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Quas primas

EN VISPER.AS DEL DEBATE ACERCA DE LA
CONFESIONALIDAD DEL ESTADO
La
confesionalidad del Estado, tema siempre importante, está ahora
de nuevo de actualidad. En visperas de 1as discusiones tr8500lldentales
arerca de la confesionailidad de la próxima Constitución española, han
aparecido en la prensa diaria unas declaraciones del secretario de F.stado
vaticano, Agosti.no Casaroli, a los periodista!!I españole~ .mientras· el pre­
sidente Suárez hablaba con Pal>lo VI •. Según «EL PAIS», del 3 de sop­
tiembre de 1977, _Casa:ro:li dejó clara una idea importante: «que la
confesionalidad católica del Esta.do español fue .sólo cosa del régimen
franquista, y no inieia:tiva vaticana. Tambié~ y con esta misma idea, que
las responsabilidades o mermas que en lo civil sufrió la sociedad his­
pana de los últimos años, condicionada legalmente por la impronta ofi­
cial católica, también fue el resultado de la iniciativa y deseo del ré­
gimen anterior. Por ello, ahor~ Casaroli, no ve mal el reajuste del Con­
eo·rdato y lo declara necesari-o. No da la: impresión de que le preocupe
el heeho de que España deje de ser un Eatado oonfesioual, aunque tam­
poco le gustaría demasiado el 'titulo de laico. Y por último, se muestra
g-eneroso
de

cara a
ofrecer facilidades a otras religi.o~ a las que supone
con una imp'.l:antación en España de sólo un 5%, aproximadamente.»
Cuanto
más delicado es un asunto, más recomendable es ir a las fuen­
t,es y orillar a los comentaristas e intermediarios. Hay mucl:tos documeni9s
del
magisterio eclesiástico, de alto

rango,
-a favor de la confesionalidad
del Esmdo. Entre eJlos, hemos elegido, para publicar en primer lugar, la
encíclica Quas Primas, de SS. Pío XI, porque fue precisamente durante
su

Pontificado
cuando se inició «et régimen franquista», el 12-X-1936; dos
años largos antesi del pontificado siguiente, el de Pío -XII, en el cual $8
suscribió el Concordato que ahora es mencionado con tintes peyorativos.
PIO XI
QUAS PRIMAS
11 diciembre 1925.
En la PRIMERA encíclica, que al comenzar nuestro pontificado enviamos
a todos
}05 Obispos del orbe ca.t&lico, analizábamos las causas supremas de las
calamidades que veíamos abrumar y afligir aJ género humano.
Y en -ella proclamamos Nos claramente no s6lo que este cúmulo de males
había
invadido la tierra, porque 11.a mayoría de los hombres se habían alejado
de-Jesucristo y· de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la
1063
Fundaci\363n Speiro

PIO XI
familia. y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería
una esperanza
cierta de paz verdadera entre los pueblos, .mientras los indivi­
duos
y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
La
«paz de Cristo en el reino de Cristo».
Por lo cual, no sólo éxhortamos entonces a buscar la paz de CrisJo en eJ
reino de Cristo, sino que, además-prometimos que para dicho fin haríamos
todo cuanto posible nos fuese. En el reino-de Cristo, dijimos: pues estábamos
persuadidos de

que no hay medio
más eficaz para restablecer y vigori~ la
paz que procurar la restauración dell. reinado de Jesucristo.
2.
Entretanto, no dejó de infundirnos sólida esperanza de tiempos me­
jons
la. favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que
puede sa:lvarlos;
actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía
colegirse que muchos,
que hasta entonces habían

estado como desterrados
del reino del Redentor,

por
haber desprecia.do sil soberanía, se preparaban
felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.
Y todo cuanto ha acontlecido en el transrurso del Año Santo, digno todo
de perpetua met:QOria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible hon­
ra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?
.
3.
Porque mara.villa es cuánto ha conmovido a las almas· la Exposición
Misional,
que ofreció a todos el conocer bien, ora. el infatigable esfuerzo de
la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su &poso por todos los conti­
nentes e islas -aun, de éstas, W de mares los más remotos-, ora. el crecido
número

de
regiones conquistadas para, la fe católica por la sangre y los sudores
de
esfor:zadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que
todavía quedan
por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.
Además, cuantos -en tan grandes multitudes--durante el Año Santo han
venido de todas partes a Roma guiados por sus Obispos y sacerdotes, ¿qué
otro piopósito
han

traído sino
postrarse, con sus almas purificadas, ante di
sepulcro de los Apóstoles y visitamos a Nos para proclamar que viven y
vivirán sujetos a la soberanía de Jesuaisto?
4.

