Índice de contenidos
Número 171-172
Serie XVIII
- Textos Pontificios
- Monográficos
- Actas
-
Estudios
-
Nova et vetera. El pontificado de Juan Pablo II
-
El tradicionalismo filosófico y Donoso Cortés
-
El Estado y la política
-
Mundo, hombre y Derecho (Notas sobre el presupuesto antropológico de la filosofía jurídica)
-
El otro pacto del conde de Egmont
-
1903, un año decisivo en la historia del comunismo
-
Algunas innovaciones de la pedagogía moderna
-
Leyes civiles y comportamiento moral
-
Presentación del libro del Padre Santiago M. Ramírez, O.P.: La esencia de la caridad
-
- Información bibliográfica
- Ilustraciones con recortes de periódicos
Autores
1979
Jean Meyer: La cristiada
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Jean Meyer: LA CRISTIADA (*)
UNA PAGINA RESCATADA PARA LA HISTORIA
Se ha dicho, con razón, que J05 pueblos hacen la Historia, pero
no la escriben. Son
algun05 individuos J05 que
consignan por escrito
los acontecimientos históricos,
y legan a .Ja posteridad el recuerdo
de
los mismos. La Historia escrita
se convierte
así en la
memoria de
los pueblos,
en una fuente
permanente de
reflexión sobre
el propio
ser, sobre sus experiencias de
éxito o fracaso, y en un cau
table
de lecciones para la vida.
F., entonces cuan
lo quería Herodoto, se con Vierte en · maestra de la vida. ·
Hay, sin embargo, momentos en la vida de los pueblos en que
éstos
se ven poseídos por
una fiebre revolucionaria
que les
impele
a arrojar
por la borda todas las tradiciones, y a tratar de iniciar su
vida de nuevo, partiendo de la
nada, como pueblos fellh"-f, sin ningún
recuerdo ni patrimonio. En esos momentO:S la Historia se convierte
en un pesado lastre y en acusador implacable; es entonces necesario
reinterpretarla o
acallarla.
Aparecerá entonces
una
nilev-a Historia,
que
oculta, siJencia o deforma;
y si el· poder revolucionario. logra
mantenerse dominan!<, durante un pe,:íodo suficientemente
largo,
podrá borrar de la memoria colectiva a los h<'Chos y personas que
contradicen
la interpretación oficial ·
La desgracia que esto representa para un pueblo cuando llega a
sucederle es
difícilmente conmensurable, pues retorna a un
estado de
infancia . cultural,
liquida11do todo
lo
que había acumulado y cons
tituía su patrimonio
y madurez. Aunque biológicamente ese pueblo
se
podrá seguir llamando descendiente de aquél, cultura\mente_ será
otro, que inicia una nU.eva historia y estará condenad.O a .repetir nue
vamente todas las experiencias de su vivir colectivo.
Un
fenómeno similar al anterior se presenta
CUa11do, pormalqwer
tipo
de drcunstancias,
el. hecho histórico no encue!itra al hombre que
lo consigne por escrito; caso bastante frecuente cuando la rapidez de
(*) Meyec, Jean: La Cristiada, Ed: Siglo XXI, México, 1973, t.• ed.
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los hecltos, el nivel cultural o la ubicación geográfica de los prota
gonistas lo impide. Entonces se pierde w,a página para la historia de
ese pueblo,
y así, muohas vidas y sacrificios se toman estériles para
las sucesivas generaciones o queda el recuerdo sólo a nivel anecdótico
de algw,as familias; hasta que al cabo de pocas generaciones se pierde
definitivamente. ·
Las dos causas enumeradas: historiografía revolucionaria domi
nante y falta de documentos
escritos que superaran el marco biográ
fico, amenazaban con difuminar el recuerdo de la página quizá
más
importante del catolicismo mexicano: la guerra· de los cristeros ( l).
Ha
correspondido al
historiador francés
Jeán Meyer rescatar esta
página de
la
Historia. de
México en forma
definitiva, y, por paradoja
de nuestros tiempos, a
una editorial
izquierdista
el éxito · editorial y
comercial de la obra ( 2). ·
Fuera
del grupo de los
mexicanos ligados
directamente a la gesta
cristera, la
historia de la
lucha entre el pueblo
católico
y el estado
revolucionario en
el nacimiento
del moderno
Esta.do mexicano per
manc,da en secreto para el gran público ( 3). Silencia.da en los textos
oficiales
y aca!Ia.da en los medios católicos, fa guerra cristera ha sido
un
tabú que solamente un extranjero ha podido enfrentar sin presio
nes, y ha sido una suerte que .éste haya· sido Meyer, investigador" con-
·(1) Vid; .Mendoza Delgado, ]3ilrique: «La Gueria de los· Cristeros», en
Verl>o, núm. 159-160, págs. 1481 a 1)20.
(2) La obra ha aparecido en francés: La Chrfrliade, Ed. PAYOT, y en
inglés: The ·Chrisliade, · Oxford University Press.
(3) :Entre. las·_ obras ex:ist.enbes ·en el men:ado sobre la guerra de los
cristeros destacamos las siguientes, que c~ideranios de interés para los lCC
tQres que _deseen. profy.ndfaa.,r en el_ tema. _La mayor parte de las mismas ha
sido edita
Sobre ilspectos de la lucha_ dé algun.os. grupos cristei:Os, ocupa el priµcjpal
puesto Los Crüteros del Volrán ·Je Colima, del P. Enrique Ochoá, estremece
dor testimonio dé la lucha y la religiosidad que animaba a los combátientes;
Por Dios y por la Patria, del P. Félix Niva.rrete, es o~ buen relato. Entre
las memorias ocupan lugar des-tacado las de los-generaie5 cristeros Jesús De
gollado Guízar y las de . José Gutiérrez Gutiérrez. Entre las biografías de
cristeros se encuentran la de· Alfonso Trueba, sobre Ja vida de Luis Nava.no
Origel;
Entre las patas de .los -caballos, relato de Luis Rivero del Val, que
sigue el diari~_ de Manuel Bocilla., y .Rescoldo, de Antonio Estra.da, sobre la
vida de
su
padre, Flo~cio Estrada. jefe cristero de Durango.
-La ·paroa,pad6n en ia guerra_ de la Asociación Católica de la Juventud
Mexicana está magníficamente · recogida en-el libro Mi¡ico Crislero, de An
tonio _ Rius ;Fadus. Otra op,vela ~uy _ conocida y publicada durante la II Re
pública
por __ Acción Española, es «Héctor», del P,, O,.vid -Ramírei. _Finalment:et
e~_ Crhto, Rey de, México, _ A.ad.res Qá.rquíO:, Y R~z sitúa la gu~ cristera
dentro
de
la
ludia séatlar entre
·
Revolución y· Contrarrevolución en 1a His
panidad, destacando su significado trascendente y sacro, y el legado y misión
que para .los católicos mexicutos -representa.
