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Número 247-248

Serie XXV

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El cambio de la Patria

EL CAMBIO DE LA PATRIA
POR
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA
Hay palabras que se hacen mito. Pietden su vetdadet0 sig­
nificado para

convertirse
en bandeta. Á · la que se sigue y hastá
por la que se muel.'!!, O en arma ·a¡,rojadiza> de desprecio y vitu0
·
perio. Rafael Gambra, en. su precioso libro El lengua¡e y los
mitos nos habla de una serie de ellas: apettura, reacción, pro­
greso, base, compromiso, inmovilismo, nostalgia... y cambio.
«El término cambio, escribe, en su aplicación humana e his­
tórica tuvo en otro tiempo resonancias peyorativas. Puesto que
cambias,
yerras. Las antiguas morales cifraban el ideal del sabio
en la quietud o impetturbabilidad del ánimo, que lo aoercaba
a
la serenidad de los dioses. Tal era, especialmente, el objetivo
de la moral estoica. Hasta época no muy lejana se
empleaba el
calificativo quieto (dócil), como elogio o recomendación moral
de una petsona:
es mozo quieto y traba¡ador.
»Por influencia del evolucionismo dialéctico· de Hegel-Marx
la

palabra ha adquirido un sentido prestigioso
y hasta metafí-·
sico.

Revistas, periódicos
y movimientos se titulan cambio como
la expresión de un ideal luminoso, petmanente y absoluto.
Por
el cambio,
puede ser el slogan de una campafia electoral. El má­
ximo elogio de un político o de un periódico es
el de ser ---o
haber sido--motor de/ cambio».
Eri esta sociedad sin valores ni creencias, el cambio es bueno
por
el hecho de cambiar. No se considera si la situación es buená
o mala en sí. Si se cambia a mejor o a
peor. Hay
que cambiar
porque eso es lo que se lleva, porque cualquier tiempo pasado
fue peor, porque
el futuro és progreso y el ayer, inmovilismo.
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO&A
Y en este siglo que no piensa -¡qué diría, de vivir hoy,
León Daudet, que llamó a su inmediato pasado «el imbécil si­
glo XIX»!- no se cae en la cuenta que esta civilización del cam­
bio, que esta dialéctica del cambio es la más estéril,
la más
ttágica de cuantas ·podían caer sobre la humanidad. Parece como si una nueva maldición bíblica, peor que la de Babel, hubiera
alcanzado a estos hombres que una
vez más

han querido ser
como dioses.
.
Porque

el cambio
por el

cambio implica que nada es bueno,
que luchamos por nada, que lo que hoy nos afana o ilusiona
mafíana habrá

que tirarlo por viejo y anticuado. Que nada es
firme y permanente como

Dios. Y
ahí. puede estar la verdadera
razón de

esta revolución del cambio que adquiriría de este modo
caracteres · satá:hlcOS. Pero hoy no· existe un Donoso que, eón su
mirada de águila, atisbe realidades y peligros y que, con su pa­
labra de fuego, fustigue
actitudes y sefiale caminos
de
esperanza.
Así

que, cambiemos todo. Todo es malo. La religión tiene
que cambiar. Lo dicen Küng, Schilebeecks o Boff. Y Juan Pa­
blo II · es un obstáculo polaco a batir por inmovilista.
Las cos­
tumbres,· sedimento

de los siglos, tienen que cambiar. ¿Por
qué
,:,o
han de casarse los hombres con los hombres y las mujeres
()011 las mujeres? ¿Por qué hemos de ir vestidos? ¿Por qué no
podemos matar

a nuestros propios hijos? ¿Por qué hemos de
respetar, o amar, o creer? Nada es sólido, nada merece la pena,
Dios ya no existe.
Y en esta perspectiva,
· ¡claro

que hay que cambiar a Espa­
ña! La.
Espafia :iaragatera y ttiste,

esa España que ha de helar
el corazón al españolito que viene al mundo ... Sin embargo ...
Voy a hablaros de. España. Con unción religiosa. Como debe
ttatarse
a las

.cosas sagradas. Porque nuestta
patria es
obra de
Dios. Sí, todo es obra de Dios. No se cae un. pelo
de nuestra
cabeza sin

