Índice de contenidos
Número 239-240
- Textos Pontificios
- Estudios
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Monográficos
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Homilía del señor cura párroco de la iglesia de la Concepción, don Demeterio Pérez Ocaña,en el funeral de Eugenio Vegas Latapie (23-9-85)
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Religión
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Doctrina y acción. Antología de textos de Eugenio Vegas Latapie
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Otro mártir ignorado. Último artículo de Eugenio Vegas Latapie
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Una trayectoria invariable. Nota biográfica de Eugenio Vegas
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Obras publicadas por Eugenio Vegas
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Lealtad, fidelidad, servicio en Eugenio Vegas
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Fidelidad y Verdad. La lección de una muerte
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El pensamiento político de Eugenio Vegas Latapie
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«Romanticismo y democracia» vistos por Vegas Latapie
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El «ralliement» en el pensamiento político de Vegas Latapie
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Eugenio Vegas: Deber y servicio de la política
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Acción Española: exigencia de un deber religioso
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El apostolado político de un caballero cristiano y español
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El realismo político de Vegas Latapie
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Eugenio Vegas y «La Cité Catholique». Carta a los amigos de la Ciudad Católica
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Eugenio Vegas y la Ciudad Católica
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- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Información bibliográfica
- Actas
- Verbo
Una trayectoria invariable. Nota biográfica de Eugenio Vegas
EUGENIO VEGAS LATAPIE (1907-1985)
Eugenio Vegas Latapie nació en Irún (Guipúzcoa) el 20 de febrero de 1907. Cuarto hijo de un matrimonio modesto: su madre, francesa de nacimiento, era maestra, y su padre teniente del Ejército, no debe las ideas religioso-políticas que informaron su vida a motivaciones de linaje o ambiente hogareño.
Trasladada al poco tiempo la familia a Santander, allí estudió las primeras letras y el bachillerato. Perteneció desde niño, a la Congregación mariana de los Estanislaos. Un día, oyendo predicar al padre Ramón Jambrina, que daba unas conferencias en la Iglesia de los jesuitas, quedó impresionado por la exposición del orador, que concluyó recomendando, de acuerdo con San Pablo, hacer todas las cosas por Cristo. Asociaba este pensamiento con la famosa consigna de San Ignacio, ad maiorem Dei gloriam. Desde entonces comenzó a hacer, diariamente, un rato de meditación, que le condujo a preguntarse: ¿Dónde podré servir mejor a Dios?
Al caer en sus manos un libro de Nocedal que recogía su polémica con los padres jesuitas Minteguiaga y Villada sobre el mal menor, sacó en conclusión de su lectura que, el campo político, por su trascendencia y extensión, era en el que podía desarrollar mejor su apostolado. Esto le llevó a la decisión de estudiar la carrera de Derecho como la más indicada para actuar en dicho campo, completada con lecturas históricas y otras complementarias.
No dudaba ya que lo más necesario era dar a conocer las verdaderas doctrinas sociales y políticas, puesto que la prensa revolucionaria difundía a diario el error con los más poderosos medios. Sin proponérselo claramente, había llegado a sentir de manera intuitiva —como escribe en sus Memorias— la exigencia expuesta por el intelectual monárquico francés Charles Maurras al proclamar, antes que nada, política. Y no es que Maurras afirmase que la política era lo más importante, sino que, de acuerdo con el razonamiento escolástico de que lo primero en la intención es lo último en la ejecución, para conseguir un resultado feliz, que es lo decisivo, debe comenzarse por la política, que es lo inmediato.
Y, como confirmaría en posteriores lecturas, las ideas gobiernan a los pueblos, y éstos son lo que quieren sus gobernantes.
Al concluir el bachillerato, a los quince anos, comenzó sus estudios universitarios, en 1922, bajo la dirección de don Casimiro de Solano y Polanco, perteneciente al partido integrista, por medio del cual conoció la existencia de El Siglo Futuro, periódico que desde entonces leyó asiduamente, así como las obras de Menéndez Pelayo, Donoso Cortés, teólogos españoles de distintas épocas y discursos y conferencias de políticos tradicionalistas recomendados por Solano, que se ocupaban de los temas que le interesaban.
