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En el corazón del marxismo: la dialéctica

EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
POR
THOMAS MOLNAJt
Es extraño que, siendo el marxismo una ideología tan poderosa e
influyente, cuya realización
parece solicitada por la mitad del planeta
en que se extienden los regímenes que llevan su nombre, continúe
oyéndose hablar, a pesar de esos éxitos, de la búsqueda de un mar­
xismo «auténtico». Sin embargo, la razón de ello es clara: la teoría
y la práctica marxistas están de tal manera en los antípodas de la
naturaleza humana que, por un lado, un régiµ1en. comunista es. for­
zosamente
-e insoportablemente- opresor, y, por otro ladp, .dad~
los horrores desencadenados por él, los criticas ~arxistas del ext~ri~t
se

ponen
irimediatamente a

buscar
µn . comunismo _ de realización
más suave: compatible con la democracia, las libertades y el huma­
nismo. Entonces surge un régimen comunista nuevo, portador de es­
peranzas rejuvenecidas, superador de las -experiencias precedentes que
son ya olvidadas y perdonadas. Pero el régimen nuevo no evita esa
misma fatalidad. Desde
el principio es inhumano, y por ello resulta
a1 fin merecedor de -una serie de nµevas críticas ... No s€' sale de· ese
círculo vicioso. Como escribe el marxista arrepentido, L. Kolakowski,
parece
que hay en el sistema y en la gestión marxista una «lógica in.
fernab> que deshuµianiza' las mejo~es · iÓten.cioÍies re'VoluciOná!ias: Pe­
ro,

yendo
más allá que él; tenemos :de~echo a proponer como ·irtefu­
table, que esas intenciones tampoco son: nada buenas, que· la lógica
infernal
no está inyectada en
el· márxismo desde el exterior, sino que
es inseparable de él, por lo menós en tanto toma de Hegel su dia­
léctica que, bajo
'la famosa etiqueta del «Maestro y del Esclavo», es
convertida en
el principio del desarrollo de la historia.
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Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
El propio Kolakowski habla también de un «mecanismo de la
perversión», cuyo principio
seria la absolutización

del Bien y
del Mal.
Bernard-Henri Lévi, «nuevo filósofo», añade que esta absolutización
no es, en sí misma, responsable de la perversión, puesto que entre
los «reyes absolutos>>,
y se cita a Luis XIV como ejemplo clásico, se
.r~onoció el absoluto divino siniándose, justamente, bajo su autoridad.
Esta es la diferencia de la que Kolakowski y otros no parecen darse
cuenta: el absoluto que no está encarn_ado _ en. un hombre, sino en un
Ser superior al hombre (ser 'y no co.ra, como la naturaleza, el cielo estre­
llado, el sol), que le trasciende, ese absoluto no lleva implícito en 5Í
mismo el despotismo. lll rey absoluto, de «derecho divino», por el
hecho de

saber que depende de Dios, es consciente de los límites
que Dios le impone, y sus súbditos, por su _parte, también tienen con·
ciencia

de ello. Sobre esto, _ha
escrito Bossuet páginas de una clarida,d_
meridiana (a). Lo terrible es la absolutización del Bien en un hombré
cuyos

adversarios se convierten
ipso fdcto en portadores del Mal y,
por ello, en exterminables físicamente y moralmente reductibles a
la nada. Será preciso, pues, ~contrar en Marx el principio de la ab~
solutización

localizado en tal ser humano
y, consecuentemente, e~
principio· del odio a los demás. Porque es quizá este odio lo que
mejor

explica que las previsiones
y profecías de Marx, como el em­
pobrecimiento de las masas, la desaparición del Estado, la
polariza:C
ción de la sociedad en dos clases rígidamente antagónicas, etc., no se
hayan realizado.
Sin embargo, no eran cosas imposibles. Para comprobarlo, mire­
mos el sector de los socialistas que Marx y Engels calificaban de
«utópicos», término que en su pluma era oprobioso. Situándose en
a) En una obra reciente, Le pouwir pur, Jean Baechler distingue des,
potismo, tiranía y monarquía absoluta ( de derecho divino). Escribe res­
pecto de esta
última: el derecho ·divino constituye un pretil eficaz contra
la jactancia de rey que no puede actuar sino como vicario en un maico
delineado con precisión por una tradici6n que la religión impregna de lo
sagrado... C:Orre el riesgo . de sanciones muy severas, pues sus súbditos pueden
ser
liberados de su deber de obediencia... Por esto, la corrupción de _ los
monarcas cristianos
casi siempre ha sido de orden personal y muy rara­
mente de naturaleza
política.
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EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTlC.it
el corazón de la clase obrera, enloquecida por el paro, Prouclhon es­
cribió:
«Ordenad que
a partir del
1,Q de
Enero de 1847 el trabajo
y
el salario están garantizados para todo el mundo: inmediatamente
una inmensa_ distensión va a suc-eder a la tensión ardiente de la in~
dustria», y Adolphe Blanqui proclamaba en 1845 que el remedio
salvador era
el de asociar el trabajo y el capital, y la participación
del obrero en los beneficios. Estas proposiciones han llegado a ser
realidades hoy, y están en el eje principal
· de la política

económica
de los gobiernos. En la
Alemania. de

finales del siglo
XIX, E. Berns­
tein, ya-con medio siglo de· experiencia tras él, rechaza al marxismo
como «utópico» y espantoso con su mecanismo implacable, y opt,
por la colaboración de los socialistas en la sociedad industrial, con
vistas a obtener más democracia y libertad. Ahí vemos, una vez más,
las grandes líneas de la social-d~mocracia actual, adoptada .por los
gobiernos occidentales, abierta o tácitamente. ·
Es decir, que a·· pesar de la presencia gigantesca del marxismo
que
a la vez siembre el miedo y crea las resistencias, el principio de!
odio en su entraña le hace perder. el «tren de la historia» del que
se ha declarado la locomotora. Cuando un sistema proclama que su
esencia consiste en la traductibilidad total de su teoría, en una prác~
tica no puede permitirse ser despectivo en lo referente a los hombres.
Puede tener cierta impaciencia frente a la realidad porque se trata de
cambiar
el mundo circundante, cambio ·al que los seres humanos son
pormalmente capaces de adaptarse. Pero el desprecio profundo por
los hombres, considerados como si estuvieran prácticamente sin ce.:
rebro, sin coraz6n, sin pasiones y lazos profundos, o sea com.o unos
robots manipulados ya por los sistemas explotadores y, cada vez más
manipulables en
el futuro por los representantes de su propia «ideo­
logía de clases», ese desprecio s6lo conduce, en último análisis, a
repetidos fracasos aunque no se confiesen.
Se comprueban
ese desprecio y esos fracasos en innumerables he·
chos y documentos. He dicho bien, «desprecio», porque un régimen
que quiere sér mesiánico no puede comenzar su existencia con la
ruptura de todas sus promesas, y, sobre todo, las hechas a aquellos fie­
les suyos que había idealizado y
elevado a
la cumbre
(imaginaria)
del

edificio cuya construcción les prometió; y digo
bien, «fracasos»,
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THOMAS MOLNAR
¡x,rque un régimen que quiere ser científico no puede empezar por
actuar contradictoriamente con sus propios análisis
y diagnósticos.
Efectivamente, aquí están
algunos puntos de --la lista de exigencias
presenmda por los marinos de Kronstadt el l.° de marzo de 1921,
en
la que

