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Número 217-218

Serie XXII

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El ateísmo como soporte ideológico de la democracia

EL ATEISMO COMO SOPORTE IDEOLOGICO DE LA DEMOCRACIA
POR
FRANCISCO CANALS VIDAL
En su conocido estudio sobre La Trodici6 catalana, escribió
Torras y Bages: «El conjunto de principios emanados del concep­ to revolucionario, formando un sistema dirigido al gobierno de
los hombres y a la constitución de la sociedad, es llamado gene­
ralmeote
liberalismo. Domina eo la mayor parte de la Europa con­
temporánea, y prindpalmente eo
el mundo latino en uno y otro
hemisferio; de modo que nuestra raza, de inteligeocia privilegia­ dísima, que mvo suficiente penetración racional para no dejarse
engañar, en la invasión protestante, por el error en su forma re­
ligiosa y metafísica, se encuentra ahora dominada por el mismo
error en lo polltico
y práctico, debido tal vez a su tempetameoto
geoeroso y
poco analítico,

y este error va minando visiblemente
su antigua y fortísima constitución».
Escritas en 1892, y referidas concretamente a Cataluña, estas
palabras expresan un discernimieoto muy preciso sobre la ruina
espirimal de un pueblo
por efecto de una politica que constimye
la aplicación práctica de un sistema etr6neo de conceptos sobre
la vida y sobre la sociedad. Torras y Bages no se queda en abstracciones al definir
la co­
rrieote ideológica y política a que se está refirieodo, sino que pro­
sigue, precisando al máximo la identidad del movirnieoto tan se­
verameote calificado: «La inmediata filiación histórica y racional de nuestro libera­
lismo se encuentra incuestionablemeote en la famosa declaración
de los derechos del hombre y eo el Contrato Social de
J. J. Rous­
seau. La constitución política de las naciones modernas, por lo
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menos en cuanto a la sustancia y el espíritu, proviene indudable­
mente de aquellos principios». Conviene atender al hecho de que el que ha
sido¡ considerado
como

definidor de la tradición de Cataluña, afirma explícitamente
que el sistema
que inspira

las constituciones políticás en las na·
clones modernas es en el fondo
el mismo· error, en vertiente prác­
tica, que en su forma religiosa y metafísica había ejercido su in­
fluencia en Europa desde la revolución religiosa protestante. En este punto hay que subrayar también que su juicio está
en perfecta concordancia con lo que había enseñado el Papa
León XIII, que en su carta encíclica sobre la constitución cris­
tiana de los Estados
-Immortale Dei, . de 2 de noviembre de
1885- habla dicho: «Las
novedades dañosas y deplorables promovidas en el si­
glo
XVI, que trastornaron ,primeramente las cosas de la religión
cristiana, vinieron, como cOnsecuencia natural, a trastornar la fi­
losofía, y por medio de ésta todo el orden de la sociedad civil. De
aquí surgieron como de
su. fuente
los modernos principios de li­
bertad
desenfrenada, inventados

en la gran revolución del pasado
siglo,
y que han sido propuestos como .base y fundamente¡ de un
derecho nuevo, nunca conocidO antes, -Y -que es en muchos á.spec-
. tos opuesto no sólo al orden ctistiano, sino también al orden
natural». El texto pontificio alude claramente a la revolución francesa
-«la gran Revolución del pasado siglo»-- como expresión prác­ tica
de los

falsos principios surgidos en el trastorno filosófico del
siglo
XVIII. El c::arácter de novedad radical, de ruptura completa
con
el pasado, y el hecho de que los principios revolucionarios
puedan ser calificados como contenido esencial de la
modernidad
política, no· son para León XIÜ en modo alguno motivo de vaci­
_lación en su denuncia, sino más bien como un rasgo que sugiere
su completa oposición al orden natural de la fe ctistiana.
De modo especial León XIII condena en este documento aquel
elemento esencial del liberalismo por
_el que

este sistema «imagina
un poder político que no tiene en Dios su principio». Por esto, en su encíclica
Libertas, pudo presentar al liberalismo como la puesta
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en práctica de una fi19sofía naturalista, excluyente de toda acción
· divina

