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Número 119-120

Serie XII

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La formación de los hombres por los oficios y las profesiones

LA FORMACION DE LOS HOMBRES POR LOS OFI~OS
Y

LAS PROFESIONES
POR
MiJCHEL DE..._ PENFENTENYO,
Uno de· nuestros amigos, presente en esta asamblea, me transmitió
hace

algún tiempo esta admirable respuesta que le había dado un
campesino del Beam, vecino
~uyo, a

quien le había preguntado por
su hijo, ... por su hijo que había dejado el campo para irse a
Toulou~
se

a hacer estudios universitarios;
«¿Gastón? ... había contestado ese
campesino, ¿Gastón? ... --De.rde que se dedica a los estudios ... la
tierra es demasiado baja; y el Cielo está demasiado alto ... Y a no
hay a
su nivel más que la

mesa.»
Sin darse cuenta, este hombre se había incorporado a una fórmula
de la sabiduría platónica:
La educación de_ los hombres tiene dos
raíces:
una se

sumerge
en el

cielo,
y la otra en la tierra ...
Y ahí donde falta el enraizamiCnto, desaparece bien pronto la
aptitud para elevarse en la vida espiritual._ Y entonces ya no queda
más que
1a mesa a nivel del hombre.; la mesa, símbolo, aquí, de la
sociedad de consumo. De una pincela_da, nuestro campesino del Bearn nos daba un resumen cautivador de .la estrecha solidaridad que
.siem­
pre

habrá entre
el arraigo
en lo concreto ---especialmente en
la vida
de los oficios-,
y la apertura espiritual a la belleza y a la verdad,
a través de las cuales se
prepJ.ran las

almas para
los bienes eternos ...
Si hay alguna noción que meditar cuando se aborda
la función
educativa de
los oficios y de las profesiones, es ciertamente la del
arraigo, porque es inseparable
de la noción de educación.
«Cada ser humano -ha dicho muy bien Simone Weil-, nece­
sita
tener múltiples raíces. Necesita recibir Casi la totalidad de su
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MICHEL DE PENFENTENYO
vida moral, intelectual y espiritual, a través de aquellos medios de los
que forma parte naturalmente» ... empezando por su oficio (1).
Como el tema que me ha correspondido esta mañana es extra­
ordinariamente. vasto, propongo que nos limitemos a la búsqueda de
lo
que, en
la vida de las comunidades de trabajo, puede constituir
elementos de salvación social
y de reconstrucción cívica. Quisiera es­
pecialmente mostrar que en los verdaderos oficios se encuentra "en
potencia» todo lo que se echa en falta en nuestras sociedades moder­
nas. En conclusión, quisiera
haéer un

esbozo
de lo que debería ser
la intervención exterior, el agente divino que podría convertir a esas
virtudes intrínsecas de los oficios en factores decisivos de un rena­
cimiento cívico.
.. ..
ÜBSERVACIONES l;'RELIMINÁRES: PRIMERA OBSERVACIÓN.
Nos parece que son necesarias dos observaciones preliminares:
En primer lugar, que los oficios están bien situados para ser vehícu­
los de los valores· permanentes de los que vamos a hablar. Nótese que debemos guardarnos mucho de tener una idea estática
de la

"conser­
vación" de los valores de la civilización humana. No se salvan
va­
lores

vitales por los procedimientos que se emplean para · conservar
los recuerdos del pasado.
Para conservar

recuerdos basta recogerlos
en los museos. Pero cuando
se· reunen

ciertos valores en los museos,
eso es señal de que
~sos valores

están muertos. Por el contrario,
los oficios pertenecen al ámbito de lo que está vivo,
y como todo
lo que se halla vivo, tienen necesidad de adaptarse a la realidad cam­
·biante, necesitan

reaccionar contra lo que les amenaza, tienen que
luchar para progresar. La noción del cambio no asusta al artesano,
ni
al médi.co, ni al técnico; porque, bajo cierto aspecto, todo pro­
greso

es cambio. "Cambio" en los procedimientos de rrabajo, "cam­
bio" en la presentación
estética, "cambio" en

las nuevas
creaciones,
y además ese género de "cambio" que consiste en penetrar cada vez
(1) S. Weil, «L'Enracinement», ed. Gallimard, 1949, pág. 45.
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FORMACION DE HOMBRES POR OFICIOS Y PROFESIONES
más adentro en los secretos de la narnraleza. Estas clases de "cambio",
se llaman, con toda sencillez, perfeccionamientos. Todo oficio es una incitación
al progreso continuo y no es esta
la menor de sus virtudes educativas.
¡ Pues bien! Decimos que los oficios se hallan bien. situados para
salvaguardar ciertos valores permanentes de la civilización, porque
las gentes de oficio saben perfectamente que los verdaderos progre­
sos humanos no
s<¡n el
salto a lo desconocido ni el
,logan de los ilu­
minados de todas las revoluciones, según los cuales "habría que· hacer
tabla rasa del pasado", para esperar la aurora de uua sociedad ideal
surgida espontáneamente,
sin dolor,