transluce la primera ( ?) traición del régimen:
1) Que se vuelva al voto secreto en la elección de los soviets
( consejos locales de obreros, de campesinos,
y de soldados) ;
5) Que se ponga en libertad a todos los presos políticos de los
partidos socialistas, asi como a los obreros, campesinos
y soldados
que hayan participado en los movimientos;
6) Que se proceda a la elección de comités para examinar los
casos de cuantos estén en la carcel y en los campos de concentra­
ción (sic);
10) La abolición de la milicia comunista en el interior de las
unidades militares y de las fábricas;
11) Que se conceda a los campesinos el
der-echo de
hacer lo
que les parezca con sus tierras
y ganados ;
15) Que se autorice el trabajo libre e individual de los ar­
tesanos.
Estas exigencias no constituían en manera alguna un programa
político contrario al programa establecido por el Partido, sino que traducían sncillamente la indignación de los marineros que, duran­
te sus permisos habían comprobado en sus pueblos, en
el seno de sus
familias y en sus amigos, la inmensa trampa realizada por los comu­
nistas en el poder. La libertad abolida en todas partes, los comienzos
de colectivización

obligatoria de las tierras, la militarización de los
artesanos, el encarcelamiento en prisiones y campos de trabajadores
de socialistas y de espiritus independientes.
El desprecio por
los hombres
despunta ya en Marx -porque es
falso pretender que Marx actuó por amor a la humanidad, es decir,
por la indignación experimentada ante la injusticia sufrida por los
explotados en el curso de la historia.
Más adelante

volveremos sobre
este tema. Observemos ahora el caso de Lenin. Su ideologia-pro-
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EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DlALECTlCA
grama está totalmente explicita en una serie de obras:pamfletos.
Parte

de que es
wia realidad que los obreros, si se les deja actuar
libremente, de ninguna manera desarrollarían una «conciencia
de
clase», sino que concentrarían sus esfuerzos en procurarse ventajas
materiales a los ojos de Lenin, este es el caso del egoísmo de la
pequeña burguesía de los trade-u.nionistas británicos, y está conven­
cido de que, en general, los obreros no sobrepasarán espontánea­
mente el estadio de ese sindicalimo primario y acomodaticio. Por
tanto, de lo que se trata es de organizar una élite espabilada, mi­
litante y activista, reclutada, por supuesto, entre los trabajadores,
pero especialmente adiestrada
para misiones de encuadramiento de
masas.

«Tendrán puesto en el Partido del cual seguirán siendo di­
rigentes sin ser elegidos ... Estos agitadores con talento no trabajarán
(como los demás) once horas diarias en
wia fábrica. "Ya nos arre­
glaremos para que el
Pl!rtido atienda

sns necesidades".
Ya estaban abí los comienzos de la «Nueva
Clase». Y más ade,
!ante

dice: «Estos destacamentos ( de agitadores-milicianos) estarán
totalmente dedicados a
la revolución y disfrutarán de la confianza
absoluta de grandes masas de trabajadores ... Unicamente una inter­
pretación errónea de Marx podría hacer decir a algunos que el
movimiento espontáneo de los obreros nos exime del deber de crear
una organización de revolucionarios. Por el contrario, el proletaria~
do no se pondrá a la ca.be.za de una auténtica lucha de clase hasta
que él mismo quede dirigido por una fuerte organización de revo­
lucionarios
(1 )».
Desprecio por los trabajadores, pero también desprecio por los
«agitadores» que les controlan. Estos estarán igualmente controlados
por la policía secreta
y ella, a su vez, por el Politburó -en el que
cada uno desconfía del otro
y posee sns propios guardias y esbirros.
En el seno de cada fábrica, comité de escrirores, unidad militar o
embajada, está el comisario controlador,
y otros espías le supervi­
san a su vez. Hasta el día en que ese mecanismo ya no tendrá ta"'
zón de ser porque, como declaró Stalin en su informe al XVII Con­
greso del Partido, en 1934, hablando de la situación del momento,
(1) Lénine: Que faire?
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«ya no haya explotadores ni nadie a quien reprimir. No quede nada
por
demostrar, ni
nadie
con quien luchar». Esto se decía entre la
salvaje liquidación de los koulaks
y las purgas no menos salvajes
que iban a abatirse sobre
la élite

revolucionaria
< y, cinro años más tarde, en el XVIII Congreso, Stalin declaró que
el Estado todavía no había declinado, pero que su
papel se limita•
ba a la mera protección de la propiedad pública, _al trabajo apacible
de la
organización económica,
de la educación
y de la cnltura. En
ese momento, otros millones de almas se hundían en los campos
de concentración (2). El desprecio por los
-hombres, la lógica infernal, el mecanismo
de
la perversión, no son rasgos y actitudes atribuidas al marxismo­
leninismo por sus críticos
y adversarios. Son realidades incorporadas
en lo
más profundo de la doctrina. En este punto de nuestro estudio
debemos hacer una distinción
__ extraordinariamente
importante, -en­
tre la estrategia de los movimientos políticos de todos los tiempos
y el marxismo, que se
sale·de fo común. Hay una actividad militan­
te en todas
partes donde.

unos seres humanos insatisfechos tratan
de modificat su
situación- ·al pi:-ecio de

guerras,· revoluciones, insu­
rrecci<;>nes, astucias, táctica-y oportunismo:: Ya

se sabe
·cual es fa di­
visa no oficial dé la diplomacia británica: divide el impera, dividir
para

reinar.
Esto es·

lo que
también practicaban

los romanos
anteJ
de sojmgar a

un pueblo
y también la diplomacia pontificia ruando
se

trataba
"de equilibrar his fuerzas extranjeras ·que ocupaban el
suelo de Italia: Alemanes, Franceses, Españoles.
. El marxismo· presenta · a· este

respecto un
aspecto completamente
inédito,

que nos
permite· hablar de

odio
y de perversión. El -con­
flicto en .-el marxisino no es una táctica, un instrumento entre otros
para llegar a unos fines bien· precisos y realizables; es la eseru:i,
misma

de
la doctrina. Repitámoslo una vez más, no se trata sólo de
~· dividir las filas enemigas~·,' aunque e5to también se encuentre,
por supuesto, en el arsenal leninista. En, un texto de Stalin, fe­
chado en 1924
y titulado «Estrategia y Táctica», el auto< habla de
las reglas de la
-insurrección

: el
enemigo -escribe'~ debe

ser
~-
(2) Citadas por J. Papa.ioannou: L'Idéologie froide; pág. 13:,:
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EN EL CORAZON DEL MARXISMO, LA DIALECTICA
vidido y confundido, desacreditado ante la opinión pública y final­
mente atacado en
el momento oportuno. Stalin enumera las etapas de
estas
reglas aplicadas a la situación
concreta de
la
toma del poder por
los
bolcheviques : en primer lugar, aislamiento de la burguesía mo­
nárquica que trataba de elaborar una solución de compromiso con
el zar, con vistas a liquidar la revolución; a continuación, aisla­
miento de los «pequeños burgueses-demócratas» ( mencheviqués y
social-revolucionarios) que perseguían el mismo objetivo, peto me­
diante un compromiso con los imperialistas occidentales ; finalmente,
aislamiento de los partidos de la Ségunda Internacional que tra­
bajaban por la
alianza con
el imperialismo
internacional. Lenin,
en
su tiempo, nO ¡,roponía otra· cosa:· para batir a· la burguesía inter.:
nacional había que utilizar el conflicto de intereses que e,:istíari eri
ella, y durante la espeta de que el fruto de esa estrategia madu­
rara, había que crear unas alianzas provisionales con aliados a-los
que. se linquidaría después, y, en todo momento; habla que avanzar
en zig-zag y retroceder un paso para avanzar dos mejor: Leniri y
Stalin están de acuerdo en que puede p que _ el Partido abandone -la vía revolucionaria con la secreta inten­
ción de facilitar la desintegración de la clase enemiga (3 ). He ahí
la línea ·de conducta adoptada tan a