Como
una nueva luz· ha parecido también resplandecer este reinado
de

nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordi­
narios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos dlevado al
honor
de los altares,
¡ Oh,
cuánto
gozo y cuánto consuelo embargó nuestra
alma
cuando, después

de
promu1lgados por Nos los decretos de canoni:zad6n,
1064
Fundaci\363n Speiro

QUAS PRIMAS
una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex
gioritJe Chri.Ile, en el majestuoso tem.pl_o de San Pedro!
Y así, mientras los hombres y ~as .oa.ciones, alejad.OSi de Dios, correDi a la
ruina y a
la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la
Iglesia. de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual,
engendra y forma nuevas generaciones de san006 y de santas · para. Cristo, el
cual no cesa .de levantar hasta la eterna bienaventuran~ del reino celestial a
cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de 1a. tierra.
5. Asimismo, "1 cumplÍ1lie en el Año Jubilar el XVI Centenario del
Concilio de 1Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y
la
celahratnos Nos mismo en la Basílica. Va.t;icana, cuanto que aquel Sagrado
Concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la coruuhstancialida.d
del Hijo Unigénito con el Pa.dre, además de que,. al incluir las palabras _cuyo
reíno no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de. fe, promulgaba la real· dig­
nidad
de Jesucristo.
Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo
tan oportunas circunstancias
para realzar el

reinado
de · Jesucristo, nos parece que cumpliremos un acto
muy confo.nne a nuestro deber apostólico, si, atendiendo a las súplicas ele­
vadas a Nos, individualmente y en ,omún, por muchos Cardenale&, Obispos y
fieles católicos, ponemos digno fin a este año jubilar introduciendo en la
sagra.qa liturgia una festividad especiadmente dedicada a Nuestro Señor Jesu­
cristo
Rey. Y ello de tal modo nos complace, que deseamos, Venerables Her­
manos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca. acomodar después a
la
inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo
Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá- en ade­
lante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.
l.
LA. BEilEZA DE-CBIS'rO.
6. Ha sido costumbre muy general: y antigua llamar Rey a Jesucristo,
en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excdenci¡:i. que posee y
que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así se dice que reina en las
inteligendas de /oJ hombres,
no tanto por el sublime y altísimo grado de su
ciencia,
cuanto porque .El es la Verdad y_ porque los hombres necesitan beber
de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en· las
voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está
entera y perfectamente sometida. a la santa voluntad divina, sino también por­
que con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra.
libre voluntad
y
la
enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo
reina en los corazoneJ de los hombres, porque con su supereminente caridad ( 1)
(1) Eph. 3, 19.
1065
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PIO XI
y con su mansedumbre y benignidad, se . hace amar por las almas de manera
que jamás nadie -entre todos los nacidos--ha sido ni será nunca tan amado
como

Cristo Jesús.
M·as, entrando

ahora
de lleno eri el asunto, es evidente que
también en · sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre
el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se -dice de El que
recibió del Padre Ja potestad, el honor y el reino (2), poique como Verbo de
Dios, cu.ya
sustancia es

idéntica a la
del Padre,
no puede
merios de tener
común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también
como
-el Padre el

mismo imperio
sllpremo y absolutísimo sobre todas las
criaturas.
a) En el Antiguo Testamenzo.
7. Que Cristo es Rey, lo dicen a. cada paso las SS. Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob ( 3);
el que por el Padre ha sido constitúidt? Rey sobre el monte santo de Sión y
recibirá las gentes en herencia. y en posesión los confines de la_tierJ;'a (4). El
salmo nupcial, donde, bajo la imagen y representación de un
Rey mµy opulento
y muy poderoso, se celebraba a1 que había· de ser verdadero ·Rey de Israel,
contiene
estas: frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!,. permanece por los siglos de
los siglos: el cetro
de tu reíno eJ "cetro de re;tituJ (5). Y omitiendo otros
muchos textos semejantes, en otro higa.e, como para dibujar mejor los caracte­
res de Cristo, se predice que SU reino no tendrá límites y estará enriquecido
con
los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la iusticia y la
abundancia

