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Número 223-224

Serie XXIII

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Razón humana y cultura histórica

RAZON HUM.ANA Y CULTURA HISTORICA
POR
RAFAEL GAMBRA
Los pueblos y las civilizaciones -se ha. dicho-semejan a
extraños navíos cuyas anclas se hunden en el cielo. De un mundo
sagrado, sobrenatural, brotó
la inspiración primera de todas las
culturas históricas, como brota el sentido de sus horas y sus días. Misión de los barcos es,
sin duda, navegar; pero este fin se
somete a otro objetivo superior, que
es .el de arribar a puerto,
recalar en
él y fijar allá sus anclas. Un navío a la deriva, sin
mandos ni derrota, sometido a las fuerzas ciegas del mar, no es sólo inútil, sino inminente peligro, tanto para su tripulación
conio
para

su entorno. Navegar,
·como· toda ácción humana, es empre­
sa de sentido y de fines. Al igoal que el sentido y
la finalidad del viaje se sitúan más
allá de los elementos del navío y de las incidencias del periplo,
el anclaje último de los pueblos
y culturas trasciende también
de su organización
y de sus medios modo

que
el barco navega para alcanzar su arribada a puerto
terrenal, así el navío de los hombres
~las civilizaciones
huma­
nas- aspiran o
· tienden

a un anclaje eternal. Sin una previa
emoción religiosa, sin el sentido de una
misión universal, ¿qué
pueblo saldrá del tribalismo primitivo para irrumpir en el torren­
te de la historia y podrá explicar las obras de su propio genio? Nadie más abandonado en un mundo sin límites, de amena­
zadores elementos, que el navegante en alta
mar. Se

enfrenta,
sin embargo, con el océano
infinito en

la pequefia construcción
de su
navío, que

es para él albergoe y
ámbit~ familiar de su
quehacer.

Una vez dentro de él, apenas ve ya el mar, o, si lo ve,
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le aparece sólo como el fondo o decoración de su nave, algo he­
cho para sostenerlo
y transportarlo. La inmensidad del mar es
entonces campo de
su tarea, o camino que recorrer o campo de
batalla para
el navío, es decir, del pequeño mundo que el hom­
bre se ha construido
para albergarse y realizar su obra. En él
los tripulantes comparten los elementos del barco
y también su
organización
y disciplioa, pero sobre todo comparten un origen,
un destino
y una esperanza, más o menos próxima, de arribada.
Entre las civilizaciones que en el mundo
han sido, algunas
se nos ofrecen con una transparencia intelectual
y afectiva que
nos permite una mirada interior, compartida. Eso sucede, para nosotros, en la civilización judeo-cristiana
y en la grecolatina.
Somos, en un grado u otro, herederos
y participes de su tradi­
ción, de su anclaje
eternal. Podemos

entender sus obras,
y emo­
cionarnos con ellas. Otras,: en cambio, nos aparecen opacas, mis~
teriosas, ajenas. Pueden inspiramos curiosidad científica o arqueo­
lógica, pero su
espíritu profundo,

sus dioses
y sus esperanzas
permanecen para nosotros irnpenetrables. Tal es el caso
de las
civilizaciones
mesopotámicas o

de
· las precolombinas.

Los árabes
de Egipto enseñan
hoy ·

las pirámides como algo que es ajeno a
su propia cultura y comprensión, casi como un fenómeno de la
naturaleza.
Nosmros, en
cambio, mostramos una vieja catedral o
el Partenón con·
ún fondo emocional de participación y de com­
prensión íntima. El día en que nuestras catedrales -'-O la Acrópo­
lis de Atenas--resulten.· para nosotros tan extrañas como las
pidmides para los actuales

·pobladores de Egipto, se habrá
ex­
tinguido en sus raloes nuestra civilización.
Y también, para nosotros, toda verdadera civilización. Porque
la
civilizáción cristiana (

o clásico-éristiana) no ha sido sustituida
por otra, sinó por
una anti-civilización ·o una disociación, que,
si pervive, es a costa de los restos difusos de aquella cultura ori­
ginaria .
.De aquí que

ninguna concepción del orden
político pueda
resultar más

letal a
aniquiladora de la· comunidad humana que
la
democracia moderna o

-«sociedad abierta»
(open society). Pos­
tular·
una sociedad

· sin
fe y sin principios, · sin normas estables,
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neutra, sin puntos. estables de referencia, dependiente sólo de la
opinión

pública y de la utilidad del mayor númeto, es como
abrogar
la disciplina

en una navío, olvidar su rumbo y el orden
de
las estrellas, abandonarlo

a
la' detiva.
¿A dónde se dirigirá
tal navío? ¿En qué lenguaje se entendetá su tripulación? ¿Cómo
capeará
las tempestades?