menudo por Lenin antes
y des­
pués de
1917; esa es igualmente la manera de proceder de Stalin
al comienzo del régimen hitleriano cuando· actuó de tal
maneta que
los nazis detuvieron

a los
líderes comunistas
que;
creyendo actuar
a -favor de Moscú, quisieron crear W1 · frente común de la izqu.ierd1
y cerrar así a Hitler el ascenso al poder. A los ojos de Stalin, el
nacional-socialismo
eta en aquel

momento un factor positivo·
porque
iba

a debilitar
a la

burguesía
alemana. Había

que dejarle el camino
libre, aun al precio, que paiecfa poco elevado, de sacrificar a fos
comunistas y socialistas. ,
Sin embargo, quizá esto es todavía la «buena guerra», t'al co­
mo ha sido practicada por un César, un Federico II Hohenstaufen,
un Napoleón
y por la diplomacia de un Ri&elieu, de un Talleyrand,
{3) Sea lo que fuere del euroco~unismo, SUS precedent~ ·deben man-
tenernos

prudentes
respecto de
él.
· ·
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THOMAS MOLNAR
de un Bismarck, de un Cavour. La guerra dirigida por el marxismo
es algo cualitativameote diferente. Para el
marxismo d conflicto,
la lucha, el antagonismo y su explotación no son únicamente unos
aspectos de la historia
y de la naturaleza humana sino que son . la
realidad ontológica

del mundo. El principio creador del universo
es la materia en evolución, y la esencia de la materia es el .creci­
miento dialéctico,
el conflicto, el rechazo del otro, el menosprecio
y el odio. De tal suerte que, el conflicto es un bien, porque de él
se engendra el progreso mediante esa multiplicidad de la
lucha
que se llama hi.rtoria. El escenario se encuetra en la· famosa obra
de Hegel «dialéctica del Amo y del Esclavo». Sigamos aquí esque­
máticamente la descripción -- misma hace A. Kojeve.
Dos hombre5; se comba,ren, cada uno para ser «reconocido» por­
el otro ( 4).
El que está dispuesto a arriesgar su vida, gana, es el Amo; el
que pierde, es el Esclavo. El Amo resulta· vencedor en la lucha
en cuanto existe en la conciencia del Esclavo, pero a partir de en-.
!onces queda pasivo, subyugando al Esclavo pata que ttabaje pata
él. Pero afloja su vigilaocia,
porque ¿qué
ganaría ahora con ser
reconocido por el Esclavo, si
él mismo

no queda
reconocido en la
conciencia del Amo? .Mientras tanto, el Esclavo continúa ttabajand01
se convierte en dueño de fa. naturaleza y además de un Amo que
desdeña aprender

las
técnicas de

trabajo. El Esclavo
termina por
emanciparse, y, a partir de entonces, la historia le pertenece a fuerza·
de trabajar y de conquistar el mµndo exteriM. El Amo no hace
más que consumir el ·producto del Esclavo, mientras que el Esclavo,
privado de ese género
·& satisfacción,

se
instruye por el conracto
con la
Naturaleza y con el combate, Además, ha creado una Natu­
raleza nueva y la domina; se ha hecho sobre-natural: cultivado, hu­
manizado,
,u¡eto de la historia 0de la que había sido objeto.
( 4) · El «recÓnodmiento por el· otro» puede no ser sino la aspiraci6n
fundamental del intelectual que quiere introducirse. ·en la conciencia (ad.
mirativa) . de _ptros hombres. Po.dría Jlamársele «inmortalidad» hic et nunc,
suprema. satisfacción de la obra cumplida.
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EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTfCA
Este cuento de hadas paca filósofos pueriles ha tenido una ca­
rrera increíble,
y sobre su frágil andamiaje, se han construido do­
cenas de sistemas ·especulativos. Se sitúa entre los mitos moder­
nos fabricados sin resperac la experiencia humana: el mito del pri­
mer hombre
y del estado de naturaleza (Rousseau) y el mito del
asesinato del padre por unos hijos que quieren disfrutar con las
madres (Freud). Encontramos un eco suyo en Sactre, según el cual
«el enemigo

es el otro» ( incluso en la familia, en la amistad y en
el acnor)
y que preconiza la redención macxismo-existencialista por
la «solicitud mortah>, es decir, por el asesinato político, loable si
se
comete en
nombre de los
«buenos principi0$> (Critica de la ra­
zon dúJéctict,, 1960).
Ese mito del Amo y del Esclavo se sitúa evidentemente en el
eje principal de
la doctrina marxista, ya que se trata de una ilustra­
ción esquematizada de la dialéctica hegelo-macxista. Ni Hegel ni
Marx fueron los
iniciadores del

pensamiento
dialéctico, pero
uno
y otro le dieron un giro original, según su personal manera de
pensac del mismo modo que dieron una nueva formulación a la no­
ción de la utopía. El sentido común
(y la lógica de Aristóteles)
quiere que de dos proposiciones
que afirman
lo contracio acerca
de una misma cosa, una sea verdadera
y la otra falsa. Esto supuesto,
la dialéctica consiste en seguir los dos acgumentos hasta el
fin, paca
que de
las dos conclusiones se descubra una correcta y la otra erró'
nea,

a la luz de
la razón, de la experiencia y de criterios válidos.
Pero, según una larga
linea de

pensadores
y de cuasi-místicos,
una

proposición no es ni verdadera ni
falsa, sino
que puede tener
un tercero y un enésimo valor. Según el sofista Protágoras, sobre
cualquier terna se pueden enunciac dos proposiciones opuestas, lo
cual equivale a la negación del principio de contradicción. Si esto
es
así, lo
«verdadero»
y lo «falso» pueden co11ciliacse y hasta llegar
a

fundirse en una totalidad,
más < sus
do<
componentes.

Por ejemplo, después de un conflicto, es de suponer
que uno de los protagonistas habrá vencido al otro; de ninguua ma­ nera, dicen los dialécticos de obediencia hegelo-marxista,
eh'onflicto
es instructivo en sí mismo, y mientras dura permite elaborar unas
tácticas· ntieváS, pesar, las ventajas. e Íneónvetiierites para acabar con-
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THOMAS MOLNAR
solidando la tesis y la antítesis en una síntesis. Esto es un poco
como el alquimista medieval
y post-medieval que pretendía conci­
liar dos elementos contrarios en una
ron¡1111ctio opposilor111n (y
los dos sexos en la
figura del androgyno) ; lo mismo sucede con la
dialéctica

de que hablamos : la lucha de clases se resolverá en una
sociedad sin clases, a la que
cada una de ellas lleva lo específica­
mente suyo para engrosar ~. resultante, que a su vez es un nuevo
punto de partida.
La diferencia esencial entre las dos concepciones de la dialéc­
tica: la platónica
y la hegelo-marxista implica una cuestión decisiva
y primordial. Según la primera de esas concepciones, la dialéctica
es una confrontación de opiniones, es un método para extraer con­
clusiones ciertas. Según la segunda, la confrontación no tiene lugar
entre
dos_ opiniones,

