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Número 241-242

Serie XXV

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El catolicismo americano

EL CATOLICISMO AMERICANO
'POR
TaoMAS MoLNAR
Se han propagado tales falsedades tanto en Estados Unidos
como en Europa sobre el catolicismo americano, que creo de
urilidad proponer aquí otra visión más real y realista.
Prescinda­
mos,

ante todo, de las estadísticas: en el país donde
reinan no
significan,

sin
=bargo, gran
cosa. El hecho, por
ej!'lllplo, de
que
haya cincuenta millones de católicos sobre una población de 240
no. significa

que constituyan una minoría dominante ni una ma­
yoría que siga la ley de las sectas protestantes todavía más nu­
merosas, la de los metodistas.
La razón de ello es que Norte­
américa ha sido en
su. origen,

permanece todavía y
será siempre
una

sociedad
protestante, con el poder de transformar la sensi­
bilidad pública de acuerdo con su modelo de religión ( como hoy
se dice, «modelo de sociedad»). El protestantismo americano tiende a su vez -sin alcanzarlo
del
todo--a

un vago «eticismo», por lo que entiendo un laicis­
mo
si!'lllpre muy

poco militante -el P. Combes sería aquí te­
nido por extravagante y marginado--, pero que impregna el
'Pefisamiento y

la actitud públicas, las instituciones, los discursos
presidenciales, se trate de Kennedy como de Reagan. Este laicis­ mo que se colora del tinte grisáceo de un protestantismo
despro­
visto de trascendencia, se manifiesta, a fin de cuentas, como una
ideología. Ideología exasperante en su aridez, en su unidimensio­
nalidad, pero que presta a Norteamérica su cohesión, su
fe en
el progreso indefinido
y en el único sistema político concebible:
la democracia. En consecuencia,
protestantismo plenamente horizontal -es-
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Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
pecie de religión cívica- y democracia se sitúan en el mismo
eje, exigiéndose mutuamente. Esto supuesto,
lo que va a sorpren­
der al lector es que
el catolicismo americano también se sitúe
en el mismo eje, ligeramente en extremo avanzado o retrasado,
pero en idéntico plano. Por lo que nadie en absoluto podrá con­
ttadecir ni aun criticar los fenómenos y las ideas basados en esta
línea recta protestantismo/democracia; en la URSS, aquel que se diga en desacuerdo con el marxismo/leninismo es citado ante el
juez y se hace condenar al goulag. En Norteamérica a nadie se
le ocurrirá que
el protestantismo/democracia sea objetable; el
desdichado que incurriera en tal pecado sería inmediatamente
tratado como un tarado; ni siquiera como· un extravagante, ya
que el exttavagante es por definición una diversi6n pública y se
ve comercializado como clown y reducido a la impotencia y a la
abundancia material.
Tal es el marco en que se afirma y prospera el catolicismo.
Se comprende, sin más, que
el precio de esta prosperidad y de
este
desarrollo estriba

en no destacar demasiado sus dimensio­
nes discrepantes con este mundo: su aspiración a la santidad, a
J.a autoridad, a la enseñanza categórica de la verdad, a la fórmula
«Roma locuta, causa finita». Creo necesaria esta breve descrip­
ción por dos razones: para trazar en sus verdaderos
tonos un
cuadro

del catolicismo americano,
y, aún más, para explicar la
mentalidad que ha prevalecido en
el Vaticano II y después de
él. Se trata simplemente de la americanizaci6n de la Iglesia, y
sólo
a causa de ella, de su protestantización. Si las críticas del
Vaticano II y del post-conciliarismo abarcan estas dos etapas,
cosas
y juicíos aparecerán mucho más claros.
Este artículo se alargaría inconvenientemente si
tratara en
él

todos los aspectos del catolicismo americano. Digo «catolicis­
mo americano»
y no «catolicismo en América» porque estoy
persuadido de que la Iglesia ha entrado, hace veinte años, en
su era «americana» (al modo como se dice «era constantiniana» l
y que, por lo mismo,
el «catolicismo more americano» se ve des­
de ahora universalmente adoptado e impuesto, hasta el
día lejano
en
qué se

modificará de nuevo. Sin embargo, tratemos de poner-
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EL CATOUCISMO AMERICANO
nos en el punto de vista del católico ameticano, considerado,
bien entendido, desde fueta, y catitativamente observado.
Pese a cuanto haya podido aprender y asimilar
en. sus