Influyó también en este período, en la formación de Vegas, otro alumno de Solano, unos cuatro o cinco años mayor, igualmente de ideas tradicionalistas, llamado José María Gómez Alcalde, que con el tiempo llegaría a ser notario de Bilbao.
De forma casual, tuvo conocimiento por la Gaceta del Norte, que publicaba unas interesantísimas crónicas sobre el asesinato del hijo de León Daudet, dirigente monárquico en la vecina nación, de la existencia en París de L'Action Française, periódico que descubrió al siguiente año en la librería de la estación ferroviaria de Oviedo, y que consiguió se suscribiese al Ateneo santanderino, con lo que se aseguró su lectura habitual.
En este tiempo fue Eugenio director de la revista de las juventudes integristas titulada Cruz y Verdad, que se editaba en los talleres del Diario Montañés y que dejó de publicarse al atravesar problemas económicos que no pudieron ser superados, cuando se proyectaba trasladarla a Madrid para imprimirla en El Siglo Futuro.
El Diario Montañés, cuyos accionistas pertenecían en su mayoría al grupo tradicionalista, venía inclinándose cada vez más a las directrices y exigencias de Ángel Herrera, llegando a ser prácticamente un eco de El Debate. Eugenio luchó por recuperar el Diario Montañés para el tradicionalismo, pero no lo consiguió, a pesar de sus múltiples gestiones y denodados esfuerzos, y el periódico cayó definitivamente en la órbita de la democracia cristiana patrocinada por El Debate.
Mientras tanto, iba realizando sus exámenes de la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo. En 1923 aprobó el Preparatorio y primer curso; en 1924 los cursos segundo, tercero, cuarto y una asignatura del quinto, terminando la carrera en los exámenes extraordinarios de enero de 1925, cuando contaba diecisiete años.
Convocadas oposiciones al Cuerpo Jurídico Militar, decide hacerlas y comienza la preparación en Santander, donde recibía los apuntes de una Academia recomendada por su profesor y amigo Casimiro Solano.
No descuidaba, mientras tanto, su vocación política y leía asiduamente, con verdadero interés, el diario L'Action Française.
En el mes de agosto de 1925 organizó en la capital cántabra, con gran éxito, un acto homenaje al Presidente de El Ecuador, Gabriel García Moreno, al cumplirse el quincuagésimo aniversario de su asesinato por la masonería al salir de la catedral de Quito en donde se había celebrado un Te Deum en acción de gracias por su elección.
En noviembre marcha a Madrid para continuar más provechosamente el estudio de las Oposiciones que preparaba.
Estando allí, le sorprendió profundamente la muerte y entierro multitudinario del líder socialista Pablo Iglesias, en contraste con el mucho más modesto del jefe conservador Antonio Maura, fallecido también por aquellos días.
A comienzos de 1926 se inician las oposiciones y supera con brillantez los varios ejercicios, haciendo al final el número 6 entre 28 aprobados. Fue destinado a Melilla, en donde compaginaría su trabajo con sus lecturas favoritas. En Melilla permaneció dos años.
A principios de 1928 fue destinado a la Capitanía General de Burgos, en donde comienza a preparar las oposiciones de Abogados del Estado, con la idea, si las sacaba, de poder ser destinado a Madrid, lugar más adecuado para desarrollar la labor que proyectaba, de difusión del Derecho Público Cristiano, tan desconocido por los políticos de la época, como demuestra la frase de Maura de que el Derecho público no era católico ni protestante. Aprobó el primer ejercicio, pero desistió de continuar, porque la puntuación obtenida no le parecía suficiente para los propósitos que albergaba.
Se convocaron entonces oposiciones al Consejo de Estado, con sede en la capital del Reino, y las firmó, ya que en el supuesto de sircarlas no habría duda sobre el lugar de destino, que sería el deseado.
