
Fundaci\363n Speiro

RJCARDO MUFIOZ JUAREZ
y propuestas, para interceder sobre las dos partes a fin de concluir
acuerdos beneficiosos para ambas.
d) La conciliación, consiste en que una comisión redacte in­
forme del litigio con la propuesta de su solución. Puede la comisión
actuar a petición de parte o por propia iniciativa; y suelen formar
en ella un representante de cada uno de los litigantes y otros tres
miembros de Estados extranjeros.
e) El a~bitraje, que suele- ser consecuencia de la mediación,
y consiste en que ambas partes someten su querella a una persona
o tribunal arbitral, aceptando de antemano el fallo que con suje­
ción a derecho pueda ser dictado.
Habida cuenta de que hoy · existe una Organización Internacio­
nal con órganos ·aptos para entender en -los conflictos entre naciones,
a los medios pacíficos anteriormente enumerados se añaden :
a) El arreglo cuasi-judicial, a que puede llegarse pot la inter­
vención de los órganos políticos de
la ONU, Consejo de Seguridad
o Asamblea General, bien por sometimiento de los litigantes a su
resolución, bien por entender en ella de oficio.
b) El arreglo judicial, consecuencia de la conformidad y aca­
taruiento

de las partes para que entienda en la controversia
el Tri­
bunal Internacional de Justicia de
La Haya.
3. Promulgación entre la gravedad de la injusticia y las calami­
dades
que hayan

de resultar de la
guerra.-0-«Ninguna guerra -es­
cribía Vitoria- es legítima, si con toda seguridad ha de tener para
la comunidad consec.uencias más funestas que útiles, aun cuando no
falten motivos para justificarla» (53). Es la regla del mal menor,
que podría expresarse así : hay derecho a recurrir a la guerra, si las
ventajas que hayan de resultar -para la justicia son francamente su­
periores a los daños que haya de acarrear. En buena lógica -poi
razón

de la unidad de la humanidad---, deberíamos, con el gran
teólogo de Salamanca, hacer esta apreciación en función del bien
común universal. < (53) Vitoria, F. de: De lndis et de iure beJli, q. 33, en Reelecciones
Teológicas, pág. 839, B. A. C., Madrid, 1960, VIII, 1986 págs.
72
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA VE LA GUERRA
a pesar de su utilidad para una provincia, causaría perjuicio al uni­
verso
y a la cristiandad» (54).
4.
-Es necesario,
finalmente, que se pueda contar con
una fun­
dada

probabilidad de éxito. Es la doctrina también de Pío XII en
la línea de la tesis dominante (55). Otros teólogos exigen la cer­
teza de

la victoria. A esta segunda opinión se puede objetar la casi
imposibilidad de prever a ciencia cierta, en muchos casos,. el _resu.1-.
tado de la guerra. Cuando se trata de resistencia a una agtesíón, te­
niendo la victima el derecbo de su parte, su defensa se justifica en
el plano racional, si
tiene grandes

probabilidades de ser eficaz.
Principios en nuestro tiempo.
Contrariamente a la opinión de algunos pensadores contemporá­
neos (56), merecen mantenerse las condiciones fundamentales
y los
principios esenciales de la doctrina teológica tradicional, -tal como
la hemos destacado. A pesar
de la mutación del fenómeno de la
guerra en
la épora contemporánea, pueden todavía servir pará la
elaboración de una solución. La esencia de la guerra ·no cambia en
medio de las especificaciones que reviste en cada época: Si se mira
de cerca, nos damos cuenta de que las condiciones
y principios han
sido elaborados en función de aquella. Basta, pues, con despojarlos
de, las

problemáticas en que se han utilizado hasta nuestros días, para
tratar de aplicarlos a 1a que se nos ofrece actualmente.
Por lo demás, podría resultar que su aplicación en la época ac­
tual condenara toda guerra --especialmente por razón de su carác­
ter totalitario-, mientras que en el pasado se llegaba a la conclusión
de la posibilidad
de guerras justas. Tal es precisamente el problema.
(54) Vitoria, F. de: De potestate civili, q. 13, en Op. cit., pág. 167.
(55) Pío

XII: Mensaje
de Navidad de 19.48, en Galindo, ·p., Op~· cit.,
vol. !, pág. 400.
(56) Entre ellos se encuentra la opinión del profesor austríaco de Teo­
logía, Ude, quien

mantiene la ilegitimidad
absoluta de toda guerra ~fensiva
o

defensiva. Cfr. Rubio
Garáa; L.

en Op.
di., «Revista, Espiñola de Derecho
Militu», 6 (1958), pág. 43.
73
Fundaci\363n Speiro

RJCARJJO MUFIOZ JUAREZ
Pero tal diferencia en las conclusiones (juicios de _síntesis), indicaría
solamente que el fenómeno -y este es el caso- ha sufrido una
profunda transformación. Hay obligación de evitar la guerra; pero
este problema debe enfrentarse con todo realismo.
Así lo hace el Concilio V A
TI CANO II, sin hacerse demasiadas
ilusiones.
«En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y
amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo» (57).
Por consiguiente, no es una posición real el declarar fuera de ley
a la guerra, como algunos Padres conciliares pedían ; era la doctrina
neoirenista y de no resistencia al mal.
Y a en el Concilio Vaticano I fueron presentados por el patriarca
Antonio Pedro XI
y el Sínodo Patriarcal de los Armenios católicos,
con la adhesión de cuarenta Padres, los llamados «Postnlata de re
militari et de bello»
(58). En él se quejaban amargamente de los
grandes ejércitos perrnanentes y de sus muchos gastos.
El actnal texto conciliar del VATICANO II puede considerarse
como el eco del «postnlatnm» del Vaticano
I. La mayoría de los
Padres (1.710 darían su «placet» al texto
conciliar frente a los 483
Padres

