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Número 128-129

Serie XIII

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Bernardo Monsegú, C. P., Religión y política

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Bernardo Monsegú, C. P.: RELIGION Y P0UTICA
Este último libro del P. Monsegú no trata de hacer política ni
religión como cabría suponet, quizás, por el título. Intenta colocar en
su verdadero puesto .a la religión y a la política, definir el círculo de
competencia respectivo de la Iglesia y el Estado, dado que ambos han
de ordenatse
y conjugarse dentro de su ámbito al más completo y ar'.
mónico desarrollo de la persona.
Comienza con
la descripción de la crisis por que atraviesa ·la so­
ciedad occidental, que se inicia con el Renacimiento, para llegar des­
pués de la II Guerra Mundial a su punto álgido. Crisis no de flaqueza,
sino de soberbia humana motivada por una concepción pagana del
mundo, donde se exalta todo lo humano, incluidas las aberraciones y
los delitos y donde. la sinceridad se antepone a la verdad. Su causa
cabe buscarla en la idolatría del hombre
y de su libetrad, nacida en
los albores de la Edad
Moderna. Dentro

de la moral
impera el
posi­
tivismo subjetivo, personalista, provocador de un vuelco hacia lo tem­
poral, en el que, tras protesta de combatir al marxismo, se aceptan
no pocas de sus proposiciones. A ello se añade el ataque bifronte con:.
tra Dios; el amparado por la divinización del hombre a través de la
ciencia y el encubierto por una seudorreligiosidad en la cual Dios
queda reducido a un simple añadido del Universo. Crisis en defini­
tiva ética cuyo sedimento antropocéntrico da· lugar a la descristiani­
zación, haciendo del hombre un adorador de sí mismo y devaluando
la
contemplación y la creación postergadas ante el compromiso sin­
dical
y político. Todo lo cristiano se sacraliza. Dios se incorpora a
la Historia y la ciencia sustituye a la Providencia hasta alcanzar la
"teología de la muerte de Dios"., último grito de una afirmación hu­
manista que niega toda trascendencia.
Tal crisis alcanza también a la Iglesia, aunque algunos se empe­
ñan en ignorarla- aludiendo a "crisis de crecimiento", con olvido de
lo proclamado por el propio Pablo VI al hablar de "autodemolici6n"'.
Se
manifiesta en lo dogmático al hacer incompatibles los artículos
de
fe con la forma de pensar del hombre de hoy. Sin embargo, los
más agudos embates se dirigen contra la: autoridad y-el magisterio.
Su origen se encuentra
en la

penetración de. las ideas .socio-políticas
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del entorno democrático deotro del mundo eclesial, comprobándose a la hora del Concilio un furor democratista que
procurad~ cambiar
el

consrantinismo por
la democracia de la Revolución Francesa. Im­
plica _una revuelta_ desde el interior de la Iglesia orientada a confi­
gurarla democráticamente y que en España tuvo su exponente más
claro en la Asamblea Conjunta. Así, el progresismo, nueva versión
del modernismo, sacrificará la tradición y el magisterio a los signos
de los tiempos y situará al hombre en lugar de Dios, arrinconando
al Estado confesional, mientras intenta la leva del clero y del laicado
en ·pro de actuaciones típicamente revolucionarias y subversivas. Con
tal crisis se ha roto la unidad entre los católicos, divididos en bande­
rías que se hostilizan sin tregua.
La segunda parte de la obra comentada se ocupa del ordenamien­
to cristiano de las dos ciudades. Toma como arranque la necesidad
de instaurarlo todo en Cristo, edificando --como· decía Santo To­
más- la ciudad de Dios, construida por el amor que el hombre le
profesa, poniéndole en un estrado supraordenado i las criaturas que
realizan el orden_ querido por El Si, en cambio, colocamos al-hombre
en· el centro del Universo, regresamos al paganismo. De ahí el im­
perativo de "recrear cristianamente al mundo, haciendo que en todas
sus estructuras, estratos
y actividades. penetre el soplo del Espíritu de
Cristo".
·
Lo primero que ha de procurar el hombre es salvase y a facilitar­
lo está la Iglesia como sociedad puesta por Cristo mirando al fin
último
y espiritual. Secundariamente el cristiano viene obligado a
mirar por el bien material y el progreso temporal y para lograrlo
aparece el Estado como contrapunto de la Iglesia.
Lo que el Estado
persigue, pues, es el bien temporal,_mas, al mismo tiempo,-debe fa­
vorecer el bien espiritual del hoffibre promoviendo el ambiente más
propicio a_