y de toda
soberanía de
Dios en
el .universo y en la sociedad
humana. Torras y
Bag~s se

movía, pues, en línea
de. acuerdo
profundo
con
el pensatniento de la Iglesia, expresado lutninosamente en las
enseñanzas vigorosas de Pío IX,
y reafirmado y sistematizado con
precisión y adtnirahle coherencia conceptual por el
Papa León
XIII.
Los equívocos de lenguaje son inseparables de la confusión de
los conceptos, y del desconocitniento de
)a realidad

y del sentido
de los acontecimientos. _Esta confusi6n en que vivimos inmersos
es la causa de la sorpresa y el desconcierto que produce hoy en
muchos el encontrar afirmado por
el Magisterio pontificio, o por
la doctrina de un hombre de Iglesia como Torras y Bages, que el
sistema político presente en las consrituciones modernas del mundo
occidental tenga que ser considerado prácticamente como respon­sable de la profunda descristianización
· de

los pueblos en nuestro
tiempo.
La seducción y equivocidad de la palabra ~democracia» puede
simbolizar
bien este desconcierto y confusionismo. No se cae en
la cuenta muchas veces de que con este término no se significa
ya
generálmente en

nuestros días una organización política, que
asegure el derecho de los ciudadanos a participar en la vida pú­
blica y en
el ejercicio del poder -legítimo concepto tradicional-,
sino que significa hoy la palabra democracia toda una concep­
ción del mundo: la que atribuye
a la voluntad humana, como
«voluntad general», el carácter de fuente primera y única del
orden
social,

y también el de origen autónomo e independiente
-frente
a

cualquier legislación divina natural o revelada-
de todo
valor
y norma ética. Inherente a esta filosofía es, por lo mismo, el
interpretar la «democracia» como un absoluto, y el ejercicio de
la misma como algo en que la humanidad ejercita prácticamente
el rechazo de toda norma trascendente a lo humano. Acostumbrados a planteatnientos que, o bien sugieren una
como neutralidad de la Iglesia en las mismas cuestiones funda­
mentales de la política contemporánea, o bien presuponen por
el
contrario como un imperativo cristiano la entrega al servicio de
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la corriente que, partiendo del· liberalismo de la revolución fran­
cesa y de su
co,;¡creción democrática,

pasa, mediante la «profun­
dización de la democracia», a la construcción del «socialismo»,
se hace urgente despertar de estos sueños y contemplar simple­
mente la realidad de las cosas. Nunca, en toda la historia del mundo cristiano, error alguno,
o herejía deformadora del contenido revelado o corruptora de
las leyes morales originadas en el Evangelio,
ha tenido tanta efi­
cacia descristianizadora como la que han alcanzado a tener sobre
millones de hombres en nuestra época, los errores prácticos, nu­
tridos en filosofías anticristianas, que se han ejercitado en la po­
Htica del
mundo occidental en el curso sucesivo de las modernas
revoluciones.
Nos conviene meditar con seriedad y auténtico realismo sobre
el acierto profético, en el sentido pleno
y verdadero de esta pa­
labra,
· esto

es, en el de juicio dado desde Dios mismo sobre los
acontecimientos
hmpanos, con

que el Papa Benedicto XV califica­
ba en 1920, mientras estaba en curso el proceso bélico
y revolu­
cionario que conducía a la formación de la Unión de las Repúbli­
cas Socialistas Soviéticas, al
~ocialismo, como «el más mortal ene­
migo de
la vida cristiana» (Bonum sane, en 25 de julio de 1920,
sobre el Cincuentenario de la proclamación del Patrocinio de
San José sobre
la Iglesia universal).
El término socialismo, como los de democracia o liberalismo
ha ejercido
aquella seducción

que, como notaba Torras
y Bages,
puede tentar a una desorientada generosidad que perturba la
mente haciéndola incapaz de contemplar con análisis riguroso la
realidad de los acontecimientos. Son muchos los que siguen
pen­
sando eh que lo esencial en estos sistemas es la defensa de la
libertad
polltica, el

