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Número 187

Serie XIX

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El inmanentismo y la teología contemporánea

EL INMANENTISMO Y LA TEOLOGIA
CON'l.1EMPORANEA
POR
MIGUEL PORADOWSKI
SuMAa10: l. No existe y no puede existir ninguna teología cristiana
sin bases y respaldo de alguna filosoffa.-2. No toda filosofía puede
servir para este fin, y, por esta
razón, el

pensamiento cristiano, desde
el primer siglo,
está empeñado

en la elaboración de su ''filosofía cris­
tiana", como instrumento del pensar teo16gico.-3. De vez en cuando, algunos teólogos abandonan
este pensamiento

cristiano, es decir,
la philosophia perennis, y recurren a las filosofías de moda, entre las
cuales hay también las que son
inmanentistas.--4. Las teologías que recurren a

las filosofías inmanentistas despersonalizan el concepto
de Dios,
lo que termina en las "teologías de la muerte de Dios".
Además,
en consecuencia, también despersonalizan el concepto del
hombre, rebajándole
al nivel del animal.
1. A pesar de que la fe cristiana compromete toda la persona­
lidad del hombre, es decir, a su razón, a su voluntad y a su senti­
miento, ante todo y primeramente compromete a su inteligencia, pues
ignüti nulla cupido: el hombre no puede desear lo que no conoce,
es decir,
la voluntad y el sentimiento están condicionadoo por el co­
nocimiento.
Sólo a

medida que
el hombre llega a conocer mejor a
Dios, también puede
llegar a

amarlo
más profundamente y vivir
mejor
la fe.
La fe cristiana busca el entendimiento de los misterios reveladoo:
Fides quaerit intellectum y, entonces, la fe llega a ser «razonable»,
no

se opone a
la razón, no la desprecia ( como ocurre en muchas
otras religiones), sino, al contrario,
la aprecia, incluso la exige, pues
la fe cristiana es el otro camino a la verdad. Ego sum veritas -dice
Cristo de sí mismo-. Para el cristiano, buscar la verdad es buscar a
Cristo, a Dios,
y, al revés, buscar a Dios es buscar la verdad, y buscar
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la verdad es tarea propia de la razón. De ahí que también intellec­
t111 quamt fidem.
La teología cristiana tiene su origen en el mismo acto de la fe,
pues ésta está caracterizada por la radical racionabilidad y tendencia
a explicitarse en un
«discurso». Además,
este
«discurso», a su vez,
también

se caracteriza
por la racionabilidad científica y por las re­
ferencias al medio cultural,
pues tiene

que usar el lenguaje
adecuado,
para

poder
ser entendido. Se impone, pues, la necesaria mediación
de la filosofía y, en
consecuencia, la
racionabilidad filosófica de la
teología. El objeto propio de
la teología cristiana es el Dios de la
Revelación, y también su método tiene, necesariamente, que recurrir
a la Revelación, es decir, debe estndiar lo revelado y a la luz de la
Revelación.
2. Si
es así, es evidente que no toda filosofía se presta como
mediación en el discurso teológico, sino solamente las filosofías que
están interesadas en la búsqueda de
la verdad, pues la Verdad reve­
lada
es el objeto del estndio de la teología cristiana. Entendían esto
muy bien los primeros
te61ogos cristianos,
pues sabemos que no re­
currían a cualquier filosofía, sino únicamente a los sistemas de pem;:ar
riguroso, elaborados en relación con la búsqueda de la verdad, como lo fue la escuela de Sócrates-Platón-Aristóteles.
Los primeros pensadores cristianoo toman de· este sistema socrá­
tico-platónico-aristotélico los elementos
de pensar riguroso y metó­
dico, elaborando la filosofía cristiana como
ancilla theologiae. Cada
generación de pensadores cristianos contribuye a enriquecer esta
Phi­
/o,ophia perennis, pero el aporte de Santo Tomás de Aquino es tan
extraordinario que le imprime, para siempre, un carácter decisivo.
Toda historia de la filosofía, honesta y objetiva, tiene que reco­
nocer la extraordinaria contribución de los pensadores cristianos al
desarrollo y profW1dización del filosofar, no solamente cristiano, sino
también general, debido a esta estrecha vinculación existente entre
la teología y la filosofía. A lo largo de los siglos se confirmó ple­
namente lo dicho por San Agustín, de que
Fides quaerit intellec­
tum et

