Índice de contenidos

Número 231-232

Serie XXIV

Volver
  • Índice

Meditación de la Revolución francesa (I)

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
POR
JuAN CAJu.os GARCÍA DE POLAVIEJA
A la memoria de todos los mártires de la
Revolución francesa.
SUMARIO: I. Las conttadicciones.-II. La conjura de los sofistss.-III. La
revolución.
I. Las contradÍcciones.
l. La Revolución francesa de 1789 no fue sino un jalón del
'proceso general

de la revolución. De la
gran y única revolución
consolidada desde el triunfo
parcial de la rebelión protestante
en el siglo xvr. Un
jalón fundamental,

es verdad, pero
perfec­
tamente

concatenado dentro de la trama de este proceso
revo'
lucionatio

con carácter
universal que

se
alarga con plena vigen­
cia hasta nuestros días.
La más completa significación de los sucesos franceses de
finales del siglo xvm
únicam~te puede

hallarse estudiándolos
en esta perspectiva que los sitúa como
un hito

vital dentro de
un fenómeno mucho más amplio. Estudiada en nuestro momen­
to actual ( 1984)
la Revolución

francesa
queda situada en el es­
pacio cronológico central del proceso. revolucionario general:
constituye
la fase precisa én la que la justificación religiosa pro­
pia de
!los primeros

dos siglos
reyolucionarios experimenta
una
mutación dialéctica que, a través de
la radicalización del racio­
nalismo, dejará paso en las fases posteriores al inmanentismo
como cauce filosófico general del proceso. Es,
pues, el

momento
en que la pseudoespiritualidad protestante se descompone en las
consecuencias de sus propias
premisas, y

en que las
contradic-
151
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
clones provocadas por la rebelión religiosa dentro del tejido so­
cial de Europa hacen eclosión, quebrando el ya maltrecho orden.
La explosión política se produce precisamente en Francia
por
dos razones profundas: en primer lugar, paradójicamente,
por
ser Francia todavía, en 1789, una nación esencialmente ca­
tólica. La revolución es semejante a un cáncer interno de la
cristiandad que se ceba en las células de su organismo aún sa­ nas, eligiendo
las más débiles de entre éstas y despreciando
aquellas a las que
ya. ha consumido. Por
ello, desde un punto
de vista teológico, la fermentación del mal se produce, no en
aquellas sociedades que ya han sido apartadas del orden superior
de la gracia por la ruptura con el cuerpo de la Iglesia -que
aparentemente serían las
más apropiadas--,
sino en las
que
permanecen dentro de este orden, y entre éstas, ataca no a las
naciones católicas del sur, España o Italia, muy escasamente
debilitadas aún por
las contradicciones,
sino a Francia, terrible­
mente maltrecha tras su superficial superación del primer asalto protestante. En segundo lugar, Francia es la elegida para
la
ruptura

por
razones estratégicas
de orden humano: en los ce­
náculos iniciados de la rebelión anti-cristiana se señalaba, desde finales del
siglo anterior

(xvn), a su vieja monarquía como
víc­
tima

apropiada para una espectacular decapitación del principio
de autoridad, ejecutado en una consciente búsqueda de resonan­
cias universales.
Ninguna monarquía cristiana constituida como las que con
este titulo

se asomaron al renacimiento, libres
de contradiccio­
nes

graves, podía ser destruida en su estructura por un asalto
exterior. Solamente el desorden en la
jerarquia de valores esen­
cial, en

esa jerarquía de valores consustancial· a las sociedades
cristianas, fue
capaz de minar tales sociedades, sembrándolas, de
contradicciones.· De
tal siembra resultó una cosecha de estamen­
tos carentes de la identidad moral que los justificaba,
inermes,
por tanto, al

producirse el asalto rugiente de la demagogia largo
tiempo incubado. El primer antecedente real de la revolución de 1789 se
encuentra pues en la introducción de desórdenes en la
·jerarquía
152
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOWCION FRANCESA
de valores de los distintos · estamentos de la monarquía francesa,
efectuada a través
de las secuelas de la crisis religiosa del si­
glo
XVI. Ello hace que · el análisis histórico deba retrotraerse
hasta

la década
final de dicho siglo xv¡, durante la cual crista­
liza en

Francia la especial situación religiosa que estará en el
origen de las contradicciones más importantes.
2. De forma.
casi profética,

los Estados Generales reunidos
. en

París en enero de
1593, introdujeron -- tes de sus homólogos de 1789-, el germen de la contradicción
más profunda de cuantas iban a conducir a la monarquía fran­ cesa por el camino del abismo. En aquellos Estados Generales se ventilaban,
envolviendo .
a

la cuestión fundamental de la sucesión del asesinado Enri­
que III de
Valois, todas

las cuestiones que, dando una solución
u otra al conflicto religioso ántiguo ya
de cincuenta años, de-·
bían

configurar el porvenir de Francia. La revolución protes­
tante había dividido el pais en dos bandos irreconciliables: el
mayoritario de los católicos, agrupados en la
Liga y

apoyados
por
España, y el minoritario de los calvinistas o «hugonotes».
Eran dos concepciones opuestas de la religión y de la sociedad
las protagonistas del enfrentamiento
y, ante la probada comple­
jidad de éste, el Estado, personificado en
la realeza que, en
principio,
hábíase visto.

obligado por su propia naturaleza a unir
su suerte a la de la religión católica mayoritaria, fue experimen­
tando a lo largo del conflicto la tentación de situarse· al margen,
repudiando una política francamente confesional que, por la fuer­
za de

los hechos, le convertía en parte interesada de una guerra
civil y en comparsa de segunda clase de la
cruzada · religiosa
cuya verdadera cabeza era Espafia. A lo largo de la contienda,
y fundamentada indirectamente
en el

pensamiento de
algi;nos teóricos
de inspiración protestan­
te como Du Plessis-Mornay y F. Hotman (1), se había ido for­
mando un
«partido realista», conducido

por
el grupo de «los
políticos», los

cuales aspiraban a situar a la
monarq11Ía por
en-
(1) }fotman, Francisco: Franco-Gallia (1573), Ginebra, 1873.
153
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
cima de la querella religiosa, separándola así de la influencia
directa del Papa y del rey de España. Esta orientación escondía una concepción
del 'Estado típicamente revolucionaria y en el
fondo prácticamente aconfesional que, de llevarse a la práctica,
apartaría de hecho a
la monarquía cristianísima del marco de
concepciones y de intereses en
,cuya defensa
se agitaba
la cris­
tiandad.
Desaparecido Enrique de V alois en 1589, el signo de su
sucesor
clecidítía · el

debate, ya consolidando la revolución
.pro­
testante, ya la contrarrevolución católlca, o una solución ecléc­
tica como la propugnada por los «políticos» que, en resumidas cuentas significaba también una quiebra dolorosa
del orden cris­
tiano. Por desgracia, los derechos hereditarios más inmediatos
recaían en el rey de Navarra, Enrique de Borbón, caudillo de los
hugonotes, cuya militancia herética le vedaba de hecho
la corona.
Los
Estados Generales,