de
paz ... y dominará de un mar a otro,

y desde el
uno ha.tt~ el
otro
extremo. del orbe Je la tierra (6).
8. A este testimonio se añaden ·otros, aún más copiosos, de los Profetas,
y principalmente el conocidísim.o de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se
nos ha
dado 11n Hi¡o, y tendrá por nombre el Admirable, el Conse;ero, Dios,
el
Fuerte, el .Padre del siglo venidero, el Principe de Paz. S11 imperio será am­
plificado,
y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá
su reino para afianzarlo y consolidar/u haciendo rei11ar la equidad y la iusticia
desde ahora
y para siempre (7 ). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás Pro­
fetas. Así Jeremías, Cuando predice -que de la estirpe de David nacerá. el vás•
tago justo, que cual hijo de David -reinará como Rey, y será. sahio y i11zgará
(2) Dan. 7, 13-14.
(3)
Núm.
24, 19.
(4) Ps. 2.
(5) Ps. 44.
( 6) Ps. 71.
(7) Is. 9, 6-7
1066
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QUAS PRIMAS
en la tierra (8). Así Daniel, al anunciar que el, Dios del Cielo fundará un
reino, el cual no será iamás destruido •.• , pe,manecerá elemamente (9'); y
poco después añade: Y o estaba observando durante Ja 11isión nocturna, y he
aquí que venía entre las· nubes del cielo un pers<>naje q•e pareda el Hijo
del Hombre,· quien se adelantó haciá et, Ancianq de muchos dias y Je flresen­
taron ante
El. Y dióle éste la paiestad, el honor y el reino: Y todo.s los pueblos,
tribus y lenguas le servirán: La. potestad su:,a es potestad eterna, que no le
.rerá quitada, y .sul reino es indestructible ( 10). Aquellas palabpts de Z~ia.s
donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había
de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclaraciones de
Jas turbas (11), ~acaso no las vieron realizadas y comprobadas lo«!i santos
evangelistas ?
b) Eri el, Nuevo Testamento.
9. Por· otra parte, esta. misma doctrina. sobre Cristo Rey, que hemos entre­
sacado de los libros del Antiguo Teswnento, tan lejos está de faltar en los
del Nuevo
que, por
lo
contrario, se
halla
·magnifica y luminosamente con­
firmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del Arcángel, por él cual
fue
advertida la
Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar
el

trono de David su
padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin
que su reino
tuviera Jamás fin (12), es el mismo Cristo el que da. testimonio
de su
realeza; pues,

ora en su último discurso al pueblo, al
hablar del premio
y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al
responder al -Gobetnador Romano que públicamente le preguntaba si era Rey;
ora, finaJn:.iente, después de su resurreción, _al encomendar a lós Apóstoles el
encargo de

enseñar .
y bautizar a todas las gentes, siempre y en. toda ocasión
oportuna se atribuyó el titulo de Rey ( 13), y públicamente confirma ,,que es
Rey (14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo
y en la tierra. (15). Con las cuales palabras ¿qué otra cosa se significa sino
la
grandeza de su
poder y la. extensión infinita de su reino? Por lo tanto,
no es de
maravillar que San Juan
le llame
Principe de los Reyes de la
(8) Ier. 23, 5.
(9) Dan. 2, 44,
(10) Dan. 7, 13-14.
(11) Zach. 9, 9.
{12) Luc. 1, 32·33.
(13) Mat. 25, 31-40.
(14)
lo. 18, 37.
(15)
Mat. 28,
18.
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PIO XI
tierra (16), y que El inismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito
en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan {17 J.
Puesto que el Padtie constituyó a Cristo heredero universal de todas /a;
rnsas (18), menester es que reine Cristo, hasta. que, al fin de los siglos, ponga
bajo los pies del trono de Dios a todos sus . enemigos ( 191).
e) En la Uzurgia.
10. De esta doctrina. común ~ los Sagrados Libros, se siguió necesaria­
mente

que
la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a
todos
los hombres y a
todas las naciones, celchrase y glorificase con multipli­
cadas muestra de veneración, durante el ciclo anual de la Liturgia, a su
Autor
y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los Reyes.
Y
así como en la antigua. salmodia. y en los antiguos Sacramentarios U5Ó
de estos títulos honoríficos que con maravillosa. variedad de palabras expre­
san el mismo concepto, así también los emplea. actualmente en los diarios actos
de oración y culto a la Divina Ma.jest.a.d y en el Santo Sacrificio de la Misa.
En esta perpetua aJabao,a a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tao
hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado
también en; este ca.so que la ley de la aración constituye la ley de la creencia.
11. Para mostraz' ahora. en qué consiste el fundamento de esta. dignidad
y de este
poder de Jesucristo, he &quí lo que escribe muy bien San Cirilo de
Alejandría: Posee Cristo soberánitJ sobre Jodas las criaturas, no arrancada par
fuerza ni quitada a nadie, sino en tJÍf't11J de su !f'Ísma e.rencia y naturaleza (20).
Es decir, que la· soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa
unión

llamada
hipostática. De donde se sigue que Cristo, no sólo debe ser
adorado en cuanto Dios por los
án.gcles y

por los hombres, sino
que, además,
los unos y los otros están Sujetos a su imperio y le deben obedecer también en
-cuanto
hombre; de
manera que

por el
solo hecho
de
la unión hipostática.,
Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
(16) Apoc. 1, 5.
(17)
!bid. 19, 16.
(18) Hebr. 1, l.
(19) 1 Cor. 15, n.
(20) In Luc. 10.
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QUAS P!IJMAS
e) Y en la redención.
12. Pero, además, ¿qué cosa hab.rá para nosotros más dulce y suave que el
pensamiento de

que
Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de natu­
raleza, sino también por derecho de conquí_sta adquirido a costa de la Reden­
ción?

