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Número 201-202

Serie XXI

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Relaciones internacionales y superestructura mundial

RELACIONES INTERNA!CIONAIJES Y SUPERFSTADO
MUNDIAL
POR
TuOMAS MOLNAR
El tema indicado en el titulo es, sin duda, un tema de naturaleza
pol!tica, pues trata de las relaciones que mantienen los Estados,
que forman
el marco de la nación. Es importante hacer hincapié
de ese lugar común, de que el espacio internacional está constituido
por los Estados y sus relaciones -lo que nos autoriza a
hablar de
relaciones «inter-estatales»- pues, en nuestros días, se olvida con
facilidad que las relaciones internacionales no constituyen un espacio
autónomo.
Se trata, repitámoslo, de relaciones entre Estados; reali­
dad que se escamotea cuando se habla, de una manera negligente,
de
world ,effairs. El «mundo» no es un concepto poHtico -y de­
mostraremos aquí que tampoco podría serlo, aunque se revistiese
con Otras etiquetas-y, por tanto, no está sujeto a transacciones, es
decir, a relaciones;
y tampoco podría mantener relaciones con tal
o cual de sus partes.
He aquí nuestro postulado básico: el Estado ( no importa la
forma que revista: tribu, polis, principado, nación, imperio, federa­
ción, etc.) es el espacio político natural entre el individuo, por una
parte, y la humanidad (también llamada el mundo, the wotd, la
colectividad

humana, la
familia internacional) por

otra.
Se admite
que el individuo, e
ine!luso, los

grupos que crea en compañía de sus
semejantes (clubs, as-ociaciones, grupos de intereses) no pueden
considerarse entidades poHticas. Es cierto que el individuo decide,
o al menos aprueba, el régimen bajo el que
prefiere vivir;
pero no
le es posible vivir
sin el Estado, fuera del Esrado. Incluso Tarzán
debe elegir una existencia cuasisocial-humana pues con los animales
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de la selva, y, por otra parte, desde que le es posible, vuelve a te­
ner la compañía de otros hombres. Tarzán solo, Robison Crusoe sin
Viernes, es dooir, sin el telón de fondo de una sociedad civilizada,
no tendría historia, pues se encontraría sin relaciones con los de­
más. El soldado japonés solitario, al que se encontró hace algunos
años en una isla del Pacífico, no estaba tampoco sin sociedad : se
había negado a creer en la derrota de su patria en 1945, y sobre­
vivió moralmente (¿políticamente?) gracias a su devoción inque­
brantable a su emperador.
Si el individuo no es una entidad política, lo mismo puede decir­
se de la humanidad. Los hombres, considerados colectivamente en
su .totalidad, constituyen: bien una noción religiosa, la humanidad
en tanto que descendiente de Adán,
el cuerpo místico dé Cristo, etc.,
bien una noción filosófica,
d cosmopolitismo de los estoicos, pe­
netrado
def alma

universal·
el «Tercer Imperio», en la concepción
político-mística del abate Joaquín, la sociedad sin clases
extendida
por toda la tierra, y así sucesivamente.
Hay una buena razón para que la «humanidad» no pueda cons­
tituir una entidad política: una formación de esa índole no sería
política, porque aboliría, por Su misma existencia, a la nación y a
su marco natural, el Estado. Cuando se habla de internacionalismo,
se olvida que
la «inter-nación» · no existe; -o bien que la condición de
su existencia es, precisamente, el hecho de que se da entre nacionés, en
cuyo caso se trata de un pleonasmo. Ahora bien, el que quiera definir
el campo de acción de una teoría de las relaciones internacionales,
se. lanza a una búsqueda vana, dado que el objeto de esa búsqueda,
la «i0iter-nación», no existe. La sustitución del concepto «humanidad»
por el de «ínter-nación», no es más que tin subterfugio de tipo
emocional: se entra, en ese momento, en la esfera de la filosofía
o de la ·religión, y se aparta uno de la política.
Supongamos,

