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Número 235-236

Serie XXIV

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Medicina personalista

MEDICINA PERSONALISTA
POR
FERNANDO CIVEIRA ÜTERMIN
Medicina preventiva y medicina asistencial.
La medicina tiene, indudablemente, y a pesar de todas las crí­
ticas que de siempre se hacen a su dualidad, dos vertientes: la
asistencial y la preventiva. La primera
tiene por
objeto el curar a
la persona que por lo tanto ya está enferma cuando se convierte en objetivo del médico, y el fin
de la segunda es, en cambio, el
evitar que la persona llegue a enfermar. Conceptualmente
las di­
ferencias entre ambas son muy claras. Están en el objeto de su
estudio: en un caso, la persona enferma, y en el otro las causas
que pueden llegar a producit le enfermedad, y también en sus
métodos: la medicina asistencial se centra en el caso aislado, en
un enfermo concreto, y, por
el contrario, la medicina preventiva
estudia series de casos o, al menos, éste es su cometido más
frecuente; la primera busca y realiza una proximidad con su ob­
jeto y penetrar en
él lo más profundamente posible; la segun­
da prescinde de la persona ( que realmente le estorba) y se cen­
tra en los números y en la valoración matemática o estadística
de los mismos. Esta medicina preventiva es un aspecto funda­
mental del

hacer médico actual, pero
·a él ne, vamos a referitnos
en este trabajo,

y nos
centraremos solamente
en
el estudio de
cómo debe

ser la
revisión global en

el
día de

hoy de una
medí;
cina

asistencial que tienda a .buscar su
máxima perfección.
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Fundaci\363n Speiro

FERNANDO CIVEIRA OTERMIN
Medicina asistencial.
En la medicina asistencial, la acción médica tiene una fina­
lidad ideal y concreta: conducir a la persona enferma del estado
de enfermedad al de salud o,
si ese ideal no es posible, acercarle
a él al máximo, aliviándole en el más amplio sentido de la pa­
labra. No decimos, por tanto, que en el momento actual el come­
tido médico asistencial sea el evitar la muerte porque ésto es
imposible, pero el precisar este término nos llevaría demasiado
lejos, apartándonos de lo que en este momento interesa,
·aunque
una vez más sea oportuno afirmar que, aunque la persona no sea
dueña de su vida, tiene derecho a vivir y también a morir cuan­
do ello sea realmente oportuno. La medicina asistencial es, por tanto (en este aspecto), una
ciencia aplicada, es decir, que trata de controlar una acción: la
vida de una persona y con un concepto objetivo: el llevarle a
la salud. El médico se convierte, así, en una fundamental circuns­
tancia, en una parte clave del ambiente del enfermo, y cons­
cientemente va a actuar como tal. Por lo tanto, para hacer esta medicina es esencial el que esté
dependiendo de los conceptos que tengamos de «persona» y de «salud»: del instrumento a utilizar (personas) y del sitio a don­
de hay que llevarlas ( salud).
Oaro es que esto no es el todo para un buen hacer médico,
pero sí es uno de sus elementos condicionantes y en este aspecto
es como queremos valorarlo. No quiere ello decir que siempre el médico que actúa tenga
consciencia clara y actual de estos conceptos; basta con que estén en él aprendidos, aunque haya sido de forma más o menos in­
.consciente; es suficiente que en_ su formación médica se hayan
ido imprimiendo en su manera de ver y de hacer la medicina.
Pero de estos dos temas, «persona» y «salud», en este estu­
dio sólo nos vamos a ocupar del primero, y
al segundo sólo nos
referiremos en algunas partes en las que sea imprescindible
hacerlo.
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Fundaci\363n Speiro

MEDICINA PERSONALISTA
Crítica del -concepto de persona como animal racional.
Fijar el concepto de «persona» es un tema de eterna polé­
mica a lo largo de las historias de la filosofía, de la medicina y
de la biología, lo que quiere decir que entraña una gran dificul­
tad el hacerlo con precisión y, en general, las muchas
defuúcio­
nes

que se han dado, más bien son expresión del pensamiento
filosófico del momento que propiamente buscadas directamente de la observación de la especie humana, del razonamiento se­
cundario sobre lo observado
y expresadas bajo fórmulas distin­
tas según la especial posición
científica del
que las formula.
Casi todas, sin embargo, aceptan más o meno~, en parte o
ampliándolo o perfilándolo más, el viejo concepto aristotélico to­
mista de que el hombre es un «animal racional», ponderando
más o menos y desde puntos de vista, con frecuencia diferentes,
esos dos aspectos: la existencia de
.un soma

corporal (con pro­
piedades fisiopatológicas muy parecidas a las de la especie ani­
mal) y una mente, y
luego valorando

ésta en forma diferente
según los criterios del momento (mecanicista, idealista, vitalista,
existencialista, religioso, etc.). Sin embargo, esta definición en el
momento actual no nos satisface por incompleta y acaso también
por inexacta.
Incluir la especie humana como una más entre las especies
animales nos parece un absurdo que intenta distribuir los seres
en tres reinos: mineral, vegetal y animal, y con esa trilogía de
limitación inicial se encuentra con la necesidad de incluir al
hombre, a la persona humana, en
el animal. Consideramos esto
un desacierto. Las diferencias entre algunos animales
y algunas
plantas son indudablemente más pequeñas que las que existen
entre el hombre
y cualquier animal y, sin embargo, son suficien­
tes para separar un reino del otro. Además, consideramos que
existen unas diferencias cualitativas que separan con absoluta ra­
dicalidad la especie humana del reino animal. Frente a ello, el
hecho de que existan también elementos comunitarios no justi­
fica, a nuestra manera de ver, la inclusión conjunta de la espe-
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FERNANDO CIVEIRA OTERMIN
cie humana dentro del reino de la animalidad, sino que es nece­
sario ponerla claramente aparte.
La limitación que entraña la anterior definición de «perso­
na» hace que tampoco nos satisfaga por el hecho de dar la «ra­ cionalidad» como la diferencia fundamental, como calificativo
radicalmente perfilador del concepto. Es innegable la importan­
cia de lo psíquico en el concepto de «persona»; es de una tras­
cendencia formidable pero realmente sólo cuantitativa, pues no
menos cierto que en la
casi totalidad

