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Número 171-172

Serie XVIII

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El otro pacto del conde de Egmont

EL OTRO PACTO DEL CONDE DB EGMONT
POB.
FRANCISCO José FERN.ÁNtlEZ D.B LA ÚGOÑA
Bajo este tírulo ha aparecido en la· revista belga Special (núm.
687, de 31 de mayo de 1978) un articulo de Jo Gérard que, a la vez
que
una desínitificad6n del ronde de Egmont, es un reconocimiento
de la labor de España en aquella '.J)8xte del Imperio que, gracias a nues­
tros mayores, sigue siendo católica en el siglo XX.
Quien llegue a la Grand-Place de Bruselas encontrará la placa con­
memorativa de la ejecución de Egrnont y de Honres por la "tiránía"
de Felipe 11. Como dice Géra,rd, a quien seguiremos en estas línieas
que :recogen sustancial y casi lfoeraJrorote su artículo, los hisroria románticos, siempre a la búsqueda de mártires de la libertad, hicieron
de los dos condes unos herdicos defensores de la libertad belga y
de su democracia frente a la opresión española personificada en el
segundo de nuestros Felipes, hijo de aquel empetadot qué había
nacido
en la misma tierra que Hdtnes y Egmont. Y esa gran men­
tira sigue boy reproduciéndose en artículos y manuales.
¿Quién
era Egrnont? Para Gérard, un gran señor feudai y un
guerrero
que obtuvo en 1557 brillantes victorias sol»-e los fran­
ceses
en San Quintín y Gravelinas.
Como muchos señores de su genlemci6n, sigui6 de cerar los· acon­
teci,nieruos de Al.einania, dondé, desde 1551, Catlos V tuvo que
reconocer oficialmente y tolerar la existencia del · protestantismo
después de haberlo combatido tenazmente. Pero, .más allá del Rhin,
una de las más inmediatas consecuencias de la· dilct:rina de Lutero
y de su triunfo fue una ex:¡,ol'.iaci6n, la de la Iglesia cat61ica, a la
que le fueron attebata,los sus bienes: grandes fincas;c · montes de
abundante cam, tierras exoolentes, · que redondearon la fortuna de
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los señores feudales iru:o,porados a la Reforma con tanto mayor
ardor, ya que
oo por
convicción, por cuanto
ella iba a propor­
cionarles la
prosperidad.
m ejemplo es contagioso. Fascina a los seres rapaces como los
Hornes, los
·Egmont,· Guillermo
el
Tacirornt> ..•
¿Cómo acruarán?
Empiezan por exigir a Felipe II la marcha de Bélgica de las
guarniciones· españolas.
Lo consiguen.
Después dirigen
por rodas partes una campaña -¡y qué cam­
paña de calumnias!-contra el cardenal. Granvela, el mejo< conse­
jero
de la
gobernadora Margarita de Parma, aquella hermosa mujer
que
Carlos V había tenido
con la hija de
un tapicero
de Au­
denaertle.
Y consiguen la

dimisión de
G organi2,ar
un complot con I~l de Inglaterra y los ailvinistas fran­
ceses para repartirse

con ellos el
-territorio belga,

a
cambio de
muy
luaativos puesros.
En

el
país, esperando su tan fructífero despedazamiento, los
feudales
se han apoderado de la administración de las provincias.
Formando parte del Consejo Privado, ponen ail país ante un hecho
consumado.
Un contemporáneo a.nota amacgameote: "Los abusos
proliferan,
se venden los

oficios
y •los cargos. El saqueo es general,
entregándose

todo al
mejQr postor".
Se entra en contacto con los calvinistas franceses, se predicen
próximos motines, contándose con el

apoyo de
Isabel de lnglaterrn.
Pero esa sublevación que se prepata, ¿irá contra los excesos polí­
tico-finaru:ieros, los

