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Número 245-246

Serie XXV

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Gonzalo Fernández de la Mora: La envidia igualitaria

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surgimiento del «pathos moral de los clásicos dramas · de occi­
dente, o el mal eternamente igual a sí mismo». Síntoma de salud
vital frente al cual aparece ocmo ilusoria
la utopía contempo­
ránea del progreso ilimitado. Componente
éste de inspitación
apocalíptica con viejas
raíces en

el arte
hispano, como
fruto de
«una singular confluencia gótico-expresionista-barroca, entre la
influencia nórdica flamenca y
la sureña plateresca», que ha per­
vivido hasta hoy a través de Goya, con cuya obra tiene
la de
Picasso relaciones innegables. «En esto
la actitud ded Picasso
~scribe Matrero-,-se asemeja mucho a la de Goya, aunque
su arte tenga otras características: moviliza el reino de los ins­
tintos
y de las pesadillas en ,función del más crudo realismo, que
si tiene mucho de un mundo desacralizado, también .tiene bas­
tante de
infierno inmanente

a ese mismo mundo.
Ambos pin­
tores tienden a revelarse como genios con pretensiones absolu­
tas en un tipo de arte con querencias tan extremadas o paroxísti­
cas
que basta parecen autónomas, pero no consiguen desatarse
del ser». Un Picasso que, a pesar de· sí mismo, afirma que las
cosas son y seguirán siendo aunque el hombre se haya empeña­
do destruitlas: esa es, sin duda, la-faceta simpática de sus mons-
truos. ·
J\m>ru!s GA~BRA.
Gonzalo Femández de la Mora: LA ENVIDIA
IGUALITARIA
(*)
Miemb;o de la Real Academia espaiíola de Ciencias Morales y
Políticas, antiguo director de la Escuela Diplomática, fundador
y redactor jefe
de una

de las más prestigiosas revistas
teóricas
europeas -Razón Española~, autor prolífico de numerosos
libros y artículos, Gonzalo Fernáodez de la Mora acaba de pu­
blicar
La envidia igualitaria, uno de los mejores ensayos de pen­
samiento político conservador de los dos últimos decenios. El
análisis en
profundidad del problema de la. envidia iguali­
taria

remite;
como señala

el autor, al problema. esencial del
origen del mal. Hace casi siglo
y medio, el gran teórico español
de
la contra-revohición, Donoso Cortés, cuya obra ha influido
(*) E págs. 1.094-1098,
ha publicado ya. una reseña de

este
importante libro de
nuestro amigo Gonzalo Fernández de la Mora, creernos de interés dar a
conocer a nuestros lectores la que sigue, aparecida en _francés en La Pensée
Catholique, núm. 219, diciembre de 1985. • ·
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sobre muchos politólogos europeos, escribía en una fórmula ra­
clical
y, sugestiva: «toda gran cuestión política supone y envuelve
una gran cuestión teológica». La naturaleza humana,
,¿es perver­
sa,

buena o simplemente caída?
Este problema
fundamental no
ha cesado de rondar o de obsesionar . a los filósofos, tanto en
oriente como en occidente, tanto ayer como hoy. Ya en
el si­
glo
IV antes de Cristo, Mencius, defensor de la tesis idealista,
polemizaba con

su contradictor Hsün: para el uno,
«la natura­
leza

humana tiende hacia el bien como el agua corre hacia abajo»;
para el otro, «la naturaleza humana es el
mah, «el

hombre nace
con la envidia y el odio» y
.el arte

de una vida
feliz consiste en"
dominar las pasiones innatas. Debate eterno del que los especia­
listas de las
ciencias sociales
se hacen hoy eco, aunque reactua­
lizando los datos a menudo inconscientemente.
Antes de afirmar que
la envidia es un sentimiento de todo
tiempo y

lugar, Gonzalo Fernández de la Mora procede a un
erudito estudio a través de
la .historia