Ojalá
que todos
los
hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto _le
hemos costado a nuestro Sarlvador. P11isteis rescatados, NO con oro o p/a1a, que
son cosa.r perecederas, sinu con
la sangre preciosa de Critto, como Je 1111 Cor­
dero Inmac11lado y sin lucha (21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que
Cristo nos ha comprado por fwedo grande (22); hasta nuestros mismos cuer­
pos son miembros de Je.r11Ni110 (23).
IL CARÁCT&R DE u B:&LEZA. DE CRISTO.
a} Triple potestad.
13. Viniendo ahora a explicar la fuen.a y naturale'Zá de este principado
y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple
potestad,
sin la. cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los
testimonios, aducidos de las SS. Escrituras, acerca del imperio universal
de-nuestro Redentor, prueban más que :suficientemente· cuanto hemos di­
cho; y es dogma., además, de Fe cat6lica, que Jesucristo fue dado a los
hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a
quien
deben obedecer

(24). Los
santos Evangelios
no sólo
riarran que
Cristo

legisló, sino que nos
lo presentan legislando. En diferentes circuns­
tancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden
sus preceptos demostraran que le aman y permanecerán en su caridad (25). El
mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el
Sábado con
la. maravillosa curación del paralítico, a.firma que el Padre le
había dado la. potestad judicial, frorque el Padre no ;uzga a nadie, sino que
todo

el poder de
;uzgar· se

lo dio al
Hiio (26). En lo cual se comprende
también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida
mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además,
debe atribuirse a Jesucristo la Potestad llamad.a ejecutiva, puesto que es
necesario que todos obede2:can a su mandato, potestad que a los rebeldes
inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
(21) 1 Pet. 1, l&-19.
(22)

1
Cor, 6, 20.
(23) !bid, 6, 15.
(24) Conc. Trid. sess. 6, c. 21.
(2') lo. 14, 15; 15, 10.
(26) lo, 5, 22,
1069
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PJO XI
b) Campo de la n,aJ.,.. de c,;sto.
a) En lo espimw,l.
14. Sin eml:,argo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran
evidentísimamen~. y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar,
que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales.
En efecto;, en varias ocasiones; cuando los judíos, y aun los mismos Apóstoles,
imaginaron erróheamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo, y
restablecería el rf'ino· de Israel, CristQ les quitó y arrancó esta vana imaginación
y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre,
que,
llena de admiración le rodeaba, El

rehusó
tal título· de honor, huyendo y
escondiéndose eri. la soledad. Finalmente, en presencia del Gobernador romano
manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los
Evangelios con tales cara.cteies, que los hombres, para entrar en él, deben
prepararse ha.cien.do penitencia y no pueden entrar sino por la Fe y el Bautis­
mo, el cual, .aunque sea un rito externo, signífica y produce la regeneración
interior. Este rejino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad
de las tinieblas; y exige de sus súbditos, no solamente que, despegadas sus
almas de las co~as y riquezas terrenas, guarden ordenadas costu.m.bres y tengan
hambre
y sed su crtU. Habien~o Cristo, como Redentor, rescata.do a la Iglesia con su Sangre
y ofrecídose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del
mundo,
ofrecim~ento que

se
renueva. cada día perpetuamente, ¿quién no ve
que
la dignidad. real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza
¡espiritual de ~os oficios?
b) Ji),, lo temporal,.
15. Por otra parte, erraría. gravemente el que negase a Cristo-Hombre el
poder sobre 10\las las C05llS humanas f temporales, puesto que el Padre le
confirió un
dei:echo absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que
todas
están sometidas. a. su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre
la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces
depreció
la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió,
y sigue permitiendo que los poseedores-de ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el
que da los relerliales (27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el do­
minio de
nuestto Redentor,

como Jo afirman
estas palabras

de nuestro
Precie-
( 27) Hymn.