defensores de
la doctrina neoirenista y de no resistencia al
mal)
y la mayoría de los teólogos católicos, aun en las circunstan­
cias actuales, ,no se atreven a inclinarse por un juicio absóluto de
tipo condenatorio. Unos y otros piden insistentemente la aplicación
de los principios tradicionales a la realidad actual. El
texto conciliar,
podemos decir que procede con gran prudencia; no
hacé una
con­
dena indiscriminada de la
guerra. Si

hubiera defendido
la doctrina
pacifista, esta condenación hubiera sido lógica. El Concilio aborda
directamente el problema y,
utilizando los

elementos dispersos, se
esfuerza por adoptar una postura consecuente con relación ·a la misma.
Estas son las tres afirmaciones que hace el Concilio VATÍCA­
NO II:
l. «Al emplear en la guerra armas científicas de todo género,
su crueldad
intrlnseca { «saeva

indoles»)
amenaza llevar
a los que
(57) Concilio Vaticaño_ II: -Op. -cit.,, núm. 78.
(58) Acta
et Decreta éonciliomtn recent'iorom, collectio -~censis, -volu­
men VII, Friburgi,Brisgoviae, 1890, col. 861-866.
74
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
luchan a tal barbarie, que supera enormemente la de los tiempos
pasados» (59). 2.
«El horror

y la maldad de la guerra se acrecienta
irurensa­
mente

con el incremento de
las armas científicas. Con tales armas las
operaciones bélicas pueden producir destrucciones enormes e indis­
criminadas ( «ingentes, indiscriminatas»), las cuales, por consiguien­ te, traspasan excesivamente los llmitesde la legítima defensa» (60).
3. «Toda

acción bélica, que tiende indiscriminadamente a la
destrucción de ciudades enteras de extensas regiones, junto con sus
habitantes, es un crimen que debe ser condenado
sin vacilaciones
( «fortiter et inéunetanter») ( 61).
Las palabras del Concilio son graves. La condenación es solemne.
A primera vista se condena la táctica contra ciudades ; pero no pare­
ce condenarse la táctica contra los ejércitos. Por otra parte, el texto
conciliar admite con toda claridad el derecho a la legítima defensa
contra los que declaran la guerra, como hemos indicado anterior­
mente (62). Con ello llegamos al nudo de la c:uestión: ¿cuál es el
alcance del Concilio? Podemos decir que el Concilio se apoya en tres tipos de argu­
mentación. Los tres son esenciales e independientes. La tercera afir­
mación explica y precisa las otras dos. ¿Cuál es su alc~ce? Parece­
ría indudable que quiere decir que tales destrucciones de ciudades
enteras o amplias regiones con sus habitantes son en si mismas ( siem·
pre e intrínsecamente) un crimen. Sin embargo, las palabras < criminadas», «indiscriminadamente», pueden entenderse de dos ma·
neras : o bien destrucciones de ciudades enteras con sus habitantes
indiscriminadamente, es decir, sin distinción de partes (toda la ciu­
dad con todos sus habitantes) ; o bien destrucciones de ciudades en­ teras con sns habitantes indiscriminadamente, es decir, sin haber
sopesado previamente si se
dan circunstancias

tales y
tan excepcio­
nales

que puedan cohonestar una destrucción de este tipo.
La segunda interpretación parece muy forzada. No parece res-
(59) Concilio Vaticano II: Op. cit.,. núm. 79.
(60)
Concilio Vaticano II: Op. cit., núm. 80.
(61) Concilio Vaticano II: Op. cit., núm. 80,
(62) Concilio Vaticano II: Op. cit., nóm. 79.-
7l
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MUFIOZ JUAREZ
ponder al sentido de un importante texto de Pío XII, aducido en
nota por la Constitución Pastoral
«Gaudium et
Spes» del concilio,
que dice
así: «En todo caso, cuando el empJeo de este medio entraña
una extensión tal del mal que escapa por completo al control del
hombre, su empleo debe ser rechazado como inmoral. Aquí no se
trata ya de defensa contra la injusticia y de la salvaguarda necesaria
de posesiones legítimas, sino de la aniquilación pura y simple
de
toda vida humana en el interior del radio de acción» ( 63). Este
mismo texto lo hemos aducido anteriormente, exponiendo
la doctrina
de Pío XII sobre
la gnerra.
El sentido exacto de la palabra «indiscriminación» se puede de­
ducir de todo el contexto de
la doctrina mencionada en las notas del
Concilio. Dice que < dial expresadas por los Sumos Pontífices recientes» ( 64).
( 63) Pío XII: Alocución del 30 de septiembre de 1954, A. A, S., XLVI
(1954),
pág. 589. En la nota sexta se afirma que el arma atómica no es
hoy
medio proporcionado para dirimir controversias en determinados casos.
( 64) En la nota se citan en concreto textos de Pablo VI, de su alocu­
ción en las Naciones Unidas el 4 de octubre de
1965, A. A. S. (1965), pá­
ginas 817-885. En la página 884 condena las armas atómicas con ·estas pa­
l~bras:
«N'employer
vous pas les prodigiensees energies de la terre
et les
magnifiques inventions
d~ la

science non plus en instruments de mort, mais
en instruments de vie pour la_ novelle
ere de

l'humanité».
Igualmente se cita a Juan XXIII en su encíclica
Pacem in Terris, A. A. S.
LV {1963),

págs. 286-291. En la página 287 condena las armas atómicas con
estas palabras toma.das literalmente de
Pío XII:

«Omnibus viribus
prohi­
bendum

· est quominus generale omnium gentium bellum, quod tot
pariat fac­
turas

in re oeconómica
et sociali, totque flagitia ac morum pertllrbationes
habeat

coniuncta in humanam
famili.am.» Además
insiste en declarar que las
arríias atómicas ho son

medio proporcionado para dirimir controversias: «Per­
suasio haec

... a terrifica delendi vi, quae cum hodiernis bellicis instrumentis
ctmiuncta est, atque a timare calamitatu.m
et horrendarum ruinarum, quae
arma id genus ederent,
'initium ducit Quare

aetate ac nostra, quae vi ato­
mica gloriatur, alienum est a ratione, bellum
iam aptum

esse ad violata iura
sarcienda» (pág. 291).
Por último, se cita a Pío XII, en su mensaje ·radiofónico de
24 de

di­
ciembre de 1954, A. A. S. XLVII (1955), págs. 15-28. Habla el Papa de la necesidad de hacer una revisión del problema de la
paz y

de la guerra.
< no

che siffata prassi politica ha idottí molti, anche tragli stessi governanti,
ad una revisione di tutto il problema della
pace et della guerra»,
76
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
Podemos, en concreto, resumir la posición del Concilio en estos
términos:
· L Toda acd6n bélica que tierida a la destrucción de ciudades
enteras con todos sus habitantes-_es· un -crimen que debe ser condena ..
do sin vacilaci6n. El Concilio no se atreve a condenar y a afiirnar
categóricamente. razón de · circunstancias extraordinarias, el crimen no sea imputable;
al beligerante que hace uso de tal acc!én bélica; pero tampoco' se
atreve a afirmar
que tal caso sea· posible. Hay aquí noa gravísrma
cuestión

que el Concilio• deja; de
.aJguoa· nraoera, abierta y que

los
teólogos,
filósofos .,¡ juristas, deben: · trabajar por esclare~er más. Un
tema para apasionante
y temeroso d.íálogo. Temeroso, sea cmrlquiera
la

solución a que por fin se
llegase!•
·

¿Prohibición
absel.uta? .Tendríamos entonces

que el sioo de los
hombres quedar
fa a merced·. de los· tiranos de Dios y sin conciencia,
La tragedia de esta hora
amnenta-al: tener

que afirmar que es irnpres­
ciodible
y urgente tener· que plaoteat y resolver esos problemas.
2;
Admitida

la
legitima defensa

como solución
< y siempre transitoria, todo queda reducido a ver · los requisitos y
los límites de la legftima defensa. La precaridad del principio queda
patente.
Todos los -esfuerzos por

lograr una
precisión del
concepto
de
legitima defensa en: el · derecho internacional hao resultado esté­
riles, lo
mrsmo· que

en cuanto a
la viabilidad de· noa fórmula que
concrete la figura de Ja. agresión ·internacional; Asi el sistema fa,
11a en los dos sentidos. El concepto·de· legitima·defensa resulta·im,
preciso y de fácll-•utilización · pbr · todos los países. En la práctica,
todos
los que

.hao hecho la
·guerra, te, .han invocado a su favor:
3. 'El texto

· conciliar no
· tiene

excesiva
claridad· y nitidez. Lo
mismo se

puede ver en
la· frase ,«si se emplean a fondo, tales me­
dios)}. Luego,· si no se ;emplean· a· fondo, ,parece· que· sí.será· ·lícito.
¿Ha cambiado 1~ .doctrina de Ía Iglesia? . . .
Es una cuestión fnodamental que debemos plaotearnos. Ni> po­
demos negar lo que el Concilio VATICANO
H ha dicho,. ni pode­
mos decir más de lo que realmente
quiso decit. No

más concilia-
77
Fundaci\363n Speiro

RJCARDO MUNOZ JUAREZ
ristas que el Concilio, pero tampoco menos. Es, pues, un punto dave
el saber si la doctrina tradicional sobre la guerra puede mantenerse
como vigente despues del Concilio o si se debe abandonar por in­
aplicable a las circunstancias actuales. En realidad no es una cuestión arbitraria. Tiene como
fundamen·
to el mismo texto del Concilio. En efecto, por una parte, el Concilio
proclama
«la vigencia permanente del derecho natural y de gentes,
y de sus principios universales» (65), elaborados por los grandes
filósofos, teólogos y juristas. Por otra parte se dice que
actualmente
todos tienen obligación de hacer un nuevo examen de la guerra «con
una mentalidad totalmente nueva» ( 66). ¿Cuál es la solución? ¿Có-·
mo se han de compaginar estos dos textos?
Tratemos de encontrar el camino:
a) Debemos anotar que en las cuestiones más candentes (y ésta
fue una) bubo en el Aula Conciliar dos tendencias opuestas. Hay, pues, textos que reflejan una tendencia
y otros que reflejan la opues­
ta. ·cada uno de ellOs tiene su parte de verdad. No Se trata de una
contradicción.
Más bien de un equilibrio difícil entre dos corrientes
para encontrar el · justo medio.
b) La solución de esta aparente antinomia ha de encontrarse en
que la mentalidad nueva se hase en los antiguos principios del de­
recho natural de

gentes, en cuanto que al aplicarlos al problema de
la guerra ho se deben olvidar, sino que siguen subsistiendo aun cuan­
do cambien extraordinariamente las circunstancias del mundo y de
la vida internaciÜrial. Los principios son permanentes, aunque haya
que sacar las conclusiones atemperándolas a la realidad presente.
Núestros juristas
y teólogos de los siglos xvl y XVII que elaboraroü
los principios

del derecho internacional no podían imaginar la exis­
tencia de unas armas
tan mortíferas como las que poseemos en la
actualidad,
ni la existencia de la ONU, etc. Así, pues, la mentalidad
nueva consiste no en abandonar los principios, sino en revisar las
conclusiones, de acuerdo con -las circunstancias presentes.
78
e) Esta mentalidad nueva que el Concilio exige, tiende más
(65) Cond~ Vaticano II: Op. ciJ., núm. 79.
(66) Concilio Vaticano 11:
Op. cit., núm. 80.
Fundaci\363n Speiro