reunidos en un París asediado por
las tropas del pretendiente de Borbón, tenían en sus manos,
cualquiera que fuese la solución sucesoria que adoptaran, el
destino de Francia. Directamente influidos por la Liga católica,
apoyados por Mayena que controlaba la capital con el auxilio
de tropas españolas, les hubiera sido relativamente
fácil la pro­
clamación

de un príncipe que pusiera fin a la guerra civil con
un signo auténticamente católico.
Más para

ello debían
sobre­
ponerse,

tanto a la tentación «chauvinista» alentada por los «po­
líticos» del partido realista que clamaban
por dar un margen
de
confianza al

rey de Navarra, «deseoso ele instruirse en la re­
ligión católica», como a los reflejos galicanos del alto clero,
manifestados nítidamente en la asamblea episcopal de
Chames
(21

de septiembre de
1591), que habla rechazado

el Monitorio
por el que Gregorio XIV excomulgaba a Enrique de Borhón
y le declaraba incapacitado para
reinar (2).
(2) El. sentimiento galicano, en un principio expresión de las liber­
tades localistas. del clero francés frente a Roma, habla sido estatuido por
la Prágmatica Sanción de Bourges, promulgada por Carlos VII en 1438,
y· más tarde alentado, en una versión mucho más regalista, por el. Con­
cordato
de 1516 eotte Fraocisoo I y
León X,
por el cual
laa «hoerta-
154
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
Alentados los «políticos» por la anun,clada conversión de
Entique de Borbón, y descattadas las candidaturas al trono de
los ptincipales pro-hombres de la Liga católica -pues
ni Ma­
yena ni el joven duque de Guisa se consideraban con foerza
suficiente
para aspirat al mismo-, los Estados Generales se
vieron ante el dilema de optar entre dos candidaturas: la de
Entique de

Barbón que, una vez convertido, sintetizaba
las as­
piraciones del
pattido realista

y de los «políticos», y la de la
Infanta Isabel Clata Eugenia, hija de Felipe II
_e Isabel

de Va­
lois, cuya entronización hubiera consagtado la victoria católica. Los debates de los Estados
· Generales

fueron largos
Y. ten­
sos

(3 ). El pattido
«ultramontano» católico,

apoyado por el car­
denal Legado
Sega; obispo

de Plasencia, y por el enviado especial
del
rey Felipe II, el duque de Feria, argumentó con fuerzas
en

favor de los derechos de la Infanta Isabel, · mostrando con
nitidez los peligros que entrañaba el acceso al trono del rey
de Navarra, pero sus razones fueron desechadas, y la franca ex­
posición enviada por Felipe II calificada de «hipóctita oculta­
ción de designios ambiciosos». El orgullo nacional, teñido de resabios chauvinistas y galicanos, pudo
más que las considera­
raciones religiosas, poniendo de relieve la erosión que el pensa­
miento de los «políticos», ptincipalmente de Bodino, había
causado ya en las mentalidades. Los intereses de la «soberanía»
de Francia, supuestamente puestos. en peligro por la .entroniza­
ción de una hija de Felipe II, primaron sobre el interés
general
de la cristiandad, para el que la coordinación de los esfuerzos de Francia y España habría sido providencial. La Ley
Sálica
se

argumentó como un pretexto para dat un ropaje legalista a
lo que no eran sino intereses de partido. Cuando, en abril, los
des galicanas» pasaban a convertirse .en ventajas de la. corona que, con el
derecho de patronato, adquiría el de nombrar los metropolitanos.
m galicanismo, como todas -las primeras contradicciones· originarias de
la revolución era fruto directo del caos qcasionado en la Iglesia por la
disputa
m:edieval Pontificado-Imperio.
(3) Collertion de documeats inedits. LIII: Procés verbaux des Etáts
Gcneraux de 1593, Edic. A, Bernard-Parls, 1842
155
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
Estados enviaron una diputación a Suresnes para0 conferenciar
con el partido· borbónico, la suerte estaba echada
y París entre­
gado
a cambio de
una Misa

...
Enrique IV foe coronado

en
Chartres el 27 de febrero de
1594. Su consolidación en el trono, hábilmente conseguida me­
diante una política que conciliaba la firmeza con las buenas maneras, los golpes
de fuerza con el soborno, significaba de
hecho la ascensión de «la razón de ·Estado», a la categoría de
justificación
y causa primera del poder real, según las teorías
de
Bodino. Para este teórico del Estado
(1530-1596), el antiguo
concepto cristiano de la autoridad real -sometida a la ley di­ vina positiva, e inserta en el entramado orgánico de las distin­
tas jerarquías de la cristiandad que la limitaban-, debía ser
sustituido
por el nuevo concepto de «soberanía», abstracto de
carácter absoluto que está en el origen de los principales errores
del pensamiento político posterior. Bodino entendía la sobera­
nía como «la necesidad, para todo Estado perfecto, de la exis­
tencia
de un poder que sea superior a la ley, con objeto de que
pueda alterarla ... ». Semejante concepción encierra, de forma un
tanto críptica, la gtan contradicción que producirá, en dos si­
glos; la pérdida de la identidad de la monarquía francesa: en
efecto, su sentido profundo es la sustitución, como fuente pri­
mera de la ley, de la voluntad divina por la voluntad real, y
tal
pretensión, que además va a servir de coartada para una política
pragmática y desligada de
toda exigencia
religiosa, encierra tan­
to contenido revolucionario como
la que, acuñada por Rousseau,
atribuirá más tarde el origen de la ley a la voluntad general,
y es, asimismo, una premonición y un presupuesto de ésta. La política de Enrique IV es la puesta en práctica, con al­
gunos matices personales incorporados por
el monarca, de las
conclusiones
extrafbles de

los «Six livres de la Repúblique» de
Bodino. A partir de su reinado, Francia abandonará definitiva­
mente la cristiandad
concebida. como

un conjunto homogéneo
en lucha por su supervivencia, para practicar una polltica «de
Estado», concebida en sentido nacionalista, que la llevará -en
una gtave inversión de la jerarquía de valores-- a
· servir sus
156
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
intereses particulares en constante dettimiento de los de la cris­
tiandad.
En Enrique IV se prefigura ya la política de Richelieu
y de Mazarino que asestará los golpes definitivos a la concep­
ci6n cristiana de Europa hasta aniquilarla en Westfalia. Pero
la monarquía que cree así consolidar y acrecentar su
poder, e
inaugurar
la nueva época de «absoluta soberanía de los Esta­
dos», está en realidad cavando su propia fosa. La misma
e:x:tta­
limitación

y divinización
del· poder
real que va a proporcionarle
una engañosa gloria de un siglo, irá lentamente desdibujando
su propia identidad legítima, aislándola de una sociedad pro-
.
gresivamente

privada de su vitalidad orgánica por tal poder hi­
pertrofiado. El Edicto de Nantes, de abril de 1598, que se otorga a
los
hugonotes en aras de una ecléctica razón de estado, será revo­
cado un siglo después por exigencia
de la misma «raz6n». La
tolerancia,
por la que se ha encomiado tantas veces este reinado,
no es hija legítima
de la

caridad cristiana, sino fruto de
la mis­
ma concepción revolucionaria
de la soberanía.
La dimensión revolucionaria de
este cambio
hístórico opera­
do en Francia fue, por otra parte, bien calibrada por el sector
más sagaz de las
fuerzas cotólicas
francesas del momento: la
doctrina del tiranicidio, extendida en Francia por los jesuitas a partir del mismo año ( 1593 ), de los Estados Generales, im­
plicaba
la previsi6n de los males que se avecinaban. El primer
agresor fallido de Enrique, Juan Chastel, era discípulo de los
jesuitas. El hombre. que
daría en