240
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cienzu.do y escrupulooo, que ha consultado no sólo las fuentes docu
ment~les
dispersas, sino que ha hablado cou loo protagonistas, lognÍn
do
una aguda
penetradón en
la psicología de
loo participantes en
la
lucha
y de sus mocivadones.
La obra de Meyer ha abierto ya el campo a la investigitción de
este hecho histórico, que se manifiesta en la publicación de testimo
nioo
de loo protagonistas
aún
vivoo, en el interés
despertado por
el
tema entre los historiadores, en la re-edición de numerosas obras e
incluso en la producción cinematográfica. Han aparecido también
loo
primeros detractores de
la
obra, que denuncian la simpatía del
autor
por Lázaro Cárdenas y su Gobierno, su incomprensión a la Je
rarquía eclesiástica o la dureza
de sus juicios sobre personas o grupos
participantes en
la guerra
cristera. Sin embargo, a nuestro
juicio, aun
a
pesar de estas posibles puntualizadones, la aportadón fundamental
de
la
obra, a saber, la visión de conjunto de !05 hechos basada en
una concienzuda investigación, supera con .i;nucho todas -las críticas
que pudieran hacérsele. ·
La; obra consta de tres volúmenes, dedicados, el primero, al as
pecto militar de la guerra; el segundo, aJ conflicto político y diplo
mático
entre
la Iglesia
y el Estado mexicanos, y el tercero, a los com
batientes.
l. El conflicto entre la Iglesia y el Estado en México tuvo sus
antecedentes más remotos en la expulsión de los jesuitas del Imperio
español. Este hecho constituyó
un grave trauma que quedó
grabado
en
la conciencia de
loo católicos,
que vieron por primera vez
la posi
bilidad de un enfrentamiento entre
la Iglesia y el Estado, que se
continuaría
tras la Independencia política
de la metrópoli en 1821
y
en las guerras de Reforma entre liberales y conservadores durante. el
resto del siglo
XIX. La dictadura de Porfirio Díaz, desde 1876 hasta
1910,
constituyó un
interregno a la hostilidad contra
la Iglesia, en
el cual ésta se fortaleció
y realizó grandes obras, has!;> el grado de
conocerse
a <:.Sta época como «segunda Evangelización».
Con
el año 1910 llega la Revolución y la lucha entre las fac
ciones, que no terminará
hasta 1916, con el triunfo de los constitu
cionalistas,
al mando de Venustia.no Carranza. Este grupo, formado
por
liberales radicales,
masones
y antirreligiosos, promulgará una
nueva Constitución en 1917, que. recoge y aumenta la tradición jacoM
bina de las leyes de Reforma contra la Iglesia. Se le prohíbe poseer
cualquier tipo de bienes,
incluidoo los temploo y casas rurales; impar
tir educación; no se le reconoce personalidad jurídica a:lgwia, se
prohíben los votos religiOBos, etc.
241
.,
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En los siguientes años, los gobernadores d,; los Estados hostilizan
a
los católicos, cerrando
escuelas, tolerando
agravios a
templos y ecle
siásticos; estallan bombas en los Arzobispados de México y
de Gua
dalajara. Ante la provocación, la respuesta de los católicos en pro
vincias, especialmente en
Guadaiajara, es
firme
y contundente; tras
manifestacione1 y enfrentamientos con
la policía, el Gobierno se ve
obligado a dar marcha atrás e inicia una política de
apaciguamiento
que
quedará interrumpida al ser derrocado
Carranza por
el general
Alvaro Obregón en 1920. Aunque Obregón no
deseaba el enfrentamiento con
la Iglesia,
muchos
die sus partidarios, militares masones rabiosamente anticató
licos,
iniciaron campañas de
hostigamiento en
las provincias.
Además del odio a la religión, no fue
tampoco ajena
a la
perse
cución la envidia y recelo que ·entre los sindicalistas producían los
sindicatos y obras sociales de Jos católicos. Entre 1921 y 1924 se multiplicaron
los conflictos: man.ifestacio•
nes
católicas
en Morelia,
Guadalajara, San Juan de los Lagos y otras
poblaciones
terminaron con
la muerte de manifestantes
y con la im
punidad de los asesinos.
La consagración de México a Cristo Rey en
1923 culminó
con la expulsión del delegado apostólico; pero la
ruptura definitiva se producirá ea 1924 por la celebración en la
ciudad
de México, del Congreso
Eucarístico. El Gobierno obstaculizó
su celebración y finalmente
la suspendió.
De las iniciativas
personales y
aisladas, la facción revolucionaria
pasó a aplicar un plan sistemático de persecución contra la Iglesia.
El primer intento fue bajo la forma de Cisma. Un grupo de obreros
y sindicalistas ocuparon la iglesia de la Soledad, ea la ciudad de
México,
y proclamaron la creación de la «Iglesia Católica · Apostólica
Mexicana>>
con· la
colaboración de un
. sacerdote
cismático.
La repulsa
de los católicos fue unánime
y respondieron a los ataques, creando
en
el mes de
marzo de
1925 la «Liga
Naciona de
Defeasa de
la
Libertad Religiosa>>, que con el apoyo de los obispos y de las agru
paciones apostólicas
se difundió rápidamente en toda la nación.
En 1925 asumió la presidencia del país el general Plutarco Elías
Calles, representante de la facción revolucionaria más radical, y que
ya había dado pruebas de su fobia antirreligiosa mientras fue go
bernador
del Estado
de
Sonora. Hizo elaborar y promulgar, en enero
de 1926, una ley reglamentaria del
artícuJo 130 de
la Constitución,
sobre cultos,
y solicitó la refornia del Código penal para sancionar los
delitos en
matería religiosa.
Unas
declaraciones condenatorias
del
obispo de la ciudad
de México,
monseñor Mora
y Río, sirvieron de
pretexto para desencadenar la ofensiva definitiva contra la Iglesia.
242
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Calles hizo legislar a los gobernadores de los Estados, fijando arbi
trariamente el número
de sacerdotes autorizados
para cada uno de
elloo, obligando
a
loo sacerdotes a inscribirse ante
las autoridades y
a obtener
una licencia
si
deseaban ejercer el ministerio, al tiempo
que se
exigía la aplicación
estricta de
todas las
leyes anteriores en
materia religiosa.