El permitirlo.
Pero existe

un orden normal de la
Providencia
y el

especial. El milagro. Y España es un
milagro
de

Dios preparado con especial amor, con especial cuidado, con
un cariño verdaderamente paternal.
No os hablo -me entendéis
perfectament~ con precisio- .
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EL CAMBIO DE ;LA PATRIA
nes teológicas. Aunque no se si hoy día existen las precisiones
teológicas. Todo hace suponer que
llo. Recuerdo oit a Eugenio
Vegas contar
cómo un

día
Ramiro de

Maeztu,
el gran don. Ramiro
de. Maeztu, . explicaba

que en el cielo había un lugar especial
reservado para

España. Y
Víct()r Pradera . - ñoles

asesinados por los que querían cambiar a
España~, le
replicó:
-
no diga usted barbaridades.
La exactitud estaría con Pradera pero parecía que Dios daba
la razón a don Ramiro.
En los umbrales de la historia nuestra patria era un. mosaico
de
pueblos insolidarios y autónomos. Presa codiciada de extran­
jeros que no buscaban otra cosa que expoliar nuestras riquezas.
Los españoles eran duros, nobles y· bravos. Preferían la muerte
a
la esclavitud. Y Sagunto y Numancia son paradigmas de la
raza.
A esas tribus, hostiles entre sí, Roma las unció al carro de
la modernidad
- lúerro y perspectiva lústórica genial. Y
España conoció .la uni,
dad

aunque fuera en
el sometimiento a· la República,· primero,
y al Imperio más tarde. Sometimiento que se hizo con sangre
y
desgarramiento.
Numancia, Viriato,
la resisJencia del

noroeste
peninsular... pero que, una vez logrado, Se
tllilllifestó fértil

en
consecuencias excelentes.
España había cambiado, Fue el paso de la tribu a la civili­
zación. Y,

dentro de ella, dimos
.a Roma
emperadores: Trajano,
Adriano, Teodosio; filósofos, poetas y, ciertamente, riquezas.
Pero
el gran cambio de España, el cambio esencial y trascen­
dental
que condicionaría por siglos a nuestro pueblo y a nues­
tra: patria -y ya van. veinte-, se estaba-gestando como uná
primavera sin que nada; en la· romanidad del Alto Imperio, hi­
ciera suponer el acontecimento.
El dedo de Dios -¿os fijais en que la Providencia comenzó
a

fijarse en España desde el nacimiento mismo de
la Iglesia?-,
señaló nuestra patria al discípulo fogoso e intrépido. Y el
lújo
del

Trueno atravesó el Imperio para predicar.
la buena nueva
a
los lúspános.
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEi; DE LA CJGOflA
La tradici6n nos dice que fue recibido con indiferencia y tal
vez con hostilidad. Desanimado se hallaba
,-¡él que· parecía no
conocer el .desaliento!- cuando María, en carne mortal, vino
a consolarle a Zaragoza y a abrirle el corazón de un pueblo que
sería la

naci6n cat6lica por
excelencia. La
fe de España arranca
de un milagro especialísimo. Es como si Dios amara a España
con una predilecci6n singular.
Santiago •. , y

María.
¿Es· que
podía darnos más? Pablo, los varones apost6licos y una cosecha inmensa de al­
mas cat6licas
gran6 en

todos los pueblos
de España desde el
Mare nostrum al Finisterrae.
Roma habla convertido a arévacos y vectones, ilergetas y
turdetanos, vascones,

celtas y vacceos en españoles. La Virgen
los hizo cat6licos. ¡Y de qué
manera!
Porque

la gesta de los innumerables mártires de Zaragoza,
de
Vicente, Sabina

y Cristeta, del otro Vicente, de
las dos Eul.a­
lias,
de

Tecla, de Justo y Pastor,
del legionario
Marcelo, su
mujer y sus hijos, de Emeterio y Celedonio, de Acisclo y de
Vlctor, de Leocadia,
del obispo Fructuoso y

sus compañeros,
del obispo

Cecilio, de Engracia y sus dieciocho compañeros, de
Torcuato, Tesifonte, Segundo Indalecio, Esiquio y Eufrasia, de
Ciriaco y ·Paula, de

Justa y Rufina, de Servando y Germán, de
Narciso, de Severo ... no
fue, un

holocausto insolidario y
aut6-
nomo

sino una profesi6n de fe colecriva.
El bautismo les había
hermanado y, cantando fos mismos
himnos

y
esperando en
la misma resurrecci6n, caminaban jubi­
losos al encuentro del Señor Desde entonces, el abrazo de España con la religi6n de Cristo
fue ya indisoluble. Ya no hubo cambios: Porque los que se in­
tentaron, fallidos siempre, como ha de fallar
el que

hoy se pre­
tende, con mil pretextos
tenlan siempre

un fin
directo: separar
a

España de Dios. Y ni Dios ni los españoles lo
pettnitleron.
Estos,
con

su
sangre. Y
Dios, cuando hizo falta, con milagros.
Los emperadores
romanos quisieron

abogar de
ralz la semilla
que

la Virgen plantara. Y quiero haceros notar un hecho que
encierra
mil' enseñanzas. Fijaros en que la persecuci6n romana
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EL CAMBIO DE LA PATRIA
en nuestra patria es el martu:10 de los niños. Es como si los
niños españoles hubieran atendido,
más que los de ninguna otta
patria, las