1610 muerte al rey, Francisco
Ravaillac, alegaría en su defensa la traición del monarca a
los
intereses

supremos de la Iglesia.
3. El efecto
más grave

de
la revolución protestante del si­
glo
XVI fue la ruptura de los lazos eclesiásticos que mantenían
a

los pueblos cristianos, unidos en una misma disciplina religio­
sa. La autoridad pontificia -aunque indirecta en las cuestio­
nes temporales-, había sido decisiva en los siglos anteriores
para
el mantenimiento de la estructura orgánica de la cristian­
dad. Rechazada en las naciones protestantes a partir del si-
151
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POI.AVIEJA
glo XVI, vino a ser fuertemente contestada· en algunas naciones
católicas, como Francia, que solamente
había superado
la lucha
religiosa a costa de adoptar la gran contradicción
de una concep­
ción estatal de «plena soberanía», desordenada, por tanto, de su correcta ubicación jerárquica en el seno de la cristiandad.
Implantada de
hecho esta concepción con

la consolidación de
Enrique IV en el trono, sus consecuencias se fueron haciendo
patentes a lo largo del
siglo XVII., multiplicándolas las contra­
dicciones en el seno
de la sociedad francesa y en todos los
planos:
en. el

puramente religioso, la espiritualidad fue distor­
sionada en

la ola de justificaciones teóricas del principio de
soberanía temporal que se elaboraron sobre el terreno propicio
del galicanismo. En el plano jurídico, la asunción y defensa de
dicho principio por la
· monarquía hizo absoluto su contenido,
avoc;ándola a un permanente regateo de los derechos del Pon­
tificado, a
una política exterior contradictoria con los intereses
católicos y, en el interior, a un cercenamiento progresivo de
las prerrogativas y libertades de los estamentos intermedios que
tendría como
· resultado

una situación económica y social ideal
para la revolución.
La clausura de las guerras de xeligión por Enrique IV se
había logrado mediante
la consagración en el poder de los prin­
cipios ya aludidos de «plena soberanía
. temporal»,
defendidos
por el grupo de los «políticos» y sintetizados en
· la

obra de
Bodino.
Durante el

siglo
XVII, el desarrollo de las doctrinas de
esta escuela se convirtió en el
. eje
de la política oficial, compro­
metiendo cada vez más
. a

la monarquía en la senda
· del abso,
lutismo.

Sus tesis se habían hecho comunes entre la clase ad­
ministrativa advenediza, de jueces y funcionarios, a los que Richelieu llevó al poder.
La política de este cardenal -como
la

de su sucesor
Mazarino--, llevó
a sus últimas consecuencias
aquellos principios.
En el exterior, provocando el fracaso del
último intento
de la. Casa de Austria, en la guerra de los treinta
afios,
de· apuntalar

el
sistema católico.
En el interior, sentando
las bases de una religión «puramente oficial», tal como
la con-
158
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
cebían hombres como Guillermo del V air ( 4 ), quienes insistían
en que el catolicismo debía conservarse, pero bajo la estricta
vigilancia de los
poderes civiles,
y que su profesión era
más un
deber

para con el
estado que
para con Dios. De hecho, en la
mentalidad de

aquella escuela, el error fundamental era un
con­
cepto

desordenado del papel del estado, para el
cual se perse­
guía,

en teoría, la absoluta prepotencia temporal -libre de toda
subordinación externa, tanto. jurídica como moral-,
perÓ' al que
se
hacía en la práctica soberano, asimismo, de lo espiritual, terre­
no en el que llegó a ejercer una influencia enervante
y des­
tructora.
Una

situación tal no
podía menos que ha= peligrar la vida
religiosa en Francia y, a pesar de la saludable oposición de
Pascal, la filosofía de los «políticos» lo arrolló todo como un
torrente. Flotecieron personajes con
clara mentalidad de transi­
ción

hacia el libre pensamiento, como Guy Patin
(1601-1672),
profesor

del Colegio de Francia, que no ocultaba su desprecio
hacia el clero
y, especialmente, hacia «esa negra escoria loyolí­
tica

de
España ...
». Y la obra de Descartes
(1596-1650), in­
cidiendo

sobre una
sociedad en plena crisis espiritual, abrió invo­
luntariamente

caminos al sofisma, pues argumentaciones teoló­
gicas racionalizadas como sus «Meditations»
producían, en

la
mayor
parte de

quienes las acogían con entusiasmo, tanto aprecio
por
las verdade~ obtenidas por el esfuerzo de la lógica como
desprecio por aquellas reveladas sólo por la fe.
La
polémica y

el contacto permanentes con
los calvinistas
tuvieron también su parte de culpa en el aumento de la confu­
sión. En las interminables contraversias entre ultramontanos,
. ga­
licanos, jesuitas, «políticos», cartesianos, hugonotes y meros P<;>­
lemistas profesionales, era dificil que resplandecieran la luz y la
verdad. Por el contrario, surgieron formas de espiritualidad·
hf.
bridas

y destructivas, producto de
la distorsión de los principios
sustentados por las distintas tendencias, con lo
cual la situación
(4) Obispo de Llsieux (1556-1621), y guardasellos durante la regencia
de María de Médicis. G. du Va.ir: Oeuvres-Rouan, 162i.
159
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
religiosa de Francia se complicó aún más a lo largo del siglo XVII.
Críticos escépticos, como Saint-Evremont ( 1613-1703 ), convenían
con

los protestantes en que «no se encontraría una religión
. racional ni en Italia ni en España pero, gracias a las libertades
galicanas, podía hallarse en Francia, siempre
que, abandonando
el

cinturón de Sta. Margarita, los cristianos se dedicasen a leer
a Bossuet». El profesor de
la Universidad de Lovaina, Cornelio
Jansenio
(1585-1638), enfrentado con los jesuitas por una cues­
tión de metodología en
la enseñanza teológica, y deseoso de
demostrar a los protestantes que la católica Lovaina podía ser
tan evangélica como la presbiteriana Leyden, escribió un volu­ minoso tratado sobre
la .reologia de