de los animales es nece­
sario también admitir la existencia de una mente y, desde luego,
en los de la
escala superior

muy perfeccionada. En este aspecto,
pues, la «racionalidad»
podría ser un hecho diferencial pero más
cuantitativo que otra cosa.
Pero es que, incluso, si restringimos el concepto de «razón»
identificándolo con inteligencia, considerada conio la facultad de
juzgar y de raciocinar, tampoco este criterio parece suficiente­
mente expresivo: no puede negarse su existencia en algunos ani­
males ( a pesar de la larga polémica sobre este tema) y, por otra
parte, también cuantitativamente puede ser muy escasa en al­ gunos hombres y sohre todo escasamente usada, y annque
la in­
cidencia numérica o la excepción no pueden ser argumentos bio­
lógicamente definitivos pará perfilar lo esencial (admitiendo, ade­
más, que muy pocas cosas- pueden tomarse como rigurosamente
esenciales), a pesar de ello el argumento puede tener un cierto
valor. Como expresión de
mwma autoridad

de los que piensan o
pensamos que la existencia de inteligencia o su falta no es el
hecho esencial diferencial entre
el hombre y los animales, po­
demos

citar la opinión de Max Scheller cuando afirma que entre
Eddison y un simio de la escala superior existe una diferencia
de inteligencia muy grande,
pe~o simplemente

de cantidad.
Aunque
én principio

pensemos así,
sin embargo,
la diferen­
cia cuantitativa y aislada de las facultadés mentales
y, sobre
todo, 'las

consecuencias de
su aplicación

práctica en la vida ha
venido a crear un

hecho diferencial psíquico
· de

primera
mag­
nitud: sólo el hombre es capaz de empezar su hacer intelectual
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MEDICINA PBRSONALISTA
donde llegaron en él sus antecesores, porque sólo tiene la posi­
bilidad intelectual de utilizarlo (no así o por lo menos tan
clara­
mente en lo manual), y esta posibilidad de que cada individuo
no tenga que partir de ceto, sino que pueda iniciar su
marcha
donde

llegaron los que estaban antes que
él, como en una ca­
rrera
de relevos, ha traído como consecuencia que sólo el hom­
bre es capaz de progresar bacía el bien o hacía el mal y crear
así un hecho diferencial que
ha venido a constituir algo definitivo.
Y, por último, sólo si se acepta el concepto de racional des­
de un punto de vista muy amplio
y separando ,n él estratos di­
ferentes es cómo la anterior definición podría, en el momento actual, aceptarse, aunque siempre sería lo suficientemente limita­
da para no dar claridad bastante a
lo que a nosotros nos inte-
. resa perfilar.
Concepto de persona.
La primera exigencia, por lo tanto, para saber hacer una me­
dicina que quiera conocer bien el objeto que maneja es tenet un
criterio respecto al mismo,
· es
decir, fijar el concepto de «per­
sona».
Para nosotros, la persona es una unidad somato-psíquica do­
tada de capacidad· moral-religiosa, con movimiento inmanente, y
situada en un ambiente ( tiempo y espacio). Un
análisis detenido
de

cada uno de estos elementos nos aclarará
· el
concepto de pet­
sona, peto también nos llevaría demasiado lejos y, por ello, po­
demos prescindir

de analizar la idea de «vida» que identificamos
como «movimiento inmanente» para refetirnos solamente a lo
demás. Resulta, pues, que en la persona es necesario distinguir
tres partes: un soma corporal, una psique y una capacidad moral­
religiosa
y las tres partes formando una unidad indisoluble y ne­
cesaria (no una simple aposición o sumadón) y situadas en un
ambiente ( en el sentido de Letamendi) o en unas circunstancias
(en el sentido de Ortega) sin las cuales no puede subsistir, pues
lo hace gradas a lo que de ellas recibe, pero también defendién­
dose de las acciones
destructivas que
de ellas le llegan.
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FERNANDO CNEIRA OTERMIN
Analicemos cada una de estas tres partes o estratos corpo­
rales. Nos referimos, ante todo, a la corporalidad, al soma corpo­
ral, primer elemento que radicalmente va a
definir a

la persona.
Sin
él, ésta no puede existir; es un elemento fundamental de la
permanencia personal. Y resulta curioso que acaso sólo
la «forma» sea lo perma­
nente en el soma corporal. No lo son sus elementos materiales:
los átomos la constituyen sólo circunstancialmente, le vienen de ese mundo
extepor al

que nos referíamos, que puede ser del
vegetal, del animal o del mineral, forman parte de su soma cor­
poral un cierto tiempo y, pasado éste, son eliminados al exterior
sin que por ello se pierda la característica somática de la per­
sona que es realmente su «forma».
Cada persona tiene su «forma» propia; más aún, cada fun­
ción la tiene también y sólo en virtud de esa forma propia pue­
den existir la inmensidad de funciones que componen el cuerpo humano y
el· conjunto

personal
·del mismo.
El hígado, para exis­
tir, tiene que tener fortna de hígado, y el corazón fortna de co­
razón, y la mano forma de mano, y así sucesivamente, y no pue­
den tener otra fortna distinta porque ésta no es más que la ex­
presión espacial y temporal de una función que no
podría existir
si

no encontrara sománticamente
la. única
forma en la que pue­
de producirse. Este concepto rompe por tanto con todo estatis­ mo anatómico y
lo convierte en la expresión en el espacio de
un hecho funcional. También en el conjunto somático de la per­ sona va a ser una de sus características definidoras
y sobre ello
volveremos más adelante. Segundo elemento o estrato a considerar es la mente o la
psique con la serie de funciones que ella implica y que, al me­
nos de momento, podemos seguir considerándola como algo dis­
tinto de
lo somático.
Acaso sólo de momento, pues cada
vez más
la psique se ma­
terializa, todo en ella ocupa lugar y estructura o estructuras ana­
tómicas especiales y, por ello, cada
vez más