A finales de 1928 comienzan las oposiciones y supera todos los ejercicios que tuvieron lugar en el curso del año 1929. Las listas de aprobados aparecieron a principios del año 1930. Consiguió plaza, lo que le permitió instalarse en Madrid de modo definitivo, que le serviría de plataforma para las actuaciones de otro orden que pensaba.
Durante las oposiciones pronunció una conferencia en Santander en la que criticó la dictadura de Primo de Rivera por carecer de una ideología que le permitiría proyectar hacia el futuro su obra de gobierno.
Al llegar a Madrid para tomar posesión de su cargo, recibe un saluda del Jefe superior de Palacio, concediéndole una audiencia con el rey que había solicitado el año anterior y que fue suspendida por el luto de la Corte con motivo del fallecimiento de la reina madre. Aunque se le advirtió que lo protocolario era limitarse a contestar a las preguntas del soberano, expresó a don Alfonso XIII los males que, a su juicio, se avecinaban para la patria si no se cambiaba el rumbo político.
Cae la dictadura de Primo de Rivera, que marcha a París, donde fallece poco después. Le sucede el general Berenguer.
La monarquía era atacada inmisericordemente. En la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación se celebran unas sesiones sobre La Constitución que precisa España, en la que el Rey era blanco de toda clase de iras e insultos. Eugenio defiende gallardamente a la monarquía, lo que provoca unos incidentes tumultuosos.
Después de las vacaciones veraniegas en Santander regresa a la capital y reanuda sus actividades, tanto profesionales en el Consejo de Estado, como de carácter político, conociendo a intelectuales católicos prestigiosos con los que decidió ponerse en contacto. Entre ellos podemos citar al marqués de Lozoya, al de Saltillo, a don Miguel Artigas, nuevo director de la Biblioteca Nacional, y a don Ramiro de Maeztu. Antes había conocido al conde de Rodezno y, posteriormente, conocería a don Víctor Pradera.
Su idea era fundar una revista de carácter cultural que defendiera y difundiera el Derecho Publico Cristiano.
Este año cursa en la Universidad Central el Doctorado de Derecho y conoce a Carlos Miralles y a otros jóvenes monárquicos, siendo elegido Presidente de la Juventud Monárquica Independiente, que había sido fundada hacía poco, desarrollando bajo su dirección una intensa actividad.
La monarquía es atacada cada vez más ferozmente, sin que apenas la defendieran quienes estaban obligados a hacerlo. Al final del año, los capitanes Galán y Garría Hernández se pronuncian en Jaca en favor de la República. La acción es sofocada y ejecutados sus autores. Se detiene al comité revolucionario, pero sigue intensa y descarada la campaña de zapa y desprestigio de la Corona.
A comienzos de 1931, concretamente el domingo 11 de enero, don Ramiro de Maeztu escribe a Eugenio una carta en la que le cita en casa del marqués de Quintanar para tratar de la creación de la revista que proyectaban, carta que puede considerarse como la partida de nacimiento de Acción Española, que igual pudo llamarse Hispanidad, como pretendía Maeztu, o Contrarrevolución, como había pensado inicialmente Vegas.
Por entonces conoce a Pemán y a los intelectuales religiosos padre Gafo, padre Félix García y padre Pérez del Pulgar.
Después de torpes actuaciones de los gobiernos Berenguer y Aznar, y tras unas elecciones municipales en que los republicanos triunfaron sólo en las grandes ciudades, se proclama la República el 14 de abril.
A las pocas semanas, después del asalto al Círculo Monárquico y la quema de conventos el 11 de mayo, el Jefe del Gobierno provisional, Alcalá Zamora, hace que se le imponga a Eugenio un arresto de dos meses en el castillo de San Cristóbal de Badajoz, por sus actividades en defensa del régimen caído.
Cumplido el arresto, de nuevo en Madrid, a mediados de septiembre inicia las gestiones para constituir una sociedad cultural que llevaría el nombre de Acción Española y tendría similar fin al de la revista de igual nombre cuya publicación estaban preparando.