y de la obra de unos
sesenta autores, lo que constituye
la primera ·parte de la obra.
De
él resulta un amplio consenso sobre dos puntos: «la conclición
envidiosa de
la naturaleza humaría y la radical malignidad de
este sentimiento». Ante
el carácter· llamativamente ·restringido
de
la literatura sobre una tendencia tan universal y negativa,
el autor concluye que «la humanidad· ha reaccionado ante la en­
vida con mucha
mayor ignorancia y ocultaci.ón que antes el sexo».
Pero, ¿qué es
la enviclia? Gonzalo Femández de la Mora la
define como un malestar que se siente ante una felicidad· ajena,
superior, deseada, inaccesible y no asimilada. El hombre no se
conoce· sino por comparación con los otros hombres; no se forja
una idea de sí más que en relación con otros.
De lo que resulta
forzosamente que
en· múltiples

aspectos se siente inferior a mu­
chos. De aquí una envidia potencial que se convierte en
.efectiva
·cuando él
sujeto

es incapaz de superar su inferioridad o de
asimilarla. «El
qU{Jntum de inferioridad impotente, inasimilable,
que en ciertas personas es mínimo~ marginal y fugaz1 y en otras
inmenso, central y permanente, es la verdadera rázón de que la
envidia sea un fenómeno universal». En cuanto a la oscura re­
lación
psicológica entre· 1a envidia

y
)a igualdad,
el autor nos la
desvela en
dos. frases

lapidarias: «La igualdad es la promesa pa­
raclisíaca para los envicliosos, el remedio definitivo». «El iguali­
tarisino es
el opio de los envidiosos' y los demagogos son los
incitadores interesados de su consumición masiva». Sin miedo a
exagerar el trazo, añade: .«la envidia se ha convertido en el fac­
tor decisivo de las confrontaciones
políticás contemporáneas,
con
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raras excepciones como la de los Estados Unidos de América
donde

la emulación ha prevalecido sobre la envidia. Si se pres­
cinde del seotimieoto de eovidia, la historia
. resultaría

inexpli­
cable desde la Revolución de 1789 y, sobre todo, desde el Ma­
nifiesto comunista
de
1848».
Tras

un estudio sistemático de la envidia desde el doble
punto de vista histórico-literario y teórico, Gonzalo Fernández de
la Mora consagra la tercera parte de su obra a una brillante
defensa de
la desigualdad creadora. Estas páginas, claras,· den­
sas y ricas eo ideas a meoudo originales, son, a nuestro juicio,
las mejores. Contieoen una crítica rigurosa e implacable de la idea igualitaria. No pudieodo resumir aquí el contenido -el
espíritu sintético

del autor
harfa el
empeño difícil y aveotura­
do-, nos

haremos eco solamente de algunos aspectos más sig­
nificativos.
Una sociedad no puede ser
ni absoluta y purameote jerárqui­
ca,
ni absoluta o puramente igualitaria. Por su naturaleza mis­
ma,

toda sociedad implica difereocias, desemejanzas y comporta
inevitablemeote relaciones igualitarias y relaciones jerárquicas eo
proporciones variables según
épocas y

lugares. Los hombres son,
en efecto, desiguales, no sólo
por sus

diferencias biológicas, físi­
cas e intelectuales, sino también a causa de
las necesidades

cons­
titutivas de la sociedad. No todo el mundo es
apto para

cual­
quier cosa, pero además con aptitudes iguales se
da· una dife­
rencia en la competencia de cada uno según su esfuerzo por
adquirir el saber y la experiencia indispensables.
. El

meosaje revolucionario de Rousseau y de
Marx, mitificado
y elevado al rango de dogma, es falso o infecundo. «En realidad
-afirma Gonzalo Fernández de la Mora- la verdad es lo con­ trario: la naturaleza, que es jerárquica, éngendra a todos los hom­
bres desiguales, y la
socied.ad que

