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Número 117-118

Serie XII

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Los argumentos de nuestra esperanza

LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
POR.
]EAN ÜUSSBT.
Discurso de clausura del Congreso de Lausanne, 1973.
Sería desastroso que hubiéramos venido ( en tan gran número .... y
algunos de tan lejos) a pasar- tres días aquí para satisfacernos -sólo
con palabras, para drogatnos psicológicamente.
Porque a pesar del tema propuesto,
y a pesar de la enseñanza
efectivamente recibida, nos hemos reunido no tanto para instruirnos
como para ponernos de acuerdo con vistas a la acción ... Específicamen -
te para tomar conciencia de las posibilidades de cierto método de. com­
bate contra-revolucionario. Y si bien es cierto que hemos trabajado
lo mejor que hemos podido para que este encuentro sea instructivo
en el plano doctrinal, esta formación doctrinal ha sido dada precisa­
mente con vistas a la acción.
Porque son demasiado numerosos los que por el mundo, «piensan
bien» (como se suele decir) ... , pero, ¡no hacen nada! ¡Nada acep­
table! Nada de
lo que podrían y deberían hacer. Buenas gentes que
se conforman con hacer diagnósticos exactos de los males de la so­
ciedad, pero sin inquietud por aplicar la menor terapéutica. Sin pre­
ocuparse de emprender la menor
acción para

poner a raya los
pro­
gresos de los males que nos inundan.
Qué pena y qué ridíado, si dentro de unos instantes nos sepa­
ramos sin haber tomado la resolución firme, la resolución eficaz,
la resolución práctica, de
ACTIJAR y de ACTUAR bien. Unica
razón

de ser de estas- jornadas.
Ahora bien, para
ACTIJAR, para

ACTUAR bien, es necesaria
1a
esperanza. Porque es vana y de ninguna manera cristiana la máxima
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JEAN OUSSET
atribuida al taciturno, según la cual no sería «necesario esperar para
emprender, ni lograr para perseveran>.
Semejante fórmula no deja de manifestar un desconocimiento
completo de las verdaderas potencias del alma, por noble que sea su fuerza. Porque únicamente los
. rematadamente locos pueden
actuar
sin esperar nada de su acción, ni siquiera la distensión de un estado
de ánimo,
ni el consuelo de una emoción estética o moral.
Más aún, esto se relaciona precisamente con nuestro trabajo, con
nuestra acción, pues no se lleva de la misma manera un combate
sin esperanza que un combate que se piensa ganar. Más aún, ocurre que las fórmulas
de acción pueden y deben
cambiar según los grados y según la naturaleza de la esperanza que
se tiene o que no se tiene.
Sin embargo, nada sería más vano que el cultivo, sistemáticamente
eufórico, de esperanzas locas.
¿Qué se podría esperar, en efecto, de una esperanza fundada en
probabilidades pendientes de un azar? De ahí el deber de analizar, de sopesar convenientemente los
argumentos de nuestra esperanza. Sin ello no servirá de nada que
regresemos de nuestra reunión llenos de alegría por lo hermosa que
ha sido. Bastarán unas pocas
semanas para

desanimarnos.
¡ Son tan­
tas las razones que pueden contribuir a ello! Los constantes progre­
sos de la Revolución. Los constantes progresos de
la anarquía inte­
lectual y moral. Los progresos de la pornografía. La devastación
de la droga. La legalización del aborto. ¡Triunfo de la violencia! ¡Resurgimiento de la piratería! ¡Gue­
rra permanente! Desórdenes, revuelta~, escándalos, hasta en el san­
tuario.
¿Cómo no

desesperar?
. Para

ello
la condición fundamental es descartar toda ilusión. En
el punto en que nos encontramos, corremos el peligro de que las
decepciones sean demasiado graves, mucho más graves que en tiem­
pos mejores. Una prudente apreciación nunca ha impedido el im­
pulso de las más nobles esperanzas ; por el contrario, los mayores
desastres han sido siempre el castigo de proyectos concebidos por
la euforia de impertinentes fanfarrones.
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LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
Siendo así, pues,· ¿podemos permitirnos una esperanza suficien­
temente fundada en el orden de este
combare social, cívico y político
que pretendemos librar? Y en caso afirmativo, ¿cuál?
Y en caso afirmativo, ¿a qué principios, a qué argumentos, a qué
seguras realidades debemos engancharla?
Intentemos pasar una rápida revista a
los diversos

asideros
po­
sibles.
* • *
Veamos en primer lugar aquel del rual todo está suspendido ...
el de los más altos fines del
hombre, el
de esas verdades,
el de esas
fuerzas supremas en relación con
las cuales se debe ordenar todo ... :
fines, verdades, fuerzas morales, espirituales
y religiosas.
¡Sí! Veamos cómo· está

este asidero, en
el que a principios de
este siglo, hasta los mismos
incrédU'los no

temían sujetar la esperan­
za del hombre moderno.
< rras-Se pregu111a [ el hombre moderno}-si el ,atva¡ismo, la anar­quía, la demencia y la necedad, no tendrán, a fin de cuentas, aJ,guna
razón

contra
la humanidad. Busca

en el mundo
una grandeza
orde­
nada y ordenadora que no sea ni una pt:trado¡a ni un escándalo para él. BuJCa un hecho

vivaz,
un hecho pró.spero1 un hecho feliz, c11ya.r
primeras apariencias no de.smientan en nada todo

lo
que sabe
de
la, leye, de la vida, de la pro,peridad, de la felicidad. Bu,ca ... , h,ma que llega a soñar con el Catolicismo. El catolicismo mue.stra este
hecho. El
catolicismo muestra
esta grandeza. Por
su orden y vitalidad,
el catolicismo, TRANQUILIZA Y APOYA A CUALQUIERA QUE
PUEDE SUFRIR DE ESA DESESPERANZA ...
» (1).
; Sí! Esto es lo que podía esctibir un incrédulo a principio de
este siglo. Y aún añadía esto: < de