Crudelis Herodes in off.
Epi¡,h_
1070
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QUAS PRIMAS
cesar, de i. m., León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio
de
Cristo

se
extiende no .rólo sobre los pueblas católicos y sobre 111J11e1Jo.r ,¡Re
habiendo recibido el BaatiJmo pertenecen de derecho a la Iglesia, 1111n(f_Ne el
"error los tenga extnwiados o el cisma Jo,s .repare de la caridad, -.sino q11e com­
prende también a c11antos no P•licipan de la Fe cristiana, de suerte que ba¡o
la potestad de Jesús se halla todo el género humano (28).
e) En l 16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El
no hay q11e bUJcar la· salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los
hombres otro nombre debaio del del-o, por el c11al debamos salvarnos (29).
El es sólo quien da Ja prosperidad y la felicidad verdadera así a los
individuos como a las
naciones: porque la felicidad de la llación no procede
de distinta
fuente que la felfridad de

los
ciudadanos, pues la nación "º es otra
cosa que el coniunto concorde de ciudadanos ( 30). No se nieguen, pues, los
gobernantes de las naciones, a dar por sí mismos y por el pueblo públicas
muestras
de veneración y de obediencia al imperio de Cristo, si quieren con­
&ervar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria.
Lo que, al comenzar nuestro pontifica.do escribíamos sobre el gran menoscabo
que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y
necesario en los presentes tiempos, a saber: Desterrados Dios y J e1ucristo -la­
mentábamos--de las leyes y· de la gobernación de loi pueblos, y derivada la
autoridad, no

de
Dio1, sino Je· los ht>mbres, ha sucedido que ... hasta 101
mismos
fundamentos

Je
aIJtaridad han quedado arrancados, una vez suprimida
la
causa principal de que unos tengan el derecho · de mandar y otroi la obli­
gación de obedecer.
De

lo
cual no

ha
pc,J;Jo menos de

seguirse una
violenta
conmoción
de toda /t, humana sociedad Privada de todo

apoyo y fundamento
sólido (31).
17. En cambio, si los hombres, pública y privádamente reconocen la regia
potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increi'bles
beneficios,

como justa
libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia.
La regia dignidad de Nuestro
Sefior, así

como hace sacra en cierto modo la
autoridad
humana. de los jefes y gobernantes-del Estado, así también ennoblece
los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso,
el a:P6stol San Pablo, aun­
que

ordenó a las casadas y a los siervos
que revenrenciasen a

Cristo en la
per­
sona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a
(28) Ene.
Annum Sacrum 25 mail 1899.
(29) Act. 4, 12.
(30) S. Aug. Ep. ad Maredonium, c. 3.
(31) Ene. Ubi arcano.
1071
,
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PIOXl
éstos como a simples hombres, sino sólo como a representan.tes de Cristo,
porque es
indigno de hombres redimidos por Cristo · el servir a otros: Resca-­
tmlos habéil Jido a gran costa¡
no queráis -haceros siervos de

los hombres
(32).
18. Y si los príncipes y los goberoa.ntes legítimamente elegidos se persua­
den de que ellos mandan, más que por derecho propio, por mandato y en
representación del
Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente
habrán de war de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las
leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana
de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estahl~ ~e la
tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues, aunque el
ciudadano vea. en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hom­
bres de naturaleza. igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier
cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la
autoridad de. Jesucristo, Dios
y hombre verdadero.
19. En Jo que se refiere a la. concordia y a la paz, es evidente que, ruanto
más vasto es el reino y con mayor amplitud abra~ al género humano, tanto
más Se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que
les une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes. así
también endulza
y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase
de hecho a todos los hombres,. como los abraza de derecho ¿por qué no habría­
mos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que
vino para reconciliM todas las cos4S; que no _vino a que le sirviesen sino a
se't1Jir: que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad
y estableció como ley principal esta virtud, unida COn el mandato de la caridad;
que finalmente dijo:
Mi yugo es suave y mi carga es ligera?
¡ Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las fami'1ias y. las
sociedad.es se
dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente --diremos
con

las mismas
palabras que

nuestro predecesor
León XIII dirigió hace
veinticinco
años a todos

los Obispos
del orbe católico--, entonces se podrán
curar tantas heridas, todo derecho recobrm-á s11 vigor
antig110, volverán los
bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos
aceP,en _de

buena voluntad
el imperio de Cris'to, cuando le obedezcan, cuando
toda lengua proclame qMe NMeJlro Señor Jesucristo
está

en la gloria
de .Dios
Padre (33).
fil. LA FIESTA DE JESUCRISTO R.Ev.
20. Ahora bien; para que estos inapreciables provechos se recojan más
abundantes
y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se pro-
(32) 1 Cor. 7, 23.
(33) Ene. Annum Sacrum 25 maii 1899.
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Fundaci\363n Speiro