sin intervención de la inteli­
gencia ni de la virtud
de· los

hombres.
No, las gentes de los
oficios saben

de sobra a qué precio y con
qué penas hay que
pagar los progresos duraderos del género huma­
no,
y estáÓ en condiciones de resistir a la utopía mítica del cambio
por el cambio, porque no
hay nadie
que participa tanto como ellos
en
la modernidad. Antes bien, son los verdaderos agentes de la mo­
dernidad en lo que ella tiene de excelente ... en la medida en que
son agentes de
lo real, bien arraigados en la naturaleza permanei.tte
de las cosas.
SEGUNDA OBSERVACIÓN PRELIMINAR.
Igualmente debemos guardarnos mucho de hacer una apología
idealista de los oficios. Nos libraremos cuidadosamente de una cier­
ta "mística" del trabajo artesano, que, por otra parte, tiene muy a
menudo por origen las disertaciones piadosas, que aún se hacen
po,r
ahí, en torno a los valores muertos del pasado.
No atribuiremos a los oficios y profesiones todas las virtudes
porque los consideramos como realidades vivas. Por el contrario, esta
s·egunda observación hará notar que debemos distinguir entre unos
oficios y otros,
y entre unas profesiones. y otras.
Si los hay que desarrollan la inteligencia y ciertas virtudes mo­
rales y que crean ciertos tipos de personalidad notables, también
los hay que envilecen singularmente _al
hombre~ otros
que ejercen
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una influencia muy eficaz de cretinización humana, y, finalmente,
otros que constiru.yen escuelas extraordinarias de depravación. Pen­
semos en las decenas de millares de técnicos y empleados de las so­
ciedades de juego, o en el e¡ército de fotógrafos, dibujantes, e im­
presores de la prensa pornográfica, etc.
Necesitamos,
pues, unos uiterios precisos para reconocer lo que
en
la vida de los oficios puede set elemento de -educación verdadera
de los hombres.
V amos a intentar enfrentarnos con esta cuestión, distinguiendo
la educación de los
valores propios de las personas (inteligencia, li­
bettad, sentido de la responsabilidad, etc.) de una parte, y de otta
parte la educación de los-valores sociales: el sentido de la autoridad
natural, de las justas jerarquías, de las solidaridades sociales, etc.
l. LA EDUCACIÓN DE LOS VA'LORES DE LA PERSONA.
Educación del pensamiento.
Henri Charlier, tratando cic este tema, ha tenido rasgos chispean­
tes de sentido común (especialmente en su obra, "Culture, Bcole,
Métie,", que todos nuesttos amigos deberían leer). "Los fil6sofos
--escribe Charlier-y los profesores que se creen especialistas de lo
universal,, serán probablemente

los
últimos en meterse en la

cabeza
que
al aprender seriamente un oficio, se forma el espíritu para dis­
tinguir las ideas,
abstraer y generalizar. Esos ebanistas de pueblo de
los
siglos XVII y XVIII, q1 rables, que todavía se
encuentran en
el mismo sitio
donde fueron
hechos,

no siempre
sabían lee1'. Y, sin embargo, ¡ qué calidad de ci­
vilización
hay en

sus obras/
Comprar un

tronco de árbol para
hacer
con él un armario, llevar a buen término ese

trabajo, eso es sin duda
lo que se
llama conocer el

oficio ( ... ).
Pero hay un plan del

armario,
hay una 16gica de las operaciones, un orden de generalúiad que debe
ser c,;ptado en

lo abstracto."
(2).
(2) Charlier, «Culture, &ole, Métier», París, N. E. Latines, pág. 34.
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FORMACION DE HOMBRES POR OFICIOS Y PROFESIONES
Aprender un oficio es, pues, aprender a pensar, pero a pensar
dentro de lo concreto y dentt0 de la vida misma ... lo cual implica
numerosas

disciplinas del espíritu
y de la voluntad, de las que no
se ocupan los libros.
Esto lo comprobamos cada día cuando admiramos en
el hombre
de oficio. "ese pensam-iento orgánico, alimentado de todas las rique­
zas

de lo real
y bien atado a su centro, que es Dios" (Thibon) (3).
Un pensamiento de ese tipo es evidentemente más fecundo, por
estar impregnado de
la vida misma de las cosas, que el pensamiento
elaborado en
la inteJ.igencia que no recibe las lecciones de la vida
sino a través de la expresión mediata del escrito o de la imagen.
Por esto, la vida de los oficios y de las profesiones es ciertamente,
juntamente
cori. la vida de la~ familias, el más fecundo medio orgá­
nico para
la educación integral de los hombres. Por eso mismo puede
ser un antídoto muy eficaz de
numerosos desarreglÓs del pensamien­
to

moderno. Incluso cuando se trata de oficios menos directamente
arraigados en el trasfondo bmlógico de la tierra, del
mar, del arte,
o de
la medicina. Incluso cuando la participación en los elementos
naturales es más lejana, como
es el caso de esos oficios cada vez más
numerosos que no se acercan
a las leyes de la materia sino que a
través de un determinado nivel de abstracción, mátemáticos, físicos,
dibuJantes,
y los mismos técnicos que ya no tienen más contacto
sensorial con
la realidad física, y no trabajan máS que por intermedio
de instrumentos de medida y, finalmente,
a fortiori, como todos los
oficios del sector terciario. Porque, en definitiva,
la verdadera escuela de pensamiento huma­
no
es la natu,-a/,eza de las cosas, .es el orden mismo de la Creación,
del cual se puede decir que los oficios constituyen. el modo de co­
nocimiento más integral que existe . . . porque ese géner6 de cono­ cimiento es también colaboración. Considerándolos así, podemos es­
tablecer el principio de que
los oficios son tanto más educadores de
los hombres cuanto más estrechamente participan en
la creación. En
último término, son una segunda creación ... , una segunda creación
(3) Gustave Thihon, «Le Pain de chaque Jour», edition du Rocher,
página 21.
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MICHEL DE PENFENTENYO
que el hombre puede desarrollar a partir de la primera creación que
Dios pone en manos de los _ hombres a título de primera provisión
de fondos, de pfimer material ofrecido al genio de los oficios hu­
manos.
Esta segunda creación pone en forma y ciertamente embellece el
mundo físico exterior, pero es también, y sobre todo, la segunda crea­
ción de ese mundo interior que es la persona.
En este sentido vital (físico y metafísiro) se puede decir que el
trabajo, y, por tanto, los oficios, modelao al hombre, y constiuyen los
caracteres propios de su persona.
Si "Dios ha creado al hombre lo menos posible" (Blanc de Saint
Bonnet), si lo ha creado
riro en
posibilidades pero en su punto de
partida desnudo y pobre, más vulnerable que la cría de los animales,
es precisamente para que el pequeño hombre
ronquiste por