El mes de julio se reunió el Comité Episcopa:l, que decidió apo
yar la campaña de resistencia
pasiva contra
el Gobierno
iniciada por
la Liga
de Defensa de
1a Libertad Religiosa, y tras consultar con
Pío XI, acordaron
la suspensión
de cultos públicos para el día 31
de julio de 1926, fecha de la entrada en vigor. de las disposiciones
gubernativas
; ya
que estimaban que
·en las
condiciones legales que se
establecían no era posible la realización del
culto.
El Gobierno no cedió ante esta medida y ordenó para el mismo
día realizar un inventario de los templos y entregarlos para su admi
nistración a juntas de vecinos partidarios
del Gobierno. Con este mo
tivo
.se produjeron
los primeros choques sangrientos entre los fun
cionarios del Gobierno y el
ptreblo católico
que defendía
loo templos.
En
las ciudades se inició un boicot económico general contra el Go
bierno, por el cual los católicos comprarían únicamente los artículos
indispensables, no enviarían a sus hijos a las escuelas públicas y adop
tarían otras medidas similares. El boicot fue cumplido con entusias
mo, y hacia el mes de septiembre hacía sentir sus efectos en todo
el país. A esta medida
se. sumó la recogida
de dos millones de firmas
solicitando la derogación de las leyes
petsecutorias que
fueron envia
das al Congreso, en donde fueron absolutamente ignoradas, Una larga
serie
de incidentes desembocaba así en un enfrentamiento global y
generalizado.
IL
Los alzamientos populares armados, sin ninguna coordinación
ni
dirección unificada, empezaron a proliferar en el centro del país,
y llevaron a 1a Liga a plantearse la posibilidad. de la resistencia ar
mada. Cuando finalmente optó por ella, el precario apoyo de la
Ji,.
rarquía y •u unídad de criterios se rompió. Tres obispos apoyaron
abiertamente a la Liga y
una docena
fueron' sus enemigos declarados.
Estas conductas de los obispos fueron determinadas principalmente
por las circunstancias particulares de cada Diócesis, en las cuales va
riaron tanto la política de las autoridades locales como la respuesta
y organización de los fieles.
Desde
el inicio
de la
insurrección generalizada,
en
el. mes
de
euero de 1927, en
ambos campos había grupos que trataban de ne
gociar
y llegar a una solución pacífica. El general Obregón, por
24~
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medio de cat6licos ricos partidarios del reg1men, entabl6 contactos
eón la Jerarquía .desde ese· mismo afio. Roma autorizó estos contactos,
que se reforzaron con la llegada a México, como embajador de los
Estados
Un.ido,;, de
Dwight
Morrow, qn.ien pronto
se ganó la con
fianza del presidente Calles,
y quieo con criterios pragmáticos vio la
necesidad de detener la lucha
para salvar al "égimen y a la economía
del país. Entre ambos persuadieron a Calles sobre la necesidad de
negociar, pero la tarea fue sumamente difícil, ya que las facciones
radicales de ambos
bandos hacían
todos los
esfuerzos posibles por
impedirlo.
Tras
el ínterin producido por
la muerte
a
manos de un
católico
del
general Obregón,
que
figuraba nuevamente
como candidato a la
Presidencia, y la elección de
Emilio Portes
Gil, se reanudaron los
contactos
entre el nuevo presideote y los obispos, quienes llegaron
a
unos
«arreglos» o
acuerdos en el mes
de mayo de 1929, por los
cuales el Estado
daba garantías verba:les a
la Iglesia de que podría
ejercer su
misi6n sin verse hostilizada, y ésta, a cambio, reanudaría
los
cultos póblicos.
Estos arreglos, heohos de prisa, sin contar en
absoluto con los cristeros
a.Izados en armas, y
que
les entregaba
sin
ninguna garantía en
manos de sus enemigos y sin
liaber obtenido
ninguna
reforma de
las leyes persecutorias,
llenaron de amargura a
los
combatientes, que se vieron impotentes para impedir que las
masas católicas volvieran a la vida normal, totalmente engañadas. Los
autores de estas negociaciones fueron
acremente censurad.os por
su
imprudencia, que quedaría demostrada muy
poro tiempo después,
cuando una nueva ofensiva antirreligiosa del Gobierno fuera empren
dida, una
vez desarticuladas
las organizaciones católicas y
asesinados
sus
dirigentes.
Para el estndio del aspecto militar de la guerra, Meyer la divide
en tres etapas. La de incubación
abarca el
período de agosto de
1926
a enero de 1927, en el cual aparecen numerosas partidas autónomas,
mandadas
por jefes y caudillos Joca:les, que operan en los territorios
que conocen y que en una acción de guerrillas hostilizan continua
mente a las
fuerzas militares del
Gobierno.
Los grupos cristeros van
desde los de una docena de hombres
hasta el
millar, y sus armas
son
escopetas
de
caza y armas viejas,
Actúan sin
planes definidos y
son
fácilmente dispersados cuando tienen un encuentro con las tropas
del Gobierno.
En octnbre de 1926, la Liga decide pasar a la lucha armada y
tratar de encuadrar el movimiento popular; en pos de este empeño
entrará frecuentemente en conflicto con
otros grupos
que se niegan
a someterse a su autoridad.
La magnitud de la obra y el alcance del
244
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movimiento hacen imposible a la Liga asumir el papel director del
movimiento
como lo
pretendía.
En
enero de 1927 se
prepara y realiza un levantamiento en masa
en
todo el
país, que
alcanza sus éxitos· más
importantes en
el Estado
de Jalisco, donde,
organizado por
el
grupo, «Unión
Popular», sor
prenden al
Gobierno, tomando numerosas poblaciones, y hacen que
el mo,,imiento se difuoda como reguero de pólvora hacia todos los
Estados
del oentro de México.
Eutre julio de 1927
y julio de 1928 el movimiento cristero deja
de ser una masa armada y se transforma en fa <
uo verdadero ,ejército bien disciplinado, bien armado y con un altí
simo espíritu de lucha. El principal artífice de esta
tránsformaci6n
es
el
general Eurique
Gorostiem Velarde,
quien con su enorme per
sonalidad supo ganarse el respeto
y admiración de jefes y soldados,
los que, a su vez, le
transmitieron la Fe y el sentido religioso de la
lucha. Bajo su mando se delimitan las zonas de operaciones, se con
ciertan
y ejecutan grandes operaciones y se aplican las reglas del arte
militar, lo
cual da como resultado la liberación de amplias zonas, en
las que los cristeros
establecen sus
propias autoridades
y administran
la justicia. Vastas regiones son abandonadas por
el ejército a los cris
teros, y solamente fas cruzan en fuertes columnas, castigando dura~
mente a la ¡,oblación civil, con lo cual no hacen sino aumentar la
resistencia
y· 1a colaboración popular con los cristeros. Eu las tropas
del Gobierno las deserciones aumentan
incontenibles, los
enfrenta
mientos
y batallas se vuelven frecuentes, y las victorias cristeras, es
pectaculares
y milagrosas. Los Estados de Jalisco, Michoacán, Colilµa,
Zacatecas,
Durango,
Aguascalientes,
Guanajuato, Querétaro y los al
rededores de la ciudad de México son
continuamente recorridos
por
las partidas cristeras, que llevan el movimiento hacia
otros Estados
que
en uo principio permanecieron
apo.rtados de
la lucha.