palabras
de Jesús: Dejad que los niños se acer­
quen a mí.
Y a El fueron, sobre el dolor y sobre la muerte. Pensad en
sus

carnes tiernas quemadas
y desgarradas. Y pensad en los niños,
en vuestros niños, vuestros hijos, vuestros nietos... ¡Cómo lloran
ante cualquier caída, ante el más mínimo rasguño!
Aquéllos, no. Arrostraban a las autoridades romanas y mar­
chaban cantando
· hacia la muerte porque su Dios, nuestro Dios,
había dicho que quería que
· los
niños se acercasen a El, que
de
ellos era el Reino áe los Cielos, que quien escandalizare a al­
guno de sus pequeñuelos, más la valdría -y habría que gritárselo
a los responsables de nuestra· televisión-, que antes se hubiera
atado al cuello una piedra de molino y se hubiera arrojado al mar.
El
martirio de

los niños. Es una
de. las
páginas más bellas
de la historia del catolicismo. Y, prestad atención. Las historias
de los santos las firman siempre dos personas. Menos en los
santos niños.
Allf hay

muchas más
firmas,
Dos

personas. Dios y el santo. Soy Teresa de Jesús. Y
yo,
Jesús de Teresa. Y entre los dos ésa historia admirable que si no
estuviera tan documentada parecería increíble. La contemplación
hasta
cimas iomarcesibles.·

La acción que hizo de su vida una
novela de aventutas apasionante. ¡Qué monja! ¡Qué Dios!
Una elemental psicología nos dice que el niño es otra cosa.
El niño imita. El niño admira. Por eso, la santidad de los niños
mártires está firmada

por Dios, por el niño y también, en toda
verdad y en todo merecimiento, por sus padres, por sus
fami­
liares, por sus .maestros, por · sus sacerdotes, por'' su· obispo ...
Aquellos obispos que morían eón sus hijos, que vivían con
sus hijos, amándoles y
enseñándoles a
amar a Cristo. Y a los
que verdaderamente les eran aplicables las palabtas divinas. Si
un hijo pide
pan, ¿qué padre le ·dará una piedra?
Los que estamos ya sio dientes, no de
las piedtas
sino hasta
de los adoquines que nos
. han

dado nuestros pastores cuando les
pedíamos el

pan
de· la fe, tenemos que mirar con nostalgia aque-
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FRANCISCO /OSE FERNA.NDEZ DE LA CIGONA
!los tiempos que no fueron una excepción en España --:-la ex­
cepción
spn los Opp,¡s y los T'\];ancqnes, los Grardas y los Ga­
l,inos----:---, en los que se alumbraba un ca;olicismo heroico y mi­
litante contta el que er;.,, inótilés todos los intentos de cambio,
pues se _estaba .di~puesto ·.a morir ant~s . que t~unciar a amores
y fidelidades entrañables, . _
Y

quiero que consideréis, al lado del heroísmo de los mát­
tires, otro aspecto de
aquellos dias

germinales· de nuestra_ fe. La
piedad cristiana de aquellas gentes. ¡Cómo recogían los restos
· de

los mártires y
los_ veneraban · como de

testigos
_ fidelísimos
de
Cristo! ¡Qué

unción ante las reliquias que tránsmiúan de ge­
neración en generación
... co~o el ll'l:ás-preciad.o tesoro1 ¡Cómo.
recibían

en sus comunidades
de_ catacumba

al confesor que
habla
sobrevivido,

muchas veces con
,el cuerpo desgarrado por el tor­
mento, la cruda persecución! ¡Cómo le abrazaban los ancianos,
cómo inflamaba a los jóvenes, qué ilusiones de santidad y de
martirio despertaba en la clara mir.ada de los niños!
.
Hoy,

los mártires, estorban incluso a los obispos. Nuestto
catolicismo es tan
flaco que más parece una costumbre rutinaria
que una vivencia
"fuertemente, Se(ltida. Y,

a lo peor, ese cam­
bio ·

que no queremos para nuestta España se ha producido en
nuestros corazones.
Después de la persecución, vino el ttiunfo. Y el signo de la
contradicción y de -la muerte pasó a ser d de la victoria. Pero
no
. se

tardó en volver a intentar
cambiar a

España._
En_ esta
oca­
sión fue
la herejía. El pueblo' godo profesaba la fe arriana y la
quiso imponer a los españoles. Una vez más la
sangre, esta vez
la de un príncipe, se ofreció en defensa de la fe ~atólica. Y Dios
siguió amando a
España de _un modo muy

especial. Hasta tal
punto que

el año 589 tocó
el . corazón del rey, hermano del
prfncipe mártir, y
el de. todo su pueblo que renunciaron el error
arriano

