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Número 225-226

Serie XXIII

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¿Una democracia participativa? Luigi Bagolini: Giustizia e società

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
primitiva, a formar parte dd reino de Navarra en 1029, por vo­
luntad de Sancho III
d Mayor,

tras
la crisis de la dinastía con­
dal castellana. Por primera y última
· vez en la historia,

las Vas­
congadas y Navarra, a resultas
dd proyecto

imperial de un rey
navarro, formaron parte de un único Estado
vasc6n independien­
te.

La nueva situaci6n era contraria a la tradici6n milenaria de
ambas vasconias y
no tard6 mucho en liquidarse: en 1075, a la
muerte de Sancho
d de Pelialén, Vizcaya
volvi6 al redil caste­
llano, y a finales
dd siglo xu lo hacían también Alava y Gui­
púzcoa: « Y desde entonces d País Vasco, dd cual s6lo dos por­
ciones habían vivido menos de dos
siglos unidas
a Navarra,
vivi6 hasta hoy la historia
de Castilla. Y con Castilla la historia
de España».
Y a dio deben su grandeza, observa Sánchez Albornoz. Por­
que los vascos «han hecho maravillas... como españoles y con­
forme a la
contextura temperamental

hispana». Cuantos han sido
grandes en la historia, desde Elcano y Francisco de Vitoria ( que
era de estirpe vascongada), hasta Unamuno, Zuloaga y Baraja,
pasando por San Ignacio
y Legazpi, «han sido españoles ante
todo
y ·por encima de todo, y como españoles han colaborado a
las grandes aventuras culturales de Europa». Sin España -lo afirma
con rotundidad d gran

historiador- Vasconía sería «una
sombra sin vida perdurable»: «gracias a no haber vivido una
pura vida aldeana
y marinera entre d mar y los montes, a haber
· sido

preciadísimas
y precioslsimas porciones de España y del pue­
blo español, Vasconia
y los vascos han ocupado y ocupan aún
un puesto al sol de la historia».
ANDRÉS GAMBRA GUTIÉRREZ.
¿UNA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA?
Luigi Bagolini: GIUSTIZIA E SOCIETA (•)
Existe

una crisis del Derecho
-se encuentra en un estado
profundo de perturbaci6n-
y esta crisis está en conexión con
la crisis del Estado y de la autoridad.
La política está en crisis.
Hay que salvar la política. Para dio es preciso salvar el Dere-.
cho, pues la política ha de fundamentarse en
él. Para dio es ne­
cesario recurrir a la justicia, de forma. que
el Derecho sea con­
siderado en términos de jusriciá. Para esto hay que acudir al
(*) Dino Editori, Roma, 1983, 280 págs.
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cristianismo, pues la .cultura de la laicidad ----- prescinde de todo pensamiento religioso-- resulta incompatible
con una

noción trascendente de la justicia, necesaria para una
valoracióll y guía del comportamiento del hombre. Con ello se
obtendrá

la moralización de
la política y una transformación éti­
ca del

hombre. Desaparecerá, así,
la crisis de valores donde se
encuentra
la raíz de la crisis de la política. Tal es la tesis sucinta,
mente expuesta de este libro de
Luígi Bagolini,

Catedrático
de
Teoría del Estado en la Universidad de Bolonia y profesor de
Filosofía del Trabajo
y de Filosofía del Derecho,
Pero

veamos
niás desarrollados
algunos puntos de esta obra;.
que
por razones

obvias de espacio, propio de una recensión,
voy
a

limitar a aquellos aspectos que considero más
importalltes rela-'
tivos

·a
la política.
El profesor Bagolini señala. la crisis
· actual
del Derecho·
y de·
la política, del Estado
y de la autoridad que afecta a la credibili­
dad del

poder
y de

sus órganos institucionales (pág. 17).
Esta crisis, a Su juicio, se· manifiesta. en el aspectO' pulítico­
por la aparición del pluralismo, constituido por «una realidad
social caracterizada por una multiplicidad emergente de centros
de interés, de fines, de poderes» (pág. 25). Pluralismo que el
Estado ha de reconocer, garantizar
y promover dentro de su es­
fera de competencia: no corresponde sólo al ser del Estado sino a su deber ser (pág. 25).
·
El