Las pérdidas del ejército hacia el fin de la guerra se elevarían
a 14
generaies, 70
coroneles
y 1.800 oficia:les, además de 55.000 sol
dados
y miembros de las tropas auxiliares. Las pérdidas de los cris
teros
se acercarían a los 30.000 hombres, sin
poder evaluarse las pér
didas
de la
población civil.
El
apogeo del
movimiento cristero
se a:lcanzó
entre marzo
y junio
de
1929, cuando el Gobierno, tras enfrentarse militarmente con uoa
facción disidente, fracasa en su ofensiva total contra 'los cristeros.
Estos
toman la iniciativa y emprenden una gran ofensiva, que será
cortada súbitamente cuando al campo de batalla lleguen las noticias
de los arreglos
en,tre la
Jerarquía eclesiástica
y el Gobierno.
Entre 1929
y 1931 la Iglesia impone la paz y cesa la lucha; mu-
24,
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBUOGRAFICA
ohos cristeros se acogen a la amnistía ofrecida por el Gobierno, y a
continuación se inicia la persecución y asesinato de todos los jefes
cristeros; auténtica carnicería, de la cual pocos logran escapar. A
partir de 1931
la facción radical
del Gobierno reanuda su campaña
anticatólica, que culmina en la introducción de la educación
sexual y
socialista. Nuevas leyes restrictivas y una ofensiva cultural y educa
tiva
se imponen a los
católicos, sin que
ésto5 puedan defenderse. Apa
recen
algunos grupos
armados, pero frente a· un ejército
ya fogueado
y ¡,reparado. Muchos grupos se ven empujados al terrorismo como
forma de lucha, mientras
los obispos
condenan
duramente a
los le
vantados en
armas, a:1 propio tiempo, que condenan la política edu
cativa del
Gobierno.
La situación volverá a la normalidad cuando la lucha por el poder
entre las facciones
revolucionarias enfrente
a los generales Calles y
Cárdenas; resultando vencedor el último, busca la pacificación y da
marcha atrás
en el
programa educativo
y en
la persecución a
la Igle
sia,
restableciendo el modus vivendi de 1930, justo en el momento
de
emprender la nacionalización de las compañías
petroleras extran
jeras;
acción política de enorme trascendencia y que requería de la
unidad y
pacificación del
pa:1s. Con el sucesor de Cárdenas, general
Manuel A vila Camacho,
la tregua se consolida
definitivamente.
III. En el tercer volumen de
su obra, Meyer estudia a los pro
tagonistas
de la
Cristiada. Proceden
de todas las clases sociales, de
ambos sexos, de todas las edades ; por su origen político, proceden
de los
grupoo más diversos; todo México está representado en el
bando cristero, Las
raíces auténticamente populares del movimiento,
su fuerza, a pesar de la oposición de ciertos sectores eclesiásticos, su
enfrentamiento tanto con el Gobierno como con sus aliados norte
americanos, etc., dejan traslucir claramente fa profunda motivación
religiosa que aglutinó a
los combatientes.
Los cristeros hubieron de enfrentarse a gravísimos problemas, el
principal
el financiero; siendo guerra del pueblo,
se hacía
práctica
mente sin dinero. A este problema se
sumó el logístico, la desespe
rante falta de armas y municiones, que, en muchas ocasiones, obligó
a abandonar una victo,da ya segura. Por contraste, el ejército del Go
bierno contaba con todos los recursos financieros
y logísticos
y el
apoyo omnímodo de los Estados Unidos. De un enorme interés
son las páginas dedicadas por Meyer al
análisis de
la cultura
e ideología
de los cristeros, en las que van
sucediéndose los testimonios de unos campesinos humildes, rudos y
sencillos, que
rememoran la lucha
con citas del Apocalipsis y la
in-
246
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terpretan como el enfrentamiento entre el César y los mártires de
Cristo. Hombres que anhelan el martirio como
expiación y remlsión
y
que entregan la vida con alegría., muriendo con el nombre de Cristo
Rey en
los labios. «Hoblan la
lengua franciscana del siglo
XVI, la
de
San Agustín, la del texto inspirado. Tienen el ardor de los neó
fitos, su lenguaje, su cultura. Cristo da nombre a su guerra;
el ejér,
cito
que
los ahorca, los quema y los desuella los llama Cristos Reyes,
los
de la coronación de
espinas. Son . la Iglesia sin sacerdotes de
la
sucesión apostólica
y repaesentan una cima de la cristiandad, como
lo atestigua
la belleza de su lenguaje, la riqueza de sus concep
tos» ( 4).
En este punto la obra de Meyer pasa del análisis sociológico a lo
sobrenatural,
y,. ante el testimonio elocuente de los hechos, reconoce
,que, «por encima de los aspectos económicos, conviene considerar estos
alzamientos en sus raíces más profundas; _ si se quiere aprehender
realmente el sentido de la Cristiada, hay que tener en cuenta al lado
de
los factores
económicos, otra necesidad
y otra exigencia. Porque
si
bien los apetitos económicos
son realmente los más sustanciales y
los más constantes, no son los únicos, ni, a la larga, los más pode
rosoo; no constituyen tampoco las- motivaciones más específicas del
alma humana, sobre todo en los períodos en que domina la ,emoción
religiosa» ( 5), y termina su obra comentando que entre los lugares
privilegiados
de
la historia de la Iglesia se encuentra «esa alta me
seta mexicana evangelizada por los mendicantes, hijos de Francisco
de
Asís y de Juan de la Cruz». Las razones de esta afirmación han
sido expuestas en
los tres tomos de la obra.
E.M.D.
José Guerra Campos, obispo de Cuenca: ATEISMO, HOY(*)
En noviembre de 1977, el autor dio en un aula pública de Cuen
ca cuatro
conferencias sobre
el ateísmo contemporáneo,
organizadas
por la Comisión
Diocesana de Jóvenes de Acción Católica.
