Índice de contenidos
Número 225-226
Serie XXIII
- Textos Pontificios
- Estudios
- Actas
-
Información bibliográfica
-
Claudio Sánchez Albornoz: Orígenes y destino de Navarra. Trayectoria de Vasconia. Otros escritos
-
¿Una democracia participativa? Luigi Bagolini: Giustizia e società
-
Xaverius Ochoa: Index verborum ac locutionum Codicis Iuris Canonici
-
José J. Castellanos: México engañado. Por qué la prensa no informa
-
B. Radica: Lo vivido y lo anhelado; I. Rojnica: Encuentros y vivencias
-
AA.VV.: En defensa de la vida
-
- Crónicas
Autores
1984
Discurso de Juan Carlos García de Polavieja [San Fernando 1984]
convertirnos en bibliotecas ambulates. Debemos hacer ~ acto de vo
luntad para pasar del
saber a la
acción, pues
es un
deber al. que no po
demos
,ni debemos permanecer ajeno~ A
ella estamos todos obligados,
cada quién,
cudndo, dónde
y cómo le dicte su recta. conciencia. Acción
que no será
eficaz sin un estudio
previo, ya que la idea debe preceder
al._
acto --operatio .sequitur esse-, y el pensamiento al hecho. En este
estudio
y difusión de la Verdad, de la única eerdadera doctrina, hemos
encontrado nuestra vocación.
Poi-que
somos caÍólicos, porque
tenemos fe en un
Unico Dios, Crea
dor y Señor del cielo y de la tierra, y porque tenemos confianza en
Nues~ra Madre,
la VirgtJn
Santísima a
la que cuidaba San Fernando
de
llavar siempre
en el arzón de
su caballo
cada vez que emprendía
al
guna de sus conquistas-,-, sabemos que nuestra tare_a cu/minard con ia
victoria.
Y
pórque tM,l!mos esperanza no nos dejaremos
ganar_ por
el desalien
to que nace del olvido, de la única
razón que
debe presidir todo
nues
tro
obrar: la Gloria de Dios, la Salvación de las almas
y nuestra pro
pia satisfacción.
DISCURSO DE JUAN CARLOS GARCIA DE POLA VIEJA
Amigos de la Ciudad Católica:
El nombre por el que ha querido
defhu'rse nuestro
combate intelec
tual lleva,
ya, implícito en las dos palabras que lo conforman. todo lo
más nuclear
del problema que ha originado la
critica· situación de
las
sociedades
-,:ontempordn·eas, e
indirectamente forzado nuestra
presencia
en
la
batalla trascendente de las ideas.
«La Ciudad Católica» ...
Con la
asunción de
tal
titulo hemos
querido
~reo-, poner en el
frontispicio
de este
afán cultural
-no con
httenclón de desafio, sino
·como
testimonio
obligado de un dogma
..social de
valor universal-,
el
enUnciado breve de esa convicción inalterable por la-que creemos que,
puesto que Dios existe ·no como
una posibilidad
lejana sino con
la
cer
canfa y potencia de quien es . EL SENOR, a él se deben todo poder y
toda gloria, tanto en el universo material como en el inaprensible.
El
Munciado de esa convicción por ia que creemos que, habién.do
n.os enseñado
el
mismo Dios la forma correcta de orar. responde a la
verdadera naturaleza de las
cosas creadas
el que lo que
pedimos al di
rijirnos
a nuestro Padre,
lo apliquemos en nuestra vida i,idividual y
colectiva. Y puesto que solicitamos por encargo del mismo· Dios que
SE HAGA SU VOLUNTAD ASI EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO, debemos poner en práctica su voluntad
é/1 todas las dimensiones
de
la vida,
df Ul3 cuales
no puede de ninguna forma quedar
exclu(da la
Ciudad,
que no
es,. en definitiva, otra cosa que la proyección del con
junto de
nuestra9 vidas individuales.