y profesaron el
catolicismo.
Hasta

entonces habían· sido
católicos .los españoles,

ciuda­
danos del Imperio o hispanorromanos sometidos al godo. A
partir de esa fecha fue católica España. En esta década· se cum­ plirá el mil cuaÍrocientos aniversario de
la fusión entrallable de
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EL CAMBIO DE LA PATRIA
una patria con una religión. Y, por primera vez .en la historia,
esa patria no es oficialmente
cat6lica .. Lo

fueron aquellos peque
0
nos núcleos de resistencia. ·que· en las montañas norteñas resis­
tian la invasión musulmana, Lo fueron los reineis de Castilla y
León, de Aragón, Cataluña y Navarra. Y, por excelencia, la Es­
paña de los Reyes Católicos y de la Casa de Austria. Y también,
aun con el regalismo de 1789 y el liberalismo de 1889, la
Es-·
paña

de
la Casa de Borbón.
Hoy ya no. La
España que
en 1989 conmemorará la conver­
sión del III Concilio de Toledo y tres años después el Descubri­
miento de América, es un Estado laico, con-·una Constltuci6n
que desconoce a Dios y a sus mandatos, en la que el divorcio
atenta contra la familia y el sacramento del matrimonio, el aborto
contra la vida de los más desvalidos, la LODE contra el
· dere­
cho

de los padres y de la Iglesia a la
enseñanza. La
España en
la que desde sus teatros y sus cines se· hace burla de Dios y de
María. La

España de la droga, la pornografía y la inseguridad.
¡Qué sensación de incomodidad ha de sentirse por las auto­
ridades en 1989 cuando de algún modo se conmemore el
IU
Concilio

toledano! Civiles y religiosas. ¡Si eso ya no se lleva ... !
¡Si España es otra
ccisa ...

! ¡Si la hemos cambiado ...
! Pero pu­
diera. ser que
la hubieran cambiado· tanto que lo que ha quedado
ya no fuera España.
Volvamos al hilo de
la fortnación de esta patria que deja­
mos bautizada en Toledo. Otro cambio se intentó con ella poco
más de cien años después. Se pretendió islamizar a España.
Y,­
cuando

ya
parecía conseguido, un· nuevo milagro del cielo y otra
vez por medio de
María. En
los riscos de Asturias la Santina
nos dio
la victoria sobre el moro. Y, una vez más, se frustró el.
intento

de cambiar a España.
A partir de entonces, paso a paso, muerto a muerto, siglo
a siglo, la España católica reconquistó para Cristo
·¡a tierras
sojuzgadas.
Los

mártires y los héroes
regaron de
nuevo con su sangre
las tierras españolas. Que se llenaron de iglesias y
·de vírgenes
y de santos.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Sandago Matamoros cabalgó al lado de los reyes de la Re­
conquista con la espada en la mano en brioso· corcel.
_
Y

España se fue haciendo, paso a paso, muerto a muerto,
siglo
a siglo,

hasta ver coronada su gesta en una monarquía que
coronaba la cruz. Los reyes
de España fueron los reyes católi­
cos por antonomasia. Novecientos años. después de Recaredo,
España, toda España, era de nuevo católica. Dios la había for­
jado en el combate, y. en la adversidad,
y en la victoria.
Aquella reina gentil, que soñaba almas para el cielo fue ins­
trumento de la Providencia en la más grande ocasión que vieron
los siglos después de la encarnación, nacimiento
y muerte de
Nuestro S_eñor Jesucristo. Ocho siglos de
durísima lucha,

que oompletaron una patria,
podían justificar

un merecido descanso. Los españoles podían
sembrar o comerciar. Prefirieron descubrir, conquistar y evan­
gelizar. Y nada menos que a todo un oontinente.
En América, dieron a Roma cien pueblos por cada uno que
le arrebataba la herejía. Én Oriente sepultaron en
el mar de
Corinto a
fas galerás

turcas que
amenazaban a

Europa
y al ca­
tolicismo. Y en nuestro continente, opusieron a· Lutero unos
tercios que se hicieron leyenda de valor. Y gracias a los cuales,
Bélgica, Baviera,

