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Número 233-234

Serie XXIV

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El calvario de los escritores exiliados

EL CALVARIO DE LOS ESCRITORES EXILIADOS
POR
THOMAS MQLNAR
· Hace muchos años, cuando impaxtía mis clases en ·una pe­
queña universidad del Noroeste, decidí escribir un cuento corto
en el que Hitler y Stalin eran dos profesores de ciencias políti­
cas
exiliados que

coincidían, al
inscribirse en
el mes de
septiem­
bre,

en
«la típica universidad de un lugar cualquiera de América».
Ante

los nuevos alumnos, que
nunca habían
oído hablar de ellos
(¿c6mo se
escribe su

nombre, profesor
Hitler?), los
dos se mira­
ron, mutuamente, prorrumpieron en cai:cajadas o llantos -no
lo he decidido todavía- y se abrazaron. Los mejores colegas
desde entoces, hermanados en el exilio.
No todos los refugiados sobreviven de igual manera. Los in­
vestigadores y los banqueros pueden proseguir su carrera en los
Estados Unidos sin demasiadas dificultades, puesto que el len­
guaje universitario y el financiero son universalmente interpreta­
bles; Pero

el novelista, el poeta o
el ensayista se enfrentan a una
tragedia. En su patria han adquirido madurez y
fama; como re­
fugiados,

se encuentran no sólo arrancados de las imágenes y
sonidos que rodearon su juventud, sino también de su lengua
materna. Y, para ellos,
s~ trata

de una herramienta
·insustituible,
porque

el verdadero escritor contempla y capta
el mundo a tra­
vés, del

lenguaje. Ningún objeto es el mismo en otra lengua, ni
los árboles, ni el cielo, ni
la alegtfa, el sufrimiento o el amor.
El investigador puede barajar sus plurilingiies ficheros
y consig­
nar en ellos lo que ha estudiado un día en
inglés y al siguiente
en
alemán. Pero

Aleksander Solzhenitsyn o
Milan Kundera no
pueden hacerlo: necesitarían primero volver a aprehender el mundo.
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THOMAS MOLNAR
Se da, en efecto, por derulo de algún modo, una gradación
de
exilios. El
poeta cubano Armando Valladares, liberado del
Gulag de Castro, se zambulle en un océano de hispanoparlantes.
Sus poemas de
la cárcel, con ,su fresca impronta de sufrimiento,
pueden ser leídos en España o Argentina. No así las novelas y
poemas de los grandes escritores húngaros, Sandor
-Marai y
Gyula

Illyes: ajenos a
la acogedora familia de las lenguas in­
doeuropeas,
él húngaro,

el finés o
él turco,
son casi intraduci­
bles. El escritor exiliado de
lenguas aisladas,

lo es por partida
doble.
' ·
Pero

no es ese el final
dél calvario
de un escritor expatriado
(incluso un Solzhenitsyn, ¿durante cuánto tiempo podrá recor­
dar, en Vermont, el aroma de los polvorientos caminos de
:R,usia,
el tacto de

su árboles, el sonido de las aguas fluyendo por las
llanuras rusas?). Un
teroer exilio .Je espera.

Mientras lucha con­
tra la desesperación en un país extraño, el propio lenguaje que
proporciona sustancia a su
arte está crunbiando, evolucionando,
degenerando

en la patria.
El
ruso soviético

no es ya la
lengua de Tolstoy. El hónga­
ro, bajo el comunismo, ha sido brutalizado; se ha convertido
en. una

obscenidad. El
lenguaje dél partido,

con sus mentiras,
su propaganda y falsas promesas, envilece la palabra; las reali­
da.des se disuélven en los slongans, y ningún escritor les propor­
ciona vida inmortal. En
, las esencias, un nómero reducido

de
maestros valerosos inculcan el amor a las palabras. Pero, por
lo general, la diversidad ha desaparecido con la «sociedad de clases», y prevalece
él nuevo

lenguaje
dél partido, pesado, este­
reotipado, con su
hilvanar de

fórmulas consagradas.
¿Para
quién puede

escribir
él escritor

exiliado? Para un
pó­
blico

evanescente. Sus-compatriotas exiliados
-'-Sus lectores po­
tenciales- han iniciado también una nueva vida en el extranjero,
en diferentes naciones y culturas. Algunos hablan ya su
lengua
materna

con titubeos;
su vocabulario
se ha hecho limitado y
torpe y

sus hijos han olvidado aquella lengua por completo,
in­
cluso la dulce melodía de sus sonidos, El propio escritor, al
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igulll que su obra, está siendo reciclado. Escribe para un público casi invisible, sus libros son impresos por efímeras editoriales,
y sólo puede expresarse en reuniones benéficas.
Una vida dividida.
En pocas palabras, se ha convertido, en plena libertad de
expresión, en un autor maldito, que roba aquí y allá tiempo
para escribir, mientras trabaja de nueve a cinco, en una oficina
o en
algún empleo doméstico. Sólo escasos visitantes de su an­
tigua patria o de
la diáspora acuden a verle. En un primer mo­
mento se reconfortan con la tenue luz del encuentro, y las viejas
y queridas palabras fluyen espontáneamente como el vino o el
vodka.
Hasta. el

momento en que
la conversación se orienta
hacia el presente o
el acontecer local. Entonces ya no bastan
las viejas palabras y la conversación se. desliza hacia el inglés, el español o el alemán.
·
El