ninguna
manera de

interesarse por Francia. Los
que fundaron y defendieron nuestras ciudades no se han de.sinteresado nunca de
(1) Ch. Maurras, La Democratie religieuse, Nouvelle Iibrairie nationale, pág. 351.
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nuestro Estado. No lo abandonarán lo n,ás mínimo. Se les puede
confiar ( .. ,) la custodia de la
tierra de
la patria ...
» (2).
¿No es esto significativo?
Quién se atrevería hoy en día a alimentar en el -seno de
la nueva
generación del clero-
joven, er,i el

seno del conjunto de
las persona­
lidades eclesiásticas más visibles y más influyentes ... ; quién se atre­
vería hoy en día a alimentar semejante esperanza? Ciertamente nin­
gún incrédulo. Ni aun un fervoroso cristiano.
Esto dice mucho acerca de
la amplitud del derrumbamiento su­
frido hasta en las filas del mundo eclesiástico. Es una evidencia imposibe de negar, que debemos registrar un
serio menoscabo en los motivos de esperanza que teníamos derecho
a esperar por ese lado ... Pero, puesto que es imposible desconocer que, salvo raras ex­
cepciones, ya no podemos contar- con la influencia ortodoxa en el ámbito social
y político de una parte demasiado grande del clero ... ,
ese «catolicismo»,- invocado por Maurras, ¿debe ser .excluido de
nuestras razones de esperanza en lo temporal?
Ciertamente, no.
Las defecciones
d'e demasiados

clérigos son, sin duda, de una gra­
vedad sin igual. Muy difídl de encajar psicológicamente.
Muy difícil

de encajar ... porque únicamente un número dema­
siado pequeño puede SABER Y VER que la acción de esos clérigos
desviados, o miserablemente pusilánimes, contradice lo que la doc­
trina católica ha tenido como
más constante, más seguro y más formal.
Pero de ninguna manera se ha perdido todo.
Porque, si bien es cierto que los clérigos han desertado y muchos
traicionan, si también es cierto que en mil sitios hacen conscientemen­
te el juego a la Revolución, ... no por eso resulta menos
permanLnte ·
la enseñanza de la Iglesia de siempre.
¡ Su verdad no puede quedar cautiva!
Esta verdad

de la enseñanza católica ES
y PERMANECERA, por
pleno derecho divino, ofrecida
al mundo entero como palabra y fuer­
za de salvación.
(2) Ch. Maurras, op, cit., pág. 105.
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LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
Por tanto, es palabra y fuerza de -auténtica esperanza. Eterna «bue­
na nueva», propuesta a la universalidad del género humano, a pesar
de que los curas ya no se atrevan a predicarla. Lo rual, ciertamente,
no facilita la acción, pero tampoco la impide.
Si la orientación y el espíritu de esta doctrina no son falseados,
no deja ésta de llevar en sí misma, hoy como ayer, los principios de
la esperanza, porque son los principios de la salvación de la sociedad.
• * •
El único verdadero problema radica en que la tarea es muc_ho
más
difícil, consiste en encontrar, suscitar, formar, animar y ayudar
a mantener en
la esperanza y en la acción al pequeño número de
valientes que mañana acepten hacerse apóstoles y servidores inéan­
sables de la verdad.
El
ma!l es tan grande· que es necesario aceptar relativamente es­
te hecho. No es que se estime
inúfrJ intentar
lo que, incluso hoy día,
puede hacerse para devolver a tantísimos eclesiásticos a sus deberes. El
error estaría en perder excesivo tiempo
en esta empresa difícil y
decepcionante ...
¡ Si

algunos se ocupan de ella, mejor que mejor!
Pero nada debe desviar al conjunto de los seglares, que
aún no se
han pasado a las filas de la Revolución, de ese combate que es el
suyo, más grave y más importante que nunca: el combate por la salvación pública,
Como ha eXpresado el profesor Marcel
áe Corte: la defección
de demasiados clérigos nos constriñe
a volver a empezar, en las condiciones más difíciles, «la inmensa labor de verdadera educación
política de los
ciudadanos. La sa/,vación de
la
humanidad, y por tanto
nuestra
esperanza cívica, social y politica, está mtts que nunca

pen­
diente de la iniciativa
privada de algunos hombres

que, practicando
sus deberes

de
esiado, mantendrán vivas y transmitirán a sus hijos
las virtudes que la ,Ciudad necesita para no ser ni una estafa ni un
hormiguero».
Vayamos más lejos y digamos, otra vez con palabras del profesor
De Corte, que < clérigos»,
la defección de la autoridad, la dificultad psicológica en
• 789
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JEAN OUSSET
que nos encontramos hoy en día para invocar esta autoridad, para
proponer
y hacer aceptar esa doctrina católica cada vez más silen­
ciada por quienes
deberían recordarla
incansablemente al mundo ...
¡Sí!, todas esas dificultades, no solamente complican horriblemente
nuestra tarea ... sino que nos llevan, nos incitan
y nos imponen el
empleo de métodos de acción, de métodos de presentación, muy di­ ferentes de los que han sido
consideraidos exclusivamente

nuestros
hasta aquí: métodos sobre todo deductivos, procedentes de un dog­ matismo metódico fundado muy a
menudo. en

el argumento de
autoridad. Y, precisamente, de esta autoridad que, al parecer, de hoy en ade­
lante se va mostrando
más deseosa

de ponerse
«a la

escucha del mun­
do», que de orientarle y enseñarle ...
Esta situación de hecho no puede
dejár de
imponernos un mé­
todo de argumentación
nuevo, muy

diferente del que habría .ocu­
pado el lugar de honor entre nosotros en los
tiempos de «La Cité
Catholique». No es que haya que desautorizar
el antiguo

