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Número 171-172

Serie XVIII

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Jean Meyer: La cristiada

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Jean Meyer: LA CRISTIADA (*)
UNA PAGINA RESCATADA PARA LA HISTORIA
Se ha dicho, con razón, que J05 pueblos hacen la Historia, pero
no la escriben. Son
algun05 individuos J05 que

consignan por escrito
los acontecimientos históricos,
y legan a .Ja posteridad el recuerdo
de

los mismos. La Historia escrita
se convierte

así en la
memoria de
los pueblos,

en una fuente
permanente de

reflexión sobre
el propio
ser, sobre sus experiencias de
éxito o fracaso, y en un cau table

de lecciones para la vida.
F., entonces cuan lo quería Herodoto, se con Vierte en · maestra de la vida. ·
Hay, sin embargo, momentos en la vida de los pueblos en que
éstos
se ven poseídos por

una fiebre revolucionaria
que les

impele
a arrojar
por la borda todas las tradiciones, y a tratar de iniciar su
vida de nuevo, partiendo de la
nada, como pueblos fellh"-f, sin ningún
recuerdo ni patrimonio. En esos momentO:S la Historia se convierte
en un pesado lastre y en acusador implacable; es entonces necesario
reinterpretarla o

acallarla.
Aparecerá entonces
una
nilev-a Historia,
que

oculta, siJencia o deforma;
y si el· poder revolucionario. logra
mantenerse dominan!<, durante un pe,:íodo suficientemente

largo,
podrá borrar de la memoria colectiva a los h<'Chos y personas que
contradicen
la interpretación oficial ·
La desgracia que esto representa para un pueblo cuando llega a
sucederle es

difícilmente conmensurable, pues retorna a un
estado de
infancia . cultural,
liquida11do todo

lo
que había acumulado y cons­
tituía su patrimonio
y madurez. Aunque biológicamente ese pueblo
se
podrá seguir llamando descendiente de aquél, cultura\mente_ será
otro, que inicia una nU.eva historia y estará condenad.O a .repetir nue­
vamente todas las experiencias de su vivir colectivo.
Un

fenómeno similar al anterior se presenta
CUa11do, pormalqwer
tipo

de drcunstancias,
el. hecho histórico no encue!itra al hombre que
lo consigne por escrito; caso bastante frecuente cuando la rapidez de
(*) Meyec, Jean: La Cristiada, Ed: Siglo XXI, México, 1973, t.• ed.
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los hecltos, el nivel cultural o la ubicación geográfica de los prota­
gonistas lo impide. Entonces se pierde w,a página para la historia de
ese pueblo,
y así, muohas vidas y sacrificios se toman estériles para
las sucesivas generaciones o queda el recuerdo sólo a nivel anecdótico
de algw,as familias; hasta que al cabo de pocas generaciones se pierde
definitivamente. ·
Las dos causas enumeradas: historiografía revolucionaria domi­
nante y falta de documentos
escritos que superaran el marco biográ­
fico, amenazaban con difuminar el recuerdo de la página quizá
más
importante del catolicismo mexicano: la guerra· de los cristeros ( l).
Ha
correspondido al