O
Dios es el
Seiior, o
no lo es • .
Y puesto que -lo creemos
y lo sabernos-lo
es, no
hay raz6n hu
mana
ininguna que justifique-. "el desprecio de su voluntad en las leyes
que
arbitran el funcionamieto de
la Ciudad.
No
hay
razón humana ninguna que
justifique
ese desprecio hacia
la
1voluntad del
Señor
-que, nos
guste o no, se
,ha convertido,
tras
lin
Fundaci\363n Speiro
largo proceso de regreswn en el camino de la civilizaci61', en la nor
ma habitual de la organización de las sociedades que se tienen por
avdnz.adas.
¿Qué
ha
pasado en
la
cíudad temporal?
Tq,do el
edificio cristiano, construido trabajosamente en
una labor
de
siglos
ha sido devastado hasta los cimientos por un cdncer interno
--que
no
es otra cosa que la Revolución-
hasta sumir
a la sociedad en
la misma situación de indefensidn, y yo
diría de
barbarie~ en que H
encontró en aquel funesto siglo V de las hlvasiunes. Con el agravante
de que entonces la desolación provenía de
Uln enemigo exterior, bárbaro
pero
noble
y acuciado a la invtfflón por la
ecesidad, y hoy la ceremonia
destructiva se nutre en nuestro propio seno y la
Conductlfl sicarios rene
gados
de la
Civilización Cristiana
y apóstatas
cinicos de
las
:virtudes
que hicieron a
la Ciudad lugar de
delicias en
otro tiempo.
Desde el siglo XV hasta nuestros
·días, la
humanidad no
ha hecho
otra cosa que retroceder, dando la espalda al verdadero rumbo del
pro~
greso.
Los logros positivos han
sido las excepciones y no la regla. Ni
en la filosofia, :ni en
la
moral, ni
en la estética, ni en
las artes,
se ha
querido aprovechar la base
firmísi.ma que --de cara
a un futuro de
perfección- brindaban los emocionantes logros medievales. Y la des bocada carrera de las
ciencias físico-técnicas y
utilitarias, con cuyos
éxitos aparentes
o reales se quería
iustlficar la rupmra de
todo sentido
;erárquico de valores, ha desembocado en una amenaza
sin precedentes
que
se
cie't,ne como
una pesadilla sobre
niiestra generación, la
única de
la historia que tiene noventa posibilidades sobre cien de convertir al
planeta en una estepa
calcmada o
en un infierno radioactivo donde los
supervivientes, si los hubiere, habrán
finalizado la
carrera de
hipocresfas
que comenzaron los maquiavelos, los
luteros,
los bodinos y los vól.taires,
áin un retorno rápido al paleolitico.
El análisis puramente
humano,
racional, arroja
-evidentemente-
1m0s resultados
que no
permitiridn ser
optimistas en
lo tocante al por
venir de la sociedad moderna. La Iglesia
.mi'sma, situada por su fun
dador
a salvo de los avatares
i¡_ue ensombrecen
el
panorama. al
que -se
asomdn los· hombres,
pero militante necesariamente en el
mismo campo
de
angustias
y de esperanzas, ha hecho del último año litúrgico una ape
lación suprema
al poder
especifico de
la Redención. Y se trata esta
vez
de una apelacidn que,
por su contenido -y por todos sus matices, rezuma
la
ar,gustia que riente la
madre desoida·
por los peligros inminentes que
las
convulsidnes y la crisis final de la quimera revolucionaria pueden
reportar
al género humano.
Habría que tener la
insensibilidad de una piedra para no entender
que
los temores de la
Iglesia no son por
ella misma, sino precisamente
por la
civilizaci6n lai.ca que,
al fin
y al cabo, está·· también formada
por hombres que pueden salvarse. La
Ci11:dad temporal
ha llegado a un punto· en_
su camino
en el que
se le han agotado
todas las
utopfas. Presiente ante
Sí una
catástrofe
irre
parable
hacia
la que la empuja el vértice irresistible de un impulso de
siglos. Lo
presiente tan
inminente que
ya ni siquiera puede afectar ig
norarlo.. Pero
las reacciones que se producen en su seno ya no son
coherentes. Nacen de unos planteamient_os
_inmersos, -en
el absurdo.