Revisado
el texto de las mismas, podado de expresiones oratorias
y completado con citas . y bibliografía, constituye el volumen que
comenlamos.
El libro se divide en una Introducción y tres partes: Lª, formas
( 4) Meyer, Jean: qp, cit., pág. 320, tomo III.
(5) Meyer, Jean: op. cit., pág. 323, tomo 111.
(*) Ediciones Fe Católica, Madrid,· 1978, 185 págs., rústica.
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Jean Meyer: LA CRISTIADA (*)
UNA PAGINA RESCATADA PARA LA HISTORIA
Se ha dicho, con razón, que J05 pueblos hacen la Historia, pero
no la escriben. Son
algun05 individuos J05 que
consignan por escrito
los acontecimientos históricos,
y legan a .Ja posteridad el recuerdo
de
los mismos. La Historia escrita
se convierte
así en la
memoria de
los pueblos,
en una fuente
permanente de
reflexión sobre
el propio
ser, sobre sus experiencias de
éxito o fracaso, y en un cau
de lecciones para la vida.
F., entonces cuan
Hay, sin embargo, momentos en la vida de los pueblos en que
éstos
se ven poseídos por
una fiebre revolucionaria
que les
impele
a arrojar
por la borda todas las tradiciones, y a tratar de iniciar su
vida de nuevo, partiendo de la
nada, como pueblos fellh"-f, sin ningún
recuerdo ni patrimonio. En esos momentO:S la Historia se convierte
en un pesado lastre y en acusador implacable; es entonces necesario
reinterpretarla o
acallarla.
Aparecerá entonces
una
nilev-a Historia,
que
oculta, siJencia o deforma;
y si el· poder revolucionario. logra
mantenerse dominan!<, durante un pe,:íodo suficientemente
largo,
podrá borrar de la memoria colectiva a los h<'Chos y personas que
contradicen
la interpretación oficial ·
La desgracia que esto representa para un pueblo cuando llega a
sucederle es
difícilmente conmensurable, pues retorna a un
estado de
infancia . cultural,
liquida11do todo
lo
que había acumulado y cons
tituía su patrimonio
y madurez. Aunque biológicamente ese pueblo
se
podrá seguir llamando descendiente de aquél, cultura\mente_ será
otro, que inicia una nU.eva historia y estará condenad.O a .repetir nue
vamente todas las experiencias de su vivir colectivo.
Un
fenómeno similar al anterior se presenta
CUa11do, pormalqwer
tipo
de drcunstancias,
el. hecho histórico no encue!itra al hombre que
lo consigne por escrito; caso bastante frecuente cuando la rapidez de
(*) Meyec, Jean: La Cristiada, Ed: Siglo XXI, México, 1973, t.• ed.
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los hecltos, el nivel cultural o la ubicación geográfica de los prota
gonistas lo impide. Entonces se pierde w,a página para la historia de
ese pueblo,
y así, muohas vidas y sacrificios se toman estériles para
las sucesivas generaciones o queda el recuerdo sólo a nivel anecdótico
de algw,as familias; hasta que al cabo de pocas generaciones se pierde
definitivamente. ·
Las dos causas enumeradas: historiografía revolucionaria domi
nante y falta de documentos
escritos que superaran el marco biográ
fico, amenazaban con difuminar el recuerdo de la página quizá
más
importante del catolicismo mexicano: la guerra· de los cristeros ( l).
Ha
correspondido al
historiador francés
Jeán Meyer rescatar esta
página de
la
Historia. de
México en forma
definitiva, y, por paradoja
de nuestros tiempos, a
una editorial
izquierdista
el éxito · editorial y
comercial de la obra ( 2). ·
Fuera
del grupo de los
mexicanos ligados
directamente a la gesta
cristera, la
historia de la
lucha entre el pueblo
católico
y el estado
revolucionario en
el nacimiento
del moderno
Esta.do mexicano per
manc,da en secreto para el gran público ( 3). Silencia.da en los textos
oficiales
y aca!Ia.da en los medios católicos, fa guerra cristera ha sido
un
tabú que solamente un extranjero ha podido enfrentar sin presio
nes, y ha sido una suerte que .éste haya· sido Meyer, investigador" con-
·(1) Vid; .Mendoza Delgado, ]3ilrique: «La Gueria de los· Cristeros», en
Verl>o, núm. 159-160, págs. 1481 a 1)20.
(2) La obra ha aparecido en francés: La Chrfrliade, Ed. PAYOT, y en
inglés: The ·Chrisliade, · Oxford University Press.
(3) :Entre. las·_ obras ex:ist.enbes ·en el men:ado sobre la guerra de los
cristeros destacamos las siguientes, que c~ideranios de interés para los lCC
tQres que _deseen. profy.ndfaa.,r en el_ tema. _La mayor parte de las mismas ha
sido edita
puesto Los Crüteros del Volrán ·Je Colima, del P. Enrique Ochoá, estremece
dor testimonio dé la lucha y la religiosidad que animaba a los combátientes;
Por Dios y por la Patria, del P. Félix Niva.rrete, es o~ buen relato. Entre
las memorias ocupan lugar des-tacado las de los-generaie5 cristeros Jesús De
gollado Guízar y las de . José Gutiérrez Gutiérrez. Entre las biografías de
cristeros se encuentran la de· Alfonso Trueba, sobre Ja vida de Luis Nava.no
Origel;
Entre las patas de .los -caballos, relato de Luis Rivero del Val, que
sigue el diari~_ de Manuel Bocilla., y .Rescoldo, de Antonio Estra.da, sobre la
vida de
su
padre, Flo~cio Estrada. jefe cristero de Durango.
-La ·paroa,pad6n en ia guerra_ de la Asociación Católica de la Juventud
Mexicana está magníficamente · recogida en-el libro Mi¡ico Crislero, de An
tonio _ Rius ;Fadus. Otra op,vela ~uy _ conocida y publicada durante la II Re
pública
por __ Acción Española, es «Héctor», del P,, O,.vid -Ramírei. _Finalment:et
e~_ Crhto, Rey de, México, _ A.ad.res Qá.rquíO:, Y R~z sitúa la gu~ cristera
dentro
de
la
ludia séatlar entre
·
Revolución y· Contrarrevolución en 1a His
panidad, destacando su significado trascendente y sacro, y el legado y misión
que para .los católicos mexicutos -representa.
240
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBUOGRAFICA
cienzu.do y escrupulooo, que ha consultado no sólo las fuentes docu
ment~les
dispersas, sino que ha hablado cou loo protagonistas, lognÍn
do
una aguda
penetradón en
la psicología de
loo participantes en
la
lucha
y de sus mocivadones.