La sociedad quedó constituida a primeros de octubre. El primer número de la revista apareció el 16 de diciembre de 1931, figurando en ella Eugenio como secretario. Su colaboración desde este primer número fue intensa. En los sucesivos fueron apareciendo una serie de artículos en los que analizaba la adhesión de los católicos franceses a la República, que después fueron recogidos en forma de libro bajo él título Catolicismo y República, editado en 1932.
El seis de agosto, cuatro días antes del levantamiento de Sanjurjo en Sevilla contra el gobierno de la República, por sospechas no demostradas de conspiración, fue clausurada por la policía la sociedad cultural y suspendida la revista Acción Española. Después del 10 de agosto se busca a Eugenio para detenerle, por lo que marcha a Francia en una huida rocambolesca en la que contaba con Areilza e interviene Oriol, Es expulsado del Consejo de Estado, en el que no sería repuesto hasta 1934, en virtud de la Ley de amnistía.
Durante su estancia en la vecina nación mantuvo contactos con Juan Antonio Ansaldo, José Calvo Sotelo, el marqués de la Eliseda y otros exilados, así como con Jorge Vigón y Pedro Sáinz Rodríguez que, aunque gozaba de inmunidad parlamentaria, prefirió estar fuera de España hasta que se aclarase el horizonte. Conoció también en esta época al joven monárquico francés Armand Magescas, con quien mantuvo desde entonces una estrecha amistad. Magescas le preparó una entrevista que celebró en París con Maurras y le acompañó a visitar el museo de L’Action Française y en diversas actividades de la Organización.
En el mismo viaje a París se entrevistó por dos veces con Alfonso XIII. Se trasladó después a Roma para visitar al cardenal Segura, que tenía allí su residencia desde su expulsión de España por causa de su célebre pastoral al advenimiento de la República.
Pacificado el ambiente, regresó Eugenio a España a finales de año —en diciembre de 1932—, saliendo al poco tiempo el número 17 de Acción Española, cuya reaparición había sido autorizada, y que lleva fecha de 16 de noviembre, aunque se puso a la venta algo después.
Como la sociedad del mismo nombre seguía clausurada, para sustituirla se creó, por escritura de 21 de diciembre de dicho año 1932, la Sociedad Limitada Cultura Española.
El año 1933 fue intenso en actividades: instalación de la nueva sociedad, traslado de la redacción y administración de la revista a otros locales, banquetes a Pemán y a Eugenio Montes, conmemoración del tercer aniversario del fallecimiento del general Primo de Rivera, viaje a Portugal para visitar a los evadidos de Villa Cisneros, deportados allí por suponérseles implicados en el levantamiento del 10 de agosto del año anterior, homenaje a Menéndez Pelayo en el vigésimo primer aniversario de su muerte, visita a Sanjurjo en el penal del Dueso, etc.
Hay que destacar la conquista de La Época para la causa católico-monárquica, que consiguió por gestiones realizadas junto con José Ignacio Escobar y Jorge Vigón, la conmemoración del segundo aniversario de aparición de la revista, los proyectos editoriales de Cultura Española y la publicación de la Historia de España preparada por Jorge Vigón con párrafos seleccionados de las obras de Menéndez Pelayo. Se realizaron también intervenciones en actos electorales y se hicieron en la revista comentarios al discurso pronunciado por José Antonio Primo de Rivera en el teatro de la Comedia.
Durante el año 1934 fue agotadora su labor en La Época, para la que escribía gran número de editoriales y comentarios. Mantuvo una interesante correspondencia con Eugenio Montes, corresponsal de ABC en Berlín, quien le tuvo al corriente de los acontecimientos en Alemania y Austria, así como de la bárbara represión de Hitler contra aquellos a quienes consideraba como sus enemigos o del régimen que representaba, y del asesinato de Dollfuss, canciller austríaco.
Se comentó en Acción Española la publicación por Espasa Calpe de la edición española de la obra de Spengler, Años decisivos, en la que se dice que «Lo que hoy reconocemos como orden y fijamos en las constituciones liberales, no es más que la anarquía hecha costumbre. La llaman democracia, parlamentarismo o «selfgovernement", pero es, de hecho, la mera inexistencia de una autoridad consciente de su responsabilidad, de un gobierno y, con él, de un verdadero Estado».