Austria, Francia, Polonia; ..
· son
aún hoy na­
ciones católicas.
Mientras, nuesttos teólogos
eroo la

luz de Trento, nuestros
santos se llamaban Teresa, Ignacio, Javier, Juan de la Cruz o
de Avila, y la literatura, la pintura, la arquitectura alcanzaban
cumbres inigualables. Dios se oomplacia en España dándonos
una gloria qúe no

conoció igual el
mundo: Y
en nuestros
do­
minios rio
se

ponía el sol.
Juan Pablo

II acaba de reconocer
esa labor
inmensa de Es­
paña en favor de la Iglesia. Y nos repitió sus palabras de Ma­
drid: «¡Graciás, España;
gracias Iglesfa de España, por tu fide­
lidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!».
. Esa Espaíía en

tensión
de fe reilizó «una obra de. evangeli­
zación sin
par». Es Juan Pablo

II quien lo dice. No haya nada
igual en la historia. Bautizamos
y civilizamos a América. Y rios
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EL CAMBIO DE L4 PATRIA
desangramos y nos arruinamos por Cristo y por su Iglesia. No
pudimos hacer mejor negocio. Otros se llevaron el oro. Pero la
Virgen de Guadalupe,
y la Rosa de Lima, y Pedro Claver, y
García Moreno, y Vasco de. Quiroga, y Motolinía, . y los criste­
ros mejicanos y Martín de Porres son
nuesti;os .
. Los libros de Inglaterra o de Holanda son libros de negocios
y huelen a sudor. Los de España son. epopeyas que huelen a
santidad.
De ellos fueron los dineros. Nuestra, la gloria. Ellos
han tenido su paga en este mundo. Nosotros,
en el cielo. Por­
que trabajamos para Cristo
y para su Esposa: la santa Iglesia
católica, apostólica,. romana.
Exhaustos por el esfuerzo, de nuevo intentaron cambiarnos
a España. Una
·minoría renegada·
de las tradiciones patrias y de
la fe del pueblo quiso hacernos igual que a los otros. Iguales
que Francia o que Inglaterra. Es como proponer al águila real
que se convierta en rana o en víbora.
Y los. ministros ilustra­
dos de Carlos III o los liberales de
Cádiz lo intentaron. Pero
el
pueblo
españ.ol no

quiso cambiar
la primogenitura por el plato
de lentejas y, nuevamente, se lanzó al campo con el fusil en la
mano para defender lo que se quería cambiar en España:
la fe
católica. Bien sabían que si eso lograban; Españ.a habría cambia­
do. La guerra de
la Independencia fue una guerra de religión.
Y las carlistas, evidentemente. Y las matanzas de frailes de 1834
y 1835 y la desamortización bien señalaban cuál era el enemigo
a batir. Los enemigos de
la. Iglesia,
que eran los
de España, obtu­
vieron destacados triunfos.
Y aquí es preciso referirse al tantas
veces citado Menéndez Pelayo en su
Epílogo de los H etero­
doxos:
«España, evangelizadora de la mitad del orbe; España,. mar,
tillo
de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ig­
nacio ... ; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos""
otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al canto­
nalismo de los arévacos
y de los vectones o de ·los reinos de
taifas.
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FRANCISCO. ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO1M
»A este· término vamos. caminando· más o menos apresura­
damente, y ciego será quien no lo vea».
A ·este término caminábamos más o menos apresuradamentf:,
decía don Marcelino en 1882. Y ciego será el que no lo vea.
Después, la velocidad se incrementó al rodar por la pendiente
y Espafia
. pareció hundirse en el ahismo sin que cupiera ya la
esperanza.
Como

tras Guadalete, como
en i808,
la España católica es­
taba a punto de sucumbir. Las iglesias incendiadas elevaban al
cielo sus negros muñones
clamando divinas venganzas. Pero

una
vez más el heroísmo de nuestros mayores y Ja protección del cielo impidió el cambio de la patria.
En esta historia asotnbrosa que
en sus · líneas generales he­
mos

seguido,
en esta

historia que no riene· parangón en ninguna
nación del mundo,
en la que han intervenido héroes que pare­
cen sacados de
fas páginas
de la mitología, santos como no los
riene,
en cantidad

y en calidad, ninguna otra patria,
. y
un pue­
blo que en verdad puede llamarse pueblo elegido, llegamos, en pleno siglo xx, a un
episodio que

en nada desmereoe, y tal vez
supere;
de· las

gestas hasta
.hora conocidas.
La. persecución

romana, Recaredo y los Concilios toledanos,
la Reconquista,
· el

descubrimiento y evangelización de América,
Trento, Lepanto, los santos
y las catedrales, . los jesuitas y los
dominicos ... , sí, pero
en 1936
llenamos los campos de España
de
erutes y el cielo de mártires. ·
Nunca

en toda lo historia de la Iglesia,
en un
año y en un
espacio territorial reducido, como lo fue
d de la media piel de
toro sobre la que ejerció su bárbaro dominio el gobierno rojo,
hubo tal número de mártires.
Trece obispos, 7 .000 saoerdotes e
infinidad de

seglares acudie­
ron al

encuentro de Cristo con la palma del martirio en sus
manos, Nunca se conoció nada igual en
ningún país

