Índice de contenidos
Número 207-208
Serie XXI
- Textos Pontificios
- Noticias
- In memoriam
-
Estudios
-
Ética personal y cultura en el pensamiento de Juan Pablo II
-
La cárcel del estructuralismo
-
En torno a un cristianismo llamado «pleromático»
-
Tecnocracia, totalitarismo y masificación
-
En torno al concepto de Renacimiento
-
El liberalismo o el reto de la razón contra Dios
-
Dos textos para meditar
-
Lo público y lo privado
-
La familia y el derecho natural
-
La crisis en la Compañía de Jesús
-
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Información bibliográfica
Autores
1982
Dos textos para meditar
DOS TEXTOS PARA MJNDJJI'AR
J ean J aures no pasa por ser partidario del autoritarismo; pero
su reflexión sobre los jefes es, sin duda, pasmosa:
«No hay clase dirigente si no es animosa. En toda época, las
clases dirigentes se han constituido por el valor, por la aceptación
consciente del riesgo. Dirige aquel que arriesga aquello que los
dirigidos no quieren arriesgar. Es respetado aquel que, volunta
riamente, cumple por otros los actos dificiles o peligrosos. Es un
¡efe aquel
que procura a los otros la seguridad tomando sobre él
los peligros.
El cora¡e,
para el empresario, es el
espiritu de
em
presa
y el rechazo a recurrir al Estado; para el técnico, es el re
chazo a transigir con la calidad; para
el director del personal o
el director de fábrica, es la defensa de la casa, es, en la casa, la
defensa de la autoridad
y, con ella, la de la disciplina y del orden.»
(J. J aures: De peche de T oulouse, 28 mayo 1890)
Ignoramos las «teorías» que puede profesar Madame Giroud
sobre la autoridad
y el mando. Pero su retrato de un hombre real,
que fue un excelente jefe, confirma notablemente
la experiencia
común.
«Con Renoir, he visto por primera vez un "director", y la
palabra puede aplicarse al gobierno de cualquier realización ... Todo estaba
a/U:
la visión global, la preocupación por el detalle,
la autoridad, el don de suscitar adhesiones y, sobre todo, por en cima de todo, el arte de utilizar a los hombres, de obtener lo
meior y, haciendo esto, hacerles felices.
Renoir tenla la calma, la paciencia, la facultad de interés por
los otros, también la auténtica
modestia, que
únicamente se en
cuentra entre los hombres que no se sienten obligados a conven
cerse perpetuamente sobre su virilidad... Sigue siendo para
mi
el
modelo de lo que deberla ser el acto de dirigir. No babia per
sona de la que él no supiera solicitar la
voz, de
la que no supiese
movilizar los recursos. Y todo eso carecer/a de valor, natural
mente, si al final hubiera habido chascos.»
(F. Giroud, «Si je mens»)
810
Fundaci\363n Speiro
J ean J aures no pasa por ser partidario del autoritarismo; pero
su reflexión sobre los jefes es, sin duda, pasmosa:
«No hay clase dirigente si no es animosa. En toda época, las
clases dirigentes se han constituido por el valor, por la aceptación
consciente del riesgo. Dirige aquel que arriesga aquello que los
dirigidos no quieren arriesgar. Es respetado aquel que, volunta
riamente, cumple por otros los actos dificiles o peligrosos. Es un
¡efe aquel
que procura a los otros la seguridad tomando sobre él
los peligros.
El cora¡e,
para el empresario, es el
espiritu de
em
presa
y el rechazo a recurrir al Estado; para el técnico, es el re
chazo a transigir con la calidad; para
el director del personal o
el director de fábrica, es la defensa de la casa, es, en la casa, la
defensa de la autoridad
y, con ella, la de la disciplina y del orden.»
(J. J aures: De peche de T oulouse, 28 mayo 1890)
Ignoramos las «teorías» que puede profesar Madame Giroud
sobre la autoridad
y el mando. Pero su retrato de un hombre real,
que fue un excelente jefe, confirma notablemente
la experiencia
común.
«Con Renoir, he visto por primera vez un "director", y la
palabra puede aplicarse al gobierno de cualquier realización ... Todo estaba
a/U:
la visión global, la preocupación por el detalle,
la autoridad, el don de suscitar adhesiones y, sobre todo, por en cima de todo, el arte de utilizar a los hombres, de obtener lo
meior y, haciendo esto, hacerles felices.
Renoir tenla la calma, la paciencia, la facultad de interés por
los otros, también la auténtica
modestia, que
únicamente se en
cuentra entre los hombres que no se sienten obligados a conven
cerse perpetuamente sobre su virilidad... Sigue siendo para
mi
el
modelo de lo que deberla ser el acto de dirigir. No babia per
sona de la que él no supiera solicitar la
voz, de
la que no supiese
movilizar los recursos. Y todo eso carecer/a de valor, natural
mente, si al final hubiera habido chascos.»
(F. Giroud, «Si je mens»)
810
Fundaci\363n Speiro