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Número 191-192

Serie XX

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El principio de subsidiariedad y la naturaleza del hombre

EIL P'RINCiiPIO DE SUBSIIDIARilIDAD
Y LA NATlJIRAIMlA DEL HOMBRE
POR
ANGEL GoNZÁLBZ AL
VARBZ
La XIX Reunión de amigos de la Ciudad Católica tiene como
tema
de estudio el principio de subsidiariedad. De su amplio campo
se me encomienda el desarrollo de una pouencia
que lleva
por título
El principio de s11bsidiarieddd y la nat11rdeza del hombre.
El sentido de su formulación parece claro. La conjunción «y» no
pretende agregar
al tema

de
la subsidiariedad el correspondiente a la
esencia humana. Enuncia más bien la búsqueda de una fundamenta­
ción del principio de subsidiariedad en la
naturaleza del
hombre.
Los problemas de fundamentación sólo tienen solución adecuada
en

el ámbito de
Ía sabiduría, ya se trate del saber natural o del · teo­
logal.
Aquí intentaré moverme en
el campo de la metafísica con las
imprescindibles alusiones a la
s•biduría teológica.
En el camino de
la indagación recorreré tres itinerarios : planteamiento del problema;
significación del principio de
subsidiariedad, y

su fundamentación.
I. Planteamiento del problema
He aquí el primer interrogante: ¿hacia qué ámbito de la entidad
habrá que

dirigir la investigación
para dar
cuenta del principio de
subsidiariedad
? De muy antiguo nos viene la idea de que compete . a
la
sabiduría ordenar
y conocer el orden. También se nos ha ense­
í\ado que

el orden se dice respecto de la
razón de cuatro modos
capitales.
29
Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
Consiste el primero en el orden que la razón encuentra delante
de sí como presupuesto obligado del conocimiento. Puede contem­
plarlo, estudiarlo, pero no puede producirlo. Y
tal es el orden de
las cosas naturales. Sobre él versa la filosofía de
la naturaleza,
a
la que los griegos llamaron física. También
se, asienta

en este orden
real o natural la disciplina que conocemos con
el nombre de meta­
física. Y
'ª ella habrán de apelar todas las demás ciencias en la me­
dida

en que aspiren a fundamentar sus respectivos
saberes.
Un

segundo orden es el
creado por

la
razón hnmana, examinando
sus

propios actos
de conocimiento,

ordenando los conceptos, juicios
f raciocinios, así como la significación de sus correspondientes tér~
minos, e¡cpresados en. las palabras, las proposiciones y los argumen­
tos. Estamos ante el orden racional o lógico, cuyo tratamiento .corres~
ponde a la filosofía racional o lógica.
Hay que registrar ahora un tercer orden., creado también por la
razón, en

la medida en que regula los actos de la voluntad
y los
dirige hacia su fin.
Es claro que el estudio de los actos voluntarios,
racionales
y libres, corresponde por derecho propio a la filosofía
moral, llamada
también ética
con denominación griega.
Por último, es
conveniente registrar

un cuarto orden, producido
igualmente por la
razón humana

que
introdu¡:e sus intenciones

en
las cosas exteriores para hacerlas pasar del estado de naturaleza
a un estado
de cultura.. La disciplina que se ocupa de este orden
merecerla ser llamada de una vez por todas filosofía de la
cultura,
Sólo ahora est~os en .condicior,es de-responder con

conocimiento
de causa al interrogante abierto al comienzo del epígrafe. El prin­
cipio de subsidiariedad tiene su ámbito de aplicación en los dominios
de la ética, llamada también, según quedó consignado, filosofía
moral.
El principio
cuya
fundamentación buscamos es

un principio
ético, una norma moral.
La palabra «ética» proviene del término griego.· ethus, que sig­
nifica costumbre.
Los latinos llamaban a la costumbre nws, de donde
procede la palabra «moral». De
ahí que la ética, como doctrina de
las costumbres, tiene la
misma definición
que
la filosofía moral.
Eth()s expresa la conducta consciente del hombre, fundada en la
autodeterminación
con respecto
a la ley moral. El
ethos se identifica,
30
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARJEDAD Y NATURALEZA DEL HOMBRE
pues, con lo moral. No se trata de caigo que desde la exterioridad
irrumpa en la intimidad
humana con

función de aplastamiento
y de­
terminación. El
ethos mora en el seno del espíritu y se actualiza en
la
conducta como actividad
voluntaria que
sigue el
dictamen de la
razón.
Los primeros filósofos griegos habían estudiado la ley de la na­
turaleza exterior por 'la que el caos lse convierte en cosmos. Poco
habían enseñado los presocráticos sobre la ley de las acciones hu­
manas.
Hasta: la

llegada de
Sócrates no hubo entre los griegos plena
conciencia de la ley moral en el interior del hombre.
Sócrates vio
en

ella una ley de la razón, cuya verdad se reviste con el bien
para
regir la vida humana. El hombre parece hecho de razón (l<>gos) y
de conducta
(ethos), que se insertan en un organismo (bios). Nadie
antes que Sócrates logró articular
. esa

