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Número 163-164

Serie XVII

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Paralelo entre Las Casas y Teilhard

PA.R.ALFJLO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARD
POR
ENRIQUE DÍAZ AtlAUJO (*)
El paralelo histórico-ideológico entre Fray Bartolomé de Las
Casas y el Padre Pierre Tei!hatd de Chardin es fácilmente percep­
tible y casi de obligada cita. Si el dominico obispo de Chiapas fue
en el siglo XVI uno de los más grandes exponentes del liberalismo
cristiano, el jesuita francés es en nuestro tiempo el
abanderado del
progresismo cat6lico. El

parangón es,
por ranto, notorio y evidente.
Uno
y otro impulsaron detrás de sí a una inmensa corriente de sim­
patías emocionales
y adhesiones intelectuales que ha dejado su
impronta fecunda no tan sólo
en su
campo religioso, sino en
el más
amplio de la historia
y las ideas occidentales. El ejemplo lascasiano
surge de iumediato cuando alguien quiere mentar al humanitarismo
y al pacifismo antirracista. La mención
de la cosmovisión teilhar­
diana igualmente se impone tan pronto como se quiera mostrar la
posibilidad de la convergencia
y superación de todas las ideologías
(*) Enrique Díaz Araujo es actualmente profesor titular de Histo­
ria Social, Política' y Económica Argentina Contemporánea en la Facultad
de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad 'Nacional de Cuyo (Ar­
gentina). Autor de numerosos ensayos sobre historia de las ideas políticas
argentinas, entre los que destacan estudios sobre Alberdi, Sarmiento, Vélez
Sarfiel y Wilde .. Entre sus libros deben mencionarse «La revolución del 43»
--ensayo sobre los acontecimientos políticos del período que culmina con
el ascenso de Per6n
al poder-y «La política de "Fierro'j. José Hetnández
ida y vuelta» (1973), estudio sobre la vida y obra política. del autor de
«Martín Fierro» que fue galardonado en un -certamen -nacional con motivo
del Centenario de Hemández. En la actualidad, .Díaz Araµjo prepara una
obra en Varios volúmenes sobre diversos aspectos del pensamiento marxista.
Con este artículo se inicia una serie de colaboraciones para VERBO que abar­
carán temas importantes de la revolución en nuestro tiempo (N. de la R.).
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ENRJQUE DIAZ ARAUJO
y credos en el altar mayor del dentificismo evolucionista. Los dos
r sublimes -de los prejuicios reaccionari05 de gobernantes o jerarcas
eclesiásticos y de haber salido pó combate
espititual gracias al progreso ineluctable

de la Historia.
Todo
esto es

conocido y nada justificaría que
volviéramos sobre
algo

tantas
veces explidtado por

quienes disponen con mejores
titulos de una proximidad afectiva
y mental con ambos famosos per­
sonajes. Nuestro
empeño, en cambio, se orientará por formalizar y
extender el parangón hacia el terreno no tan transitado de la ti­
pología caracteriológica.
Es decir, que intentaremos verificar la cir­
cunstancia de que aquella señalada similitud de significación his­
tórico-conceptual se corresponde con una semejante afinidad en
el
plano de sus concretas personalidades. A tal efecto examinaremos
brevemente

los respectivos
impulsos afe:tivos que

denotan sus obras
más
consagradas, sus epistolarios y sus más sobresalientes actos
humanos.
Bien puede tomarse como punto de partida de esta tentativa
--con Descartes

y con Freud- el de la
valoración del ego por
nuestros
dos religiosos. En otras palabras: ver qué grado de impor­
tancia concedían a sus

propias obras
y personas.
«Considerando no haber dado Dioo a hombre vivo ni muerto ...
que
tuviese noticia y cieucia del hecho y del dereoho... sino a mi, en
las
cosas de

esas Indias»,
dice de si Bartolorné de Las Casas en su
carta respuesta a

los dominicos de Chiapas
y Guatemala del año 1563.
En 15 de
octubre de

15 3 5, en su presentación
anre el
Real
Conse­
jo

de Indias, ya habla
adelantado que: ""'" puedo
jactar delante
de
Dioo, que hasta que yo fui a esa real Corte ... no se sabía qué cosa
eran
las
Indias, ni

su
gtandeza, opulencia
e
prooperidad». «Yo
----1lÍÍade----, hace veintidós años

que trabajo en servir al
Rey más
que ningún otro,
deseando descargar la

imperial conciencia...
y oso
afirmar,
que al Rey ... lo que más le importa es que yo vaya a esa
Corte». No es ésta tampoco
la primera vez que así juzga su, rol. El
30 de abril de 1534, ante
igual destinatario, ha expresado que la
Corona no lo ha retribuido convenientemente, «no pc.-que Su Real
Mlljestad no

hobiese voluntad
para galardonarme, sino

porque,
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PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TBILJIARD
entre otros grandes dorus que Dios conmigo ha partido, DO es éste
el
menor: que me ha dado a conocer que s6lo sus galardones son los
verdaderos y que duran, y aun porque DO me tengo en tan poco ... ».
Estimación que en su Historia de /t,s Indias, y mencionándose en
tercera persona, reitera

así:
,«Al Clérigo (L. C.) a lo que después
pareció, le eligió Dios para, con iru:reíble conato y pe,:severa.ocia,
declarar
y detestar aquella pestilencia tan mortal» de las encomien­
das iooígenas. Y sobre el final de su vida, en la nota testamentaria
que

pone el 28 de febrero de 1564,
afirma: «'E porque la bondad y
misericordia de Dios tuvo por bien de eleginne por su ministro ...
Dios
hai de derramar sobre España su furor e ira».
Comentando

estas
y otras expresiones parecidas, el doetísimo
maestro de
nuestra lengua

don
Ramón Menéndez Pida!, en
su insu­
perable obra
El Padre Las Ca.rt>S. Su doble personalidad (1), sostie­
ne

que:
«Las Casas fue el hombre más admirador de sí mismo que
ha existido, se
pas6 la vida alabandOI sus

propias
virtudes, su
intelecto
y sus grandes hechos. A la vez, denigra a los que no piensan como
él, y éstos eran innumerables, tanto que llega.ron a ser toda España».
Agrega que: «favoreciendo su
carácter alabancioso, Las Casas tenía
el a.rte natural para paliar su autoelogio con actitudes piadosas y
altruistas, a la vez que tenía pasión, vehemencia y fuego para rebajar
moralmente a

sus enemigos.
Har muchos alabanciosos que se hacen
creer, y Las Casas es en eso hábil romo el que más». Es, en defini­
tiva, uo
vi'Vo comprobante de la frase proverbial «Alábate y te
alabarán» (2). Esta intensidad a.non:nal en la sobrevaloración se com­
bina
y explica con otro daro de aurorrefereocia: el mesiam.rmo. El ego
se
hiperrrofia en ranro y en

cuanro la persona se
siente portadora
de
una individual
misión divina

para la salvación
colecti.-a. F.sto opera
en

el
nivel de

la
mera subjetividad,

sin que
ningún elemento obje­
tivo externo lo avale o garantice. Incrustado en la temática
bíbli­
co-religiosa, deviene en el «profetismo», o, mejor dicho, en el
pseudoprofetismo. «Usando del ministerio que parece la Divina
Providencia
haberme cometido ... », alega Las Casas, para creerse una
( 1) Madrid, 1963.
(2) Págs. VII,
391-392.
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ENRJQUE DIAZ ARAUJO
reencarosción de Isaías, J eremfas u Oseas. Y tinw Jo pretende,
que
-al tiempo que ignora la realidad geográfica y etnológica de
América,-se supone el nuevo Isaías encargado de redimir a los
indios, tribu evadida del cautiverio de Babilonia.
La influencia de
ese
exótico <
sobre Las Casas, que
estudiara
Marce!
Bataillon,

hace concluir a Menéndez Pida! :
«Holgadamente
se

hallaba Las
Casas, en su ambiente profetista, situándose fuera de
toda realidad, y con cuánta sencillez falseaba po,: complew la verdad
de todo
lo que le rodeaba». Al extremo que ése fue el punto de mo­
tivación de toda su obra intelectual: «el convencimiento de que es
nulo todo lo
hecho en
Indias y el saber a ciencia cierta que toda
España está en pecado,
no paecedi6

en
la mente de Las Casas, no
le impulsó a creerse investido con misión providencial, sino, ai con­
trario, fue una consecuencia de creerse enviado extraordinario de
Dios» (3). Así, pues, la vanidad se remite a la fantasía y se trans­
cribe

en el fanatismo; sectarismo que impulsa a
perseguir porque
se
siente perseguido.
Acá ya estamos frente a
una compulsión