clases
y en sus lecturas, este católico que
llamaretnos X,

no ha podido
tener la tradición tan íntimamente asimilada y vivida de su het­
mano en la fe europeo ( que designaremos por Y). Este Y siente
bajo sus pies una tierra que fue ante todo romana, de un pa­
ganismo
nunca del todo extinguido y a menudo expropiado, que
fue la de las cruzadas, la del .Renacimiento y de las luchas entre
Luteto y Roma, la de todas las vicisitudes que hacen de Europa
y la Iglesia una fusión extraordinariamente compleja, a la
vez
extraordinariamente

simple. Por su parte, X no posee ni siquieta
una idea lejana de lo que sabe y siente Y; es decir, que
el cato­
licismo no es
sólo el catecismo, la misa, el cura y el papa en el
Vaticano, sino también -accidental pero poderosamente--u&
inmensa civilización (más bien varias yuxta y supetpuestas ), una
infinidad de
regúnenes bendecidos
por la Iglesia ( y no solamen­
te la democracia), monumentos culturales ( como decimos en
nuestro lenguaje de Baedeker turístico) que se encuentran por
todas
partes, desde

la antigua Cartago al desierto egipcio, desde
el Damasco de San Pablo hasta Suecia ..
Todo

esto es ignorado por
el X americano, y si por ventura
se instruye y cultiva -lo que es ya
índice de
una resolución y
tenacidad poco comunes-, llega a saberlo a partir de libros, de
viajes, de conversaciones. Pero ello no pasa jamás a su sangre.
Hay en
él, en cuanto al catolicismo, una inmetsión pertnitida
por la gracia, pero de ningún modo una inmersión
por los cinco
sentidos.
y por el sexto que yo llama.ría con precisión «sentido
de la cultura». Esto es justamente lo que le expone, atado de
manos, al protestantismo ambiental, contra
el que se ve desar­
mado, aun en los casos en que percibe su aridez, su nocividad.
No le cabe sino
dejarse empobrecer el alma, acudir, si se quiere,
tres veces por día a la iglesia, pero sin que la dimensión cultu­
ral del catolicismo acuda a la
citac El

protestantismo, especial­
mente en su versi6n -puritana, cierra todos los · orificios, · su olor
está en todas partes, y, lo que es más, presenta la oferta más
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THOMAS MOLNAR
seductora: podrás conciliar -dice a X-religión y vida normal;
nada te obliga a renunciar a
la prosperidad, a los buenos hábi­
tos de vivir que te proporcionan las satisfacciones que
la natu­
raleza requiere: familia, diversiones, hobbys, acciones caritativas,
frecuentación de clubs, escuela para tus hijos donde aprenderán
el
american way of life. El domingo pasas una hora en la igle­
sia con lo que tienes a Dios de tu parte, charlas con tus vecinos,
vuelves a almorzar, ves
1a televisión: la imagen de los pequeños
etíopes (camboyanos, bolivianos, hindúes) hambrientos te cons­ terna y das gracias a Dios por que esta tierra maravillosa te
preserva de eso. El lunes, retornas al trabajo, una especie de oración activa, ya que Dios
_ se

manifiesta también en el sistema
de mercado libre y te libra del socialismo. He dicho que es
el protestantismo quien ofrece esta argu-·
mentación

a X, que es católico, porque a nivel de ciudadano
es
el protestantismo ·quien define la ortodoxia pública. Salvo en
su iglesia, una vez por semana, casi nada deja de recordar al
católico X que no por ser americano, es al mismo tiempo, pro­
testante. Ninguna confrontación histórica seria separa las dos
confesiones; al contrario,
las ocasiones

de colaborar se multipli­
can. Mientras el luterano alemán encuentra a diario en su ca­
mino la

iglesia barroca, que es también su herencia, de modo
que las dos tradiciones, católica y reformada, se fusionan en
el
plano de la cultura nacional, el católico americano al contemplar
·su iglesia

desde su ángulo artístico no la encuentra diferente del
templo protestante de enfrente. Nada existe para arraigar su fe,
y, por lo demás, el
american way of life consiste en repetir
hasta la saciedad que hay que eliminar las diferencias: X y Z son iguales,
salvo en

lo que se refiere al cheque que aportan a
fin de mes. Igualdad por doquier: se adora al
mismo Dios