'ÍEOWGIA DE LA GUERRA
que a justificar la guerra, a evitarla. No quiere ver si tal o cual na­
ción tiene

una causa snficiente para desencadenar una guerra. Pre-.
fiere encontrar algún procedimiento pacífico para resolver el con­
flicto sin que se derrame
la sangre. Pero, aun subsistiendo esta causa,
se requiere un procedimieilto menos sangriento y eficaz para resolver
los problemas internacionales.
d) Sin negar que pueda ser lícito defender el bien particular
de una nación o de un pueblo, hoy se tiende a fomentar el bien-co­
mún
internacional que tanto influye en
la vida económica y social
de todos los pueblos y naciones. Así, pues, esta nueva mentalidad
ha de tender a superar viejos nacionalismos estrechos y a favorecer
el funcionamiento de organismos internacionales, en los que se fa.
vorezca efectivamente la auténtica y pacífica convivencia entre los
pueblos. No quiere decir que se haya de renunciar al patriotismo,
sino que hay que hacerlo compaginar con el bien común interna­
cional.
e) El fruto más maduro de esta mentalidad será la creación de
una Autoridad supranacional· efectiva que haga injusta e imposible
la guerra.
¿Por qué injusta? Porque hay otro procedimiento más justo y
m~ eficaz para resolver los problemas. En este caso, el que te,ni~ndo
este

procedimiento no sangriento, no costoso,
nó duro,
recurre a un
procedimiento belicoso, s_e: haiá injusto.
¿ Por qué imposible? · Porque , las mismas naciones, conscientes de
su dignidad y d_e su responsabilidad, preferirán zanjar sus cuestiones
con me~ios _ pacíficos.
El Concilio VATICANO II no ha revocado los principios de la
d~ct.rina católica _sobre el particul_ar. Los ha rea,fir:inadC!, aconsejan­
do
y mandanc,lo qµe no .~e aplique_n simplement~ las con.Secuencias de
Otros tiempos,_

sino
qu~ se apliqúetJ. los
principios
p~rennes d_e siem-
Pie, a ·1as. ciÍrui:iSt~ci_as actuales. ·· . , · -
En ..
la achlaiidad, ~~éva~ cir~stanáas . d~ \odos c~nocidas han
veniAo _a.agravar el_p!oblema de la guerra. Los_ problemas sob~~-su
legitimidad han·

surgido
de nuevo ·con gran virulencia. Pero el con­
<:epto de guerra ha adquirido tal elasticidad que puede éohsiderai"se
--con toda certeza -equívoco. Conflictos· .. fronterizos, ·guerra ideológica,
Fundaci\363n Speiro

RJCAR.DO MUFIOZ /UARJJZ
terrorismo, «guerrillas», guerras civiles, general; nuclear, qumuca,
psicoquímica, electrónica, ,convencional, bacteriológica, son palabras
que··encierran -un eontenido· inmensamente dispar. Ha llegado, pues,
la hora de que los entendidos en esta materia no se queden hlpao­
tizados

por
la noción
de guerra clásica y traten de modificar los
conceptos para ajustarlos a
la realidad, sin intentar cambiar los
hechos p~ra ajustarlos a fa abstracción.
Lo · que la Iglesia condenó ayer, lo sigue condenando hoy. Sus
principios permanecen inconmovibles, tanto en su contenido positivo
como en el negativo. Y por eso, hoy como ayer, la Iglesia condena
los hechos que puedan
provocar las

guerras : el hambre del mundo,
las enfermedades por inasistencia-, la miseria económica_. lá · ifljusti­
cia social, la explotación y opresión; el colonialismo desmedido, la
discriminación racial,

el egoísmo · de las naciones y de los grupos,
las barreras y prejuicios filosóficos e ideológicos. En una palabra,
todo lo que sabe a ambición individual y colectiva, a imperialismo de
dominio, que ·son los frutos del PECADO.
IV.· REFLEXI0N PASTORAL
Toda la tarea de la pastoral católica en relación con la cuestión
de la guerra, y muy particularmente cuando se trata de una pastoral
colectiva, aparece propuesta. en
el texto

del Concilio VA TI
CANO II,
qne

iovita a los hombres a reconsiderar la guerra
«con un

..
espíritu
enteramente

nuevo»
(67). De ahí que la Pastoral ha de ser, ante
todo, la

educadora de tal reconsideradón, utilizando todos los me-
dios. a .su alcance~ . _ .
ia guerra, considerada en. sí misl)la,. qbedece a las leyes te;ribles
del exterl)lioiQ .Y rei;ulta cruel e: ioJiUJI\ana. Por. ello plantea delica­
dos problemas de conciencia; y dicta
, l¡t razqn. que «la . guerra por
la
_guerra>> es