íntima irrefrenable,
por
la cual el pensamiento propio, sobrevalorado, se transforma en
un absoluto inapelable. El hombre que,
para su
desgracia, tiene que
soportar esta carga emotiva, según Genil
Perrin (

4), magnifica lo
autofílicQ y minusvalora lo heterofílico, a la par que su rigidez pen­
sante y afectiva lo dota de una actividad infatigable e indomable, y
de una voluntad férrea. Eu esa raíz de la superestimación intelec­
tual, junto al «amor propio exagerado, orgolloso, vanidoso y narci­
sista para lo

suyo
y desdeñoso y despectivo respecto de todo lo que
le
rodea>>, nace

la «etapa previa
para ulteriores ideas delirantes» (5).
El querulante, que se expresa con una incontenible poligrafía de
agresión revolucionaria y de utópico arbitrismo, se encuentra entre
aquellos individuos que, conforme a Kutt Schneider, disponen de
una
«capacidad de
retención
tenaz, elaOOración viva

e intrepidez
activa
-en el sentido de «falta de contención>>--que llamamos
(3) Págs. 327-328, 335.
( 4) Las paranoiaque.r, Par.is, 1926.
(5) E. F. P. Bonnet: Medicina Legal, Bs. As., 1967, pág. 545.
390
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PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARD
nosotros fanátiros luchadores». Ellos configuran una típica perso­
nalidad psiropática cuando su enfadoso reformismo justiciero los
lleva a adquirir
una «escrupulosidad
de
coociencia, para
todos los
demás hombres».

De esta
manera es como se cmezclan en rosas que
no

son de su
incumbencia. Critican con dure-,a

a todo
el mundo; no
pueden ver,
en ninguna parte, nada injusto o que ellos consideren
injusto. Y

tampoco
lo pueden tolerar ... : provocan en rodas partes
disgusto, discordia y perturbación. Y como no encuentran jamás, y
en ninguna parte, nada perfecto y, por su parte, se aferran obstina­
damente a cualquier apariencia, muchos

de ellos, cuando el transtor­
no está
más intensamente acentuado, cambian de un modo constante
de empleo, residencia y de profesión» ( 6).
Tal delusión expansiva de
la autorreferencia es

fecunda en sus
implicanciones tipológicas. Advirtiéndola,
Menéndez Pida!,

sometió
a
la consideración

de dos reputados
psiquiatras (J. Germain y R.
Alberca
Lo,rente) el problema de

la personalidad de Bartolomé de
Las Casas. El dictamen fue

que el obispo de
Chiapas padecía

de
paranoitA. «Ni era santo, ni era impostor, ni malévolo, ni loco -re­
fiere Menéndez Pida!-: eta sencillamente un paranoico», De ahí
que: «todos sus juicios son normales, salvo los relacionados con una
idea

fija preconcebida, los
cuales son
fatalmente falseados,
sistema­
tizados para conformarlos

con el
preconcepto». Esa
idea fija o mo­
noidelsmo consiste en que:
«todo lo hecho en Indias por Colón
y
por los españoles, tt>do e, diabólico, todo hay que anularlo, todo
hay que volverlo
a hacer de

nuevo, mientras que todo lo hecho por
los indios es bueno y es justo». «No
arepta la

fatal
mezcla de
bien
y mal que rige al universo». Así es como se convenció al escribir
la
Historúi de la, Indias: «ser injusto y tiránico todo cuanto cerca
de los indios se cometía».
· All!, y eu sus sucesivas e inagotables obras,
se

imagina que todo acto económico hispano es un robo,
y todo
acto militar es un asesinato. Ese «todo» es un notorio absolutismo
mental, que «se clavó en su .·mente como idea fija con remache in­
conmovible, sin dejar lugar a excepción alguna». Escuchando pa-
(6) Las personalidade.r psicopáticas, Madrid, 1965, págs. 139-140 y
nota l.
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ENRJQUE DIAZ ARAU/O
cientemente tales alegatos, el obispo Fonseca, del Consejo de In­
dias, llegó a la convicción de
que era
un
«defectuoso>>, lo que hoy
se

traducida
por una persona que no está en sus cabales. Otro coe­
táneo, el
padre Motolinía, támbién advirtió «la anormalidad de la
mente ( de Las
Casas), incapa:z de

recoger de modo
correcto nada
que
roce su delirio». Y Hernán Cortés, cou su fuerte sentido común,
le «seguía la vena de

Las
Casas en broma y todo en risa». Compu­
tando muchísimas otras
referencias, Menéndez
Pidal,
entonces, es­
tablece: «Algunos enfermos

mentales padecen delirios
profetísticos;
Las Casas es

uno de
ellos, que, al ver que no consigue anular lo hec!bo
por

España en
América, profetiza
la anulación de España ... Fray
Bartolomé no pecaba: era

una
víctima inconsciente
de su delirio
incriminatorio, de su regla de depravación
inexceptnable» (7).
Antes

de seguir
adelante con la personalidad psicológica de Las
Casas, volvamos
sobre nuestra intención

original y
examinemos ahora
el

caso de Teilhard
de Chardin.
La

idea de que su
«reflexión» constituía
el hito
de un nuevo
estadio evolutivo

de la
especie humana está

presente casi en cada
página de las 380 obras
teiiliardianas que

fichara Claude Cuénot.
Se impone, pues, una selección para no cansar al lector con la rei­
terada
exposición de esa misma
imagen del
«evolutor>> situado en
la cima

de
la hominización. Por ello,

como
prueba de lo dicho,
quizás
basten las

citas de algunos fragmentos d<1 las
cartas a
su prima
Margarita Teilhard-Chambon. Este
es su

tenor: «En ciertos momentos
me
parece que

tengo el
corazón lleno

de
cosas que necesitaría decir ...
Debo tener el aspecto absurdo y vanidoso de quien se considera in­
comprendido. No
obstante (sin
el menor
asomo de
vanidad), creo
que realmente veo algo y quisiera que ese algo fuese visto. j No te
puedes imaginar qué deseos tan intensos siento a este resperto y
qué
impotencia también! Sólo

rne tranquiliza la confianza absoluta
de que, si en
mi evange/i() hay un rayo de luz, ese rayo brillará de
una
manera o

de otra». «Ruega al Señor
que me conserve en
la
"forma" que
necesito para

llevar adelante, hasta el final, el adve­
nimiento de
Su Reino, como yo lo sueño ... Cada vez estoy más per-
(7) Págs. XIV-XV, 12, 35, 111, 115.
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PARALELO ENTR.ll LAS CASAS Y TEILHARJJ
suadido (ya que infinitesimalmente lo experimento en mí) que este
advenimiento es posible; es más, ya está en marcha, y de que trans­
formará psicológicamente el mundo de mañana» (8). Esta aprecia­
ción de su rol ali el mundo es constante. Si el 3 de octubre de 1918
le
escribe a su prima: «llvidenremente, no es posible encontrar un
lenguaj,e ortodoxo
para expresar mi experiencia sin desfigurarla ni
debilitarla ... Están de acuerdo conmigo
San Juan y San Pablo, y tengo
una gran cantidad de
postuladoo y satisfacciones, internas que muy
difícilmente pueden
engañarse, de

tal modo están arraigados en las
entrañas de mi
vicia.» (9);

en
1950 manifiesta: «¿Cómo abandonar
todos

mis
deberes propios, adquiridos,

ante Dios y ante los
hombres?
Estoy

decidido a seguir como antaño contando con la suerte, o
más
exactamente con la legitimidad de mi causa. Sé perfectamente que
todos los herejes

han dicho
estas palabras>> (

en
Paul Grenet: T eil­
hard
de Chardin, '"' evQ/udonista crÍstiano, Madrid, 1962, pág. 50).
Por

fin,
a su amigo Fran9>is-Albert Viallet (10)

le declara que,
en materia
de religión,

él tiene «el mismo problema que hace dos
mil años tuvo que afrontar Jesús»;
y a otra de sus corresponsales (11)
le informa:
«Lo que domina mis intereses y mis pteocnpaciones in­
teriores
-usted ya lo sabe-es el esfuerzo por establecer en mí
y
difundir a