del mundo.
Hubo diócesis, Barbastro por ejemplo,
en la que apenas quedó
un sacerdote. Y me dicen que el actual obispo de aquella mínima
Iglesia
-mínima por la extensión y por el número de sus habi­
tantes

que no por la gloria que supieron
escribír en
el libro de
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EL CAMBIO DE LA PATRIA
los_ santos--, ha permitido que se arrancara_ fa lápida que recor­
daba sus nombres. Nunca estuve en Barbastro y, por tanto, no pude verla. Pero
recuerdo otra, interminable,
encabezada por

el obispo auxiliar,
-que -se

encuentra, todavía, en el claustro de la catedral de Ta­
rragona. La vi con asombro. Hoy lamento no haberla leido de
rodillas pues esos nombres eran
una letanía

de santos que, día
a día, calmaban las iras de Dios por los pecados de España y
las tornaban en paternales miradas de benevolencia
y amor.
Los mártires de 1936. Los innumerables mártires ·de 1936.
Padres de familias asesinados junto a una
cuneta porque creían
en

Dios y amaban a España. Religiosas asesinadas salvajamente,
con extremos
de crueldad inenarrables. Muchos recordaréis aque­
l!,¡ escena

estreme.cedora que es el final de la hermosa película
que fue
Diálogos de carmelitas. Aun las personas de menor sen­
sibilidad

sentían un nudo en la garganta al ver a las monjas
subir los peldaños de la
guillotina, al

encuentro definitivo con
el esposo, cantando. Pues igual las nuevas hermanas carmelitas
de la Caridad
·que ejercían su

labor educativa y docente en
el
colegio'asilo de Cullera.
«Llevadas al lugar del suplicio, a una de ellas, anciana de
73 años, le propusieron salvarse abandonando
al resto

de la co­
munidad. »--No, yo iré a
donde vaya

la madre aunque sea a la muerte.
»Instantes
más tarde

las religiosas estaban apiñadas junto a
la superiora y ésta sac6 arrestos para entonar el himno eucarís­
tico, en el que todas la
-siguieron.

Vio morir a sus ocho enco­
mendadas con entereza de vírgenes cristianas
y sucumbi6 ella
a )as balas con
el postrer consuelo_ de ver eonsumada gallarda­
mente su misi6n como carmelita y como superiora».
Días después

otras doce carmelitas de la Caridad, destina­
das en la Casa de la Misericordia de Valencia eran fusiladas. Y
23 adoratrices en Madrid
el 10 de noviembre. Y siete salesas
madrileñas.
«La que hacía entre ellas de superiora propúsoles
aceptar los ofrecimientos del portero
-de
sacarlas
una por
una e
ir colocándolas en
di;,ersos consulados.

Hizo
constar la -madre
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
que la obediencia y la observancia religiosa quedaban comple­
mente a salvo con semejante
opción; dado
lo
ame!lallante de las
citcunstancias. Pero ni la insistente bondad del portero ni la
comprensión de la superiora bastaron a disolver el pequeño pa­ lomar, dispuestas como estaban las salesas a ir juntas a una
muerte que ellas reputaban como martirio. Les daba fuerza y
convicción el encargo de la superiora general del monasterio,
transmitido al despedirse: mientras podais, permaneced juntas.
En un descampado, hacia el final de la calle López de Hoyos
el camión de las milicias populares se detuvo. Fue cosa de un
momento bajar las religiosas. una por una y. disparar sobre ellas
segón pisaban

tierra».
Cinco hijas de la Caridad asesinadas en Madrid el 12 de
agosto. Diecisiete Doctrineras ejecutadas en Paterna: una de las
víctimas tenía 92 años, dos
tenían 84,

otra
76 y

la
mayoría más
de

60. Nueve
Minimas asesinadas

en San Ginés deis Agudells.
Cinco Dominicas

de la Anunciata también asesinadas en Barce­
lona, etc.
En total 30 Hijas de la Caridad, 26 Carmelitas de la. Cari­
dad, 26 Adoratrices, 20 Capuchinas, 17 Doctrineros, 10 Con-·
cepcionistas Franciscanas de San José y
cifras ménores de

otras
. Congregaciones

hasta sumar 283 monjas asesinadas.
Y 259 claretianos, 226 franciscanos, 204 escolapios, 176 ma­
ristas, 165 hermanos de La Salle, 155 agustinos, 132 domini­
cos, 114 jesuitas, 97 hermanos de San Juan
de Dios, 94 capu­
chinos, 93 salesianos, 91 carmelitas descalzos ... hasta un. total
de 2.365
religiosos. Más 4.184

sacerdotes diocesanos.
En Barbastro, de 140 sacerdotes incardinados en la diócesis,
de los que alguno estarla fuera de ella, fueron asesinados 123. Prácticamente no quedó ni un solo -sacerdote. En Lérida, de
410 fueron 270 los asesinados,
.el 65,8 %. En Tortosa, de 510
se mató a 316, el 61,9
%. En Segorbe, de 110 fueron 61 los
asesinados, el 55,4
%. En Menorca, de 80 se asesinó a 39,
el48,7 %. En Málaga, de240 murieron 115,el 47,9 %. En To­
ledo, de 600 sacerdotes
fueron asesinados