QUAS PRIMAS
pague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de Nuestro Sal­
vador, para lo cual nada. será más eficaz que instituir la festividad propia y
peculiar de Cristo Rey.
La,¡ fiestas de la lg!,oia.
Porque para instruir al pueblo en las cosas de la Fe y atraerle por medio
de
ellas a los íntimos goces del
espíritu, mucho
más eficacia tienen

las
fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas que sean,
del eclesiástico magisterio.
Estas sólo son conocidas,. las más veces, por
·unos pocos
fieles, más instrui­
dos que los· demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas --digámoslo así-hablan una sola vez, aquéllas cada. año y perpetuamente;
éstas penetran en las inteligencias, aquéllas afectan saludablemente a las inte­ligencias, a los corazones) al hombre entero. Además, como el hombre consta.
de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las
solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas
en su
propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vid& espiritual.
En el momento oportuno.
21. Por otra parte, los documentos históricos demuestran qtze estas fes-tividades
fueron instituidas
una tras otra en el transcurso de los siglos, con­
forme
lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es,
cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor fre­lc:uencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de 1a Fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del

cristianismo, cuando los fieles eran
acerbí:Simamente perseguidos, empezó
la liturgia a conmemorar a los Mártires para que, como dice San Agustín, las festividades
de los Mártires fuesen otras tantas exhortaciones' al marlirio (34).
Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos Confesores, Vír­genes y Viudas, sirvieron maravillosa.mente para rea.vivar en los fieles el amor
a
las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festi­
vidades instituidas en honor a la Santísima
Virgen contribuyeron, sin duda, a
que
el pueblo cristiano no sólo
enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su
poderosísima
protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor
hacia la Madre celestial CJ.ue el Redentor le había. legado como herencia., Ade-
(34)
Sermo 47 de Sanctis.
1073
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PIO XI
más, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen
y de los Santos no debe ser pasado en silencio el. que la. Iglesia haya podido en
todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.
22. En este punto debemos admirar los designios de la. Divina Provi­
dencia, la cual,

así como suele
sacar bien

del
mal, así también permitió que
se enfriase a veces
la Fe y piedad de los fieles, o que amenaza~ a la verdad
católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió a resplandecer con nuevo fulgor,
y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud
y en la santidad. Asimismo las_ festividades incluidas en el año litúrgico du­
rante los tiemposs modernos han tenido también el mismo origen y han pro­
ducido idénticos frutos.
Así, cuando se
entibió la reverencia y culto-al Santísimo Sacramento, entonces
se instituyó
la Fiesta

del
Corpu.r Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que
la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para
atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Seiior, Así también, la
festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas,
debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los Jansenistas, hablanse
enfriado y alejado del amor de Di-os y de la confianza. de su eterna salvación.
Contra

el
moderno laicismo.
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los
católicos del mundo, con ello proveeremos, también a las necesidades de los
tiempos presentes, y pondremos un remedio eficadsimo a la peste que hoy
infecciona -a la humana sociedad. -Juzgamos peste de nuestros tiempos al
llamado
laidsmo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis,
Venerables Hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que
se
incubaba desde mucho antes en las entra.ñas de 1a sociedad. Se comenzó
por ne.ear el

imperio de
Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia
el derecho, fundado en el derecho del
mismo Cristo, de enseñar al género hu­
mano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos
a la eterna felicidad. Después,
poro a

poco,
la Religión Cristiana fue igualada
con

las
demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al nivel de éstas.
Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernan­
tes y magistrados. Y se avanzó mis:. Hubo algunos de éstos que imaginaron
sustituir la Religión de Cristo con
cierta religión natural, con
ciertos sen­
timientos puramente humanos. No faltaron
Estados que creyeron poder pasarse
sin Dios, y pusieron
su religión

en
la. impiedad y en el desprecio de Dios.
24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los
individuos
y de las naciones. ha producido con· tanta frecuencia y durante tanto
tiempo,
los hemos

lamentado
ya en Nuestra enódica Uhi arcano, y los volve­
mos
hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas
1074
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QUAS PRIMAS
partes; encendidos entre los pueblos los oclios y . rivalidades que tanto re­
tardan, todavía, el -""tablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que
con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor
patrio; y, brotando de todo esto, las dismrdias civiles, junto con un· ciego y
desatado egoísmo, sólo atento a sus particul.a.res provechos y comodidades y
midiéndolo todo por elJas; destruida. la raíz la paz doméstica por el olvido
y la relajación de los deberes famili=; rota la uni6n. y la estabilidad de las
familias; y en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.
La fi•sta de Cristo Rey.
2:S.
Nos aaima., sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de
Cristo
Rey, que ae celebra.ni en seguida, impulse felizmente a la sociedad a
volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y a.celetar esta vuelta-Con la
acción y con la. obra, sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de
ellos
parece que

no
tienen en

la llamada
convivencia. social ni el puesto ni
la
autoridad que es
indigno les. falten

a los
que llevan delante de sí la antorcha
de la
verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los
buenos, que se abstienen
de ludiar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza
que los advezsarios de

la Iglesia cobren
mayor temeridad y audacia. Pero si
los fieles todos comprenden que

deben
militar con

infatigable esfuerzo bajo
la bandera
de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado,
se dedica.rá.n a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán
animosos por mantener incólumes· los derechos · del Sefior.
Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública. apostasía,
producida, con tanto:dafio de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que. debe
ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre
todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el
nombre
suavísimo de Nuestro Redentor, én las .reuniones internacionales y en
los