mi alrededor una nueva religión
(llamémosla un
mejor
cristianismo, si lo prefiere)... que nuestro
actual estadio religioso
y
cultutal
exige>.
Este hombre, que en su libro La vie cosmir¡ue aseveró pertenecer
a «una élite predestinada», no se consideraba, ciertamente, un
pobre
de

espíritu. Exponiendo la «elevadísima opiuión que tenla
de sí
mismo»,

Sergio Quinzio apunta:
«Teilhard ha escritt, una
enorme
mole de
obras, que

comprenden
memorias científicas,
libros de mís­
tica,
de filosofía y teología, ensayos sobre problemas de actualidad,
artículos,

conferencias, epistolarios
y diarios. Y a el volumen de sus
escritos
y el campo de intereses que abarcan revelan la acrirucl de
(8) Prefacio a Génesis de un pensamiento, Madrid, 1966, págs. 107,
323 y sigs.
(9') Op. cit., pág. 294.
(10) L'univers personnel de Teilhard de Chardin, París, 1956.
(11)
Letlres a Léontine Zanla du Pef·e Teilhard de Chardin, París, 1965.
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ENRJQUE DIAZ ARAUJO
quien, convencido de su valor, no vacila en de,cender a todos los
terrenos, seguro de poder
da::ir en todos ellos una palabra dedsiva.
De muchas de sus páginas resulta evidente su entusiástica certeza
de

que su
pensamiento estaba precisamente "en el eje de verdad",
necesario a

los
hombres de

su tiempo, y que,
por ello,

un
día el
mundo

entero le
habría escuchado... Por ello defiende sus posiciones,
aun cuando están claramente
en conttaste con la posición oficial
católica,

convencido de que un
día tendtán
que
darle la razón. Con
su obra se considera el iniciador de nna nueva y superior fase evo­
lutiva, el promotor de un salto ontológico que determinará una in­
esperada
areleración ,del desatrollo de la humanidad, como el paso
de _una evolución a una superrevoJución... La extraordinaria impor­
tancia que Teilhard atribuía a cada uno de sus escritos se desprende
también de la minuciosa atención

que, dutante toda su vida, dedicó
a las vicisitudes, incluso extemas, de su trabajo ... Nunca se cansó de
obsetVatse y de contemplatse. Hasta de sus más lejaoos recuerdos de
infancia nos
da natraciones aoalíticas y evocaciones, deduciendo de
ello• interpretaciones
y significados. Sus cartas son un latgo registro
diario, casi diagnóstico, de sus ideas y de sus jornadas, como si nada
de lo que le ooncernía fuese irrelevante... Sus actitudes de disgusto
y de
más o menoo clara rebelión a las limitaciones que le eran im­
puestas
por sus

superiores eclesiásticos, encuentran su razón
prin­
cipal

en la
certeza que Teilhatd tenía
de su valor excepcional
y único,
pot lo cual no podía menos de considerat como ciegas y estériles
oposiciones todas las reservas
y todos los conttastes» (12).
Lo interesante acá es que la sintomatología delusoide con pro­
pensión

a las
autorreferencias se combina

con una ciclotimia
depre­
siva. Teilhatd, lo asevera su compañero el jesuita

Pierre
Leroy (13),
padeda de

sucesivas crisis
de angustia y de euforia optimista. Refiere
Quinzio:
«la angustia y la incertidumbre lo asediaron constante­
mente.
En su vida se suceden saltos y caídas, valor y vacilaciones,
zonas

de luz
y de sombra, iniciativas impetuosas y bruscos retrocesos
(12) ¿Qué ha dicho verdaderamente Teilhard de Chardin?, Madrid,
1972,
págs. 38, 39-40.
(13) Pierre Tei/hard de Chardin te/ t¡ue ¡e l'ai connu, -París, 1958.
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PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARD
por miedo a las conserueru:ias. El hombre que en. una carta del 12
de
diciembre de
1952, ante el anuncio
del año gwfísico interna­
cional,
en el

que
también colaboraba la Unión Soviética, exultaba
gritando:

"Es
el año uno de. la Noosfera"; el que; en una carta del
26 de septiembre de 1952 escribía: "Yo vivo
en una especie

de
exaltación Cf'Ó1'/4U lnte,ri.o,-" .. . , en realidad, sufría c.onstantemente por
la ambigüedad de su poskión... Viallet lo considera un optimista
f1'amnatiz«do, un "hombre de iglesia condicionado e incapaz de
superar sus propias inhibiciones", a-tormentado por "contradicciones
de carácter insuperable"» (14).
Esta
dualidad entre
la
angustia y la exaltación él la resuelve
con
el activismo intelectual, que se centra en un monoideísmo ab­
soluto y compulsivo, Es la idea, transfigurada, de la evolución. Como
lo dice en
Ciencia y Cristo: «la religión misma de la evolución,
la religión del
progreso» (15). En su más divu1gado libro, El fenó­
meno humano, de 1940, ha ~to: «¿Es la evolución una teoría,
un sistema, una •hipótesis? ... ¡No, en abooluto! Es mucho más: es
una cooclición general a
la que deben plegarse y satisfarer, para ser
inteligibles
y verdaderas, tm:lar las teorías, todar las hipótesis, todos
loo sistemas. Una luz que ilumina todos los hechos ... : he aquí Jo
que es la evolución». En 1950, cuando
redacta La ,,;.r,ón del parado,
«irritado por las constantes impugnaciones --señala Mario Soria­
defiende ásperamente su inmutable
verdad»: «Acabemos
de una vez
con la ingenua idea, absolutamente superada
hoy, de la "hipótesis­
-evolución". No, tomada amplia,mente, la -evoluci6n -ya no es ... una
hipótesis ni tampoco un simple mérodo: en realidad representa una
dirneosión nueva y general del universo. No es, pues, una hipótesis,
sino una

coodición
que deben satisfacer todas

las hipótesis; es la
expresión
mental del paso del mundo del estado cósmico al estado
cosmogónico»
... «Las especulaciones de Teilhard no tienen el
car~er
provisional do las

ciencias
naturales» (16).
«Yo
creo en
la evolución»,
( 14) Págs. 40-4 t.
(15)
Ed. París,
1965, pág. 164.
(16) Teilhard de Chardin, ¿cientifico o filósofo?, en: ·«Cuestiones· dis­
putadas

del catolicismo contemporáneo»,
Barcelona., 1967, pág!i .. 288-289.
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ENRIQUE DIAZ ARAU/O.
se sincerará al explicitar su credo; «sólo lo fantástico tiene posibi­
lidades de

ser
verdadero1>, añade (17). Lo suyo· no es un razona­
mienw;
«es una religión y un presentimiento» Lo que necesiramos
-indica

en
El porvenir del hombre (18)- es «un deseo, apasio­
nado de creer ...
Desde la aparición de
la idea de evolución (que
diviniza en
cierto modo el universo), 'los fieles de la tierra se han
despertado y elevado

a una auténtica forma de religión, cargada de
esperanzas ilimitadas» (19).
Esta
fe en lo hipotético, científicamente indemostrable, está arrai­
gada en él
más allá de toda duda razonable. Así, confiesa que: esta
«fe apasionada» en la aparición de «la edad nueva del mundo», de
«los auténticos

optimistas», de los que disponen de
«fe en
el uni­
'l'etso», persiste

«a
pesar de

todas las
decepciones experimentadas»
y es «más fuerte

que
todos los fracasos y que todos los razonamieu­
tos»,
buscando «uo sabernos exactamente qué,

pero algo>> (20). Quien
analice estos
párrafos puede coocluir que

Teilhard es uu utopista;
pero, para evitar suspicacias, es más conveniente cederle la defini­
ción al propio autor: «En el forulo -dice- son los utopistas ( no
los realistas) los que
dentlficarneute tienen razón» (21).