sí mis­
mo,
ron su

trabajo, sus propias facultades
físicas y
mentales y su do­
minio den~o y fuera de sí.
También por. ese camino palparnos la estrecha relación del tra­
bajo y de las libertades. Trabajar, escribía Haesslé,
"es, para el hom­
bre, hacer pasar sus potencias a acto, realizar una vida plena 1', POT
consecuencia,

tenga o no
co11ciencia de ello, elevarse a una particular
seme;anza con Dios. El que no trabaja no tiene, para Santo Tomás,
más que la vida potencial del que duerme" (4) ..
Es, pues, mediante los oficios que los hombres adquieren sus
principales libertades ...
Inversamente, el hombre ahogado en la masa inorgánica, cargado
de facilidades, abusivamente asegurado por la seguridad colectiva, es
un hombre esterilizado en la mis~ proporción en que su vida im-·
personal no le permite cultivar sus talentos.
Oficio y cultura.
Consideremos ahora la relaci6n oficio-cultura.
Todo el mundo está generalmente de acuerdo en la definición de
la cultura:
"la más a/ta exp, esi6n de la vida

del
espiritu ...
" Pero
(4) J. Haesslé, «Le Travail»~ Desclée de Brouwer, pág. 204.
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FORMACION DE HOMBRES POR OFICIOS Y PROFESIONES
queda por saber si la más aira expresión de la vida del espíriru es
esa culrura uniforme de la
cual Simone
Weil no dudó en decir que
"es un instrumento manejado por profesores para fabricar profesores,
que

a su vez,
fabricarán pro/esores" (5).
Por nuestra parte, preferimos la definición dada por Charlier
cuando

escribió que
"todo verdadero oficio implica, por si mismo,
una verdadera cultura".
Ciertamente la atlmra artística no es la cultura técnica, ni la
culrura médica es la culrura milirar, ni la científica.
Con ello nos referimos a los grados ínfimos de las inteligencias
aplicadas, y no a las cumbres de la vida metafísica. Pero no es menos
cierto que para la mayoría de los humanos, que no son ni Platón,
ni Santo Tomás de Aquino, ni Miguel Angel, las grandes inruicio­
nes estéticas o metafísicas no serían jamás posibles sin que la _razón
haya pasado, de algnna manera, por las humildes disciplinas de las
verdades y de
las bellezas más elemenrales; la sabiduría popular que
hallamos entre tantos buenos obreros o campesinos muestra lo mucho
que esos humildes grados de la culrura bien encarnada abren camino
para una sabiduría muy superior y que va infiniramente más lejos
que los solos conocimientos técnicos; me gusta bastante la bella fór.
mula de nuestro amigo B. Charnpon en el último cuaderno del
CERC (6): "los tesoros de arte, ya sean iglesias o ,viejas rnan1iones
que existen en el más pequeño pueblo de nuestras viejas cristianda­
des, son otros

tantos
testimomos de
la
riqueza cultural de esos pue­
blos

iletrados".
Esto mismo ha hecho decir • Eugene Delacroix.:
"La verdadera ciencia -no es lo que se entiende 01-dinariamente
por esta palabra, es decir, una parte del conocimiento diferente del
arte. No, la ciencia así enfocada ( ... ) es el mismo arte, y contrM'Ía~
mente, el arte ya no es entonces lo que cree el vulgo, es dec;,.,., una
especie de inspiración que viene no se

sabe de
dónde, que
se
mueve
al azar, y que no presenta más que el exterior pintoresco de las cosas.
( 5) L'Enracinement, ed. Gallimard, París, 1949, pág. 65.
( 6) Centre d'études et de recherches des cad.res, 6, place Ca.mbronne,
75015, Paris.
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MICHEL DE PENPENTENYO
Es la propia raz6n, adornada por el genio, pero siguiendo una mar­
cha necesaria y encuadrada en

leyes
superiores" (Journal).
Creo que Delacroix nos da ahí una notable indicación de lo que
los grandes oficios pueden producir de auténtica cultura.
Oficio y personalidad.
Todas estas nociones: inteligencia, libertad, cultura, están evi­
dentemente muy próximas
•mas de
otras. Hay una cuarta sobre la
cual debemos detenernos un instante: la noción de personalidad.
Para

hacer patente hasta qué punto los oficios
y las profesiones
determinan la personalidad,
basta contemplar

las grandes ciudades
modernas
y comprolur hasta qué punto los deficientes, los asociales,
los deheredados (los
anormales, ea fin)