¿Cabe acaso mayor despropósito que un
ecologismo· marxista?
¿Cómo
reaccionar contra la destrucción de la naturaleza desde un materialismo
que implica el más radical
1negativismo ontológico?
821
Fundaci\363n Speiro
Y el vértigo del absurdo es tan potente que -arrastra en su caída in
cluso a sectores .de origen -cristiano. ¿Qué grado de irracionalidad han
alcdnzado esos
sectores del clero que se suman al delirio comunista
de la «teología de
la liberaci6n»·? ¡C6mo puede un hombre consagrado
al ·Dios del
4fflOr, estando
en
su sano juicio, aceptar la monstrUtJsidad
de
una Fe que
se realiza en la fucha de clases? ¿Es sólo el error lo
que
Subyace tras
esa distorsión demoniaca del evangelio? ¿O
existe, ade
más, en el fondo de las mentes un terror movido por el cálculo que
supone inv_encible
al
·coloso rojo?
Creo que
en esta
hora de
agonia,
hay
un poco de
todo: irrecionalidad
consagrada, distorsión de
los con
ceptos fundamentales, optimismos de carácter patológico
y, sobre todo,
miedo. Un miedo
visceral e incontrolado que
es hijo del
oscurecimiento
de la esperanza teológica.
Por nueStra parte,
constatamos el hecho ya evidente del fracaso irre
mediable de la
civilización sin
Dios,
y lo constatamos ~on una tristeza
grande
y con una alegria aún mayor. Con gran tristeza porque --aún
siendo
este
fracaso la
confirmación
rotunda de
la justicia de cuantos
hemos defendido nosotros
y nuestra patria, durante siglos- no podemos
evitar la
nostal.J?ia poT todo un mundo que desaparece, y un cierto temor
por las cosas buenas que en él persistian
y pueden perecer en los es
tt:rtores finales
de esta sociedad rebelde.
Y una gran alegría. porque nuestro análisis, que no es el puramente
natural, racional,
sino el
iluminado por las advertencias
evangélicas,
SABE
que la
desapariciml de·
Bbilonia es necesaria para la instauración
de 'la nueva Jerusalem. Nada de cuanto
ocurre en
la Ciudad puede
sorprendernos ahora, en la práctica, después de siglos de verlo venir
en la teoria. ¿No
decia acaso Donoso Cortés -hace más de un siglo- que era
una ley histórica demostrable que cada ciclo histórico concluye -hasta
ahora-con
el triunfo NATURAL del
mal sobre el bien, seguido inme
diatamente por
el" triunfo sobrenaturtil de
Dios sobre el mal?
Si. Eso
decía Donoso Cortés hace
más de -un
siglo.
Y a mi -que suscribo por
completo su juicio, me maravilla esa
previsión viniendo
de un hombte
que vivió
én una época que, sin ser la del glorioso San Fernando cuya
memoria
celebramos,
-permitia aún albergar tantas "esperanzas de fn
dolé natural en comparaci6n
con la
nuestra.
El reto que nos plantea esta época es, a mi juicio, el de saber
afrontarla
con una perspectiva sobrenatural. Es a ello a lo que nos con
voca el Papa con el ejemplo
de una pastoral en la que se transparenta
la
esperanza
con una fuerza heroica.
El
Papa-clama por doquier su
convicción de que este
periodo oscuro
no puede desembocar
más que
en algo bueno. El sabe ver,
tras el
lodo del mundo, todos
lo9 gérmenes
de
la
redención futura.
