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Libertad, liberalismo y tolerancia (III)

LIBERTAD, LIBERALISMO Y TOLERANCIA
POR
MICHBL QumZE'r
VII
LA LIBERTAD
Si algún valor sostenemos es la libertad.
Privilegio del
hombre inteligente,
Je
permite obrar con conoci­
miento de causa
y decidir sus actos voluntarÍllme.nte, después de
reflexionar.
En eso está la diferencia cnalitativa entre el hombre y la bestia.
La

privación
de libertad es un ataqne a la integridad de las
personas. La antoridad que se ejerza sobre el hombre deberá tener
en cnenta s11 carácter libre: no es lllla vaca a la que se lleva al prado,
ni
nn caballo

al
q11e se

doma.
Si el liberalismo
verdaderamente liberase, si trajese nn aumento
de libertad, en seguida deberíamos da.moo por vencidos y . decir que
la imposición
del objeto, la imposición de lo verdadero, la imposi­
ción del bien, de 'los deberes y de las instituciones ... son inútiles,
vanas y hasta escandalo,-,,. El liberalismo, ¿ha marchado en el sen­
tido de la libertad? Finalmente, da el
arllot.
Unicamente el hombre ama realmente, porque, gracias a su in·
teligencia, puede elegir el objeto de su amor, y ordenar su corazón
y su voluntad a ese amor. Permanecer en el_ amor, crecer en el a.mor,
¿no es acaso la más alta razón de ser del hombre?
En la vida
del hombre todo se ordena al amor, y la libertad es
la
condición del amor.
Es conocida la imagen del joven que esgrime una pistola en di-
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Fundaci\363n Speiro

MICHEL CREUZET
rocción a su Dulcinea para ... forzarlo a amarle (70). No es así como
se
«fuerza a amar». El amor jamás es impuesto: es libre. «El amor
libre>> es un pleonasmo. Sin libertad no hay amor.
«Yo

la amaré tanto
que ella me amará.» El enamorado busca
«conquistar» a la que quiere mediante atenciones, presentes y todo
aquello que puede
ganarle su

corazón
libremente.
Este apólogo muestra que el camino del amor es, en primer
lugar, la búsqueda del ob¡eto amad Para obtenerlo, se hacen tantos más esfuerzos y sacrificios cuanto
más elevado es ese bien y más va.le la pena.
Es una tensión fuera de sí, un despego del < al

«otro»,
y luego un don, una elevación del alma coo y por el otro.
Y
esto, en todos los grados del an,m,
Una el/Jt'cíón del mayor amor es también un rechazo de lo que
pudiera perjudicar al objeto
amado, afligirle y alejarie.
Verdadero rombate contra los obstáculos que se interponen entre
el ob¡eto, amado y nosotros.
Hemos tomado como
comparación al amor humano.

Pero puede
extenderse a toda la escala del amor: «desde el amor a los guisan­
tes, hasta el amor a Dios».
Aquel
que ama
el buen vino sabe
beberlo. Para ello busca reunir
fas mejores

condiciones
para d.egnstarlo: vasos, temperatura, elec­
ción del año, de la cosecha y de los platos con los cnales es necesario
servirlo.
Emborracharse no es ya amar al buen vino: es abusar de él.
Vemos en todo el papel de la inteliget,cia la moderación, el
equilibrio, el orden y la volunta En cuanto al amor a Dios, basta únicamente con la divisa de
Santa Teresa de Avila: lnos solo, Aquel que verdaderamente ama
a Dios
,s capaz de sacrificarle todo. Ascesis, mortificaciones, penas,
tatbajoo: nada

es bastante
para podar suficienteme:ite el alma y darla
a su Señor, ignal que se
poda un