igual derecho a la participación
por. parte
de
todos los ciudadanos,
y el empeño en mejorar las condiciones de
vida de las
clas~s trabajadoras.
Sobre este presupuesto equivocado
se pretende que no sólo
la fe católica no tiene nada que objetar
a tales sistemas, sino que en ellos se realizan los ideales evan­
gélicos.
Esta engañosa perspectiva impide percibir el concreto dina-
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mismo de la corriente revolucionaria, y su: orientación esencial,
radical y profundamente anticristiana. Una llamada de atención
en orden a corregir esta deformadora perspectiva la hallamos en
las palabras
de Dostoyewski en Los Hermanos Karamazof al pre­
sentar a Aliocha;
para mostrar

la sencillez, sinceridad y coheren­
cia del protagonista .de su gran obra escribe:
«. .

. apenas, recapacitando seriamente, hubo de convencerse
de que la inmortalidad y Dios existían, en el acto y naturalmente
díjose: quiero vivir para la inmortalidad y no aceptaré compro­
misos
a medias.

Igualmente, de haber decidido que no había in­
mortalidad
ni Dios, en el acto se habría hecho ateo y socialista
( porque el socialismo no es sólo
el problema del trabajo o del
llamado cuarto estado, sino también, y principalmente, el proble­
ma de la torre de Babel, edificada precisamente sin Dios, no
para llegar al cielo desde la tierra, sino para traer a la tierra
el cielo)». Estas afirmaciones del pensador ruso sobre
el sentido y orien­
tación del
socialismo, expresadas

en un paréntesis que quiere dar
razón del

enlace
ateo y socialista, aportan ideas de importancia
fundamental para comprender nuestro mundo contemporáneo.
Ningún problema concreto, por urgente que pueda ser o parecer, debería desviamos nunca de atender a lo que es
principal en las
corrientes que han desterrado a Dios cada vez con mayor nega­
tiva radicalidad de la vida colectiva de las sociedades antes cris­
tianas.
Contempladas así, es decir, en una actitud que busque lo
esencial de las cuestiones, no nos sorprenderían, antes bien, los
comprenderíamos íntimamente en su razón de ser, los insistentes
juicios condenatorios de la Iglesia sobre los sistemas hegemónicos
en la política contemporánea. Entenderíamos muy claramente por' qué
Pío IX

rechazó
la posibilidad de que la Iglesia católica pu­
diese «reconciliarse con el progreso, con
el liberalismo y con la
moderna
civili2ación», por

cuanto, para la mentalidad a que se
enfrentaba, lo principal
y esencial del progreso y de la modernidad
es la emancipación del hombre frente a Díos. O que Pío XI pu­
diese afirmar que
«no se

puede· ser verdaderamente católico y al
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mismo tiempo socialista verdadero» y que proclamase que «el
comunismo es intrínsecamente ·perverso».
De aquí la misteriosa responsabilidad de los Pastores de la
Iglesia y de los fieles cristianos ante unos errores prácticos que
ejercen su acción globalmente, desde una acción política enten­
dida como algo absoluto y originario, sobre todas las dimensiones
de la vida humana y combaten la idea misma de Dios hasta en
los ámbitos más íntimos de la vida familiar
y educativa.
En todo tiempo el cristianismo ha de estar dispuesto «a obe­
decer a Dios antes que a los hombres», pero en otras épocas esta
opción por el servicio
de Dios había que hacerla frente a poderes
que invocaban a Dios, para oponerse vanamente en su nombr.e
al
anuncio evangélico,

o frente a decisiones concretas y singulares
en que los poderes humanos
ejercían una injusta opresión sobre
derechos legítimos o sobre
la misma libertad de la acción de la
Iglesia.
Lo característioo de nuestro tiempo es que, desde un
radical antropocentrismo antiteístico, se ejerce en la propia vida
colectiva
y política el alzarse del hombre inmerso en el pecado
«contra todo lo que se llame Dios o
reciba culto».
El

