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Número 207-208

Serie XXI

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Lo público y lo privado

LO PUBLICO Y LO PRIVADO (*)
POR
JEAN DE SAINT-CHAMAS
Esta tarde sólo he podido sacar algunas frases de los «dos­
siers» de
1a pantalla. En ellos figuraban unas preguntas formula­
das a esta pequeña mujer británica, instalada en las Indias
y a
la que se llama Madre Teresa, quien desde hace más de treinta
años recoge a los abandónados, a los enfermos, a los que están
muriendo.
Una pregunta planteada por un telespectador me ha chocado
particularmente:
«¿Por qué, Madre Teresa, cumple V d. tareas
que deberían estar
a cargo
del gobierno de la iniciativa pública?
¿Y por qué los poderes públicos la
de¡an hacer?». La apariencia
banal de estas preguntas revela hasta qué grado de inversión
cí­
vica pueden caer algunos de nuestros conciudadanos.
De esta forma, para ellos, el cuidado de los pobres es mi­
sión que dependería esencialmente de los poderes públicos, hasta
tal punto de resultar sorprendente que una iniciativa privada
se mezclase en ello.
Estamos acostumbrados de tal manera a que el Estado asuma
todas las tareas de «solidaridad» que no nos imaginamos que
pueda
ser de

otra forma.
Pero, ¿se
ha planteado alguien alguna vez la pregunta de
saber cómo se iniciaron esas funciones que hoy nos parece tan
natural que estén regentadas por instituciones públicas?
Podríamos hacer un inventario detallado
y no encontraríamos
(*) Publicado en C. E. E. Inf<,rmation, núm. 46.
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casi ninguna que no hubiera tenido su fuente primaria en inicia­
tivas privadas.
El desarrollo de nuestra civilización aparece ligado al de las
iniciativas privadas en todos los campos del saber, del arte, de la solidaridad, de la previsión y, por supuesto, de la economía.
Históricamente, la era cristiana debía dar un empuje sin pre­
cedentes a las iniciativas privadas, aportándoles una justificación
fundamental. El saber, y con él el poder de iniciativa, ya no
seria el

privi­
legio de una casta
de sabios ni una gnosis para los iniciados. La
misión de «predicar a toda criatura» se convertía en programa
y misión universal, puesto que toda persona humana debe dar
pruebas de iniciativa personal
en cuanto sus medios se lo per­
mitan. He aquí
la nueva civilización cuyos efectos se extendie­
ron progresivamente a todos los ámbitos de la vida.
Fruto de la iniciativa privada, las escuelas se extenderían pro­
gresivamente en todo el occidente; las escuelas fueron obra de los monasterios
y de los municipios antes de que existiera el Mi­
nisterio de Educación. Fruto de la iniciativa privada fueron los esfuerzos para crear
unas
condiciones de traba¡o más justas, empezando por la desapa­
rición progresiva de
la esclavitud y los perfeccionamientos ulte­
riores: hasta el punto de que nuestra actual legislación del tra­
bajo no contiene casi ninguna regla protectora que no sea la
puesta al día de lo que en
el curso de los tiempos habían reali­
zado las asociaciones de profesiones y oficios, corporaciones y
hermandades. Fruto de la iniciativa privada fueron los esfuerzos para el
desarrollo de