sino entre dos
momentos o estadios de la re~
liddd y el conflicto debe resolverse por una lucha que lleve a la uni­
ficación. de los dos momentos.
En la primexa dialéctica, la opinión
que resulta falsa se inclina ante la otra, que se revela como correcta,
sin que su derecho a la existencia sea suprimido, ni el de su
portador.
La «victoria>> pertenece únicamente a la razón. En la
segunda dialéctica,
el «momenro.» representado por el punro de vis­
ta «superado» (pongamos, en el conflicto entre capital
y trabajo el
punto de vista del capital)
ha perdido

todos sus derechos
y debe
ser suprimido. · Por consiguiente, hay quienes
padecen la

dialéctica y quienes
la
dominan. Los primeros participan en su proceso sin saberlo, ni
aprovecharse de él, y creen que han ganado en un conflicto cuando
el. adversario, dueño de la dialéctica, no ha hecho más que retroce­
der para poder burlarles en el próximo movimiento. Por ejemplo.
en· el caso de las tres potencias, Estados Unidos, Unión Soviética
y
Chiná, la. dialéctica marxista estima que las dos últimas pertene­
cen a un mismo bando, porque representan un · estado más avanzado,
el , régimen comunista, y por tanto, la· primera, por muy poderosa
que
sea, desde' esta

perspectiva está fuera de juego. Conforme estas
reglas, los rusos
y los chinos, aunque estén empeñados en uh con­
flicto · que les opone, sin embargo se enriquecen dialécticamente:
su.
mnflicto t¡l()mentáneo podrá reahsorbersc en

una etapa superior
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EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
para unos y otros, etapa en la que los ~ericanos se encontrarían
superados históricamente, listos para el cubo de la basura de la
historia.
Aná:logamente,
en el interior de la Unión Soviética, la dialéctica
permitió a Stalin espoliar a los campesinos y acaparar sus tierras en
provecho de los kolkhozes; proclamar que los dirigentes disfru­
tarán siempre de privilegios
no. accesibles al resto de la población;
que el Apacato del Partido formará una élite,
aceptable a
los no
privilegiados, que resultará por la invocación a las leyes de
la evo­
lución del socialismo (5). Con todo esto, ¿se traiciona el pensa­
miento dialéctico
y se le usa de manera abusiva o deformada? Más
concretamente,

cuando
bajo el régimen del propio Stalin, el filósofo
oficial más prestigioso G. F. Aleksandrov, remodeló las leyes fun­
damentales de la dialéctica, ¿la traicionó, o bien, por el contrario, Ja
utilizó a pleno rendimiento? La dialéctica hegelo-marxista, inicial­
mente «clásica», preconiza que de las lentas acumulaciones de cam­
bios cuantitativos, surge un ·salto cuaiitativo, cambio que· se percibe
a nivel de la historia. Pero Aleksandrov tenía por misión la de mos­
trar que esta ley ya no es válida
bajo el régimen estaliniano en el
que «las ·fuerzas productivas, se desarrollan a 1in ritmo. acelerado».
El P. Wetter comenta: «Es fácil ver el verdadero sentido de esta
especulación. A la ley
deI tránsito
de la cantidad a la cualidad se
le quita su aguijón revolucionario
y, por el interés de mantener el
régimen soviético, se pone de nuevo el énfasis en la «continuidad»
dentro del proceso de desarrollo : los «saltos>> ya no deben tener
más el carácter de «transformaciones violentas», es decir, según
la interpretaci6n de Aleksandrov no deben ya conducir al derro­
camiento del poder existente; y si, para mantenerse fieles a la teoría,
todavía se preven revoluciones futuras, debe tratarse de revoluciones
«de arrib dentemente, Stalin
habló abiertamente de «mo\'imientos críticos»
(

negativos, según las reglas de la dialéctica),
ya no
a nivel de las
masas, finalmente

satisfechas, sino
al del
Politbur6, en el que se
procede a pequeños reajustes.
(5) G. w.etter: Le mat!rialisÍne diaJ«tique, pág. 245.
(6) !bid., pág. 348-349.
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THOMAS MOLNAR '
Acaso Aleksandrov y Stalin ¿deformaron la dialéctica, confis­
cándola para uso de
la élite a la que pertenecían? No se puede
asegurar, pues por su propia naturaleza, la dialéctica se presta
1
esta clase de acrobacias especulativas que tienen su principio en la
conclusión hegeliana de que lo que es racional es real
y lo que es
real es racional. Esta fusión, e incluso identidad entre lo que
yo
pienso-y lo que es, me otorga a mí, ser humano o al grupo que re­
presento, una especie de carta blanca epistemológica, política y re­
ligiosa. A
partir de

ella, el cambio que espero efectuar en el mundo
ya no debe tener en cuenta las estructuras de lo real, porque soy
yo quien impone esas estructuras, soy yo quien crea esa realidad.
La dialéctica hegelo-marxiana hace un uso ilimitado de ese poder
demiúrgico. Por otra parte, según Hegel -para quien el primer princi­
pio de las cosas es la Idea
y el segundo la concretización de
la Idea-, la especulación permanece todavía bastante abierta res­
pecto de la duración del intervalo entre una y otra, así como tam­
bién
acerca de

las
formas que tomará lo
concreto en
tal o cual épo­
ca. Según Marx, el materialismo tapona implacablemente esta aber­
tura. Todo es materia, y el movimiento de evolución que le es inhe­
rente es la dialéctica. Esta acara, por consiguiente con la ayuda de
las leyes de la materia que son rígidas, las leyes del universo tal
como es. El ser humano, producto de la Naturaleza-Materia, sufre
estas

leyes dialécticas, es decir, las leyes conflictivas, las leyes de
la lucha permanente. Más exactamente, no es el individuo quien
padece directamente esas leyes, sino la clase a la
que pertenece.
Por

consiguiente, él está determinado doblemente: por la mate­
ria
y por la colectividad. Y, como esta doble ley inexorable es h
dialéctica, el hombre no puede escapar de ninguna manera al con­
flicto:
él ( o más bien el grupo del que inconscientemente más que
miembro es parte integral) está condenado a combatir, como
el
gladiador-esclavo

en
el circo romano. Es inútil que diga que es
amante de la paz, inútil que se haga misionero o médico en la
selva, mártir o santo, porque representa unos intereses de clase.;
«la astucia de la historia» (Hegel
descul:>re su

secreto
y se ve que
11 976
Fundaci\363n Speiro

EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
pertenece a su clase, y la agitación de su das~ en el escenario de la
historia forma parte del drama wüversal de la lucha de colases. Tiene
razón
aquel autor que ha dicho que Marx ha vuelto a situar la his­
toria de la
humanidad en una historia general del odi" (7).
¿Cuanto dura esta historia exclusivamente conflictiva? Precisa­
mente, dura tanto como la historia ,misma de la que es la trama, la
sustancia. Para Hegel, una cosa que no está completa, que es parcial,
que siendo ella misma está lejos de alcanzar todas sus posibilidades
virtuales, una cosa así, no e.r •. Confrontemos con. esta visión la del
sentido común o la de la religión. Las cosas, fenómenos produci­
dos por la naturaleza, según una de las ópticas, o creadas por Dios,
según la otra, son lo que son: limitadas
y al servicio de fines igual­
mente limitados. Son objetos de contemplación, de fabricación, de
arte, de placer o de angustia, objetos para el arresano, para el obre­
ro, para el comerciante, para el sabio, etc. Para Hegel, esas cosas
están cargadas de una especie de maldición, de un pecado original
por el hecho de ser una cosa, pero no toda la cosa en su totalidad.
Por ello están condenados a-esperar su plenitud, su totalización.
La marcha hacia la totalidad se hace por la dialéctica, que no es
un método entre otros, ni una visión entre otras de los fenómenos,
sino que está inscrita en la trama del ser, o más bien,
del devenir.
Las
cosas van cambiando; en una corriente perpetua, por la dialécti -
ca