pluralismo, a juicio de Bagolini, es una exigencia que no
puede rechazarse, consistente en una complementa:riedad entre la
homogeneidad y la heterogeneidad. Cuando ésta o aquélla pre­
valecen sobre
la otra, se niega el pluralismo. En el primer caso
tenemos la democracia de Rousseau, en la que
preválece la
vo­
luntad única
y absoluta

del Estado, aunque ilusoriamente se
la
considere como voluntad general de los ciudadanos. En el se­
gundo caso nos encontramos - en la crisis actual, en la que· los
poderes no institucionalizados ejercen presión sobre las -'institu0
dones y sobre los órganos constitucionales del Estado.
Así, este pluralismo de hecho que no encuentra
cauée polí­
tico en las actuales instituciones, genera una crisis de las institu­
ciones que no bastan para satisfacer los intereses reales de los
grupos sociales. Y, con ello, se crea una ruptura entre los pode­
res institucionales
y los poderes de hecho (págs. 29-35).
Esta crisis
y esta ruptura se manifiestan, también, en la efi,
cada

de los instrumentos de representación política. Esta ya no
representa los ifltereses del hombre· concreto; Estos intereses se'·
manifiestan por medio de los grupos de presión, que defienden,
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los intereses concretos de sus miembros y tienden a condicionar
la iniciativa y la obra del Gobierno y del Parlamento, sobre todo
a través de la opinión pública, con el consiguiente peligro de que
produzcan
y recurran al engaño al presentar como intereses pú­
blicos lo que son intereses particulares. A
su juicio,

esto lleva a un efecto negativo
y destructor, per­
diéndose en un desorden general, un impulso que podría ser
válido. Para evitar esto, Bagolini propone, frente a ese pluralis­
mo desorganizado, una democracia orgánica pluralista: la insti­
tucionalización de las responsabilidades de algunos poderes de
hecho, de forma
qu,; la

única solución que en
el momento actual
le parece plausible es la constitución de un órgano de represen­
tantes socio-profesionales, con funciones jurídicas y efectivamen­ te del.iberativas
y no sólo consultivas (pág. 39 ). Bien entendido
que eSto no significa ni la· negación de su. autonomía ni su trans­
formación en un órgano del Estado.
Así, frente a la estrategia de la lucha de clases y para evitar
caer eu el pluralismo desorganizado descrito, Bagolini eucueutra
la respuesta en la posibilidad de integrarse la representación po­ lítica del ciudadano con la representación socio-profesional y
cultural (pág. 41).
Por otra parte, para Bagolini, planteamientos como el «neo­
corporativismo»- de Spirito, caen en un error al hacer «tabla
rasa» de la política, del principio de representación o del prin­
cipio de la mayoría,
y reducir todo el proceso de la organización
jurídico-social únicamente a la participación de los competentes
de las diversas categorías del trabajo. El vacío originado y que
se deja abierto al rechazar toda estructura tradicional democrá­
tica teme Bagolini que sea ocupado por un gobierno dictatorial,
Y para evitar ese peligro estima que es preciso recurrir a algu­
nas estructuras democráticas tradicionale"s, al tiempo que, para
evitar caer en viejos esquemas superados --en los que hoy se
manifiesta la crisis-, es necesario que la participación sirva para
renovar esas estructuras (pág. 49). .
Para
Bagolini, de una parte, no cabe democracia pluralista
sin una distinción de la política respecto a la actividad econó­
mica (pág. 49). De
ahí que sea un absurdo una democracia par­
ticipativa en la que los diversos sectores socio-profesionales se
sustituyan en el lugar de tocia la actividad política (pág. 51).
Por el contrario, es la política la que hace posible la participa­
ci6n, es decir, las nuevas exigencias participativás1 unificando
dinámicamente las actividades sectoriales en función de intereses generales (pág.
53 ).
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Pero, por otra parte, insiste Bagolini, hoy no cabe prescindir
ni del principio de la representación, ni del principio de la ma­
yoría, ni de
la real e ineliminable existencia de un pluralismo
de ideologías y de partidos (pág.
54 ), pues la eliminación de
ideologías y partidos supondría el advenimiento de una mono-·
cracia.
Bagolini señala que para que la ampliación de la participación
sea efectiva y real es necesario un sistema abierto p_ara la reno­
vación de la cúspide de los grupos y de los partidos a fin de
evitar su esclerosis, al tiempo que el Estado ha de procurar trans­
formar la situación de quienes hoy se caracterizan por recha­
zar el sistema.
Ciertamente, como advierte Bagolini, la política · no puede
entenderse como dialéctica, no puede establecerse en términos de lucha de clases. Por el contrario, principio esencial de
la po­
lítica es la solidaridad, que se nos muestra como una exigencia
de moralización de la política. Constituye un principio
moral di­
rectivo