San Agustín, publicado
p6stumamente en 1640, en el que vertía unas ideas sobre la
gracia y la conversión relacionadas con la teoría protestante de
la predestinación y destinadas a ser fuente de una doctrina re­
ligiosa que complicaría aún más las cosas durante el reinado de
Luis XIV. Popularizadas sus ideas en Francia por su amigo
Juan Duvergier de Hauranne, abad de Saint-Cyran
(1581-1643 ),
y conversos a ellas Angélica Arnauld (1591-1661), abadesa de
Port Royal, un convento próximo a Versalles, y su hermano
Antonio
(1612-1694), joven doctor de la Sorbona, el «jansenis­
mo» se

extendió rápidamente por Francia, adoptando unas
veces
1a forma de una disquisición teológica, otras la de una forma de
,espiritualidad quietista y, frecuentemente,
ag~pando bajo
su
bandera
a. muchos

de los que se oponían a las prácticas y ob-
1etivos de la Compañia de Jesús.
La década de 1.680-1690 asistió a un enfrentamiento trian­
gular jansenistas-Bossuet-jesuitas,
que lo único que produjo a fin
,de cuentas

fue un considerable progreso del galicanismo y
del
10egalismo oficial. El sentimiento galicano ·se había exacerbado· a
-principios
del
siglo
XVII como reacción ante lo que se conside­
rabii «injertos»

de
Belartnino · y

los ultramantanos de consecuen­
cias políticas

en el dogma teológico -principalmente la doc­
trina de la infalibilidad papal-, los cuales no eran, a su vez,
11ino una

natural reacción de la Iglesia
contra las
consecuencias
de
la doctrina bodiniana de la soberanía y la versión inglesa
160
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOWCION FRANCESA
(de Jacobo I) de aquélla. La polémica del reinado del «rey sol»
entre los jansenistas, Bossuer y
los jesuitas, procuró al galica­
nismo

una
victoria decisiva. en 1682, con la aprobación por una
asamblea de eclesiásticos de los cuatro puntos propuestos por
Bossuet
(5). Los jesuitas cometieron a lo largo de todo el siglo
el

error de apoyarse en el rey -aunque
quizá de
otra forma
hubieran sido
impotentes--, para

tratar de salir airosos de
las
contiendas en que estaban implicados. Contribuyeron con ello
poderosamente a
aumentar el
regalismo de
la corona, que alcanzó
límites despóticos: cuando Luis XIV, tras un período de diplo­
mática frialdad, envió de nuevo un embajador a Alejandro. VII, el P.
Rapín S.

J.
Se desbordó
ante
la real condescendencia que
así «honraba»
al Papa. Y en la gran contienda con Inocencio XI,
la Compañía se contaba entre los más· firmes apoyos de la co­
rona.

Tampoco estuvieron muy afortunados los hijos de San
Ig­
nacio

en
la elección de los confesores del rey salidos de entre
ellos, o no supieron emplear adecuadamente
la influencia que
ello
les proporcionaba. De hecho, todos los asuntos religiosos
gravitaron en tomo a un monarca endiosado, y
la bula «Unige­
nitus»

que censuraba
el jansenismo hasta sus más recónditas pro-­
fundidades,

fue producto de una exigencia política de Luis XIV,
que una Roma desprovista de influencia efectiva en Francia se
apresuró a complacer.
Al comenzar
el siglo XVIII, que iba concluir con la revolu­
ción,

Francia se encontraba
desertizada espiritualmente.
A ello
hablan contribuido
el eclecticismo de los políticos, que se me­
tamorfoseó

lentamente en
racionalismo escéptico,
el quietismo
y la espiritualidad morbosa de los jansenistas,
la posición com­
pleja

de Bossuer ( 6 ), los errores de los jesuitas y, sobre todo,
(5) Los cuatro puntos eran los siguientes l.º} El Papa no tiene juris­
dicción sobre los soberanos temporales. 2.0
) Su autoridad es inferior a la
de un concilio general. 3.°) Las libertades galicanas son sogradas. 4.') El
derecho a juzgar los

asuntos de doctrina
corresponde conjuntamente
al
Papa y los obispos.
(6) Bossuet resulta difícil de judgar globalmente: su esfuerzo teol6gico
161
11
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
supeditación en que se encontraban la Iglesia y la religión con
respecto al poder político. Este desierto espiritual tendía a so­
focar los contados oasis de fresca religiosidad que habían sobre­
vivido al «siglo de Luis XIV». Estos eran principalmente tres,
preservados al amparo de la obra de tres santos eminentes: San Francisco de Sales, San Vicente de Paúl y San Luis
María
Grignon de Montfort: la obra de los dos· primeros constituía
una verdadera
red de respiraderos para· la gracia, diseminados
por

toda Francia en forma de instituciones religiosas de bene­
ficencia que serían en el futuro un hueso duro de roer para
las
maquinaciones de los «filósofos» de la conjura de Voltaire y
su hombre de paja Brienne (7). El oasis preservado por el úl­
timo, San Luis Grignon de Montfort (1673-1696), se exten­ día por
· las comarcas rurales de Bretaña, Normandía, Poitu,
V
endée, Aunis,

Saintonge, Anjou y Maine, regiones en las que
su predicación
eficacísinla logró

enraizar una profunda y autén­
tica vivencia de la
fe cristiana. Este oasis cristiano del Oeste,
la obra
¡le San

Luis
Grignon, se
convertirla a fines del siglo
en el baluarte popular de la contrarrevolución, formando los
nietos de los conversos por el santo, la «chouanneria» realista
de la V endée. Por desgracia, los oasis eran pequeños
y el desierto dema­
siado extenso: la sequía espiritual estaba preparada para acoger
el incendio de incredulidad prendido por los «filósofos» del
largo siglo en que
el talco de las pelucas embotó los cerebros ...
En 1710, el rey Luis XIV ordenó la destrucción del Cal­
vario que San Luis Grignon había construido en Pont-Chateau. A nivel social, solamente hay un paso desde el pecado a
la
irreligión, y apenas dos a la persecución. Si Luis XIV hubiera
podido asomarse al futuro, a los días de
la Convención, quizá,
hortorizado,
habría

ido a Pont-Chateau como humilde penitente.
de cara al protestantismo fue muy positivo; por el contrario, sus postura
complaciente respecto al regalismo y. el galicanismo fueron perjudiciales.
(7) Para cnnocer la participación de Brienne en la conjura contra las
órdenes religiosas véase, en

las
Memorias del abate Barruel, las págs. 98
a 103, del capítulo VI, tomo I;
162
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
4. La interpretación revolucionaria de la historia -tanto
en su
vertiente liberal

como en la
materialista,--, ha jugado
siempre con el equívoco del «derecho divino» de los reyes que,
utilizado como
comodín dialéctico ha sido y sigue siendo una
distorsión conceptual
útil para