proliferan en la misma pro­
porción en que se desarrolla el número de los no profesionales.
Inversamente, a partir del momento en que cualquiera tiene ver­
daderamente un oficio, cualquiera que sea, toda su personalidad que­
da
marcada por él y determinada. Y esto, en todos los sentidos del
término. En primer lugar, en sentido corporal: ¿acaso no se dice de
alguien que su aspecto es el típico del empleo que ejerce? Y la ex­
presión no tiene solamente
L,fl valor peyorativo ... porque hay que
ver en esta marca física, en esos estigrp.as corporales de los grandes
oficios, los rasgos de su dureza;
y la expresión popular "del oficio
que os
entra por

los poros'' indica suficientemente que
todas las
verdaderas

profesiones comportan necesariamente sus sufrimientos
y
por eso su propia ascesis. El '' parirás con dolor" no es verdad úni­
camente para el primer alumbramiento.
Es también cierto para el
alumbramiento permanente
de una

personalidad que se forja en las
exigencias, a veces tiránicas, del oficio.
Vemos. ahí en qué grado la vida de los oficios puede ser el gran
remedio, o en todo caso el antídoto del
hedonismo moderno. los
hombres "acaparados por
su oficio"

no tienen parte alguna en la
mentalidad del hombre perpetuamente ávido de mayores facilidades, de_ disfrutes sensuales, imbuido de todos sus derechos, ignorante de
sus deberes.
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FORMACION DE HOMBRES POR. OFICIOS Y PR.OFESIONES
El oficio es también el crisol de la personalidad moral y social
A partir del momento en que
. uo hombre

adquiere
uoa cierta clase,
una irradiación, una autoridad social, es porque se encuentra que
está formado por su oficio. Marino, profesor,
carnicero, notario,
ofi­
cial relojero, son otras tantas personalidades y, por tanto, autoridades
naturales. La vida social se enriquece y jerarquiza en proporción a
la variedad de esas personalidades humanas contrastadas.
No se espera del oficial que sea primero y ante todo diplomático,
sino hombre de mando. No se le pide al notario que tenga princi­
palmente espíritu avennirero, sino que sea el cristodio de las reglas
y formas jurídicas a la vez que debe ser el consejero jurídico de las
familias. Tampoco se le pide al artista que se preocupe de la pro­
ductividad, pero sí que dé nuevas expresiones a la belleza.
De esta manera se podría dibujar la galería de los retratos psi­
cológicos de los hombres
dt oficio,

que de hecho sería la galería
de las personalidades más características
y al mismo tiempo la gale­
ría de las virtudes sociales específicas que constituyen en conjunto
la riqueza multiforme de una sociedad.
El Honor.
A esta noción de "personalidad" de las gentes de oficio, se pue­
de asociar otra noción muy próxima, una noción muy amenazada por
los tiempos que corren, una noción que a menudo se prefiere conocer
en plural más que en
singular, quiero

decir: el honor. Simone Weil,
en
l'Enracinement, ha mostrado muy bien que el honor es una ne­
cesidad vital del
alma humana y que se desarrolla en la misma me­
dida que nuestros perfeccionamientos.
Y como el oficio es la principal fuente de nuestro desarrollo ... ,
es también una de las principales fuentes
del honor personal, y, por
ello, es importante que
la sociedad rodee cada oficio de un honor
específico ... en proporción
de su

papel social
y de su valor "jerar­
quizante".
Esta necesidad vital se satisface plenamente
-escribe Sim.one
Weil-, "si cada una de las colectividades. de las cuales un ser hu-
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MJCHEL DE PENFENTENYO
mano es miembro, le ofrece una pa,-ticipación en una tradición de
grandeza guardada en su pasado y públicamente reconocida desde
fuera" (7).
Para que la necesidad

de honor y de consideración sea satisfecha
en
la vida profesional, "es necesario, dice nuevamente Sim.one Weil,
que a cada profesión corresponda a/,guna colectwidad realmente ca­
paz de cqnservar vivo el recuerdo de los tesoros de grandeza, de he­
roismo, de p-robidad, de generosidad, de genio, dispensados en el eje,-­
cicio
de
la
profesión" (8).
Guynemer y Mermoz han pasado a la conciencia pública gracias
al prestigio social de la aviación,
y esto está muy bien. Pero es la.,.
mentable que el heroísmo, a veces increíble, derrochado por los
mineros, las enfermeras, Jos pescadores, apenas tenga una resonancia
en las profesiones. de mineros, o de pescadores o de enfermeras.
Cuando se acometa seriamente la tarea del resurgimiento social,
será necesario que se haya conseguido comprender
el partido que se
puede sacar de las enseñanzas vivas de
la historia de los oficios. ,
Se

impondrá un trabajo considerable de censo de los valores de
los oficios, así como de
la hjsroria de _su desarrollo, y la historia de
los hombres que les dieron lustre. Esto podrá ejercer, especialmente en los medios obreros, un influjo poderoso para devolverles
la estima
por su oficio. Sería, entonces, fácil hacer percibir hasta qué punto un pueblo
rico en honores diversificados cultiva
en su

seno todos los matices
de
!,as perfecciones

humanas. Es todo un florilegio de virtudes per­
sonales
y sociales que se apoyan unas en otras. Cada oficio educa un
lado del temperamento nacional
y completa, en un enriquecimiento
mutuo,
la extrema diversidad del mosaico popular, y como no hay
solidaridad más que donde hay
complementariedad, un
pueblo rico
en esos talentos múltiples conocerá más fácilmente la estimación
recíproca
y el sentimierito de interdependencia de las comunidades
de oficios. Capramos ahí, de paso,
cufoto la virtud