.algo
abomioab'ie, ya qt1e s¡¡ rellUltad,¡l. Í111flediato es la
humanidad'
sangrante'
y . destrozada,
Es. por ello por h que acqgiénqose al amparo d~)~ afi.r~ión
(<17) Condllo Vaticano II: Op, rit:, núm. 80, · ' ,
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
anterior, alzan su bandera los pacifistas, preguntando: «¿Para qué la
guerra?». Y consecuentes con sus ideas, definen su posición : «¡ Gue­rra a
la guerra!».
Este modo de pensar
es una postura loca e inconsecuente ; porque
la finalidad de la guerra, de una guerra justa, no es otra y no puede
ser otra
más que la de la PAZ. No la paz artificiosa existente antes
de hacerla, sino
la paz verdadera.
Resulta innegable que siempre han existido intentos para supri­
mir las guerra_s. Las corrientes pacifistas con su colorido atractivo,
basado en la ilusión -«¡bendita ilusión!», que diría el poeta- de
la fraternidad humana, han surgido de nuevo en nuestros días. ¿Idea­
lismo?
El hombre, por humano, no puede sustraerse a las leyes eternas
que le sitúan en un mundo de lucha
y de pecado. El sostén de la
verdadera paz
es la justicia. Pero, ¿ha existido, después del primer
pecado,
la justica en el mundo alguna vez? ¿Es justo el mundo que
conocemos? La justicia que impera en el marco de las relaciones e~tre
los

hombres es
la amañada o cirrunstancial. Eso si no se niega ro­
tunda y sistemáticamente al débil el derecho que le asiste. Las am­
biciones
y apetitos de los pueblos y gobiernos constituyen el germen
que, apoyado en la fuerza, origina las guerras.
El P. Congar, nos suministra, al efecto, una imagen extremaia­
mente gráfica. «De estos dos hechos -carencia de una .autoridad
mundial capaz de indicar el derecho objetivamente, y con autoridad
para asegurar el orden
y la actual existencia de países y, por tanto,
de
patrias-, se

sigue que negarse a hacer de perro guardián, porque
ello puede llevar a morder,. representa abandonar los corderos en un
pals donde todavía existen lobos. Consiste en aceptar, con el fin de
rechazar una solidaridad con· la violencia, una solidaridad con la in­
justicia, así como eotregar a la violeocia aquello y aquellos a quie­
nes tenemos el deber de proteger. Leonard Constant, ese
profesor
católico que murió socorriendo a Wl.Os heridos alemanes durante un
tumulto durante la época del separatismo del Rhin, escribía: ,,Pue­
de haber una paz más culpable, a los ojos del amor, que muchas
guerras : la que estaría compuesta de cobardía y abdicación por ·una
parte y, por otra de una injustida triunfadora». Erasmo, que es un
6 81
Fundaci\363n Speiro

RJCARDO MUfWZ JUAREZ
precursor ·del pacifismo moderno, preconiza la guerra contra los tur­
cos.
Gandhi consintió que se tomaran_ las armas para repeler la agre­
sión de las tropas de Cachemira, a finales de 1947. Francis, el de
«Chefs du Royaume», se dirige a hacer saltar el cañón junto con sus
sirvientes ... » (68).
Y el abate Naurois sentenciaba de manera categórica: «Si el pa­
cifismo tuviera razón, es preciso, o bien que Cristo se desínterese de la historia humana, o bien que El la condene absolutamente ...
Ahora bien: la historia divina supone la historia humana y las dos
no cesan de interferirse». «Si- el pacifismo fuese adoptado como re­
gla social, su victoria se negaría a sí misma, acusando el trit:.nfo de
las gentes sin confesión. Esto seria la roina del orden de la natnra­
leza. Pero, entonces, a .faJta de una naturaleza donde insertarse, la
sobrenatnraleza, la Gracia, ya no podría actuar» ( 69).
Necio resultaría negar los progresos que se han logrado duran­
te los últimos años, encauzando las
relaciones entre
los pueblos hacia
la paz. De todos son conocidas las actividades de 1a diplomacia, y los
trabajos y esfuerzos de conferencias -y congresos.-intemacionales, ha­
ciendo referencia a diversos aspectos de la conexi6n y trato entre
los diferentes Estados, concluyendo convenciones que obligan a todos
los signatarios; y llegando. a crear asociaciones internacionales. Pero
resulta también evidente que todavía no se ha penetrado en la ausen­
cia del Derecho de los pueblos, que debe partir de la realidad mate­
rial
y espiritual del hombre.
La defensa de la paz ha exigido siempre el riesgo incluso de la
guerra. La polémica del militarismo y antimilitarismo es siecopre
vieja. Hemos de tener presente que el militar no pertenece a una extraña parte de la humanidad que se distinga por su condición be­
licosa, por su afán de guerra .. Es un hombre al que su naturaleza in­
dividual y social reclaman con insistencia el bien de la paz. Es tam­
bien
el Concilio VATICANO II el que reconoce el servicio que tal
profesión reporta para la humanidad. «Los que al servicio de la Pa­
tria se hallan -en el ejército, considérense instrumentos de la segu-
(68) Congar, Y. y Foillet, J.: op. cit., pág: 78.
(69) Rubio García, L.: Op. cit., en < litar», 6 (1958), pág. 44.
82
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
ridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta fun­
ción, realmente contribuyen a estabilizar la paz» (70). Porque, co­
mo dice Gonzalo Muñiz: «¿Quién duda de que, llevada a sus
últimos
extremos la no violencia, tanto en el orden interno como intetnacio­
nal, y, dada nuestra naturaleza caída y desfalleciente, introduciría
el