contrapuesto a
la dialéctica, al odio, y se basa en un cri­
terio de justicia distributiva. Así, la noción de solidaridad enten­
dida como alternativa necesaria al conflicto y como integración
de intereses, remite a un orden y a una jerarquía que, a su vez,
opera según principios de justicia (págs. 67-68).
Bagolini observa que
ahí se encuentra precisamente la difi­
cultad de todo proyecto basado en la solidaridad, porque
la jus­
ticia e.s un valor moral y hoy vivimos en una crisis de valores
morales y, por tanto, de la justicia (pág. 68).
Observa, además, que la realidad de nuestros días se carac­
teriza por la «cattiva politica», determinada por la pérdida o la falta de visión del interés general que es el único que permite
hablar de solidaridad social (pág. 70). Hoy prevalece el interés
del partido o el modo de hacer carrera en el partido. Pero esta
ineptitud de la política no es más que el resultado de una ne­
gación de
la justicia (pág. 74). La salida de esta situación no
puede encontrarse más que con el rescate de la verdadera políti­ ca. Es preciso, por consiguiente, y ante la realidad existente, de­
fender la buena política (pág. 75), que se fundamenta en la dis­ tinción de
lo público y lo privado, como garantía de libertad, y
en un orden jurídico que la
política presupone
y del que es un
medio de actuación (pág. 88).
La política, por tanto, se basa en el derecho: todo saber
po·
lítico
presupone

un saber jurídico que tenga por objeto normas
y derechos fundamentales, entendiendo por éstos los que hacen
posible la convivencia humana (pág.
99), y· señala

que la pérdi-
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da de la autonomía del detecho supone la pérdida de la autono­
mía de la política que no se distinguirá de un mera lucha de in­
teteSes y

de ideologías {pág. 100).
Con estas premisas, Bagolini indica la necesidad de salvar
la consistencia de
la obligación jurídica (págs. 100 y sigs.), aun­
que adviette que ésta no es suficiente como soporte del orden
de
la juridicidad (pág. 148). La separación positivista de dete­
cho

y justicia es
err6nea (págs.
158 y sigs.). El orden jurídico,
para serlo realmente necesita ser justo. No hay derecho
sin jus­
ticia. Por ello, sin duda, Bagolini advierte que una
definición
genetal

del derecho depende de la justicia. Y como el relativis­
mo jurídico conduce al relativismo político, señala que no se
puede defender la pol1tica, la buena pol1tica, sin defender el de­ recho, y no se puede defender éste sin defendet la justicia. Sin
ésta, la po11tica es un mero juego de poder (pág. 191 ). Así, el problema y la salida de la crisis dependen de la so­
lución que

se encuentre al problema concerniente a la valoración
de los comportamientos humanos en términos de justicia (pági­
na 192). Depende, pues, de la respuesta que se obtenga al pro­
blema de la justicia.
Bagolini señala que la justicia no es una ideología (pág. 192).
Analiza las tesis laicas, laicistas, caractetizadas por «situar el
problema de la justicia con independencia de exigencias religio­
sas o en oposición con ellas». Y, así, tras referirse al racionalis­
mo, al empirismo, al materialismo, a la filosofía de los valores,
concluye que todas esas tesis expresan tan sólo una justicia for­
mal, vacía, que no sirve como guia del comportamiento huma­
no (págs. 197-211 ).
El fallo de esas teorías, según Bagolini, consiste en haber de­
jado sin contenido o en haber eliminado una teoría de la pet­ sona (pág. 217), pues incluso en
aquellas .teorías

