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Número 113

Serie XII

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La conciencia moral y su norma

LA CONCIENCJA MORAL Y SU NORMA
La conciencia moral.
«¿Qué es el sentido mordí' Es un juicio inmediato, podríamos
"decir casi

instintivo por
ser primitivo
en nuestro proceso raciona/
1
"sobre la bondad o la malicia de una acción.
"Y ¿cuándo una acci6n es buena 0 mala? Es buena cuando es
"conforme a
un orden,

a un bien objetivo (ontol6gico),
a un orden
'' que nace del ser, de la naturaleza de las cosas,-· si no es conforme,
"es mala. · 11Y ¿cómo sabernos nosotros si existe o no esta conformidad? Lo 11sabemos, ante todo, por aquel acto espontáneo, pero reflejo, que
''nuestra mente realiza sobre JÍ mi.rma y que se llama conciencia.
" . . . . . . . . ...... .
"La conciencia, ante todo, es el hombre que piensa sobre sí miJmo; 11 es el pensamiento del pensamiento; es el espejo interior de la ex­
"periencia, de

la
vida; y e.s ordinariamente p.sicológica: el hombre
"se .siente, se recuerda,

Je
juzga,
discurre de si consigo mismo,
.se
"conoce.
Y

en este
cuadro interior
adquiere
un relieve especial

la
"advertencia sobre el empleo de la propia libertad, bien que preceda
"o siga al acto, en cierto sentido, creativo de la voluntad personal,
"es decir,

sobre ta explicación
re.sponsable del
hombre pensante
y
''libre,' y esta advertencia se llama la conciencia moral.
" . . . . . . . .
"Decir que e.s nece.saria ta conciencia moral equivale a decir que
"es necesario

que el hombre sea hombre. Dicha conciencia responde
"a su definición; un hombre sin conciencia es

como una
nave a
la
"que falta

el timón, es decir
1 la guía. Falta del conocimiento de los
"verdaderos valores de la vida
y del conocimiento de sus fine.s, Nos
n lo

dicen los moralistas; de
ahí enseñan que la bondad de la acción
,,
humana

depende del
ob;eto en
el que está
interesada y, además de
''las
circunstancias en las que
.se realiza,

de la intención
que la
mueve
"(cfr. S. Tomás, 1-11, 18, 1-4); ahora bien, esta compleja especifica­
"ción de la acción, si quiere ser humana, implica un juicio subjetivo,
"inmediato, de· conciencia,
que después
se desarrolla en la
virtud 11reguladora de la acción misma, la prudencia. Es-decir, la conciencia
"pone en

juego en el hombre activo su inteligencia
y su voluntad,
203
Fundaci\363n Speiro

nlo hace dueño de sus actos, Jo libera de su pasividad interior, incluso
ncuando la

obligación exterior
no le
permite movimientos
exteriares
"libres.
"Este
retorno

a
una conciencia
moral propia es hoy tanto más
"deseable por

el
hecho de que la educación moderna
capacita más
,, al. hombre al ejercicio del pensamiento y a la Selección autónoma de
,, las propias decisiones,' y también

cuanto
más penetrada
está
nues­
ntra
psicología,

frecuentemente
casi sin que se percate de
ello, por
"estímulos e impresiones
exteriores,-el am.biente, la

opinión
pública,
"la
moda,

los incentivos
pasiontdes, las distracciones

innumerables
"impiden, en la práctica, el recurso a la propia
conciencia,-la

acción
_
"original, personal,

es desbordada por influencias de todo orden, por
,, las

que el hombre vive a
ciegas, casi

condicionado
y guiado por

el
"fenomenismo
de las cosas que lo

rodean
y del
mecanismo obligante
"y convencional que lo trastorna.
, "En el

fondo
es muy dificil para

el hombre moderno decir:
Yo;
nyo
a

si mismo, en el foro íntimo de la propia
personalidad,-y es
"muy fácil

para él someterse a factores que lo convierten
en un nú­
"mero
insignificante en. la masa anónima, carente con frecuencia de
"una verdadera