sin embargo, que la humanidad puede constituirse
como una entidad política. Perdería inmediatamente ese carácter,
piles no podría convertirse, desde su aparición, en una entidad lo­
t..aliklria. Esto resulta-evidente, si· se renuncia a: jugar con las palabras.
Una superorganJzaci6n que coincidiese con todo el planeta, debería
considerarse como una situadó.n-límite, como el -mejor de los mún.-
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RELACIONES INTERNACIONALES Y SUPERESTADO MUNDIAL
dos posibles, excluyendo desde ese momento todas las alternativas.
El que propusiese alguna sería,
ipso facto, declarado rebelde a escala
universal; hereje, más que reformador; loco más que hereje. Sólo
qu-e todas las condenas y proscripiciones no servirían de gran cosa,
pues, incluso en el marco de una humanidad política, es decir, de
una república universal, al pensar los individuos libremente, y con
mayor razón las naciones, ni los unos n'i las otras dejarían de existir
y de protestar. La consecuencia sería un estado de guerra civil, per­
manente, una situación de anarquía. Desde luego, los individuos
y las naciones recalcitraotes se encontraríao fuera de la ley, lo que
no les impediría
exigir su independencia del imperio mundial.
Este, a su vez, no podría ceder, pues , al igual que la «substancia»
de Spinoza, no podría haber dos Estados, aun cuando el segundo
fuese mucho más pequeño que el primero. Nuestra exclusión de
la «humaoidad»,

o, hablando
pseudo-po­
liticamente, de la «Ínter-nación», de entre los conceptos po-Uticos,
no significa de ninguna manera la no participación de los Estados
en los negocios comunes del planeta. Esta participación se efectúa
bien por
contrato: tratado, alianza, comercio, guerra declarada, arbi­
traje; bien por los caoales
natura/,e,: sentido moral (p. ej.: ayuda a
los camboyanos), afinidad nacional, tribal, racial, religiosa., intereses
y otras traosacciones. Unicamente la conquist" parece formar parte
de las dos formas de participación. En efe<;to, se trata de un medio
natural de crear relaciones con los demás, pero se hace legítima, así
pues, contractual, desde
el momento en que un armisticio o un tra~
tado de paz intervienen entre los dos Estados, el conquistador y el
conquistado,
Hay que hacer notar el hecho de que si, contrariamente a Jo
establecido por
fa teoría de moda en los países anglófonos y liberales,
el Estado no está fundado en un contrato -dado que el hombre. no
es libre de no vivir en un Estado constituido, es decir, de no ser
ciudtk/"'10--las relaciones interestatales sí que están fundadas en
un contrato, Al ser los Estados las únicas organizaciones en sentido
político, las relaciones que mantienen con
los demás Estados no de­
rivan de ninguna autoridad supranacional --como hay tendencia a
pensar hoy en día-sino únicamente de co11tratos en los que con-
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sienten. Por otra parte, hay que tomar esa palabra «contratos» en
su acepción más alta: los Juegos Olímpicos de
la antigua Grecia,
la
Cruz Roja, el Parlamento de Estrasburgo, las Cruzadas, el reparto
de

las
colonias africanas
en 1884 en Berlín, la Organización de la
Unidad
Africana, y así sucesivamente, están fundados en contratos.
Pero observemos que los Juegos Olímpicos contemporáneos apenas puede decirse que
estén basados

en un contrato:
precisamente han
perdido

su carácter internacional por el hecho de que
se excluya
a

ciertos Estados en nombre de la
«humanidad>>, o

de la «opinión
mwidial», conceptos estos que son religiosos, no políticos.
Lo característico del contrato es que el contratante pueda denun­
ciarlo, hacer cesar su participación, poner fin a compromisos. Su­
pongamcs una «inter-nación», y preguntémonos cuáles deberían ser
las condiciones para su existencia auténtica. Sólo
cabe una respuesta:
la condición de que
la nación miembro pueda abandonarla, lo que
no cabe en el
caso, ya

lo hemos visto, de la
humanidad organizada
en
una repúb1ica universal. Precisamente, en este último caso, la nación
ya no es un miembro: se encuentra negada y abolida. No ha habido
contrato, ni aun conquista ( que no suprime a la nación conquistada,
sino que suspende provisionalmente su soberanía) ; lo que ha habido
es una

imposición de carácter religioso ideológico.
Pero hay más. Al
ser el

Estado el único concepto político vá­
lido, los ciudadanos que han elegido el régimen son los únicos auto­
rizados a carobiarlo. Sí,
rambi"1' el régtm'en pero no abolir el Esktdo
pues, como hemos observado, no son libres de no vivir en un Esta­
do. Así, los ciudadanos no son libres de votar la abolición del Es­
tado en cuyo marco viven, con vistas a dejarlo que se disuelva en
la «humanidad». Por lo mismo, ningún gobierno estaría autorizado
para abdicar de su
soberanía, o,
dicho de otra forma, de su carácter
estatal, pues
debe a

los
ciu función de guardián del
Estado.
«SaJir» del

estado de Estado, por así decirlo, conduce for­
zosamente a

la anarquía
-que inclwo Tarzán y Robinson rechazao­
o bien al totalitarismo
-de un partido político o de la humanidad,
que eso poco
importa,-dos
consecuencias
igualmente no políticas,
contrapolíticas.