del patriotismo es tribu-
(7) Simone Weil, op, .ciJ., pág. 23.
( 8)
«La maladie

infantile du
comtnunisme.»
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PORMACION DE HOMBRES POR OFICIOS Y PROFESIONES
taria de esas solidaridades orgánicas. Así, donde la consideraci6n mu­
rua decreée, ahí también decrece el patriotismo. Para comprenderlo
no hay más que ver la creciente aversión de las clases sociales entre
sí, el desarraigo social y la crisis del patriotismo; sus avances son
generalmente co.1liuntos.
• • •
ll, LA EDUCACIÓN DE LOS VALORES SOCIALES IíE LAS GENTES DE
OFICIO.
Hemos intentado considerar --o al menos panoram1camente-,
la relación que puede haber entre la vida de los oficios y la forma­
ción del
espb:itu, de las libertades, de la cultura, de la personalidad,
del honor ...
Intentemos ahora centrar nuestro examen en. la educación de los
valores sociales en las gentes de oficio; y, especialmente, la educación
de tres valores muy fuertemente amenazados por las tendencias mo­
dernas del colectivismo . . . a saber:
- la responsabilidad personal;
- la continuidad social
y las solidaridades orgánicas;
- la jerarquización social y la promoción de las autoridades
naturales.
Tres capítulos de la educación que nos situan en. los antípodas
del espíritu moderno, del-espíritu igualitario y colectivista... de
ese espíritu que deseduca al hombre en la medida en que se le
trata
como a un ser perpetuamente necesitado de asistencia, irresponsable
crónico,
y socialmente aislad.01 que debe ser programad.01 vigilado,
asegurado1 como lo está por una Administración que insiste a todo
trance en ser para él, en
una sola pieza,

familia, nodriza, maestro de
escuela, suministrador, médico, asegurador,.
y, por supuesto, al fin de
sus días, sepulturero gratuito y obligatorio.
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MICHEL DE PENFENTENYO
La responsabilidad penonal.
El

sentido de la responsabilidad es uno de los principales crite­
rios de educación moral
y social. Los desarraigados, los incapaces, las
víctimas de
la masificación social, no tienen más que un sentido muy
débil de su responsabilidad, porque les faltan esos lazos de depen­
dencia respecto de las cosas
o de

las personas que constituyen
la res­
ponsabilidad. Gustave Thibon, partiendo de
ia clave que la etimología nos sirve,
ha mostrado muy bien cómo se educa la responsabilidad.
Res ... sponsus ... Hay ahí más que un juego de palabras. "El
hombre respon.rable es aqrtel que en cierto modo se ha desposado
con la realidad de lo que pretende asumir. Hay en la idea de respon-
1abilidad una idea dé lazo Jntimo, cierta cosa que va infinitamente
más allá de toda obligaci6n moral o jurúiica. Cierta cosa que concier­
ne al, amor o a la amistad para con las cosas y con las gentes. Se es
tanto más responJable. cuanto má.r .re ttma.
'· ... Uno es responsable de su mujer y de sus hijos en la medida
e_n que verdaderamente está
ligado a
ellos. Igualmente, se es respon­
sable de un ·trabajo, o de un oficio, en la medida en que se está en
cierto modo desposado con ese trabajo, en la medida en que
se está
incorporado

a ese oficio; el sentido de
las responsabilidades no pue­
de educarse sin un
mínimo de

encarnación concreta. Por ello, cuanto
más nos pone un oficio en colaboración con las leyes de la vida, más
ese oficio educa el sentido de las responsabilidades.
Si un aprendiz romere una torpeza, si un agricultor malogra su
sementera, si un piloto de
lfn~. comete

un error de navegación, si un
comerciante multiplica sus errores de gestión ... , los interesados se
dan cuenta de forma muy directa
y personal; el aprendiz, el piloto o
el agricultor son inmediata
y personalmente sancionados porque hay
una naturaleza de las cosas · que se niega a los arreglos.
Un hombre de oficio que multiplica sus torpezas, es eliminado.
La selección natural juega de 11.eno (incluso resulta eliminado físi­
camente
si se
ttata de
un marino o de un aviador). Y
si no es eli­
minado por el mismo juego·
de su

propio interés, corre
gran riesgo
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PORMACION DE HOJIIBRES POR OFICIOS Y PROFESIONES
de serlo por la acción de la clientela o de sus compañeros de trabajo,
porque las microsolidaridades de las gentes de oficio son tales que
el que no respeta el juego
s-ufre por
de pronto el desprecio y, even­
tualmente, después,
la evicción.
Así, las comunidades de trabajo desarrollan, como se ve, simul­
táneamente el sentido de las responsabilidades y el sentido de las
solidaridades o, si se prefiere, el sentido de las solidaridades respon­
sables; lo cual es muy importante en los tiempos que corren, en· los
que se ve a las masas inorgánicas dejarse engañar tan fácilmente por
los propagandistas de la solidaridad, pero de una solidaridad que
rechaza toda idea de responsa.l:,.ilidad. Hay, pues, que estar muy aten­
to a esos mecanismos del binomio solidaridad-responsabilidad. El
binomio juega con toda naturalidad en la vida profesional porque la solidaridad del hombre con su medio, del hombre con su función,
del hombre con -sus compañeros o- sus superiores aparece como una
necesidad vital.
Por el contrario, cuanto más se alejen de lo concreto las fun­
ciones sociales para tomar altura, como en el caso de los profesores,
de los literatos, de los funcionarios,
y como también es el caso del
clero, la sanción de los hechos será menos directa y personal.
Porque para el profesor, el periodista, el funcionario o el clérigo,
la sanción de sus torpezas es mud10 menos frecuente,
y, sobre todo,
es muy raro que el autor de la torpeza padezca por ella un perjuicio
personal.
Esto se comprende en seguida cuando se comprueba la
tranquila
impunidad