atribuir a la
monarquía cristiana
-aquella
'que es

autoridad con origen en Dios, limitada por
otras autoridades superiores e inferiores con el mismo origen
divino--, las graves contradicciones no
inherentes a ella sino
a la monarquía
«absoluta», la cual recaba formalmente una «po­
testad divina» que no implica límites ni deberes, sino que otorga
«perfecta soberanía» ...
En efecto, no es lo mismo ejercer una autoridad cuyo origen
primero· se reconece en Dios, aplicada a unas
· funciones politi­
cas

concretas y limitada en su ejercicio por el
de. otras
autori­
dades también concretas
. -concepto

cristiano--, que considerarse
«por concesión de Dios» soberano absoluto de
todo lo existen­
te,

sobre una porción de tierra, fuente misma de la ley, libre
de cualquier subordinación salvo
la divina, concepto obsolutista
revolucionario.
El mantenimiento de este equívoco del «derecho divino» como
cajón de sastre, es clave para sostener todo
el artificio de la
interpretación revolucionaria de la historia, ya que, establecien­
do con nitidez la diferenciación entre ambas concepciones y es­
tudiando la
génesis de la concepción «absoluta», se advierte
cómo esta
última es

esencialmente· una contradicción, y es fac­
tible desenmascarar su origen histórico que la revela fruto
de la
emancipación religiosa y disciplinar de algunas monarquías con
respecto a la Iglesia en el siglo
XVI.
A lo largo de los siglos xvr al xvm, la monarquía· francesa
sufrió
· una

mutación, originalmente ideológica o conceptual y
gradualmente traducida al plano político e institucional efectivo,
que
la hizo transformarse de monarquía genuinamente cristiana
en monarquía revolucionaria. Y a hemos visto cómo los efectos
de la revolución protestante fueron determinantes en este cam­
bio, ya que
la primera gran contradicción, introducida con el
concepto de «plena soberanía en lo temporal», fue provocada
163
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
por la utilización de una fórmula heterodoxa para la superación
del enfrentamiento religioso interno.
Conso!Mada la

dinastía borbónica, y
ligada por las mismas
circunstancias de su entronización a dicha fórmula heterodoxa,
-que en

esencia consistía en situar al poder civil por encima
de toda subordinación religiosa efectiva-, se
puso en

marcha
una dinámica de multiplicación de contradicciones en el seno
mismo de

la monarquía, originadas todas ellas por la primera
y esencial de su empeño absoluto, empefio funesto, consagrado durante el siglo
XVII en una verdadera ofensiva contra la natu­
raleza de las cosas. Tal vértigo se.
vela favorecido,

por otra parte, por la
gene­
ral inclinación hacia la secularización de todas las dimensiones
del mundo político
europeo, forzada
por la aceleración del pro­
ceso revolucionario en los estados protestantes del norte y
que
creaba

un «handicap» operativo importante a los estados cató­
licos
que intentaban

seguir actuando dentro de unos esquemas
conceptuales
cristianos. Estas

condiciones internacionales conver­
tían a Francia, de hecho, en
fiel de la balanza, por lo cual, su
adopción
de las tesis filosófico-jurídicas «b~s», traducida
rápidamente
en una política desligada del ideal católico, tuvo
como consecuencia el fatal desequilibrio en favor
de la revolu­
ción que condujo a. Westfalia.
Asesinado
Enrique IV

en 1610, pronto se vio que no era
suficiente la influencia de la reina viuda, M. • de Médicis, con­
. vertida en regente y de mentalidad
tradicional, para

invertir
el
curso de los acontecimientos. Se había consolidado la clase po­
lítica --de los «leguleyos de la
corona»---', íntimamente compe­
netrada

con los objetivos y las formas del difunto rey,
y· educada
en

las concepciones· políticas absolutistas. En los Estados Ge­
nerales reunidos en octubre de 1614 -los últimos antes de 1789-, esta clase política, hegemónica en el tercer estado, mos­
tró desde el primer
día su

decidido propósito de consagrar la
tesis bodiniana. En el comienzo del memorial presentado por
el tercer estado figuraba la siguiente proposición
. de

ley
fun.
damental:
164
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
«Como el rey recibe la ·corona sólo de Dios, no hay poder
en la tierra, espiritual ni temporal, que tenga' derecho alguno
sobre el reino, para privar del mismo,
bajo razón
o pretexto
de cualquier clase, o las personas consagradas de los
_ reyes ni
para absolver a sus súbditos de la fidelidad y obediencia que
les deben» (8).
·
A partir de estos Estados de 1614, puede hablarse ya del
absolutismo, o mejor aún de la
«absolutivización», como
orien­
tación inequívoca
de la política francesa. Los gobiernos de Ri­
chelieu,
de Mazarino y de Luis XIV se encargarán de_ llevarla
hasta
sus últimas consecuencias.
La obra de Richelieu constituye la primera fase del proceso
de «absolutivización». Su política puede resumirse en pocas
pa­
labras: concentración de poder en el interior y causa común
los protestantes en el exterior. Este clérigo ya no entendía
la
vida europea en términos de Cristiandad sino en términos de
«potencias». Para
su óptica
-quintaesencia de la escuela de
los «políticos»-, la suerte de la
dinastía a

la que
servía y
la
elevación de Francia como
gran potencia, estaban irremisible­
mente ligadas al triunfo
de la secularización en las relaciones
interestatales, ya que el mundo confesional estaba abanderado
por las «potencias»
irivales. Asegurar

la supervivencia de la
«potencia» francesa, concebida
en términos de soberanía abso­
luta, exigía una comprometida

política exterior. Ello significaba
una
_sed creciente de recursos

volcada al interior, es
decir, ma­
yor

poder coactivo sobre el propio pueblo. Condicionada siem­
pre en este sentido, su política interior estuvo dictada por el
(8) Rapine, Florim.ond: Relation des Btats Généraux de 1614, París,
1651. El contenido profundamente revolucionario de esta declaración tiene
un gran valor histórico, ya qti.e j>one en evidencia dos hechos fundamen­
tales: primero, que el absolutismo monárquico, como más tarde (en 1789)
la «voluritad nacional>, encontraba su expresi6n en un.a ruptura consciente
con las pterrogativas suptanacionales del Pontificado y del lnipetio. Se­
gun.do, que el tercer estado, al romper delibetadamente el estatus limitado
de la monarquía con respecto al papado, preparaba y anticipaba incons~
cientem.ente su propia y futura emancipa.ci6n de la monarquía.
165
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARWS GARCIA DE POLAVIBJA
intento de plegar la administración a sus designios, y por su
ambigua
relaci6n con

la Iglesia.
Su proyecto «anti-Habshurgos» fue
la contradicción en la
que se fraguó el déficit financiero crónico que arrastraría la
monarquía

francesa hasta 1789. La
oganización tributaria al
advenimiento

de Richelieu al poder ( 1624) era la propia de un
reino descentralizado
y organicista: existían organismos separa­
dos para el cobro de los distintos impuestos
(taille, aides, gabe­
lle, domaine ).
Los impuestos indirectos se daban todavía en
arriendo, con lo que los gastos de cobro resultaban excesivos
para una bolsa
tan necesitada como la del Cardenal, proveedora
del Elector Palatino, de las provincias rebeldes holandesas, de
los
reyes de