286, el 47,6
% ... Y
aunque
el pon:entaje de asesinados da cifras menores en otras
998
Fundaci\363n Speiro

EL CAMBIQ DK LA PATRIA
diócesis, los números son también- aterradores. Fueron asesina­
dos 334 sacerdotes madrileños, 327 de la archidiócesis de Va­
lencia, 279 de Barcelona, 194 de Gerona, 177 de Vich,
140 de
Oviedo,

131
de Tarragona, 124 de Jaén, 109 de Cuenca, 109
de,t:Jrgel, 97

de Ciudad Real, 84 de Córdoba, 81 de Zaragoza ...
¿Veis cómo

no hay nada semejante en
la historia de la Igle,­
sia? ¿Veis cómo cambiar

a España es renegar de toda nuestra
. historia,

es olvidar todo lo que nos
ha hecho grandes, es cambiar
la gloria por el crimen, la grandeza por la miseria
y la victoria
por el deshonor?
Y no os estoy hablando de hace dos mil años, o mil cuatro­
cientos o
quinientos. Ni siquiera

de los casi doscientos de la
guerra de la Independencia o de los cien de la última guerra
carlista. Os hablo de.hoy.
De vuestros padres. De vuestros her­
manos. Muchos de esos sacerdotes fueron compañeros de semi­
nario d~ . los obispos de hoy que nada quieren saber de ellos.
Hay incluso obispo con su
padre y su madre en el cielo, asesi­
nados en un pueblo manchego.
¡Si tenemos
lo que nos
mere­
cemos ... !
Al ver a los sucesores de Osio y San Ildefonso, de San Fruc­
tuoso, San Isidoro y San Julián, de Cisneros, San
Juan de Ri­
bera y San Antonio María Claret, de los trece obispos m:lrtires
de
1a Cruzada es como para repetir con el poema de Fernán
González:
«Señor, Señor, no nos tengas tal
salia.
Por

los nuestros pecados, no destruyas a
Espafia».
Y

El habrá de oírnos. Porque nuestras miserias,
nuest;as
bajezas, nuestras traiciones, nuestros pecados no pueden pesar
más en la balanza de Dios que tanta sangre, tanto amor, tanta
Iglesia. Esa es
la verdadera Iglesia de Cristo, la Iglesia santa, la
Iglesia por la que nos da gracias el Papa.
La otra, la que hoy
· nos

angustia, la que quiere
cambiar la religión y

a Espafia, es
la miserable actuación de Satanás, son las puertas del Infierno
que no han de
preva!~, son

los Judas
ªIscariote que
maldeci­
dn . los españoles

de mafiana
· cuando .:eneren en
los altares a
999
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOJ'IA
los mártires de España del siglo xx. A. los innumerbales márti­
res

de la Cruzada de
19 36.
Una

vez más se quiere
cambiar a España

alejándola de Cristo.
Porque ese es el único cambio.
Lo demás son consecuencias de
él. Que España se deshaga
en· regiones
insolidarias es una· añadi­
dura que ya había vaticinado Menéndez y Pelayo. Que no tenga­
mos literatura, arte y_.·ní -siquiera ilusiones, lo mismo. ·E-spañá.,
sin Dios, no será España. UDA sombra vaga y .fantasmal en busca
de un imposible.
.
Nada

tendría ya explicación.
¿Po; qué
las
inmensas catedra­
les?

¿Por qué hasta el nombre de nuestras mujeres? ¿Por qué
las Montserrats, las Mercedes y lasNurias de Cataluña?
¿ Y

las
Begoñas y Aránzazus vascas? ¿Y las Sonsoles y las Fuencislas,
las Almudenas

y las Cármenes, las Macarenas, las Reyes, las
Dolores, las Pilares, Guadalupes o Covadongas? Todo es 1eti­
chlsmo. Más normal sería que se llamaran Vanessas, Sonias o
Fiorellas. Sin
Pios no
somos nada. Sin Dios no
existe España.
Si no
queremos ese cambio suicida, ese cambio que es la desaparición
de la nación más grande, de
la historia más hermosa, por enci­
ma de

clérigos renegados, de obispos indignos, de políticos
mi,
serables, volvamos los ojos a Cristo que nos aseguró que reina­
ría en España. Y así ha de ser.
Dejadme terminar con un poeta. Que amaba
lo que amamos.
Que
· creía

en lo que creemos. Que esperaba en lo que
.espera­
mos.