En octubre tuvo lugar la revolución socialista de Asturias y de los separatistas catalanes. Jorge Vigón y José Ignacio Escobar marcharon al norte para tener informados de los acontecimientos a los lectores de La Época, recayendo sobre Eugenio todo el peso de la marcha del periódico.
En 1935 organizó la celebración del tercer centenario del nacimiento de Lope de Vega. Pemán fue publicando en Acción Española, en estrecha relación con Eugenio, sus Cartas a un escéptico en materia de formas de gobierno, que cuando se publicó como libro se lo dedicó con esta frase: «A Eugenio Vegas, novio de la monarquía».
En septiembre fue a Cannes, en una avioneta pilotada temerariamente por José Antonio Ansaldo, para conocer a don Juan de Borbón, Príncipe de Asturias. En esta misma avioneta, al estrellarse contra el suelo, murió el general Sanjurjo cuando partió de Portugal para ponerse al frente del Alzamiento, el 18 de julio de 1936.
En las cuatro entrevistas mantenidas con el Príncipe durante dos días, procuró inculcarle las ideas defendidas por Acción Española. De regreso a Madrid, planeó la adhesión del Príncipe a los ideales de la monarquía católica española. Don Juan contrajo matrimonio en Roma, el 12 de octubre, y se aprovechó este acontecimiento para que hiciera una declaración en forma de carta, en la que manifestaba su identificación con los ideales que defendía la revista.
A finales de 1935 la Academia de Jurisprudencia le premió un trabajo que junto con otros dos artículos aparecidos todos en la revista, fueron publicados en forma de libro con el título de Romanticismo y Democracia. En este año se publicó, patrocinada por Acción Española, pero en el fondo editorial de la Sociedad General Española de Librería, la traducción española de la Encuesta sobre la Monarquía, de Maurras.
Eugenio fue corresponsal del periódico L'Action Française, y, como tal, solía asistir a las reuniones de las Cortes, próximas al domicilio que entonces tenía Acción Española.
En 1936 rechazó ser candidato a diputado por Santander, pues su vocación política se refería más bien al campo de las ideas.
Después de las elecciones del 16 de febrero, que en medio de la violencia dieron el triunfo al frente popular, desapareció toda posibilidad de entendimiento entre los diversos sectores nacionales. Eugenio escribió, en el mes de marzo, para la revista, un editorial titulado La causa del mal, que mereció poco después, ya comenzada la guerra civil, el premio Luca de Tena, galardón que igualmente había merecido el primer editorial de Acción Española, debido a Ramiro de Maeztu.
A pesar de la situación insostenible, Eugenio no cejaba en su labor doctrinal, teniendo en cuenta las circunstancias del momento. Por entonces se editó la novela mejicana Héctor, que reflejaba el ambiente de la guerra cristera, con fotografías ilustrativas y un prólogo beligerante de Eugenio, aunque no firmado por él, sino atribuido a Pedro Sáinz Rodríguez por su inmunidad parlamentaria.
El caos avanza y el 13 de julio es asesinado, por fuerzas de orden público, el líder de la oposición José Calvo Sotelo. Después del entierro en que los asistentes fueron agredidos a tiros y se produjeron víctimas, se planean represalias contra el Presidente de la República, que no llegaron a realizarse. Eugenio, junto con otros amigos, sale de Madrid, el 17 de julio, con dirección a Burgos, Vitoria y Pamplona.
Ya en la zona nacional, creada a primeros de octubre la Junta Técnica del Estado, especie de gobierno embrionario, Eugenio es nombrado Vocal de la misma para Cultura y Enseñanza, y, posteriormente, Secretario de la de Prensa y Propaganda, que presidía Pemán, pero al poco tiempo renuncia a sus cargos por discrepancias con los criterios oficiales imperantes, incorporándose primero a la Bandera de Falange de Marruecos, y luego, por dos veces más, con nombre supuesto, a la Legión, hasta que, descubierto, fue finalmente obligado a ocupar su puesto como capitán jurídico, destinándosele, prácticamente confinado, a Ceuta, donde permaneció hasta el final de la guerra.