es necesario
ir con­
siderán'.dola como

un órgano más de la
economía somática,
con
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MEDICINA PERSONALISTA
unas características especiales y, si se. quiere, muy especiales,
pero, en último término, todos los 6rganos las tienen como tam­
bién se deduce de lo que acabamos de indicar. Propiedades
y funciones que, en lo referente a la inteligen,
cia,

conviene indicar que no
es, el
contenido del pensamiento o
de las ideas, aunque éstas puedan ser elemento etiopatogénico
del estar enfermo o consecuencia del mismo, y cuyo estudio co­
rresponde más bien a la filosofía, sino las condiciones biol6gicas del funcionamiento mental para que esas ideas puedan tener un
receptáculo somático
{lo que no se opone a que las mismas
sean to_talmente una abstracción intelectllal). y, claro es, que si
para lá inteligencia aceptamos esa materializaci6n, de la misma
forma tenemos que aceptarla para las demás funciones vitales. El estrato superior de la persona humana es el moral-reli­
gioso. Consrituye algo cualitativamente
especifico de

ella y que
s6lo ella posee. Sólo el hombre es
capaz de

realizar juicios de
valor moral, es decir, apreciativos y diferenciales entre el bien y el mal, entre la belleza y la fealdad, entre la verdad
y la men­
rira. Ningún otro ser de los existentes tiene esa capacidad. Sólo
los seres de la especie humana son capaces de valorar una situa­
ción de consciencia, no por los elementos comunes a otros seres
vivos, sino además por este especifico de ella, que no tiene o
que puede al menos no tener una motivación utilitaria o depen­
diente de satisfacciones o de apetencias sensuales.
Y no sólo puede realizar estos juicios sino, además, conver­
rirlos en actos
y hasta en el m6vil esencial de su existencia.
Muchos son los motivos que en la:s éspecies animales superiores
pueden decidir la conducta del animal, motivos que también ope­
ran en
el caso de la persona humana: el más importante y pri­
mitivo el instinto de conservación, en sus dos vertientes: la con­
servación del individuo y la de la especie, los actos psíquicos
aprendidos como consecuencia de experiencias anteriores
y los
derivados

de juicios de inteligencia más o menos convertidos en
reflejos condicionados o las apetencias de placer ( acaso s6lo par­
te del instinto de conservación). Frente a esos. motivos, la per­
sona humana puede añadir el móvil del estrato moral y por eso
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ella, y sólo ella, es capaz del sacrificio, de supeditar la existencia
a la esencia o 9e ser religiosa, es decir, de «religarse» a una idea
y a una existencia superior a ella: la idea de Dios. Por eso, por­
que sólo
·la especie
humana es capaz de tener este estrato, éste
sirve cualitativamente para
definirla.
Toda

esta concepción de
la persona supone el aceptar, como
última filosofía, que todo ocurre en razón y como consecuencia
de una
ordenación superior

ajena al hombre
y anterior a él y
distinta de él, capaz de tener una fuerza de creación y ordena­ ción inicial y que él no tiene, lo que supone afirmar la existen­
cia de Dios. Y, si se acepta que existe un orden en lo material,
en lo que nos entra por los sentidos, y que en la persona consti­
tuye nuestro soma· y nuestra inteligencia, hay que aceptar que
también existe un orden moral, una norma moral, que viene así
a ser una obligada consecuencia de esa ordenación no estable­
cida por el hombre, anterior a él
y superior a ·él y a la que éste
tiene, por lo tanto,
· que

someterse. Pero teniendo el privilegio
de poder hacerlo o no hacerlo, con
la posibilidad de buscarla o
de no buscarla y, al encontrarla, de seguirla o de no seguirla.
Quiere ello decir que la persona humana, como
más o
menos
hemos dicho antes, puede obrar también por
un fin metafísico.
Y, también, sólo gracias a este estrato que estamos conside-
. raudo,. puede

satisfacer tres aspiraciones irrenunciables (Guerra
Campos) ( 1 ): «la de
afitmar su

dignidad personal
y su libertad
por encima del azar y del automatismo ciego de la naturaleza;
la de tener un destino propio dentro de una
comunión perma­
nente

de personas
y no quedar reducido a un eslabón transitorio
de una especie; la de conseguir el triunfo de la vida sobre la
muerte», con lo que puede resolver ese antagonismo incom­
prensible de otra forma y que pesa sobre toda persona: su ins­
tinto de conservación
(el más profundo móvil de su ser que hace
que todo ocurra en
él como si cada· una de sus funciones tuviera
ese instinto
y, así, el hígado envía glucosa a la sangre o el tiroi'.
des hormonas tiroide'IIS,. o
las células beta de los islotes insuli-
(1) J. Guerra Campos, En tlé"a firme, 1981.
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MEDICINA PERSONALISTA
na, etc., como si el instinto de conservación les estuviera indican­
do
la necesidad de hacerlo para que la persona no se destruya)
y frente a él está la realidad trágica de su inevitable destrucción.
Por
eso, la angustia vital es tan difícilmente superable y sólo la
existencia de este estrato específico moral-religioso pueda dar
una solución haciéndole posible el empalmarse con lo eterno.
Individuo y persona.
Interesa ahora precisar la seperación que entendemos existe
entre «individuo» y «persona».
Es tema ampliamente discuti­
do (2) y cuya discusión no puede darse por terminada y, ello, sobre todo, porque hay siempre un cierto convencionalismo en
la distinción que puede no ser
el mismo en todo el que escribe
sobre
el terna, y sobre todo porque a veces los límites de sepa­
ración, al menos en la práctica, pueden no ser precisos. A nues­
tra manera de ver, y desde
el punto de vista conceptual, la se­
paración puede establecerse bien.
El individuo es una unidad extraída de un
conjunto, mientras
que