que sostienen
que la idea de justicia se asienta en la dignidad de la
petsona,
es

preciso que ésta no se reduzca a la elección en que se deter­
mina la acci6n humana, sino que es preciso reconocer que · el
hombre tiene en si mismo un valor originario (pág. 222). Por ello, Bagolini entiende_ que el prescindir de todo presu­
puesto religioso y trascendente lleva a que la justicia se deshaga
en el ámbito de los conflictos entre los intereses
y las pasiones
(pág. 228). La justicia es un valor moral;
y sin postular la tras­
cendencia y, collsiguientemente, . la creación., todo valor moral
objetivo desaparece (pág. 239).
Por ello, para Bagolini, esta es la encrucijada:
«O postular
la trascendencia divina en sentido cristiano a través de un es-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
fuerzo racional metafísico, impregnado de fe, o dejar a la es­
fera de la irracionalidad y de
la arbitrariedad toda justificación
fundamental
de. la mayor parte de nuestros razonamientos y de
nuestros comportamientos, renunciando respecto a ellos a toda
justificación relativa a los sucesos de la vida y de la convivencia,
más o menos agradables, más o menos dolorosos, entre la cuna
y la tumba» (pág. 240 ). En definitiva, «el idealde una política participativa encuen­
tra su fundamento en la significación de ius y iustitia contra los
desequilibrios económicos de una sociedad tecnoestrúctural
y
consumista» (pág. 251). Y, «la moralización de la política remi­
te a una transformación ética del hombre» (pág. 251 ), que hay
que entender según las exigencias cristianas. Estamos, pues, ante una obra que señala· buena parte de los
males de
la incapacidad de la política actual; de la ineficacia y
decadencia de la política democrática, tal como hoy se manifies­
ta. Y hay que convenir en que en esa crítica Bagolini tiene ra­
zón. Y es de destacar que se trata de la crítica realizada por quien no rechaza buena parte de las instituciones de la demo­
cracia. Se trata de una crítica realizada desde dentro de la de­
mocracia, por lo que no puede ser acusada de un apriorismo an­
tidemocrático. Ante esa crisis y ante esa ineptitud de la política actual, Ba­
golini intenta obtener una solución que constituya una salida vá­
lida, buscando el fundamento de la renovación de la política, que
la conduzca de nuevo a su ser, en la justicia.
Sin embargo, hay que reconocer que las dificultades no son
pequeñas. En primer lugar, se trata de un intento de influir en
las democracias desde dentro. Aun reconociendo la falacia de
la democracia de Rousseau y de la voluntad general, y oponién­
dose a la omnipotencia de ese Estado, se trata de mejorar el
sistema de la democracia moderna aunque se considere . que los
correctivos introducidos pueden hacer variar esencialmente su
fisonomía o hasta su naturaleza. En efecto, ni la introducción de los intereses reales, ni la
mayor apertura para la renovación de los partidos políticos, ni el
reconocimiento del valor intrínseco del hombre en cuanto tal,
ni un orden jurídico justo, ni la bóveda del cristianismo parecen
elementos suficientes para obtener el resultado buscado.
De lo que Se trata es de encontrar el camino que conduzca
a esa renovación de la política de forma que vuelva a ser la
«ciencia política» que «tiene por objeto el ordenamiento de los
hombres», tal como indicaba Santo Tomás. Por ello, su
funda-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
mento en la justicia es esencial. Pero es necesario que se base
en ella realmente.
Reducir todo lo político a los intereses económicos es cier­
tamente un absurdo. Y
la institución de la representación tam­
bién es necesaria. Pero nos parecen contrapuestos al logro de la
meta pretendida mantener como necesarios los partidos políti­
cos. el principio de la
mayoría o

la ineludible necesidad del plu­
ralismo ideológico y de los partidos.
¿Cómo conciliar
'los lícitos

intereses concretos de los grupos
con los intereses
de los partidos? ¿ Cómo conciliar una participa­
ción y una representación política a través de los partidos con
una representación y una participación de los intereses concre­
tos? Efectivamente, los intereses concretos
de las diversas acti­
vidades
· sectoriales