conciencia
moral comunitaria.
,, Es

en la
expresión de
la conciencia moral donde el hombre se
n libera

de las tentaciones producidas en
su propio
ser vulnerado por
"el desarreglo heredado de su complejo organismo a causa de un
"trastorno
atávico,
el pecado original; él recupera, si no otra
cosa,
"el
concepto

y el deseo de la propia perfección.
11Es por esta conciencia moral por la que son súperados tos inte­
''reses corruptore.r de
su dignidad, son vencido.r los

temores
que hacen
"al espíritu vil e inepto, .ron ttlimentado.r los sentimientos que pro­
"ducen et

hombre galante, honrado, más aún, fuerte. Los grandes
"tipos del drama humano, los inocentes
1 los héroes1 los santos sacan
n su energía

de esta conciencia.
Pensad en

Antígona. Y pensad en
otras
"muchas
admirables

figuras
que engrandecen

en la historia
y en la 11 crónica cotidiana, porque está alimentada por una conciencia moral
"impávida,

especialmente cuando el sentimiento religioso les da la
"fuerza
que sólo

él
puede dar,-citemos al, azar, a un Tomás Moro
"(del que se

ha publicado en estos días
un delicado
perfil biográfico
"de fosé Petrillim, cfr.

p. 191),
un San Agustín,

las dos Teresas y,
"en general, a los Santos1 que se han hecho sus propias biografías,
"a una

Edith Stein,
y, en la literatura, un pasaje famoso en Adelchi,
"de Manzoni

(cfr. Hecho V, II), etc.»
204
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 2 de agosto de 1972 (O. R. de
3
de

agosto de 1972; original italiano; traducción
de
Bcclesia núm. 1.605 del 19 de agosto).
Fundaci\363n Speiro

Cómo se forma la conciencia moral.
«Pero aquí debemos añadir, para terminar, la otra nota que a Nos
''nos urge

poner de relieve en
relaci6n con
la conciencia:
.ru insufi­
"ciencia, decíamo.r.
Por

sí sola, la
conciencia
no
ba.rta, aun cuando
"lleva
en ,¡ múma lo, precepto, fundamenta/e, de la ley natural· ( cfr.
"Rom.
2,

2-16).
E.r necesaria, ¡ustamente, la
ley;
y la ,que la con­
" ciencia ofrece

por
.ri mi.rma a la orientación de la vida humana no
"ba,ta; debe ,er educada y explicada;

debe
ser completada
con la
"ley externa,

tanto
en el ordenamiento civil -¿quién no lo sabe?-
11 como en el ordenamiento cristiano --y también é.rte ¿quién no lo
"sabe?-. El «camino» cristiano

no nos sería
conocido, con
verdad
"y con autoridad si nos fuese anunciado por el mensa¡e de la palabra
"exterior, por

el Evangelio
y por la Igle.ria.
"Quien piensa emanciparse
de

la ley
y de la autoridad legitima
"tendrá
un .rentido moral

mudo sobre muchos preceptos incómodos
"y principales y, para un cristiano, fundamentales, como la caridad
"y el sacrificio, y terminará por perder un exacto ¡uicio moral., y por
"conceder.re a
sí mismo aquella moralidad elástica y permisiva que
"de,gracitdamente
hoy parece prevalecer.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 2 de agosto de 1972 (O.
R. de 3
de agosto de

1972; original italiano; traducción
de
Eccle.ria núm. 1.605 del 19 de agosto).
Deber moral y libertad.
«El deber, palabra que con frecuecia e injustamente calificamos
"como antipática y hostil, es la ley, la deontología de la vida. Pero
"he aquí una nueva pregunta:

¿no
es. el
deber
contrario a
la libertad?
"Exi.rten quienes superficialmente lo

creen. Y en nuestros
día.r un
"liberal.i.rmo filosófico, tan autorizado

como
in.ruficiente1 nos lo ha
"predicado; mérito

del pensamiento moderno (idealista,
especial­
"mente,

cf-r., Croce)
.rería el

de haber profundizado el concepto de
"libertad en

oposición
al de deber} con consecuencias ideológicas,
"pedagógica,,
morales y sociales fáciles de
intuir.
"Nosotro.r, alumnos

de
Cri.rto y de ta Igle.ria, ciertamente, .rere­
"mos

los defensores de la auténtica libertad del espíritu humano
y,
"por ello, de los ordenamientos sociale.r que se derivan del mismo,'
"pero
simultáneamente y no contra, sino en homenaje a la verda­
n dera libertad, seremos lo! dejen.rores del deber1 de e.rta interior ne-
20S
Fundaci\363n Speiro