historiador francés
Jeán Meyer rescatar esta
página de

la
Historia. de

México en forma
definitiva, y, por paradoja
de nuestros tiempos, a
una editorial

izquierdista
el éxito · editorial y
comercial de la obra ( 2). ·
Fuera

del grupo de los
mexicanos ligados
directamente a la gesta
cristera, la

historia de la
lucha entre el pueblo

católico
y el estado
revolucionario en

el nacimiento
del moderno

Esta.do mexicano per­
manc,da en secreto para el gran público ( 3). Silencia.da en los textos
oficiales
y aca!Ia.da en los medios católicos, fa guerra cristera ha sido
un
tabú que solamente un extranjero ha podido enfrentar sin presio­
nes, y ha sido una suerte que .éste haya· sido Meyer, investigador" con-
·(1) Vid; .Mendoza Delgado, ]3ilrique: «La Gueria de los· Cristeros», en
Verl>o, núm. 159-160, págs. 1481 a 1)20.
(2) La obra ha aparecido en francés: La Chrfrliade, Ed. PAYOT, y en
inglés: The ·Chrisliade, · Oxford University Press.
(3) :Entre. las·_ obras ex:ist.enbes ·en el men:ado sobre la guerra de los
cristeros destacamos las siguientes, que c~ideranios de interés para los lCC­
tQres que _deseen. profy.ndfaa.,r en el_ tema. _La mayor parte de las mismas ha
sido edita Sobre ilspectos de la lucha_ dé algun.os. grupos cristei:Os, ocupa el priµcjpal
puesto Los Crüteros del Volrán ·Je Colima, del P. Enrique Ochoá, estremece­
dor testimonio dé la lucha y la religiosidad que animaba a los combátientes;
Por Dios y por la Patria, del P. Félix Niva.rrete, es o~ buen relato. Entre
las memorias ocupan lugar des-tacado las de los-generaie5 cristeros Jesús De­
gollado Guízar y las de . José Gutiérrez Gutiérrez. Entre las biografías de
cristeros se encuentran la de· Alfonso Trueba, sobre Ja vida de Luis Nava.no
Origel;
Entre las patas de .los -caballos, relato de Luis Rivero del Val, que
sigue el diari~_ de Manuel Bocilla., y .Rescoldo, de Antonio Estra.da, sobre la
vida de

su
padre, Flo~cio Estrada. jefe cristero de Durango.
-La ·paroa,pad6n en ia guerra_ de la Asociación Católica de la Juventud
Mexicana está magníficamente · recogida en-el libro Mi¡ico Crislero, de An­
tonio _ Rius ;Fadus. Otra op,vela ~uy _ conocida y publicada durante la II Re­
pública
por __ Acción Española, es «Héctor», del P,, O,.vid -Ramírei. _Finalment:et
e~_ Crhto, Rey de, México, _ A.ad.res Qá.rquíO:, Y R~z sitúa la gu~ cristera
dentro
de

la
ludia séatlar entre

·
Revolución y· Contrarrevolución en 1a His­
panidad, destacando su significado trascendente y sacro, y el legado y misión
que para .los católicos mexicutos -representa.
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cienzu.do y escrupulooo, que ha consultado no sólo las fuentes docu­
ment~les
dispersas, sino que ha hablado cou loo protagonistas, lognÍn­
do

una aguda
penetradón en
la psicología de
loo participantes en

la
lucha
y de sus mocivadones.
La obra de Meyer ha abierto ya el campo a la investigitción de
este hecho histórico, que se manifiesta en la publicación de testimo­
nioo
de loo protagonistas
aún
vivoo, en el interés

despertado por
el
tema entre los historiadores, en la re-edición de numerosas obras e
incluso en la producción cinematográfica. Han aparecido también
loo
primeros detractores de
la
obra, que denuncian la simpatía del
autor
por Lázaro Cárdenas y su Gobierno, su incomprensión a la Je­
rarquía eclesiástica o la dureza
de sus juicios sobre personas o grupos
participantes en
la guerra

cristera. Sin embargo, a nuestro
juicio, aun
a
pesar de estas posibles puntualizadones, la aportadón fundamental
de
la
obra, a saber, la visión de conjunto de !05 hechos basada en
una concienzuda investigación, supera con .i;nucho todas -las críticas
que pudieran hacérsele. ·
La; obra consta de tres volúmenes, dedicados, el primero, al as­
pecto militar de la guerra; el segundo, aJ conflicto político y diplo­
mático
entre

la Iglesia
y el Estado mexicanos, y el tercero, a los com­
batientes.
l. El conflicto entre la Iglesia y el Estado en México tuvo sus
antecedentes más remotos en la expulsión de los jesuitas del Imperio
español. Este hecho constituyó

un grave trauma que quedó
grabado
en

la conciencia de
loo católicos,
que vieron por primera vez
la posi­
bilidad de un enfrentamiento entre
la Iglesia y el Estado, que se
continuaría
tras la Independencia política

de la metrópoli en 1821
y
en las guerras de Reforma entre liberales y conservadores durante. el
resto del siglo
XIX. La dictadura de Porfirio Díaz, desde 1876 hasta
1910,
constituyó un

interregno a la hostilidad contra
la Iglesia, en
el cual ésta se fortaleció
y realizó grandes obras, has!;> el grado de
conocerse
a <:.Sta época como «segunda Evangelización».
Con
el año 1910 llega la Revolución y la lucha entre las fac­
ciones, que no terminará
hasta 1916, con el triunfo de los constitu­
cionalistas,
al mando de Venustia.no Carranza. Este grupo, formado
por
liberales radicales,
masones
y antirreligiosos, promulgará una
nueva Constitución en 1917, que. recoge y aumenta la tradición jacoM
bina de las leyes de Reforma contra la Iglesia. Se le prohíbe poseer
cualquier tipo de bienes,
incluidoo los temploo y casas rurales; impar­
tir educación; no se le reconoce personalidad jurídica a:lgwia, se
prohíben los votos religiOBos, etc.
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En los siguientes años, los gobernadores d,; los Estados hostilizan
a