sien­
do católico, o judío, o protestante, o musulmán, o budista, taoís­
ta,
animista, o;.. agnóstico. Martilleado cada
día en
su cerebro,
X no imagina ni siquiera que se trate de un falso mensaje.
Análogamente, X_ encuentra dificultades insuperables para
concebir que se pueda pensar de otro modo que según
los ja­
lones implantados por el americano/protestantismo. Departe con
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EL CATOLICISMO AMERICANO
¡ovenes sobre política, sobre la guerra y la paz, sobre historia, mujeres,
diferencias de
razas, sobre el bien y el
mal, sobre mar­
xismo, fascismo, etc.:- las respuestas son sin excepción las ins­
piradas por el protestantismo. Cada uno se supone -hablo siem­
pre de jóvenes católicos- católioo y por lo mismo libre; pero
esta pretendida libertad está amasada por el protestantismo
am:
bien

te. El catolicismo enropeo
· le
parece claramente
inmoral, pa­
gano1 maquiavélico1 antidemocrático, elitista, etc.; en fin, extran­
jero y extraño. Estos jóvenes se muestran respetuosos con las
grandes figuras de su religión, Agustín, Francisco, los papas po­
derosos como Inocencia III y Gregario VII, pero se tiene la
impresión de que, si encontraran
en persona

a estos pensadores
y príncipes de la Iglesia, quedarían escandalizados por su trato.
Del mismo modo, el catolicismo que mejor se comunica a
estos espíritus es su versión inglesa, cuya mentalidad y supuestos
le resultan más accesibles. De Thomas Moro a Newman y al his­ toriador Christopher Dawson siguen mejor el
destino y las eje­
cutorias católicas que si se trata del catolicismo mediterráneo,
latino, con herencia pagana. No importa que el escalón sea muy
visible: ellos lo siguen en toda su
línea. Por

lo demás, encuen­
tran incluso al catolicismo inglés demasiado audaz en ocasiones;
como por una
preferencia velada

eligen a los «anglo-católicos»
que se detienen en el umbral de la iglesia con un respeto infi
0
nito, pero también con cierta discreción. Su admiración total
se dirige a dos grandes figuras anglo-católicas, Chesterton
y
C. S. Lewis, de los que puede decirse que han hecho más por
la conversión de los americanos que la propia Iglesia con su
proselitismo. Es ,también cuestión de estilo: ambos escritores
utilizan sobre todo la paradoja
y su subsiguiente desvelamiento,
especie de humor indirecto y seco, muy anglosajón en su
under­
statement
y en su manera de llegar al fondo, oblicuamente. En
cambio, el estilo lleno de matices y
de trazos vivamente marca­
dos de un Pascal se les hace
pooo menos que impenetrable.
En
el fondo, lo que ha. marcado· profundamente al catolicis­
mo americano, aparte del protestantismo en su versión puritana,
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es el catolicismo irlandés, el primero en atravesar en masa el
océano. Perseguidos en tanto
que· cat6licos,
después sobre todo
de Cromwell, y desde Eduardo I en tanto que pueblo; los ca­
tólicos irlandeses no salían de su aislamiento si no es para rela­
cionarse con
el jansenismo francés, lo que les ha otorgado un
barniz de semi-puritanos. Agrupados poco después en torno a su clero
-que les

daba la lluvia y el buen tiempo- atravesaron
el Atlántico y, siempre perseguidos ( socio-econ6micamente) por
los puritanos antipapistas de los Estados Unidos, construyeron
en torno a sí una muralla espiritual para protegerse de los
dis­
dpulos diabólicos de Lutero y de Calvino. Muy poco abierto a
los demás, el catolicismo americano-irlandés ha marcado a sus descendientes, cuyas palabras y actos son
escrutados con

lupa por
sus correligionarios del mismo origen étnico.
En su trato se per­
cibe un clima asfixiante y una ausencia de libertad que inquieta.
Basta una frase para helar la conversaci6n ante inquisidores cuya
beatería recuerda

a Tartufo. Su puritanismo sobrepasa a menudo
al de los protestantes de Nueva Inglaterra. Uno de ellos,
· pro­
fesor de filosofía, insistió días atrás en una comunicación su~
puestamente erudita en que no podía enseñarse la cultura cat6-
lica si no es con la ayuda de cursos de teología y
filosofía. Como
ya

he indicado, a
lllldie se
le ocurre allá que
la cultura es tam­
bién la de los sentidos
y las artes. No habiendo encontrado ese
cierto «paganismo» y, habiendo, en cambio, oído hablar de la
«inmoralidad» de los católicos franceses, italianos
y otros, les
pareoe recomendable encerrarse en «nuestro catolicismo ameri­
cano», bien seguro
porque es aprobado por los protestantes.
Otro profesor, de literatura éste, imparte
curso'llpredicaciones
en