Dinamarca
y Suecia, así como de todo aquel que,
desde la Valtelina
hasta el Bósforo, pasando
por Venecia, Lon­
dres o Roma, estuviera dispuesto a crear dificultades a
la polí­
tica imperial
y espafíola. Richelieu · abordó la hacienda armado
con el recurso infalible de
la arbitrariedad. Redujo -unilateral­
mente--,
h
octavos la deuda pública
y los salarios, y
castigó severamente a los rentistas que protestaron. En 1641 oblig6 al
clero con la más manifiesta coacción a contribuir con
4.000.000
de libras en tres afíos a los ingresos públicos. En
1639,
el rey se apoderó de las rentas municipales de consumos
(octrois), dejando a los municipios en la indigencia. Por tales
procedimientos
consiguió elevar
los ingresos en todas las partidas.
La «taille»
pasó de

recaudar
1.4 a recaudar

69 millones de
libras. La opresora «gabelle»
producía 19

millones. Para la recau­
dación de ambas era necesario emplear, casi siempre, agentes
armados. La carga contributiva se convirtió en un peso que, por
su disttibución

desigual, se
hacía insoportable
para las gentes
humildes. Los «pays d'Etats» salían relativamente bien librados por sus franquicias. Unicamente el Delfinado perdió sus dere­chos a manos del Cardenal. Además, una
tercera parte de la
nación

se libraba de lo más importante, de
la. gabelle: la carga
por consiguiente era más onerosa
para los

no privilegiados
y,
en especial, para los campesinos.
Efectos de
la arbitrariedad impositiva · fueron

las rebelio-
166
Fundaci\363n Speiro

MEDIT ACION DE LA REVOWCION FRANCESA
nes de 1636-1637, en el Limosín, Poitú, Angumois, Saintonge
y Gascuña, así como la de los «nupieds» de
Normandía en
1639,
que obtuvo el apoyo del parlamento local y de la burguesía de
las principales ciudades. El descontento estaba justificado, tanto
por la forma de los tributos como por el
fin a que-se destinaban,
ya que en ambos casos se gobernaba de espaldas
al bien común.
Por ello, aquellas rebeliones estaban en la génesis del divorcio progresivo del pueblo con respecto a la monarquía. Richelieu,
además, era básicamente incapaz
de concebir o aplicar medidas
de justicia distributiva, es decir, de asumir las exigencias del
bien común. Es importante subrayar que este principio de_ desorden so­
cial -de injusticia elemental-, se consolidaba como consecuen­
cia directa de la contradicción primera en
la concepción misma
del
poder y sentido de la monarqufa,
al igual que las contra­
dicciones de la política exterior. El monarca absoluto, tan le­
jano a las necesidades cotidianas de su pueblo, ya no era «le
bon roí», paternalista, cantado por Joinville. En la administración y en la justicia, Ricbelieu aplic6 el
mismo designio centralista y
despótico: estuvo

constantemente
en pugna con los parlamentos, que no aprobaban ni sus edictos
ni su manera de tratar a los delincuentes políticos,
ni su desde­
ñosa actitud respecto a la ley. Llevó a la práctica la medida
introducida por sus predecesores de despachar comisionados,
«inspectores generales» (maitres de requftes), a los distritos
donde era necesaria
la acci6n. Estos funcionarios, con el nom­
bre de intendentes de justicia, de policía y de hacienda, recibían la más amplia autoridad para imponerse a. cualquier funcionario
o institución existentes, para arreglar todos los asuntos a gusto del gobierno
central, y

para judgar a las personas y a las cau­
sas sin consideración a las formalidades de la ley. Más adelante
cre6se un

sistema de intendentes, pero· en tiempos de Richelieu
no hubo sistema alguno,
ni ley que marcase los deberes de los
intendentes o definiese sus facultades:
el envío de los inten­
dentes era un acto de fuerza arbitraría, siendo tales fuocionarios
los agentes directos de_
u~ autocracia sin freoo.
167
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
Estos primeros pasos de la arbitrariedad, provocados por la
avidez de recursos del gobierno real durante los ministerios
de
Richelieu y de Mazarino supusieron, naturalmente, transgresio­
nes
muy localizadas
del valladar formado en tomo a la corona
por los derechos consagrados de los cuerpoa intermedios. No supusieron en modo
alguno la destrucción de la estructura or­
ganicist~
jurídicamente diversilicada de

la sociedad francesa. Tu­
vieron,
,sin embargo,

la desgracia de crear un precedente: la
política de Richelieu mostró
a. la

corona el
camino expeditivo
del
centralismo y

de la arbitrariedad.
La obra política del Cardenal Richelieu fue funesta para la
causa del catolicismo, funesta para Europa, y -les guste o no
a sus maquiavélicos incondicionales-, impulsó decisivamente
la
carrera emprendida hacia el desastre de 1789 y, por lo tanto,
fue también funesta para Francia. Resulta muy
dificil entender
las concepciones íntimas
de este clérigo convertido en político
sin

escrúpulos, a quien
la ambición llevó incluso a soñar con
convertirse en jefe de una «Iglesia nacional de
· Francia»,
como
lo era del Estado, y que
· intentó,

además, ser
elegido director
de las tres ·grandes órdenes religiosas de Gluny, Giteaux y Pré­
montré ... ,
para ello

habría que introducirse en el interior de
su complicado cerebro, cosa que solamente alguno de sus
más
brillantes

contemporáneos pudo hacer (9).
5.
Mazarino y

Luis XIV dieron forma al esbozado edificio
de. la· monarquía

absoluta.
Mazarino (1624-1661), fue esencialmente un continuador de
la política de Richelieu como primer ministro. Durante su man­
dato se produjo, con la Fronda, la última gran convulsión de resistencia de
la Francia orgánica contra el absolutismo: las
decisiones de la asamblea del salón de San Luis ( 12 de julio de 1648), con su intento de
supresión de

los intendentes y de re­
ducción de

las «tailles» a una cuarta parte,
dan una idea del
(9) Por ejemplo; Francisco de Quevedo y Villegas, en su obra Visita
1 anatomla de la cabeza del Cardenal Armando de Richelieu.
168
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOWCION FRANCESA
rechazo de todas las clases sociales a la autocracia, en aquel
momento. Por desgracia, la Fronda se produjo en medio de un tremendo desorden, no sólo financiero, y evidenció el
, cuartea­
miento

de la sociedad en los intereses contrapuestos
de sus dis­
tintos cuerpos y, por
ende, su

impotencia
.. El

resultado fue, la
revalorización del proyecto absolutista que, a partir
de aquellas
semanas caóticas, iba a ser llevado hasta sus últimas consecuencias.
' ' De ello se encargó Luis XIV. . . En su reinado, la monarquía
cesó por completo de ser
la primera autoridad dentro del Es­
tado, cesó
de justificarse como , protectora de los derechos de
los distintos estamentos, directora, del pneblo y defensora de sus
clases más
humildes, o