En defini­
tiva, que la regla
inexcusable de

su
peusarniento, el

monoideísmo
afectivo-intelectual que

anormaliza su personalidad, él la
propone
así: «La evolución, hecha consciente

( en
y por P. T. Ch.), debe
enamorarse "Pafionadamente de si mismd'>> (22).
Tenemos, pues,
ya establecido el parangón inicial entre estos dos
religiosos,
roya fe se orienta hacia objetos no religiosos ortodoxos : el
indigenismo y el evolurionismo. En ambos el < se siente depositario de una
·supuesta misión proféticO"!llesiánica que
los

mueve a
luchar fanáticamente por la instauración de
una utopia
(el milenarismo en Las Casas,
la convergencia ultraevolucionista en
Teilhard). El
modio con

que se
expresa tal activismo psicopático
es
396
(17) La aparfrión del hombre, Madrid, 1967, pág. 216.
(18)
Madrid, 1967.
(19) Págs. 51, 93, 99.
(20) El porvenir del hombre, cit., págs. 33, 34, 51, 61.
(21) Op. cit., pág. 93.
(22) Op. cit., pág. 316.
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PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARD
la grafrmumú,; todos sus pensamientos, aun' los más triviales o pue­
riles,
deben quedar consignados por escrito. En CWUJ.to a la moda­
li paranoide,
aoota Bonnet, «no debe confundirse con 111 pseudologia
del

mitómano, del
maligno, ni
del
perverso; aquí la· persona miente
sólo
por
vanidad ...

, no por malignidad» (23 ). Sin
embargo -con­
forme

a Dupré (24)-, esta
pseudol-ogía es combinable con fa mito­
manía no psicótica, ca.racterizada por la deformación cíclica y cons­
ciente de los hoob.os reales, la afirmación delirante de hechos fic­
ticios y el contenido interesado y coherente. del relato. Se advierte
muy
comúnmente en el revolucionario -en el Camus-, en quien la «hybris», la soberbia del ego, se interacciona
con

el
«pathos» mítico.
«Sólo un
extremista sincero
-observa Crane
Brinton- en una revolución puede matar hombres
por amor al
hombre, buscar la paz por la violencia y libertar. gentes esclavizán­
dolas
... Donde el hombre
normal chocaría

con un fraccionamiento
de
fa personalidad; donde su conciencia o su sentido de la realidad,
o ambas cosas, estarían obsesionados, el extren¡ista sigue adelante
sin
vacilar» (25).
Esto sí: en
los casos que aná.Jizamos queda ex­
cluida la perversidad moral innata, que tan bien se refleja en revo­
lucionarios

como Marat, Fouché, Dzerzhinsky, Yagoda o Yezhov.
No, acá es solamente una concertación de fa fabulación vanidosa con
la mendacidad mitómana.
Vayamos al examen de algunas pruebas

en nuestros
casoo clínicos.
Empecemos
po< Las Casas. En su Hi!toria de fas Indias manifiesta
que vio, «con sus
propios ojos», más de 30.000 ríos en la isla
Española, que nunca nadie los
•ha vuelto

a ver.
En su tristemente
famosa Breví.rima relación de la destrucción de !a.J Indias, inventa el
«genocidio>> indígen11; primero son 12 los millones de muertos,
luego eleva la cifra a 15,
y termina redondeándola en 24 millo­
nes. «Pero, aun
conformándonos con los 15 . millones,· nota. Le­
villier

que debieron matar los españoles 3 75.000
indios po< año,
(23) Op. cit., pág. 546.
(24) P,:ttho/o-gie de /'imagination et de l'émotitJité.
{25) Anatomía de la Revol11ción, Ma 397
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE DIAZ ARAU[O
es decir, bastante más de 1.000 diarioo y sin descansar ni un día
en los años bisiestos...
Todas esras cifras son imposibles, aun des­
pués de haberse inventado la cámaras de gas y demos prácticas del
genocidio moderno,
p= si

estos
poderosos medioo no

fueron
capaces
de acabar con

el
pueblo judío, ¿cómo iban a acabar con los indios
antillanos el
modestísimo genocidio que Las Casas atribuye a las
guerras y a los encomenderos? Este falso genocidio, que sirve de
base a toda la doctrina de Las Casas, noo muestra bien el carácter
irrazonable
del pensamiento dominado por

una idea falsa» (26).
Más aún, mutila
y cambia 105 textos de documentos públicos cono­
cidos, como la
Bula de Alejandro

VI, de 1493, de donación de las
tierras del
Nuevo Mundo

a
la Cororut de Castilla. «Aquí Las Casas,
al traducir
el texto de la bula, lo adultera con adiciones arbitrarias,
pero,
además, también con muy importantes, supresiones». Atento
a ello, el historiador germano
Schafer dictamina:
«Las Casas no es
precisamente un testigo fidedigno,

ni siquiera de las cosas
que pre­
tende
haber presenciado

pmonalmente» (27).
Algunoo biógrafos,
para

disculparlo,
alegan que
se trata de andaluzadas;
«pero -aclara
Menéndez Pida!-
es

una andaluzada en grado patológico», que lo
lleva
a multiplicar

por cien, por mil,
por un millón, cada caso que
relata.
«Adultera
por impulso incontenible, haciéndole sufrir una
enormizadón de

cantidad
y! de calidad»; es una exageración «enormi:
zante,

habitual
e irreprimible», que,

unida a su «fantasía de visiona­
rio», le hace dar «por muy notoria y averiguada
verdad» cualquier
rumor o

disparate que le han contado. Ejemplo de tales desatinos
es la

descripción de la destrucción de la ciudad de Guateroala en
1541, producida
por el rompimiento eruptivo del lago volcáoico que
la
dominaba, y que él atribuye a la acción de «tres diluvios», citando
falsamente el texto levantado
por el escribano Juan Rodríguez (28).
De ahí que Lewis Hanke,
ferviente lascasiano,
admita que:
«La his­
toria

de la
exageración humana

tiene
pocos ejemplos más interesantes
398 (26) Menéndez Pidal:
Op. cit., pág. 100.
(27)
Op. cit., pág¡¡. 106, 119.
(28)
Pág¡¡. 100,

106, 107,·108.
Fundaci\363n Speiro

PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARD
que ]la¡ Apo,/ogétíca Historia>> (29). Y las muestras de los embustes se
repiten cuando se atribuye
el arreglo de paz con el cacique Enriquillo,
obra de
Barrionuevo, que él no había sino obstaculizado; cuanc!o
intervierte el cargo recibido de «procurador de indios» por el de
«protector universal de todos los indios»; cuando pretende extender
la jurisdicción geográfica de su Diócesis de ahiapas a Guatemala y
a
México; cuando

reincide en el error de Colón y
cree estar
en tie­
rras del Ganges,
etc. A veces, estas fabulaciones se vuelven contra él,
como cuando propone a
la Corte fa expedición a Cumaná y promete
«las
mayores

rentas y mayor cantidad de oro y perlas que rey de
todos los cristianos tiene>>, y sólo dio con indios
ainloo.les.
Pero aclaremos que ese

mundo de ficciones no está regido ni
por
la gratitud ni poc la caridad. Las Casas, que ha sentado como
tesis principal de su
Confesionario episcopal que todo dinero pro­
veniente de Indias es un
robo y que su areptación obliga a «reparar
in solidum» por todos los actos de los conquistadores, no vacila en
ser pagado con ese dinero «robado».
En 1516 recibe 100 pesos oro
anuales

como procurador
de indios; como obispo, en 1524, 500.000
maravedíes anuales; en 1551, cuando renunció al obispado, se le fijó
una pensión
de 300.000 mar,vedíes, rentla; que en 1563 se le aumentó
a 350.000 maravedíes. «Las Casas se contradecía. Vive del dinero
robado, para
predicar que

no se
rob-ase ... Estos contrasentidos, indican
que ese

ultrarrigorismo estaba en
pogna con la realidad como parte
de una mente anómala que los psicólogos habrá.o de estudiar» (30).
No lo mueve tampoco un ideal de
fraternidad, ya

que disculpa la
esclavitud que los indios
practican, y en sus memoriales de 15 31 y
1542 propone la introducción de hasta 4.000 africanos
para que
como

esclavos trabajen en reemplazo de los indios. Ni se distingue
por su acción caritativa: «no trabajó práctica y directamente en la
instrucción
del indi9, ni en mejorarles, las condiciones -de vida; hasta
en la Vera Paz dejaba a sus compañeros estos cuidados. Esto es algo
chocante. Fray Pedro de Córdoba, Montesinos, Zumárraga,
Marro•
(29) La lucha por la justicia en la conquista.Je América, Bs. As. 1949,
pág. 338.
(30)

Menéndez Pida!:
Op. cit., págs. 336-337.
399
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE DIAZ ARAU/O
quin, Motoilinía, cua.ntoo eclesiástieo& desfilan por esta biografía, loo
innumerables

sin renombre o
sin nombre, todo<, trabajan por el bien­
estar
del indio en la catequesis, en el confesonario, en fundar y
asistir hoopitales y asilos, en o,:ganizar pud>los indios, en dirigir
labranzas y talleres, en componer o difundir gramáticas y doctrinas».
Sólo Las
Casas se abstiene de estas pedestres tareas; su tiempo lo
destina
exclusivamente a escribir contra

la
obra de España en Amé­
rica.