¿Qué justificará su misma unidad y su
existencia?. Cuando el Presidente de
la República Francesa -o de cual­
quiet otra democracia modetna- apela al hetoísmo de la Legión
para resolver un conflicto extremo, ¿en nombre de qué lo hace? ¿Con qué detecho? Si nada existe fueta del intetés de los ciuda­
danos y de
la opinión pública, ¿cómo exigir a hombres jóvenes
que entregeun todo lo que poseen, su vida? Sólo por un recurso
inmoral a normas, creencias y valores petmanentes, que
la propia
democracia niega, podrá recurrir a rales medios de coerción y de
supetvivencia.
De esa manera obran los gobernantes y los miembros demó­
cratas de un Estado democrático.
Cmno ha

escrito Saint-Exupéry,
«así son los pasajeros de ese navío: utilizan el navío
sin darle
nada de sí a cambio. Al abrigo de sus cámaras, que imaginan set
un marco absoluto, prosiguen sus juegos, ignorando el trabajo
que sufren las cuadernas maestras bajo la presión eterna del mar. ¿Con qué detecho se lamentarán si la tempestad desmantela el
barco?». Si toda sociedad
histqrica, . para

su simple existencia y
. pet­
duración,

ha de tener su asiento en una fe y en un fetvor colec­
tivos, en _ unas nociones de lo que es sagrado y es recto, de lo
que es el deber y el sentido del sacrificio, ¿supondrá esto que
cada civilización es impentrable intelectual y emocionalmente
para quienes no formen parte de su tradición o herencia? ¿Ha­
brá de asentirse al dictado de Spengler, de Toynbee y de detet­ minados estructuralistas para qnienes las culturas son sistemas
cerrados cuyo
sentido es

inmanente a un sistema intrasferible
de puntos de refetencia? Nada autoriza tal conclusión. La
razón. es

una instancia uni­
. versal capaz

de
penetrar todo
lo que es humano y aun, dentro
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de ciertos límites, el orden mismo del ser. La civilización occi­
dental de origen cristiano -nuestra civilización-----ha sido la
encaragada de

demostrar prácticamente esta capacidad de la ra­
z6n. Su
fe -nuestra fe-se ha predicado ya en todos los ám­
bitos de la tierra y
ha arraigado, en mayor o menor grado, en
las
civilizaciones más dispares. Su
ciencia, su técnica, su modo
de
pensar y

sus imágenes de comportamiento -básicamente ra­
cionales o anti-míticas- se han extendido a todo el mundo pe­
netrándolo en buena
parte. Sea

como cultura superpuesta, sea
como injerto cultural, puede hoy decirse que una sola cultura
-la occidental- es la cultura común del Planeta.
Sin embargo
y paradójicamente, esta difusión de una cultu­
ra racional en el mundo sólo pudo realizarse a través de una
civilización determinada -la occidental-, civilización que, como
todas, nació de de una
fe -de un anclaje en la eternidad-y
se edificó sobre unas normas y unos valores morales. Porque,
en sentencia
filosófica, operari sequitur esse, el obrar sigue al
ser: no se expande una civilización
sin antes ser, existir. Y si en
este solo caso
ha sido posible el efecto de una difusión en cier­
to modo planetaria fue, precisamente, porque tal civilización se
apoyó originariamente en la religión
verdadera.
El ejercicio de la razón, sin embargo, en su capacidad de pe­
netración
y difusión universales puede adoptar dos actitudes muy
diferentes entre
sí. Puede
actuar consciente de sus
lúnites y
partiendo

de ellos, tal como la función abstractiva
del entendi­
miento es descrita
por el aristotelismo: penetración en las esen­
cias a partir del dato sensorial
. o
perceptivo hasta alcanzar el
concepto
y, con él, la posibilidad de juzgar, razonar y alcanzar
la verdad. Consciente también de su limitación superior en una
sobrenaturaleza inasequible
a la raz6n natural en

cuyo ámbito
se encuentra la Causa Ultima. Estos
límites -y

esta humildad
intelectual- le son recordados al hombre por la fe
misma· en
que

se asentó su civilización.
·Ptiede, en otro caso, actuar como si no existieran límites a
su poder, postulando un universo racional, tratando de reducir
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RAZON HUMANA Y CULTURA HISTORICA
a su propia legalidad y estructura todo el universo natural y cul­
tural, incluidos su origen y destino.
Esta extralimitación, que es
la esencia del racionalismo mo­
derno, da lugar a las visiones uniformistas de la realidad, a los
estatismos
y centralismos, a la masificación humana, a la misma
open society (o sociedad racional); a un reduccionismo racional
que povoca la rebelión, tanto de los pueblos como de
la propia
naturaleza, invadida y contaminada. Y no digamos a la ira de
Dios, igoorado o convertido en mera opinión de partido o en
hipótesis de trabajo. Porque
la llamada «sociedad abierta» -la actual de los De­
rechos Humanos- ignora el primero
y principal de los derechos
del hombre, que es
el de buscar la verdad y servirla, el de fun:
dar en ella su vida y el perdurable navío para su periplo terrenal.
EL SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
INTRODUCCION AL SENTIDO CRISTIANO DE 1A
HISTORIA, por lean Madiran.
EL SEGUNDO CONCILIO VATICANO Y EL SENTI­
DO DE
1A HISTORIA, por Marce! Clément.
SENTIDO MARXISTA Y SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA,
por Raoul Pignat.
1A HISTORIA, EDUCADORA DEL SENTIDO CRIS­
TIANO,
por lean Ousset.
EL SENTIMIENTO REUGIOSO EN 1A HISTORIA
DE
ESPAAA, por Gabriel de Armas.
122 págs. 150 ptas.
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