Como una oraci6n al cielo en la segutidad de que ha de
oírnos, no por . nuestros méritos, tan · mezquinos, sino por los
de ellos, por los de nuestros padres, héroes, santos y mártires.
1000
¡SEÑOR! ¡Mi patria llora!
La apartaron, ¡oh Dios!, de tus caminos,
y ciega hacia el abismo cotre ahora
la del mundo de ayer reina y señora
de gloriosos destinos.
Hijos desatentados,
que ya
la vieron sin pudor vencida,
la arrastran por atajos ignorados ...
Fundaci\363n Speiro

EL .CAMBIO DE LA PATRJA
¡Señor, que va perdida!
¡Que

no lleva en su
pecl,o la
encendida
luz de tu Fe que alumbre
. su carrera!
¡Que

no lleva el apoyo
ae tl} mano!
¡ Que no lleva la Cruz en la bandera
ni en los labios tu nombre soberano!
¡Señor! ¡Mi patria llora!
¿ Y quién no llorará como ella ahora
tremendas desventuras,
si fuera de tus vías
sólo hay horribles soledades frías, ·
lágrimas
y negruras?
¿Quién que

de
Ti se. aleje
camina
en derechura a la grandeza?
¿Ni quién que a
Ti. te deje .
su

brazo puede armar de fortaleza?
Solamente unos
. pocos

pervertidos,
hijos envanecidos
de esa Madre fecunda
de creyentes
pretendeh,

imprudentes,
alejarla de Ti: son insensatos;
olvidan tus favores: son ingratos,
desprecian· tu poder: están dement~s.
Pero la patria mía,
por . Ti

feliz y poderosa un día,
siempre 'te ve, Señor, como a quien eres,
y en Ti, gran Dios, en Ti sólo confía;
que es grande quien Tú quieres,
fuerte
qnien tiene

tu segura
. guía,
sabio-quien te conoce,
¡y feliz quien te sirva y quien te goce!
¡Señor!

¡Mi patria llora!
Ebria, desoladora,
la frenética
turba. parricida
la

lleva a los abismos arrastrada,
la lleva empobrecida...
·
¡la

lleva deshontada!. ..
¡Alza, Señor tu brazo
jnsuciero,
y

sobre ellos descarga
el golpe

fiero,
vengador de
su& ciegos

desvaríos!. ..
1001
Fundaci\363n Speiro

,FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO1M
¡No son hermanos míos
ni hijos tuyos, Señor! ¡Son gente impía!
Son
asesinos de
la
patria mía!
1002
II
¡Señor,· Señor, detente!
¡No hagas caer sobre
la impura gente
el rudo golpe grave
de la iracunda mano justiciera,
sino el toque ·süave ·
de la mano que funde y regenera!
Y a Ti ya convertidos,
los hijos ciegos a tu amor
perdidos,
aplaca

tus enojos,
·
la

noche ahuyenta, enciéndenos
el cfia
y pon de nuevo tus divinos ojos ·
en
los destinos de la patria mía,
¿~o es

ella
Ji que hiciera
con
los lemas sagrados
de
la Cruz y el honor una bandera?
¿La que tantos a Ti restituyera
pueblos ignotos de tu
fe apartados,
que con sangre de intrépidos soldados
y con sangre de santos redimiera?
¿ Y

Tú no eres
el. Dios Omnipotente
que quitas o
derramas con
largueza
gloria y poder entre
la humana gente?
¿No eres prístina
fuente
de

donde ha de venir toda grandeza?
¿No eres origen, pedestal ingente
de toda fortaleza?
··
No

es toda humana gloria
dádiva generosa de tu
mano?
¿
No

viene la victoria
"
delante

de tu soplo soberano?
Fundaci\363n Speiro

EL CAMBIO DE LA PATRIA
¡Señor, oye los ruegos
que ya
te elevan los hermanos míos!
j va ven, ya ven los ciegós!
¡Ya rezan los impíos!·
¡
Ya el soberbio impotente
hunde
en
el polvo, ante tus pies, la frente!
¡

Ya
el demente blasfemo, arrepentido,
cubre su rostro, el pecho se golpea
y
clama compungido:
«¡Alabado
el Señor; bendito sea!»
Y los justos te aclaman,
alzando a
Ti los brazos, y te llaman;
y porque España s6lo en Ti confía, al unísono claman
·
todos

los
hijos de
la Patria
núa:
¡Salva a España, Señor; enciende el día
que. ponga fin a.· abatimiento tanto!
¡Tú Señor de la vida o de
la muerte!
¡Tú,

Dios de Sabahot, tres veces Santo,
tres veces Inmortal; tres
veces Fuerte!

...
100}
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