la persona es una unidad en
si misma.
Individuo

extraído de una comunidad; por lo tanto, en
él lo
comunitario es realmente lo fundamental, lo que es necesario tenga para figurar en esa comunidad
y poder ser extraído de
ella y
lo es precisamente en tanto en cuanto reúne los caracte­
res comunes, es decir, lo que es imprescindible para formar par­
te de aquella comunidad. Así,
si consideramos, por ejemplo, como
una de estas comunidades un equipo de fútbol, los individuos
que la componen tendrán que reunir las condiciones somáticas
de fortaleza física, resistencia ante el esfuerzo, etc., comunes al
grupo y las psíquicas (adaptación disciplinada, habilidad y rapi­
dez de reflejos, etc.) y también en
el estrato moral-religioso les es
característico el cumplimiento de . las normas propias de la pro­
fesión. No son ellos los que realmente defienen la comunidad sino que ésta es la que les define a ellos.
(2) A. Cervera, ¿Quién es el hombre?, Edit. Fax.
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FERNANDO CIVEIRA OTERMIN
En cambio, en la persona ocurre realmente lo contrario: son
sus características propiedades las que
la definen (por encima de
las que puedan ser comunes al o a los grupos a los que pertenez­
ca). Tendrá que
tener las características somáticas propias de la
especie humana {físico-químicas,
biol6gicas, etc.),

pero la estruc­
tura íntima de sus proteínas fundamentalmente, de sus genes, etcétera, es sólo de
'ella y

no la comparte absolutamente con
nadie; es lo que su estrato somático tiene de personal. Y lo mis­
mo sucede con el estrato psíquico: como todo hombre está do­ tado de una mente con las facultades comunes a toda la especie
pero éstas ( que podían definirle como individuo) no la definen como persona que viene ya anclada mucho más a las ideas,
a
los

afectos, etc., específicos de
ella y
distintos de los de los de­
más.
Lo mismo pasa con el estrato moral-religioso. No es sólo
el hecho de aceptarlo, sino el contenido del mismo el que real­
mente le da su definición personal. Y si esta persona se integra
en una comunidad en virtud de sus condiciones personales es
ella la

que lleva al conjunto los elementos necesarios para per­
filar el correspodiente colectivo. Con ello resulta que estas agru­
paciones en las que se respete al máximo la condición de perso­
na y que incluso ésta sea la que impri!na carácter al grupo, no
pueden tener la homogeneidad de aquellas otras, constituidas
fun­
damentalmente por individuos; por ello, su subsistencia como
unidad colectiva puede ser, y lo es de hecho, mucho más pre­
caria y necesitan siempre un algo superior y común que las aglu­tine y que haga, por la entrega personal a ese mismo afán co­
lectivo, que puedan superarse las dificultades y fuerzas disolven­ tes que las asperezas de toda convivencia ponen siempre en toda
comunidad.
Surge, inevitablemente, pues, una consecuencia de orden so­
cial que parece oportuno indicar aquí, porque trasciende también sobre la acción médica; las comunidades que en razón de sus fines,
de
la concepción ideológica que sustentan o de cualquier otro
motivo y están formadas fundamentalmente por individuos ya que son exigitivas e incluso rígidamente exigitivas en
orden a
la.s condiciones

de sus miembros hacen posible una medicina más
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MEDICINA PERSONALIST A
fácil, más aparente, pero menos personal para el que la realiza
y

para el que
la recibe y, por tanto, menos satisfactoria que
aquellas otras comunidades cuyos miembros son preferentemen­
te «personas»
y en los cuales la medicina resulta más difícil de
ejercer por ser más
exigitiva, pero
también proporciona una ma­
yor satisfacción tanto para el que
la hace como para el que la
recibe, al menos en
la inmensa mayoría de los casos.
Medicina personalista.
Como decíamos al principio, para que una medicina asisten­
cial tienda a ser lo más perfecta posible tiene que estar supe­
ditada al concepto que se tenga sobre el sujeto que actúa, es de­
cir, sobre el hombre,
y en ese sentido podrá definirse como «me­
dicina personalista» aquella que tenga siempre presente
el con­
cepto de persona que acabamos de describir, y que tienda por tanto a lograr la perfección
máxima posible

en esos tres estratos
en los que
la hemos definido. Una medicina que consiga un soma,
es decir, una corporeidad lo más perfecta posible para
el .come­
tido biológico, personal y social que el paciente tenga que reali­
zar, en
el que todas sus funciones anabólicas y catabólicas se
acerquen a la perfección y al logro del
máximo bienestar,
o por
mejor decir, al funcionamiento más perfecto para
el mejor cum­
plimiento de fines superiores.
Y tiene que hacerlo dando a la «materialidad» de la persona
la máxima «vitalidad» posible, lo que supone a su
vez que la
medicina que ejerce tenga que ser una acción
médica en
gran
parte sólo circunstacial en sí misma, mientras la enfermedad dure
y-su cometido vieh.e siendo muchísimas veces o acaso siempre,
aunque no únicamente, el sustituir los mecanismos normales del
vivir, es decir, los «niveles» de todo lo que en el soma existe
y esté alterado (citemos como ejemplo, hematíes, leucocitos, sodio,
potasio, glucosa, urea, presión arterial, régimen de deposiciones,
aportes calóricos, etc.) por sus propias decisiones racionálei
y
mantenidos por mecanismos externos a la persona con la aspira-
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FERNANDO CIVEIRA OTBRMIN
ción de que ello no interfiera la propia respuesta biológica del
ser que
le permita, gracias al subsistir logrado, volver a recupe­
rar
la batuta de sus propios mecanismos reguladores.
Y junto a ello, que consiga también una situación psíquica
de
máximo equlibrio

para que no pueda constituir, si es primi­
tiva su alteración, ni origen de enfermedad, ni enfermedad en
s.( misma y si es consecuencia de enfermar somática, que su res­
puesta sea plenamente armónica en relación cuali y cuantitativa
con el trastorno que en la conducta de la persona impone el he­
cho de estar enfermo.
Este lograr una máxima perfección funcional psíquica no su­
pone conseguir también el máximo rendimiento (ni
en. el

orden
especulativo o teórico ni en
el práctico) de los contenidos del
pensamiento que son resultado de
la formación cultural o de la
instrucción
técnica de la persona, y que no son objetivo de la
acción médica, al menos inmediato. Esta tiene que conseguir que
la «computadora cerebral» ampliada y superperfecta que es la
mente del hombre funcione con la
máxima perfección