en la que trabajan hoy en día tantos intelectuales. o clé­
rigos revolucionarios.
Jean-Paul Sartre, Henri Lefevre o el P. Cardonnel, pueden en­
venenar las inteligencias durante afí.os y años, suscitar vocaciones de
destructores
y así, ciertamente, llevar la sociedad al desastre, pero
la sanción de su desvarío que claramente consitirá en ese resultado
nefasto, no será .inmediata
y, sobre todo, recaerá sobre los otros mu­
cho
más que en los autores del
desVarío.
Esto

no quiere decir
-claro está- que las profesiones de pe­
dagogos, los periodistas, los funcionarios,
y los clérigos estép. llama­
dos
a la irresponsabilidad
y, por ello, a hacer mal las cosas .. . Esto
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MJCHEL DE PENFENTENYO
sería un sofisma magistral. Unicamente en la medida en que esas
profesiones no son sancionadas de manera permanente, directa y per­
sonal, tienen absoluta necesidad de ocro magisterio
y -de otros cen­
sores para garantizarlas en sí mismas contra los peligros sefialados. En una palabra, es
necesario que esas profesiones estén sometidas a
un poder espiritual tanto más fuerte cuanto
más escapan
ellas a la
fuerza de las sanciones concretas. Una vez
más, volvemos a encontrar aquí la noción del arraigo
en. las profesiones como facror importante de educación.
La continuidad y el equilibrio de la vida social.
Estas nociones son particularmente importantes si queremos tra­
bajar seriamente en el restablecimiento del equilibrio humano, en
un Inundo amenazado por los efectos del gigantismo social, y si que­
remos desarrollar cuanto pueda contrapesar los vértigos de la masi­
ficación social.
Porque cuanto más nos alejamos de los equilibrios naturales, más
pasaremos a depender en forma creciente de la tecnocracia, tanto más
corremos el riesgo de bascular hacia un mundo conformado cuanti­
tativamente, un mundo de grandes conjuntos abstractos en el cual
se amontonan muchedumbres de individuos aislados. Masificación
y al mismo tiempo; aislamiento ... ¿No es ésta acaso la paradoja
característica de la vida moderna?
Amontonamiento y aislamiento en
vastas
~oncentraciones industriales

en las que el exceso de especia­
lización técnica tiende
a destruir

las solidaridades profesionales.
Amontonamiento
y, a la vez, aislamiento de los individuos dessarrai­
gados de sus ambientes naturales pero reagrupados mecánicamente en la acción .de masas política, sindical o de otro
tipa semejante.
Cuanto
más asfixiante y masificadora se convierta la sociedad,
más riesgo correrán
los individuos,
a
la búsqueda de refugios huma­
nos
y de ambientes protectore-s, de precipitarse en las emboscadas de
las organizaciones ficticias. hada
las cuales atraerán las mentiras de
la publicidad y de la propaganda que acosan con mil excitaciones ex­
teriores la vida de las masas modernas.
1004
Fundaci\363n Speiro

FORA!ACION DE HOMBRES POR OFICIOS Y PROFESIONES
Ahí está todo el problema del encuadramiento revolucionaxio del
proletaxiado.
Porque

si se
ha podido decir del siglo XIX que el capitalismo
anónimo de la cumbre ba provocado la proletarización de la base,
hoy en día se puede decir que la tecnocracia de la cumbre continúa
engendrando
las falsas solidaxidades proletaxias en la base ...
No se saldrá de este horizontalismo social
y de los esquemas de:
la lucha de clases más que por las solidaridades verticales, empezan­
do por las comunidades de trabajo, porque en ellas . se· encuentran integrados naturalmente los tres principios de
acetcamiento entre
los hombres:
- sus intereses comunes;
- sUS responsabilidades

comunes;
-sus competencias comunes.
Hay en esos principios de solidaridad orgánica
y de a.cercamiento
entre los hombres de oficio una reserva tal de vitalidad, un poder tal
de renovación de la "clorofila social", una germinación tal de las
solidaridades, que los revolucionarios no han dejado de
:ver en
ellos
el obstáculo principia! a sus sueños de planificación universal ... Por
otra parte, a esto se debe que uno de los episodios más sangrientos
de la historia bolchevique fuera la liquidación masiva de pequeños
propietarios, koulaks
y artesanos, lo cual aporta la más significativa
de las pruebas de que las microsolidaridades populares ofrecían mu­
cha más
resist~ncia _ al comunismo que las grandes organizaciones
económicas o políticas. "La gran bu-rguesía centralizada es mil. veces
más fácil de vencer que los millones y millones de pequeños patro­
nos --observaba muy bien Lenin (8)-, porque éstos, por su ·activi­
dad cotidiana, costumbrista, invisible, inap-rehensible ( ... ) realizan
lo que
la bu,rguesía

necesita,
restau,ran la bMguesía."
Traduzcamos: Las condiciones- de-discontinuidad social necesarias
para la lucha de clases es evidente que no se reunen cuando el tejido
social está hasta ese punto esponjado_
y diversificado, enriquecido de
libertades sociales y de múltiples poderes populares, .. . y entonces
la Revolución no
Pasa.
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MICHEL DE PENFENTENYO
La promoción de las autoridades sociales;
Lo cual nos conduce a considerar una tercera característica paru
ticular de la función social de los oficios y profesiones, a saber: la
aptitud de los oficios para engendrar autoridades sociales y jerar­
quias
narurales.
Es