Vale la pena volver a decirlo: una
«ínter-nación)>,
que "Se autorizase a sí misma para colectivizar el planeta en nombre
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RELACIONES INTERNACIONALES Y SUPERESTADO MUNDIAL
de la humanidad, concepto pseudo-político, no podría hacerlo más
que en nombre, bien de una ideolr,gia, bien de un interés frt>edona­
rio, que se manifestaría, por lo demás, como una idet¡!ogía. Con
la
pretensión de ser un régimen político, pero
a escala planetaria,
la inter-nación

no dejaría por ello de ser una fracción. Como escribe
Bergson, hay un salto cualitativo entre la nación, aunque esté muy
poblada, y la humanidad considerada globalmente; y este
s.Jto
consiste,
precisamente,

en el paso de la política a otra cosa: según
Bergson. al misticismo.
• • *
Acabamos de concluir que la <> no es un concepto
políticamente formulable, y que, en concreto, no podría tener autori­
dad soberana y legítima sobre los hombres. Precisamente, se aprecia
que cada vez que una nueva fórmula internacional ve la
luz, y que
recibe una fuerza ejecutiva -la S. D. N., las Naciones Unidas­ la existencia de la entidad así surgida
es inmediatamente incorporada
por los Estados en su ejercicio de política nacional y soberana. Dicho
de otro modo, cuando suscriben algo semejante a un contrato con
la autoridad ficticia que detenta la inter-nación, continúan compor­
tándose como si la inter-nación fuese otro, E.rtado, uno más en las
múltiples relaciones interestatales. Se pretende concederle un esta­
tuto supranacional, pero, en realidad, no se tiene en cuenta su exis­
tencia más que para utilizarla, en la medida de lo posible, para sus
propios intereses estatales y nacionales. Más en concreto todavía:
la creación de este tipo, de organización supraestatal equiva1e, desde
el punto de vista de un Estado «normal», a la aparición en sus fron­
teras de un Estado poderoso, cualquiera que éste se.a, roya existencia
haya de ser tenido en consideración en lo
sucesivo. La, razón de ello
es sencilla: fa creación de una organización supraestatal -y la ONU
nos sirve aquí de ejemplo por excelencia- no es nunca el fruto de un consenso mundial, sino del interés que
las grandes potencias
de la época tienen en imponer a las demás naciones la combinación
que les conviene. Es.tos intereses,
-evidentementé, sé disimulan y se
propone una ideología «mundialista», cuya encamación es la orga-
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nización supraesta,tal en cuestión. Por ello, se presenta como voluntad
de las grandes potencias, lo que
la hace
equivalente a
fa constitución
de otra gran potencia próxima. El comportamiento de un
Estado,
normalmente constituido, respecto de ella, no difiere gran cosa del
que el Estado adopta respecto a otras potencias : le vigila, porque
la inserción de la ínter-nación en las relaciones in,ternacionales no
hace sino añadir una fuente de nuevas
amenazas en la lucha

per­
manente por la existencia y por d poder, ya sea en una región de­
terminada, ya sea a escala mundial.
La apatición de la i!\!er-nación provoca, por parte de los demás
Estados, la necesidad de adaptarse a esa situación en
la medida
de
su propia importancia, poder,

situación geográfica, condiciones in­
ternas. Cuanto
más poderoso es un Estado, menos se adapta a la
ínter-nación; por el contrario, hace de ella insrtumento de su propia
política nacional. Pero, de
una manera
general, ningón Estado lleva
la adaptación demasiado lejos y
-ahí está la experiencia de nuestro
siglo,
tan rico en organizaciones supraestatales- ningón Estado se
deja
absorber por
las organizaciones pretendidamente representati­
vas de la «humanidad» y sus pretendidos < Esta es la experiencia de
nuestro siglo, acabamos de
verlo, lo
que no impide que las tentativas de «mundialización» se repitan y
se multipliquen. El fracaso de
la. Sociedad de Naciones y de las Na­
ciones Unidas no tiene fuerza disuasoria, por ejemplo, en el espíritu
de los parlamentarios de Estrasburgo, a pesar de la evidencia de que,
en primer lugar los
Estados que
componen esta organización se
sirven de ella como un medio adicional para sus propios objetivos;
y de que, en segundo lugar, las atribuciones de
Estrasburgo no