La obra de Meyer ha abierto ya el campo a la investigitción de
este hecho histórico, que se manifiesta en la publicación de testimo
nioo
de loo protagonistas
aún
vivoo, en el interés
despertado por
el
tema entre los historiadores, en la re-edición de numerosas obras e
incluso en la producción cinematográfica. Han aparecido también
loo
primeros detractores de
la
obra, que denuncian la simpatía del
autor
por Lázaro Cárdenas y su Gobierno, su incomprensión a la Je
rarquía eclesiástica o la dureza
de sus juicios sobre personas o grupos
participantes en
la guerra
cristera. Sin embargo, a nuestro
juicio, aun
a
pesar de estas posibles puntualizadones, la aportadón fundamental
de
la
obra, a saber, la visión de conjunto de !05 hechos basada en
una concienzuda investigación, supera con .i;nucho todas -las críticas
que pudieran hacérsele. ·
La; obra consta de tres volúmenes, dedicados, el primero, al as
pecto militar de la guerra; el segundo, aJ conflicto político y diplo
mático
entre
la Iglesia
y el Estado mexicanos, y el tercero, a los com
batientes.
l. El conflicto entre la Iglesia y el Estado en México tuvo sus
antecedentes más remotos en la expulsión de los jesuitas del Imperio
español. Este hecho constituyó
un grave trauma que quedó
grabado
en
la conciencia de
loo católicos,
que vieron por primera vez
la posi
bilidad de un enfrentamiento entre
la Iglesia y el Estado, que se
continuaría
tras la Independencia política
de la metrópoli en 1821
y
en las guerras de Reforma entre liberales y conservadores durante. el
resto del siglo
XIX. La dictadura de Porfirio Díaz, desde 1876 hasta
1910,
constituyó un
interregno a la hostilidad contra
la Iglesia, en
el cual ésta se fortaleció
y realizó grandes obras, has!;> el grado de
conocerse
a <:.Sta época como «segunda Evangelización».
Con
el año 1910 llega la Revolución y la lucha entre las fac
ciones, que no terminará
hasta 1916, con el triunfo de los constitu
cionalistas,
al mando de Venustia.no Carranza. Este grupo, formado
por
liberales radicales,
masones
y antirreligiosos, promulgará una
nueva Constitución en 1917, que. recoge y aumenta la tradición jacoM
bina de las leyes de Reforma contra la Iglesia. Se le prohíbe poseer
cualquier tipo de bienes,
incluidoo los temploo y casas rurales; impar
tir educación; no se le reconoce personalidad jurídica a:lgwia, se
prohíben los votos religiOBos, etc.
241
.,
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En los siguientes años, los gobernadores d,; los Estados hostilizan
a
los católicos, cerrando
escuelas, tolerando
agravios a
templos y ecle
siásticos; estallan bombas en los Arzobispados de México y
de Gua
dalajara. Ante la provocación, la respuesta de los católicos en pro
vincias, especialmente en
Guadaiajara, es
firme
y contundente; tras
manifestacione1 y enfrentamientos con
la policía, el Gobierno se ve
obligado a dar marcha atrás e inicia una política de
apaciguamiento
que
quedará interrumpida al ser derrocado
Carranza por
el general
Alvaro Obregón en 1920. Aunque Obregón no
deseaba el enfrentamiento con
la Iglesia,
muchos
die sus partidarios, militares masones rabiosamente anticató
licos,
iniciaron campañas de
hostigamiento en
las provincias.
Además del odio a la religión, no fue
tampoco ajena
a la
perse
cución la envidia y recelo que ·entre los sindicalistas producían los
sindicatos y obras sociales de Jos católicos. Entre 1921 y 1924 se multiplicaron
los conflictos: man.ifestacio•
nes
católicas
en Morelia,
Guadalajara, San Juan de los Lagos y otras
poblaciones
terminaron con
la muerte de manifestantes
y con la im
punidad de los asesinos.
La consagración de México a Cristo Rey en
1923 culminó
con la expulsión del delegado apostólico; pero la
ruptura definitiva se producirá ea 1924 por la celebración en la
ciudad
de México, del Congreso
Eucarístico. El Gobierno obstaculizó
su celebración y finalmente
la suspendió.
De las iniciativas
personales y
aisladas, la facción revolucionaria
pasó a aplicar un plan sistemático de persecución contra la Iglesia.
El primer intento fue bajo la forma de Cisma. Un grupo de obreros
y sindicalistas ocuparon la iglesia de la Soledad, ea la ciudad de
México,
y proclamaron la creación de la «Iglesia Católica · Apostólica
Mexicana>>
con· la
colaboración de un
. sacerdote
cismático.
La repulsa
de los católicos fue unánime
y respondieron a los ataques, creando
en
el mes de
marzo de
1925 la «Liga
Naciona de
Defeasa de
la
Libertad Religiosa>>, que con el apoyo de los obispos y de las agru
paciones apostólicas
se difundió rápidamente en toda la nación.
En 1925 asumió la presidencia del país el general Plutarco Elías
Calles, representante de la facción revolucionaria más radical, y que
ya había dado pruebas de su fobia antirreligiosa mientras fue go
bernador
del Estado
de
Sonora. Hizo elaborar y promulgar, en enero
de 1926, una ley reglamentaria del
artícuJo 130 de
la Constitución,
sobre cultos,
y solicitó la refornia del Código penal para sancionar los
delitos en
matería religiosa.
Unas
declaraciones condenatorias
del
obispo de la ciudad
de México,
monseñor Mora
y Río, sirvieron de
pretexto para desencadenar la ofensiva definitiva contra la Iglesia.
242
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Calles hizo legislar a los gobernadores de los Estados, fijando arbi
trariamente el número
de sacerdotes autorizados
para cada uno de
elloo, obligando
a
loo sacerdotes a inscribirse ante
las autoridades y
a obtener
una licencia
si
deseaban ejercer el ministerio, al tiempo
que se
exigía la aplicación
estricta de
todas las
leyes anteriores en
materia religiosa.
El mes de julio se reunió el Comité Episcopa:l, que decidió apo
yar la campaña de resistencia
pasiva contra
el Gobierno
iniciada por
la Liga
de Defensa de
1a Libertad Religiosa, y tras consultar con
Pío XI, acordaron
la suspensión
de cultos públicos para el día 31
de julio de 1926, fecha de la entrada en vigor. de las disposiciones
gubernativas
; ya
que estimaban que
·en las
condiciones legales que se
establecían no era posible la realización del
culto.