En esta época, con ocasión de un comentario del conde de Rodezno, organizó y dirigió la venida del Príncipe don Juan para incorporarse al frente, propósito que no consiguió, pues al ser descubierto fue obligado a repasar la frontera; recuperó el cadáver de su hermano Pepe, muerto en el Alto del León en los primeros días de la contienda; publicó una Antología de Acción Española; viajó a Roma con la pretensión de reconciliar a las dos ramas dinásticas, entrevistándose al efecto con don Alfonso XIII, don Javier y don Juan de Borbón, intentos que repitió posteriormente sin resultado; organizó un banquete en honor de los «muertos sagrados», etc.
Entre los proyectos que albergaba Eugenio se encuentra la creación de un gran Centro de formación y propaganda, instalado en un lugar tranquilo, con una espléndida biblioteca, salas de conferencias, publicaciones, etc. Admiraba la labor realizada en su campo por la Institución Libre de Enseñanza y su Residencia de Estudiantes, orientadas por el krausismo, y ansiaba la existencia de algo parecido en el campo católico, junto con Colegios Mayores e instituciones análogas con las que había soñado desde el comienzo de sus actividades intelectuales políticas.
En 1938 —el 25 de diciembre-^ el conde de Barcelona hizo unas declaraciones al semanario Candide que reflejan claramente las aspiraciones de Eugenio y el concepto que tenía de la realeza, aunque quizá no justamente interpretadas por don Juan. «Para mí —dice el Príncipe refiriéndose a Eugenio— es un gran amigo que, respetando Jo que yo podría ser, desprecia lo que soy... El quiere que yo sea un sabio, un héroe y un santo...».
Al terminar la guerra y tener noticia de que don Pedro Sáinz Rodríguez iba a ser nombrado embajador en la República argentina, gestionó incorporarse, de alguna manera a la citada representación diplomática, con objeto de desarrollar en la nación hermana la amplia labor que aquí no le permitían hacer, pues ni siquiera la publicación de la revista era autorizada, pese a las numerosas gestiones realizadas con tal fin. Este proyecto falló, al ser destituido don Pedro, fulminantemente, como Ministro, apartándosele de toda actividad oficial.
Trasladada su residencia a Madrid, renuncia Eugenio a su carrera militar y trabaja intensamente en el estudio y difusión de sus ideas. A finales de ese año, al hacérsele la indicación de que si triunfaban sus pretensiones lo primero que haría falta sería una constitución que presidiera la actuación de la monarquía, redactó un proyecto de Ley Fundamental de la Monarquía.
En 1941 fallece don Alfonso XIII y organiza viajes a Roma para asistir al entierro y funerales, procurando, con este motivo, una declaración de don Juan, aceptando los principios fundamentales de la monarquía católica tradicional.
En este año, oposita a cátedra de Derecho Político, en la que, si obtenía plaza, podría seguir defendiendo y enseñando sus ideas. No tuvo éxito, posiblemente por no ser el candidato deseado.
Desde su instalación en Madrid realizó múltiples contactos con elementos civiles, y sobre todo militares, con el propósito de instaurar la monarquía. Con este fin se constituyó un comité secreto, del que formaba parte Eugenio, encargado por el conde de Barcelona de coordinar las oportunas acciones. En junio de 1942 se ordenó el confinamiento de Eugenio en una isla canaria. Por medio de Eliseda consiguió inmediatamente un visado del embajador de Francia para atravesar hasta Suiza la Francia sujeta al Mariscal Petain. Provisto de él, abandonó España, instalándose en Lausanne, donde se hallaba, a la sazón, el conde de Barcelona. Es dado de baja por segunda vez en el Consejo de Estado.