abusos, las rapiñas de Orange, de Egmont y
sus
amig¡)s o conbra la autoridad de Felipe II?
De modo mm, el soberano de Madrid deja hacer, sin inmiscúir'
se

en el gobierno. Sufre el eogaiío
'del doble juego de
aquellos
aristócratas, a

los que
oree fieles a sn persona y a sn política. Mien­
tras tanto, los adictOS a Egmont y a Orange centralizan todos los
poderes
· en · sus manos y manejan,·· como dueños indiscutibles, el
Consejo Privado, ese eogmnaje esencial de la Administración.
"Todo se decide bajo la presión de los grandes sefiores y de
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EL .OTRO PACTO DEL CONDE DE EGMONT
sus criaturas", se lee en un, escrito de un funcionru;io hl,lga .. de la
época.
Dos clérigos pasados al protestantismo . y de turbulenta. vida
privada,
Hetman Mcrdedt y Th>tlhenus, propagan ardientelllente , la
causa de la Reforma. Todo comienza en la misma semana de ju­
nio de
1566, en Borgerhout y en Gentbrugge, y. del lllismo modo.
Los predicadores reformados atacao, en términos incendiarioo, el
culto a los santos, los cuadros reli~, al Papa, a los sacenlotes;
los
sacramentos ...
Concluidas sus soflamas, bajaban de la mesa o del tonel que
1es había servido. de pulpito y distribuían entre la.· gente catecis­
mos

protestantes,
panfletos y caricaturas. El incendio .., .,xtiende.
Los re¡,¡idores de Gante, sumamente .inquieros, pide11 ayuda, el 1 y
2 de julio, a la autoridad superior, el cond<, de Egmont:, y. oo ob­
tienen tespues~
La gobernadora, Margarita de: Pa.rma, preocupada por la. suette
que pudieta corre,: Amberes, comete· el mon)llllental etror -y son
[>l'labras textwdes de Gérard-, d ge gobernador de aquella provincia. Apena, llegado .allí, aumentan
los

desórdenes.
Los rdormados se. manifiestan con una meiiia luna
en
sus
sombre,:os y .,sta leyenda: "Antes ·turoo que ~pista'.>. ,·
Flandes .es sacudido

por
los lllotines. Otro . monje apóstata, An­
tonio
,Afgoet, dirige las turbas, que saquean los con~tos de, Iprés,
incendian la magnífica biblioteca episcopa:1, destro2an los maravi­
llosos manuscritos
de nume,:osísimas abadías belgas: Du¡,es, Tron­
chiennes, San Pedro. Incendian las iglesias en Menin, W ervicq y
Cominos. Se aproximan a Brujas, donde doscientoo burgueses. arma­
dos

consiguen
rechazarles a arcabuzazoo .. ¿Qué hace

entretanto Eg­
mont, gobernador de
Flandes, ante. la furia desatad,,, de estos icono­
clastas que habían. at=orizado al pafs? Hasta el 10 de ago,to no
se
decide a
presentarse en Gante. Cuando

le
,suplican que .reprima
loo
tumultos,

que
actúe, se

limita a
contestar: "Escribid todo

eso a
la
gobernadora. Yo tengo qure salir urgentemente hacia el Oeste ... "
Cuando los . maileantes amenazaban saquear lprés, el conde, que
se encontraba
.allí, se retira a su ci,srillo de Zott<:g por dererneriles. Nobles franceses que se decían enviados por el cal-
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vinista alnmante-Coligny, con quien Egmont se había entrevistado
secretamente, etan recibidos ai grito de "Vivan los Gueux" (men­
digos),
qm, era el nombre :que se daban ilos revolucionarios. Los
magistrados de Iprés consultan a Egmont sobre lo que había que
hacer en tan apurados momentos, y el gobernador de Flandes les
recomienda ttatat con 1os sublevados. Estamos, pues, ante una trai­
ción
clarísima ·il,,J coruk ,a su rey legítimo, ·._ la magnánima políti­
ca que trataba de-llevk en aquellos estados y a la religión católica,
que
era prá<:cicamente lo