triple dimensión de la
exis­
tencia humana. El logos y el elhus son el mejor patrimonio del es­
píritu,
mientras que el biO"s, ·en su significación física, pertenece al
organismo corporal. Me interesa subrayar esta concepción socrática
del hombre. El alma es esp!ritu que piensa y razón moral enraizados
en un organismo biológico. Fue
también Sócrates

el creador de
la
ética como saber filosófico. Y la concibió como ciencia del ethos, es
decir,

de la conducta humana regida por la razón, por el
logos.
Conviene, fina:linente, advertir que Sócra.tes sintió muy al vivo
la necesidad de
hacer apelación,

para explicar el
etho's, a una ins­
tancia superior al hombre, awique tal vez la encontrase también en
su propia intimidad. Si aceptamos el testimonio de Jenofonte, Só­
crates defendió que «el alma es 1o que en el hombre participa más
de lo divino». El hombre no es la realidad suprema ni la medida
de las
cosas; La suprema realidad y la medida_ de todas las· cosas es
Dios.
Sólo
después viene
la dignidad del hombre que hay que
po­
nerla en la excelsa imitación de Dios.
No-está
lejos de esta concepción de la ética la que nos
ofrece
Tomás

de Aquino al definirla como el estudio de la estructura de
las operaciones humanas que proceden de la voluntad según el orden
de la razón, es decir, de la actividad humana en cuanto humana. No
se tratá, en efecto, de una cienciá. natural~ como la fisiología, por
ejemplo, versando sobre funciones del hombre sustraída al influjo
31
Fundaci\363n Speiro

.ANGBL GONZAL/JZ ALVAREZ
de. la razón y de la libertad. El «sujeto» de la filosofía moral es la
operación humana ordenada
al fin, o, si se quiere, el h9mbre en
a¡a.nto agente racional y libre. Esta definición está en la misma lí­
nea de la que Sócrates hablara. La ética es filosofía del ethos, de la
conducta humana regulada por
la razón.
La conducta brota de la naturaleza humana, es decir, de la esen­
cia en cuanto principio de las acciones u operaciones. Pero la natu­
raleza del

hombre tiene la peculiaridad de manifestarse en dos di­
l)lensiones. La primera debe llamarse ;r,Jividual. La segunda merece
el
n~bre de s«idl. Esta especie de desdoblamientQ parece ser pre­
rrogativa de la persona.
TiemPQ ha
que fue definida como sustancia
individual de naturaleza racional.
Una doble tensión
----centrípeta y

centrífuga-
parece encerrar
al

hombre en la clausura individual, al tiempo que lo
proy~ta en
una

apertura con pretensión de abarcar
a la humanidad completa.
Todos y cada
nno de

los hombres pueden hacer suya la sentencia del
clásico: «soy hombre
y nada humano me deja indiferente». El cons­
titutivo formal del hombre hay que ponerlo en la subsistencia del
espíritu
incorporadc¡. Más

breve: en
la subsistencia racional. La sub­
sistencia suposita, individúa, cla~ura. La racionalidad .e5 ~pertura,
universalidad, comunión. Estamos en preseQ.~ia de dos di~siones
humanas:

una, individual,
y otra, comunitaria, igualmente reales. El
carád:er individual

y el sentido comunitario tienen idéntico funda­
men,o en

la personalidad.
·
Con esto he aludido a la tesis aristotélica según la cual el. hombre
es,
por
na~eza, un

animal social. Tomás
de Aquino justif\có que
el

hombre fuese «social por
naturaleza» desde

la doble perspectiva
de la racionalid.ad
y la instintividad. Tanto el ejercicio de las facul­
tades espirituales como el hecho incuestionable de la dependencia de los hombres para alcanzar los fines que
se proponen

anuncian un
instintivo anhelo de asistencia
recíp~a y justifican sobradamente
que
se

pueda hablar de
la naturaleza social del hombre. Y desde este
momento quedamos abiertos al r~onocimiento _ de una ética social.
La naturaleza social del hombre debe tener su ethus. Al definir
más atrás la ética como doctrina del
eJhus contemplábamos la moral
general o, si se quiere, la ética individual. Si
la sociedad subsistiese
Fundaci\363n Speiro

EL PRJNCIPIO DE SUBSIDIARJEDAD Y NATURALEZA DEL HOMBRE
como una persona, la ética social constituiría un capítulo más de la
ética
general .. Pero no aconteciendo así, es necesario distinguirlas. El
criterio
para la diferenciación
la proporcionó Tomás de Aquino al
afamar que

pertenecen
a la misma ciencia, estudiar un todo y sus
partes cuando entre
éstas y aquél hay unidad de composición ... Pero
no
es competencia de una única ciencia el estudio de un
todo y de
sus
partes si la unidad que constituyen es mera unidad de orden. Y
como éste es el caso del todo social en relación con los individuos
asociados, llamaremos ética

social a
la disciplina de que tenemos que
ocuparnos. Y es precisamente en .este
ámbito de la ética social en el
que se nos hará presente el principio de subsidiariedad, cuya funda­
mentación
última habrá que buscar igualmente en la naturaleza so­
cial de la penona humana.
IL ,El principio étioo-.sooial de subsidiariedad
¿En qué consiste la conducta social? Estamos habituados a pensar
que todas las acciones deben ser atribuidas a los individuos.
«Las
acciones