es homogeneizadora. trata de
hacerlos similares y de
guillotinar sus

particularidades individua­
les». El autor invierte alegremente algunos de los tabús del
pensamieoto progresista, el de los ideólogos que creen encon­ trar en la pol!tica y la economía una verdad universal: ¿La
igualdad ante la ley? ¡Una ficción! Para que
existiera sería ne­
cesario

que sólo hubiera normas generales, universales e inmu­
tables.
¿La igualdad

pol!tica? Muy limitada como derecho
y
posibilidad de dar y de rect"bir el poder, no existe en absoluto
eo
el aspecto de 'la condición real de Jos ciudadanos. ¿El con­
sensus mayoritario? Ya decía Pascal crudameote: «¿Por qué se
sigue a la mayoría? ¿Porque tiene
más razón?
No, porque posee
más fuerza».

¿La igualdad
de oportunidades?
Su
aplicación pro-
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longada y sistemática conduce a una sociedad jerárquica y me­
ritocrática incompatible
con la igualdad de los
salarios. ¿Laigual­
dad económica. En la .medida en que acarrea una discriminación
de

oportunidades es incompatible con la igualdad ante la
ley y
en contradicción con la igualdad
política entendida

como un voto
igual a otro y
sólo~ll,11 .voto por cada ciudadan<:>.
En

definitiva,
escribe 'Gollzalo Fernández de

la Mora, «la
igualdad no existe, y todo el problema político se reduce a re­
glamentar las desigualdades. sin dificultar el impulso de autorrea­
lización que es lo más noble del hombre y el motor de la his­
toria». El
igualifarismo es,

más que un sueño utópico, una pe­
sadilla imposible. «Sólo se puede satisfacer la envidia igualitaria
de un modo transitorio y
localiz,¡do a

costa
· de la. involución
cultural y económica». Dos aforismos ponen
· final

a la obra y
resumen el
pensamiento del

autor: «La envidia igualitaria de­
letérea dicta
páginas oscuras

de la historia, en tanto que
la. emu­
lación jerárquica creadora escribe. en ella sus
· páginas . de

esplen­
dor». En fin, «la igualdad conlleva siempre el despotismo, y la
desigualdad es
el fruto de la. libertad».
Uno de los grandes méritos
de «La envidia igualitaria» es
el de estimular al hilo de sus páginas · las reflexiones y comen­
tarios .del lector. Nos limitaremos, por nuestra parte, a formular algunas observaciones e
interrqgantes que

no afectan
· ,u valor
intrínseco de la
abra.
Puede,

ante todo, ·parecer
lamentable al

historiador de las
ideas que el autor no
han juzgado útil

el apoyar más expresa­
mente su análisis en los trabajos de filósofos modernos o
con,
tem]?Oráoeos
que

han abordado ya
.el problema

de la· pasión
igualitaria, ni citado los .grandes escritores contrarrevolucinatios,
conservadores-revolucionarios, liberales-elitistas y ·maquiavélicos.
Especialmente: Burke, Tocqueville, Carlyle, Spengler, Ortega
Gasset, y, sobre todo, Nicolás Berdiaev, uno de los pensadores
más incisivos de nuestra
época, cuya

obra clásica «La filosofía
·
de la desigualdad» ha sido objeto de excelentes comentarios y
desa,trollos por parte del

eslavólogo Mar.o Markovic (París,
N. E. L., 1978). Es lástima igualmente que el autor no se
haya interesado
por

la alternativa propuesta por
la Nueva Derecha europea: mo­
noteísmo o politeíSmo, universalis"mo o· nOtninalismo, esencialis­
mO' o.existencialismo, identidad o diferencia. Es sabido, en efecto,
que
de diez· años a esta parte el igualitarismo es el blanco prin­
cipal de la Nueva Derecha europea
y de sus principales repre­
sentantes: A. de
Benofat, G.