las artes y las técnicas de
producción, para la pro­
tección de la
salud, para la creación de hospitales, orfelinatos,
hospicios, mutuas y seguros.
Fruto de la iniciativa privada fueron la mayor parte de los
grandes viajes de
exploración, de misión, de comercio que han
hecho algo así como agrandar
el mundo hasta sus dimensiones
actuales, así como los grandes descubrinüentos, e igualmente los
descubrimientos más modernos de la ciencia y de los ,oficios.
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LO PUBUCO Y LO PRIVADO
Fruto de una iniciativa privada han sido la mayor parte de
los grandes traba;os que modificaron nuestro Occidente, rotu­
rando y poniendo en cultivo, en regadío y hasta construyendo
czrreteras y puentes.
Concretándonos a las obras de solidaridad y beneficiencia, nos
hemos acostumbrado a que el Estado regule el cuidado de
la sa­
lud, de la vejez, de diferentes enfermedades, intervenga en casos de calamidades públicas, hasta subvencionar a los «siniestrados»
por el mal tiempo o el buen tiempo.
Pero, ¿se recuerda todavía que casi todas esas instituciones
tienen su origen en instituciones privadas?, ¿que el seguro de
enfermedad, la caja de paro, los subsidios familiares, los retiros,
los orfelinatos, las guarderías, los asilos de ancianos han existido
en diversas formas de iniciativas privadas, que han sido lanzados,
organizados, dirigidos, dotados a veces, durante generaciones sin
el menor concurso público y que hoy no tendríamos ciertamente
ninguna de estas instiruciones si el Estado no se las hubiera en­
contrado ya hechas, si no hubiera tenido más que instalarse en
los caminos trazados de antemano? Es preciso señalar, además,
que subsisten muchos organismos privados, que se crean sin cesar
otros nuevos a medida de las necesidades, que las iniciativas pri­
vadas continúan abriendo camino para lo que debe emprenderse.
Debemos sentirnos obligados a destacar que cuanto más invade
el Estado, por su suplencia universal, más extrañas parecen las
iniciativas privadas. Se instaura la costumbre de recurrir al Esta­
do, que se instaura en todos los niveles, es la soluci6n del «no hay más que» del hombre de la calle, o la insistencia del C. N. P. F.
para que se transfieran los subsidios familiares a la competencia
exclusiva del Estado; es
la extrafieza de un estudiante reciente­
mente enterado de que los maestros de las escuelas privadas no
habían sido siempre remunerados por el Estado. La ignorancia
ha llegado a ser total acerca de los esfuerzos realizados por de­
cenas de generaciones para asumir personalmente los costes de la educaci6n como los de la salud, de los retiros, etc.
Una situación así_ es muy grave.
Es la amenaza directa contra el sentido clvico; de ese sentido
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cívico que comienza por el esfuerzo necesario para asegurar la
propia seguridad
y que puede llegar hasta alcanzar la dedicación
de Madre Teresa. Este sentido del esfuerzo necesario, taoto en las solidaridades
más elementales

como en las más extensas, siempre continúa
siendo necesario. Si no se cumple de
forma voluntatia,

deberá
hacerse a
la fuerza, porque de un modo o de otro es necesaria
una suma de esfuerzos para que una nación asegure, por lo me­
nos, su «nivel de vida».
Conocimos a un obrero anciano a quien sus nietos rodeán­
dole le decían: «Abuelo, has trabajado tanto que ya te has me­ recido el paraíso», y el viejo les respondía, volviendo a coger su
herramienta, «Sí, yo
me lo he ganado».
Se comprende cuánta riqueza, dinamismo y civilización con­
tiene esta reflexión
«me lo he ganado».
Si yo
me lo he ganado, seguro que yo no espero el paraíso
ni del partido ni de nuestros profetas de sociedades post-indus­
triales, ni
de nuestros fabricantes de proyectos prometidos, ni
de los mañanas felices. Si yo
me lo gano, mi salario es, sin duda, mi seguridad per­
sonal, pero también el honor de haber educado una familia, ser­
vido a mi prójimo y dejado una herencia material y moral que,
evidentemente, podrán aumentar.
Muchas generaciones de hombres de este talante construyen
una
civilizaci6n: Sus iniciativas privadas cubren enseguida terre­
nos que ningun plano,
ningun modelo de sociedad, hubiera jamás
imaginado, ni, desde luego, realizado.
Y una sociedad de hombres y mujeres que dejan
la escuela
con alma de jubilados, asegurados contra todo acontecimiento, es una sociedad que consume más de
fo que

construye, una so­
ciedad que se empobrece.
Es urgente devolver a los hombres el sentido de las
inicia­
tivas privadas y responsables, Una sociedad en la que dominan
las iniciativas privadas produce más de lo que gasta, es una so­
ciedad que se desarrolla, una sociedad civilizada.
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