posible,
pero no tiene por qué darle los «programas» de su funcionamien­
to ni tampoco ejecutar esos programas ni valorar los resultados
de su ejecución. La formación cultural-educativa, aquella que
tiene por objeto conducir al hombre del estado selvático al civi­
lizado en la norma de civilización y cultura en que se encuentra
inmerso o en la que le quiera colocar
6 en

la que él busque si­
tuarse, y
la fijación mental de la información necesaria para que
un conjunto de conocimientos constituyan profesión en el hom­
bre, no son objetivos de
la medicina.
El
médico tiene

aquí que ponderar especialmente cuál es la
situación de este estrato de
la persona por el riesgo de supedi­
tar· la espectacularidad de la persistencia somática a la persisten­
cia psíquica.
Una medicina que termina aquí, que no pasa de este estrato,
puede ser considerada como humanística, pero no como perso­
nalista. Ha tenido
y tiene muchos defensores y con frecuencia
se presenta como un ideal del hacer
médico porque
en general,
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MEDICINA PERSONAUST A
lleva unido otro aspecto también fundamental que conviene re­
calcat: d considetat al hombre- como una unidad indivisible ..
En

esto se identifica,
como hemos señalado antes, con la
medicina petsonalista que también pretende ese ver al objeto de su acci6n como una unidad indivisible, no como una suma o su­
petposici6n; peto en la medicina petsonalista, todo ello queda
supeditado a la norma derivada de la existencia de ese tercer
estrato moral-religioso que hemos descrito.
Toda doctrina fi!os6fica necesita pattir de un dogmatismo.
Es más,

no s6lo las doctrinas fi!os6ficas, sino también
las políti­
cas,
y realmente toda doctrina de pensamiento. Oaro es que, en
las ciencias experimentales, este dogmatismo de partida supone
la aceptaci6n dogmática de los resultados de la observaci6n y de
la experimentaci6n
y en ellos radica su dogmatismo de pru;tida.
En

cambio, en el humanismo la base dogmática
está en
conside­
rar al hombre como ser supremo e insuperable sin
ninguna su­
peditaci6n jerárquica a nada externo a él, y, en esto, como he­
mos visto antes, está realmente su error.
En la «medicina petSonalista» tiene que aceptatse que hay
una norma superior al hombre, y antetior a
él y a la que la
acción médica ante la enfermedad tiene que supeditatse (3 ). No
es lícito al médico ( en una hipótesis acaso sólo te6rica) destruir
este estrato de la
petSona con

conservación de los otros. Peto
sí le es lícito,
y hasta obligado, el utilizatlo como elemento te­
rapéutico casi siempre eficaz
y oportuno. También puede ser ne­
cesario al llegar a tenet que sacrificar
fa existencia de los estra­
tos antetiores por la esencia de éste. Más aún, debe ser fundal­
mental elemento

motor y animador de la acción del médico y
de la colaboraci6n positiva del enfermo. El tenet ambos elata
idea de la posición transcendente lleva, o debe, o al menos pue­ de llevar, a tener un cometido que metezca la
pena vivirse y set-
(3) Claro es que toda acción médica y realmente todas las acciones
de los hombres, pero
aquí nos limitaremos a considerarlo s6lo en el cam­
po de la medicina asistencial.
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Fundaci\363n Speiro

FERNANDO CIVEIRA. OTERMIN
virlo, cometido individual y mejor aún si, además, es colectivo, que resulta siempre una ayuda médica. La medicina así
;ejercida supone

un logro superior que po­
tencia y perfecciona todo lo demás.
Despersonificadón de la medicina.
Cuando la medicina no cubre esos objetivos y olvida o des­
conoce el concepto de «persona», se hace una medicina desperso­
nificada. Se comprende que esta despersonificación pueda realizarse
por varios caminos: uno es el salirse de la persona y centrarse en
algo exterior a ella: es el riesgo de la medicina etiologista, por ejemplo, que tanta
boga ha tenido a principios de siglo, o irse a
otros ambientes o circunstancias etiopatogénicas, o bien olvidarse
de
la unidad indisoluble que es la persona y en la que, como en
todo ser biológico perfecto, todo ocurre en un encadenamiento
mutuo y en una mutua radical dependencia sin que sea posible
ninguna forma de autonomía, que si llega a presentarse consti­
tuye siempre una enfermedad, lo mismo aquí que en cualquier
otro
set biológico,
tanto más grave cuanto más se rompe la mu­
tua jarárquica dependencia y que tiene su expresión final en las
neoformaciones malignas.
·
Deeper-soni6.cación somática.
Es la que corre menos riesgo de producirse porque el «cuer­
po» del enfermo lo tiene el médico delante, le es difícil olvidar­
se de
él, sus

alteraciones las recoge, en general, más fácilmente
por sus sentidos y el propio enfermo suele referírselas colocáo­
dolas en primer plano; por todo ello esta forma de despersonifi­
cación es tal vez la menos frecuente. Sin embargo, esta
afirmación va

siendo cada vez menos cierta
( al menos en alguno de sus aspectos): hoy ya es frecuente que
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MEDICINA PERSONALISTA
la fase clínica de recogida de síntomas y signos por el médico. sea
un muestreo de datos aislados que proporcio11an técnicas diver­
sas (análisis, radiografías, electrocardiogramas, fonogramas, eco­
gramas, valoraciones isot6picas, etc.), a través de las cuales el
· médico

recoge partes del enfermar somático, posiblemente las
fundamentales de la persona a la que tiene que curar pero cuya auténtica situaci6n morfol6gico-espacial por la no sofisticada re­
cepción de signos a través de su captación directa por sus propios
sentidos no se produce, y, al menos, gran parte
de la realidad
somática del paciente se escamotea al médico y con ella éste
·corre el

riesgo de
hacer, desde

el
punto de

vista somático (apar­
te de otros aspectos que luego trataremos), un error fundamen­
tal, al centrar su acción médica únicamente, o al menos con gran
preferencia, en aquellos datos sofisticados que muestren una ma­
yor anormalidad, despreciando otras realidades que por no ve­ nir consignadas en las exploraciones complementarias ni siquie­
ra han