Parla,mentos,
tanto más · alto hay que gritarlo, y · con mayor publicidad
hay que
afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
C-Ontinúa
una tradición.
26. ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se pre­
paraba maravillosamente

el
camino a la. institución

de esta festividad? Nadie
ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido
este culto én numerosos
libros publicaclos en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo;
y asinúsmo que el imperio y soberanía. de Cristo fue .reconocido con la pia­
dosa práctica de dedicar y consagrar 015¡ innumerables familias al Sacratísimo
Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las . familias-, sino también
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PIO XI
ciudadeS-y naciones. Más aún: por iniciativa. y deseo de León XIII, fue con­
sagrado al Divino
Corazón todo

el género humano,
durante el
Año Santo
de 19oq.
27. No se debe pasar en silCllcio que, para confirma! solemnemente
esta soberanía. de Cristo sobre b. sociedad humana, sirvieron de maravillosa
manera
Jos frecuentísimos Congresos Eucarísticos que suelen celebrarse en
nuestros
tiempos,
Y cuyo fin es convocar a los fieles de cid.a una de las
diócesis, regionales, -
nacionales y
aun del mundo todo,
para venerar y adorar
a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos
en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del Augusto
Sacramento públicamente expuesto
y de solemnísimas procesiones, proclamar a
Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría
decirse que el pueblo cristiano, movido · como por una inspiración divina, sa­
cando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a
quien· los impíos, cuando vino al m~do, no quisieron recibir, y llevándose
como a un triunfador por las
vías públicas, quiere restablecerlo en todo sus
reales derechos.
Coronada
en el Año Santo.
28. Ahora bien; para .realizar nuestra idea que acabamos de exponer,
el Año Santo, que toca a su fin, nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra
mejor;

puesto que
Dios; habiendo benignísimamente levantado la. mente y el
corazón de los fieles a la consideración de los bienes celestiales que sobrepasan
el sentido, les ha devuelto
el don de su gracia, o los ha confirmado en el ca.­
mino recto, dándoles nuevos estímulos para emular me;ores carismas. Ora,.
pues, atendamos a tantas súplicas como nos han sido hechas, ora - conside­
remos los

acontecimientos del Afio Santo, en verdad que
Sobran motivos pa.ra
convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado,
en

que anunciemos que se debe honrar con
fiesta propia
-
y especial a Cristo,
como
Rey de todo el género humano.
29. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, ver­
daderamente admirable en sus Santos, ha sido gloriosame11te magnificado con
la elevación de un grupo de sus fieles solda.dos al honor de los Altares. Asi­
mismo, en este año, por medio de una inusitada exposición misional, han
podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros
evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración
dél Centenario del

Concilio de
Nicea, hetnos conmemorado la

vindicación del
dogma de la consubstancialidad del Verbo Encarnado con el Padre, sobre la
cual
apoya como· en sú f)ropio fundamento la soberanía del mismo C.risto
sobre todos · los pueblos.
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QUAS PRIMAS
Condición litúrgica de la fiesta.
30. Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, intituímos la Fiesta
dé Nriestro Señor Jesuaisto Rey, y ·decietamos · que se celebre en todas las
partes de la tierra el último domingo de-octubre, esto es, él domingo que inme­
diatamente antecede a

la festividad
de · ·Todos los Santos. Asimismo orde­
namos que en ese día se renueve todos los añoo la consagración de todo el
género hu.mano
al Sacratfsimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que
nuestro predecesor, de s. m., Pío X, mandó recitar anualmetite:, -
Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día. 31 de diciembre,
en el que Nos mismo oficia.remos un solemne pontifical en honor de Cristo
Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia.
Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo,
ni dar a Cristo, &y inmortal Je los siglos, más amplio testimonio de nuestra
gratitud -con lo cual interpretamos la de todos los católicos- por los bene­
ficios
que durante

este
Año Santo hemos tecibido Nos, la. Iglesia y -todo el
orbe católico.
31. No es menester, Venerables, Hennanos, que os expliquemos detenida­
mente los motivos por Jos cuales hemos decretado que· la festividad de Cristo
Rey se celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada
e implícitamente solemnizada esta
misma dignidad .real. Basta

advertir que,
aunque en todas las
fiestas de

Nuestro Señor,
el objeto material de ella es
Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad
.real de Jesucristo. La razón por la cu:a1 hemos querido establecer esta festividad
en
dfa de