de su crecimiento, de su declinar
y de su absorción en una sín·
tesis con otras cosas. Para Marx, que es materialista,
cosas y hombres son de la mis­
ma pasta, la materia. Conserva .la dialécf!ica hegeliana, con la
salvedad
de que ésta ya no sirve para la auto-realización del Espí­
ritu, como_ sostiene Hegel, sino para la de la materia, y por tanto
para la de la humanidad. Como la dialéctica procede por contradic,
ción, conflicto y antagonismo, los hombres, que al fin y al cabo
(7) Existe una dialéctica parecida en Sartre, entre otros en el pasaje
de
su libro, Saint Genel, comédien et martyr, donde analiza el fenómeno de
la santidad.
El santo,. según Sartre, es una figura de. fachada de la que se
sirven las clases acomodadas, con el fin de estimular a los pobres para que
acepten su miseria como algo exultante. En la sociedad en que Genet · y
Sartre harían la ley no habrían santos o bien todos los serían.
977
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
son cosas complejas, y las sociedades evolucionan eo y por la lu­
cha. De esta suerte, en cada situación colectiva hay contradicción y
conflicto, potencial o real. El buen dialéctico hace una de estas dos
cosas, o explota los conflictos que ya existeo, o bien suscita lo,
conflictos

latentes.
Volvemos una vez más a Hegel, y por es·e sendero a Marx,
porque estamos aquí en el corazón del sistema, ·no solamente del
mancismo, sino también de la ideología contemporánea. En los años
1950, en

un debate, contendieron dos grandes eruditos, el polit6°
logo
Leo Strauss, israelita a:Jemán, luego a:mericano, y Alexandre
Kojeve, hegelo-marxista de origen ruso, acerca del tema «el filó­
sofo frente al tirano». Strauss, crítico inmisericorde de Maquiavelo;
de Hobbes y de Hegel, en quienes veía unos destructores del pen­
samiento dásico,

encarece al filósofo el deber de demostrar que es
un buen ciudadano del Estado bien ordenado, y por
consiguient"c
de

ninguna manera debe pensar en demoler o debilitar
sus valores
y creencias. Strauss tenía a la vista a Sócrates, cuya suprema. defensa
se basó en que respetaba a los dioses de la ciudad. Al contraponer
con Maquiavelo,
etc., al antiguo sabio, Strauss reprochó a los mo­
dernos que consideran al hombre como un ser hecho de deseos,
apetitos y egoísmo que le impulsan a querer ser reconocido por los
demás, a hacerse valer; a serlo
todo en vez de ser modestamente
ciudadano.
La argumentación de Kojeve es típica de lo moderno frente a lo
clásico. Filosofar, · decía, es ante todo observar el devenir histó·
rico,

fuera
de lo cual no hay ni Dios ni Ser, que son invenciones
gratuitas. Sin embargo, la observación no debe ser una actitud
pasiva, sino que debe conducir a la participación. Dicho de otra manera, el filósofo procede . por la
bíisqueda de

las «evidencias»
que encuentra en sus propias intuiciones, en sus ideas claras, en
las revelaciones atribuidas a Dios. Así pues, se queda en la abs­
tracción.

El verdadero
filósofo se
esfuerza en transformar a
lo<
hombres, y el agente de esta tra:nsformación es el Estado, especial­
mente el Estado tiránico, que .es el supremo pedagogo porque nada
se le
opone. Primera conclusión: el filósofo, que si no es un hom­
bre de acción no es nada, debe colaborar con el tirano. Segunda
978
Fundaci\363n Speiro

EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
conclusión: El flujo del devenir provoca sin cesar la contr~dicción,
No

se puede eliminar ésta
sin eliminar igualmente al contradictor.
Pero el contradictor
y la contradicción no son más que actores de
la vida pública que se manifiestan a través del trabajo ( el ámbito
de la naturaleza)
y a través de la lucha ( el ámbito de jo,¡ hombres).
Por

consiguiente, éstos son los
d05 terreno,¡ donde

se despliega
la
historia y donde se muestra activo el filósofo del debate. Su resul­
tado es la construcción del Estado
universal y homogéneo del que
se
ha eliminado la contradicción. La conclusión de Kojeve es ente­
ramente estaliniana: como las negaciones han sido absorbidas en ·la
lucha contra la Naturaleza y contra Jo,¡ Hombres (recordarno,¡ la;
declaraciones de Stalin en el XVII Congreso del Partido), lo poco
que reste de los movimientos estatales no serán sino unos reajustes
propuestos y realizados en el seno del Politburó. Esta conclusión
es

igualmente hegeliana: al Estado
universal y homogéneo corres­
ponderá a la filosofía en cuanto a saber absoluto. Y los deposita­
rios de ese saber absoluto son los miembros del Politburó.
En un momento de lucidez, Kojeve escribió, en otro lugar, que
lo único enojoso de esta última etapa de reabsorción de las contra­
dicciones consistiría en resultar mortalmente ... ¡aburrida! Pero este
pequeño fragmento de humor negro no debilita en nada lo inexo­
rable

del pensamiento dialéctico marxista. Ya hemos visto su lado
mortal: la eliminación del contradictor en que se encarna la nega~
ción. El aspecto más inmediatamente tangible es la explotación de
la contradicción inherente ·a las cosas y a los ·acontecimientos, es
decir, la creación de conflictos allí donde no hay quizá sino única­
mente
un desacuerdo.
Consideremos
un instante la vida .familiar, social, profesional y
política. Efectivamente, en todo tiempo hay malentendidos y que­
rellas, porque cada uno busca sus intereses, su desarrollo, cada une
quiere vencer en la disputa, en el concurso, en la rivalidad. El hijo se revela contra su padre,
el empleado insiste en pedir un salario
más alto,
el sabio y el escritor esperan ganar el premio al que otros
también aspiran,
y los Estados, «monstruos fríos», suscitan rebelio­
nes en casa del vecino para conquistar un territorio. Asi mismo, el
proselitismo de fas Iglesias tiene .un aspecto competitivo, el alumno
979
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
estima que merece una nota mejor que su camarada, el enamorado
historia forma parte del drama universal de
la lucha de clases. Tien<
que -no tiene más culpa que la de encontrarse más lejos en la .ca­
, rr.etera.
Sin embargo, todos estos conflictos conllevan otros aspectos. Las
leyes, las reglas, el .ejercicio de la autoridad, el amor, las- delicias
de la paz, la calma, la mirada agradecida del prójimo, la concien­
cia_ de nuestra culpabilidad o simplemente de nuestro error, y otros
tantos factores que. reducen la vivacidad del conflicto, le desvían
de su curso, moderan a los rivales, trascienden sus intenciones y les
llevan. a un acuerdo, Por el contrario, quien practica la dialéctica
marxista aísla la parte conflictiva, la magnifica, la envuelve de mis­
terio
y hace de ella el alfa y la omega, no solamente del comporta­
miento humano, sino también de la historia (7a). Hay un cierto
tipo de pensadores
-los que