como conductora de la nación en
la
guerra: llegó a transformarse en una algo separado, del pueblo, y
de la nación. Esta especie de «mundo aparte» con pretensiones
cuasi divinas
--d mundo «monarcocéntrico» de Versalles, donde
Dios había recibido la merced de unas dependencias sacras, igual que los naranjos del invernadero-, carecía de justificación so­
cial real ( 10). El aislamento de
la corte en Versalles terminaría,
durante

el siglo siguiente, por haoer insalvable el abismo que
la separaba de la sociedad. De hecho, Luis XIV empleó el mismo sistema de gobierno
que Mazarino y Richelieu,
aunque con

más engranajes y una
administración perfeccionada

y, por tanto, más eficaz. Se sirvió
principalmente de los consejos reales, formados por funcionarios
devotos que todo lo debían a la benevolencia regia, y le permi­
tieron
orillar las

complejidades :del aparato tradicional de go­
bierno y hacer directa e incriticable la autocracia. No ya
la vo­
luntad regia, sino el mero deseo tácitamente adivinado por sus
allegados, se convertía en ley en aquel ambiente grotesco. El Parlamento de
París quedó

completamente relegado. En
las provincias, los Parlamentos, los Estados provinciales y los gobernadores, quedaron desprovistos de toda autoridad efectiva.
(10) No es uo lugar común, sino uoa anécdota de gran valor, recordar
el esplritu con que Felipe II, al construir El Escorial, habla querido le­
vantar «un gran palacio para Dios y una choza cercana para' él ... ».
169
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
Una de las más funestas consecuencias de ello fue sustraer a la
nobleza
el marco más apropiado para desarrollar alguna activi­
dad pública, sumiéndola en un ostracismo social, orientado al ceremonial cortesano
y rayano a la abyección. Como contrapar­
tida, no se
tomó medida alguna para corregir, de

acuerdo con
los tiempos, los anacronismos feudales de las jurisdicciones lo­
cales,
. dejando
a la nobleza en
el dilema de hacerse parasitaria
cortesana,

o de
encastillarse en el vano reducto de los privile­
gios

rurales que persistirían hasta la revolución, dificultando
el
desarrollo natural de la sociedad y justificando el descontento
del campesinado. Las contradicciones políticas e institucionales de principio,
unidas al esfuerzo
bélico que pata la

nación supuso el reinado,
hicieron
malograrse las

reformas de todo tipo, llevadas a la prác­
tica por un conjunto de
ministros hábiles

aunque esencialmente
ajenos a las necesidades reales del pueblo al que servían,
quizá
por la óptica distorsianada que, de cara a la planificación; pro­
ducía la conjunción de las teorías mercantilistas con los presu­
puestos del absolutismo. Las reformas de Colbert en
la tribu­
tación -simplificación

y eliminación
. de los procedimientos in­
directos-, no supusieron una disminución de la carga que pesaba
sobre
el pueblo, lo cual se puso de manifiesto en los frecuentes
disrrubios provinciales, en el Bolonnais en 1662, en
Gascuña en
1664,

en el
Vivarais en
1666
y en
Burdeos en 1674: «Vive
le
roí sans gabelles». Las empresas mercantiles, cual la Compañía Francesa de las
Indias Orientales, fracasaron
. por el mismo exceso de dirigismo
que
pretendía revitalizar

la vida
económica a
golpe de decreto.
El monopolio casi
total de

la iniciativa regia para las activida­
des industriales, hizo que la sociedad permaneciera, en el plano
efectivo, ajena a ellas en una proporción alarmante.·
La política con
respecto a

los Parlamentos fue igualmente
imprevisora. Consistió no tanto en reformar su composición
-"--Oligárquica y

semi-feudal-, ni sus atribuciones
--confusa
mezcla

de funciones administrativas· y judiciales-, como en sos­
layarlos por la vía de los hechos,
vía que un gobierno absoluto
170
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
se podía permitir estando las riendas en manos fumes, pero que
dejaba intacta de cara al futuro
la legitimidad de aquellos anacro­
nismos y permitía suponer que
la nobleza de la toga se tomaría
su

revancha cuaodo las riendas
de la monarquía pasasen a ma­
nos más débiles, como en
efecto hizo en la segunda mitad del
xvm,
sirviendo de

ariete a los proyectos desestabilizadores de
las logias, entrando
en· colisión

con los tardíos intentos de re­
forma de Luis XV (1771), y haciendo fracasar las reacciones
ya desesperadas de Luis XVI. Las guerras contra
la gran alianza y de sucesión española
provocaron tales dificultades financieras que la esperanza de su­ perar
la crisis crónica se desvaneció por completo. El rey hubo
de recurrir a expedientes que ni Richelieu habría consentido. En 1692 se hizo público un decreto que facultaba al gobierno para vender los cargos municipales. Otro edicto de 1704 am­
pliaba
el número de municipios sometidos a esta triste prácti­
ca, y en 1706 se
crearon municipalidades
con «alcaldes alter­
nos»,
para que hubieran dos empleos que vender. Es inútil
insistir sobre las consecuencias de esta política para la vida mu­ nicipal ... En 1699 y en 1710 se ensayó
el sistema de los im­
puestos sobre la renta, obligatorios para todos
(el «dixieme» y
la capitation), que como siempre perjudicara,;' más a las clases
menos favorecidas. El juicio global de este reinado, difícilmente puede eludir su
carácter de antesala real de
la revolución,

por más que la
crí­
tica histórica «contrarrevolucionaria» haya tratado de cubrirlo de
tolla responsabilidad
en
. aras
de su latente chauvinismo. Los
antecedentes de 1789 se retrotraen, como
máximo, a

1720, ya
que implicar en ellos a las «glorias» de
la monarquía absoluta
equivaldtía a entrar de lleno en todas las contradicciones
fran­
cesas de los siglos xvr y XVII: ¡C'est pas posible ... !
Entre sus contemporáneos, el sistema de Luis XIV fue oral­
tado
a los cielos por muchos y criticado por pocos. Si bien es
cierto que el incienso literario de Bossuet ( «La politique tirée des propes paroles de l'Ecriture Sainte») se prodigaba a
una
monarquía católica, difusa allá por el tiempo y el espacio, y tan
171
Fundaci\363n Speiro

JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
cercana a la realidad de Versalles como a la Utopía de Moro.
Hubo, naturalmente, críticos menos fervorosos
y más clarividen­
tes, como Pedro
Le . Pesant, señor de Boisguillebert, quien· en
«Détail de la,France» (1697) y «Factum de
la France» (1707),
ofreció soluciones a la crisis financiera
y económica, soluciones
que desde luego la monarquía no estaba en disposición de apli­
cat. Pero la crítica más profunda sobre el terreno fue la de
Fénelon:
Fran~ois de