son de
los supuestos».
¿Dónde buscar¡ pues, actividades hu­
manas que merezcan
el calificativo de «sociales»?
El agente de la
acción humana es,

ciertamente,
el individuo per­
sonal.
La acción surge de la interioridad del hombre. Pero no toda
actividad humana se consuma en la intimidad de la persona. Junto
a las acciones inmanentes distinguimos· las actividades transitivas que
se manifiestan en la «exterioridad». Muchas de ellas tienen por tér­
rriido a otro hombre. Son precisamente estas actividades esencialmente
ordenadas a otros hombres las que interesan a la ética social. Nos
situamos, pues, en presencia de actividades
que salen
de la intimidad
del
espíritu y

se clavan en el
prójimo. Pero no mueren en él. Como
un árbol que
ha de florecer y fructificar, las acciooes implantadas
en
los hombres se prolongan hasta
alcanzar el fin que los religa en
comunión.
Conviene hacer un análisis de la conducta social y de su pecu­
liar etho<. Arranco de lo que tenemos ganado sobre el origen y la
meta de la actividad social para concluir con el
=rnen de
su espe-
Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALV AlUJZ
cificidad. Primero, la causa eficiente. Es claro que debe ser buscada
en la naturaleza del hombre. De ella brota la actividad social como
el agua .de la fuente. Pero la naturaleza huma.na se dice de dos ma­
neras igualmente fundamentales, que
más atrás califiqué como in­
dividual y comunitaria. El
carácter comunitario
del hombre no
es
menos claro que su individualidad. Ninguna persona se encuentra totalmente clausurada.
Si a todo
ser corresponde una tendencia, la dimensión de
la apertura se hace
consustancial a
la persona

humana que sólo se posee en
la inclina­
ción hacia el tú, en la continua superación y donación de sí. El hom­
bre no puede evitar pertenecer a la comunidad de los hombres.
La
persona es apertura y comunicación. Estar en el mundo, abrirse _a la
comunidad y ser vinculado a Dios son ingredientes constitutivos del
ser personal del hombre. Para cada uno
de nosotros vivir es convivir.
La persona es literalmente convivencia. Hasta el encuentro del hom­
bre consigo mismo está precedido y procede del encuentro con los
otros en
la comunidad de los hombres. El yo existe en relación con
el tú, y
la personalidad sólo se afirma en la comunicación y se rea­
liza, cOmo el amante, en donación que no cesa. Las acciones social~
brotan precisamente de esta dimensión comunitaria de la naturaleza
humana.
En segundo lugar, el

fin. Se dice, con razón, que los actos hu­
manos se especifican por el fin de la obra en su ser psicológico,
y
por el fin de la obra y el fin del operante en su ser moral. Pues
bien, el fin del
ethus .social debe ser puesto en Jo que la tradición ha
designado como
b(ll1t1m commune. En este punto me siento identi­
ficado, sin
reserva alguna

con Santiago
Ramírez y con Arthur Fri­
dolim
Utz. La ética social .sólo puede regirse por la ley del bien
común.
Ramlrez formuló
su tesis poniendo en el bien común
la ley
suprema y el principio especificador de la sociedad perfecta. Y la
desarrolló con estas palabras: «Los hombres se juntan y se reúnen
en sociedad con vistas a un bien común de todos ellos como a su
propio fin. El fin propio de la sociedad doméstica es el bien común
de todos y de cada uno de los miembros de
la familia; el fin del
caserío,
de )a aldea, de la
villa,. de

la ciudad; ..ie
la provincia, de la
región, del Estado, es el bien común de todos y de cada uno de sus
34
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO DB SUBSIDIARJBDAD Y NATUMLBZA DEL HOMBRB
componentes respectivos. El fin de la sociedad humana es el bien
humano social o común de la misma».
La razón de ello es obvia: «el hombre necesita _de la sociedad
para su

perfección,
para su
bien:
mas no para el bien de uno solo,
con exclusión de
los demás,

sino
para el bien de todos y de cada
uno,

sin
excluir a nadie; pues todos y cada uno necesitan de ella
para adquirir su perfección. El bien común, por consiguiente, es el
fin propio

de
la sociedad».
En

seguimiento de
Ramírez, Utz es

no menos explícito:
La so­
ciedad se
forma, es

decir, se constituye, desde
i,l punto

de vista
ético-social encomendando a
muchos un

deber que_
les vincula

entre
sí en funciones de acción recíproca. Así,
pues, el

bien común es
el
deber que ejerce tal efecto. Es aquel contenido intencional común que
obliga, no sólo a los individuos como individuos, sino
más bien a
los individuos recíprocamente. De

este modo adquiere el bien común
la función de
forma esencial, o

expresado en términos escolásticos:
constituye la
caura forma/is o el constit11tiwm forma/e de la sociedad.
La
ley general del bien común comienza a mostrar su eficacia
en la clasificación
y ordenación de la vida social y comunitaria. El
bien común es el primer fundamento de la distinción que es preciso establecer entre las
llamadas formas sociales