los católicos, cerrando
escuelas, tolerando

agravios a
templos y ecle­
siásticos; estallan bombas en los Arzobispados de México y
de Gua­
dalajara. Ante la provocación, la respuesta de los católicos en pro­
vincias, especialmente en
Guadaiajara, es
firme
y contundente; tras
manifestacione1 y enfrentamientos con

la policía, el Gobierno se ve
obligado a dar marcha atrás e inicia una política de
apaciguamiento
que

quedará interrumpida al ser derrocado
Carranza por
el general
Alvaro Obregón en 1920. Aunque Obregón no
deseaba el enfrentamiento con

la Iglesia,
muchos
die sus partidarios, militares masones rabiosamente anticató­
licos,

iniciaron campañas de
hostigamiento en
las provincias.
Además del odio a la religión, no fue
tampoco ajena

a la
perse­
cución la envidia y recelo que ·entre los sindicalistas producían los
sindicatos y obras sociales de Jos católicos. Entre 1921 y 1924 se multiplicaron
los conflictos: man.ifestacio•
nes
católicas

en Morelia,
Guadalajara, San Juan de los Lagos y otras
poblaciones
terminaron con

la muerte de manifestantes
y con la im­
punidad de los asesinos.
La consagración de México a Cristo Rey en
1923 culminó
con la expulsión del delegado apostólico; pero la
ruptura definitiva se producirá ea 1924 por la celebración en la
ciudad
de México, del Congreso

Eucarístico. El Gobierno obstaculizó
su celebración y finalmente
la suspendió.
De las iniciativas
personales y
aisladas, la facción revolucionaria
pasó a aplicar un plan sistemático de persecución contra la Iglesia.
El primer intento fue bajo la forma de Cisma. Un grupo de obreros
y sindicalistas ocuparon la iglesia de la Soledad, ea la ciudad de
México,
y proclamaron la creación de la «Iglesia Católica · Apostólica
Mexicana>>
con· la
colaboración de un
. sacerdote
cismático.
La repulsa
de los católicos fue unánime
y respondieron a los ataques, creando
en
el mes de
marzo de

1925 la «Liga
Naciona de
Defeasa de
la
Libertad Religiosa>>, que con el apoyo de los obispos y de las agru­
paciones apostólicas

se difundió rápidamente en toda la nación.
En 1925 asumió la presidencia del país el general Plutarco Elías
Calles, representante de la facción revolucionaria más radical, y que
ya había dado pruebas de su fobia antirreligiosa mientras fue go­
bernador
del Estado
de
Sonora. Hizo elaborar y promulgar, en enero
de 1926, una ley reglamentaria del
artícuJo 130 de

la Constitución,
sobre cultos,
y solicitó la refornia del Código penal para sancionar los
delitos en
matería religiosa.
Unas
declaraciones condenatorias
del
obispo de la ciudad
de México,

monseñor Mora
y Río, sirvieron de
pretexto para desencadenar la ofensiva definitiva contra la Iglesia.
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Calles hizo legislar a los gobernadores de los Estados, fijando arbi­
trariamente el número
de sacerdotes autorizados
para cada uno de
elloo, obligando

a
loo sacerdotes a inscribirse ante

las autoridades y
a obtener
una licencia

si
deseaban ejercer el ministerio, al tiempo
que se
exigía la aplicación

estricta de
todas las
leyes anteriores en
materia religiosa.
El mes de julio se reunió el Comité Episcopa:l, que decidió apo­
yar la campaña de resistencia
pasiva contra
el Gobierno
iniciada por
la Liga

de Defensa de
1a Libertad Religiosa, y tras consultar con
Pío XI, acordaron
la suspensión
de cultos públicos para el día 31
de julio de 1926, fecha de la entrada en vigor. de las disposiciones
gubernativas
; ya

que estimaban que
·en las
condiciones legales que se
establecían no era posible la realización del
culto.
El Gobierno no cedió ante esta medida y ordenó para el mismo
día realizar un inventario de los templos y entregarlos para su admi­
nistración a juntas de vecinos partidarios
del Gobierno. Con este mo­
tivo
.se produjeron