manzano para
obtener mejores fru­
tos cuarulo llegue

la
sazón.
La parábola evangélica de la perla preciosa no tiene otro sentido :
se vende todo
para adquirirla.
(70) Gr. Jean Ousset: Liberté-autorité, págs. 18-19, Ed. Montalza, 1963,
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UBERT AD, LlBERAUSMO Y TOLERANCIA
En comparación con esta definición de libertad, ¿cómo aparece
la libertad liberttJ?
Hemos visto que la libertad liberal es, en primer lugar, 1111 re­
chazo, "'"' repulsa, de lod{) lo que, de,de el

exterior,
puede orden"'
la acción
del homhrei ... ; de tod{) fo que, no siendo el mismo, hombre,
le amenaza con imponérsele o aclu"4' en la determinación de su
comportamiento
(71).
Rechazo y repulsa que pueden manifestarse en diversos grados.
La Declaración de los Derechos del Hombre, de 1789, estima que
la libertdd consiste en poder hacer t1Jdo lo que na perjudique a otro
(art. 4.2).
Esta libertad admite, al menos, obligaciones sociales que pueden
estorba.ria y molestarla (72). No es la total libertad liberal de los
a.na.rquistas, ruya divisa es ni Dios, ni amo.
No

es la repulsa
exacerbada de aquel que llega, incluso, a opo­
nerse
a fas presiones y condicionamientos exteriores que influyen en
su pensamiento... Posición insostenible.
La repulsa de lo que no es «yo» tiene sus límites.
Augusto Comte escribió:
«¿Dónde se encuentra esa pretendida libertad de penra­
mientO'? ... ¿En tmron"Otnía, en física, en química, o quizá en
fisio!ogla? Lo que nos engaña, a este respecto, es la' extretrkJ
complejidad de la mtJteria, que permite, mientrd.f lo, fenó­
menos y .flls r-e4kiones sean mal conoridos, conjeturdS, inter­
pretaciones y {)piniooes diferentes, que nos dejan, en suma,
la libertdd
del error. Pero desde que desc11brim1Js una ley, la
pretendida libertad
de pensamient/J se desvanece y desapa­
rece,
al menos para quien guarda el elemental respeto a la
wherencia intelectudl, y a la verdttd» (73).
Al rechazar todo lo que pueda influir en la inteligencia (hasta
la
educación,
los hábitos del espiritu,
etc.), el
liberal
coherente no
(71) J. M. Vaissiere: Fundamentos de la politica, pág. 163, Speiro, 1966.
(72) Or. el texto de E. Benzecri, citado anteriormente.
(73) Cfr. J. M. Vaissiere: op. -cit.1 pág. 73.
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MICHEL CREUZET ·
puede sacar conclusiones por temor a emitir un juicio que no sea
exclusivammte <«le él».
Al no poder tener
confianza é1l su inteligencia, el liberal no en­
cuentra más que a sí mismo, en lo que su ser tiene de más puramente
afectivo e instintivo.
¿Qué llegan

a
ser mi capricho y mi fantasía cuando la inteligen­
cia
ya no
los ordena,

ya no
escoge lo
que es
razonable y lo que no
lo
es?.
Impulsos sin orden, reflejos de mis humores o de mis diges­
tiones.
Nada, nada ya que dependa de la inteligencia.
Mis actos están entonces determindos por las leyes ciegas de
mi
animalidad.
Chesterton