fin de que
el orden temporal sea también genuinamente
cristiano. El empeño temporal del Estado cristiano se vincula a la
fe como norma extrínseca de .dirección. Y, en caso de conflicto, lo
eterno prima sobre lo temporal. De
lo anterior surge el auténtico concepto de Cristiandad, carac­
terizada por jerarquizar adecuadamente ambas
Sóciedades, uniendo
sin confudir. A diferencia de las "Nuevas Cristiandades" que prác­
ticamente· conducen a la divinización del Estado, se sitúa así en su
puesto propio al Estado cuya raiz es el Derecho Natural, al que se
halla sometido. De lo que se deduce la confesionalidad del Estado
cuando _se acepte tal subordinación al orden nárural. ·Porque en rea­
lidad todo Estado, que atiende a una jerarquía preexistente de va­
l_ores,
.es confesiollal aunque no lo proclame expresamente, ya qlle
la Iglesia urge esa confesionalidad donde quiere que proclame y
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proponga el Derecho Natural como regla operativa. El Estado, ade­
más,

no puede ignorar la faceta religiosa del hombre, puesto que lo
desnaturalizaría
y, por ratito, no cabe disponer nada contrario al orden
moral
y, en consecuencia, de la salvación del alma. "La tesis de un
Estado laico como ideal no es tesis cristiana -afirma con acierto
el P. Monsegú-, ni menos católica."
También señala la exacra posición de la Iglesia. Su fin es
promo­
ver

la salvación de las almas y su esencia no es de realidad humana
sino, sobre todo, divina, como creada por Cristo.
Es naturalmente
comunitaria al ser comunión en
el Espíritu de Cristo, en la gracia de
Cristo
y en los dones de Cristo, pero además es institución visible,
depósito y canal de docrrina y de gracia, dotada de órganos jerárqui­
cos cuya misión es dar testimonio de lo divino a través de la predi­
cación del mensaje de Cristo. Por eso, ante todo, debe servir al mun­
do, no mundanizándose, sino cristianizándole
y restaurándolo todo
en Cristo, quien exige, no que ella se ponga a los pies del mundo,
sino que le ponga el mundo a sus pies. De ahí que no quepa consi­
derar a
"los signos
de los tiempos" ni como fuente de revelación ni
como criterios de entendimiento de ésta. Al contrario. Son .ellos los
que han de ser precisamente interpretados a la luz de la Revelación
para discernir si son cosa de Dios o del Diablo. Tampoco es admi­
sible la concepción democrática de la Iglesia que algunos pretenden
imponer pese a ser ya condenada con el Sínodo de Pistoia. Pues
--como observa
el P. Monsegú- "la democracia a usanza política
moderna es lo más contrario al espíriru y a la tradición de la Iglesia
Católica", la cual, según ha reiterado Pablo VI, no está edificada
democráticamente, sino que es
constitutivamente -jerárquica.
Las dos últimas partes son más específicas, refiriéndose a las po­
sibles
tensiones entre religión y política. En la tercera, partiendo
de que "no hay potestad sino de Dios", y tras reconocer la soberania
que a cada potestad se otorga en su esfera, se llega a la conclusión
de que, si el Estado debe dejarse iluminar por el mensaje cristiano,
la Iglesia carece de derecho a
imponer una

determinada opción po­
lítica. Su labor queda reducida a fijar los principios
ruya aplicación,
habida

cuenta de las circunstancias específicas, compete al Estado.
FinaJmente, en
la última parte, se aborda ya la problemática po­
lítica-religiosa de la España postconciliar: libertad religiosa, "nado~
nal-catolicismo"
y confesionalidad del Estado. Las soluciones defen­
didas lo son asentándose no sólo en los principios de la perenne
doctrina de
la Iglesia, sino también a la vista de los condicionantes
históricos de la comunidad nacional, imprescindibles para el juicio
práctico inherente a
_la certera aplicación de la prudencia política.
De lo expuesto creo que resulta posible calibrar
la importancia
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del libro del P. Monsegú, cuya glosa se me ha encomendado. Tanto
por
la materia analizada, como por las soluciones ofrecidas, constituye
una obra capital para el momento presente, donde la problemática
político-religiosa se
ha visto obscurecida por la confusión creada por
el progresismo disgregador que tantos
estragos ha
producido última­
mente en el catolicismo español. Afronta con valentía los temas más
debatidos y candentes de la panorámica religioso-política y encuen­
tra las soluciones idóneas recorriendo los nuevos caminos diseñados
por los documentos pontificios y conciliares últimos a la luz del ba­
gaje teológico tradicional que los circunscribe, iluminándolos con
claridad, a su auténtico alcance. Libro, en suma, que representa una
inapreciable y valiosísima aportación y que evitará en el futuro
múltiples equívocos
y falsas interpretaciones respecto a lo que se
debe a Dios y al César.
GoNZALO MUÑIZ,
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