han sido tocados por la anti-gracia
marxista-que encuentran un verdadero placer en aislar un fenó­
meno, o mejor dicho, un solo aspecto del fenómeno, actitud que
les parece científica, el culmen de la especulación.
Se les llama por
ello «reducci.olldstas», pero pienso que ese término no agota el
proceso mental que nos ocupa. Se trata de una especie de rechazo
despectivo a mirar las cosas como son que comporta, como coro­
lario, la obligación de descubrir aspectos de esas mismas cosas en
número casi infinito. En ,Jugar de esa ·mirada poética que se recrea
en la riqueza y en la multiplicidad de las cosas inagotables en sí
mismas, el tipo de pensamiento dialéctico del que hablarnos sim-
(7a) Respondiendo a1 esquema del historiador soviético, Boris Poro
chnev, que pretende
_ver en la. revolución francesa una ilustración de la «lu­
cha de clases», el historiador francés, René Pillorget, pasa revista a los
conflictos
del siglo
XVII en varias regiones francesas y concluye que quienes
participaron en

ellas, provenían de todas
las dases sociales: a) todos los
medios sociales participan en los levantamientos antifíscales; b) las
bichas
internas
de laS comunidades

dimanan de los partidos, facciones,
familias~
etc.,

con estatutos jurídicos y
fortunas muy

diversas; c)
las coaliciones se
forman entre
grandes y pequefios, ricos y pobres, nobles y labradores., dé_ri­
gos
y laicos contra la fiscalidad del Estado y frente a los atentados, contra
lo~ usos

o las
institucionés de ·1a provincia. (René Pillorget, «Oú est la
l11tte de c/asse.r dan.r -ler province.s franrai.res au XVII .rile/e?»).
980
Fundaci\363n Speiro

EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
plifica todo al máximo, de acuerdo con su tesis monista según la
cual el universo no consiste, en el fondo, sino en una sola sustancia,
sea la materia o el espíritu. No nos engañemos: si esto es lo con­
trario de una mirada poética, es también la negativa de una mira­
da cientifica, la cual también aisla el fenómeno, y no por desprecio
o por la decisión de no tenerlo ya más. en cuenta, sino específica­
mente para estndiar sns aspectos propios y para volver a unirlo a
otros fenómenos. Unicamente
la mirada di,i/éctka marxista se de­
sentiende
de la complejidad del ser
y se lanza en persecución de
las leyes del devenir que se resumen en la dialéctica del conflicto.
Según esta dialéctica, las cosas nacen por
la destrucción de lo
que es ese es el movimiento del ser al no ser, y de ahí, nuevamente
al ser. Así sucede en el propio partido comunista. El partido no
está en el término de la dialéctica, sino que se sitúa en la dialéc­
tica, se funde en su proteso, y ese hace dialéctica concreta. A par­
tir de ese momento, sus decisiones, sus movimientos, sus transfor­
maciones asumen
la dialéctica que se manifiesta en las cosas, como
si la historia tuviera, a partir de entonces, un lugar privilegiado
en el que las leyes de la dialéctica se encontraran en un estado de
condensación.
Lo que decide el partido es el movimiento axial de
la historia, y ese movimiento, a su vez, encuentra su expresión ade­
cuada en el partido. De esta manera,
la historia es controlada en
sus dos cabos: el partido no puede errar, es el mecanismo de
la his­
toria y la historia se hace explícita en él.
Esto no quiere decir que
el Partido haya alcanzado de ahí en
adelante el término de la historia, la caída del telón. Antes hay que
transformar el mundo. En este punto es donde se define su pro­
grama: la explotación de los conflictos son otros tantos pasos para
la aceleración del proceso dialéctico y la eliminación de la negación.
Aquí, son precisas dos observaciones:
A) Las sociedades humanas, en todas las escalas, son hormi­
gueros de contradicciones
y de conflictos, muy a menudo frutos de
la injusticia. La tendencia natnral del hombre es combatir esas
in­
justicias y hacer . desaparecer los conflictos, sin demasiada ilusión
de que eso sea siempre un acto definitivo.
La .estrategia marxista
981
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
es diametralmente la opuesta, lo cual se explica por la tesis prin­
cipal de Marx: en las condiciones actuales del mundo,
y desde el
comienzo
de la historia, siempre hay un desajuste entre el trabajo
y la satisfacción, entre
el obrero y lo que consume. Por este desa­
juste, «el ser genérico del hombre se le vuelve extraño, es decir,
que el hombre se vuelve extraño al otro-y cada WlO de los dos se vuel­
ve extraño a la esencia humana» (8). Este es un párrafo capital porque
indica la necesidad absoluta del conflicto, necesidad que es a la vez
esencia de la historia
y materia prima que conviene utilizar para abo­
lirla. Comentando
el porvenir de la religión, Marx escribirá más tarde
que la religión sólo será suprimida cuando las relaciones sociales
de los hombres entre sí se hayan hecho transparentes, es decir, no
conflictivas. Por otra parte, en, la sexta tesis sobre Feuerbach, Marx
había declarado que la esencia humana es la totalidad de las re­
laciones sociales. La conclusión se impone: ya no habrá más con­
flictos cuando todas las relaciones sociales, y la humanidad al final
de la historia, se hayan hecho transparentes.
Mientras tanto, la
ley del mundo, partiendo de la humanidad,
es el conflicto. Ese conflicto no está ahí para ser resuelto, sino para
ser
exacerbado. Cuanto
más se expongan los conflictos a cielo abier,
to,

más
Se acerca

el momen.to en que
la dialéctica habrá jugado
sus cartas.
Es la coincidencia de la putrefacción del mundo antiguo con
la gestación del
nuevo. Está

claro que a
nivel de
la táctica, especial­
mente de -los partidos comunistas
y del régimen soviético, introducir
la división en el enemigo sirve a los objetivos de la política, tanto
inmediatos como

a largo plazo; pero
a nivel
de la
historia no s<
trata

únicamente de aprovecharse
. hic et nunc, sino que se trata
también de hacer estallar los conflictos inherentes
y así hacer ade·
lantar

la maduración de
la humanidad, impulsando su aproximación
cada vez más por la transparencia. Notemos un fenómeno curioso:
el marxista no es
W1 hombre inmoral que odia . a -sus prójimos ; está
condenado a la inmoralidad, y, en cuanto marxista, fe, es consustan.
982
Fundaci\363n Speiro

EN EL CORAZON DEL MARXISMO: tA DIALECTICA
cial odiar. No puede llevar la paz a los otros, sino está obligado
a vivir de los conflictos, igual que la hiena se alimenta de carroña.
Cada situación, digamos cada conflicto, no es más que una tesis,
que tiene una solución, que es la de transformarse dialécticamente en
su contraria; mas de ninguna manera para detenerse ahí, sino para
engendrar,

por el conflicto inherente a cada
situación., una
cosa nue­
va e imprevisible (9). El procedimiento sigue la lógica que ya he,
mos
mencionado:
A es A, pero también no-A, y ese no-A puede
ser a, b1 e y así sucesivamente. El conflicto no se liquida con su re­
solución o con su apaciguamiento, sino que se prolonga por otros
conflictos, o conflictos en potencia, y ·esto indefinidamente. Esta es
también la razón de las burlas de Marx contra los «socialistas útó·
picos», burlas reanudadas en términos casi idénticos por Stalin con­
tra los
«socio-fasci$tas», por
Mao contra
los revisionistas,
etc. El
crimen de todos ellos ha . sido diluir la necesidad del combate revo­
lucionario, colocando en
él bellas
palabras sobre el amor fraternal
y sobre la ju,sticia, o bien en los dos últimos casos, proponer ciertos
arreglos con el
enemigri de
clase.
Pero
la lucha de clases no es la única contradicción explotada
y perpetuada por los marxistas. Todos los conflictos tienen el mis·
mo valor, si no en la perspectiva de
. la gran

política, al menos en
la de la «pequeña». Por «pequeña política» entiendo aquella que
los marxistas no suscitan, pero de la que se sirven cuando la ocasión
se presenta. Por ejemplo, la degradación moral entre los países lla­
mados