los primeros choques sangrientos entre los fun­
cionarios del Gobierno y el
ptreblo católico

que defendía
loo templos.
En
las ciudades se inició un boicot económico general contra el Go­
bierno, por el cual los católicos comprarían únicamente los artículos
indispensables, no enviarían a sus hijos a las escuelas públicas y adop­
tarían otras medidas similares. El boicot fue cumplido con entusias­
mo, y hacia el mes de septiembre hacía sentir sus efectos en todo
el país. A esta medida
se. sumó la recogida

de dos millones de firmas
solicitando la derogación de las leyes
petsecutorias que

fueron envia­
das al Congreso, en donde fueron absolutamente ignoradas, Una larga
serie
de incidentes desembocaba así en un enfrentamiento global y
generalizado.
IL
Los alzamientos populares armados, sin ninguna coordinación
ni

dirección unificada, empezaron a proliferar en el centro del país,
y llevaron a 1a Liga a plantearse la posibilidad. de la resistencia ar­
mada. Cuando finalmente optó por ella, el precario apoyo de la
Ji,.
rarquía y •u unídad de criterios se rompió. Tres obispos apoyaron
abiertamente a la Liga y
una docena
fueron' sus enemigos declarados.
Estas conductas de los obispos fueron determinadas principalmente
por las circunstancias particulares de cada Diócesis, en las cuales va­
riaron tanto la política de las autoridades locales como la respuesta
y organización de los fieles.
Desde
el inicio
de la
insurrección generalizada,
en
el. mes
de
euero de 1927, en
ambos campos había grupos que trataban de ne­
gociar
y llegar a una solución pacífica. El general Obregón, por
24~
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medio de cat6licos ricos partidarios del reg1men, entabl6 contactos
eón la Jerarquía .desde ese· mismo afio. Roma autorizó estos contactos,
que se reforzaron con la llegada a México, como embajador de los
Estados
Un.ido,;, de
Dwight
Morrow, qn.ien pronto

se ganó la con­
fianza del presidente Calles,
y quieo con criterios pragmáticos vio la
necesidad de detener la lucha
para salvar al "égimen y a la economía
del país. Entre ambos persuadieron a Calles sobre la necesidad de
negociar, pero la tarea fue sumamente difícil, ya que las facciones
radicales de ambos
bandos hacían
todos los
esfuerzos posibles por
impedirlo.
Tras

el ínterin producido por
la muerte
a
manos de un

católico
del
general Obregón,

que
figuraba nuevamente
como candidato a la
Presidencia, y la elección de
Emilio Portes

Gil, se reanudaron los
contactos
entre el nuevo presideote y los obispos, quienes llegaron
a

unos
«arreglos» o
acuerdos en el mes
de mayo de 1929, por los
cuales el Estado
daba garantías verba:les a

la Iglesia de que podría
ejercer su
misi6n sin verse hostilizada, y ésta, a cambio, reanudaría
los

cultos póblicos.
Estos arreglos, heohos de prisa, sin contar en
absoluto con los cristeros
a.Izados en armas, y
que
les entregaba
sin
ninguna garantía en

manos de sus enemigos y sin
liaber obtenido
ninguna
reforma de

las leyes persecutorias,
llenaron de amargura a
los

combatientes, que se vieron impotentes para impedir que las
masas católicas volvieran a la vida normal, totalmente engañadas. Los
autores de estas negociaciones fueron
acremente censurad.os por

su
imprudencia, que quedaría demostrada muy
poro tiempo después,
cuando una nueva ofensiva antirreligiosa del Gobierno fuera empren­
dida, una
vez desarticuladas

las organizaciones católicas y
asesinados
sus
dirigentes.
Para el estndio del aspecto militar de la guerra, Meyer la divide
en tres etapas. La de incubación
abarca el
período de agosto de
1926
a enero de 1927, en el cual aparecen numerosas partidas autónomas,
mandadas
por jefes y caudillos Joca:les, que operan en los territorios
que conocen y que en una acción de guerrillas hostilizan continua­
mente a las
fuerzas militares del