y
los órdenes
axiológicos.
La sociabilidad
hwnana se

manifiesta en la constitución de diferen­
tes
formas sociales,

de complejidad creciente. He aquí simplemente
enumeradas estas formas sociales: familia,
municipiQ, provincia,

re­
gión, nación, Estado. Estamos en presencia de la configuración
po­
lítica de orden social. Cruzando a diferentes niveles las formas sociales existen toda
una serie de órdenes comunitarios cuya estructura obedece a la
pecu­
liar articulación del valor que toman como bien común. Tenemos así
los órdenes comunitarios
encargados del
cultivo de
los valores
eco­
nómicos, vitales, intelectuales, estéticos, morales y religiosos. Estamos
ahora en presencia de la configuración axiológica del orden comu­
nitario.
En la base de las formas sociales hemos encontrado la familia.
No en vano se
la llama

célula. social. Ocupa también un puesto de
capital importancia como portadora y relizadora
de valores. En ella
35
Fundaci\363n Speiro

ANGiiL GONZALEZ ALV AR;BZ
están, reswnid<» y comprendidos, todos los órdenes a.xielógicos. Pue\le
llamarse

también núcleo comwütario.
De la
ley general del bíen común

se
c\eriyan una serie de. prin­
cipios
sociales ~mejor diríamos ético-sociales--, entre los cuales
destacan

como
. principales

los de solidaridad y
subsidiariédad. La
extraordinaria complejidad de la vida social -formas sociales--y
ile la vida comunitaria -órdenes axiológicos----plantea dos proble­
mas

de dificil solución.
Las formulo con los siguientes interrogantes:
a) ¿Cómo regular las relaciones de los miembros de las formas.
sociales y de los ·órdenes a.xiológicos con el todo social o
comunitario respectivo?
b) ¿Cómo armonizar, en sentido contrario, las relaciones del
todo
social y comunitario con sus respectivos miembros]
Para resolver el primer pr~lema y explicar la construcción de
la sociedad de
abajo hacia
arriba es esencial el principio de solida­
ridad.
Se trata de la norma que regula la conducta reciproca. de los
miembros del

todo social o comunitario. No me
detengo en
su doble
formulación por no ser objeto del quehacer que me fue encomen­
dado. Para despejar el segundo interrogante hay que apelar precisa­
mente
al principio

de
subsidiariedad, En torno -a él me ocuparé. de
dos
ruestiones: búsqueda

de las
formula¡:iones apropiadas
y su apli­
cación tanto en el ámbito de las formas
sociales

cuanto en el de los
órdenes
a.xiológicos.
En

primer
lugar, la

formulación del principio. Mientras. la nor­
ma de

la
solidaridad regula la

conducta de los miembros en el todo,
el principio de
subsidiariedad considera más bien la relación del todo
social y comunitario a sus miembros. Como todo principio ético­
social,
tiene
su aplicación en el ámbito de las actividades
.sociales.
Sirve

fundamentalmente
para establecer las competencias de la socie­
dad en relación con las de sus miembros. Para discernir
tales com­
petencias

tendrá que considerar la relación, del todo a las partes como
asunto de la sociedad y de los miembros.
36
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARJEDAD Y NATUllALEZA DEL HOMBRJ'.
· Se desprende de esto que el nombre de «subsidiariedad» es inade­
cuado.
S11bsidiarii officii principi11m, traducido como principio de
la función subsidiaria
y resumidamente como principio de s11bsidia­
riedád,
tiene una significación literal muy restringida. Por eso se hace
necesario distinguir entre 1a imposición dC un nombre a una función
y la significación actual del nombre impuesto. Se suele imponer
nombre a las · cosas antes· de captar su esencia completa y, en conse­
cuencia, para designar el aspecto que primero se ofreció a nuestro
conocimiento y a nuestro inteiés.
Por mi parte considero ahora el principio de subsidiariedad en
toda su amplitud y distingo en su contenido tres
precept05 que
re­
presentan otroa tantos deberes.
1.2
m . individuo y la comunidad ·menor, como miembros del
todo,
tielien la

ineludible obligación de
hacer por
propia ini­
ciativa en favor del todo cuanto sus fuerzas le
permitan ..
. 2.2
La. sociedad no puede moralmente privar al individuo ni a
las comunidades menores, incluidas en su ámbito, de las
aportaciones
y tareas que corresponden a su misión. Es un
precepto de

no injerencia del todo en el
deber de

las partes.
Allí donde el
cumplimiento de

un deber se impida o se
dificulte puede reclamarse como un
derecho inviolable.

Na­
die
debiera ·ser privado

del
derecho a

cumplir con su deber.
3.2 La sociedad está obligada a prestar ayuda tanto a los indi­
viduos como a 1as· formas sociales meitotes Y a los órdenes
comunitari05 subordinad05, fomentando las condiciones para
su promoción y desarrollo a fin de que puedan · cumplir la
función que les
afecta en. orden al bien común. Estamos
ante el
précepto de

asistencia entendido como misión
sub,
sidiaria

del Estado, de la
· cual

tomó nombre
el principio
estructural de la sociedad, que
estor analizando.