¿Cómo
no sintonizar con· esa esperanza de raíz profundamente teo
lógica?
Evidentemente, si ha habido un tiempo en el que recurrir a la
fue_r
za
de las promesas
proféticas,
no cabe
duda que ese tiempo es el
nuestro. Son ellas, la palabra que permanece,
las que nos darán la fuer
za
para afrontar
el reto,
haciéndonos comprender
el significado
esca
tológico
de nuestro
tienipo.
La
acción planteada _sin
base directa
en
lo divino se muestra cada
día
más ineficaz. A
!nosotros, más
que a
nadie, debe i'eyelársenos la
822
Fundaci\363n Speiro
certeza de que es Dios quien salvará la Ciudad y jue .nuestro testimonio
obligado sólo será válido en
funci6n de
su providencia.
La ley práctica de este tiempo puede ser esa certeza: Que
ni por
la
naturaleza de
los
males present~ ni
por la del bien
futuro que es
peramos, podemos
esperar de
. nuestra
acción humana,
natural,. la
des
trucción de esos males
ni el logro de ese bien.
Y esto no es una llamada al quietismo, ni a la
resignaci6n, sino,
cwno vosotros
sabéis
bien, una prevefleión contra ese
análisis
excesiva ..
mente
racionalista
cu~a tentaci6n todos
hemos experimentado
a],guna
vez
que
cd-fiduce al pesimismo y a descarga sobre los sufridos hombros
_de la Iglesia la carga de desesperanza que éste conlleva. No podemos, de ninguna forma, echar a la
Iglesia responsabilida
des
en el ocaso de esta Ciudad, porque este ocaso
tiene eminentemente
un
carácter
escatólicu. La
Iglesia fue provista por su fundador de unos
dones enmarcados en la esfera exclusivamente espiritual. Al menos
para
el tiempo de estos últimos 2.000 años. Interrogarla a ella seria como in terrogar
al único que está en posesión de lo escatológico, quien -en <;U
infinita bondad y sabiduria-no quiso dotarla de carácter infalible para
las cuestiones temporales, de la misma /ror;ma que no quiso llamar en
su auxilio legiones de ángeles para .que establecieran -su
realer.a antes
del
fin de estos tiempos.
Pero_ esa
realeza, no
lo dudéis, llegará.. Nosotros
somos, y
debemos
seguir siendo el testimonio
viviente de los derechos de soberanía del
Señor sobre la Ciudad. El Señor es Rey de derecho sobre
la Ciudad,
y lo será de hecho en ella en un día que presentimos muy cercano y
por cuya llegada imploramos desde el. fondo de
,nuestros corazones.
¿Cómo
dudar que
va a
reJrasarse mucho, en esta hora del odio, la
llegada triunfal de ese rey que es todo amor, para quien la
realeza ha
sido
hasta
alwra una
corona de
. espinas?
Todos -los
avatares de la Ciudad, catalogados como buenos o malos
por
!nuestros ojos
humanos son, en última instancia, designios del amor
de
aquet que cúando pudo
venir para reinar, quiso venir
para .morir
crU+ificado. De
ese amor que no ha dudado
·en abrirnos
su cuerpo
para
mostrarnos su futJnte mimia.
Confiemos
hasta la
muerte en
ese Cristo que nos ha propuesto como
soberano su
corazón sangrdnte, en
ese padre que
ha abierto sus entra
ñas para mostrar a sus vacilantes hijos el latido tremendo .de su Amor.
DISCURSO DE VICENTE MARRERO
Amigos de la Ciudad CatóUca!