intellectus
quaerit fidem. La fe cristiana, siendo radicalmente
racional, siempre exige el esfuerzo intelectnal del cristiano para
ad-
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EL INMANENTISMO Y LA TEOLOGIA CONTEMPORANEA
herir, con toda su personalidad; a los misterios revelados, y, por
otra parte,
el intelecto del cristiaoo, .teniendo hambre de la Verdad
última
y absoluta, de la Verdad que es el Dioo mismo, busca la fe
cristiana, pues sólo la Revelación puede profundizar, completar y
aclarar lo que el hombre descubre por sus propias fuerzas.
3. Sin embargo, de
vez en cuando, algunos teólogos cristianos,
en
vez de

servirse de esta
philo,ophia p,rennis, recurren a las filo­
sofías de moda, es decir, a las de la época, sea
porque honesta y
sinceramente suponen que en ellas pueden encontrar loo elernentoo
adecuados

para
exponer y explicitar los misterios de los dogmas de
la fe -de manera parecida a como
loa teólogoo del

pasado
loa en­
contraron

en las filosofías precristianas greco-romanas--, sea
por la
convicción

de que es
indispensable hablar el

lenguaje filosófico ade­
cuado, para ser entendidos por sus contemporáneos, es decir, por
motivos
«pastorales», sea

porque
olvidan. que
no toda
filosofía sirve
para la telogía. De esta manera -<1 pesar de las muy claras y per­
tinentes
admoniciones por
parte del Magisterio eclesiástico, especial­
mente al final del siglo
XIX, como, por ejemplo, la endclica Aeterni
Patris, del Papa León XIII, y, en el siglo xx, las encíclicas Pascendi,
del Papa Pío X; Humani generis, del Papa Pío XII, y muchas otras--,
muchos teólogoo recurren

a las filosofías no cristianas de sus tiem­
pos. El mal ejemplo salió de parte de los teólogos protestantes y,
poco a poco, pasó al ambiente católico.
Siendo esencial la vinculación entre la teología
y la filosofía, ésta,
que se encuentra en la base de la teología, la condiciona e, incluso,
a veces, la determina. De ahí la grave responsabilidad del teólogo res­
pecto a la
selección de
las filosofías.
Si recurre a las filosofías in­
manentistas, su teología necesariamente resulta también inmanentista,
es decir, deja de ser cristiana, pues niega la existencia del Dios tras­
cendente. La gravísima crisis de la teología actual está provocada -al
menos en
par!.,__ por la aceptación e incorporación en los estudios
teológicos de las filosofías inmanentistas.
4. El inmanentismo, siempre latente en algunas corrientes fi­
lóoóficas, se hace presente, de una manera evidente, en las filosofías
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de Espinosa, Kant y Hegel, y, por consiguiente, también en todas
las teologias que, más o menos, están vinculadas con estas filosofias.
Especialmente
el kantismo
y el hegelismo, debido a su inmanentismo,
no admiten ni la Revelación, ni la vida sobrenatural y, en consecuen­
cia,
se oponen al mismo concepto de la teologia cristiana. De ahí
la acertada opinión de Alberto
Caturelli :
«nada
existe ni
puede
exis­
tir

más contrario
y enemigo de Cristo que el inmanentismo, tomando
la expresión en su sentido más moderno, y
tal como lo empleamos
en filosofia, porque el inmanentismo no siguifica otra cosa que la
expresión filosófica y sistemática, docta, del "espíritu del mundo".
El Espíritu, ha dicho Hegel, es infinita inmanencia, sustancia infi­
nita; 'en cuyo caso, todo es -inmanente a sí mismo y no hay "espacio",
por así decir, para un Dios trascendente y revelante y por eso será
inútil tratar de conciliar inmanentismo y cristianismo. Por los mis­
mos motivos, hay contradictoriedad entre inmanentismo y tradición
cristiana; si se entiende por inmanencia el acto de quedar, perma­
necer en, es decir, de residir en un ser dentro del cual también tiene
su término ~omo el Espiritu hegeliano, la realidad del positivismo,
la materia en el marxismo), entonces se vuelve imposible la trans­
misión de una Tradición que tiene por fuente a Dios trascendente
y cuya inteligencia depende del Espiritu de Dios actuando en la Iglesia. Debe, pues, tenerse bien presente que
el inmanentismo es
incompatible no solamente con la Revelación contenida en la
Escri­
tura, sino, por eso mismo, con la Tradición que le está estrechamente
unida». (La Iglesia Católica 1 /,>s catacumbas de hoy, pág. 15.)
Sin embargo, hay teólogos que -contra toda evidencia de la ra­
dical oposición existente entre el inmanentismo y el cristianismo­
siguen haciendo esfuerzos por introducir las filosofías inmanentistas en la teología cristiana. A medida que
estos teólogos
se sirven de las
filosofías inmanentistas
y sobre ellas construyen sus sistemas teoló­
gicos, se acentúa el proceso de la destrucción de la teología cristiana,
es decir, que estas teologías dejan de ser cristianas o, mejor dicho,
se cambia el mismo concepto
y contenido del cristianismo, pues se lo
desacraliza,
seculariza y