Faye,
J. Freund, A. Mohler,
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L. Rougier, etc. Brillante sintetizador de ideas, el redactor-jefe
de «Nouvelle Ecole», Alain de Benoist,
lo e,q,lica: «Nuestra ci­
vilización muere hoy de un igualitarismo que parece triunfar por doquier. El ciclo igualitario toca así a su objerivo. Según el pro­ceso clásico de desarrollo y de degradación de los ciclos,
el tema
igualitaria
ha pasado en nuestra ··cultura del estadio del mito
(igualdad ante Dios) al estadio de la ideología (igualdad ante los
hombres)
.y, más tarde, al estadio de pretensión científica (afir­
mrtción del hecho igualitario); en resumen: del cristianismo a
la democracia, y de ésta al secularismo o al marxismo. El gran
reproclie que

puede hacerse al
crisrianismo es el de haber inau­
gurado este

ciclo igualitario introduciendo en el pensamiento
europeo.· una antropología revolucionaria de carácter
univers:dista
y totalitario ... ». «Es preciso ser nominalista porque la esencia,
universal por definición, es
también y por lo mismo identitaria,
virtualmente totalitaria». Este proceso de igualitarismo hubiera merecido ser menciona-
. do tanto más cuanto que la visión del mundo en que se arraiga ha sido también objeto de una crítica no menos radical
de parte
de

los filósofos esencialistas. En efecto, en los más prestigiosos
representantes de la derecha tradicional generalmente cristiana
-en especial

Vintila Horia,
Tomás Molnar,
Vallet de Goytiso­
lo, G. Volpe o los profesores de la Sorbona C.
Palio y C. Rous­
seau-, la referencia a la esencia es, al contrario, intrínsecamente
anti-igualitaria. Establecer la esencia del hombre es proponer un
modelo perfecto
del hombre con el que cada uno puede com­
pararse individualmente. Pero
nada en

la esencia implica su ne­
cesaria
. actualización. «Desde que

la noción del hombre no se
refiere-a ninguna esencia --escribe Rousseau---, no existe razón
alguna para que los individuos .. no sean entre sí radicalmente
equivalentes. Dejando de verse contrastados por su grado de
participación en una
naturaleza que les ha, en hipótesis, aban-·
donado, no. podrán concebirse· unos
frente a

otros más que como
iguales: entre singularidades absolutas, inconmesurables por de­
finición, ¿no será esa la única relación que permanezca?». Aun más, si la mayoría de los filósofos contemporáneos
rehúsan adop­
tar Ia--nociiSn .dé esencia

es «porque contradice
el principio
iguali­
tario», como lo vieron bien Rousseau, Marx y sus discípulos
actuales tal

como el «politeísta de izquierda» D. L. Miller.
(Cf.
«The new Polytheism», Hatper and

Row, 1974.). En cuanto
al Estado totalitario, Molnar señala que es ante todo un Estado
pagano en
el que la religión coincide con· el civismo.
De este debate teórico, que
algunos juzgarán
un tanto in-
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telectualista, Gonzalo Femández de la Mora se hace, a pesar. de
todo,
un eco implícito en su
i ensayo. Parece incluso participar
de
los supuestos

de
la Nueva ]¡)erecha cuando afirma: «La igual­
dad
entre los hombres. es una
vieja ilusión..
. Sus tres momentos
decisivos son el cristianismo,
· que

corresponden al
igualitariimo religioso, poli):ico y
económi­
co». Pero su pensamiento permanece ambiguo en este punto.
Lejos
de extraer las últimas consecuencias de su afirmación, de­
muestra al contrario, unas páginas después, el carácter aristro­ crático de
la doctrina de la gracia en toda la enseñanza cristiana.
«El cristianismo supone una igualdad de
llamamiento y
no una
igualdad de resultados» -escribe. «La Posición'
inigualitaria del
catolicismo

no es, en definitiva, diferente de la adoptada por las
otras grandes religiones: si el
alma es libre

e inmortal y si existe
un orden moral y un Dios justo, conviene que haya una corres­
pondencia entre la conducta en el mundo y el grado de felicidad
eterna». (Existe diversidad de dones espirituales -dice
el após­
tol PablC>--'-.
«A cada