método para adop­
tar exclusivamente este otro método del que hablamos.
j Los dos son necesarios !
Pero, como la generación
actual tiene poca afición por el argu­
mento de autoridad, como tiene poca afición por la enseñanza de las
ideas generales

profesadas por sí mismas y con plena firmeza ... nos
hace falta, y nos seguirá
haciendo falta

durante muchos años, con­
ceder una importancia considerablemente mayor a unos métodos de
apologética que hasta
ahí habíamos

empleado poco.
Tal es
el caso, por ejemplo, de la apologética de los incrédulos.
En efecto, en
la hora en que tantos clérigos (y no de los menos
importantes) se callan, en la hora en que tantos clérigos
(y no de
los menos importantes) se
atreven, cuando

pueden, a darse golpes de·
pecho sobre
el pecho de su Madre la Iglesia, en la hora en que
tantos cristianos creen que es una
. gran
cosa pedir perdón al mundo
por lo que la Iglesia no hubiera hecho correctamente, o por el mal
que hubiera hecho, en esta hora, es más oportuno que nunca ceder
la palabra a los incrédulos ... , no para erigirles en «maestros» de in­
credulidad para

nosotros ... , sino para citarles como testigos de des-
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LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
cargo en ese proceso de que nos hablaba Marce! Clément al principio
de este congreso ... ,
el proceso de la Iglesia que no es más que la pro­
yección
hoy en

día del proceso de nuestro Señor ...
Es con este espíritu, es con el espíritu de esta apologética como
ciertos pasajes de un Jean Cau, por ejemplo ... e incluso algunos
pasajes de un Renan pueden servir, pueden ser invocados, para fus-
tigar, para avergonzar, para mostrar cuán tendenciosa
es tal ense----.
ñanza religiosa o tales términos repetidos hasta la saciedad, incluso
en nuestras iglesias ...
Testimonios de incrédulos, que, por insuficientes o incompletos
que sean, nos serán más necesarios que nunca para justificar más
cómodamente una verdad católica que demasiados clérigos ya no
se atreven a sostener y a la cual los propios sedicentes incrédulos no
han vacilado en rendir homenajes admirables.
Así ocurre con este párrafo de Maurras, en «La Demoéracia re­
ligiosa:» ( 3): La condici6n de nuestra unidad cívica y de nuestros pro­
gresos nacionales vive ciertr,tmente en estas profundidades. La Roma
eterna simboliza una vida social incrementada y defendida por mi­
llones de empresas y experiencias anteriores, la suma de todas las
conquistas
de

la
cimcia, de
la industria y del
arte, la

crítica atenta y
la superación
feliz de

los errores, de
las locuras y de todos los otros
poderes de la muerte. Experiencia y tradición, orden y progreso: la
doble
máxima romana

no dice nada de
felicidad a los

pueblos,
su­
ficientemente

enloquecidos
para tener la tentación

de
huir de
ella

( ... ).
< la
en.reñanza cat6lica toda

la
critica a las u.rurpaciones del

Estado
moderno,' encuentra en ella hasta la censura y la ridiculización de
las ideas del liberalismo y del igualitarismo políticos, de la nivela­
ción imernacional, . cuya comprensión

( ... ) debe llegar al fin, o
perecer.
«El mismo acuerdo, las
mismas armonías hallamos en
lo
tocante
a las ideas de salvación ( ... ). La tradición se me aparece como el más
precioso de los bienes, no solamente áe un francés, sino de un hom.-
(3) Charles Maurras, op. cit., pág. 343 ..
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JEAN OUSSET
bre preocupado por no volver al estado salvaje; esta tradición res­
plandecía, no

solamente defendida o elogiada, sino
encarnada en
el
Catolicismo, que en cierto modo hacía de e/Ja su memoria y la mitad
de su pensamiento.»
* * *
QuedA por decir que si bien es indispensable conocer bien la verdad
para obrar bien, su solo conocimiento, su sola profundización pla­ tónica, el solo hecho de bien
DECIR, el

solo hecho de profesarla
bien, de ninguna manera son suficientes para garantizar la eficacia
de
la más pequeña acción.
La única palabra eficaz es la de Dios ( entiéndase en el sentido
de que realiza lo que dice por el mismo hecho de decirlo).
Nuestra palabra está muy lejos de tener semejante poder.
Porque al hombre no le basta con DECIR, necesita HACER.
Le queda por hacer lo que dice. Y para hacerlo, tiene que saber
cómo se hace. Tiene que poner . por obra mil medios ; respetar mil
condiciones, a veces contradictorias; imponerse multitud
de esfuer­
zos bien ordenados, pacientes, y duraderos para que su decir se
realice en hechos.
j Esa es la verdad del hombre !
Ese es el verdadero orden humano. No está hecho solamente de
nociones abstractas.
Es también, y sobre todo, concreto, encamado, y como sumer­
gido
en los

hechos. Sin esto,
la única eriseñanza de las más seguras
nociones tiende a desarrollar en los que se complacen en ella un
gusto por lo absoluto, el gusto de un absoluto de tal mauera ideal
que la satisfacción, la alegría, la embriaguez que proporciona al es­
píritu, vienen a ser como un fin en sí
_mismo, y
a provocar en los
que se nutren de ellos una incapacidad cada vez mayor para captar
lo concreto, y un irreductible desprecio por lo contingente y por la
debilidad de los seres y una negativa tajante para comprender la
importancia eventual de todo lo que puede constituir una dificultad;
es decir : de todo
lo que puede no pertenecer al juego de las únicas
categorías de su universo cerebral
y verbal.
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LOS AR.GUMENTOS DE NUESTR.A ESPER.ANZA
El resultado es que este gusto exclusivo por lo absoluto (provo­
cado por una enseñanza no menos exclusiva de la única doctrina),
tiende a hacer duro, implacable, tajante y contundente, continua­
mente perentorio,
al individuo. Tiende, sobre todo, a hacerle mise­
rablemente simplista e incurablemente torpe
en la
acción.
Tiende a hacer que se agrupen los pretendidos «puros», entre
«puros» cada vez más «puros»; que quedan prácticamente
y psico­
lógicamente separados de todo
y de todos. Imposibilitados para con­
vivir
y tratar, sólo tienen un tema de conversación. Malhumorados.
Odiosos en sus informaciones. En vez de atraer, hacen
el-vacío al­
rededor suyo. No conciben la verdad más que como una arma ma­
ciza destinada a aplastar al interlocutor muy lejos de conquistarle ... (Cuando la verdad
deberla ser