El Gobierno no cedió ante esta medida y ordenó para el mismo
día realizar un inventario de los templos y entregarlos para su admi
nistración a juntas de vecinos partidarios
del Gobierno. Con este mo
tivo
.se produjeron
los primeros choques sangrientos entre los fun
cionarios del Gobierno y el
ptreblo católico
que defendía
loo templos.
En
las ciudades se inició un boicot económico general contra el Go
bierno, por el cual los católicos comprarían únicamente los artículos
indispensables, no enviarían a sus hijos a las escuelas públicas y adop
tarían otras medidas similares. El boicot fue cumplido con entusias
mo, y hacia el mes de septiembre hacía sentir sus efectos en todo
el país. A esta medida
se. sumó la recogida
de dos millones de firmas
solicitando la derogación de las leyes
petsecutorias que
fueron envia
das al Congreso, en donde fueron absolutamente ignoradas, Una larga
serie
de incidentes desembocaba así en un enfrentamiento global y
generalizado.
IL
Los alzamientos populares armados, sin ninguna coordinación
ni
dirección unificada, empezaron a proliferar en el centro del país,
y llevaron a 1a Liga a plantearse la posibilidad. de la resistencia ar
mada. Cuando finalmente optó por ella, el precario apoyo de la
Ji,.
rarquía y •u unídad de criterios se rompió. Tres obispos apoyaron
abiertamente a la Liga y
una docena
fueron' sus enemigos declarados.
Estas conductas de los obispos fueron determinadas principalmente
por las circunstancias particulares de cada Diócesis, en las cuales va
riaron tanto la política de las autoridades locales como la respuesta
y organización de los fieles.
Desde
el inicio
de la
insurrección generalizada,
en
el. mes
de
euero de 1927, en
ambos campos había grupos que trataban de ne
gociar
y llegar a una solución pacífica. El general Obregón, por
24~
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medio de cat6licos ricos partidarios del reg1men, entabl6 contactos
eón la Jerarquía .desde ese· mismo afio. Roma autorizó estos contactos,
que se reforzaron con la llegada a México, como embajador de los
Estados
Un.ido,;, de
Dwight
Morrow, qn.ien pronto
se ganó la con
fianza del presidente Calles,
y quieo con criterios pragmáticos vio la
necesidad de detener la lucha
para salvar al "égimen y a la economía
del país. Entre ambos persuadieron a Calles sobre la necesidad de
negociar, pero la tarea fue sumamente difícil, ya que las facciones
radicales de ambos
bandos hacían
todos los
esfuerzos posibles por
impedirlo.
Tras
el ínterin producido por
la muerte
a
manos de un
católico
del
general Obregón,
que
figuraba nuevamente
como candidato a la
Presidencia, y la elección de
Emilio Portes
Gil, se reanudaron los
contactos
entre el nuevo presideote y los obispos, quienes llegaron
a
unos
«arreglos» o
acuerdos en el mes
de mayo de 1929, por los
cuales el Estado
daba garantías verba:les a
la Iglesia de que podría
ejercer su
misi6n sin verse hostilizada, y ésta, a cambio, reanudaría
los
cultos póblicos.
Estos arreglos, heohos de prisa, sin contar en
absoluto con los cristeros
a.Izados en armas, y
que
les entregaba
sin
ninguna garantía en
manos de sus enemigos y sin
liaber obtenido
ninguna
reforma de
las leyes persecutorias,
llenaron de amargura a
los
combatientes, que se vieron impotentes para impedir que las
masas católicas volvieran a la vida normal, totalmente engañadas. Los
autores de estas negociaciones fueron
acremente censurad.os por
su
imprudencia, que quedaría demostrada muy
poro tiempo después,
cuando una nueva ofensiva antirreligiosa del Gobierno fuera empren
dida, una
vez desarticuladas
las organizaciones católicas y
asesinados
sus
dirigentes.
Para el estndio del aspecto militar de la guerra, Meyer la divide
en tres etapas. La de incubación
abarca el
período de agosto de
1926
a enero de 1927, en el cual aparecen numerosas partidas autónomas,
mandadas
por jefes y caudillos Joca:les, que operan en los territorios
que conocen y que en una acción de guerrillas hostilizan continua
mente a las
fuerzas militares del
Gobierno.
Los grupos cristeros van
desde los de una docena de hombres
hasta el
millar, y sus armas
son
escopetas
de
caza y armas viejas,
Actúan sin
planes definidos y
son
fácilmente dispersados cuando tienen un encuentro con las tropas
del Gobierno.
En octnbre de 1926, la Liga decide pasar a la lucha armada y
tratar de encuadrar el movimiento popular; en pos de este empeño
entrará frecuentemente en conflicto con
otros grupos
que se niegan
a someterse a su autoridad.
La magnitud de la obra y el alcance del
244
Fundaci\363n Speiro
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movimiento hacen imposible a la Liga asumir el papel director del
movimiento
como lo
pretendía.
En
enero de 1927 se
prepara y realiza un levantamiento en masa
en
todo el
país, que
alcanza sus éxitos· más
importantes en
el Estado
de Jalisco, donde,
organizado por
el
grupo, «Unión
Popular», sor
prenden al
Gobierno, tomando numerosas poblaciones, y hacen que
el mo,,imiento se difuoda como reguero de pólvora hacia todos los
Estados
del oentro de México.
Eutre julio de 1927
y julio de 1928 el movimiento cristero deja
de ser una masa armada y se transforma en fa <
simo espíritu de lucha. El principal artífice de esta
tránsformaci6n
es
el
general Eurique
Gorostiem Velarde,
quien con su enorme per
sonalidad supo ganarse el respeto
y admiración de jefes y soldados,
los que, a su vez, le
transmitieron la Fe y el sentido religioso de la
lucha. Bajo su mando se delimitan las zonas de operaciones, se con
ciertan
y ejecutan grandes operaciones y se aplican las reglas del arte
militar, lo
cual da como resultado la liberación de amplias zonas, en
las que los cristeros
establecen sus
propias autoridades
y administran
la justicia. Vastas regiones son abandonadas por
el ejército a los cris
teros, y solamente fas cruzan en fuertes columnas, castigando dura~
mente a la ¡,oblación civil, con lo cual no hacen sino aumentar la
resistencia
y· 1a colaboración popular con los cristeros. Eu las tropas
del Gobierno las deserciones aumentan
incontenibles, los
enfrenta
mientos
y batallas se vuelven frecuentes, y las victorias cristeras, es
pectaculares
y milagrosas. Los Estados de Jalisco, Michoacán, Colilµa,
Zacatecas,
Durango,
Aguascalientes,
Guanajuato, Querétaro y los al
rededores de la ciudad de México son
continuamente recorridos
por
las partidas cristeras, que llevan el movimiento hacia
otros Estados
que
en uo principio permanecieron
apo.rtados de
la lucha.