uno le es dada la manifestación del espíritu
en orden al bien común ... ». «Todo esto; es el mismo y único
espíritu quien

lo opera, distribuyendo sus dones a cada uno
como quiere» (1 Co 12). Según el Concilio de Florencia, algu­
nos elegidos contemplan
a Dios

con mayor perfección que otros
en función de sus méritos. De
1o que resulta que para el cre­
yente que acepta estas disparidades inconmensurables,
«las. des­
igualdades

del
mun_do le aparecen como futilidad despreciable».
Sin embargo, dado que la controversia sobre los
orígenes del
pensamiento

igualitario ha movilizado· recientemente. a buen nús
mero
de pensadores politiéos europeos, hubiera sido en nuestra
opinión útil y deseable
--11unque s.ólo fuera·

por razones didác­
ticas e históricas- que
Gomalo Femández

de
la Mora recordase
este
acontecimiento cultural· y diera cuenta de los principales
trabajos que,
de una y otra parte, han contribuido a renovar
el debate, como por ejemplo,
«Las idées a l'endroit» de Benoist
(París, Hallier,

1979), o «Les illusions
de.J'Occident» de
Polin
y Rousseau (París, Albin Michel, 1981).
Es de lamentar, en fin, que
Gomalo Femández

de
la Mora
no

haya distinguido suficientemente el anti-igualitarismo de idea.
del anti-igualitarismo de interés, recordando que la aristocracia
del
espíritu se

caracteriza ante todo por
el equilibrio entre los
derechos que

se artibuye y los deberes que se impone. Sin
duda;'
tiene

razón al
afirmar. que

«la envidia igualitaria es
el senti­
miento social reaccionario por excelencia», pero no es menos
cierto que el «egoísmo elitista» es un sentimiento social igual-
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mente reaccionario. (¿no es, entre otras cosas, ampliamente res­
ponsable del dramático colapso demográfico de Europa?).
Cabe
admitir con él que el ideal igualitario no es en ábosoluto atrac­
tivó ·cuando
se

traduce en proposiciones concretas. Pero habrá
que
.preguntarse si

no es perfectamente inteligible, incluso se­
ductor, cuando expresa una protesta contra un poder injusto o
contra privilegios cristalizados. Se convendrá, en fin, que el fon­ do del problema de política
soóal no

estriba en la
situaóón
económica
de

los gobernados, sino en la
calificaóón que
merez­
can las clases dominantes y en ascenso. Calificación· política,
pero
también · y

sobre
todo moral,
porque «el espíritu por sí mismo
no ennoblece». Dicho esto, cabe preguntarse si la
importanóa
de

la dimensión propiamente religiosa del problema
-espeóal­
mente

la necesidad
. de
un código de valores
trascendentes--no
es
más_ fundamental

que lo que deja entrever
Gonzalo Femán­
dez

de
1a Mora a partir de criterios estrictamente racionalistas
y positivos.· Como lo ha visto con justeza. uno de los más gran­
des

historiadores franceses, el profesor P. Chaunu:
« Un acon­
tecimiento

colosal se
ha producido
en la historia de la humani­
dad:· una

civilización se hace atea ...
». «Estamos -- ocasión de vivir el
final de la convicción más antigua de la hu­
manidad, a saber, que existe algo después de la muerte, y que,
por ello mismo, la vida posee un sentido». Así, y precisamente,
por volver al tema que nos preocupa, toda
la cuestión estriba
en· saber

si, en
la medida ·en que es un esfuerzo por encontrar
el modelo del .hombre en el hombre mismo, el pensamiento igualitario no está necesariamente impregnado de materialismo
y de ateísmo.
Estas
óbservaciones--más de

matices que de divergencias­
no nos impiden recomendar
_a los

hispanistas la lectura del en­
sayo magistral de
Gonzalo Femández

de la Mora ni de desear
que una
traducci6n de «La· envidia

igualitaria» proporcione pron­
to al autor todo el amplio público que merece.
ARNAUD IMATZ.
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