lo
nota con hwnor:
«Desarrollarse, progresar intelectualmente, ¿na .significa
que se tienen comNcciónes cada v.ez
más claras? ... El cerebro
es una máquina de· Sac't:h" conclusiones; Si no llega a ello es
que está oxiddo. Cuando vienen a hablarnos de un hombre
dem' e.s casi un contrasentido. Es como si hablaren de un clavo
,!emasido bueno para fijai una alfombra en el suelo, o de
un cerr"Ío demasiado bueno· para mantener una puerta ce­
m,da. No es muy exacto definir al hombre comó un animal
que fabrica instrumento,, pues las hormigas, lo, castores y
otros muchos animales .también los fabrican .... Cuando por
un l!.icepticiJmo cada vez más refinado... el h()fl1,bre rehúsa
ligarse a ningún sistema, ctldt!do pretende situarse más állá
de las definiciones, retrocede lentamente,
en virtud de su
mfrmo proceder,
hacia ¡,. vaga mentalidd de los animales
errantes y hacia
!,a i11corrsciencia de lá hierba. Los árboles no
creen en nda. ,Los nabos tienen una singular amplitud de
espíritu.»
Somos lleva.dos a las historias de Voltaire en sus Estudios sobre
el
derecho de
propiedd y el robo:
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«Los animales, infe1'iores por naturilleza, tienen sobre nos~
otros la ventaja de 1" independencia ... En este estdo 11atural
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UBERT AD, UBERAUSMO Y TOLERANCIA
de que disfr«tdn los ct1adrúpedos indomtldos, los páp,ro, y
los reptiles, el

hombre
sería tan feliz como ellos.»
Y
J. M. Va.issiere comenta:
«SI: lo que hay que tener es el cinismo de enseñar esto1
cuando se admite la umcepdón liberal o Nbertdritl de la li­
berldd. CMtepción.
de la que es necesario decir que lleva
directamente al abftlrdo, en el sentid(} más filosófico, de la
palabra (significa contradice/~)» (74).
El absurdo, tal es el final del arte cuando se deja llevar a la
creatividad· pura y sin respeto por las leyes del ser.
La decadencia comenzó por la falta de pudor en la expresión
artística:

no
solamente de pudor moral, sino esa falta de moderación
que

hace escribir
y decir todo lo que se le ocurre, y que no reconoce
ninguna jerarquía detenninada por la razón, ningún límite y ninguna
regla.
< genio Vegas Latapié--no se caracteriza por la forma literaria,
sino: por
el

fondo; no
por el n,ímero de actos, la unidad de
tiempos

o
lt> diversidad de ritmos poéticos y de estrofas, sino
porque se ha puesto al servicir; de la
rebelión

del
instinto
contra la razón,
de la sensibiltdad contra la inteligencia, de
las potencias inferiores mntra las súperiores. ·
»La degradación
y el h&rror sr;n cantados y exaltados por
los románticos con las imágenes y las palabras más brilltJntes.
El desorden, la anarqula, el mal y el dolor merecen todo su
entusiasmo·» (75).
El verso de Vktor Hugo «Amo al sapo· porque es feo» encuentra
su pareja, un siglo más tarde, en la negación misma del ser y de la
belleza:
«Odir; el rostro del hombre», declaró Pablo Picasso a Jean
Cocteau
(76).
(74) . Cfr. J. M. Vaissi~re: op. cit., pág.· 166.
(75) Romanticismo y democracia, Cultura Españolli;, 1938, pág. 15.
(76) Citado por J. de Fabregues: La revolution ou la foi.
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MICHEL CREUZET
¿Poder de la inteligencia eligiendo entre los bienes aquel que
mejor conviene a la
finalidad (natural y S(>brenatural) perseguida
por

la
persona, decisión motivada que ordena después los actos de
la voluntad a la decisión
tomada?
¿O

simple poder de
repulsa que deja a la inteligencia sin objeto
y entrega al hombre al determinismo de su ser físico?
¿Dónde está la verdadera
libertad?
Hemos partido
del

ideal
de la libertad propuesto por el libera­
lismo,
y regresamos a la concepción liberal de la libertad para com­
probar el fracaso total del liberalismo:
-

en el orden
de los hechos y en el de las realizaciones,
-
as! como

en el de la
ta,,r!a.
Y podemos concluir, una vez más: im¡,osible liberalismo,.
Si miramos más de cerca, veremos que ninguna libertad de re­
pulsa corresponde nunca con la génesis de los actos libres.
El

hombre ha progresado siempre
gracias a
su
inteligencia y a
su voluntad. Y ha
utilizado las fuerzas de