Salignac de la Mothe-Fénelon había nacido en
1651 en el castillo de Fénelon, en el Perigord, y después de
una carrera de magníficos servicios a la Iglesia y de ser precep­ tor
del duque

de. Borgoña (nieto de Luis XIV), fue a chocar
con su antiguo protector Bossuet por atreverse a mantener unas
posiciones en la polémica general de
la espiritualidad

que pa­
recieron a éste «quietistas» ( 11 ). Fénelon, como preceptor de un futuro heredero de Luis XIV, había elaborado todo un pro­
grama filosófico-político de gobierno que, de no mediar la muer­
te prematura del duque de Borgona, hubiera podido cambiar
el
rumbo de las cosas en Francia. La crítica presuntamente contra­
revolucionaria se ha ensañado a posterioti con Fénelon, tachado de
«individualista», y emparejado nada menos que con Rousseau
en la ingrata tarea de corromper la voluntad de los reyes
(12)'.
Lo que en realidad reprocha esta escuela de Fénelon es su crí­
tica acerada del absolutismo, susceptible de centrar en sus ver­
daderas dimesiones la responsabilidad de la génesis de
la revo­
lución. Para ello no se ha vacilado en describirle como un pre-
, cur~or de

Montesquieu y de Voltaire (13). Vano empeño. Las
( 11) Desde nuestra reconocida ignorancia teológica no podemos dejar
de reseñar que la posición de Fénelon en aquella disputa -«quietista» o
no-,
nos .resulta mucho
más simpática que la de Bossuet.
(12) Pietre
'Gaxotte, en

su obra
La Revolud6n francesa, despacha a
Fénelon de la siguiente manera: « ... el Telémaco es una ctltica meliflua
de todos los
principios morufrquicos ... » (Cap. III) « ... Esul tan penetrado
de Fénelon
y de Rousseau (Luis XVI) que un. afio después de su adve­
nimiento se afilia a una logia masónica de la ·corte ... ».
(13) Pietre Gaxotte, en La Revolución francesa, cap. III, escribe: «Pero
172
Fundaci\363n Speiro

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
obras de Fénelon hablan por si solas y ponen el dedo en la
llaga. La constitución ideal de Salente
y, especialmente, las «Ta­
bles de Chaulnes» ( 14) nos permiten hacernos una idea muy
elata de

su pensamiento: Fénelon propugnaba una
monarquía
temperada por
la

sociedad, en la que todas las clases sociales
tuvieran un papel acorde con los
. servicios que

prestaban, pro­
pugnaba la
erradicación de

las dilapidaciones, con un
reparto
equitativo

de los impuestos, una gestión honesta de las finanzas
públicas, leyes suntuarias
pata suprimir

los lujos insolentes, re­
nuncia a una política exterior
agresiva que no

estuviera plena­
mente justificada
por necesidades nacionales

defensivas y, en
general, una

rectificación de todos los presupuestos profundos
sobre los que se asentaba la monarquía absoluta, comenzando
por una política
. religiosa .. que sirviese a

la Iglesia en lugar de
servirse de

ella. En resumen, sostenía un
programa que,
tanto
por lo que decía corno por lo que dejaba en silencio, era un
alegato
recrimina to ti o · hacia -V ersalles y su astro y que, siglos
después, continúa siendo una desautorización clamorosa a de­
terminadas interpretaciones históricas interesadas. Además, en sus
obras
L' examen de conscience sur fos devoirs de la róyauté y
Memoires concernant la guerre de sucession d'Espagne, atacaba
directamente los ideales y el
carácter de

Luis XIV con una
ar­
gumentación

absolutamente ortodoxa
-y que por cierto a m!
me

recuerda algunos textos de nuestro
Apatisi-'-; y
en una carta
Fénelon vino demasiado pronto ... , serán precisos los viajes a Londres-de
Montesquieu y del Voltaire para reanimar -y ésta vez en regla-, la
predicaci6n individualista y revolucionaria ... t.
(14) Se ha dado el nombre de «Tables de Chaulnes• al resumen de
las conversaciones políticas. que FéneÍ.on in8Iltuvo en Chaulnes con e1 duque
de Chevreuse, en noviembre de 1711, cuando la muerte del Gran ·Delfín
pareció_ abrir al duque de Borgoña la sucesión al trono. Este resumen
constituye un verdadero plan · de gobierno. Pueden encontrarse, así como
los pormenores de la disputa «quietista», en las obras Historia de Féne­
lon del Cardenal Bossuet (Ed. J. E. A. Gosselin, Par!s, 1850), «Fénelon,
directeur de conscience» · de M. Cagnac (París, 1905), «Fénelon y Bossuet»
de L. Crouslé (París, 1894) y en la edición de las obras completas de
Fénelon de
J. E. A Gosselin, París, 1851.
173
Fundaci\363n Speiro

]UAl'I CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
dirigida al rey en 1691 llegaba a decirle: «Se os eleva hasta
por encima de las nubes por
haber empobrecido a Francia, · y
habéis edificado vuestro trono sobre las ruinas del Estado».
Desgraciadamente, no

.era el Estado -término con el
que
Fénelon alude a todo el conjunto orgánicp del reino-, sino la
entera sociedad
la que amenazaba ruina.
Luis XIV murió el 1 de septiembre de 1715, y con él desapa­
reció la «grandeur» engañosa con que se
habla querido
justifi­
car el proceso
revolucionario de

«absolutivización» de la mo­
narquía francesa. Los dos reinados sucesivos, tras la esperpéntica
regencia del duque de Orleans (1715-1723), asistieron a reite­
rados, inútiles
y, al final, desesperados, intentos por solucionar,
o al menos corregir, los dos graves problemas que arrastraban
al régimen hacia el abismo
-el anacronismo feudal y la enfer­
medad financier,-, sin

que el lastre que
suponía para la mo­
narquía su contradicción configurativa esencial y los muchos las­
tres de otras
•tantas contradicciones derivadas a

todas las
esferas,
permitieran

alcanzar el
éxito en

ninguno de
ambos empeños.
Las

reformas
y contrarreformas de Orleans (Consejos depar­
tamentales, ejército, tributos), los paliativos hacendísticos de
Noailles, la ficción especulativa de
Law y su quiebra coincidente
con la peste de 1720, la ineficaz gestión de Fleury, las reaocio­
nes casi póstumas de
Luis XV,

los experimentos de Terray y
de Calonne,
y la traca final de Necker, no son sino los episodios,
tristes o cómicos, de
la· agonía de

un sistema que ignora que
ha
si4o condenado por_ etrores cometidos un siglo atrás.
Y, a pésar de todo,
quizá hubiera podido

evitarse que el
desastre tuviera
el carácter definitivo y terrible que contnocionó
a todas las sociedades
civilizadas, si

la conjuta de los sofistas
__:fruto de

la crisis
religios1r-, no

hubiera hecho irreversible
la bancarrota del pensamiento y entronizado el. delirio.
(Continuará)
174
Fundaci\363n Speiro