Papa Pío XII, en la Navidad de 1944, enseñaba:
«Una sana democracia, fundada sobre los inmutables princi­
pios de
la ley natural y de las verdades reveladas, será resuelta­
mente contraria a aquella
corrupción que
atribuye a
la legislación
del Estado un poder sin freno ni límites, y que hace también del
régimen democrático, no obstante las contrarias pero vanas apa­ riencias, un verdadero
y simple sistema de absolutismo».
En el :filósofo Spinoza, una de las fuentes más
decisivas del
pensamiento

de Rousseau en
el Contrato Social,, la democracia es
«el más absoluto de los regímenes políticos». Este absolutismo es
"esencial a

la democracia moderna desde sus presupuestos filosó­
ficos, y tiene el sentido de que por
la democracia ejerce el poder
político

en
la forma más plena su poder de ser el origen primero
y único de toda norma y valor moral.
Por ésto, lo que Pío XII caracterizaba como sana democracia
--entendiendo este término en

el significado en el que lo em­
plearon los grandes doctores escolástico8-'-' es algo que no podría
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ser nunca admitido por un demócrata moderno inspirado en la
filosofía del liberalismo. Nunca podría aceptat el principio ni la
realidad del «Estado católico», tal como defini6 Pío XI: «Aquel
que tanto en el
c:>rden de

las ideas y de las doctrinas cuanto en
el orden práctico nada quiere admitir que no esté de acuerdo con
la doctrina y la práctica católica».
El presupuesto
de la vigencia de uua norma trascendente a
la voluntad humana, y
reconocida como ley natural o verdad re­
velada, a que se refería Pío XII como carácter esencial de uua
sana democracia; será siempre rechazado desde una filosofía li­
beral, como una imposición que violentaría el libre juego demo­ crático de las
fuerza; sociales. La

democracia liberal
invocará en
la

práctica la realidad pluralista de la sociedad contemporánea, y
vendrá a sostener que para una sociedad moderna
sólo el criterio
de
la voluntad mayoritaria expresada a través de la representa­
ción democrática,
podrá ser tomada como un criterio válido, cuya
vigencia pueda asegurar la convivencia y unidad del cuerpo social.
Pero el principio filosófico desde
el que se invoca así, por
uua parte, el pluralismo y, por otra, la voluntad general
éxpre­
sada

como voluntad mayoritaria,
ec:>ntiene la afirmación absoluta
de que es la voluntad humana ec:>lectiva la norma incondicionada,
y que rechaza por lo mismo reconocer la vigencia de una norma
trascendente de origen divino. De aquí la insalvable contradic­
ción entre
la filosofía del liberalismo y la «consritución cristiana
de los Estados».
Enseñ6 Juan XXIII en la encíclica
Pacem in terris: «Cier­
tamente que no puede admitirse como verdadera la doctrina se­
gún la cual la voluntad humana, individual o social, sería la fuente
única y primera de donde se originan los derechos y deberes de los ciudadanos y de donde reciben su fuerza obligatoria las cons­
tituciones y la autoridad misma de los )?oderes públicos».
Por esto se puedo también enseñar, en el espléndido docu­
mento pastoral titulado
Dios y el César, promulgado por Torras
y Bages en su carácter de obispo de Vich en el año 1911:
«Los cristianos nunca admitirán aquel principio del parlamen-
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tarismo moderno de que una mayoría pueda hacer justo lo in­
justo o injusto lo justo».
Si
el juicio parece no haberse cumplido de hecho, conviene
reconocer que su
veroad y

su vigencia se mantienen intangibles,
y esto precisamente en el sentido de que nunca podría un cris­
tiano como
tal, siendo consecuente con su fidelidad a Cristo, en­
tregarse a la determinación por
la voluntad humana del orden
moral y de los principios del derecho en lo que éste tiene de
fundamentado en el orden puesto por Dios en
la naturaleza hu­
mana.
La obediencia a Dios antes que a los hombres ya no choca
sólo con determinaciones singulares, o con imposiciones idolá­
tricas o de falsas religiones desde los
poderes políticos.

Nos
ha­
llamos ante acciones pol!ticas en lucha contra la idea de Dios y
trabajando activamente en
la «secularización», en el apartamiento
de la vida humana
· de

toda orientación eterna y trascendente,
en
la educación de los hombres para «la muerte de Dios» y la
autodivinización de
si mismos.
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