presentada, ante todo, como
luminosa,
armoniosa y seductora).
Se trata, pues, de un gusto por lo absoluto que realiza precisa­
mente todo lo contrario de lo que exigen las condiciones elementales
de toda conquista, de todo apostolado
y de toda eficacia en la ac­
ción. Auténtica mentalidad de
ghetto.
La verdad humana (la verdad humana y católica) no sería ver­
dad si
n_o aswniera

todo
lo real: lo real abstracto, doctrinal; lo real
intelectual
y espiritual; lo real de los principios y de lo esencial ... ;
pero también todo
y bien: lo rea,! de lo concreto, lo real de la ma­
teria, lo real de
lo. que es· contingente, singular, personal, local, etc ....
Porque el orden de las cosas de Dios ( contrariamente a lo que
tiende a hacer creer un cierto «pietismo») no es solamente espiritual,
no es solamente sobrenatural.
Porque
el orden divino comprende ( si bien que en diversos gra­
dos) las cosas que no son menos criaturas de Dios, que son lo na­
tural,
lo material, lo psicológico, lo cosru.mbrista, lo histórico, Jo geo­
gráfico, lo climático,
lo singular, etc.
Es el sentido,
es la comprensión (a la vez sobrenatural y natural)
de ese TODO, el respeto a la subsidiariedad de ese conjunto multi­
forme (

a veces de jerarquías
.tan opuestas),

los que deben dirigir
y
animar una sana educación cívica, a poco que se quiera que ~ea
fecunda y eficaz.
Que no se nos diga que considerando las cosas así tendemos a
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naturálizar lo divino y a guardar en la estantería de nuestras utili­
dades cívicas unos bienes y unos valores que,
normahnente, están

re­
servados únicamente a ]a vida de las almas
y al progreso espiritual.
Al
contra.i,io, ahí está toda la historia de la Iglesia para probar
que hasta en estos mismos años en que vivimos, las grandes crisis del
mundo
cristianO" han

sido provocad.as menos por ataques dirigidos
en primer lugar contra la fe
y lo

sobrenatural que por un desprecio
y desconocimiento

previos del orden natural; o lo que viene a ser lo
mismo. por un desprecio
y un desconocimiento previos de lo que
permite al hombre percatarse de ese orden natural:
la inteligencia,
la
razón. Hay

que subrayar el notable rasgo (¡tan perentorio!) de
la Iglesia Católica, de quedarse prácticamente sola, hoy en día, frente
a la mayor parte de las escuelas filosóficas modernas, en la defensa
de esa objetividad del conocimiento racional del hombre. El Primer
Concilio Vaticano no vadl6 en llegar hasta a
condenar como «es­
candalosa y temeraria», la opinión de los que sostenían la posibi­
lidad de un pecado puramente filosófico que sería una falta contra
la recta
razón sin

ser una ofensa a Dios ( 4).
Admirable proposición que ( quizás más que ninguna) hace com­
prender
hasta qué

punto la Iglesia se niega a limitar y a reducir
solamente
a, lo sobrenatural, solamente a las verdades de la fe y de la
gracia, el orden de las cosas divinas. Ese orden de las cosas divinas
es (y no puede dejar de ser)
la universalidad. concreta y viva,
-de

un natural
y de un sobrenatural tales que la historia no ha cesado
de removerlos
desde el
comienzo del mundo bajo la alta garantía y
el santo gobierno de la Providencia. En cierto sentido,
«Todo es
gracia>>, como se atreve a decir Teresa de Lisieux.
Por otra parte, es un hecho que
la sociedad se hace cada vez
más compleja. Sus miembros son absorbidos por las técnicas y las
especializaciones que esta
complexificacióO: provoca.
Los

animadores sociales, los animadores cívicos, no pueden ya,
por consigniente (por poco que quieran ser verdaderos animadores),
no podrán ya conformarse con una simple influencia doctrinal.
( 4) Cf. Denzinger. 1290.
794
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LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
Es cierto que wia formación general (y por tanto doctrinal),
será siempre necesaria. Sólo con ella puede asegurarse esa unidad
intelectual, moral y espiritoal sin la cual el beneficio armonioso de
esa acción animadora cesaría de existir. jAniquilado por su propio
caos!
Más que nnnca el conjunto de esos animadores necesitará ser
mantenido
y guardado con wia relativa pero suficiente uoidad. Este
conjunto necesitará ser ilertado, puesto a punto, y competente, según
la categoría de cada wio, y según las fwiciones y la diversidad de
los engranajes sociales.
Todo esto merece no solamente ser meditado y comprendido, sino
trasladado escrupulosamente a nuestro escalón del
Office.
Para tender a ello, al menos a tientas, hemos sustituido hace
tiempo una «Cité Catholique» demasiado unitaria y monolítica por
la fórmula actoal de un «Office» multiforme, con satélites variados,
Office mucho más abierto, mucho más ofrecido, que «la éx C. C.»,
a muchas actividades, sin duda extrañas a nuestra organización, pero
no menos ordenadas que nosotros mismos al combate contrarrevo­
ucionario.
En nuestros lejanos comienzos, dos fundadores, ciertamente no
mal orientados, ni de ninguna manera con formación insuficiente, pero
únicamente <>, bastaron para asegurar el lanzamiento.
Todavía durante varios años más,
un pequeño grupo de anima­
dores pudo contribuir al desarrollo .de la obra sin más necesidad que
una buena formación de doctrina general. Esos tiempos se han terminado.
De aquí en adelante necesitamos más que eso.
Nuestros progresos no dejan de exigirlo cada día Wl poco más.
Y
este rasgo es especialmente apreciable en este congreso ... ¡ con­
gresos
que corren el riesgo de convertirse muy rápidamente en mons­
truosos!
Estos· progresos nos
impo~en una mayor dedicación