escritor refugiado es un hombre desgarrado; lleva una
máscara con dos muecas, una alegre y otra triste. Puede pen­
sarse que, a
la postre, cuenta con el apoyo de sus colegas ,es.
critores, en cuya compañía puede repetir las palabras doradas
y · las frases sonoras. Quien así lo crea, se equivoca. Entre ellos,
los escritores, los inve.stigadores, los iotelectuales, se muestran
' vanidosos, más celosos del éxito de su vecino que . un campeón
olímpico o una estrella de ópera. Sus asociaciones son nidos de
víboras. Se pelean por una
migaja de

prestigio y se disputan las
casas editoriales o las revistás,
. que

siempre parecen publicar lo
que escribe el rival. Todos los escritores saben exactamente
cuándo su competidor abandonó la madre patria, porque la fecha
de su disidencia indica de manera infalible el grado de
· servi­
dumbre

hacia el
régimen odiado
a que tuvo que someterse el
nuevo refugiado: por
la fecha de disidencia los conoceréis.
Obviamente, aquel cuya disidencia sea más cercana, el escritor
recién llegado, será el más· sospechoso. Y, obviamente también~
no será digno de asistencia económica ni de ayuda solidatia. El
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país de procedencia sabe cómo explotar esos conflictos y celos,
cómo debilitar y tentar al escritor expatriado. El nuevo libro
de Solzbenitsyn,. Nuestros pluralistas, es una buena ilustración
del desarrollo de los nidos de víboras entre
los. emigrantes
sovié­
ticos. En
él acusa a sus compañeros disidentes -liberales, socia­
listas, social-demócratas-- con el cargo de sucumbir a las ten­
taciones de
Occiden¡e.
Volver a ~asa.
El último recurso del escritor disidente es, por lo tanto, la
melancolía. Cuando la vejez se acerca, sus lealtades se
hallan
divididas entre las patria de origen y su nuevo hogar; donde
sigue siendo un extraño
y lleva una existencia de extranjero. Por
eso

el escritor hará una tentativa de regresar a su patria, al lugar
donde nacieron su imagen del mundo
y su estilo. Se tratará de
regresar a casa con seriedad,
como' debe
ser, haciendo primero
algunas gestiones

«diplomáticas» con el odiado gobierno.
Parece­


que implora
e;,_ estos

términos:. «Dadme una última oportuni­
dad de expresarme, de ser publicado
y escuchado en mi lengua
nativa, en contacto con
el único público' que, después de todo
lo
que ha ocurrido, es
capaz todavía
de entendetme: El lenguaje
se halla desfondado, la juventud es brutal
y arrogante, el Partido
omnipotente, pero
.fos huertos

que
jalonan las
veredas huelen
deliciosamente en

primavera,
y las cercas de los jardines de la
aldea están

hechas en la misma
. madera.
torneada de
antaño».
Nos

hallamos en
el comienzo del largo recorrido, y es me­
nester

pagar un precio.
·El escritor

X, exiliado desde hace décadas,
baluarte de oposición al régimen, publica ahora en revistas
y
habla en la radio citando ocasionalmente a Marx y a Engels. No
todavía a

Lenin o al
leader local, pero todo se andará. Ellos le
han prometido publicar uno o dos de sus libros, debidamente expurgados, por supuesto. Nuestro escritor experimenta entonces
una asombrosa metamorfosis.
El régimen

le despoja métódica­
mente del respeto de
sí. De

este modo, aunque no consiga real-
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mente el apoyo de. su pattia, el escritor habrá renunciado en el
exilio a

los fundamentos de su moral. ¿Cómo puede encontrarse
a
sí mismo en semejante situación? Si todo ha sido dicho y hecho
es a
causa del
valor de
las palabras, _ más fuerte, más importante
para_ él que sus esperanzas, sus temores, sus ataduras e intereses
humanos, más fuerte que los principios y la integridad. Si él mu­
riese en el exilio, su tumba no sería un símbolo nacional, un lugar
de encuentto para las futuras
generaciones,' un

solar donde pueda
germinar la resistencia a un futuro régimen opresivo.
Sólo sería
un

aventurero desconocido, con su tumba perdida en cualquier
lugar del anchuroso mundo. Sus palabras, vinculadas a la madre pattia, son el
único nexo
con

el pasado, con el mundo, con las fuentes del conocimiento.
·
So!zhenitsyn

podrá ser el príncipe de los escritores
exiliados,
Czeslaw

Milosz podrá recibir el Nobel y Valladares engarzar en
su corona de laurel las hojas del martirio, pero siempre serán los
habitantes de un extraño
país, el

País del Exilio. Su santo pa­
trón no

fue escritor él mismo, sino un hombre de ideas sustan­
ciosas llamado Sócrates. Ante la disyuntiva entre el exilio y la
muerte,
Sócrates no dudó ni_ un instante. Ciertamente, si hubiera
escogido el exilio, habría permanecido en territorio de habla
grie­
ga.

Pero la brisa de Tebas o Corinto no habría soplado para
él
con la suavidad del ágil Iliso, y la arboleda a cuya sombra de­
partía con
jóvenes vehementes· 1e resultaría
siempre más grata
que las de Tesalia o
Megara,
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