Gobierno.
Los grupos cristeros van
desde los de una docena de hombres
hasta el

millar, y sus armas
son
escopetas

de
caza y armas viejas,

Actúan sin
planes definidos y

son
fácilmente dispersados cuando tienen un encuentro con las tropas
del Gobierno.
En octnbre de 1926, la Liga decide pasar a la lucha armada y
tratar de encuadrar el movimiento popular; en pos de este empeño
entrará frecuentemente en conflicto con
otros grupos
que se niegan
a someterse a su autoridad.
La magnitud de la obra y el alcance del
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movimiento hacen imposible a la Liga asumir el papel director del
movimiento
como lo
pretendía.
En

enero de 1927 se
prepara y realiza un levantamiento en masa
en

todo el
país, que

alcanza sus éxitos· más
importantes en
el Estado
de Jalisco, donde,
organizado por

el
grupo, «Unión
Popular», sor­
prenden al
Gobierno, tomando numerosas poblaciones, y hacen que
el mo,,imiento se difuoda como reguero de pólvora hacia todos los
Estados
del oentro de México.
Eutre julio de 1927
y julio de 1928 el movimiento cristero deja
de ser una masa armada y se transforma en fa < uo verdadero ,ejército bien disciplinado, bien armado y con un altí­
simo espíritu de lucha. El principal artífice de esta
tránsformaci6n
es
el

general Eurique
Gorostiem Velarde,

quien con su enorme per­
sonalidad supo ganarse el respeto
y admiración de jefes y soldados,
los que, a su vez, le
transmitieron la Fe y el sentido religioso de la
lucha. Bajo su mando se delimitan las zonas de operaciones, se con­
ciertan
y ejecutan grandes operaciones y se aplican las reglas del arte
militar, lo
cual da como resultado la liberación de amplias zonas, en
las que los cristeros
establecen sus

propias autoridades
y administran
la justicia. Vastas regiones son abandonadas por
el ejército a los cris­
teros, y solamente fas cruzan en fuertes columnas, castigando dura~
mente a la ¡,oblación civil, con lo cual no hacen sino aumentar la
resistencia
y· 1a colaboración popular con los cristeros. Eu las tropas
del Gobierno las deserciones aumentan
incontenibles, los
enfrenta­
mientos
y batallas se vuelven frecuentes, y las victorias cristeras, es­
pectaculares
y milagrosas. Los Estados de Jalisco, Michoacán, Colilµa,
Zacatecas,
Durango,

Aguascalientes,
Guanajuato, Querétaro y los al­
rededores de la ciudad de México son
continuamente recorridos
por
las partidas cristeras, que llevan el movimiento hacia
otros Estados
que

en uo principio permanecieron
apo.rtados de

la lucha.
Las pérdidas del ejército hacia el fin de la guerra se elevarían
a 14
generaies, 70

coroneles
y 1.800 oficia:les, además de 55.000 sol­
dados
y miembros de las tropas auxiliares. Las pérdidas de los cris­
teros

se acercarían a los 30.000 hombres, sin
poder evaluarse las pér­
didas

de la
población civil.
El
apogeo del

movimiento cristero
se a:lcanzó

entre marzo
y junio
de

1929, cuando el Gobierno, tras enfrentarse militarmente con uoa
facción disidente, fracasa en su ofensiva total contra 'los cristeros.
Estos
toman la iniciativa y emprenden una gran ofensiva, que será
cortada súbitamente cuando al campo de batalla lleguen las noticias
de los arreglos
en,tre la
Jerarquía eclesiástica
y el Gobierno.
Entre 1929
y 1931 la Iglesia impone la paz y cesa la lucha; mu-
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ohos cristeros se acogen a la amnistía ofrecida por el Gobierno, y a
continuación se inicia la persecución y asesinato de todos los jefes
cristeros; auténtica carnicería, de la cual pocos logran escapar. A
partir de 1931
la facción radical

del Gobierno reanuda su campaña
anticatólica, que culmina en la introducción de la educación
sexual y
socialista. Nuevas leyes restrictivas y una ofensiva cultural y educa­
tiva
se imponen a los
católicos, sin que
ésto5 puedan defenderse. Apa­
recen
algunos grupos

armados, pero frente a· un ejército
ya fogueado
y ¡,reparado. Muchos grupos se ven empujados al terrorismo como
forma de lucha, mientras
los obispos
condenan
duramente a
los le­
vantados en
armas, a:1 propio tiempo, que condenan la política edu­
cativa del
Gobierno.
La situación volverá a la normalidad cuando la lucha por el poder
entre las facciones
revolucionarias enfrente
a los generales Calles y
Cárdenas; resultando vencedor el último, busca la pacificación y da
marcha atrás