ciertísimo que no podremos rehacer nuestras patrias,
y que
no las salvaremos del abismo totalitario mientras no existan élites,
sin nuevas personalidades, es decir, si no rehacemos nuevas autori·
dades
sociales.
Sin duda, entre nosotros, todos creemos que la reforma de las
mentalidades es una premisa indispensable para la salvación nacio­
nal; creemos en una cierta prioridad del espíritu., y en una antela­
ción del pensamiento sobre la acción. Es muy cierto . . . Pero esta
primacía y esta presencia que se deben dar a
la inteligencia, no han
significado nunca que quedemos dispensados de preccuparnos de las
condiciones sociales capaces de suscitar los hombres de competen­
cia
y autoridad que sean los intérpretes prácticos de esta preemi­
nencia.
la inteligencia en sí ... es
un poco

como la
luz, que
no
_se ma­
nifiesta

aquí abajo más que en contacto con las realidades multifor­
mes de la vida concreta-. La iá.teligencia en sí no salvará nada si no
es penetrando o encarnándose en autoridades sociales.
Y es ahí donde me parece que los oficios y las profesiones se nos
presentan hoy ea día como seminarios de élites sociales.
Lo cual
no quiere decir, como es evidente, que las autoridades naturales se­
gregadas por los oficios tengan por sí mismas ni las luces ni la ener­
gía necesarias para los combates cívicos. Estamos lejos de poder: sen­ tirnos satisfechos ea este punto
y distamos mucho de que los verda­
deros jefes de las comun_idades de trabajo reunan de por sí espontánea­
mente, lo que hace
-falta. para

ser verdaderas autoridades cívicas aptas
para rechazar los ataques del cáncer revolucionario. Incluso compro­
barnos esta paradoja de nuestro tiempo: sabemos que los verdaderos
responsables de derecho
y de hecho de las empresas, de las explo­
taciones artesanas o agrícolas, son legiones omnipresentes en la vida
IOD6
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FORMACION DE HOl>IBRES POR OFICIOS Y PROFESIONES
social, y a pesar de su arraigo en lo· real, y en la experiencia, y de
sus legítimos poderes ... , sin embargo no cesan de retroceder
y, a
veces, de dejarse ganar la partida por las jerarquías paralelas de los
tecnócratas, ideólogos subversivos de todo pelaje, socialistas, marxis­
tas, francmasones, que -por muy minoritarios que sean- estos no
dejan de constituir los centros nerviosos de donde parten las acciones
decisivas para los avances de
la Revolución.
Sería, pues, una lQCUra y un error mortal imaginar que las jerar­
quías naturales segregadas por las sociedades trabajadoras tendrán
en sí mismas las luces
y las energías específicas de la lucha contra
la Revolución. Esas luces y esas energías deberán serles suministra­
das desde el exterior; y deberán proceder de una vida más
alta. Vol­
veremos a verlo dentro de un mstante.
Pero
lo que podemos encontrar en las comunidades orgánicas de
las profesiones, ya no lo encontramos en ninguna otra parte de la
sociedad moderna; y es
precisamente su

carácter esencialmente je­
rárquico que hace de esas comunidades otras tantas escuelas elemen­
tales
y permanentes de la autoridad y del mando social.
Por eso mismo, son como el antídoto del democratismo liberal
y del igualitarismo nivelador, y el lugar privilc¡giado para la educa­
ción
de los jefes naturales que tanto necesita
la sociedad.
Por esto creemos que las élites nuevas que
neceSita la renovación
cívica se tienen que ir a buscar principalmente en esa inmensa re­ serva de autoridades
naturales; porque

esas autoridades profesiona­
les reunen tres condiciones indispensables para las luchas precisas
a fin de construir el porvenir:
l. la autoridad que se ejerce en ellas aparece generalmente a
los ojos de sus subordinados como ligada a una existencia bastante
dura, una superioridad profesional evidente,
y deberes y sacrificios
que
la sitúan por encima de los privilegios, suficientemente para
que los que hayan de acceder a ocuparlos se eduquen menos por am­
bición que por una natural promoción social.
2. la
~utoridad de

los jefes se encuentra en ella tan evidente­
mente ligada al destino de la comunidad de traba jo, que se encuentra
en cierto modo inmunizada previamente por sí misma contra
los
riesgos

ordinarios de degradación de sus funciones; defendida contra
1007
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MICHEL DE PENFENTENYO
sus propios abusos y su propia degeneración, no puede faltar a la
justicia, a la verdad y al bien de las gentes más que perjudicándose
a sí misma; no ptiede destruir nada si no es destruyéndos.e a sí misma
a más o menos largo plazo.
3. Los intereses de los jefes -hablo de los que forman cuerpo
con la vida misma de los que mandan-, se identifican de- tal ma­
nera con los intereses del pueblo, que los enemigos de los unos son
los enemigos de los otros . . . La vida artesana, agrícola, industrial,
es probalemente hoy en
día uno
de los últimos ámbitos donde los
devastadores tecnócratas y comunistas amenazan solidariarp.ente a los
jefes y a los subordinados. Inter'esa, pues, a todos armarse contra el
totalitarismo revolucionario.
Estas tres· razones hacen muy especialmente aptas a las élites pro­
fesionales para dese~peñar un papel en la educación, animación y
mando cívico al lado de la inmensa reserva silenciosa del país real.
Thibon lo ha dicho muy bien en sus Diagn6sticos: '"El pueblo
lleva
en
sí lo suficiente para salvarlo todo y regenerarlo todo,