"cesidad aceptada y querida, que descubre a nosotros mismos nuestra
nvocación humana y que nos eleva el nivel moral. El hombre no es
"sólo derecho, es

también deber, especialmente en sus soberanas apli­
" caciones que hoy se prefieren

llamar
responsabilidad.
"Responsabilidad,
sí, está bi.en, frente a ta propia conciencia, si
"ésta quiere ser lógica, coherente,

humana; frente a la sociedad y,
"especialmente! frente

a quien como tal ha plasmado nuestra con­
" ciencia,

responsable
cd fin y, sobre todo, ante El, «qui videt in abs­
"condito», que nos

ve
en la
intimidad (cfr., Mat.
5,4, etc.;
Prov.
"17,3, etc).
nPara nosotros hacer el
bien es
un compromiso ( otra palabra que
"hoy

revaloriza
aquella otra

palabra callada de
deber); decir
la
ver­
"
dad

es compromiso,
deber siempre;

mantener las promesas es com­
"promiso, es
deber, es responsabilidad,-«pacta sunt servanda>> (hay
"que cumplir los compromisos J, piedra fundamental del derecho
"internacional,--/os

votos son compromisos sagrados que
jamás se
"deben violar
o, por si mismos, jamás se deben desmentir o retractar,·
"el bien

del
prójimo! el

de
amarlo y

el de amarnos como
El, Cristo,
"nos ha amado! es el gran y «nuevo mandato», el deber testamentario
"que nos

ha dejado
y que nos autoriza a reconocernos y a ser efectiva­
"mente cristianos

(cfr., fn. 13,35 ).»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 9 de agosto de 1972 (O. R. de 10
de
agosto de

1972; original italiano; traducción
de
Ecclesia núm. 1.606 del 26 de agosto).
El deber moral y su norma trascendente.
«Un análisis, muy elemental en este momento, se impone. Por
"ahorai subjetivo.

¿Cuáles son los coeficientes de la moralidad? Po­
" demos

clasificarlos bajo tres
pal.abras muy
corrientes:
deberi poder,
"querer.
"¿Puede

decirse bueno, es
decir, hombre perf'ecto, el
que falta al
"propio deber? La respuesta es unánime: no. Pero el problema no
''se ha terminado. ¿Existe un deber? El de la norma exterior! cuando
''ésta·
es legítima, está claro:
es deber
de todo miembro del cuerpo
11 social obedecer a la norma establecida; el buen ciudadano es el hom­
"
bre
fiel a la ley. Y he
aquí que surge

inmediatamente
una serie
de
"preguntas apremiantes.

¿Es legítima la norma
establecida? ¿Es legí­
"tima
la

autoridad que la promulga e impone? Comienza la
confu.rión. ,, . . . . . . . . . . . . .
" ... ¿existe un deber, independientemente de las obligaciones pro-
206
Fundaci\363n Speiro

n cedentes de la legislación socia/.? Sí, existe; y surge interiormente;
"es una voz

de la conciencia; la oímos
tocfos por
poco
que la eicu­
nchemos,
y que dice: tú debesi tú no debes. Es uno de los temas más
n¡recuentes y más nobles en la historia del pensamiento. Célebres
"maestros hablaron de

él con
tal autoridad que

todavía debemos re­
"cordarlos; de él habló SócrateJ (cfr., II Critone}, Platón, los Estoi­
"co,, especialmente