Porque,
«como decía Roge! al

obispo,
loo encomenderos
nota­
ban que
cuanto el procurador Las Casas hacfa en favor de loo na­
turales,
no era tanto por
amor al
indio como por aborrecimiento
a los españoles» (31). No
era la caridad, sino la pnblicidad la meta
que lo
desvelaba. Y

esto
hay que convenir que lo obtuvo amplia­
mente. Primero,
loo flamencos

en 1579,
y luego, los hugonotes gine­
brinos, los italiianos, los catalanes separatistas, los franceses; los nor­
teamericanos,
cuando la
·guerra de

Cuba; los
nazis alemanes, para per­
seguir al cristianismo, y los stia.linistas rusos y socialistas mexicanos,
han reeditado una y mil veces sus hispanófobas obra:s. «Este es el
hecho capital en la exaltación póstuma de Las Casas -afirma Menén­
dez Pida!-.
Cuando en España el obispo, tras su larga vejez de ine­
ficacia,

había caído
en un

respetuoso olvido, en
el extranjero los
bucaneros y los filibusteros que ambicionaban las riquezas de Amé­
rica, los holandeses que luchaban por su independencia, y todos los
combatientes- frente a la contrarreforma católica, levantaron sobre
sus hombros al "Reverendo Obispo Don Fray Bartolomé de Las
Casas o
Cas,ws" y le dieron una internacional fama de difamación
que no tiene otra
ignal en
la historia.
La ansiooa apetencia de publi­
cidad que
aquejaba al Obispo-fraile podía
estar
satisfecha>> (32).
Tal

la gloria
póstuma de esta personalidad anormal que «despreciaba
la civilización occidental,
el de las disparatadas concepciones histó­
ricas,
el de la idea fija de que los indios eran los únicos dueños so­
beranos

del Nuevo Mundo, el que apoyaba
esa idea
con incendiarias
imposturas difamatorias,
el que se movía fuera de toda realidad» (33).
400
V earnos ahora también sintéticamente el otro caso.
(31) Op. cit;, pág. 323.
(32)
Op. cit., pág. 365.
(33)
op. cit., pág. 392.
Fundaci\363n Speiro

PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARD
Los fraudes paleontológicos de Tei!hard son tan recientes y tan
conocidos -incluso nosotros mismos los hem,os expuesto en el nú­
mero 7

de
Mikael (34)- que no creemos valga la pena reitetarlos
in extensi> ahora. Simplemente reconlemos que los dos más sonados
fueron

los de
Piltdawm y Choukoutien, con
los respectivos inventos
del
Er,anthropus d,,ummi y el Sinanthropur pekinensis. En el pri­
mer supuesto fósil, Teilhard, en 1913, dijo haber encontrado un
diente canino que, junto con otros huesos presentados por sus socios
Charles Dawson y Smith Woodward, conformaron este ancestto
homínido. Los investigadores

del
Museo Británico comprobaron a<:a­
badamente en 1953 que se ttataba de una faJsificación material
completa. En el segundo caso, las ingentes cantidades de huesos
del antt0poide primate que
desde 1933 hallaran Teilbard y sus

socios
(Weidenrekh, Pei, Breuil, Davidson

Black y otros),
des•_parecieron
íntegra

y misteriosamente entte 1939 y 1945, sin que las memorias
descriptivas se correspondan entre sí ni con el molde en yeso que
de él mandaron hacer; por lo cual Patrick
O'Coonell dedujo
que
el tal
fósil nunca había existido. Estos son los hechos que configuran,
elementalmente, dichos fraudes científicos. Pero · lo que acá .nos in­
teresa establecer es el por qué de tales falsificaciones.
Para entregar una respuesta aproximada a ese
interrogante hay
que
acudir al análisis de la personalidad psicopática del principal
autor de esas simulaciones. Y es en el monoideísm.o mítico-fanático
antes indicado donde radica la motivación de las supetcherías. Para
quien la evolución

de las
especies ern «una fe, más allá de toda ex­
periencia»,

que obligaba a
«forzar y

superar las
apariencias» (35),
la fabricación de pruebas de su irrecusable .tesis era un acto lícito.
En el excelente libro de Sergio Quinzio, ya citado, enconttaremos
las demás

referencias que
completan el cuadro de esta personalidad
a.normal. Hace este autor
hincapié en

esa
hipertrofia del
ego,
que
anteriormente
documentáramos, ttaye'lldo a

colación parágrafos
o,mo
éste, de La nostalgir, del frente: «el "yo" de la aventura y de la
(34) Evolucio_nismo y fraude, págs. 30-53.
(35)
Cit por Maurice Vernet: La grande illusione de Teilhard de Char­
din, Paris, 1964, pág. 43.
401
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE DIAZ ARAU/0
búsqueda, el "yo" que quiere ir siempre a los confines extremos del
mundo para recoger visiones nuevas y raras y para decir que está
en primera fil.a». Es ese portador
de aquella «especie de

misi6n científico-religiosa
in p,,rlibus
infidelium», al tiempo que discutrir sobre aquella extrañísima fe en
el materialismo P"nteísra. «Me abandono a la fe difusa y confusa
en un Mundo Uno e Infalible, donde
quiera que

esra
fe me arnistre»,
expresa

en
Conw yo c,eo; y en 1923, en La Misa sobre el, 1n-flllliio,
escribirá: «Materia fascinante y potente. Materia que acaricias y
que virilizas. Materia que enriqueces ... Con tus lisonjas, arrástrame;
con tu linfa, nútreme. Con tu resistencia, enduréceme. Y, finalmente,
con tu ser, tú misma, dlvinízame» (36). Lo¡ mareria «estaba allí y me
llamaba ~ha consignado en La vida c6sm';ca (1916)-, ... me apre­
miaba para que, abandonándome sin reservas,
la adorase». Así es
como -este sacerdote jesuita ter.mina invocando a la. «Santa Evolu­
ción» (págs. 14, 22).
Tales ideas delirantes, cuyo meollo es el panteísmo místico in­
manente { «Siempre he tenido un alma naturalmente panteísta»:
Cristo en la mateMJ, 1916), estructuran toda una conducta singnlar.
En primer lugar, y dada la notoria contiradicción de esa fe evolucio­
nista con la del cristianismo, él se siente un perseguido hereje, un
mártir del Santo Oficio, el nuevo Galileo Galliei. Peto, contraria­
menrte a lo que se podría suponer, tal herética condición no lo re­
cluye en ningún austero ostracismo. Más bien se
transforma en
un
«filósofos mondain», en un favorito de los círculos mundanos. Su
«preciosa red

de
amismdes» incluye muchas y variadas entidades:
«un cauto apoyo por parte de su Orden», a
la Fundación Carne­
gie (1927), el «Geological
Survey», el

Instituto Médico Rockefeller,
el Gobierno de Francia (oficial de la Legi6n de Honor, 1947), la
casa Citroen, la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Re­
search,
y
el· .P"ttocinio de conocidas personalidades: el príncipe de
Broglie, Julián Huxley,
Lropold Senghor, la reina Isabel de Bélgica,
la ex reina de Italia María José, Amold
J. Toynbee, André Malraux,
F.douard Le Roy, Roger Garaudy, Jean Pivereau, Paul Chauchard
(36) En Quinzio: Op. cit., págs. 21. 27, 45-46,.127.
402
Fundaci\363n Speiro