pero
también
para encanallar/o. y destruirlo todo." Y este reto depende
de sus jefes na rurales. "Dos corrientes se cruzan en su alma, una que
tiende hacia la disolución y la anarquía ( ... ), y otra que es portadora
de
una riqueza profunda, pero incompleta (
... )
y obligada sin cesar
a recu1'Nf', pa,ra reaUzarse, a una·influencia superior." Como Barbusse,
confiamos en
"la sima del pueblo" pero a condición de que -esa
sima esté iluminada y fecundada desde fuera, desde lo alto. Porque desde ese abismo se
puede crear
todo del mismo modo que puede
engullirlo todo. Por amor y respeto a las mejores posibilidades que
en él duermen, "importa ante todo -sigue diciendo Thibon-conM
servar y volver a crear, por enr:hna suyo, un poder con amplia indeM
pendencia de él, una fuerza atractiva y reguladora

a
la vez, capaz de
proteger
incansableff!_ente (J, de educar) las reservas populares de
fuerza
y de vida contra la bajeza y la ceguera plebeyas. Si no, esta
bajeza y esta

ceguera lo
inunda,·án todo."
•••
Volvamos de nuevo, queridos amigos, a tomar la fórmula clave
del admirable libro Diagnósticos, de Thibon.
1008
Fundaci\363n Speiro

FORMACION DE HOi\lBRES POR. OFICIOS Y PROFESIONES
Importa, en primer lugar, conservar y volver a crear, por encima
del pueblo, de las gentes de oficio, "un poder ampliamente indepen­
diente
de

él,
una fuerza

atractiva".
Una luz y una fuerza que lo iluminen y lo atraigan por lo alto.
Quisiera concluir sobre este punto, parafraseando una página
célebre de /'Avenir de l'Intelligence: Suponed que una conciencia
lúcida de los peligros, unida a algunos actos de voluntad seria y a
un principio de experiencia con
algún éxito, suscite a la inteligencia
católica --que desde hace un siglo está dejando. que se produzcan
muchos desastres- para que rinda el señalado servicio
--que todo
lo salvaría- de producir la élite de vanguardia, ese "poder" amplia­
mente independiente, desinteresado, con "fuerza atractiva"4 Suponed
que la inteligencia católica que se ha petvertido, que se ha prostituido
por todo el universo, consiguiera -desde ese momento, volver a en­
contrar Su orden, su vocación y su misión.
Ha propagado la Revolución. Suponed ahora que, a la inversa,
enseña la salvación pública.
Imaginad que un feliz despliegue de esta tendencia nueva le de­
volviera las simpatías y la estimación, no ciertamente del mundo
oficial, sino las ernanantes de las esferas aún respetadas y poderosas.
Imaginad que

esta Inteligencia católica, en lo temporal, compren­
da bien que no puede ni podría ser tina fuerza nacional, una poten­
cia tutelar, más que haciéndose humilde servidora, auxiliar desinte­
resada y peregrina de las potencias fecundas, naturales y biológicas
de la vida social
y nacional.
Imaginad, finalmente, que al concluir tina alianza con las últimas
libertades concretas, con ciertos intereses agrícolas, industriales, con
las grandes profesiones liberales, y los oficios populares. Imaginad
que esta inteligencia católica, en lo temporal, consiguiera llegar a
suscitar una fuerza
capaz de

hacer fracasar los poderes del Dinero
de la Opinión
y de la Revolución, a menudo asociados.
¿No creeis, queridos amigos, que de este sueño, cujra realización
no depende más que de nosotros, podrían seguirse, una tras otra,
múltiples consecuencias
salv'ldoras? Los

otros cuerpos de nuestras
viejas naciones, al fin y al cabo sostenidos por numerosos polos de
influencia.:; cívicas, los mejores· sectores del ejército, de las Corpo-
64 1009
Fundaci\363n Speiro

MICHEL DE PENFENTENYO
raciones científicas, de las universidades, del mismo clero, finalmente
liberados del sentimiento de su impotencia, ¿dejarían de
aporrax el
concurso

específico de su irradiación moral?
Tenemos demasiada tendencia a detenernos ante las dificultades
de esta empresa (y no tenemos derecho a equivocarnos respecto de
ellas ... ).
Está, en primer lugar, el cansancio de nuestro mundo sobrenatu­
ral, melancólico
y entenebrecido. Sobre -todo, que en nuestra noche
los faros de la Verdad parecen apagados ...
y pesa sobre nosotros una
noche pesada de cobardía
y de hipocresía. La verdad está siempre
fuera de

la
ley, más exiliada que nunca. Es cierto.
Pero la
v~rdad sigue

siendo la verdad ...
No espera
-y la gracia de Dios no espera-más que la volun­
,

tad de
lo_s hombres

para hacer germinar esta eterna verdad en la
tierra profunda de nuestras comunidades naturales
y más allá de nues­
tras patrias carnales ..
Así, pues, DOCTRINA y ENCARNACIÓN social, ...
Natural y sobrenatural.
Estas son las condiciones para que nuestros sueños de hace un
instante se hagan realidad un día ... ¿Seremos
mañana, queridos
amigos, sin contentarnos con pala­
bras; artesanos de este divino encuentro?
10.l~
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