Cicerón (De
Legibus, de
Officiis}, San
Am­
"brosio
(De

Officiis Ministrorum),
Rosmini, etc.
Kant estableció en
"él la

primada de la razón práctica con su imperativo categórico ... ,
"pero ésta,

¿es solamente
un impulso
inmanente
en nuestra estruc­
''tura psicológica

o procede de un principio superior, de una volun­
"tad transcendente,

que se
maifiesta dentro

de nosotros e interpreta
"y orienta nuestro ser en conformidad con un pensamiento divino?
"¿Quién nos quiere como El
1 Dio_r, nos ha pensado y nos quiere que
"seamos capaces

de
reaüzar, al mi.rmo tiempo, nuestra verdadera na­
"turaleza libre y procedente, orientada a nuestra plenitud y al en­
"cuentro con .ru designio

sabio
y amoroso? Así es. En el Decálogo.
"En el

Evangelio.
En nuestra escuela teológica y filo.rófica.
nEl deber

es la
voluntad del

Padre, la cual proclamamos como
"nuestra cada
vez que recitamos la oración enseñada por fesús: «Ha­
,, gase

tu voluntad
a.rí en
la
Tierra como
en el Cielo»,
en el orden 11cósmico y en el reino de los bienaventurados, <>,
"por nosotros1 pequeñas criaturas, siervos tuyos, mejor dicho1 ¡hijos
"tuyos! Aquí deber
y amor se encuentran y se explican el uno por 11 el otro y encienden una chispa que ilumina la vida presente y futura.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 9 de agosto de 1972 (O. R. de 10
de agosto de 1972; original italiano; traducción de
Ecc/esia núm. 1.606 del 26 de agosto).
La norma mor8'l: Inmutabilidad de loa prinmpios oon-stantes
morales

derivados
,del evangelio y de la ley natural, y mu­
tabi.Jidad de las "circunstancias" a las que

han de
aplicarse.
<<. .• se da el hecho de que en el campo operativo cambian muchas
,ileyes, y hoy más que antes; por lo que se justifica como legítima y
"razonable la cuestión que, de
un modo
muy sintético, nos hemos
"propuesto. ¿Qué debemos
hacer hoy?

O, mejor: ¿Cuáles son los
prin­
,, cipios~ los

criterios
que deben modelar, o
sea,
inspirar, transformar, 11 comprometer nuestra actividad, para que sea buena, human.a y cris­
"tiana?
"La norma moral, en sus principios constantes, los de la ley na-
201
Fundaci\363n Speiro

JJtural, y también los evangélicos, ,no puede sufrir cambios. Admiti­
''mos, no

obstante,
que pueda
padecer incertidumbres, porque se trata
,, de

la
prQfundización especulativa
de tales principios
1 o bien se trata 11de su desarrollo lógico o de sus' aplicaciones prácticas: si no, ¿para
"qué serviría

estudiar? ¿En qué consistiría el progreso moral? Admi­
"timos también

que pueden y deben acaso introducirse muchas varia­
"ciones en las leyes
positiilas vigentes,

que tienden de ordinario a la
"utilidad de

la acción, siempre que
se respete la honradez funda­
"-mental de tales variaciones:

¿No
hablamo.s Nos
siempre de refor­
''mar, de

«aggiornamento», de renovación, etc.? Y ello, pricipal­
''mente, porque

las
«circunstancias», és decir,

las condiciones de lo
"justo, de. lo útil y de

lo posible, en
las que se

desenvuelve nuestra
"conducta, son ellas mismas mudables,
y hoy más que nunca.
"Esta mutabilidad de las circunstancias es ahora muy sentida,
y
"es esta advertencia de tantísimos cambio.r, que alteran. y descompo­
"nen el cuadro de

la
vid4 tradicional, la

que nos vuelve a todos agi­
"tados
y temerosos no sólo de aceptar las novedades que por todas
"partes nos rodean
y nos encantan, sino para promover nosotros mis­
"mos novedades

de toda clase, y para
aplaudir toda clase de
movi­
"miento, entendido como actualidad y como

progreso, hasta las más
"audaces manifestaciones del genio, y hasta las
más extravagantes 11exhibiciones del capricho innovador. Cambiar, mudar, inventar, es­
c{arecer, tal es

el espíritu de
la actividad
moderna. Esta manía de
"cambiarlo todo parece no darse cuenta de la disipación del patri­
"monio, muchas veces

precioso
y característico, de la tradición y de 11la dificultad de dar a las nuevas expresiones de vida moral la es­
"tabilidad lógica