El Estado
está, pues, autorizado
para intervenir en las esferas propiás
de -sus rriienibros -formas sociales, órdenes comunitarios . é
37
Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
individuos- sólo para prestarles ayuda en el caso de que
les sea necesaria..
En lo referente a la aplicación del principio de subsidiariedad,
puedo ser
más breve. Por lo pronto;- es claro que informa el orden
de las formas sociales desde
el Estado hasta la familia, alcanzando
inclusive

a los individuos personales. Estamos ante el aspecto pclítico
del orden social. El
Estado debe

cumplir su misión subsidiaria res­
pecto de las regiones o provincias como éstas harán
_ lo

propio en el
escrupuloso respeto a la independencia de que deberán gozar sus
municipios. Y todos ___:...municipios, provincias, regiones y Estado­
deben respetar la autonomía de la familia y prestarle, en todo caso,
la ayuda que necesite para la perfecta
realización de
su insustituible
misión como
célula social y núcleo comunitario.
El principio de subsidiaridad debe informar, igualmente, las di­
ferentes esferas del orden comunitario_ También las distintas corpc­
raciones axiológicas deben gozar de autonomía e independencia
exi­
gidas para el óptimo cultivo de los valores respectivos. El Estado
debe acercarse
a

los órdenes comunitarios con ánimo de prestar el
auxilio que prei:isen en el ejercicio de
sus misiones

respectivas y
para
la ordenadión del propio bien de cada uno al bien general de la
nación.
ID. La fundamentación en la naturaleza del hombre
Con lo dicho podemos entrar en el tema de la fundamentación
del principio de subsidiariedad. ¿Hacia dónde dirigir la
investigación
para

que nos conduzca al hallazgo del fundamento? Seria grave una
equivoaoción del

camino al iniciar la marcha_ Una regla metódica
de valor universal
puede enunciarse así:

lo fundante y lo fundado
pertenecen al mismo orden. Por tarito, Si el principio de subsidia­
riedad se nos manifiesta en el orden ético-social, su fundaruento sólo
podrá
ser buscado

en el
ámbito del ethoa social. Y como la subsi­
diariedad es una peculiar norma reguladora de
la conducta étio en
la
rela:c:ión del todo· social a sus miembros, su fundaruento inmediato
38
Fundaci\363n Speiro

EL PRJNCIPIO DE SUBSIDIARJEDADY NATURALEZA DEL HOMBRE
hay que ponerlo en el bien común, ley general y principio especi­
ficador de la sociedad. Y si se desea continuar la indagación
babrla que

dirigirla a la
ley moral natural y prolongarla hasta la ley eterna, de la que es par­
ticipación en la criatura racional, según la conocida
definición de
Tomás

de
Aqwno. Se equivocan en este punto los representantes del
llamado personalismo

y cuya
figura más brillante fue, sin duda, Ma­
ritain. Parten

de la distinción metafísica entre individuo y persona.
Esta es un todo que, como tal, no forma parte de la sociedad. El
individuo, en cambio, :Como parte que es de una especie, entra en
la sociedad como parte de un todo superior. El hombre, como persona,
está directamente ordenado a Dios. Sólo como individuo, qué es
parte de la especie, entra en la sociedad a título de parte. El hombre
como individuo está
derechamente ordenado
a la sociedad política.
Otros filósofos
acnsan a

los
personalistas de
olvidar la·
primacía
del

bien común al hacerse cargo de la inserción de la persona en
la sociedad,
Maritain sale al paso de la acusación e insiste en la ne­
cesidad de subordinar el· individuo a
fas exigencias

del
Estado y de
liberar

a la persona de esas inismas
exigencias. Y

con este doble
propósito, hace al bien
común entrar

en juego, al propio tiempo
que se reafirma en sus propias convicciones.
Lá interpretación personalista de Maritain carece de fundamento.
No existe
contraposicioo alguna
entre
individualidad y
personalidad
en la unidad del
mismo hombre.

La persona humana no es el alma,
como el humano individuo
tampoco es el cuerpo. El cuerpo es una
dimensión
personal de fa persona humana en idéntica medida en que
el alma
entra también

como
ingrediente de
la humana individualidad.
El hombre es persona
én virtud de su espiritualidad incorporada.
Y en esa misma condición es también individuo.
La individualidad personal, lejos de clausurar al individuo en­
teramente, lo abre
y lo proyecta hacia las demás individualidades de
la
misma naturaleza. Esta apertura es una ordenación
de· la
persona
a la comunidad política, Es
daro que

no se trata tanto de una orde­
nación en el ser, cuanto de una
referibilidad en

el
tura se cumple en
la línea del conocimiento, de la acción y fa ope­
ración. Tres palabras
expresan las· reláciones entre

el hombre y
la-
Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALVAREZ
cómunidad : «con~er», «am~> y < nes son siempre bilaterales. El hombre debe servir a la comunidad
y pide ser servido por ella. Dígase lo mismo del amor y del cono­
cimiento. Sigue, pues,
siendo verdad que

el hombre se ordena a
la
sociedad

de la que forma parte sin que su individualidad se pierda
ni su personalidad se diluya. El hombre se ordena a la comunidad
operativamente.
Y lo