PARALEW ENTRE LAS CASAS Y TElUlARD
y arlgunos católicos como los padres De Lubac, Smulders y Rideau.
Juzgando
esta circunstancia, señala Quinzio: «este hombre, del que
se
,ha escrito que "fue crucificado durante toda su vida" (P. Cbau­
chard),
es
el personaje célebre y desenvuelto que va de una
recep­
ción a otra: cócteles, embajadas, ambientes artísticos, ceremonias
oficiales, hospitalidad en magnificas mansione,;». En suma, repitien­
do una
vez más las palabras del maravillado Cuénot, Teilhard «no
huye

del
mundo, donde

se encuentta a sus
anchas, entte gente que
es su par».
«La motivación de la recompensa (de la Legión de
Honor) pone de relieve, sobre
todo, las capacidades organizativas y
la habilidad diplomática demosttada por Teilhard en la obtención
de los considerables
recursos financieros necesarios para
las inves­
tigaciones (de China). A este respecto, no faltaron las acusaciones de
que era -«un orgulloso y astuto arrivista»; el mismo Cuénot, bió­
grafo, sin duda, tan benévolo como devoto, afirma: «Puede set que,
a veces, se mostrase ligemmente interesado».· Ciertas expresiones del
Padte Teilhard parecen ofrecer motiV06 o justificaciones más o me­
nos direaas, como las siguienres: «A un hombre potente, siempre
es
bueno conocerlo», porque «la potencia quiere decir dinero:», y
«e1 dioero es uua cosa hermosísima y hasta sagrada» .. , El mismo
Cuénot afirma explícitamente: «Los reveses exteriores en la vida de
Tellihard son muy raros» ... En efecto, Tellhard alcanzó la celebridad
en
'brevísimo tiempo.
Hacia 1924-1925 es un aplaudidísimo confe­
renciante, ..
Los «amigos» de Teilihard son cada vez más numerosos
y
ruidos06... «Era inevitable - éxito de la moda teilhardiana, apoyada en un "esnobismo que redu­
cía a
Teilliard a
una
especie de Franwise Sagan de la metafísica" ...
En París es moda
citar a Teilhard a tontas y a locas ... y, por ello,
hacen de

Tellhard un mito». Además es
«América, su base finan­
ciera, a donde le llevan sus contactos de ttabajo, ai ser considerado
por los norteamericanos, ya al comienzo de los años treinta, como
"persona grata" y de confianza.,,; es "capaz, como un mago, de
hacer brotar
el dinero norteamericano" (Cuénot)» (37). Este jaleo
mundano
al cristiano heterodoxo es bien parangonable al aconte-
(37) Págs. 24-25, 26, 37, 43, 75, 76, 77, &1, 82,
403
Fundaci\363n Speiro

ENRJQUE DIAZ ARAU/O
cido con Las Casas, acerca de quien observa Menéndez Pida! que
«el escribir

glorificando
a Las Casas es cosa llana, reglamentaria;
es
ir a favor de la corriente; mientras que suprimir: el incienso es
atraerse
ia excomunión imperdonable de los muchos que mantienen
el culto litúrgico
lascasiano• (38).
Una

de las vertientes
de esa fuma es un simple equívoco: los
científicos lo
toman por un gran metafísico; los filósofos suponen
que
hace ciencia; los neólogos encomian su poesía; los poetas lo
tienen por

un místico. Barajando unilateralmente
varias de

esas opi­
niones, resulta un «sabio». Para deshacer el entuerto, Quinzio con­
sulta a cada especialista en sus dominios, y así nos informa: que
Teilbatd «ignota
las matemáticas y la física, es decit los ejes de todo
el desarrollo científico
oontempotállfil: "No
fue
-escribe Cuénot­
ni matemático ni físico". Precisamente por esto, la ciencia de Teil­
hard de Chatdin todavía es la del positivismo decimonónico ... , si­
guió
anclado en d siglo
en que
habí~ nacido... Si

por un lado, la
ciencia de
Teilha.rd es

una
ciencia decimonónica, que

ignora las
trans­
formaciones revolucionarias y Jos planteamientos críticos del si­
glo xx, pot oteo nos parece futurista. No sólo porque, extrapolando
en clave · filosófica -y mística los datos positivos de su ciencia, ve
delinearse un fantástico futuro ulttahumano ... , sino también po descubre

o inventa
(ó cree hacerlo) una nueva ciencia de los od­
genes y del desarrollo de ,la humanidad, la antropogénesis, y una
nueva
superciencia general

de todo lo real,
la wtrafísica, que cierta­
mente todavía no
·tienen rostro,

más allá de las connotaciones aproxi­
mativas
y a menudo contradictorias, que su idead.ar les ha atribuido.
Efectivamente,
ningón científico ha

proseguido
pot la vía Indicada
por

Teilhard» (39). Como filósofo, se atiene
al «idealismo físico»,
«el
sistema elaborado

por Federico Schelling en la época de la Re­
volución Francesa ... , una
metafísica con

ropaje científico, como
lo
fueron otros numerosos sistemas, especialmente decimonónicos». El
abate Grénet, «aun
aproocimándose al
Padre Teilhard con declarada
simpatía, lo ha
definido como "filósofo sin instrumentos" y "filó-
404
(38) Op. dt., págs. XII-XIII.
(39) Págs. 93, 96.
Fundaci\363n Speiro

PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARD
sofo a pesar suyo" ... Gilson ha escrito que la visión del mundo de
Teilhard de Ghru:din era

"más un modo de sentir
que una
doctrina".
Claude Tresmontant
ha demostrado

ampliamente que
el Padre Teil­
hard
oo •era ni un metafísico ni un reólogo» •.. Oertamente, Teil­
hard
oo tuvo una auténtica prepa,:ación de filósofo ni una mente
filosófica ... Por esto,
el pensamiento de Teilhard no es susceptible
de una auténtica valoración desde
el punto de vista de la filosofía ...
Su
filooofia es,

en definitiva, el punto sin
dimensiones en
que se
tocan la ciencia y la mística ... , que ya no es ciencia, y que antes de
convertirse
en filosofía se
arroja inmediatamente

en el abismo de
la
mística» (40). A ello hay que unir «su escasa preparación y aptitud
como teólogo ...
Puede ser que la formación b,blica y exegética del
Padre Teilhard fuese insuficiente. A decir verdad, nunca
tuvo el
temperamento

del
exégeta, ni

se inclinó particularmente hacia los
estudios bíblicos» (C. Cuénot). Henri de Lubac ... sub"'J'O el carácter
no propiamente teológico de
la obra de Teilhard .•. En este sentido,
Maritain
ha

podido referirse al
pensamiento lleOlógico de Teilhatd
como

una «teología-ficción» (41). Por
atta parte: «la exaltación
romántica
y la pasión apologética, que, al mezcla=, componen el
cuadro
de
la mística fantástica

de
Teilhard, son,
en realidad, un
rechazo de la mística ... Viallet explica el rechazo teilhardiano de
la verdadera
,mística con
su miedo persona:! a
la muerte ... : fue im­
pulsado por un remor inconsciente a eliminar de ,su concepción
todo
elemento que corriese
el riesgo de contribu/,,r a la deswucción de
su propio eqtdUbrio ner-viow», y, por ello, negó la noche tenebrosa
de la noche de Dios, en la que, en cambio, entraron los místicos. Y,
en efecto, cuando ha tenido que dar respuestas acerca de aquella
inmortalidad individual

que su sistema
igoora radicalmente, incluso
como problema, lo vemos afirmar penosa· o insensatamente: que presupone que en la "muerte" cada partícula refleja sea reco­
gida

sobre
otra faz de llis cosas por Omega

en formación» (42).
«Toda pregunta amenazadora o insidiosa debía ser rechazada y que-
(40) Págs. 98, 99, 101, 102, 107, 108.
(41)
Pá¡¡s. 110, 111, 112.
( 42)
Carta a Viallet, 9 de febrero de 1954.
405
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE DIAZ ARAUJO
mada en una fantástica sublimación en la que oodas las cosas y, ante
ta
muerte, perdiesen sus duros
y contrastantes contornos» ( 43).
¿Será
poesía, pues? «En realidad, las interminables páginas de Teil­
hard

son, muy a menudo,
tediosas, debido
a la superabundancia de
mayúsculas,
exclamaciones y

preguntas
retóricas, de
adjetivos rebus­
cados, de pausas e inflexiones estudiadas, de circunlocuciones redun­
dantes, de fórmulas efectistas y de complacencias literarias. Neolo­
gismos intencionadamente preciosistas descubren de inmediato su
vaciedad y

su trama de mala
ley: anticiclones
de hominización, con­
ciencialización de la evolución,
replegamiento psicologénico