con­
templan
la resolución de los problemas reales, o sea políticos, siuo
de las cues,tiones de menor importancia. Y es que la ínter-nación
no es capaz de apoyarse sobre su propio poder, pues carece com­
pletamente de él: el poder que detenta lo toma prestado de sus
pa"1:es constitutivas,

sobre todo de las grandes potencias.
En los dos decenios que siguen a 1920, la. modesta capacidad
de intervención y arbitraje de
la S. D. N., cada vez más anquilo­
sada,
dependia de

Gran Bretaña
y Francia. La ONU, después de
1945, debió su
existenci
la ilusión americana de poder matener
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RELACIONES INTERNACIONALES Y SUPERBSTADO MUNDIAL
la alianza, incluso el a-uerdo ideológico con Moscú. Mientras que
los Estados Unidos consignieron imponerse en el seno de
la orga­
nización,

como en
el momento de la gnerra de Corea, esta organiza­
ción fue
efectiva, pero poniéndose al servicio de la hegemonía de
una gran potencia. Desde que
Rusia soviética poseyó su bomba nu­
clear,

es decir, desde
que se alcanzó la paridad entre Moscú y Was­
hington,
la divergenaa entre los dos países redujo a la ONU a
nada
más que una ficción. Hoy, la hegemonía sobre la ONU la
ejerce la Rusia soviética, mientras que la organización que se llama
internacional se transforma en un instrumento anti-occidental, al
servicio de cualquiera que pnetenda utilizarlo.
• * *
Y a hemos aportado una respuesta a la pregunta plantead;. im­
plícitamente en

nuestro titulo: ¿es
posible una
teoría de
las rela­
ciones internacionales? ArticulemOs, por el momento esta respuesta,
y comencemos por una analogía.
Hay, desde hace varios años, diversas teorías respecto a
la apari­
ción

de los
objetos volantes
no identificados (OVNI). Por nuestra
parte, creemos que tales objetos no exiteo, pero que los recientes
y
espectacular.es éxitos de la navegación espacial permiten a la imagi­
nación popular llegar más
allá de unas realizaciooes que, no sin
motivo, se juzgan como fantásticas. Imaginemos
que, en
tiempos
de los grandes descubrimrentos de los siglos xv y xvr los, explora­
dores de continentes desconocidos hubieran
traído «pruebas»
de la
existencia de hombres, de animales
y de objetos imaginarios; exis­
tencia que, coo el tieropo,
se hubiese

revelado
como falsa.
Nuestro siglo se deja, natoralmente, impresionar por la aparición
espectacular de

dos potencias prestigiosas que llevao las palabras
«unión» o «unificada>> en su apelación oficial.
Estos dos países-im­
perios han sido fundados, tanto
el uno como el otro, coo el ideal
de
organizar las

naciones de
la tierra eo una super-organización,
bien

de Estados
unidos, bien de repúblicas socialistas que formen
una tmión. Nuestros-contemporáneos llegan, pues; a suponer, que,
en efecto, hay una
«inter~naci6n» que
se adivina, como formando
uoa filigrana, tras de los Estados-naciones, por lo demás vetustos y
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superados en el tiempo. Sin embargo, la ínter-nación no tiene más
existencia real que la que pueden tener los «ovnis», por más que
se formulen
teorías sobre
ella. Al
tratarse de teorías

sin un objeto
real, no se _puede en verdad formular sino teorías s<>bre estas. teorías;
es decir, se tiene derecho a plantear, en rigor, preguntes sobre la
necesidad y

utilidad de
formular estas teorías.
Repitamos que sin el internacionalismo marxista, por una parte,
y el mesianismo utópico americano, por otra, no se pensaría actual­
mente en los wo.-ld ,rffairs, en las ir,/emtllional reldt/ons, o incluso
en «los intereses morales de