los que rechaza todo lo que se ha escrito desde la
Edad Me-
. dia

como anticat6lico, obra de espíritus corrompidos. Por más
que se trate de cat6licos extremadamente piadosos, fervientes
y
celosos, son también un poco Lutero, en germen, que se escan­
dalizarían del paganismo y la «manga ancha» romanos. Casi di­
ríamos,
dispuestos a

excomulgar a Roma.
Así, cuando se habla hoy de la posibilidad de un cisma de
la Iglesia americana, no viene sólo de
lcis izquierdistas

entre el
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EL CATOUCISMO AMERICANO
clero, la jerarquía y los seglares. Procede también de ese espí­
ritu
sui generis que habita entre los católicos fieles a Roma. Bien
entendido, son incondicionales de la Iglesia romana, pero, al
mismo tiempo, su mentalidad puritana crea
---o más bien no
rechaza- el sentimiento de que la salvación viene de América,
incluida
la salvación de la Iglesia. Es preciso en este punto exe­
crar
él Concilio: antes de 1965 el celo de los católicos america­
nos, así como el de una
minoría no
despreciable
de nostálgicos
del
latín, de la belleza y la autoridad de la Iglesia, habría per­
mitido soldar una inmensa comunidad alrededor de Roma. Con
la
crisis que conocemos, el catolicismo americano se «pluralizó»
según el modelo social del país
y según el modelo de la época
que vivimos, y se diversificó en grupos antagónicos. Al no ejer-
. cerse

con plenitud
la autoridad, cada. católico se ve tentado, sea
de
desintei;/sarse de

la Iglesia, sea. de encontrar, sin más, solucio­
nes satisfactorias. En la izquierda ( término general) se sigue el
utopismo innato en América: es preciso renovar constantemente
mentalidades y estructuras, y dejarse llevar por la inspiración o
por el entusiasmo del momento. La izquierda católica se ve ya
como el germen de una nueva Iglesia universal que ha supera­ do a Roma al modo de la superación
luterana. Desde

entonces se
puede innovar la misa, la confesión, cabe introducir en el cuer­
po del catolicismo renovado todas las ridiculeces
y payasadas
americanistas, todo cuanto se inventa en una sociedad anarqui~
~ante. Es poderosa la tentación de comenzarlo todo de nuevo, en
un espíritu de vulgarización super-teilhardiana.
En la derecha no se siguen, por supuesto, estas fantasías.
Pero también ha habido conmoción.
Los americanos son misio­
neros natos. Así, encerrados en un ghetto por la Iglesia oficial
y
por la izquierda católica delirante, la derecha católica se ve re­ ducida a hablarse a sí misma. Sus relaciones con el catolicismo
europeo no se han desarrollado demasiado por las razones que
hemos visto. Mientras que la izquierda católica disfruta de una
red internacional, la derecha permanece tímida, aislada; aislada de los europeos, pero también de los sudamericanos, en el terre­
no donde la
izquierda desatada

derrocha un tesoro de imagina-
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ción y de actividad en favor de la subversión a la vez politica y
religiosa.
En tales condiciones, el catolicismo de derecha no puede sino
adoptar, de modo aún más estricto y severo, la actitud
conserc
vadora,

actitud inconcebible fuera de este país que es puritano,
rutinario, poco comunicativo, eocerrado eo
s! y

repitieodo sus
slogans auto-afirmantes. Pero es significativo que tanto la dere­
cha
como la izquierda católicas -es decir, el conjunto del ca­
tolicismo americano a partir del Concilio y de todas sus «reno­
vaciones»--nada

eo absoluto han producido eo los dominios
donde los movimientos de ideas y de revoluciones/ reacciones
crean normalmente un arte, una literatura, una música, una místi­
ca, un celo eo los trabajos de erudición, etc. He aquí el espíritu
aridecedor del puritanismo, sobre todo eo una tierra no fecundada
por la tradición.
Hay que

destacar, además, que Irlanda ha dado
sus más grandes escritores a Inglaterra: Swift, Shaw, Synge,
Yeats, y

que el catolicismo inglés, perseguido durante cuatro si­
glos, ha provocado en su seoo un Newman, un Burke, un Lord
Acton, un Evelyn Waugh, un Chr. Dawson.
Nada parecido

en
los Estados

Unidos. Por
el· contrario,
bajo la influencia del puri­
tanismo eo tierra estéril, el universo mental de los
jóvenes ca­
tólicos que

yo conozco en nada difiere del de sus colegas
pro,
testantes.