y la solidez
ética y jurídica que deberían distinguirla,
"dándole duración permanente en el tiempo
y larga difusión entre
"los hombres, como justamente exigirían la historia
y la civilización, 11de las que todos que"íamos ser fautores.
"
" ... remedios que puedan liberarnos de la in~ertidumbre moral
"hoy, anegadora-y destructora! vuelta hacia un nihilismo que podría
"ser catastrófico

bajo todos los aspectos. Ahora
los remedios,' pri­
"mero, el

concepto justo
de la
ley natural
(Confer. S. Th., 1-II. 94);
"segundo, el recurso habitual a la buena conciencia propia (Confer.
"Rom., 14-23) ,' tercero, la confianza en la obediencia a quien tiene 1'autoridad de ejercerla sobre nosotros, tanto en el campo doméstico
"(Eph.
1 61 1,' Col., 3, 20,· I Pet.1 31 1, etc.), cuanto en el civil (Rom.,
"13, 1-4,' 1 Pet., 2, 13-17},' a.rí como en el eclesiástico (Le., 10, 16,'
"Mt., 28,
20, etc.). La obediencia, en la economía de la salvación1
"teniendo ante nosotros el ejemplo del Cristo, «hecho obediente hasta
"la muerte, y muerte 'de cruz» (Phi!., 2, 8), no degrada a la persona
208
Fundaci\363n Speiro

"humana,' sino que la eleva a la dignidad de los hijos del Padre y la
"inserta en el plan comunitario} caracteristico del Evangelio, de la
"caridad y de la unidad. Pretender libertar a los fieles del m,,gisterio
"establecido

por Cristo,
sea para
liberarlo del dogmatismo de la en­
,, señanza

eclesiástica, sea para destacarlo de los vínculos de la
auto­
"ridad
jerárquica

instituida
por Cristo en la Iglesia, significa apar­
"tarlo de la certeza de la fe y de la norma moral, carisma éste de la
"certeza de fe que es propia del catolicismo, y preferir el insensato
"tormento de la duda crepuscular, de la soledad espiritual, de la in­
"fecundidad apostólica, hasta llegar a atacar la comunión, que en la
"fra.nca adhesión

a la Iglesia auténtica nos hace vivir en Cristo
y de
"Cristo, hasta llegar a oírle a El mismo repetir la amenaza ( ¿o la
ncondena?): < "recoge conmigo, desparrama»
(1Lc., 111 23).»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del
miércoles 30

de agosto de 1972 (O. R. del 31
de agosto de 1972; original italiano; traducción
de
Ecclesia núm. 1609 del 16 de septiembre).
La norma moral y la necesidad de referencia cristiana en, ella.
« ... la norma tradicional de la vida moral sufre muchos cambios
"no s61o

en formas
que podíamos
decir
accidentales y por infraccio­
"nes que,
como

ha ocurrido siempre en la historia
humana, podíamos
''decir
que

eran singulares
y deploradas por el ¡uicio común, sino de
"un modo que llega

a ser
habitual y engendra una costumbre, hasta
"una ley

con frecuencia,
que debemos clasificar como
lesiva de una
"norma humana esencial
01 por lo menos, contraria al orden autoriza­
,, damente

sancionado
para el
equilibrio ya sea interior de la recta
,, conciencia,

ya sea exterior de la sociedad bien disciplinada, Estamos
"en un periodo

de
laxismo, de
contestación, de
inobservancia del
"código moral;

en un periodo en que se invoca la libertad no para
"hacer el

bien, como serla
natura/,, .rino
para no hacerlo,
para gozar
"de una emancipación de cual-quier norma

impuesta desde
fuera y para
"dejar
nuestra

actividad en la indiferencia
o, incluso,

hasta en la
"oposición a

toda regla preestablecida.
,,
" ... el sentido de la dificultad para aceptar el código moral de la
"Iglesia
aumenta hoy
al paso
qke el
proceso de
secularización avanza
"en la

aplicación
radical de su propia f6rmula: la religi6n no
debe
"tener ya

nada que hacer en la vida autónoma
y profana del hombre
"moderno, operando según los criterios
específico! de
su campo de
209
,4
Fundaci\363n Speiro