Ante sus reiterados deseos de regresar a España, el conde de Barcelona le rogó que permaneciese a su lado como Secretario político suyo, puesto que aceptó, trasladándose posteriormente con él a Portugal, manteniendo siempre una línea de total independencia con la política que se llevaba en España. Aprobada la Ley de sucesión en la Jefatura, del Estado, en 1947, decidió dejar el cargo que ostentaba. Entonces, don Juan de Borbón le - encomienda la formación del Príncipe don Juan Carlos, de quien fue su primer preceptor hasta que, al convenirse su venida a España, para educarse bajo la dirección de Franco, dejó también voluntariamente el indicado puesto.
Permaneció en el extranjero hasta agosto de 1949. Al regresar a España se recluye en el Santander de su infancia, en donde prepara con dedicación plena oposiciones a notarías, para procurarse un nuevo medio de vida. Desiste de ello y vuelve a Madrid, ocupando un puesto de dirección en la Asesoría Jurídica del Banco Central. En 1955 es readmitido en su cargo del Consejo de Estado. Desde entonces permanece apartado de toda actividad política. Pero no descansaba en la vocación constante de difusión de sus ideales. Reunía con frecuencia en su casa a numerosos amigos, a quienes regalaba libros e ilustraba con su amena y documentada conversación sobre los principios básicos del Derecho Público Cristiano.
En esta época, la Editorial Rialp publicó un libro titulado Escritos sobre la instauración monárquica, que contiene artículos y editoriales publicados en La Época, debidos la mayor parte a Eugenio. La Editorial Círculo, de Zaragoza, publicó un tomo 1.° de Escritos políticos de Eugenio. Proyectaba publicarle varios más, qué no llegaron a salir.
En 1957, un diplomático español, Alberto de Mestas, acreditado en Francia, le remitió unos números de una revista que podría interesarle, Verbe, editada por un grupo denominado La Cité Catholique. Le interesó, en efecto, en grado sumo, pues coincidía exactamente con lo que él siempre pretendió: el estudio y difusión del Derecho Público Cristiano, En 1958 conoce personalmente a su fundador y animador principal, Jean Ousset, con quien traba una cordial amistad. Concurre a varios Congresos celebrados por el grupo francés, y entusiasma a sus amigos españoles con los que venía reuniéndose en su domicilio, con los que decide constituir en España una asociación informal de amigos de la Ciudad Católica, que se reunirían regularmente, como hacían los franceses, con objeto de estudiar el derecho público cristiano. Así lo hacen y comienzan a publicar en nuestra patria la revista Verbo. Para lo que se constituye la Editorial Speiro.
Debemos aclarar que, a diferencia de Acción Española, de la que Eugenio fue artífice y alma, la agrupación de amigos de la Ciudad Católica, que actúan alrededor de Verbo y «Speiro», no pretenden en absoluto la acción política directa, sino que sus propósitos son la formación en el más puro derecho público cristiano, influyendo así, de modo indirecto, pero eficaz, en la reforma y mejora de la sociedad a través de los grupos políticos que quieran llevarlo a la práctica. Su labor no se proyecta para hoy o para mañana, sino para el futuro que Dios quiera fijar, pero sin dejar de trabajar incesantemente en su tarea, con la seguridad de que Dios designará en su momento al cosechador.
El 7 de enero de 1963, la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, elige a Eugenio, por unanimidad, miembro de número. Su discurso de ingreso, pronunciado el 14 de diciembre de 1965, se titula Consideraciones sobre la democracia, y ha sido editado, en dicho año, además de por la Academia, por Afrodisio Aguado y por la Editorial mejicana «Promesa», en 1983, bajo el título Democracia, ¿ilusión histórica? Ese mismo año, la Editorial «Planeta» empezó a publicarle sus Memorias políticas, que no llegó a terminar, pero de las que dejó escrito un segundo tomo.
Al establecerse el grupo de amigos de la Ciudad Católica, se planteó la traducción de algunos libros editados por el grupo francés. El primero fue él básico o fundamental titulado Para que El reine, es decir, para que Cristo reine en la sociedad.