deben conciliarse en función de intereses ge­
nerales. Pero
de ahí a que esa conciliación se verifique por me­
dio de los partidos políticos hay una diferencia cualitativa
in­
salvable. Porque los partidos no representan otros intereses ge­
nerales que los suyos propios. Bagolini así lo reconoce y lo se­
ñala suficientemente.
Si

esta objeción se pretende superar con la nueva participa­
ción de intereses y su representación, nos tememos que nada se
habrá logrado. Porque o se impone el pluralismo social al ideo­lógico de los partidos, y en este caso no se ve la urilidad de és­
tos, o se impone, de nuevo, el pluralismo ideológico
de los par­
tidos al pluralismo social, con lo que nos encontramos en
el
mismo callejón sin salida. Y esta será la realidad que prevalecerá, máxime cuando son los partidos el instrumento. de la política y
los detentadores del poder obtenido en las elecciones.
Por otra parte, el reconocimiento de un orden jurídico ba­
sado en la justicia, resulta imposible con la admisión del plura­
lismo ideológico, en
el que cada ideología tendrá su particular
visión de uno
y otra. Con el pluralismo ideológico sólo es con­
ciliable un relativismo y
Un positivismo
jurídico en que la ma­
yoría determine, en cada caso, un acuerdo fáctico que incluya su
revisión y sustitución.
Por ello, nos tememos que la solución del profesor Bagolini
podrá, quizá, paliar los males endémicos de la democracia mo­ derna, pero no podrá devolver la salud a un cuerpo que necesita
un tratamiento total aplicado a su misma raíz,
y no un trata­
miento parcial.
No cabe duda que la participación socio-profesional y, cul­
tutal, la consideración de los intereses concretos son esenciales.
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Como lo es el reconocimiento de la persona. Y, sobre todo, el
retorno al catolicismo. Pero esto tiene que ser completo, total. Además de nuestro
comportamiento individual intentando acercamos a la justicia
y a la caridad predicada y practicada por Jesucristo y la Iglesia,
es preciso reconocer la obra creada por Dios. Y
el orden natural
establecido por Dios en ella. Sólo de esta forma, podrá, verda­
deramente hacerse la defeosa de la política
y el retorno a la
buena política. Pero, ¿cómo conciliar esto con
el pluralismo ideo­
lógico? El profesor Bagolini tiene razón al señalar la encrucijada en
la que nos encontramos. Pero para salir de ella en el ámbito de
la política es preciso que esa política acepte ese orden natural
y
fomente las instituciones · nec;:esarias para la conservación dd bien
común. Y elimine aquéllas que son contrarias a ello: los partidos
políticos, el pluralismo ideológico,
el principio
de la mayoría con
sufragio general. Frente a esto está una concepción tradicional
y realista de la política, en la que junto al poder político del Es­ tado, delimitado
poi el principio de subsidiariedad, se encuen­
tra
la representación de los cuerpos intermedios. Pluralismo so­
cial
y no pluralismo ideológico ni de partidos. En definitiva, re­
tornar a
la constitución cristiana del Estado -válida y necesa­
ria para todos los pueblos--, tal como la Iglesia, sobre todo
desde León XIII,
ha reiterado.
EsTANISLAO CANTERO.
Xaverius Ochoa: INDEX VERBORUM AC LOCUTIONUM
CODICIS IURIS CANONICI
(*)
Con ejemplar prontitud, el Padre Ochoa, conocido canonista
del «Claretianum» de Roma y profesor del Laterano, ha publi­ cado este que será un indispensable instrumento para cuantos se
interesan por el estudio del nuevo Código canónico. Para el antiguo
Codex de 1917 contábamos con el excelente
vocabulario
de Koestler. Este nuevo lndex viene a suplirlo,
pero con
una-hechura

muy distinta, pues
no se
presenta como
un vocabulario, con distinción de acepciones y. conexiones dentro de cada voz, sino que, como propio
Index, recoge, dentro de cada
voz,
la frase contextual de los cánones pertinentes, ordenados
(*) (Commentarium pro Religiosis, Roma, 1983), xii + 473 págs.
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