llegado hasta él. Tan cierto es esto, que hoy
lo frecuente
en todas las reuniones médicas,
con fin asistencial o sin él, es
que no esté presente el enfermo más que a través de los medios
de expresión de recogida de datos que vienen a constituir lo
fundamental y hasta el todo. También es posible,
y no s61o posible sino fácil y frecuente,
el olvido
de lo somático, centrando el problema de la enferme­
dad solamente o desmesuradamente en lo psíquico o en lo
mo­
ral-religioso. Casi

siempre el problema clave radica en lo opuesto: en que
la acción médica se convierte en casi exclusivamente una- acti­
vidad sobre lo somático, olvidando los otros estratos de la per­ sona: psíquico
y moral-religioso, con lo que la despersonificaci6n
de la acci6n médica puede resultar grande. Un caso extremo de esta realidad y de enorme actualidad es la situaci6n que se crea
bastantes veces cuando, por por
medios. artificiales (marcapaws
cardíacos,

respiraci6n controlada, alimentación parenteral, man­
tenimiento del medio interno por líquidos y sustancias de infu­
sión, eliminaciones de sustancias involutarias, etc.), se mantie­
ne vivo el soma de una persona que se encuentra descerebrada
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Fundaci\363n Speiro

FERNANDO CIVEIRA OTERMIN
y que, por lo tanto, a nuestra manera de .ver, ha dejado ya de
ser persona, es decir, ha
«fallecido», y
aquello que se mantiene
vivo es solamente un cultivo de tejidos.
Desperso~ifi.caeión psíquica.
El tema se presenta en el momento actual como especialmen­
te apasionante, ya que
el hombre moderno es un ser que vive
cada vez más bajo presiones psíquicas, en situaciones de angus­
tia, que
van· con

enorme frecuencia
a. producir
su enfermedad
y que prácticamente siempre van a condicionarla en forma fun­ damental y
a la

inversa,
el enfermar de la persona va a suponer
siempre una respuesta psíquica que se incorpora al resto de
la
sintomatologfa como algo inseparable del cuadro clínico com­
pleto. Estas
realidades· hacen
que también
la postura del médico
frente a ese
estratO' de

la persona pueda conducir a una desper­
sonalizaci6n de

su gesti6n médica, bien por olvidarse del estrato
psíquico y caer entonces en el error anteriormente citado de
una excesiva somatizaci6h o en una :atencí6n preferente al estra­
to moral-religioso
O; a la · inversa, centrar excesivaniente ·el pro­
blema en la situaci6n psíquica del enfermo, olvidando o menos­
preciando al menos los otros estratos y, sobre todo, haciendo una medicina que puede, de hecho, cambiar aspectos-clave de la per-
sonalidad psíquica del sujeto.
·
El

primer aspecto de este tema ocupa ilimitada extensión en
publicaciones y estudios médicos: la psique, como causa de
en­
fermedad,

es hoy del dominio público y acaso constituya
la causa
más frecuente del enfermar; ahora bien, ¿hasta qué punto
mu­
chas

de estas situaciones-límite pueden realmente
calificarse de
respuestas

patológicas de la persona y no de respuestas normales
frente a un ambiente radicalmente an6malo y acaso podamos
decir patológico?
La· persona

que vive inmersa en la
«ciudad»
actual

se desenvuelve en
una situación

en la que se ha llevado
al medio ambiente los
mismos criterios

que muchas veces em­
plea el médico en su acci6n terapéutica: el sustituir los meca-
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MEDICINA PBRSONALIST A
nismos normales del mantenimiento de niveles por los que nues­tras concepciones intelectuales suponen {lógicamente con acierto)
que son los convenientes. Y, así, en
la ciudad toda la progra­
mación del vivir personal se desenvnelve dentro de una rigidez
de ordenamientos, inacabables, muchos
de los cuales ni siquiera
la persona llega a conocer'" pero que. tiene que cumplir por aquel
aforismo de que «la ignorancia de
la ley no exime de su cumpli­
miento» y que le obliga a que todo su vivir sea una supeditación
absoluta y total a programaciones vitales totalmente ajenas a
él mismo; es realmente el hombre-perro como se ha dicho mu­
chas veces. Los momentos de sus necesidades más elementales
como el comer o el dormir están rígidamente supeditados
a sus
ordenaciones

laborales,
lo mismo que sus cambios de tipo de ac­
tividad y hasta la ocupación de su llamado «tiempo
libre»·. La
realidad

es que ha perdido
la casi totalidad de sus libertades más
entrañables y que vive en un sistema casi carcelario en
el que
como forma de engaño se le puede permitir, dentro de límites
estrechos,
el derecho al «pataleo» o a la «perreta», convencién­
dole así de que en esta forma tiene libertad cuando en realidad
carecen de ella de manera casi total. Esta persona moderna vive
en una especie de cárcel que decimos y, por ello, su situación
de angustia en inevitable. Pero, además, la ordenación de esa situación ambiental es
totalmente ajena a él y radicalmente competitiva. Totalmente ajena a él. Han sido «otros» los que han fijado
sus propias normas de vida (la dirección que tiene que seguir en
la calle, sus horas de entrada y de salida, el semáforo que le
muestra el momento en que puede cruzar, las horas en que puede adquirir o vender, etc.), todo ello se
ha hecho en la práctica sin
contar con él, aunque pueda ser
. pensando
en
él y esta persona
en estas condiciones no cumple ( sobre todo, claro es, en lo refe­
rente a la psique) esa condición que antes decíamos es también
parte de su persona: su proyección en «sus» cosas que son o
que deben ser realmente parte de
él mismo y que le resultan
ajenas y extrañas, aun en el caso de que puedan ser buenas y
hasta perfectas. No es persona porque no cumple la
fór~ula le-
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FERNANDO CIVEIRA OTERMIN
tamendiana del «hombre y su ambiente» o la orteguiana de «yo
y mis circunstancias».
Además, el ambiente es para
él radicalmente competitivo
como consecuencia de la aglomeración en el vivir, de la envidia
que ello inevitablemente crea, aunque se pretenda disfrazar con
la fórmula del «agravio comparativo»
.. Es

también un motivo de
su angustia. Por todo ello, la respuesta psíquica de la persona moderna
puede
no, ser