«mundaniza».
Siendo lo inmanente opuesto a lo trascendente, estos teólogos
-para salvar
las apariencias

de que siguen fieles a lo
trascendente
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EL INMANENTISMO Y LA TEOWGIA CONTEMPORANEA
( sin el cual no hay cristianismo)- reformulan el concepto de lo
trascendental de tal manera que pueda ser aceptable dentro de
la
posición inmanentista. Generalmente, en estos «ejercicios acrobliti­
cos», se sirven del concepto kantiano de lo trascendente ( el cual no deja de ser inmanente), engañando a
loo ingenuos y sembrando la
confusión, pues usan el término «trascendental», pero no en el sen­
tido aceptado por la philosophia perennis. Mientras que el kantismo
se encuentra en la base
de casi

todas las teologías protestantes de
secularización, que
terminan con la «teología de la muerte de Dios»,
el hegelismo directa o indirectamente ( en este último caso principal­
mente
por intermedio del existencialismo heideggeriano) penetra en
la teología de Karl Rahner y de sus seguidores.
A medida que alguna teología cristiana se sirve de la filosofía
inmanentista, Dios, su objeto principal,
como Ser

Supremo
y tras­
cendente al sujeto cognoscente, deja de existir, convirtiéndose en un
concepto inmanente del sujeto cognoscente. Viene la «muerte de
Dios», es decir, la muerte de un conoepto cristiano de Dios, único
concepto aceptable para el Cristianismo como fe revelada. Para este
caso, el ejemplo
más ilustrativo, constituye el libro del obispo angli­
cano John A. T. Robinson :
H onest to God.
No es este el caso de Nietzsche. Cuando él proclama la «muerte
de Dios», es evidente que no se refiere a 1a «muerte)> o desapari~ón
de un concepto de Dios, sino que se refiere al Dios de la fe cristiana,
al Dios vivo, real y existente, a Cristo, pues el odio que demuestra
no sería posible -en relación al puro concepto; sólo -se justifica como
odio de la Persona, de cuya existencia real no duda.
Actualmente el peligro más grave es la tentación de servirse para
la teología cristiana de la filosofía hegeliana, pues esta filooofía es
la fuente principal de
la corrupción del pensamiento cristiano y de
la teología cristiana. Del hegelismo salió la corruptora «ética de
situación», la cual es sencillamente la negación de la ética como tal;
del hegelismo salió la corriente de la teología de la «muerte de Dios»,
del hegelismo salió el nefasto evolucionismo inmanentista de Teilhard
de Chardin ; del hegelismo salieron las corrientes teológicas que des­
personalizan el concepto de
Dioo y del hombre, y esta despersona­
lización es la causa inmediata no solamente de la < 849
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sino también de la «muerte del hombre» como ser trascendental, es
decir, abierto a la vida
sobrenatural, a
la vida eterna en el seno de
Dios Padre.
A
estos «suicidios

espirituales» -la expresión es del Papa
Paulo VI ( discurso del 12 de septiembre de 1970)- lleva a la hu­
manidad la nefasta filosofía inmanentista, de la
cual. los principales
representantes,

que tienen influencia en la teología, son Kant
y
Hegel.
Es este inmanentism.o corruptor, kantiano1h,egeliano-heideggeriano,
disfrazado con el nombre del «existencialismo trascendental», el que
Karl Rahner introduce en la teología católica, exponiéndola al peli­
gro del «suicidio
espiritual».
Con dolor constatamos en nuestros dias la plena actualidad y
vigencia de las palabras del Papa San Pio X, cuando en la enciclica
Pascendi escribe, refiriéndose a los teólogos inmanentistas, que «im­
pregnados hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los
adversarios del

Catolicismo, se jactan... como
restauradores de
la Iglesia».
El remedio contra este
mal ya nos lo indicaron innumerables veces
los
Sumos Pontífices, en sus sabias
enciclicas, insistiendo
siempre
en el respeto y fidelidad a
la pht/(Jsophia perennis, de la cual el más
genial representante sigue siendo Santo Tomás de Aquino.
No
es en
las fuentes del inmanentismo, pues
-que son las fi.
losofías de Kant
y de Hegel- donde deberíamos beber la sabiduría
necesaria para seguir elaborando la teología, sino en la filosofía cris­
tiana, dando en ella preferencia al pensamiento del Doctor Angélico,
como nos enseña el Papa León XIII, . en su encíclica Aeterni Patris1
cuyo centenario celebramos.
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