imperio del mal
y de la iniquidad? ¿Quién puede negar a las Fuer­
zas Armadas su carácter de sostén
y pilar dd rein,do del Derecho y
de la Justicia en ambas esferas estatal e interestatal?» (71).
La paz sólo puede lograrse por el camíno del Derecho,
y hacia
él lleva la espiritualidad, producto de las creencias religiosas, de
la
educación y de la cultura de los pueblos. Pero el procedimiento no
es ir directamente y en forma súbita a cambiar las estructuras por el
afán de cambio que impera en todos los órdenes de la vida, y que
no es más que el fruto del hastío y cansancio humano en este mundo
perecedero, sino el indirecto
y gradual, que está en la formación de
las conciencias, fuente de donde nacen todas las estructuras.
El cambio dé estructuras, sin la previa reforma de las-conciencias,
es algo violento que no puede prevalecer ni durar. Esto es lo que
Santiago nos· ens_eña en su carta ( 4, 1) : «¿Qué conduce a la guerra
y a las querellas entre vosotros? Os ·diré lo que a eso os conduce;
los apetitos que infestan vuestros cuerpos mortales». Es también el
Concilio VATICANO II quien va al fondo· de la cuestión, cuando
dice: «Es inútil tratar de conseguir la paz, mientras los sentimientos
de hostilidad, de desprecio y de suspicacia, los odios raciales y los
prejuicios ideológicos sigan dividiendo y oponiendo a los hom­
bres ... (72). Sin duda alguna todos nosotros tenemos que cambiar
nuestro corazón» ( 68).
Y más adelante dice: «Para edificar la paz
se requiere ante todo que se desarraiguen las causas de la discordia
entre los hombres, que son las que alimentan las guerras» (73).
En su plena verdad evangélica,
la acción
de la Iglesia no consis­
te, en modo alguno, en la sola promoción de los valores terrenos; por
necesario que sea alcanzarlos
y por coraje que se necesite para ello
(70) C.OnciHo Vaticano 11: Op. cit.,. núm. 79.
(71) Op. dt., pág. 144.
(72) Concilio Vaticano 11: Op. cit., núm. 82.
(73) Concilio Vaticano II: Op. cit., núm. 83.
83
Fundaci\363n Speiro

R1CARDO MUF/OZ JUAREZ
por todos los medios que la historia humana puede abrir a la ac­
ción de cada uno. Su acción consiste más bien en la formación ·espiri­
tual del hombre, con el fin de prepararle a mejores realizaciones ya
a la vista, pero que no pueden sobrevenir sino mediante el buen re­
sultado de esta fo!'mación, de tal modo que sería vano esperarlas sin
ocuparse de ella.
La pastoral tendrá que apoyarse en esta esperanza de una suerte
de mutación espiritual del alma humana, esforzándose sin tregua
por _inspirarla en el corazón de los hombres.
CONCLUSION
Que las guerras son inevitables lo demuestra la evidencia del he­
cho histórico. Estas aparecen como un castigo divino impuesto a la
sustancia misma caída del hombre. Las cosas van inexorablemente á·
través 4e los caminos indicados por la Providencia de Dios.
Jesucristo trajo
la paz, como escatimándola en la tierra, a los
hombres de buena voluntad. Parece indicar que los individuos que
hay en la tierra con puena voluntad tendrán paz. Es como si, con­
tando con el principio de la guerra, quisiera aprovechar una excep­
ción de la regla para dejar filtrarse hacia los hombres el regalo de la
paz.
No es lícito pensar
eri la guerra como solución de los proble­
mas, pero es obligatorio prevenirse c~ntra un énemigo que no pien­
se en licitudes; con lo que llegamos a la conclusión de que sólo la
legitima defensa puede justificar la guerra.
Este problema de la licitud de la guerra se plantea en la
paz,
que es cuando se puede evitar. De ahí que toda guerra es ilícita por
parte de quien no ha hecho todo lo posible por evitarla. Y en este
sentido el agresor no es sólo una persona ni un gobierno; la agre­
sión es un pecado colectivo. que se est_á cometiendo por todo
·el que
no

hace lo posible por disminuir las tensiones sociales,
la's tensiones
políticas, las tensiones raciales. Ese pecado de agresión, que puede
un día provocar la ruina material y moral del mundo en una gue­
rra atómica, lo cometemos cada vez que somos -egoistas con los de-
84
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
más, cada vez que sentim~s - odio y cada vez que deseamos imponer
nuestra voluntad y nuestras opiniones a los demás de un modo vio­
lento.
Para crear un clima de paz, un amor real a l:1: paz, para curar­
nos de todO belicismo más o menos latente, necesitamos algo máS qué
contentarnos

con delimitar lo que es lícito y lo que no lo es. La
bomba atómica no ha de ser sólo un nuevo descubrimiento en
la cien -
cia aplicada a la lucha entre los hombres, cómo lo fuera antaño la
dinamita o la pólvora, con sus repercusiones a la táctica obligada a
modificarse
para tener en cuenta y oponerse a los efectos destruc­
tores de las nuevas armas. El empleo, a voluntad de los hombres.
de la energía nuclear coincide con un momento revolucionar10 en
el devenir histórico de la existencia de los hombres,
en el

que están
en discusión
y en trance de crisis toda una serie de ·valores y :,u or­
denamiento,

aceptados hasta ahora
conio verdades .. inconcusas.
Aquí es

donde radica la importancia de la TEOLOGIA DE LA
GUERRA. Esta realidad humana, por consiguiente, está en conexión
con los valores morales
y cristianos, que no sólo no ·pueden desco­
nocerse,