a
la diver­
sidad de funciones ·sociales, económicas; culturales
y políticas, sin
cesar por ello de contribuir a una relativa unidad, cuando no a la
unión de todas las redes capaces de contribuir al renacimiento. Uni-
795
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JEAN OUSSET
dad y unión que únicamente una formación general suficiente puede
asegurar.
* * *
Doble preocupac10n, por consiguiente, de una formación gene­
ral
y de un acoplamiento social, simultáneamente mantenidos.
Operación difícil,. ciertamente, pero capital
y decisiva. Po-rque
unicamente

ella permite dar
~ nuestra esperanza sus más seguros
argumentos.
A condición, claro está, de que haya al mismo tiempo un nú­
mero suficiente de hombres suficientemente celosos pa_ra hacer lo
que hay que hacer.
A condición de que los planes
y directrices no queden .en letra
muerta,
meros temas de artículos o de discursos leidos o escuchados
por lectores u oyentes que siguen permaneciendo pasivos. Porque los
más hábiles planes de batalla nunca han logrado victorias sin ejér­
citos decididos a aplicarlos y_ a combatir ardientemente por su
triunfo.
Que nuestro. combate no engendre, como sucede demasiado a
menudo, esa clase de celo desencarnado, puramente ideal, que por
ello mismo, tiende a hacer duro, amargo, rompedor ... Esta puede
ser la primera consigna. Como
me escribía
a
la Argentina Michel de' Penfentenyo: «el
militante cívico, por poco
eficaz que quiera .rer, .rerá cada vez menos
el militante puro, el zascandil radiante,
seráfico, de una doctrina
cuyo
vocabulario
tiene unas ilu.rtraciones y referencias que no pueden ser
comprendidas o admitida.r por

aquellos que son tnandos intermedios
( y ,u, jefe,) de lo, principal e, centro, de influencia y de autoridad
socitdes.
«Cada
vez más nuestra meta

será proceder de
tal manera que el
mili:ante, el animador, e.rté no solat1tente provisto

de una
1ólida
formación doctrinal; sino que, ademáJ, esté

dotado de poderes rea­
le.r (incluso

elementales),
dotado de
competencia, experiencia,
etc ....
Incluso

aureolado, si puede decirse.
así, del
prestigio de innumerables
servicio! pre!tados.»
796
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LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
Con demasiada frecuencia nuestra causa está desasistida, desacre­
ditada
y ridiculizada por una superabundancia excesiva de esa clase
de hombres fustigados por La Fontaine en la fábula de ese maestro
de escuela que sólo supo sermonear a un niño que se estaba aho­
gando. Cada vez es
más necesario
que aquel que pretenda enseñar a
otros a «pensar bien» tenga un mínimo de referencias
y de expe­
riencias que poder invocar para ilustrar. -las consecuencias prácticas
de su «buen pensamiento» en su comportamiento social, profesional
u otro. Ahí estará toda la diferencia (¡cuán decisiva!) entre ese
militante presente con dinamismo donde el combate se está librando,
y aquel fiel de un idealismo rigorista que no tiene más táctica que
la de actitudes ejemplares desesperadas, entre la espada y la pared.
La difusión del pensamiento más ortodoxo
y de la doctrina más
segura, estará siempre, en
efecto, amenazada

por las durezas
y las
torpezas del espíritu de sistema, en la medida en que esta difusión
no pase de ser puramente verbal o libresca, mientras su esfuerzo de
irradiación no sea ponderado, equilibrado, enriquecido, matizado ( en una palabra, encarnado) por un mínimo de práctica experimental de
lo que se piensa, de lo que se dice y de lo que se escribe.
¡ Que Dios nos libre de los estrategas de café!
Nosotros trabajamos ... , digamos más bien que no podemos dejar
de trabajar, en la pasta ordinaria del buen pueblo ... Pueblo llano
donde los Platones, los Aristóteles y los Santo Tomás, en manera
alguna se encuentran a millares. ¡ Sobre todo en los puestos de in­
fluencia!
Esto no es lo «ordinario». Así, pues, para
lo «ordinario», se necesita la: ilustración concre­
ta, se necesita el punto de apoyo de
la experiencia -y si es posible
del serivicio prestado--, para acreditar eficazmente lo que se piensa
y
lo qne se dice.
¡ Cómo no quedar impresionados por el hecho de que nuestros
animadores más irradiantes, más constantes, más dinámicamente pon­ derados son generalmente gentes que asocian a su irradiación cívica
su autoridad
nahl.ral de

padres, de rriaestros, de profesionales, de
notables de la localidad, etc.! ...
797
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JEAN OUSSET
¿Por qué esta formación y, por tanto, esta acción más armoniosa?
Porque en la vida familiar, en la vida de una empresa, en la ani­
mación de un consejo municipal, en la participación, en
la actividad
de un sindicato, está uno obligado a partir de la experiencia inme­
diata; se está obligado a tener en cuenta inmediatamente el interés
bien comprendido
de la gente, que tenemos ante nosotros, para
que, una vez expuesto lo que propone la doctrina, poder indicar cuál es la vía prudente
y fecunda de las reformas deseables y del resur­
gimiento.
Es, pues, en contacto con lo que la vida social tiene de más ín­
timo, profundo y espontáneamente vital, como semejante forma de
acción se aplica. Y precisamente esto es lo que Marce! de Corte ha calificado de
acción social verdáderamente
<, acción