hace para desarrollarse, completarse,
peneccio­
narse, es decir, para el mejor ejercicio de los actos de conocimiento
y amor que lo enriqnecen. El hombre entra a formar parte de la co­
munidad para servir, conio. la comunidad .misma, al bien común que,.
en definitiva, es el supremo bien de la persona.
El

fundamento
inmediato del
principio de
subsidiarida.d hay
que
ponerlo eri
el bien común. Afecta por igual a las tres fórmulas en
que más atrás quedó distribuido su contenido. El valor y la verdad.
de cada una
son exigencias del bien común. En efecto:
1.2 El individuo y la comunidad menor deben hacer cuanto pue-'
dai1 en favor del todo, precisamente en razón del bien co­
mún en el que
están empeñados
y comprometidos como
pet•
sonas.
2.2 La sociedad no puede privar al individuo de su misión, ni
a las comunidades menores del
e¡erdc1ó· de
sus
rareas, pre­
cisamente también en tazón del bien. común.
3.2 La

sociedad debe
prestar ayuda
solidaria a los individuos,
formas sociales menores y órdenes comunitarios subordina­
dos por exigencias ineludibles del bien común.
Se trata,
en definitiva, de reconocer que el Estado cómo sociedad
política
pe,fecta atentaría contra su esencia y perdería legitimidad
si no dirigiese todas
sus acciones
en orden. al bien común de todos
sus miembros. El individuo personal, ·
la familia; el municipio, la
provincia, la t'egión y la nación son partes del Estado. Los diferen­
tes órdenes comunitarios a
los ·que compete eJ· cultivo· de los valores:
económicos, Vitales, estéticos:, intelectuales y morales como su respec.:.i
4o
Fundaci\363n Speiro

EL PRJNCIPIO DE SUBSIDIAR/EDAD Y NATURALEZA DEL HOMBRE
tiVo bien común, están también iru::luidos como miembros en la So­
ciedad estatalmente wúficada,
En el Estado no debiera verse más que la multitud de las perso­
nas, las formas sociales y
los órdenes

axiol6gicos
enlazados por· «la
autoridad

en el sentido profundo que le
da Santo
Tomás como
fuente
y principio

propio de la ley, así
éomo la ley. !o es del Derecho;: es
decir,
como una
ley y un Derecho vivos y fontales, como una ley ,j
un Derecho por esencia, en cuanto cabe usar de este término dentro
de
fa esfera de las cosas humanas; las leyes y derechos de particula­
res son otras
tao tas participaciones de la autoridad». Es lo que dice
Ramirez al

definir el
Estado. como
pneblo y autoridad en
unidad' de
orden.

Y esta ley fontal es
· el
bien común a cuyo servicio deben
ponerse el pueblo y los
gobernaotes por igual.
Aquí

podría
dat por
concluida
1a tarea de fwtdamentadón. del
principio de

subsidiatiedad en·
el ethos soda! del bien común, · Pero
háy una razón que

prohíbe detener
la irivestigad6n y otra

que
exige
prolongarla. La razón negativa consiste en lo que podemos l!amat
la pérdida
de

la
conciencia del etho,. en amplios sectores de la 't>ida
soda!
de

nuestro tiempo. Ante
expresiones como «la dimensión ética
del

hombre», sólo se
piestao hoy oídos de mercader.
La segunda razón tiene mayor importancia. Surge de la adver­
tencia · de que el bien común sólo puede siguifix:ar un fwtdaniento
inmediato 'del ethos social y de la. dimerisión ética· de la existenda
humana,

El fundamento último del
pÍ'incipio de
subsidiariedad sólo
será encontrado et> el proceso de una indagación de signo metafísico.
Hay que pasar de

las acciones humanas
:a[ sujeto que las ejerce. Dí­
gase, si se prefiere, que es nocesario descerider de la ética a la, an­
tropología

para después trascender
• la metafísica.
Me

referí
más atrás al hecho de que ia petsonalidad humana
ampara
por igual una
individualidad
intraosfenble y
una comunidad
compartida, Dejo ahora el primer polo de la personalidad
hutnana
para

ocuparme del segundo. Y
comierizo con
la advertencia de
que
el carácter' comwútario del ser personal· sólo es segundo polo en el
orden
de la enunciax:ión. No. hay ¡,etsona que haya existido un ins­
tante
colrto ente

puramente
individual. ·EJ sentido comunitario ·del
homl>re es tan original y primordial como puede serlo su individua-
4l
Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
lidad. El ser comunitaúo del hombre debe entenderse como perte­
neciente a la interna
realidad de la naturaleza humana.
Considerando este punto, conviene apartarse por
igual de doo
extremos.