único
'intocable pata Felipe II.
El 18 de agosto de 1566, Margarita de Pa1!!Ila escribe ail rey que
el conde de Egmont "muestta: poco celo y rehúsa recurri!r a la fuer­
za P"'ª disolver a los sediciosos". ·
Poco después; en un -nuevo escrito, le mforma que Egmont, al
que hábía récoitdado su juramento' de Juchar por Dios y por el rey;
había respondido que los tiempos habían cambiado. Acusa también
al conde d:e · llames s sacerdotes y al prín­
cipe ·de Orange~ de querer_ repartirse .con .. sus. amigos los. Países
Bajos. "Por
sU& palabras y con sus hechos, añade, se han declarado
contra
Dios y contra el rey" ..
Miéllttllll tanto, !os' níótines,· los saqueos, las atrocidades, se mul­
tiplican en Audenaerde,-•en Eéklo,

en
Ma!ill Margarita de Parma, m -un discurso memorable y severo, recuer­
da á los señores feudatles, los Egmont, los llornes y 0000 varios,
sus deberes. Sintiéndose desboroados · por las tempestades que ellos
mismos habían :provocadó, reaáSionan ahora contta los

sediciosos
y,
cambiando dé chaquéta una vez más, reprimen:; ia:l fin, los excesós
de

los
revolucionarios reformistas.
Pero

era
ya demasiado ta agotado y no.· i:uvo ya en cuenta !a.· nueva aotitud. · El duqué de Alba
enttó en
Bélgici ron diez mil soldados y comenzó una dramática
"caza de brujas' en la qut> los -protestantes, iboltisO sus simpatizan­
tes más pacíficos, fueron las víctimas. En ouanro a Egmont y a
llames,
el verdugo· les cortó la cabeza.,·esa cabeza que' ya habían
perdido mucho antes de
que rodaran, en

junio
de 1568, sobre la
Grand-Place de Bruselas.
La muerte· de los dos nobles no mereció [a atención de los pin-
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celes de Brueghcl. Y si el anísta, como tantos Otros bwselenses,
asistió
a la ejecución, el acto no Je inspiró ningún bosquejo com­
parable al tremendo dibujo de María Antonieta en el cadJlllso que
trazó
David.
A no ser que, si llegó a perfilar algunos rasgas, evocaooo la es­
cena, decidiese más adelante hacer tirizas el papel. liipótesis ... Un
hooho, sin embairgo, permanece: nunca el artista había a.preciado
mucho los apetitos de las grandes fieras que eran, por aquel enron­
ces, los señores belgas.
¿Hasta qué punto lamentaría su dramátiro fina!l?
Aquí termina el artículo de Jo Géra!rd, que hemos reproducido
casi en su int¡,gridad. No descubre nada nuevo, pero escriro en Bél­
gica tiene .un gran valor. La leyenda, que se cebó ron nuestro ¡¡;rae
rey, exclusivamente por su entrega a la causa de la Iglesia, miti­
ficó a sus adversarios, haci"1ldo héroes a lo.< tmidores. Los verda­
deros intereses de Bélgica no estabao con Egmont y con Ho~ ..
A
su ejecución, llorada por loo falsarios ele la historía, dd,e el ser
una nación independiente. El catolicismo que España aseguró en
aquella tiena mantuvo

una
condeoda que impidió el que fuera
absorbida por sus vecinoo protestantes o por la Francia de la Revo­
lución. Tal vez, algún día, Bélgica quiera repa,iar la injusticia. histó­
rica rometida. con su rey, Felipe II, y la pla<:a ele lit Gtan Plaza de
Brusalas sea cambiáda por Otra más acorde con la histatrm. El artf,
cu'lo de Jo· Gétard es un pru,o en ese sentido y un motivo de satis­
facción para España.
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