sino que hay obligación de defender
y salvaguardar a toda
costa.
·BIBLI0GRAFIA
l. DICCIONARIOS Y ENOCL0PEDIAS
.Ar.LMEN, J. J. VON: Vocabulario Bíblico, Ed.it. Marova, Madrid, ·1968, 366
páginas. Art. Guerra (H. 1 fICHAUD) págs. 131-134.
BAUER, J: B.: Diccionario de Teologia Bíhlica, Edit. Herder, Bircelona, 1967,
XXXVI, 1083 págs. Art. Guerra (H. GRoss) col. 433,~38.
BOUYER, L.: Dictionaire Théologice, Edit. Desclée, Tournai (Belgique) 1963,
IX, 653 págs. Art. ·peché, págs. 504-509.
ENCICLOPEDIA DE LA BIBLIA: Vol. III, art:. Guerla, coL 975-9.84, Ediciones
Garriga, Barcelona, 1963, XXVIII, 1303 págs. (C. GANCHO), , _
GALINO, P.: Colección de EndcJicas y Documentos Pontificios, PUbiic.uio­
nes de la Junta Nacio_'naJ de A, C., 3 vol. Sextii Edición, Madrid, 1962-
1967, XXXIII, 3296-128 págs.
HAAG, H.: Dicdonario de la Biblia, Edit. Herder, Barcelona, 1964, XVI,
1080 págs. Art. Gui::rra, col. 786-787.
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MU1WZ JUAREZ
LEÓN-DUF0UR, X.: Vocabula,io de Teología Bíblica, Edit. Herder, Barce­
lona, 1967, 871 págs. Art. Guerra, págs. 325-329.
RANHER, K.-VORGRIMLER, H.: Diccionario Teológico, art. Pecado, col. 534-
542. Edit. Herder, Barcelona, 1966, XXIII, 786 cols.
R0BERTI, F.: Diccionario de Teología Moral, art. Guerra, págs, 558-561,
Edit. Litúrgica Española, Barcelona, 1960, XLVI, 1376 págs.
TORRES CALVO, R.: Diccionario de los texto¡ conciliares (Vaticano 11), 2 vo­
lúmenes, Art. Guerra, vol. I, págs, 865-868, Edit. Compañía Bibliográfica
Española, Madrid, 1968, 1058 págs.
VALLE, F. DEL: Dir:cionario de Moral Profesional según los Documentos Pon­
tificios, art. Militares, págs. 483-486, Edit. Compañia 8ibliográfica Espa­
ñola, Madrid, 1962, XXII, 832 pags,
2. OBRAS
BAQUER, A.: La religiosidad y .el combate, Consejo Central de Apostolado
Castrense,
Madrid, 1963, 204 págs.
BAUMGARTNER, C.:
El PecadfJ Original, colee. El misterio cristiano, Edit.
Herder, Barcelona,
1971, 238 págs.
BBRNAL, J. D.: Per un mon sen.re guerra (World withoul war), Trad. Lo­
renzo Carbonell,

colee. Biblioteca Básica de Cultura Contemporánea, nú­
mero
20. Edición 62, Barcelona, 1969, 320 págs.
BouTHOUL,
G.: El fen6meno guerra, colee. Tribuna, Edit. Plaza-Janés, Bar­
celona,
1971, 294 págs.
BoUTHOUL,
G.: La guerra, colee. ¿Qué sé?, núm. 44, Oikos-tau, S. A. Edi­
ciones Barcelona,
1971, 126 págs.
CASA DE LA BIBLIA: La Biblia y la 15,11erra, Madrid, 1962, 16 págs.
CONGAR, Y; y FOLLIET, J.: El Eifrcito, la Patria y la conciencia, Edit. Nova
Terra, Barcelona,
1966, 1)6 págs:
CONCILIO VATICANO
II: Constituciones, Decretos1 Declaraciones, B. A. C.,
Madrid, 1965, 876 págs.
CosTE,
R.: Moral Internacional, Edit. Herder, Barcelona, 1967, 776 págs.
CosTE,
R.: Las Comunidades Poli1icas, colee. El misterio cristiano, Edit. Her­
der, 1971, 383 págs.
CUBRAN, _CH.: (.'Principios absolutos en Teología Moral?, colee. Teología y
Mundo actual, núm. 24, Edit . .5al Terrae, Santander, 1970, 316 págs.
DAVEZIES, P.-DuMAS, A.: Teología de la violencia, Edit. Sígueme, Salamanca,
1970, 154 págs.
DELOS, J. T.: Sociologie de la guerre moderne et théorie de la iuste guerre,
XL Semaine Sociale de France, Lyon, 1953, 221 págs.
DUBARLB, D.: La salvaguar.dia de la paz y la construcción de la comunidad
nacional,

en
La Iglesia en el mundo de hoy, tom. II, Edit. Tau.rus, Madrid,
1970, 790 págs.
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
!BARRA BUJPLLO, A.: El credo deJ soldado, Edit. Gráficas Aragón, Madrid,
1958, 490 págs.
LrNroN, R.: fütudio del hombre, Fondo de cultura económica, séptima reim­
presión, México, 1970, 488 págs.
MAm, l.: Introducción a la antropología social, Alianza Editorial, Madrid,
1970, 376 págs.
METz, J. B.: Teología del mundo, Edit. Sígueme, Salamanca, 1971, 206 págs.
MYSTERIUM SALUTIS: Manual de Teología como Historia de la Sal11aci6n.
SHOONBMBBRG, P.: El pecado del mundo, vol. 11, tom. II, sec. 3, pá­
ginas 985-997.-El pecado original y el pecado del mundo, páginas
1028-1039.
NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS: Ve,-sión íntegra del Cateci.rmo Holandé.r,
Edit. Herder, Barcelona, 1969, XXII, 512 págs.
SANTO ToMÁs: Summa T heologica, B. A. C., Madrid, 1960, XXVIII,
1230 págs.
TuYA, M. DE: Visión teológica de, la actualidad mundial, Edit. Stvdivm, Ma­
drid, 1952, 249 págs.
VEGA MESTRE, M.: Deontología Militar, Ediciones Aries, Madrid, 1951, se­
gunda edición, 438 págs.
VrroRIA, F. DE:· Reéler:ciones Teol6gicas, B. A. C., Madrid, 1960, VIII, 1986
páginas.
3. REVISTAS
AuPHAN, P.: La guerra y el derecho natural, en «Verbo» 60 (1968), pági­
nas 739-756.
BAINTON, R. H.: The primilive Church and war, en «The Harvard Théo­
logícal Review», 39 (1946), págs. 189-212.
BARBER, M. D.: ChriJtian fidelity "a"ld pacifism, en «Review for Religious»,
29 (1970), págs. 400-404.
BRIERE, Y. DE LA: La concepción de la paix et de la guerre chez S. Agmtin,
en «Revue de Droit International et de Legislation comparée», tercera
serie, XIV (1933), pág. 634.
BoVER, J. M.: Los soldados, primicias de la gentilidad cristiana, en «Razón
y Fe» (1938), págs. 62-88.
BusQUETS, J.: Etica y DMecho de guerra, en «Revista Española de Derecho
Militar», 21 (1966), pág. 82:
CANO, J. L.: Tensión internacional, carrera de armamentos y desarme, en
«Razón y Fe» (1969), págs. 335-341.
CoNNERY, J. R.: War, concience and the law: the state of question, en
«Theological
Stu.dies», 31 (1970), págs. 288-300.
CosTE, R.: Pacifismo y Legitima defensa¡ en «Concilium», mayo lQ:65, pá­
ginas
88-96.
87
Fundaci\363n Speiro