Tan equivocada es la concepción
colectivista de
la comu­
nidad, que

hace de ella
una. sustancia
común de
la que loo hombres
individuales son modalizaciones fenomenológicas transitorias, como
la idea individualista que sólo tiene ojoo para la realidad de loo
hombres

singulares unidos
por intereses sin que nada definitivo les
trascienda. No.
La comunidad es reál, pero accidental. Se inserta en
la persona con la
misma fuerza que

lo hace la individualidad.
«El
carácter
comunitario

del hombre implica una orientación del indi­
viduo hacia la
comunidad y una capacidad fundada en esa orienta­
ción
y producida por ella» (&hmaus).
Al

definir de
este ·modo la comunidad al margen de la sustancia
no se niega su
realidad ni se desconoce su· importancia. Repárese que
«sustancia» y «accidente» se refieren a· la ·constitución ontológica y
no a la importancia o valencia de lo que con tales palabras se de­
signa. A
pesar de su accidentalidad, el carácter comunitario penetra
e informa todo el ser del hombre. Tiene su peculiar formalidad, en
modo alguno confundida con la que corresponde a
la individualidad
de
las mismas personas.
Por no· ser sustancia, la: comunidad sólo puede expresarse por
sus miembroo. Cuando a la comunidad se le añade la organización,
los
miembros se
enlazan en el organismo social. Y lo primero que
conyiene advertir es-que ello sucede· sin entregar autonomía y, en
consecuencia, sin perderla. No menos autónoma es la comunidad.
Tiene su
set, su·valor y su sentido. Defínase, pues, la comunidad de
los hombres como una totalidad ordenada de miembros autónomos.
Se inserta eil la esfera de 1-a persona, a· cuya estructura es esencial la
con:mnicación y la apertura que' lá relacionan a otras personas. La
comunidad se funda en el hecho de que el hombre sea un ser en
. camino, en vía de comunicación o comunión~
¿Cómo explicar esto? Un teólogo nos diría que la comunidad
humana se resuelve en un -misterio-ci.lya oscuridad no es otra cosa
que una sombra de aquel supremo misterio de Dios; uno en esencia
y trino en personas. Pero aquí quiero seguir ejerciendo el oficio dé
42
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD Y NATURALEZA DEL HOMBRE
filósofo. Y encuentro un hilo de claridad en la consideración de que el bien común alimenta
por igual el perfeccionamiento de cada uno
de
los miembros y la comunión de todos. Pero con esto sólo con­
firmo la
validez de

lo que
tenia ganado.

El fundamento
inmediato
de

las exigencias sociales es el bien común, que
mora se nos pre­
senta como inmanente en la sociedad misma. Al mismo tiempo, em­
pero, nos abre a insospechados horizontes, sugiriéndonos la búsqueda
del bien
común trascendente
que pertenecerá ya al ámbito de lo
divino. Las personas
individuales y la comunidad que constituyen
están selladas por su orientación a Dios.
La persona humana es capaz de comunicación libre con otras
personas en acciones libres. Intento profundizar en el sentido de
esta comunión o comunicación con vistas al descubrimiento de los
vlnculos que constituyen el sujeto social y colocar en él el funda­
mento real del principio de
subsidiariedad.
Nada

une
más estrictamente a

los hombres que los lazos del
coriocimiento y el amor. Son los vínculos comunitarios de maror
excelencia

y dignidad. El conocimiento comienza siendo entrega a
lo conocido ·y termina Siendo posesión. El amor quiere ser posesión
del amado, pero sólo se cumple y realiza en la permanente entrega
y en la dob.ación de sí mismo. Se trata, empero, de un conocimiento
que no se complace en robar intimidad y de un amor que no con­
sidera a las personas como, bienes de cónsuino. Para ser autéhticos
vínculos coinunitariós, el mutuo conocimiento· debe descansar en la
verdad, y el ámor mutuo tiene que realizarse en el ámbito. del bien.
Lo que los animales obtienen por rigurosa: prescripción de su natu­
raleza
y, por tanto, sin saberlo, los hombres lo persiguen conocién­
dolo
y queriéndolo.
La sociedad humana se funda en valores morales y se orienta a
fines trascendentes, sin
abandonar objetivos

inmediatos. Los hombres
somos espíritus incorporados. Y una sociedad de espíritus sólo
puede
lograr su unidad en 1a inmanencia espiritual-del coriocimiento y en
la amistad. Por eso, los más auténticos lazos de la sociedad humana
hay que buscárlos en

el conocimiento de la
verdad y en el amor del
bien, Pero,

debido a la incorporación del espíritu
y a su situación
en
el ·mundo, los hombres necesitan; junto a la. amistad y el conocer;
43
Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALV ARIÍZ '
Wl efectivó· intercambio de servicios reales. Nuestra vida en la tiérra
y en el tiempo exige también 1a satisfacción de necesidades bioló­
gicas pegadas a lo físico y unidas a lo
económico, Y
este intercam­
bio de servicios-se sitúa, por su misma-naturaleza, en el ámbito de
la causalidad transitiva. Obras son amores. Las solas razones no
bastan. El amor que sigue al conocimiento debe hacerse fecundo en
el obrar.
Tenemos necesidad de los servicios que los otros proporcionari,
Séntimos también, romo exigencia ineludible, que debemos prestar
a los otros

la ayuda que
necesiten .. Mas

no
para aquí la cosa. Englo­
bando
este rédproco intérca.mbio de

servicios que satisfacen
necesi­
dades
mutuas,

existe
iodavía la superior necesidad qne los hombres
tienen

de los
hombres. Y esta necesidad personal de los otros mués­
tra

de
nuevo qué la · realización de la humanidad en los hombres
corre a cargo del reconocimiento-y e} ··amor. Y_ este amor, secuencia
del cótiocimiénto;c produce la unión espiritual qué llamamos comu­
nión. El
conocimiento y el · amor están fundados en la . tacionalidad
del
intelecto' y en el libre querer de la voluntad. Ambas circunstan,
ciás hacen
del