del mundo
sobre sí mismo, densidad erística, Dios cosm.idzado, centradón, su­
percentración, decentración, excenttación, humanización~ auto-ultra­
evolución, auto-intra-hominización, super(ultra)personalización, ultra
centro, ultra especiación, ultra-antropogénesis, ultracrístico, etc. Teil­
hard está muy lejos de la poesía y, en todo caso, está muy pró­
ximo a las afectaciones de una mediocre e insólita
litetatura. Por
Jo
demás, se

sabe que no tuvo ninguna sensibilidad artística ni
ningún
efectivo conocimiento de los problemas del arte contemporáneo ...
Decididamen"", la prosa de Teill:w.rd constituye una prueba nada
desdeñable

en conrra de él,
porque es
el
espejo en
el que se
refleja
fielmente
su

falta de claridad y de porencia.
Parece más
bien como
el tejido conjuntivo de intuiciones y de solicitaciones científicas, filosóficas, teológicas
y místicas

que en ella se
mezclan y diluyen.
En realidad,
los innumerables admiradores de Teilhatd han sido
conquistados, no por la
fuerza sublime de

su aliento poético, sino
por la utópica «gran síntesis», a la que el lenguaje y la figura hu­
mana
del jesuita han superpuesto velos capaces de
enmascarar sus
insuficiencias
y de multiplicar sus sugestiones» (44).
No es tan siquiera la
poesia, sino «el ardo< de la fantasía», lo
que
cimenta
la fama del jesuita francés. Celebridad que, como en
el oaso del dominico español, tampoco se fundamenta sobre un mo­
delo de
caridad cristiana, ni tall sólo sobre un mero humanitarismo.
B,ste con leer lo

que escribe en 1946 bajo el título de
Algunas re-
(43) Pág. 132.
(44) Págs. 145-146.
406
Fundaci\363n Speiro

PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHAR.D
flexrones solwe el eco espiritual de u, bomba atómica, para pockr
formarse una idea cabal al respecto: «No me deterulré a discutir ni
a

justificar la
esenciol moralidad del acto que consis.te en la libe­
ración de
la energía atótaica -,sootiene-... La era atótaica: era,
no
de la
destrucción, sino

de la
unión en la búsqueda. No

obstante
su aparato militar, las recientes explosiones de Bikini marcarían, así,
la venida al mundo de una humanidad interior y exteriormente pa­
cificada.
Anunciarían el
advenimiento de un Espíritu de la Tie­
rra» (45). Palabras que, al mirar el ciclotrón de la Universidad de
Berkeley en 1952, reitera, agregando que de la fisión atótaica puede
salir
«alguna forma
inédita de compuesto ( o concentrado) huma­
no» (
46). Por si ellas no bastaran, se pueden leer con provecho sns
páginas

acerca del paro
y huelga capitalista, una afortunada «coinci­
dencia
biológica» que permitía

liberar.
«una parre
de la energía
hu­
mana»
y «hacer avanzar la evo.lución a

través de la gran
corrienre
de la búsqueda»; sobre el

comunismo, en el que
< manidad, reunida en un solo organismo universal, ha recibido una
plena e inspirada expresión»; _ sobre
el colonialismo inglés ~ la
India:
«Lamentablemente, la anti,patía de los nativos hacia los in­
gleses es general... Los ingleses dan toda la cuerda que pueden,
pero no ceden;
creo que tienen razón»; sobre los africanos: en los
somalíes «no veo más que magníficos animales de piel bron Dudo
muchísimo que algún día entren
en las filas de la humanidad
que
avanza» (47), etc. En sentido estricto, la filantropía de Teilhard
es de
neto corte totalitario. Refiriéndose a las «recientes experien­
cias totalitarias»,
en El porvertir del hombre, manifiesta: «es dema­
siado
pronto
para pockr juzgar ... No es que¡ haya fallado el principio
mismo
de la .totalización, sino tan sólo la manera inhábil e incom~
pleta

con que ha sido
aplicado ...

No es
·la dureza o

el odio: se trata
de una
nueva forma

de
amor.,. La Tierra se despertará mañana
"pan-organi2ada"
bajo alguna forma

imprevisible ...
Tranqnilicémo­
nos,

pues ... ,
hundiéndonos en

el
corazón de la N006fera, podemoo
( 45) Pág. 28.
( 46) Pág.
30.
(47)

Págs.
36, li41.
407
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE DIAZ ARAUJO
esperar, podemos estar seguros de que hallaremos todos reunidos,
así como cada uno de
nosotros, la plenitud de la Humanidad» (48).
El desajuste básico en la conducta de Teilhard, sin embargo, no
se dn en los planos antes PJraroina ción sacerdotal en la Iglesia Católica. El 2 de abril de 1952 le es­
cribía a Viallet: en la Iglesia... El nuevo Dios se debe encontrar -lo cual es muy
biológico-- no en
términos de ruptura, sino de "prolong¡¡ción" de
la forma más "avanzada" de lo divino alcanzada en este momento
por el pensamiento
y la mística humanos... Créame, si no "corto"
no es por timidez o por respero y devoción a la Compañía, o por
hábito a la misma. Es por convicción "biológica" de que no debo
hacerlo». En ese mismo año asienta este otro pen9allliento: «Ahora
ya no puedo escapar a la evidencia de que ha llegado el momento
en que
el sentido cristiano debe salvar a Cristo de las manos de los
clérigos (al menos de los clérigos que son los escribas de la Iglesia),
a fin de que el mundo sea salva» (49). Glosando esros párrafos
Claude

Cuénot
adiirma que: «La prodigiosa empresa a la que se ha
lanzado este revolucionario tiene como motivo una necesidad
(¿quién no lo ve?), la necesidad de ,alvar a Cri,to (50). ¿Y cómo
se
podrá cumplir tan delirante proyecro? "Se debe empujar desde
dentro" solía
decir». En 1948 le significaba a André Karquel:
«Nosotros dos

hacemos
,Ja revolución a presión baja:» (51). Tam­
bién en 1948 le confía a su socio el abate Breuil: «Reflexionando
sobre
esto, he encontrado
,Ja forma de satisfacer las exigencias del
censor {eclesiástico),
naturalmente, sin
alterar
nada de mi pensa­
miento,
peto derramando por el texto un cierto número de "punros
sobre

las íes"»
(Quinzio, pág. 29). Por último, a un ex sacerdote
dominico le aclara:
«Esenci1llmente, yo considero, como usted, que
la Iglesia (como roda realidad viviente al cabo de cierto tiempo)
llega a un período de mudanza o reforma necesaria ...
Mas, preci-
408 (48) Págs, 148, 149, 216, 224,
225.
( 49) Quinzio: op. cit., págs. 33, 34.
(50) Teilhard de Chardin, Barcelona, 1970, pág. 171.
(51) C. Cuénot, págs, 171, 179,
Fundaci\363n Speiro

PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARJ)
samente, considero que la. reforma en cuestión (mucho más profunda
que
la del siglo XVI) no es una simple cuestión de instituciones y
cosmmbres, sino de Fe. . . Estoy convencido: es de una Cristología
nueva- extendida a las
dimensione!> orgánicas de nuestro nuevo uni­
verso de la que "'° apresta! a salir la religión del lllllÍÍana ... Esto dicho,
yo no veo mejor medio de promover lo que anticipo que trabajar
en la reforma (como está definida más arriba) por dentro ... Muy
sinceramente (¡y sin deseo de critiOII! al gesto de usted!), no veo en
el tallo
romano en

su
inte~iclad, sino o! soporte biológico suficien­
temente
amplio y diferenciado para opetar y soportar la transfor­
mación
espetada. Y

esto no es
pura especulación.