normal, basánd¡mos en considerar como normalidad
lo que era cuando estas circunstancias ambientales eran totalmente
distintas y, por ello, además, si el médico hace una excesiva va­
loración de la respuesta de la persona a su ambiente puede estar,
de hecho, despersonalizándola. El problema de la poderosa acción «educativa», o si preferi­
mos llamarle conductista de la acción médica sobre la psique,
se nos plantea también como una posible forma de despersoni­
ficación. El médico, en estos casos, quiere cambiar la estructura
o las respuestas psíquicas de la persona, quiere lograr en
él una
conducta distinta a la que
él personalmente seguiría y muchas
veces lo consigue no solamente por medios de
la psicoterapia
sino, lo que es aún más inquietante, por medio
de. fármacos.
Despersonifi.cación en el estrato moral-religioso.
Como hemos expuesto anteriormente, sólo la especie humana
es capaz de tener _este estrato moral-religioso, pero, por sus mis­
mas características, no hay unanimidad en su aceptaci6n, en con­
siderarlo como una realidad, y aquí se hacen abismales, irrecon­
ciliables, las discrepancias doctrinales entre los distintos auto­
res que, por otro lado, expresan
un eterno problema para los
hombres de todos los tiempos, la lucha entre dos posturas que se extiende a todo lo largo de la historia de la
humanidad, y
parece lógico pensar que seguirá existiendo mientras la humani­
dad subsista, ya que parece
· un
hecho discrepante siempre exis­
tente entre los vi.Vientes.
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Fundaci\363n Speiro

MEDICINA PERSONALISTA
Los que niegan el estrato moral-religioso realmente mutilan
al hombre,
lo dejan reducido a individuo ( ver antes) o incluso a
menos, y s6lo pueden hacer con él a lo más una medicina
.hu­
manística,

pero no personal. Considerando al hombre como el
omega de todo lo creado, nada
. pueden

encontrar por encima de
él y su hacer médico queda, por tanto, teniendo como máximo
objeúvó
el
dar al individuo en
sí mismo
las máximas supervi­
vencias y salud. Esta medicina individualista en su grado extre­
. mo

supone, primero, una despersonificaci6n y luego una deshu­
manización y una
caída en

la animalidad o, a lo más, en un «sen­
sualismo inteligente».
Sin embargo, este riesgo no es, tal vez, el más grave de esta
postura negadora del estrato moral-religioso. Por la realidad so­
cial del hombre actual ( al menos el que llamamos civilizado) que le obliga a vivir en sociedad, que· se constituye
así en

ele­
mento fundamental de su ambiente
e. impone

muchas normas mé­
dicas que pueden incluso llegar a estar totalmente en contra del
propio individuo, lo que ocurre especialmente cuando éste vive
bajo fórmulas socio-políticas de colectivización. Entonces las su­
puestas verdades y bienes de la colectividad y las del individuo
pueden estar en oposici6n y predominar casi siempre
· las de
aquélla
sobre las

de éste, con
lo que la persona queda deshuma­
nizada y despersonificada. Vive realmente para el bien del con­
junto, que se convierte
así, para

ella, en algo tiránico y ella mis­
ma lo es para los demás (en contra de su intención) cuando se ve
obligada a vivir en esa situaci6n colectivizada. En contraste, la postura médica opuesta, la que acepta el
estrato moral-religioso encuentra en él, por un lado, estimulo y
motor para su actividad y para la favorable respuesta del enfer­ mo y, por otro, limitación. Estímulo y motor terapéutico, puesto
que pone en sus manos un arma psicoterapéutica importante que,
entre otras cosas, va a contribuir a limitar o suprimir
la respuesta
angustiosa del paciente y a permitirle lograr en él una colabora­
ci6n más decidida
y no propensa al entreguismo ( que tanto per­
judica siempre) y que puede, por tanto, representar muchas ve­
ces una gran ayuda. Junto a ello, ante problemas difíciles como
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FERNANDO CIVEIRA OTERMIN
es, sobre todo, el de la aceptación de la muerte y de su valora­
ción, da al médico una posición clara, lo que siempre es bene­
ficioso para una acción terapéutica.
Pero esto mismo, en su contra, le impone claramente normas
y caminos de acción, al menos respecto a la finalidad de la misma,
que pueden ser
distintos de
los que trazara una medicina sim­
plemente humanística y individualizada, y más aún si por ser colectivizada
ni eso siquiera puede llegar a ser. Es aquí donde
la
despersonificación puede
llegar al máximo, cuando la salud o
hasta la vida de un ser, persona ya, o con capacidad potencial
de llegar a serlo, pueden ser incluso destruidas, donde el
bene­
ficio

de la colectividad puede permitir y hasta aconsejar accio­
nes radicalmente
dailinas o

mutilantes para la persona que las
padece. La existencia, pues, de una
norma superior

al hombre y
'! la
que tanto el enfermo como
el médico han de someterse estable­
ce, por un lado, limitaciones y, por otro, claridad y facilidad en
la acción, y es en orden al pensamiento una consecuencia de ha­
ber aceptado el estrato
mc¡,ral-religioso de la persona.
Yendo al fondo filosófico del problema, siempre, o al menos
casi siempre, médico y enfermo actúan dentro de un dogmatismo
al que consciente o inconscientemente ambos se supeditan, pero
que no falta nunca como elemento básico e inicial de todo ra­
zonamiento lógico, no radicalmente experimental, aunque mu­
chos, incluso, no se den cuenta
en· su

pensar de esta realidad.
Dogmatismo que puede ser claramente religioso, revelado o acep­ tado como tal, o tomado de
lil ley natural, o puede ser fruto de
una concepción
· filosófica

o supuestamente
científica y
aceptada
por la colectividad o al menos por los que imponen sus criterios
sobre ellos. Resulta, pues, que en todas estas formas de acción
médica las diferencias conceptuales en cuanto método en el pun­
to de partida ( existencia de un dogmatismo inicial) son realmen­ te
más pequeñas

de
lo que a primera vista parece y donde pue­
den llegar a ser inmensas, como antes decíamos, es en el conte­
nido ideológico de la base dogmática
de · partida