individuo una personalidad abierta en
abanico hacia
la comunidad de los

hombres. El
signo más característico de esta
aperturii es

el lenguaje.
La persona es

dialógica,
cap·az de hablar y
responder.
Mediante el
lenguaje ejerce el hombre todas

las funciones·
me,
diadoras de la comunicación. Lo primero que el lenguaje comunica
es
al comun,éante mismo. Antes que expresar algo, hablar es expre­
sarse.

Y
lo qué cada hombre expresa en su lenguaje es la unidad de
su espíritu
incorporado, Por la palabra iluminada

por
el pensamiento
y encendida en el amor, se manifiesta una individualidad que
se
abre

en
· comunión. Quienes

hablan
el mismo

idioma se
·comprenden,
es

decir, permanecen.
unidos en el

conocimiento
y en el amor. Babel
fue

dispérsión. El
don de lenguas de

Pentecostés
amparó la nueva
comunidad de -Jos hombres de

la redención.
El conocimiento y' el amor son actos de las facultades del espí­
ri.tu
que

llamarnos
éntendim.íento y voluntad. En ambas clava sil$
raíces el principio de
subsidiariédad. En· ellas

hay
que poner su de:
finitivo fundamento. Lo cual i,qu.ivale .a mostrar su carácter obliga,
44
Fundaci\363n Speiro

EL PRJNCIPIO DE SUBSIDIARJEDAD Y NATURALEZA DEL HOMBRE
torio, su razón de ser ·eo. Ja existencia ético-social. Para ponernos en
el· camino que lleva a este furulamento parto de la subsidiariedad
como
.virtud de la vida comunitaria. La virtud de la subsidiariedad
surge de la voluntad
humana afectada

por el prójimo, que tiene que
cumplir
úna función y está necesitado de ayuda. Semejante actividad
difunde su bondad comunicando su fuerza. Se trata de la fuerza del
amor que, por dirigirse al prójimo, se llama filantropía. Suscita
la
actividad, acude en socorro de su indigencia y ayuda. a una mayor
eficacia y perfección en las acciones. La virtud de
la subsidiariedad
consiste propiamente en la voluntad de ayuda que, al unirse sin con­
fundirse con la

actividad del sujeto, la potencia en eficacia y
la per­
fecciona. en dignidad.
La .subsidiariedad se expresa también como valor social. Se trata
del valor fundamental de la
cooperación en el

que
se revela

un
as­
pecto esencial de lo comunitario. El valor social de la mutua ayuda
debe ser querido por sí mismo.
Lo cual significa, a su vez, que debe
situarse

en la linea del
perfeccioruuniento del
hombre, y muy espe­
cialmente en cuanto afecta al sentido social de su ser. Aquí juega
el bien de la comunidad un papel predominante. Sólo es fin ade­
cuado a la voluntad
humana el

bien
común, ya
que es
precisamente
en él donde

encuentra su realización y cumplimiento
la naturaleza
social

del hombre.
La voluntad
humana se halla vinculada

al bien común de
una
manera

incondicional y
absoluta. Esta

vinculación se manifiesta con
n,!ce1idad mordt. Y esta necesidad moral se expresa en la obligación.
La voluntad que intente sustraerse a ella cambia el sentido inmanente
de su ser, se niega a un comportamiento natural o lo sustituye por
el
artificio de la vida.
La obligación se hace patente en la vivencia de la comunidad
moral disponiendo su dictamen. Háblese, si se prefiere, de
razón
práctica. En el dictamen de la conciencia, la razón oficia de legis­
ladora de la oonducta que
. la
voluntad debe llevar a la práctica.
La
razón domina sobre el querer y le impone el cumplimiento del man -
dato.
El principio de subsidiariedad incide en la limitación de
los miem­
bros de la sociedad. Esta limitación se manifiesta en el triple frente
4S
Fundaci\363n Speiro

ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
de la capacidad especulativa, práctica y técnica. Los miembros so­
ciales ejercen su actividad en favor del todo. No es admisible que
se les
dificulte el
complimiento de su misión. Por el contrario,
es
necesario activar aquella triple capacidad en ellos para la consecu­
ción de sus objetivos y de su finalidad. El principio de
subsidiariedad
obliga

a
todos los hombres

a la virtud social del mismo nombre
y a
los actos conectados con ella. Su fundamento último hay que bus­
carlo en

el orden de
la finalidad. El fin. es la necesidad del sujeto
social. Una necesidad que es preciso suprimir. Se consigue el fin
sustituyendo
la" potencialidad en que se encuentra inmerso, por la
actualidad perfectiva que elimina la indigencia y
libera de
necesidad.
El fin que se pone en práctica se llama ayuda, socorro o subsidio. Son
exigencias de

nuestra
naturaleza social
y orientaciones del sen­
tido comunitario del ser personal del hombre.
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