RICARDO MU!::WZ JUAREZ
CosTE, R.: Pace a la gu"erre et a la violence, que/le attitude?, en «Masses
Ouvrieres», 267 (1970), págs. 3-20.
C&UBELLIER, M.: La guérre: wciologie et hiitoire, en «La vie intellectuelle»,.
octubre 1952, págs. 25-51.
DRIKWATER, F. H.: War and conscience, en «The Commonweal», 53 (19'.51),.
págs. 511-514.
DuCATÍLLON, V.: Des lois de la gu~rre a la guerre sans loi, ei;i «La· vie iri­
tellectuelle», diciembre 1953, págs. 6-20.
DU:PROUT, A.: Guerre Sainte et chrétienté, en «Cahiers de Fanfeaux», 4 (1969),
págs. 17-50.
FERNÁNDEZ, A.: Religion et paix, en «Eglise Vivante», 22 -(1970), páginas
411-425.
FLORES, A.: Nuevo concepto de la gue"a química, en «Ejército», 290 (1964),.
págs. 15-22.
FONTAINE, A.: Los cristianos ¡ el .rervicio militar en la antigüedad, en «Con~
cilium», julio-agosto 1965, págs. 118-131.
FoRD,
J. C.: The marality of the de.rtructing bomb,. en «Theological Studies»,.
5 (1944), págs. 261-300.
G~cÍA,. S.: La Iglesia y la guerra,. en «España y Amérka-», 43 (1944), pá­
ginas 404-409.
GoNZÁLEZ MALVAR, J.: La objeción de conciencia, en «Incunable», 262-
263, agosto-septiembre 1971, págs. 7-9.
GOREUX, P.: Une consultaJion de théologiens sur le probleme de la mora­
Jité de

la
guerre, en «Nouvelle_ revue théologique», 59 (1952), páginas
893-905.
GRANERO, J. M.: Sobre la moralidad de las guerras modernas, en «Razón y
Fe» (1952), págs. 341-360.
IMPACTO (Revista de la Unesco): ¿Por -qué el hombre es agresivo?, Mesa
redonda, vol.
XVIII (1968), núm. 2, págs. 4-10.
MuÑIZ VEGA, _G.: La objeción de conciencia, en «Verbo», 101-102 (1972),.
págs. 127-180.
RIEDMA1TEN, H. DE: E/ Concilio y la guerra, en «Selecciones de Teología»,.
VII, 25 (1968),

págs. 99-100.
RUBIO GARCÍA, L.: ¿Superación del problema de la objeción de conciencia?,.
en «Revista Española de -Derecho Militar», 6 (1958), págs. 10-12, 7
(1959), págs. 19-20.
RYAN, -E. A.: The .refrual before· the mi/itary service among the primitive
thristians,
en «Theological Studies»; 13 (1952), págs. 1-32.
SANTILU, R.: 1/legittimitá della guerra moderna, en «Vita sodale», 4 (1947),.
págs. 437-448.
SCHMIDT,· R.: Die heutingen chemiscben Waffen 1111d ihre Bekamfung, en
«Universitas»,

24 (1969),
págs. 1095-1102.
88
Fundaci\363n Speiro

TEOLOGIA DE LA GUERRA
SEGURO, L.: Perfil moral 'Je /{J gfle"a atómica, en «ECA», 9 (1954), pá­
ginas
291-297.
SECRETAN, F.: Le christianisme et le service militaire, en «Revue de théolo­
gie et de philosophie» (1944), págs. 439-446.
SoLAGBs, B. DE: La genese et /' orientaJion de la théologie de la guerre, en
«Bulletin de littérature ecclésiastique», _41 (1940), págs. 61-80, 121-138;
153-175.
SPRINGER, H.: Peace and war, en-«Theological Studies», 31 (1970), pági-
nas 477-492.
·
SuÁREz, C. L.: El derecho a la i1Jvasión armada e.n el A. T., en «Ilustración
del Clero», 38 (1945), págs. 14-18; 54-60; 91-96.
VAussARD, .M.: L'lglise catholfque la g11erre el la paix, en «Nouvelle revue
théo!ogique», 85 (1953), págs. 991-964.
ZALBA, M.: Gue"a atómica y moral, en «Ecclesia» (1950),_ págs. 1_5-17.
ZAMAYON, P. DE: El derech_o a la defensa .durante el estado de agresión pe_r,
manente, en «Revista Española de TeolOgía», 2 (1943), págs. 25-38;
307-318.
ZAMAYoN; P. DE: Moralidad de la guerra en nue1troi dias y en lo porvenir§
en «Salmanticensis», 2 (1955), págs; 42-79.
89
Fundaci\363n Speiro