«capitalistas» por la pomografia,
las drogas, la libertad de·
senfrenada de
los «mass media»,

los
grupos de presión constituidos
frocuentemeote por

sacerdotes y pastores, en América del Sur, por
ejemplo. Estas manifestaciones de la
libertad -de palabra,

de
com­
portamiento

y de organización-
los ma,xistas las prohiben donde
(9) «Dado _que los beneficiarios de una revolución son más numerosos
que los vencedores, pero que
tambiéó lo son las clases inmediatamente por
dt•bajo de

ellos, cada nueva
. da~e apoya

su
h~gemonía sobre
bases
más am­
plias _que la clas_e dominante que le había precedido. El resultado es · que
la nueva yersión_ de_ la lucha de clases (comprendiendo mayor número de
clases sociales) es más violenta.
que la

_precedente».
L'ldQ<>logie allemande
pág. 41.
983
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
ellos mandan, pero las estimulan donJe mandan los enemigos, pues
miden el efecto de desintegración moral que producen en el indi­
viduo
y en la sociedad. Otro ejemplo: el Kremlin no ha suscitado
las reformas postconciliares en
la Iglesia, pero ha explotado la si­
tuación por ellas creada mediante la propaganda,
pata hacer más
profunda

la discordia entre católicos
tradicionales y católicos pro­
gresistas. Del mismo modo en la Universidad: los partidos comu­
nistas no intervinieron para nada en el desarrollo
de «mayo 1968»,
pero se sirvieron del antagonismo existente distribuyendo y etique­
tando los papeles: administradores de la Universidad
= capitalis­
tas burgueses ; estudiantes = proletariado; profesores = mercenarios
a sueldo de los propietarios explotadores ( 10).
Combatir verdaderamente
la injusticia, es lo que los marxistas,
despreciativos, denominan el reformismo.
A ellos no les interesa,
ni práctica ni expeculativamente. En su obra
Miseria de la Filoso­
fía,
Marx definió el poder polltico como «el resumen oficial del
antagonismo
. de
la sociedad civil». El poder polltico, en
otras pala·
bras el Estado, no desaparecerá sino con la liberación completa de
la clase trabajadora. Por el momento aún nos hallarnos lejos de
ello. Decir, en esas condiciones, que se podrían y deberían abolir
conflictos, antagonismos, e injusticias, equivaldría a saltar más allá
de su sombra: alistarse en la vía infamante del reformismo, en lu­
gar de hacer
la revolución, que de un solo golpe aniquilará al Es­
tado, a la sociedad civil y,
con ésta,
las injusticias. La palabra de
mando marxista, tal como dimana del sistema especulativo edifi­
cado por Marx,
es la

de dejar pudrir todas las situaciones en tierra
enemiga, es decir en las burguesías capitalistas; reformar es retardar
la revolución (11).
( 10) Este, claramente, era el esquema que los marxistas trataron de
acreditar entre los estudiantes americanos, 1910-1972.
( 11) Según el mismo tipo de mentalidad, Sartre querría prohibir la
creación de obras bellas de arte y literatura en la actual sociedad intrín·
secamente

mala.
La belleza, al contribuir a la tolerancia del medio, retrasa
objetivamente la llegada de la sociedad justa
y fraternal.
984
Fundaci\363n Speiro

EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
B) No obstante, el marxismo elige entre las situaciones con­
flictivas que pueden explotarse. El buen sentido, la tradición
y la
estructura

sustantiva de toda comunidad distinguen entre
loo gru­
po,; naturales al hombre: familia, Estado, ejército, escuela, asocia­
ciones religiosas o de negocios, etc.,
y las otras asociaciones que
representan
conglomerado,; más

efímeros. El blanco contra el que
dispara el marxismo es
más bien el primer tipo de comunidad, ya
que en ella
loo hombres

se hallan más íntimamente vinculados. El
derrumbamiento de una sola de estas instituciones fundamentales,
siembra la confusión en todo cuerpo social y repercnte en las men·
talidades.

Nada más natural.
Siguiendo a otros pensadores utópicos,
Marx veía en la fami­
lia el obstáculo número uno en el camino hacia la sociedad co­
munista. Al utopismo le aportó, él, su propia perspectiva. Para
sus predecesores, la familia
es un núcleo de egoísmo, por natu­
raleza «anti-sociab>, un cuerpo que se basta a sí mismo, en el
interior del cual surgen, y son alentados, intereses particulares con­
trarios al interés general.
En el seno de la familia, el niño es
provisto

de ventajas que sus padres, escrutando el horizonte
so­
cia1, tratan de asegurarle en los futuros combates cotidianos. En
otras palabras, el niño es
considef3.do como
un eslab6n de la tra­
dición familiar, solidario del pasado, miembro de un núcleo casi
clandestino (12). El primer cuidado de los utópicos es el de se­
parar al niño
o, más
bien, de asilarlo en guarderías nacionales,
(12) La literatura utópica del siglo XIX, de Cabet, Merder, Fourier,
recomienda
que se aparte
al niño de la influencia de sirvientes, cocheros,
institutrices, que, con sus fábulas, leyendas
y cuentos, le inculcan nociones
asociales. No se
trata, por otra parte,

s6lo de la
literatura: entre
los huteritas
del siglo
XVI, las madres que retiraban sus hijos de asilos comunales, quedaban
excluidas por

este hecho de la comunidad. En el siglo siguiente, en su ciu­
dad ideal, Campanella quiere imponer dormitorios colectivos
pará los

sol­
teros, habitaciones poco aisladas
para las

parejas, y
la educación
colectiva
desde
la primera infancia. La. tendencia se acentúa hoy en los países comu­
nistas: en los años 1960, se
imponía en
China dormitorios
colectivos sepa­
rados

para los maridos
y para las esposas, con derecho de visita una vez
al

nies; en Camboya «democrática» se
autorizó a los

matrimonios
para
«amarse»

en los períodos señalados, etc.
9BS
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
de suscitar en él otras lealtades, especialmente respecto del líder del partido. Eventualmente se Je inculca el deber de espiar a sus
padres y de denunciarlos a las. autoridades. Estos elementos se en­
cuentran también en
la ideología y en la práctica marxista. Si Marx:
lucha encarnizadamente contra la familia de su tiempo en parti­
cular, es porque en ella ve reproducido el modelo cristiano, la
«santl
familia»,

cimiento que recuerda la conexión de la familia burguesa.
Así, la posición marxista acerca de la legislación· sobre la familia
en los países occidentales es
la de alentar las corrientes contrarias
a ésta cohesión. La legalización del divorcio, del aborto, de la con­
tracepción en los menores, las guarderías nacionales, etc., las ins­
criben en sus programas tanto propios como en los de aquellos otros
partidos que comparten la ideología marxista o pujan por ella. Es im­
posible discernir

dónde concluye la ideología
y dónde comienza
la demagogia partidista. Pero no olvidemos que si los otros parti­
dos suscriben estas proposiciones es, generalmente, porque la
pro­
paganda ideológica del marxismo penetra precisamente en ayuda de la dialéctica en todos los ámbitos de la sociedad,
y que esta pro­
paganda actúa siempre en sentido único enfocando los mismos obje­
tivos de la descomposición social.
No es tal vez necesario detallar aquí
el trabajo realizado por
la dialéctica en los colegios, en el ejército, en la abogacía, en las
instituciones y mecanismos del Estado (13). Una cosa es producir
la división en una asociación temporal, cuya naturaleza es de todos
modos la de descompooerse una vez cumplido su objetivo preciso,
y otra cosa es infiltrarse en los organismos permanentes, acumu­
lando en ellos pequeñas modificaciones «cuantitativas» con el fin
de alcanzar cambios «cualitativos» -todo con el objeto de prepa­
rar la revolución
y, previamente, de debilitar las estructuras que
resistirían llegado el caso. Esto explica que de todos los movimien­
tos inspirados por las ideologlas activas en la actualidad, el mar-
( 13) El único ejemplo que puede traerse a colación es el caso d·el
Viejo de la Montaña que enviaba a
sus asesinos (hachichim) para hacer
desaparecer
a sus enemigos. Pero al menos, este
furor asesino