La traducción de este voluminoso libro se realizó por partes, entre varios amigos, con objeto de ganar tiempo. La labor de armonización del conjunto la llevó a cabo Eugenio. Yo le ayude en esta tarea. Algunas tardes le llamaba por teléfono a su casa en Gurtubay preguntándole si tenía ganas de trabajar en la revisión de lo traducido. Siempre me contestaba igual: «ganas no tengo, pero lo que debe hacerse no permite disculpas». Me acercaba a su domicilio y allí estábamos hasta bien entrada la noche enfrascados en nuestra tarea, sin salir ni a cenar, pues haciendo un pequeño descanso tomábamos cualquier cosa que tuviese para comer. Yo leía la traducción española y él seguía el texto francés. A la más pequeña discrepancia que observase consultaba varios diccionarios terminológicos franceses y españoles y otros libros semejantes para conseguir una versión, en nuestro idioma, lo más perfecta posible. Constituía esta actitud una manifestación de su sentido del deber, como tenía expresado en un artículo publicado durante la República, titulado precisamente La política como deber.
Asistía Eugenio a todos los actos, reuniones y homenajes organizados por la asociación, así, como a sus Congresos anuales, con constancia ejemplar, aunque hiciese mal tiempo o no se encontrase bien.
La última reunión a que asistió, en el mes de junio de 1985, casi la final del pasado curso, ya se encontraba enfermo de cuidado y lo reflejaba claramente su semblante.
Sometido a reconocimiento médico se le detectó una grave dolencia que rápidamente ha minado su salud hasta causarle la muerte.
Durante su enfermedad le visité con frecuencia. Progresivamente debilitado y sin ganas para nada, me pidió un día le ayudase a cumplir un compromiso que tenía pendiente con José de Armas y que no quería dejar irrealizado. Se trataba de un artículo que le había ofrecido para su boletín tradicionalista. A tal efecto me entregó unas notas escritas, me proporcionó otros datos y me dictó algunos párrafos para un artículo que tituló Otro mártir ignorado, referente al periodista Emilio Ruiz Muñoz, colaborador de Acción Española, bajo el pseudónimo de «Javier Reina», y en El Siglo Futuro, con el de «Fabio». Se lo pasé a máquina, hizo algunas pequeñas correcciones y se lo envié en su nombre a José de Armas. Es el último artículo escrito por Eugenio.
Llevó su enfermedad con una resignación ejemplar. Casi siempre le encontraba con el rosario en las manos y rezando. Nunca le oí queja alguna. Había pedido a San José, como patrono del tránsito a la otra vida, una buena muerte. Y así le fue concedida. No tuvo dolores que parece son característica de su enfermedad, y dispuso de tiempo para prepararse cuidadosamente para el trance supremo. Recibió con fervor la unción de los enfermos, y la Sagrada Comunión diariamente. Sabía la gravedad de su estado, pero no la manifestaba, para no entristecer a quienes le rodeaban. Alguien, para animarle, le indicó que pronto se pondría bien e iría al campo a descansar, a lo que musitó esta respuesta: «Sí, al campo santo»; y en algún otro momento en que se le ofrecía agua para apagar su sed, contesto levemente: «¿para qué?».
Su esposa Leonor y su hija le han atendido con toda diligencia y esmero. Admiro la serenidad, fortaleza y previsión de Leonor, que supo conservar la calma en todo momento, sin descuidar ningún detalle ni incurrir en omisiones; tratándole con delicadeza, pero sin agobiarle con preocupaciones improcedentes. Resolviendo a su tiempo todos los problemas.
Merece destacarse la diligencia y cariño de nuestros amigos médicos Alberto Ruiz de Galarreta, que desde el primer momento hizo un diagnóstico preciso de la dolencia y orientó a la familia acertadamente, y María de los Angeles Badía, que con gran competencia llevó profesionalmente el tratamiento de la enfermedad desde su agravación.
Eugenio ha sido, para todos, un magnífico amigo, un ejemplo permanente de honestidad y hombría de bien, un modelo a imitar por su lealtad inalterable a los ideales siempre defendidos de fidelidad a la Religión Católica y a la Monarquía tradicional.
De él puede decirse, con él poeta, que no fue como el ave que caprichosamente vuela donde el impulso le lleva, sino como el árbol que, firmemente arraigado, muere donde nace.