"acci6n, lo que nadie de Juyo, dentro de ciertoJ límites razonableJ,
,,contesta,
pero
no
para asignar de

ninguna manera a la actividad
hu-
1'mana

su
finalidad suprema y tampoco para conservar las relaciones 11
todavía vigentes

con el sentimiento religioso
y natural, o tradicio­
"nal, que hasta nuestros días sobrevive bien en tantos hombres probos
') honrados, y en el coraz6n del pue-blo, para quien la religión ha
"sido costumbre

histórica
y gloriosa. El ateísmo reivindica también
"para sí

el dominio de la moral. De esta forma, el hombre se priva
11de los motivos trascendentes qne sostienen la ética, con la lógica y
"la fuerza que para e,e fin le son indispensables; y se priva de aque­
"lla superior
ayuda que deriva,

para la
acci6n humana, de

la fe y
"del misterioso,

pero real,
influ¡o del
amoroso socorro divino. Se
"reproduce de tal manera, ante nuestros o;os, la dramática· expe­
"riencia
anunciada

por el Evangelio
y analizada por nueJtra teología, 11 de la insuficiencia de las fuerzas humanas para gobernarse por sí
"mismo, para practicar Una verdadera y completa honradez, para evi­
"tar incoherencias y caídas
1 o sea, lo.s pecados, que vuelven escéptico
"al hombre

sobre la posibilidad de observar una norma moral exi­
,, gente y conforme a las profundas aspiraciones de la naturaleza hu­
"mana,
y mucho más a las de la vocación cristiana (Confer. lo., 15,
"4-5; Romanos,

1,17). Advirtiendo as/ la
dificultad de alcanzar el
"nivel
preestablecido por

Dios
y reclamado por la perfecci6n propia,
"el hombre

se ve
tentado y, ¡ay!, presto cede a la tentación de re­
,, bajar
arbitrariamente

el nivel de la ley moral, de poner
en duda
"su exigencia,

o
luego su existencia, extendiendo
el campo de lo
;11Jto
"más
allá

de la honestidad, sustituyendo la libertad obligada por la
"libertad permisiva,

prefiriendo la
transigencia doctrinal y cohones­
ntando
la

tolerancia
práctica en

el comportamiento humano.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del 7 ·de septiembre de 1972 (O. R. de 7 de
septiembre de 1972; original italiano; traducción
de Eccle.sia núm·. 1606 del 26 de agosto).
Inseparabilidad de la Moral y de la Religión.
« ... un problema importante: la relación entre la vida natural,
"profana, secular
y la·vida cristiana. Asistimos hoy a un esfuerzo gi­
"
gantesco para eliminar
de la
forma ordinaria de vivir toda señal,
"todo criterio, todo comp-romiso con .matiz religioso. Se busca
fre­
"cuentementei
incluso

en el ámbito del mundo cristiano,
reivindicar
"para el
laicismo

de la conducta, especialmente en
sus manifestaciones
"públicas y exteriores, un dominio exclusivo y absoluto.
210
Fundaci\363n Speiro

"Existen corrientes de pensamiento y de acción que pretenden Se·
"parar
la moral de
la teología; la moral debería
ocuparse solamente
"de

las relaciones entre los hombres y de la
conciencia personal
del
"hombre: en el campo moral no
existiría necesidad de

dogma religioso
"alguno. Por el hecho legítimo de
que muchas expresiones

del pen­
" samiento

y de la
actividad humana
deben estar gobernadas por cri­
"terios propios (las ciencias, por ejemplo) y
que el

ordenamiento
11mismo del Estado puede ser concebido según un laicismo propio 11 sano y razonable ( como ya di¡o nuestro venerable predecesor el
"Papa
Pío XII;
cfr. A. A.
S., 1958, p. 220}, se desearla que la
"religi6n no

sólo no apareciese ya en público, sino
que no
tuviese ya
"influencia alguna

inspiradora y
directiva en la

legislación
civil y en
nta normativa práctica. Incluso cuando después se reconoce oficia/.
"mente
la
libertad religiosa, ésta se ve frecuente
y prácticamente su·
"primida
y oprimida, y, a veces, con métodos intimidatorios y opre·
"sivos, que
consiguen