Cuando nuestro
comdn amigo y maestro Juan V allet tuvo la debili
dad de invitarme a
dirigiros unas palabras en
esta conmemoración
anuál
de nuestro Patrón San
·Fernando, habiendo entre· vosotros quienes po
dían hacerlo
mejor y· sobre todo de
modO más
vibrante que yo, me vino
a la mente, como suele suceder en similares
situaciónes, la
socorrida
cita- de. Menéndez Pelayo. Más
en concreto, -su discurso pronunciado
sobre
nuestro
rey santo
en el Tercer Congreso Cat6lico Nacional
ce,._
lebrada en Betvilla, en
octubre de
1892. Desde
que lo
lef por vez primera
nunca ·he podido olvidar lo
que en aquella solemne ocasión dijo de
lq
823
Fundaci\363n Speiro
luntad para pasar del
saber a la
acción, pues
es un
deber al. que no po
demos
,ni debemos permanecer ajeno~ A
ella estamos todos obligados,
cada quién,
cudndo, dónde
y cómo le dicte su recta. conciencia. Acción
que no será
eficaz sin un estudio
previo, ya que la idea debe preceder
al._
acto --operatio .sequitur esse-, y el pensamiento al hecho. En este
estudio
y difusión de la Verdad, de la única eerdadera doctrina, hemos
encontrado nuestra vocación.
Poi-que
somos caÍólicos, porque
tenemos fe en un
Unico Dios, Crea
dor y Señor del cielo y de la tierra, y porque tenemos confianza en
Nues~ra Madre,
la VirgtJn
Santísima a
la que cuidaba San Fernando
de
llavar siempre
en el arzón de
su caballo
cada vez que emprendía
al
guna de sus conquistas-,-, sabemos que nuestra tare_a cu/minard con ia
victoria.
Y
pórque tM,l!mos esperanza no nos dejaremos
ganar_ por
el desalien
to que nace del olvido, de la única
razón que
debe presidir todo
nues
tro
obrar: la Gloria de Dios, la Salvación de las almas
y nuestra pro
pia satisfacción.
DISCURSO DE JUAN CARLOS GARCIA DE POLA VIEJA
Amigos de la Ciudad Católica:
El nombre por el que ha querido
defhu'rse nuestro
combate intelec
tual lleva,
ya, implícito en las dos palabras que lo conforman. todo lo
más nuclear
del problema que ha originado la
critica· situación de
las
sociedades
-,:ontempordn·eas, e
indirectamente forzado nuestra
presencia
en
la
batalla trascendente de las ideas.
«La Ciudad Católica» ...
Con la
asunción de
tal
titulo hemos
querido
~reo-, poner en el
frontispicio
de este
afán cultural
-no con
httenclón de desafio, sino
·como
testimonio
obligado de un dogma
..social de
valor universal-,
el
enUnciado breve de esa convicción inalterable por la-que creemos que,
puesto que Dios existe ·no como
una posibilidad
lejana sino con
la
cer
canfa y potencia de quien es . EL SENOR, a él se deben todo poder y
toda gloria, tanto en el universo material como en el inaprensible.
El
Munciado de esa convicción por ia que creemos que, habién.do
n.os enseñado
el
mismo Dios la forma correcta de orar. responde a la
verdadera naturaleza de las
cosas creadas
el que lo que
pedimos al di
rijirnos
a nuestro Padre,
lo apliquemos en nuestra vida i,idividual y
colectiva. Y puesto que solicitamos por encargo del mismo· Dios que
SE HAGA SU VOLUNTAD ASI EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO, debemos poner en práctica su voluntad
é/1 todas las dimensiones
de
la vida,
df Ul3 cuales
no puede de ninguna forma quedar
exclu(da la
Ciudad,
que no
es,. en definitiva, otra cosa que la proyección del con
junto de
nuestra9 vidas individuales.
O
Dios es el
Seiior, o
no lo es • .
Y puesto que -lo creemos
y lo sabernos-lo
es, no
hay raz6n hu
mana
ininguna que justifique-. "el desprecio de su voluntad en las leyes
que
arbitran el funcionamieto de
la Ciudad.