Domingo, es
para que no tan sólo el Oero honre a Cristo Rey con
la celebración de la Misa
y el rezo del Oficio Divino, sino para que también
el pueblo, libre de las preocupaciones
y con espíritu de santa alegría, rinda a
Cristo preclaro testimonio de su obediencia
y devoción. Nos pareció también
el último domingo de octubre mucho
más acomo~o para esta

.festividad que
todos los demás, porque
en él casi finaliza el afio litúrglCo; pues así sucederá
que

los misterios de
la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del
año, terminen
y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y,
Bntes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y exaltará la gloria
de Aquel que
triunfa en

todos los Santos
y elegidos. Sea, pues, vuestro debe.r
y vuestro oficio, V ene.rabies Hermanos, hacer de modo que a la celebratión
de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de_ predicación al
pueblo en todas las
parroquias, de

manera que, instruidos cuidadosamente los
fieles sobre
la naturaleza, la significacióll e importancia de esta festividad,
emprendan
y ordenen un género de vida que sea _verdaderamente digno de los
que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey Jesucristo.
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PIO Xl
Con los mejores frutoe.
32. Antes de terminar esta Carta, nos place, Venerables Hermanos,' in­
dia,, brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad
civil, ya

de
cada uno de los fieles esperamos y 1106 prometemos de este pú­
blico homenaje de cu1t.o a Cristo Rey.
a) Para la l,,_,,,
En efecto; tributando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recor­
darán necesariamente los hombres que la. Iglesia, 00010 sociedad perfecta
instituida por Cristo; Exige -por derecho propio e imposible de renun­
ciar- plena libertad e independencia del

poder civil; y que en el cumpli­
miento
del oficio encomendado a ella por Dios-, de ensefia.r, regir y conducir
a
la. eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden de­
f>eilder del arbitrio de nadie.
Más aún: El Estado debe t:a.mbiéa. conceder la misma libertad a las Or­
denes· y Congregaciones religiosas
de ambos sexos, las cuales, siendo coi:no
son valiosísimos auxilia.res de los Pastores de la. Iglesia, cooperan grande­
mente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo
con la observación de los tres
votos la triple concupiscencia del mundo, ya
profesando
una vida. más perfecta, merced a la cual, a'quella santidad que el
Divino Fundador
de -Ia Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de
ella, resplandece y alumbra cada día con perpetuo y más vivo esplendor, de­
laote de los ojos de todos.
b) Para la socie 33. La. celebración de esta fiesta que se renovará cada año, enseñ.ará
también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a
Jesucristo, no
s6lo obliga
a los
particulares, sino
también a los magistrados
y gobernantes.
A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del Juicio Final, cuando
Cristo, no tanto por haber arrojado de la gobernación del Estado, cuanto
también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará te­
rriblemente. todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la so­
ciedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos,
ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al
formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de cos-
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QUAS PRIMAS
tumbres. E.,, además, maravillosa la. fuerza y virtud que de la meditación
de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu. según las ver­
daderas normas de la vid.a cristiana.
e) Para los fieles.
34. Porque si a Cristo Nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el
Cielo y en la Tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre
están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad
abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros
ninguna fa.culta.d que 5e sustraiga. ·a tan alta soberanía. Es, pues, necesario
que Cristo
reine en la inteligencia del hombre, la cual, con miento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la
doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la · cual ha de
obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón,
el cual, posponiendo los afecto< naturales, ha de amar a Dios sobre todas las
cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reíne en d cuerpo y en sus
miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como
armas Je i11sticia para
Dios (35), deben servir para la interna santificación_ del
alma. Todo lo cual, si se propone a la medita.ció~ y profunda consideración
de los
fieles, no hay duda. que éstos se inclinarán más fácilmente a la per­
fección.
35. Haga el Señor, Venerables Hermanos, que todos cuantos se hallan
fuera de S".l reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuan­
tos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos, llevemos este yugo no
de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad: y que nuestra vida,
conformada

siempre
a la leyes

del reino divino, sea rica en hermosos y
abundantes frutos;
para que, siendo

considerados por
Cristo como siervos
buenos
y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de
su eterna felicidad y gloria. Estos deseos que
Nosi formamos para la

fiesta de la Navidad de Nuestro
Señor Jesucristo, sean
para vosotros, Venerables Hermanos,

prueba de Nuestro
paternal
afecto; y recibid la bendición Apostólica, que en prenda de los
divinos favores os damos de todo
corazón, a vosotros,

Venerables Hermanos,
y a todo vuestro Clero y pueblo.
Dado en Roma, junto a
San Pedro,
el 11 de diciembre de
192'.5, año
cuarto de Nuestro Pontificado.
(35) Rom< 6, 13<
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