en el
programa educativo
y en
la persecución a

la Igle­
sia,
restableciendo el modus vivendi de 1930, justo en el momento
de
emprender la nacionalización de las compañías
petroleras extran­
jeras;

acción política de enorme trascendencia y que requería de la
unidad y

pacificación del
pa:1s. Con el sucesor de Cárdenas, general
Manuel A vila Camacho,
la tregua se consolida
definitivamente.
III. En el tercer volumen de
su obra, Meyer estudia a los pro­
tagonistas

de la
Cristiada. Proceden
de todas las clases sociales, de
ambos sexos, de todas las edades ; por su origen político, proceden
de los
grupoo más diversos; todo México está representado en el
bando cristero, Las

raíces auténticamente populares del movimiento,
su fuerza, a pesar de la oposición de ciertos sectores eclesiásticos, su
enfrentamiento tanto con el Gobierno como con sus aliados norte­
americanos, etc., dejan traslucir claramente fa profunda motivación
religiosa que aglutinó a
los combatientes.
Los cristeros hubieron de enfrentarse a gravísimos problemas, el
principal

el financiero; siendo guerra del pueblo,
se hacía
práctica­
mente sin dinero. A este problema se
sumó el logístico, la desespe­
rante falta de armas y municiones, que, en muchas ocasiones, obligó
a abandonar una victo,da ya segura. Por contraste, el ejército del Go­
bierno contaba con todos los recursos financieros

y logísticos
y el
apoyo omnímodo de los Estados Unidos. De un enorme interés
son las páginas dedicadas por Meyer al
análisis de
la cultura

e ideología
de los cristeros, en las que van
sucediéndose los testimonios de unos campesinos humildes, rudos y
sencillos, que
rememoran la lucha

con citas del Apocalipsis y la
in-
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terpretan como el enfrentamiento entre el César y los mártires de
Cristo. Hombres que anhelan el martirio como
expiación y remlsión
y

que entregan la vida con alegría., muriendo con el nombre de Cristo
Rey en
los labios. «Hoblan la

lengua franciscana del siglo
XVI, la
de
San Agustín, la del texto inspirado. Tienen el ardor de los neó­
fitos, su lenguaje, su cultura. Cristo da nombre a su guerra;
el ejér,
cito

que
los ahorca, los quema y los desuella los llama Cristos Reyes,
los

de la coronación de
espinas. Son . la Iglesia sin sacerdotes de

la
sucesión apostólica
y repaesentan una cima de la cristiandad, como
lo atestigua
la belleza de su lenguaje, la riqueza de sus concep­
tos» ( 4).
En este punto la obra de Meyer pasa del análisis sociológico a lo
sobrenatural,
y,. ante el testimonio elocuente de los hechos, reconoce
,que, «por encima de los aspectos económicos, conviene considerar estos
alzamientos en sus raíces más profundas; _ si se quiere aprehender
realmente el sentido de la Cristiada, hay que tener en cuenta al lado
de
los factores

económicos, otra necesidad
y otra exigencia. Porque
si
bien los apetitos económicos
son realmente los más sustanciales y
los más constantes, no son los únicos, ni, a la larga, los más pode­
rosoo; no constituyen tampoco las- motivaciones más específicas del
alma humana, sobre todo en los períodos en que domina la ,emoción
religiosa» ( 5), y termina su obra comentando que entre los lugares
privilegiados

de
la historia de la Iglesia se encuentra «esa alta me­
seta mexicana evangelizada por los mendicantes, hijos de Francisco
de
Asís y de Juan de la Cruz». Las razones de esta afirmación han
sido expuestas en
los tres tomos de la obra.
E.M.D.
José Guerra Campos, obispo de Cuenca: ATEISMO, HOY(*)
En noviembre de 1977, el autor dio en un aula pública de Cuen­
ca cuatro
conferencias sobre
el ateísmo contemporáneo,
organizadas
por la Comisión

Diocesana de Jóvenes de Acción Católica.
Revisado
el texto de las mismas, podado de expresiones oratorias
y completado con citas . y bibliografía, constituye el volumen que
comenlamos.
El libro se divide en una Introducción y tres partes: Lª, formas
( 4) Meyer, Jean: qp, cit., pág. 320, tomo III.
(5) Meyer, Jean: op. cit., pág. 323, tomo 111.
(*) Ediciones Fe Católica, Madrid,· 1978, 185 págs., rústica.
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