verdaderamente
curativa ... porque únicamente ella permite aportar en cada caso, al
corazón mismo de cada órgano, el remedio apropiado. Al contrario
de lo que también Marce! de Corte llama la acción «ortopédica». La
acción de mera prótesis social. La cual consiste en no aplicar a
la
sociedad ( casi siempre considerada en bloque) sino unos remedios
concebidos como desde fuera,
y de una manera más o menos sim­
plista, más o menos arbitraria, más o menos artificial.
, Es la imagen de un corsé prefabricado según unas nor~as «idea­
les»
y que después se tratará de colocar por sorpresa, fuerza o as­
tucia, al cuerpo social, -a fin de mode_larlo a nuestro antojo, según
nuestras ideas o ambiciones. Estas fórmulas «ortopédicas» son las fórmulas obligadas de todos
los totalitarismos modernos, bien sean fascistas, socialistas,, comunis­
tas, o mafias de planificadores tecnócratas.
* * •
¿Fórmulas de acción orÍ:opédicas, o fórmulas de acción medici­
nales? La diferencia entre las dos concepciones
y métodos es radical.
Por consiguiente, también deberá ser radical
la diferencia de
las correspondientes

fórmulas de acción.
798
Fundaci\363n Speiro

LOS AR.GUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
Porque todo método ortopédico de acción civica, política, o so­
cial, por su lógica interna, es llevado, y no puede dejar de serlo,
por la
misma lógica

del procedimiento, a
la creación y contínuo
mantenimiento de ]o que se llama «jerarquías paralelas» ... ; que es
como decir, unas jerarquías pegadas, impuestas
y sobreañadidas a las
jerarquías naturales, a las jerarquías verdaderas
y a las jerarquías
orgánicas de la sociedad.
-
«Jerarquías paralelas», que constituyen propiamente el aparato
ortopédico destinado a operar ( de manera más .o menos arbitraria)
el «remodelamiento» político y social propuesto.
Por el contrario, una acción política y social verdaderamente < dicinal», lejos de dedicarse a la organización, a la puesta a punto, a
la animación (pesada
y costosa) de jerarquías paralelas, no tiene otra
misión ( misión
mucho más
simple, y mucho menos onerosa) que
aportar a -las auténticas jerarquías naturales, a las auténticas jerarquías
normales, a las auténticas jerarquías competentes y responsables de los
diversos organismos sociales, ese incremento de información política
y
social; esta concien~ia de su legitimidad, del beneficio de su papel y
de su función, con el sabor estratégico
y táctico de la acción concertada
(subsidiaria), que les es, o les sería, muy fácil conseguir, por poco
que crean en él, y a poco que
se les

ayude a ello. Y todo esto sin que
tengan que
desarraigarse, ni

vincularse
de_ manera

abusiva a unas ac­
tividades demasiado extrañas a lo que son, a lo que saben, a lo que
pueden hacer a costa de
w1 mínimo de tiempo de preocupación y
de dinero.
Nada hay de artificial ni de arbitrario ni de heterogéneo en se­
mejante método.
Es el que corresponde exactamente al célebre diagnóstico
y a la
no menos célebre terapéutica de José de Maistre:
«La contra-revo­
lución debe
ser lo contrario de

la Revolución. No una revolución
a/, revés. Es decir, que necesita renovar los lazos socialés en vez de
quebrarlos,
y que debe e¡ercer una acción coüf'dinadora en senti­
do
contrario de la acción desorganizadora

de la Revolución».
Precisamente, si quisiéramos reparar en ello, si qúis.iéramos mo­
lestarnos en pensar en ello un poco seriamente, no tardaríamos en
persuadirnos de que a pesar de los temibles progresos logrados por la
799
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
Revolución, a pesar de nuestra aparente indigencia, de nuestra apa­
rente impotencia, están de hecho a nuestro lado las fuerzas y los re­
cursos más numerosos, variados
y competentes, los más poderosos,
y, Jobre todo, los más, y los mejores universalmente· repartidos sobre
el terreno, sobre el conjunto del frente social.
Ejército que es, de hecho, el más
podemso ...

pero cuyas unida­
des están como perdidas en una niebla espesa.
En el fondo, muy
próximas unas a otras, pero ignorándose, y sin
la menor idea de un
plan de batalla común. Unidades dispersas, que están bajas de moral
precisamente por
el mismo hecho de su dispersión. Unidades ais­
ladas, porque están privadas del servicio sincronizador de esas esta­
fetas, de
es,os agentes

de enlace que, yendo de una a otra, comuni­
can a todas las
unidades de

un ejército
la idea de conjunto de su
fuerza y de su acción común.
Ese es el papel de los que a veces llamamos nuestros «animado­
res generales» ... Animadores
generales, o que deberían serlo, no
tanto ( como algunos creen) por el universalismo completamente teó­ rico de una simple formación doctrinal, sino
ani.tDadores generales
porque

a la vez que tienen, claro está, una formación doctrinal su­
ficiente, se imponen
el deber de ser más hábiles y celosos en la mul­
tiplicación de los contactos, el
mantenimie!)tO de

las
conexion~, y
la realización -de los enlaces indispensables.
¡Fórmula «medicinal» de la acción!
Fórmula que ( a poco que
se observe

atentamente) es ... digamos
más bien,
podría o debería ser, de un empleo mucho más sencillo,
mucho más agil, mucho más económico, en hombres
y en dinero,
que el mantenimiento de esas «jerarquías paralelas» a las que tiene
que recurrir
la Revolución para llevar bien sus negocios. «Jerarquías
paralelas» que, por el hecho de duplicar las jerarquías normales,
exigen un dispositivo más pesado, más oneroso y más difícil de man­
tener en la obediencia,
y que exige la creación perfectamente artifi­
cial de innumerables < Prototipo~ de
las
fórmulas de acción
«ortopédica».
Cuando,

por nuestra parte, todo es, todo podría o debería ser.
más fácil,
más ligero, más natural.
800
Fundaci\363n Speiro

LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
Lo cual, a pesar de estos tiempos desgraciados, debería ser
y permanecer siendo nuestra más segura razón de esperanza.
* * *
· Lo que nos falta no es, pues, la tropa ... porque en cierto sen­
tido la nuestra es la más numerosa.
Lo que nos falta es el encuadramiento de esta tropa.
io que nos faltan son los elementos de
animación y de sincro­
nización de esta_ tropa.
lo que nos falta, lo que no conseguimos llegar a formar bastante
bien, a pesar de
los progresos, por otra parte indiscutibles, de nues­
tra empresa, lo que nos faltan son ... ¡«los mil»!
«¡Los mil!».
Nuestros amigos -más antiguos ·saben muy bien lo que entendemos
por tales. Pero los que entre ustedes son nuevos, corren el riesgo de
no comprender nada.
«¡Los mil!» quiere

decir
un. millar
de hombres celosos, tenaces,
bastante polivalentes, ricos en experiencias concretas, respaldados por
innumerables servicios prestados.
«¡Mil!» ... que no formarían ni un movimiento, ni un partido,
sino un elemento intergrupal cuya unión tendería a
la unidad de un
espíritu, a
l.a identidad

de un método, más que a
W1 enlace material
de una organización poderosamente estructurada. Animadores, con­ sejeros, agentes de enlace, insertos en las diversas redes,
pero que

en
todas partes deberían ser los mantenedores de
la ortodoxia, y técnicos
del método más seguro.
¡ Encontrar, promover, suscitar «los mib> !
Misión más .urgente, en cierto sentido, que 1a reforma, incluso
política, de las instituciones. No es que subestimemos
la iffiportancia
absolutamente

decisiva de ésta. Lo decimos por
. la

única razón de
que
la reforma, la reforma seria y duradera de vlas instituciones, es
inconcebible sin los
«mil».
¿Acaso la Francia cristiana no naufragó por la defección de aque­
llos que precisamente deberían haber jugado a
la sazón el papel de
los
mil? ¡ Y que no lo jugaron! Por aquellos que, al ejemplo de
,, 801
Fundaci\363n Speiro

fEAN OUSSET
Malesherbes, no solamente se negaron a combatir los progresos de
la Subversión, sino que la favorecieron.
Cuántas iniciativas, cuántos movimientos, después de
Wl magní­
fico arranque cuantitativo, fracasaron por falta de dirigentes. Porque
no dispusieron de un número suficiente de esos
«mil» indispensables
en

cualquier régimen para asegnrar la segnridad
y el porvenir.
Y, contrariamente, cuántos «sistemas», aborrecidos por la mayo­
ría de una nación, consiguen mantenerse, o rehacerse rápidamente,
porque dichos «sistemas» sí que tienen sus «mib>, quienes muy a
menudo son los únicos que poseen una práctica suficiente de los
negocios públicos, y, sobre todo, están bien decididos a ocuparse de
ellos efectivamente.
Mientras que a nuestro lado no está sino la masa inmensa, ma­
yoritaria, de buenas gentes. Llenas de intenciones excelentes. Pero
de intenciones ~agas. Poco dispuestas a entregarse con generosidad.
Siempre con prisa de volver a sus zapatillas.
* * *
¡ Problema de los < ¡Problema de las institociones !
¡ Los dos mayores problemas de la acción !
Sin instituciones convenientes, el celo de los mejores sigue sien­
do frágil.
Sin una élite cívica bien educada ... ( sin los «mil») las mejores
instituciones son rápidamente barridas, anexionadas y desviadas por
una Revolución que, ella sí, tiene sus
«mil».
Sin

una élite cívica bien educada, atenta, vigilante, actuante, ar­
moniosamente repartida en los cargos, en las funciones de influencia
social (una vez más sin «los mil») ... los de la «politique d'abord»
son imposibles, o se agotan en seguida y se hunden ... Se toma el
poder a las doce y se empieza a perderlo a las doce y cinco.
Así, pues, ... entre los más de tres mil quinientos que estáis aquí,
¿cuántos tomarán a pecho pertenecer a esta cohorte de los «mil»?
¿Cuántos de entre vosotros se esforzarán en serlo ... ?, ¡REALMEN­
TE! Es
d~cir: de

ninguna
manera tanto
por la resolución, demasiado
simplista, de
la pura tensión de un querer teórico, sino esforzán-
802
Fundaci\363n Speiro

LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
dos e en ser, esmerándose en transformarse en lo que importa ser,
en lo que importa transformarse para responder lo mejor posible a las exigencias de esta afiliación a los
«mil».
• • •
¡ No ha sido sin motivo el que este año hayamos insistido en
· colocar el congreso bajo el patronazgo de San Felipe Neri !
Santo poco conocido, aunque es pattón de la ciudad de Roma.
Y santo poco conocido porque la historia de su vida es difícil de
escribir, por lo mucho que dista de ser cómoda para el estilo ha­
bitual de cierta hagiografía.
Pocos santos, én efecto, ofrecen a las miradas un carácter tan
contrastado. Colmado, ciertamente, de las más sorprendentes y ex­
traordinarias gracias místicas, jugando, por decirlo así, con los mi­lagros, y pareciendo que las resurrecciones de los muertos no le
costaban nada a este hombre extraordínarío ... , pero que también era
hombre de máxima fantasía, divertido, el más humorista y el menos
conformista de los habitantes de Roma.
Hasta
el punto de que si se observa desde este ángulo, San Felipe
Neri aparece ciertamente como un santo, pero cuyas facetas, adema­
nes, bromas
y palabras ingeniosas, fueron tales que resulta muy
difícil narrarlas sin correr
el riesgó de no tomar ya en serio a
Felipe. ¡Santo Tomás Moro
y San Felipe Neri ! ... Bajo su sigoo se ha
desarrollado este congreso ... Santo Tomás Moro
y San Felipe Neri
fueron los dos santos a los cuales el
fwid•dor de
«La Cité Ca­
tholique>> : J ean Mas son, tuvo empeño en confiar los primeros progre­
sos de nuestra obra. Y esto, porque Santo Tomás Moro y San Felipe
Neri han sido servidores amenos de la verdad.
San Felipe Neri ha sido llamado, «el S6crates cristiano».
Porque su método era exactamente el del padre de la filosofía
en Occidente:
la célebre «mayeutica>>, que es como decir ese arte
de hacer como nacer, como
«alumbrar>>, la verdad en los espíritus;
ese arte de entablar el diálogo con los seres más diversos, al principio
sin violentarles, constriñiéndoles como si fuera por ellos mismos, en
nombre de sus propias palabras, a llegar a las más altas certidumbres.
803
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
Estos deberían de ser nuestro gusto, nuestra permanente preocu­
pación y nuestra ambición.
San Felipe Neri ...
el santo más glorioso, pero también el más
divertido,
el más comprensivo. Prototipo de ese hombre deseado por
San Pío X '<>.
De «espíritu duro» ... lo cual no quiere decir de espíritu malo,
sino de espíritu riguroso, sin capitulaciones bajas ni vengonzosas.
De «co'fazón suave?> ... es decir, compadeciente, misericordioso,
hábil
para la conquista, pai:a ganarse a los que están en el pecado o
en el error.
San Felipe Neri, patrón del Congreso de Lausanne de 1973, pero
más aun, 'quizá el patrón de . los
«mil». Porque
solamente pueden
pertenecer a los-
«mil» los

que, a ejemplo de
Felipe," saben
servir a
la verdad, ciertamente que sin debilidades, pero sin desagradar a las
gentes por ello.
Los únicos que pueden pertenecer a los
«mil» son

los que sobre­
salen en

presentar la verdad, destacando como en primer lugar es una
armonía seductora, satisfaciente, consolante, bienhechora, y no un arma
para derribar a los que pueden estar en el error ... Aunque en situa­
ciones límites la verdad pueda llegar a ser esa arma temible.
San Felipe Neri, enseñadnos a ser hábiles como vos lo fuisteis
para que la verdad, de la que queremos ser defensores y apóstoles
llegue a conquistar los espíritus aparentemente más distantes de ella.
Enseña.dnos, a

ejemplo de vuestro Maestro, que es
el único ver­
dadero Maestro
--<>-~ tanto

el arte de
conquistar los corazones como el de iluminar los espíritus ... Más que nunca, la carencia, cuando no 1a traición de demasiados
clérigos, el triunfo de las propagandas más criminales, más dele­
téreas, harán que sea para nosotros un -deber, no
el compromiso con
el error ni
la capitulación ante el enemigo, sino la más grande ca­
ridad y la mayor condescendencia respecto de aquellos que, en mayor
( número cada día, son mucho más víctimas que culpables de esos
errores.
* * •
¡ Manos a la obra! ... sabiéndo ciertamente que de aquí en adelan­
te ya no nos bastará tener una buena formación teórica con bastante
804
Fundaci\363n Speiro

LOS ARGUMENTOS DE NUESTRA ESPERANZA
rigor intelectual para exponer un argumento. Más que nunca nos serán necesarias
una santa: habilidad, una juiciosa apologética.
Solamente con esta condición y a este precio, nuestra esperanza
podrá apoyarse en un fundamento sólido, ya sea únicamente en e1 plano natural ... o incluso, quizá, en el plano sobrenatural. Porque el propio Santo Tomás nos enseña:
«El que omite obrar cuando

bastaría
,u actividad per,onal y prefiere esperar una ayuda
de Dio.s, obra estúpidamente y tienta a Dios.»
<
la
bQndad divina proveer a
los
sereJ no haciendo todas las cosas directamente, 1ino disponiendo a los otros
seres a sus propias acciones.»
< ción personal suficiente.»
«Pero
no
tenemos,
más allá de

nuestra
capacidad de actuar, la
de asegurar el éxito de nuestras acciones

en
la consecución
de
su meta, por cau1a de !01 ob1táculo1 que pueden producirse. También
este éxito depende de la disposición de la divina providencia.
«Por ello el Señor nos ordena
que nos preocupemos de
lo
que pertenece a Dio1, a saber, del resultado de nue1tras acciones, Pero no
nos ha prohibido
que nos ocupemo1 de
lo
que nos pertenece! a saber,
nuestro

_propio trabajo ...
»,
jNuestro propio trabajo! ¿Estamos decididos a emprenderlo y a entregarnos a él generosamente?
Es
«actuar estúpidamente» y «tentar a Dios» esperar un éxito
sobrenatural si en
primer lugar

no trabajamos, si en primer lugar no
combatimos. Solamente después, quizá solamente después, Dios da
la victoria.
Nuestra esperanza no puede dejar de estar pendiente de ese doble
asidero.
Porque la prioridad de ese trabajo que nos es «propio)>, no
im­pide, sino al contrario, recurrir a la oración, ... a esta piedad de la que San Pablo ha llegado a decir que conduce a todas las cosas, y que tiene no solamente promesas de Vida eterna, sino también pro­
mesas para la vida de aquí abajo ...
Estos son los dos extremos de
la _cadena; que hay que controlar
absolutamente ...
• 805
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