ahogar, hasta en el interior de
las conciencias,
"la libre y sencilla profesi6n del sentimiento religioso.
,, ¿Qué

decimos nosotros? Recordemos en primer lugar la
distin· 11ción que debe d'Jirmarse y observarse, ciertamente, entre el orden 11temporal y el orden espiritual, en reverencia a la palabra decisiva
"del Divino Maestro: «Dad al César lo que es del César y dad a
"Dios lo que es

de Dios» (Mat. 22,22}. Pero añadimos: como existe
1111n problema de relaciones, es decir, de distinción y de corresponden.
"cia, entre

fe y razón, existe también
an problema

de relaciones entre
"fe y mara!. Problema -cuya solución todos intuimos-que sostiene
''son
muy estrechas y operantes tales ·relaciones (y,
ba.¡o ciertos aJ·
"pectas, mucho más que entre fe y raz6n, porque aquí, entre fe y
"moral, e.r decir, entre fe y vida, la distancia de los dos términos en
"juego es

menor), pero problema siempre muy
delicado y
complejo.
"
"¿Existe una moral cri.rtiana, es decir, una forma original de vivir
"que se

califica cristiana?
¿Qué es
la moral cristiana?
Empfricamente
"podríamos
definirla

afimando
concre~amente que es

una forma de
"vivir según

la fe, es
decir, a
la
lllz de
la verdad y de los ejemplos
"de Cristo, tal
como hemos

aprendido del Evangelio y de su primera
"irradiación apo.rtólica,

el Nuevo Testamento,
.riempre con miras a
"una
posterior

venida de Cristo
y de una nueva forma de nuestra
"existencia, la a.rí llamada

parusia,
y siempre mediante un doble
"auxilio, uno

interior e inefable, el Espíritu
Santo/ otro,
exterior,
"hi.rtórico y .racial, p(lfo cualificado y autot'izado, el magisterio ec/e.
nsiástico.
"Es vá/,ida,
por

tanto, para
nosotros, en .ru significado exegético y
"en .ru aplicación práctica y extensiva a todo el estilo de la vida cris·
211
Fundaci\363n Speiro

"tiana, la fórmula incisiva y sintética de San Pablo: «El justo vive
"de la fe» (Rom., 1,17; Gal., 3,11; Fil., 3,9; Hebreos, 10,38).
«La
"característica esencial-(de

la ética cristiana) es
estar vinculada a la
"fe
y al bautismo» ( cfr. A. Feuillet, Les fondements de la mora/e
"chrétienne
d'aprés l'építre aux Romains1 en Revue Thomiste, julio
"sept. 1970, págs. 357-386).
"De ahí debemos sacar dos conclusiones
muy importantes para
"nue1tra
mentalidad

moderna. Primera conclusión:
nue1tra concep-
11 ción práctica de la vida debe reJervar el primer puesto a Dios, a la
"religión,
~ la fe, a la salvaci6n e1pirit11al, y no solamente un primer
"puesto de honor, puramente formal o
ritual, sino
más bien lógico
"y funcional.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del

miércoles
26 de julio de 1972 (O. R. de 27
de julio de 1972; original italiano; traducción
de
Ecclesia núm. 1.604 del 12 de agosto).
, Dificultad de la moral cristiana.
« ... la vida cristiana, y la católica especialmente, no es fácil. Re­
"pitámoslo

también: considerada
en JU aspecto

normativo,
aislado de
"su complejo

integral y vital,
la vida
de Cristo no es fácil.
"Y esta

dificultad es intuida pronto por toda clase de personas.
"los niños y los jóvenes, los primeros,' los hombres trabajadores, lo
"mi.rmo en

los diversos campos de la
común experiencia
como los
"especialistas; así, los. hombres

del arte, de la política, de los nego­
"cios e, incluso,

los mismos de la perfección religiosa.
"
nEspontáneamente surge una pregunta que comprende otras mu­
"chas:

¿de
verdad, la
vida moral cristiana
e1 dificil?
¿Cristo no fue
"todo
él piedad

e indulgencia para con nuestra debilidad? ¿No ha
"dicho piedad e indulgencia para nuestra debilidad? ¿No ha dicho
"El mismo

haber «venido no para los
bueno11 sino para los peca­
"dores»? (Mateo,

9,13.)
¿Qué figura

hay más atrayente de Cristo
"que la

del
Buen Pastor,

el
cual, dejadas

en el aprisco las noventa
"y nueve ove¡as de su rebaño, va él mismo a la busca de la centésima,
nque se

ha
perdido, y encontrada por fin, se la pone sobre 1us es­
"paldas

y todo contento se la lleva
a casa? (Luc., 15,5.)
¿No ha
"dicho El

mismo: «Quiero la misericordia
y no la condenación»?
"(Mat. 12,7.) ¿Y no ha combatido El contra los escribas y fariseos
"que cargaban

pesos graves e insoportables sobre las espaldas de los
"demás, sin sostenerlos ellos

ni
siquiera con

un dedo? (Mat.,
23,4.)
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Fundaci\363n Speiro

11¿No es Cristo nuestro libertador? ¿Su nueva ley no es acaso la sim­
"plificada
y concentrada del amor? (Mat., 22,38.) ¿La del espíritu?
"(Santo Th.
I-II, 106,1.) ¿La de la fe en Cristo? (Rom., 4-13 ss.;
"5,1 ss.), etc.
"Todo esto

es
muy verdad y, por lo que toca a nuestro tema, nos
"vuelve
a asegurar de que nuestra salvaci6n es fácil, no difícil, si
"entramos nosotros

en el plan divino, cumplimos sus condiciones,
"aceptamos sus ayudas, condividimos su
espíritu y escuchamos sus 11 enseñanzas.
"Y las enseñanzas son las de ia voz y el ejemplo de Cristo. Voz
"y ejemplo

son
muy exigentes, y ello hace para nosotros difícil la
"vida cristiana.
''
Leed

el discurso
de la montaña, que es como la síntesis del
"Evangelio
y el programa del cristianismo. Por el hecho de que el
"Señor
desde el exterior lleva
al interior del hombre la esencia y la
"perfecci6n de

la vida
'moral, al corazón, a los pensamientos, a la con­
,, ciencia,

esta vida moral nuestra
.se ha hecho más ardua y pesada,
"especialmente si falta en nosotros el amor
y la gracia! que hacen
"fácil, «gozoso y presto» todo el compromiso, todo sacrificio (Confer.
"St. Th. 1-II, 107,4). Y el ejemplo de
Cristo crucificado que

ha
"propuesto El mismo
a nuestra imitaci6n, ¿no dice quizá qué fuerza
"de ánimo,

qué
heroísmo se
nos puede reclamar
a nosotros cristianos?
"«Quien no

toma su cruz
(y quiere decir: la mía) y me sigue, no
"es digno

de
mí», ha

sentenciado Jesús (Mat.
1 10,38). Todos vos­
"otros sabéis
qué significado

han tenido estas
palabras en
la historia
"del cristianismo
y de la santidad.
nNo se puede concebir como auténtica una vida cristiana desga­
"nada, epicúrea y vil aplicada toda ella a abolir el esfuerzo, la peni­
"tencia, el sacrificio
y a satisfacerse con comodidades y placeres.
"La vida

moral cristiana es difícil porque es fuerte.
Y porque
"como enseña

San Pablo, el Ap6stol de la
libertad, ella

es una
mi·
"licia

(Efes. 6,17; 1 Thes. 5,8).
Es difícil porque tiende a la per­
"fecci6n. La perfección1 si, de nuestro ser, tan débi/1 tan defectuoso1 "tan agitado! tan asediado por el mrmdo circundante.
" 11 A los fuertes, los animosos, los sufridos1 a los fervientes en fe y
"en caridad están destinadas las célebres palabras resolutivas y con­
" soladoras

de
¡esús: «Mi
yugo es suave,
y ligera mi carga» (Mat.
"11,30).»
PAULO :VI: ~ocución en la audiencia general
del 7 de septiembre de 1972 (O. R. _de 7 de
septiembre de 1972; original italiano; traducción
de
Bcclesia núm. 1606 del 26 de ·agosto).
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Fundaci\363n Speiro