No
hay
razón humana ninguna que
justifique
ese desprecio hacia
la
1voluntad del
Señor
-que, nos
guste o no, se
,ha convertido,
tras
lin
Fundaci\363n Speiro
largo proceso de regreswn en el camino de la civilizaci61', en la nor
ma habitual de la organización de las sociedades que se tienen por
avdnz.adas.
¿Qué
ha
pasado en
la
cíudad temporal?
Tq,do el
edificio cristiano, construido trabajosamente en
una labor
de
siglos
ha sido devastado hasta los cimientos por un cdncer interno
--que
no
es otra cosa que la Revolución-
hasta sumir
a la sociedad en
la misma situación de indefensidn, y yo
diría de
barbarie~ en que H
encontró en aquel funesto siglo V de las hlvasiunes. Con el agravante
de que entonces la desolación provenía de
Uln enemigo exterior, bárbaro
pero
noble
y acuciado a la invtfflón por la
ecesidad, y hoy la ceremonia
destructiva se nutre en nuestro propio seno y la
Conductlfl sicarios rene
gados
de la
Civilización Cristiana
y apóstatas
cinicos de
las
:virtudes
que hicieron a
la Ciudad lugar de
delicias en
otro tiempo.
Desde el siglo XV hasta nuestros
·días, la
humanidad no
ha hecho
otra cosa que retroceder, dando la espalda al verdadero rumbo del
pro~
greso.
Los logros positivos han
sido las excepciones y no la regla. Ni
en la filosofia, :ni en
la
moral, ni
en la estética, ni en
las artes,
se ha
querido aprovechar la base
firmísi.ma que --de cara
a un futuro de
perfección- brindaban los emocionantes logros medievales. Y la des bocada carrera de las
ciencias físico-técnicas y
utilitarias, con cuyos
éxitos aparentes
o reales se quería
iustlficar la rupmra de
todo sentido
;erárquico de valores, ha desembocado en una amenaza
sin precedentes
que
se
cie't,ne como
una pesadilla sobre
niiestra generación, la
única de
la historia que tiene noventa posibilidades sobre cien de convertir al
planeta en una estepa
calcmada o
en un infierno radioactivo donde los
supervivientes, si los hubiere, habrán
finalizado la
carrera de
hipocresfas
que comenzaron los maquiavelos, los
luteros,
los bodinos y los vól.taires,
áin un retorno rápido al paleolitico.
El análisis puramente
humano,
racional, arroja
-evidentemente-
1m0s resultados
que no
permitiridn ser
optimistas en
lo tocante al por
venir de la sociedad moderna. La Iglesia
.mi'sma, situada por su fun
dador
a salvo de los avatares
i¡_ue ensombrecen
el
panorama. al
que -se
asomdn los· hombres,
pero militante necesariamente en el
mismo campo
de
angustias
y de esperanzas, ha hecho del último año litúrgico una ape
lación suprema
al poder
especifico de
la Redención. Y se trata esta
vez
de una apelacidn que,
por su contenido -y por todos sus matices, rezuma
la
ar,gustia que riente la
madre desoida·
por los peligros inminentes que
las
convulsidnes y la crisis final de la quimera revolucionaria pueden
reportar
al género humano.
Habría que tener la
insensibilidad de una piedra para no entender
que
los temores de la
Iglesia no son por
ella misma, sino precisamente
por la
civilizaci6n lai.ca que,
al fin
y al cabo, está·· también formada
por hombres que pueden salvarse. La
Ci11:dad temporal
ha llegado a un punto· en_
su camino
en el que
se le han agotado
todas las
utopfas. Presiente ante
Sí una
catástrofe
irre
parable
hacia
la que la empuja el vértice irresistible de un impulso de
siglos. Lo
presiente tan
inminente que
ya ni siquiera puede afectar ig
norarlo.. Pero
las reacciones que se producen en su seno ya no son
coherentes. Nacen de unos planteamient_os
_inmersos, -en
el absurdo.
¿Cabe acaso mayor despropósito que un
ecologismo· marxista?