no
se· dirigía
contra

su
propia comunidad.
986
Fundaci\363n Speiro

EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
xismo (comunista) sea, con mucho, el IIW. tenaz y estructu~almente
el más sólido; combina dos factores de longevidad, un objetivo le­
;ano, que le permite no desanimarse por los fracasos, y el trabajo
cotidiano,,
conforme el método dialéctico, que le permite darse cuen­
ta de las modificaciones ínfimas en los aparatos qne
quiere abatir
y que justifica la lentitud de la revolución, sus aplazamientos e, in­
cluso, sus retrocesos.
No es exagerado decir que el marxismo planifica las destruc­
ciones y que las justifica por el resultado a largo término: el es­ tado de cosas homogéneo y sin conflictos. El vocablo «destrucción»
significa un vasto arsenal de violencias, de perseruciones, de regí­
menes despóticos, e, incluso, el genocidio. Ningún régimen en
la historia ha declarado hasta ahora, a la zaga de los actuales lí­
deres de Camboya, que la destrucción planificada de varios millo­
nes de conciudadanos, permitiría, con un millón de supervivientes
templados en el comunismo más duro, el nuevo despegue como una
nación nueva.
* * *
Se pregunta frecuentemente cómo es posible que, a pesar de
las tésis marxistas son hostiles a las intelectuales
--todos, por

defini­
ción, forman parte de

la «superestructura» que no es el motor de la
historia sino su resultado----, éstos se dejan reclutar muy fácilmente. La
respuesta parece hoy fácil. Los intelectuales marxistas son los que
han comprendido la primacía del aparato ( el Partido) sobre la doc­
trina, o más bien que han llegado a comprender que
el aparato ha
llegado a ,er la doctrina. Esta no es por ello ambigua, ocurre úni­
camente que para penetrar en su esencia es preciso colocarse en un
punto de vista diferente al del pensamiento clásico, que ha prevale­
cido hasta aqui en el mundo occidental. Desde el momento en que
el devenir, el movimiento, es aceptado como principio universal, la
doctrina que lo expresa deja de ser algo estable cuyos términos y
cuyo sentido tendrían un efecto limitativo, autoriza interpretacio­
nes adaptadas a las circunstancias y a los inte.l;'eses del Partido.
El Partido,
es decir,
sus dirigentes,
encarna en. cada insta-nte la doc~
987
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR.
trina, que_ no tendría sentido fuera de esta enc.arnación. Ahora
bien, poniéndose al servicio del Partido, sus intelectuales se so­
meten a una doble servidumbre: la de la doorrina y la de su in­
terpretación
dialéctica, cambiante según las necesidades del
Parti­
do. Esta servidumbre es absoluta e inexorable
y no tiene par en
ninguna sujección la historia, ya que en el régimen marxista, por
primera vez en los anales de la humanidad,
el poder espiritual
(Iglesia,

clero, magisterio) y el poder temporal (pr!ncipe, Estado,
burocracia) se han fusionado en el Politburó y en su secrenrio
general. En esta situación, la función de los intelectuales no es
ya la de reflexionar libremente sobre el marxismo (supuesto en
el que en todo momento correrían el riesgo de justificar una ver­
dad ya supetada o que únicamente
se· adaptatía
más tarde), sino
la de bordar loo esquemas justificadores en el cañamazo de la inter­
pretación en vigor.
He
aquí lo que permite explicar la actitud de los intelectua­
les marxistas en el momento del pacto germano-soviético de 1939,
del cual,
naturalmente, no habían sido previamente infor­
mados. Dejando aparte algunas excepciones, el bloque de los in­telectuales marxistas en el mundo entero encajó ese choque bru­
tal: no solamente la doctrina permitía a Stalin estrechar la mano
de Hitler,
sino que

la doctrina era
Stalin-estrechando-la-mano-de­
Hitler.

No entenderlo así, abstenerse de justificarlo
y oponerse,
he aquí tres actirudes igualmente dañosas,
por las cuales se corría
el riesgo de la exclusión.
La exclusión del Partido, y, del mismo
golpe, de
la Historia.
Esto explica igualmente la docilidad de la que dieron pruebas
las
víctimas de
las purgas.
Eran marxistas
de la primera hora, los
"jefes históricos del bolchevismo". Puesta en la
balanza de

la doc­
trina dialéctica: su vida, de una
parte, y

su comprensión del mo­
vimiento de
la historia, de otra parte, no podían tener igual valor.
La vida misma debía ser pesada a la luz de la dialéctica, luz de la
que
solamente el
Partido se hallaba aureolado.
¿Qué es la exis­
tencia individual sin la significación (me atrevería a decir, trans~
figuración)· que la presta el Partido, fuerza motriz de la Historia?
La obra de Alejandro Zinoviev,
El porvenir rtldiante, contiene
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EN EL CORAZON DEL MARXISMO: LA DIALECTICA
unos pasaj,es en los que transpira esta comprensión de la dialéc­
tica. A través de la obra poco
a poco redactada de "Anton Zimine",
alter ego del autor, que escribe en primera persona y del que Zi­
mine es el amigo
ín~imo, se

hace la
luz: la realidad soviética no
tiene otra explicación que ¡ la realidad soviética! El sistema está
herméticamente cerrado,
es preciso dejar en la puerta de entrad,
la

lógica, la moral, la decencia, la !libertad. Al mismo tiempo,
la
mejor crítica del sistema, la
más devastadora, es el mismo sistema,
pues aun respondiendo a las cuestiones con un espíritu partidista,
no aporta respuesta alguna al hombre tal cual es, hombre con un
alma.
Es interesante notar que la obra de Zinoviev termina de un
modo parecido a la novela de G. Orwe!l, 1984. En ésta, los viejos,
victimas del
Gran Hermano, torturados, reducidos al estado de som­
bras de sí mismos y convertidos en inofensivos, se reunen cada
rarde bajo un gran nogal ante una taberna, pru,a jugar al ajedrez.
Son deshechos rechazados por la Historia, seres sin significación,
vegetando aún, por algún tiempo, antes de la aniquilación final
que es la muerte. En
El porvenir radiame, el narrador, aun siendo
un sabio marxista, miembro de la élite intelectual, observa du­
rante un tiempo una vieja trapera misteriosa, -impulsando su
ca­
rreta en la que guardaba los viejos objetos retirados de los cubos
de basura.
En medio de la agitación general de los corifeos del
régimen -por tener villa, vehículo, viajes al extranjero, almace­
nes especiales--, la vieja es el símbolo de un mundo extinguido
literalmente inexistente
y, por lo tanto, fuera de la historia. Y no
obstante, el

narrador, en
el momento de su propia desgracia, se ve
lanzado al cubo de la basura como los trapos viejos. En Orwell y
en Zinoviev, la algarabía del Partido contrasta con la existencia de
los dejados-de-cuenta, de las vlotimas del odio. Pero
de ambas exis­
tencias

la más real es la de los rechazados.
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