y de sus conse­
cuencias.
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MEDICINA PERSONALISTA
Despersonificación ambiental.
Otra forma frecuente y fácil de salirse de la persona es cen­
trándose
la acción médica en las «circunstancias» de ésta, en su
ambiente. Como hemos expuesto al principio, en el concepto de «per­
sona» siempre es necesario, para llegar a un conocimiento de ésta
lo más perfecto posible, tener en cuenta todas las cosas que ro­
dean a la
misma y,
sobre
ella, influyen en sentido anabólico o
catabólico y

esto no
sólo en

un momento
determinado sino
a lo
largo de toda su historia vital; de aquí que en la acción médica
sea siempre necesario considerar no
sólo los

estratos de la
per­
sona, sino también sus circunstancias, y la medicina ejercida será
tanto más
acertada cuando

valore con más ecuánime precisión
cuali y cuantitativamente tanto los estratos de la persona como
sus circunstancias y las relaciones entre ambos.
De aquí que un riesgo permanente de toda la acción médi­
ca es, por un lado,
el olvidarse de éstas o, al contrario, el cen­
trarse en ellas exclusivamente, y esta realidad se ha venido mani­
festando a lo largo de toda la historia, no sólo del ejercicio mé­
dico, sino
realmente del

pensar filosófico de la .humanidad que,
con frecuencia, ha dado bandazos entre un humanismo excesivo
o un excesivo olvidarse del hombre. Y a en Grecia, los primitivos
filósofos fueron cosmológicos, «procuraron encontrar en
el mun­
do físico
-en la

realidad material siempre cambiante que nos
rodea- un fondo estable, un sustrato permanente al que todas
las sustancias se redujeran» ( 4
), es cdecir, se situaban fuera del
hombne, y

en los tiempos
ciehtíficos · de

la medicina muchas ve­
ces una medicina etiologista
ha dominado 1a postura médica. •·
Pero,

frente a ella, se presentaron ya los grandes genios
filo,
sóficos griegos y Sócrates puedo afumar, « ¿para qué conocer el
mundo si no me conozco a
mí mismo?», con

lo que nació real-
(4) Gambra, R., Historia sencilla de la Filosofút, Edit. Rialp, cuyos
criterios
seguimos en este
pasaje de

este trabajo.
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FERNANDO CNEIRA OTERMIN
mente el período humanístico, y Pitágoras puedo afirmar, «el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tan­ to que son
y de las que no son en tanto que no son».
Este dualismo se
va a
mantener a lo largo de toda la historia
de la medicina pero es un
tema muy

tratado generalmente
y, por
ello, no nos referimos a él específicamente en este trabajo.
Despersonificación ambiental iatrógena.
Resulta curioso que la medicina que sabemos y que apren­
demos, la medicina de las enfermedades, de las «entidades nosoló­
gicas» es realmente una
abstracción intelectual

que sólo tiene
realidad existencial en la mente del médico y sólo
gracias a

esta
abstracción es posible aprenderla y aplicarla luego; sólo
ásí resul­
ta

posible hoy la
realÍll:ación práctica
de
la medicina aplicativa
ante el enfermo concreto. El saber médico hoy es un saber de las enfermedades, es
de­
cir, de aquello que intelectualmente los médicos han abstraído o sacado de los enfermos para
constituir la
«entidad nosológica»,
fuera ya de la persona enferma, es decir, despersonificada. La
enfermedad no es,
ei,. este aspecto, .más que un término medio
matemático o, si se prefiere, un
resultado estadístico,
sin
reáli­
dad

posible fuera de la mente del médico. Como tantas veces se
ha dicho, no hay enfermedades sino enfermos. Nuestro saber mé­
dico actual es, pues, el de una medicina platónica, una medicina
de las «ideas» o de los conocimientos e incluso podemos decir «tomista» ( «el universal es concepto y existe sólo en la mente»)
y; al

ser así, nos lleva con facilidad a despersonificar la medicina.
Así, el médico, «al sabei:-», al tener en su mente la enferme­
dad, y en su afán de curar, corre el riesgo de manipularla en su
subjetivismo apreciativo y, dada
la infinitud de variables bioló­
gicas, en convertirlas en disquisiciones filosóficas o en deducción
científica, errónea
y equivocada.
Entonces, la acción aplicativa del saber médico conduce a re­
sultados inesperados; que no son la curación del enfermo
y que
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MEDICINA PERSONALISTA
hasta pueden ser un elemento agravante del mismo. Esto es co­
rriente
y resalto que no nos estamos refiriendo a la existencia
de error médico por ignorancia o por su defectuosa formación
científica,
ni siquiera a la también frecuente defectuosa recogida
de datos que, con su error de partida, hacen imposible una
ela­
boración intelectual acertada, sino a la que resulta de la altera­ ción de los mismos por un subjetivismo intelectual.
Piénsese que la objetividad es de las acciones más difíciles
de realizar
y que acaso perfecta sea imposible para el hombre.
Todo en
él pasa por el tamiz de su propio ser en el que él es un
sujeto
y, por lo tanto, en él su subjetiviza. Hasta las cosas real o
aparentemente más objetivas,_ como pueda ser una operación ma·
temática,

pero mucho más una acción médica.
Y estamos hablando de un subjetivismo intelectual, no del
corriente que se deriva de aspectos iniciales, de relaciones per­
sonales, prácticamente siempre existentes entre el enfermo y el
médico y muchas veces típicamente cordiales (afectivas), sino
del que ocurre con independencia de esas relaciones y depen­
diendo sólo de las valoraciones subjetivas que sobre datos su­ puestamente objetivos haga
la mente del médico, por ser sus
neuronas las que lo realizan y no las de otro y unas y otras son
químicamente diferentes y, por tanto, también fucionan desigua­
les
y los juicios de objetividad que formulan pueden no ser los
mismos.
Esta forma de despersonificación es un riesgo grave de la ac­
tual medicina y posiblemente inseparable al menos del todo en
el momento actual de los conocimientos médicos, que es muy
necesario el tenerlo en cuenta, que nos explica las frecuentes
discrepancias de opinión respecto al diagnóstico o al tratamiento
de un mismo enfermo en un mismo momento por diversos mé­
dicos como factor que se añade a
la imprecisión de todo lo bio­
lógico.
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