¿Cómo
reaccionar contra la destrucción de la naturaleza desde un materialismo
que implica el más radical
1negativismo ontológico?
821
Fundaci\363n Speiro
Y el vértigo del absurdo es tan potente que -arrastra en su caída in
cluso a sectores .de origen -cristiano. ¿Qué grado de irracionalidad han
alcdnzado esos
sectores del clero que se suman al delirio comunista
de la «teología de
la liberaci6n»·? ¡C6mo puede un hombre consagrado
al ·Dios del
4fflOr, estando
en
su sano juicio, aceptar la monstrUtJsidad
de
una Fe que
se realiza en la fucha de clases? ¿Es sólo el error lo
que
Subyace tras
esa distorsión demoniaca del evangelio? ¿O
existe, ade
más, en el fondo de las mentes un terror movido por el cálculo que
supone inv_encible
al
·coloso rojo?
Creo que
en esta
hora de
agonia,
hay
un poco de
todo: irrecionalidad
consagrada, distorsión de
los con
ceptos fundamentales, optimismos de carácter patológico
y, sobre todo,
miedo. Un miedo
visceral e incontrolado que
es hijo del
oscurecimiento
de la esperanza teológica.
Por nueStra parte,
constatamos el hecho ya evidente del fracaso irre
mediable de la
civilización sin
Dios,
y lo constatamos ~on una tristeza
grande
y con una alegria aún mayor. Con gran tristeza porque --aún
siendo
este
fracaso la
confirmación
rotunda de
la justicia de cuantos
hemos defendido nosotros
y nuestra patria, durante siglos- no podemos
evitar la
nostal.J?ia poT todo un mundo que desaparece, y un cierto temor
por las cosas buenas que en él persistian
y pueden perecer en los es
tt:rtores finales
de esta sociedad rebelde.
Y una gran alegría. porque nuestro análisis, que no es el puramente
natural, racional,
sino el
iluminado por las advertencias
evangélicas,
SABE
que la
desapariciml de·
Bbilonia es necesaria para la instauración
de 'la nueva Jerusalem. Nada de cuanto
ocurre en
la Ciudad puede
sorprendernos ahora, en la práctica, después de siglos de verlo venir
en la teoria. ¿No
decia acaso Donoso Cortés -hace más de un siglo- que era
una ley histórica demostrable que cada ciclo histórico concluye -hasta
ahora-con
el triunfo NATURAL del
mal sobre el bien, seguido inme
diatamente por
el" triunfo sobrenaturtil de
Dios sobre el mal?
Si. Eso
decía Donoso Cortés hace
más de -un
siglo.
Y a mi -que suscribo por
completo su juicio, me maravilla esa
previsión viniendo
de un hombte
que vivió
én una época que, sin ser la del glorioso San Fernando cuya
memoria
celebramos,
-permitia aún albergar tantas "esperanzas de fn
dolé natural en comparaci6n
con la
nuestra.
El reto que nos plantea esta época es, a mi juicio, el de saber
afrontarla
con una perspectiva sobrenatural. Es a ello a lo que nos con
voca el Papa con el ejemplo
de una pastoral en la que se transparenta
la
esperanza
con una fuerza heroica.
El
Papa-clama por doquier su
convicción de que este
periodo oscuro
no puede desembocar
más que
en algo bueno. El sabe ver,
tras el
lodo del mundo, todos
lo9 gérmenes
de
la
redención futura.
¿Cómo
no sintonizar con· esa esperanza de raíz profundamente teo
lógica?
Evidentemente, si ha habido un tiempo en el que recurrir a la
fue_r
za
de las promesas
proféticas,
no cabe
duda que ese tiempo es el
nuestro. Son ellas, la palabra que permanece,
las que nos darán la fuer
za
para afrontar
el reto,
haciéndonos comprender
el significado
esca
tológico
de nuestro
tienipo.