la
humanidad», corno

entidades que
tienen una existencia
indepediente de las mismos naciones. Tras de
los
world ,rffdirs, etc., la gente cree poder ver un<> comunidad mun­
dial y
mundializad!a, a
la
que -he
aquí el elemento
ideológico~
atribnyen características ideales. Es por el establecimiento de una
relación con éstas
por lo que el estado actual de cosas se juzga, por
definición,
malo, inmoral y provisional. Con la
aynd.. de estas teo­
rías, que tratan sobre la inter-nación y sus sedicentes < se termina por construir una nueva ciencia. política,

que se enseña
ya en los Estados Unidos como lnterntllional reltllions, y que susti­
tuye
a aquellos cursos cuyo objeto ha sido hasta
ahora la
política
y la historia de las naciones.
Esta observación nos autoriza a precisar más sobre el verdadero
sentido de las relaciones internacionales, o sea, de las refo.ciones
entre naciones. Bien entendido que siempre han existido relaciones
de

esa índole, y que existirán siempre.
Con el objeto de hablar de
ese tema

de una forma inteligente, es preciso
apartar esa
«navaja
de Occam», que es el
postu:Iado de una inter-pación, en

la que
las
reglas de aplicación serian Jas relaciones interestatales. No hay co­
munidad foternacioal, ni «familia de las naciones», salvo en el sen­
tido de que, en efecto, pero en un plano distinto al político, existe
la humanidad. Las relaciones estrictamente políticas no se establecen
sino entre Estados; resulta vago y no lleva a ninguna conclusión el
hablar· de la suma de eSJt:as relaciones corno de un término que tiene
significado propio; o bien
h.ablar de
estas
relaciones como,
un aspec­
to especial

a la
luz de
la «lnter-naciona,lidad». La verdad, quizá
amarga para algunos, es que los Estados existen en un vacío político
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RELACIONES INTERNACIONALES Y SUPERESTADO MUNDIAL
en el que ellos, precisrunente, son los que crean las relaciones que
nosotros llamamos internacionales;
Además de en esta esfera política, los Estados existen igualmen­
te

en la
esfera de I;, moralidad, pues sus relaciones y transacciones
no se
desarrollan únicamente

según
imperativos del

interés, o según
las reglas del juego de la autoprotección y de la ambición naciona­
les. Sin

embargo, la esfera de la moralidad no culmina en nna auto­
rización internacional, pues la dimensión moral de ésta no podría,
de ninguna manera, elevarla por encima del plano en que se mueven
los mismos

Estados. Incluso admitiendo, por
consiguiente, que
hay
uoa moral a la que están sujetos
fos Estados --de fonna muy

dis­
tinta que
los individuos

singulares-
hay que negar que la fuente
de esta moral se encuentre en 1a ínter-nación, la cual se vería así
autorizada para imponer reglas a las transacciones estátáles.
Hemos mencionado
ya la característica falsamente internaciona­
lista
de los Estados Unidos
y de la Unión Soviética, como la causa
más importante de la atribución contemporánea de las relaciones
ínter-estatales
a una «inter-nación» ficticia. Es cierto que hay nn
tercer factor igualmeote
responsable para

ello; el arma nuclear, que
extiende la idea de uo destino común a toda la humanidad en tanto
que
wor/d community -<1un cuaodo es evidente que el arma nuclear
se ha convettido, desde 1945, fecha de su primera utilización, en
un elemento,
sin más, de las relaciones entre aquellos que la poseen
y que se sirven de ella como arma política: amenaza, chantaje, pre­
textos

para arrancar concesiones, aquellos que querrían poseerla,
los que tienen o no
-tienen derecho a

su posesión, etc.-
Observe­
mos también que

las entidades reputadas
internacionalizantes, sean
de carácter institucional, como las Naciones Unidas-, o de carácter
técnico,
como la bomba nuclear, no se sitúan por encima de las
entidades políticas ordinarias. Desde su aparición, y a pesar del im­
pacto que puedan teoer sobre las imaginaciones,
,estas entidades
es­
tán, por así decirlo, absorbidas por el curso normal de las transaccio­
nes políticas en tanto que entidades precisamente políticas, y no
Jupra-pollticar. Una teoría de las relaciones in-ternacionaJ.es, si su
necesidad llega a maoifestar,e, no podrfa fundarse legítimamente
más que sobre el estudio de
las relaciones
entre Estados.
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