la
naturaleza para vencer
a la naturaleza. ¿De dónde
ha nacido el barco? De la necesidad de flotar en el
agua surgió la balsa, o el tronco de árbol vaciado. Pero ¿cómo re­
montar un río o atravesarlo? ¿Cómo resisti,r a la corriente? El hom·
bre inventó los remos. Era penoso. El hombre tuvo la idea de utifüar
la

fuerza del viento, que hasta entonces
constiro!a un obstárulo. Más
cerca de nosotros, se sirvió de la resistencia del agua como apoyo
para avanzar: surgió la hélice.
Esforzarse,

utilizar en
su provecho los obstárulos naturales, cons­
tituye la ley misma de la inreligencia en su papel de fabricante, el
más modesto de sus poderes. Lo mismo ocurre con todos los actos
libres: el hombre no rechaza más que lo que perjudica a su pro­
greso, bien sea en el orden del esp!ritu, en el de la acción o en el
de la contemplación.
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LIBER.T AD, LIBERALISMO Y TOLERANCIA
Hasta la necesidad de un orden trascendente no deja de impo­
nerse
a/ libre juego de /" libertl · Las cualidades del conductor no se manifiestan en la repulsa al
Código de
circulación --<¡ue le

constriñe-, sino
en la habilidad,
la prudencia,
los reflejos

...
El automovilista, aunque tenga el poder
físico, no
rueda por

la izquierda.
En primer lugar, comprende que
violar el orden público, incluso
convencional (¿por
qué la derecha
en lugar de la izquierda, como en Gran Bretaña?), tendría conse­
cuencias
graves para los

otros
r para él mismo.
Si
muere, su

libertad
desaparece. Si
mata, va a prisión
y su
li­
bertad queda comprometida. Awique fuese más fuerte materialmente
que
los policías,

como en una
novela del

Oeste, quedaría el carácter
trtJScendente de un orde11, cuyas prescripciones le sobrepasan. Su li­
bertad las acepta, porque ve en ellas la condición para su ejercicio.
La decadencia del
arte depende, sobre todo,

de la negativa
a lu­
char contra las dificultades.
El Greco no hubiese sido el pintor ge­
nial -y tan personal- que admiramos, si durante mucho tiempo
no
hubiese trabajado en Venecia, con el fin de aprender su oficio.
Cada cual !'º imprime su man:a persooal más que a aquello que
ya sabe
expresar.
Orden y trasoendencia
Prescripciones y orden siempre tienen una cierta finalidl rtlZón de ser.
Rechazo y repulsa son negativos y subjetivos. Ahora bien, en la
realidad de los
seres y de las cosas, aparece que todo tiene un fin
en función del cual está ordenl J. M. Domenach, director . de la revista Esprit, criticando la «so­
ciedad de conswno», escribe:
< sumo t>poniétulole /" sallsfacción anárq1lic"
de las necesidl el desarrollt> de tt>das lar facultl oponer/e una ética de responsabilidl plic"
11n1< idea del hombre orientád" hacid fines que rebasan
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MJCHBL CREUZEI
.r11 existen'CÍtJ. inmediate,, So'Cieddd nllnidimensional11
: estMnos
de acuerdo en impugnar/,., pera no se s,,/drá de e/Id más que
restt1bleciendo la olra dimensi6n, la
de la trascendencia» (77).
Jean Cau, agnóstico, piensa que la sociedad actual se pregunta
b,,/buceando
sobre la imposibilid
f/ÑJir
1,. liberldd del hombre,
Ji
éste e1tá de1enganch ¿Resultadoo?
La «desespernnza», la «insatisfacción», que claramente ha ob­
servado Georges Pompidou en su obra póstuma, el Nudo gordiano:
<<Ú per1ec11ci6n del bieneJI# materM P"'ª todo, en una
10ciedad
de abundancia '"' basta, y la evolución reciente de
las sociedades más c,mfQff
de vid" lleva consigo 11nd especie de de1e1peranza,
en todu caso
de lmallsfacción. Ahí eJtá, 1in dudd, la verda­
dera partida que ¡ueg" el mundo muderno ...
»El
materlaliJmo de la 1ociedad no JalÍJface la, a.rpiracio­
neJ