La
acción planteada _sin
base directa
en
lo divino se muestra cada
día
más ineficaz. A
!nosotros, más
que a
nadie, debe i'eyelársenos la
822
Fundaci\363n Speiro
certeza de que es Dios quien salvará la Ciudad y jue .nuestro testimonio
obligado sólo será válido en
funci6n de
su providencia.
La ley práctica de este tiempo puede ser esa certeza: Que
ni por
la
naturaleza de
los
males present~ ni
por la del bien
futuro que es
peramos, podemos
esperar de
. nuestra
acción humana,
natural,. la
des
trucción de esos males
ni el logro de ese bien.
Y esto no es una llamada al quietismo, ni a la
resignaci6n, sino,
cwno vosotros
sabéis
bien, una prevefleión contra ese
análisis
excesiva ..
mente
racionalista
cu~a tentaci6n todos
hemos experimentado
a],guna
vez
que
cd-fiduce al pesimismo y a descarga sobre los sufridos hombros
_de la Iglesia la carga de desesperanza que éste conlleva. No podemos, de ninguna forma, echar a la
Iglesia responsabilida
des
en el ocaso de esta Ciudad, porque este ocaso
tiene eminentemente
un
carácter
escatólicu. La
Iglesia fue provista por su fundador de unos
dones enmarcados en la esfera exclusivamente espiritual. Al menos
para
el tiempo de estos últimos 2.000 años. Interrogarla a ella seria como in terrogar
al único que está en posesión de lo escatológico, quien -en <;U
infinita bondad y sabiduria-no quiso dotarla de carácter infalible para
las cuestiones temporales, de la misma /ror;ma que no quiso llamar en
su auxilio legiones de ángeles para .que establecieran -su
realer.a antes
del
fin de estos tiempos.
Pero_ esa
realeza, no
lo dudéis, llegará.. Nosotros
somos, y
debemos
seguir siendo el testimonio
viviente de los derechos de soberanía del
Señor sobre la Ciudad. El Señor es Rey de derecho sobre
la Ciudad,
y lo será de hecho en ella en un día que presentimos muy cercano y
por cuya llegada imploramos desde el. fondo de
,nuestros corazones.
¿Cómo
dudar que
va a
reJrasarse mucho, en esta hora del odio, la
llegada triunfal de ese rey que es todo amor, para quien la
realeza ha
sido
hasta
alwra una
corona de
. espinas?
Todos -los
avatares de la Ciudad, catalogados como buenos o malos
por
!nuestros ojos
humanos son, en última instancia, designios del amor
de
aquet que cúando pudo
venir para reinar, quiso venir
para .morir
crU+ificado. De
ese amor que no ha dudado
·en abrirnos
su cuerpo
para
mostrarnos su futJnte mimia.
Confiemos
hasta la
muerte en
ese Cristo que nos ha propuesto como
soberano su
corazón sangrdnte, en
ese padre que
ha abierto sus entra
ñas para mostrar a sus vacilantes hijos el latido tremendo .de su Amor.
DISCURSO DE VICENTE MARRERO
Amigos de la Ciudad CatóUca!
Cuando nuestro
comdn amigo y maestro Juan V allet tuvo la debili
dad de invitarme a
dirigiros unas palabras en
esta conmemoración
anuál
de nuestro Patrón San
·Fernando, habiendo entre· vosotros quienes po
dían hacerlo
mejor y· sobre todo de
modO más
vibrante que yo, me vino
a la mente, como suele suceder en similares
situaciónes, la
socorrida
cita- de. Menéndez Pelayo. Más
en concreto, -su discurso pronunciado
sobre
nuestro
rey santo
en el Tercer Congreso Cat6lico Nacional
ce,._
lebrada en Betvilla, en
octubre de
1892. Desde
que lo
lef por vez primera
nunca ·he podido olvidar lo
que en aquella solemne ocasión dijo de
lq
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Fundaci\363n Speiro