Este universo consiste en las mismas ambiciones para
los negocios y eo la politica. El catolicismo está en ellos sobre­
alíadido como un carnet de ideotidad, un pasaporte para la cir­
culación interior. En una sociedad
abierta y

gregaria,
y sin em­
bargo muy conformista con las
fórmulas puritanas,

el catolicis­
mo otorga el derecho a un pequeño muro de separación, una es­
pecie de ghetto donde sentirse «entre nosotros», pero en absolu­
to para
realizar empresas

dignas de
meoción. En

el interior de
este cuasi-ghetto y fuera de
él es el mismo way of li/e, los mis­
mos intereses, el mismo horizonte estrecho. Se trata más de un
club que de una cruzada. Uno de los pecados del Vaticano II
ha sido el haber impulsado este hastío en el catolicismo améri­
cano, tentación aún mayor en un medio -irrevocablemente 'im­
pregnado de puritanismo.
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EL CATOUCISMO AMERICANO
En el : aspecto de la vida material, la Iglesia americana es
como una fortaleza, o, diríamos, la caja fuerte de un Banco.
In­
mensas inversiones bien administradas, condiciones de impuestÓ
muy favorables, el
óbolo de
los fieles cubre compromisos abra­
cadabrantes que nadie osa criticar, menos por obediencia a la
jerarquía que por conformismo con el
way üf life americano que
inserta los donativos entre sus fórmulas. La Iglesia es así una
estructura imponente, imperio dentro del imperio, máquina bien
engrasada. De tarde en tarde se encuentra en el horizonte buro­
crático un hombre afable de trato y buen amigo, tal como el ar­
zobispo John O'Connor, de Nueva York. Monseñor O'Connor,
a quien conozco, no es en absoluto un candidato a mártir:
)?<>r
lo

demás la ideología americana está hecha para evitar la ocasión.
Pero es un excelente católico cuya ortodoxia es intachable y que
no dice ninguna de las inepcias eclesiásticas que lanzan hoy día
nuestros prelados a una con los periodistas. El modo como se opone al aborto y a los católicos que apoyan una «pluralidad de
teologías» es

valerosa, e impopular a los ojos de otros prelados
y políticos oportunistas. Por ello mismo, el debate en torno a
la cuestión del aborto deberla situarse en un plano intelectual
y espiritual. De hecho, se ha politizado inmediatamente, se ha
convertido en factor electoralista, desprovisto de toda seriedad y elevación. Sin duda se trata de la época en que vivimos, pero es
también típico del clima americano en el que es precisamente el
electoralismo la cumbre a que los problemas llamados públicos
pueden elevarse. En este caso, Monseñor O'Connor no ha sido
culpable de haber hecho afirmaciones no conformistas sino de
haber osado mezclar dos cosas rigurosamente separadas por la
santa Constitución: asuntos privados -especialmente la reli­
gión-, y asnntos públicos, esto es, la moral cívica
y social.
Porque el razonamiento es este: una ley votada (
«sí» al

aborto)
no puede set ya objeto de debate; los individuos (O'Connor en­
tre ellos) no deben hacer la
ct!tica en

público.
Esta reducción de la religión al plano privado: he
ahí el
germen del pluralismo del que sufre Norteamérica y que afecta,
. sobre

todo, a cualquier aspiración elevada. Se puede proponer
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cualquier cosa, la. santidad o el incesto; no se tiene derecho a ha­
cer una distinción entre una y otra proposición. Es la ley quien
debe decidir, y la decisión de los tribunales o del
Congreso no
puede

ser rebatida más que por nuevos cauces legales. Esto es lo
que aniquila la vida intelectual, artística, espiritual, lo que desa­
nima el espíritu creador ya desde el subconsciente. V ale más no
aventurarse demasiado lejos de un camino jalonado por cláusulas
constitucionales. Católico: vale más hacer de tu fe una cosa pri­
vada, para uso interno; proclamarla a los vientos es contrario
a la
mecánica

por la que funciona esta sociedad cuidadosa sólo de
una rutina que garantiza el bienestar y los derechos humanos.
Es esta mentalidad la que absorbe
el católico americano desde
su nacimiento,
y el resto de su vida no hará sino entrañar aún
más los mandamientos de la sociedad. No es extraño que acabe
por reconocerlos tan vál.idos como los Diez
Mandamientos.
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