del
hombre y no dti un Jentido 1,,ficiente " J,, vida ...
»Se acerca el momento en que lt1 vivienda HLM,

incluso
ctmfortable, incluso dutada · de refriger wclna eléctrica y de televisión, y completad" con el coche
lndividlldJ,
no apdrecerl, más que como un cuadro de vida,
1,. eliminación de un cierto número de dificultades y de s11-
frimientr11, pero deiará intactos, quiero
decir

no
re!lleltos,
el problema de la felrcidad y el del sentido de 1" vida ... >>
Otro resultado: la sustitución de un orden, fundado por un orden
impuesto a la fuetta.
Jean Cau escribe justamente: «Todavía hace poco la
suciedad po,eía -si me alrevo " decirlo
y si puedo recurrir
di 1entido etimológico-1111 polir/as espontáneos. Por e;em­
plo,
el padre, el iefe con mértlos y, en fin, el st »De t,,/
modo que el orden, más que impuesto, era con­
sentido y vivido, y sacdbtJ su legitimiddd ,l}tim,, de una
(77) Esprit, agosto-septiembre de 1968.
(78)
Paris•M4kh, 26 de mayo de 1973.
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UBBRT AD, UBERALISMO Y TOLERANCIA
trascendencia. El delincuente no era solamente · un fuer" de
la
ley, sino un fuera de Id moral, pues, con razón o sin ella,
ésta era. generdlmente reconarida, yt:i. r¡ue una cierta moral
no se discutí", sino 9.ue se practicaba espontánedmente sin
dividirse

por cuestiones ... V
acidáa de la sagrado, privdáa de
toda trascendencia, lea moral, se ve condenada ea no ser ya,
en el plano de las sociedadeJ, más que la práctic" del orden.
Como además éste es impugndáo por toda, partes y asaltdáo
por
todos

los
lados, resulta evMente que el crimindt desempeña
el papefl de

primer
contesttllario· y, por poco,

el de
víctim~
y
héroe

... En
verddd, toda socieddá tiene la policía 9.ue

se
merece; pues ésta no es m4,, que la emantleión del cuerpo
socidl y de las dudas y ,tjirmacione, 9.ue le son propias. Cuan­
to más laica se hace una moral, tanto más el sacerdote está
destindáo " Jer reemplazado por el policía, y las dictaduras,
cualnqlliera que seán, son la negra ilustración de esta evi­
denci"'> (79).
Al describir el liberalismo, hemos descubierto que destruía la
noción de trascendencia.
Las opiniones colectivas, dedamos, son el producto de una evo­
lución perpetua y sin finalidad.
Ningún

valor
estable y permanente, que rebase el orden material,
es admisible con

esta óptica.
El
análisis del coo.cepto de libertad lllJO lleva a la misma con­
clusión.
Sin orden, sin trascendencia, sin finalidad, sin consideración a
los fines últimos del hombre, ¿cómo van a ordenarse nuestros actos?
Por
falta
de
autoridades naturales y sobrenaturales reconocidas
y obedecidas, el hombre se encuentra solo, enrerrado en sus negati­
vas,
y, finalmente, es la victima de nn orden exterior y puramente
formal

del que impugna
hasta la legitimidad.
La libertad liberal, por no aceptar obligaciones y reglas, conduce
a la dictadura y al :reino de la fu=a bruta.
Podemos concluir,

un
vez más: imposible liberalismo.
(79) «Le fond du probleme», 1ii!to,ia, núm. 291, febrero 1971, repro­
ducido en Permanence), núm. 8(), mayo 1971.
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