Durante cincuenta
años he visto demasiado de cerca cómo
ahedettor áe mí se revitaliza­
ban
la vida y el pensamiento cristianos -pe!>e a toda Encíclica­
como para tener una inmensa, confianza en el poder de reanimación
del

viejo tallo. Trabajemos
cada uno pm su lado. Todo
lo. que
sube
converge»

(52). Habrá comprendido
ya el lector, ante estos textos,
cuán profunda era

la
delusión psicopática
que
padecía Teilhard
de
Chardin.
Dos expettos conocedores de estos mecanismos biológicos han
podido calar hondo en el análisis de
· esta personalidad anormal. El
profesor
de Biología de la Universidad de Strasbourg Louis Bou­
nure lo tiene por un
«caso patológico, sintomático, del
delirante con
ideas fijas» y como «el teórico místico de una cosmogonía pura­
mente imaginaria y el profeta inspirado de una nueva religión» (53).
A
su vez, el científico inglés sir Peter B. Medawar, premio Nobel de
Medicina, comentando
El fen6meno humano, en 1961, anotaba que.
la obra «es absurda y su autor podrá no = acusado de deshones­
tidad sólo porque, antes de engañar a los demás,
se tomó la molestia
de
engañarse a

sí mismo ... No se puede leer
El fenómeno humano
sin sentir una sensación de ahogo. Hay en él un argumento, un débil
argumento, expresado de modo abóminable; pero1 a.D.te todo, con-
( 52) Publicado por Henri Rambaud y cit. por Qu-los A. Sacheri: La
Iglesia clandestina, Bs. As., 1970, págs. ,3-,4, nota-1s·.
(53) Recherche de une dodrine de la vie. Vrais sa11a1tls e/· faux pro­
phetes, París, 1964, págs. 140, 148.
409
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ENRIQUE DIAZ ARAUJO
sideremos el estilo, ya que el estilo es el que ha dado la ilusión de
su
contenido ... , aquel
chispeante y

eufórico lenguaje
prosaico-poético,
que · es

una de las más. aburridas
manifestaciones. del

espíritu fran­
cés...
El fenómeno h11man0' se halla en la tradición de la "fil060fía
de la natw:aleza", un

filosófico pasatiempo de salón. de origen ger­
mánico
que no

parece
haber contribuido nunca a

ninguna
afirmación
d.e
valor

del pensamiento humano...
La cosa más seria del libro es
que Teilhard, habitual
y sistemáticamente, en¡jRiia con las palabras ...
Frecuentemente usa en sentido metafórico terminos enérgicos, fuer·
tes e impetuosos como si debiesen conservar peso e impulso en sn
especial uso científico».
Medawat se

pregunta:
«¿Cómo la
gente ha
pDdido dejarse conquistar

por
El f""6meno hwnano?», y encuentra
la respuesta observando que «no pDdemos subestimat la eficacia del
mercado de palabras de este género de
filosofía-ficción»... «Al ex­
poner
estas tesis, Teilhard es muy confuso, se excita y, al final, se
vuelve
histérico .•• A lo largo de algún oscuro y piadoso van/Jaquio,
Teilbard admite que Dios, en cuanto Omega, es un Centro de los
centros». Y, finalmente, termina afirmando que El fenómeno hurmmo,
escrito «en un estilo ininteligible, que explica la razón de su presunta
profundidad», a pesat de ser la obra «de un científico ... , es de ca­
rácter anticientífico» (54).
La conclusión del fino ensayista italiano
que
hemos
seguido en

estas páginas es
la de un balance negativo
de su
pensam;ento, porque

es «insostenible desde el punto de vista
científico, no fundamentado ni filosófica ni teológicamente, envuelto
en un

pseudo
misticismo nebuloso y, con freruencia, ambiguo, que
huye
de los

problemas reales proyectando fórmulas resolutivas en
cielos infinitos e inaferrables,
y, finalmente, disuelto ulteriormente
en un aura poética,
donde todo parece sublimarse,
peto sólo
pata
dat lugat a una literatura decadente». En cuanto a la persona misma
de Teilhard, añade Sergio
Quinzio esta

apreciación:
«la figura
huidiza
y contradictoria de Pierre Teilhard de Chardin reproduce perfec­
tamente, con sus incertidumbres, sus autoengaños, sus oscilaciones,
sus miedos, sus eraltaciones, su hábil activismo, su sustancial im­
potencia
y su fascinación un tanto insólita, la figura de la Iglesia
(54) Quinzio: op. cit., págs. 89-90, 143.
410
Fundaci\363n Speiro

PARALELO ENTRE LAS CASAS Y TEILHARJJ
contemporánea ... Pero, en definitiva, par fue

una
víctima, él

se consideró
tal aún más, desgarrado por el con­
traste entre el
elevadísimo concepto

que tenía de su misión
y los
límites que le imponía la obedi,;ncia; un
contraste exasperante por
las tensiones de """ perwnalidad hipersensible, compleja e inesta­
ble» (55).
Las mixtificaciones del «protector:» de

los prófugos de Babilo­
nia y las del
«evoluto<» de

la Noosfera. inaccesible no llegan a ser
falsedades dolosas

por la anormalidad psíquica que torna inimputa­
bles sus conductas; pero
nos pareció conveniente desplegadas

en un
rápido vuelo con
la finalidad de que el lector no vaya a ser inducido
en los engaños de
estos autoengañados. Los

dos religiosos cuyas per­
sonalidades hemos

investigado son dos optimistas
abstractos que
litigan

con tenacidad contra
la rerulidad de su tiempo y lugar, ima­
ginándose
poder cambiarla por
sus vagarosas utopías,

sin
reparar en
medios,

omnubilados por la
hipervaloración de

su yo que
proyectaba
confusas seducciones para los incautos. La paranoia, afirma Juan
Antonio Vallejo-Nájera, es la más peligrosa de las enfermedades
mentales, por la insidia con que
las ideas delirantes son prapaladas.
Incluso

en los
caso~ expansivos

llegan a provocar «delirios indu­
cidos» en sus seguidores. Esto es, que «surgen . -precisamenre del
enorme potencial de convicción que tienen algnnoo paranoicos ex­
pansivos, quienes llegan a convencer a alguna persona ( o grupos
de personas), generalmente de
escaso nivel

mental
y gran sugesti­
bilidad, de la realidad de las ideas delirantes del
enfermo, de
las
que
llegan

a patticipat con
la misma ceguera pata la evidencia de su
falsedad que tiene el paciente inductor ... Algunos delirantes
expan­
sivos,

del tipo "fanático" o "profeta", han creado verdaderas
psi­
cosis colectivas pot contagio de su delirio a· gran número de per­
sonas» (56). Y si la «folie
a deu.x>>, en los casos en examen, no ha
desaparecido con

la muerte de los
inductores, es
por la modalidad
escrita de
sus ilusiones y por el gran aparato propagandístico que
(55) Págs. 44, 150, 154.
(56) Introducción a la pJiquiatría, tercera ed., Barcelona, 1968, pági­
na 152.
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ENRIQUE DI& ARAUJO
las ba rodeado y reavivado; es decir, la fica) que, según Houorio Delgado, es «expresión verbal fácil, in­
sulsa, incesante ,e incoercible del conreo.ido de la conciencia» (57).
Las delusiones de nuestros personajes fueron sistemáticas y crónicas
y quedaron asentadas en tantos.
libroo que

su
daño póstumo ha sido
enorme. E insistismos
.que su mayor peligro

proviene de la circunstan­
cia
fácil de darse que

el
espectador no

advierta a tiempo el gran poder
sugestionante de esas
fábulas. «Excepto el punto de

partida, que es
falso y morbooo, los juicios del paranoico son perfectamente lógicos,
y en Jo que respecta a la vitalidad del sujeto, siempre es vigorosa,
dando
la apariencia de salud. Por . eso, rara vez llega a la consulta
del
psiquiatra» (58).

Y «aun en
la exploración psiquiátrica, si el
médico no
logra hacer surgir las ideas delirantes, no aparecerá nin­
gún síntoma patológico» (59). De ahí que la ímproba e ingrata
tarea de desmitificaci6n, en casos como

los señalados, se haya con­
vertido
hoy en

una obligación elemental del histotiador de las ideas
de nuestr0 atormentado
tüempo. Muchos

de los mitos del presente
han sido cx>nstruidos por estos monomaníacos que se imaginan pro-­
fetas de un futuro oscmamente ensoñado y en cuyo nombre se sien­
ten autorizados a demoler implacablemente nuestra pobre y ame­
nazada civilización.
Es por simple higiene mental, pues, y no por
ningún ensañamiento

particular con ellos, que
hay que desnudarlos
de
la falsa caparazón heroica con que se revistieron y con la que
sus
secuaces
y
epigouoo los
siguen disfrazando.
En
tal sentido, y no en otro, creemos -junto a las autoridades
intelectuales citadas-haber aportado los elementos necesarios para
que
el
lectot pueda

redondear el patalelo histórico entre estas
doo
tan contr0vertidas figuras religiosas.
412
(57) Curso de psiquiatria, tercera ed., Barcelona, 1963, pág. 49.
(58) H. De]grulo: op. cit., pág. 302.
(59) J. A. Vallejo-Nájera: op, cit., pág. 144.
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