Las pérdidas del ejército hacia el fin de la guerra se elevarían
a 14
generaies, 70
coroneles
y 1.800 oficia:les, además de 55.000 sol
dados
y miembros de las tropas auxiliares. Las pérdidas de los cris
teros
se acercarían a los 30.000 hombres, sin
poder evaluarse las pér
didas
de la
población civil.
El
apogeo del
movimiento cristero
se a:lcanzó
entre marzo
y junio
de
1929, cuando el Gobierno, tras enfrentarse militarmente con uoa
facción disidente, fracasa en su ofensiva total contra 'los cristeros.
Estos
toman la iniciativa y emprenden una gran ofensiva, que será
cortada súbitamente cuando al campo de batalla lleguen las noticias
de los arreglos
en,tre la
Jerarquía eclesiástica
y el Gobierno.
Entre 1929
y 1931 la Iglesia impone la paz y cesa la lucha; mu-
24,
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBUOGRAFICA
ohos cristeros se acogen a la amnistía ofrecida por el Gobierno, y a
continuación se inicia la persecución y asesinato de todos los jefes
cristeros; auténtica carnicería, de la cual pocos logran escapar. A
partir de 1931
la facción radical
del Gobierno reanuda su campaña
anticatólica, que culmina en la introducción de la educación
sexual y
socialista. Nuevas leyes restrictivas y una ofensiva cultural y educa
tiva
se imponen a los
católicos, sin que
ésto5 puedan defenderse. Apa
recen
algunos grupos
armados, pero frente a· un ejército
ya fogueado
y ¡,reparado. Muchos grupos se ven empujados al terrorismo como
forma de lucha, mientras
los obispos
condenan
duramente a
los le
vantados en
armas, a:1 propio tiempo, que condenan la política edu
cativa del
Gobierno.
La situación volverá a la normalidad cuando la lucha por el poder
entre las facciones
revolucionarias enfrente
a los generales Calles y
Cárdenas; resultando vencedor el último, busca la pacificación y da
marcha atrás
en el
programa educativo
y en
la persecución a
la Igle
sia,
restableciendo el modus vivendi de 1930, justo en el momento
de
emprender la nacionalización de las compañías
petroleras extran
jeras;
acción política de enorme trascendencia y que requería de la
unidad y
pacificación del
pa:1s. Con el sucesor de Cárdenas, general
Manuel A vila Camacho,
la tregua se consolida
definitivamente.
III. En el tercer volumen de
su obra, Meyer estudia a los pro
tagonistas
de la
Cristiada. Proceden
de todas las clases sociales, de
ambos sexos, de todas las edades ; por su origen político, proceden
de los
grupoo más diversos; todo México está representado en el
bando cristero, Las
raíces auténticamente populares del movimiento,
su fuerza, a pesar de la oposición de ciertos sectores eclesiásticos, su
enfrentamiento tanto con el Gobierno como con sus aliados norte
americanos, etc., dejan traslucir claramente fa profunda motivación
religiosa que aglutinó a
los combatientes.
Los cristeros hubieron de enfrentarse a gravísimos problemas, el
principal
el financiero; siendo guerra del pueblo,
se hacía
práctica
mente sin dinero. A este problema se
sumó el logístico, la desespe
rante falta de armas y municiones, que, en muchas ocasiones, obligó
a abandonar una victo,da ya segura. Por contraste, el ejército del Go
bierno contaba con todos los recursos financieros
y logísticos
y el
apoyo omnímodo de los Estados Unidos. De un enorme interés
son las páginas dedicadas por Meyer al
análisis de
la cultura
e ideología
de los cristeros, en las que van
sucediéndose los testimonios de unos campesinos humildes, rudos y
sencillos, que
rememoran la lucha
con citas del Apocalipsis y la
in-
246
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INFORMACION BIBLlOGRAFICA
terpretan como el enfrentamiento entre el César y los mártires de
Cristo. Hombres que anhelan el martirio como
expiación y remlsión
y
que entregan la vida con alegría., muriendo con el nombre de Cristo
Rey en
los labios. «Hoblan la
lengua franciscana del siglo
XVI, la
de
San Agustín, la del texto inspirado. Tienen el ardor de los neó
fitos, su lenguaje, su cultura. Cristo da nombre a su guerra;
el ejér,
cito
que
los ahorca, los quema y los desuella los llama Cristos Reyes,
los
de la coronación de
espinas. Son . la Iglesia sin sacerdotes de
la
sucesión apostólica
y repaesentan una cima de la cristiandad, como
lo atestigua
la belleza de su lenguaje, la riqueza de sus concep
tos» ( 4).
En este punto la obra de Meyer pasa del análisis sociológico a lo
sobrenatural,
y,. ante el testimonio elocuente de los hechos, reconoce
,que, «por encima de los aspectos económicos, conviene considerar estos
alzamientos en sus raíces más profundas; _ si se quiere aprehender
realmente el sentido de la Cristiada, hay que tener en cuenta al lado
de
los factores
económicos, otra necesidad
y otra exigencia. Porque
si
bien los apetitos económicos
son realmente los más sustanciales y
los más constantes, no son los únicos, ni, a la larga, los más pode
rosoo; no constituyen tampoco las- motivaciones más específicas del
alma humana, sobre todo en los períodos en que domina la ,emoción
religiosa» ( 5), y termina su obra comentando que entre los lugares
privilegiados
de
la historia de la Iglesia se encuentra «esa alta me
seta mexicana evangelizada por los mendicantes, hijos de Francisco
de
Asís y de Juan de la Cruz». Las razones de esta afirmación han
sido expuestas en
los tres tomos de la obra.
E.M.D.
José Guerra Campos, obispo de Cuenca: ATEISMO, HOY(*)
En noviembre de 1977, el autor dio en un aula pública de Cuen
ca cuatro
conferencias sobre
el ateísmo contemporáneo,
organizadas
por la Comisión
Diocesana de Jóvenes de Acción Católica.
Revisado
el texto de las mismas, podado de expresiones oratorias
y completado con citas . y bibliografía, constituye el volumen que
comenlamos.
El libro se divide en una Introducción y tres partes: Lª, formas
( 4) Meyer, Jean: qp, cit., pág. 320, tomo III.
(5) Meyer, Jean: op. cit., pág. 323, tomo 111.
(*) Ediciones Fe Católica, Madrid,· 1978, 185 págs., rústica.
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