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Número 247-248

Serie XXV

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José Guerra Campos: Roma y el sepulcro de Santiago: la Bula «Deus omnipotens» (1884)

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
José
Guerra Campos: ROMA Y EL SEPULCRO DE
SANTIAGO:
LA ~ULA DEUS OMNIPO'fENS (1884) (*)
· El doctor Guerra Campos, luminaria singular del episcopado
español, cuya sólida formación teológica se distinguió ya en sus años de estudios romanos, y se
ha distinguido igualmente por su
celo pastoral y su amor a la verdad y
. la justicia;

es también el
mejor conocedor
actual de la que. podríamos· llamar la «cuestión
jacobea», una

tradición
hispánica y
universal con impresionantes
apoyos históricos. El fue también quien, como canónigo conser­
vador de las
rdiquias de

la Catedral de Sanrigo intervino, muy
activa y competentemente, en las excavaciones realizadas en el
subsuelo de aquel insigne templo, centro de peregrinaciones mul­
riseculares, a las que vino. a incorporarse también el Papa Juan
Pablo II, hace pocos afias, al decir, cuando vino, «también yo
soy peregrino».
. Del

Sepulcro del Apóstol había dado ya Guerra Campos una
cumplida información, y no hace mucho en su informe sobre las
«Exploraciones arqueológicas en torno al Sepulcro del Apóstol
Santiago» ( 1982 ), además de otros muchos estudios
sobre la · cuestión. Este nuevo libro, sin dejar el tono científico de las otras
publicaciones, viene a ser como una
g¡,úa para
la comprensión de
esa tradición gloriosa, a la vez que para el piadoso peregrino
de­seoso

de conocer los datos científicos de su creencia.
Ante todo, se reproduce aquí la Bula
Deus Omnipotens, con
la que León XIII, en 1884, vino a cerrar positivamente el «Pro­ ceso canónico y expediente instruido acerca de la autenticidad de
las Sagradas
Rdiquias de

Santiago Apóstol, tramitado de 1879
a 1883, cuyo original se conserva en el Archivo Secreto Vaticano
(proceso 4165 de
la Congregación de Sagrados Ritos) y una co­
pia obra en el Archivo de la Catedral de Santiago. Ha pasado,
.
( •) Excmo. Cabildo de la S. A. M. I. Catedral de Santiago de Com­postela, 1985, 134 págs.
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pues, más de un siglo desde este decisivo momento para el re­
conocimiento
oficial de la tradición jacobea.
Ciertas dudas sobre esta tradición podían
provenir del silen­
cio documental anterior al siglo
IX, que es cuando aparece el
primer
testimonio, el del
Martirologio de
Floro de Lyon, que
da a entender la existencia de una veneración muy anterior:
«los sagrados restos
de este santísimo Apóstol, trasladados a
España y depositados en su extremo confín, a saber, frente al
Mar
Británico, son

honrados con
celebérrima veneración por aque­
llas

gentes». De hecho, ya en el himno
hispánico «O
Dei Ver­
bum», del

siglo
VIII, se invocaba, en la liturgia hispánica, a San,
tiago

como «Patrono»
de España en defensa contra el Islam,
dominador entonces de la Península; pero sería erróneo
exage­
rar

el sentido de esa
natural relación
con la Reconquista, pues
es evidenre

que
la veneración se fundaba en el hecho de ser San­
tiago uno de los Apóstoles, y especialmerite allegado a Jesucris­
to, por lo que la iglesia de Iría-Santiago, en los siglos
IX-X, tuvo
el titulo de «Sede Apostólica».
Los· sucesivos

Pontífices demos­
traron siémpre su adhesión a este culto apostólico en Compos­
tela, pero los restos de Santiago hubieron de ser precipitada­
mente trasladados,
junto con

los
de otros dos cuerpos más ente­
rrados

al lado, y esto ocurrió a causa de la
inminente amenaza
de

profanación por el desembarco en Galicia del enemigo inglés,
En 1879, con el fin de colocar las reliquias, debidamente discer­
nidas, en su conveniente lugar, fueron éstas exhumadas y cuida­
dosamente estudiadas. El Papa León XIII, al confirinar la auten­
. ticidad

de ellas, exhortaba a todos los fieles del orbe cristiano
a proseguir
. con

renovado fervor las peregrinaciones al Sepulcro
del Apóstol.
La lectura de esta bula no puede· menos de ser,
por _ sí misma, muy· reconfortante, pero, además, las excavacio­
nes realizadas en el subsuelo de la Catedral eutre 1946 y 1959
--que seguimos con interés cuantos vivíamos en Compostela­
procuraron una nueva evidencia sobre la antigua necrópolis sub­
yacente y,

con
ello, un nuevo apoyo a la tradición. Porque, como
suele
ocurrir, los

hallazgos arqueológicos vienen muchas veces
a mostrar los excesos de la crítica documental, fundados con fre­
cuencia en el silencio de las fuentes. A
la reedición de la Bula ha añadido el autor varios apén­
dices de sumo interés. En primer lugar, uno (I) sobre los tes­ timonios, desde el siglo rv, de la predicación de Santiago en Es­
paña; otro
{II), sobre

las vicisitudes históricas del edificio del
sepulcro; otros, sobre
el culto a Santiago antes del siglo IX (III)
y el descubrimiento de los restos, en este siglo y suerte posterior
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de ellos (IV); otro (V), sobre las huellas materiales del culto,
donde se refieren brevemente los resultados de las excavaciones
de mediados del presente siglo; otro (VI), sobre la lústoria de
la ciudad
y de su basílica; otro (VII), sobre. las peregrinaciones;
otros, sobre la exaltación canónica de la Iglesia (VIII), los
pri­
vilegios

otorgados a ella (IX), los «votos» de Santiago {X), el
patronato sobre España (XI), las gracias pontificias
y el jubileo
{los años en que el
25 de julio cae en domingo) -que incluso
se
ha mantenido cuando ha
coin~dido con un

año santo roma­
no-- (XII), la exhumación de los restos en 1879, con minucioso
recuento. de todos los fragmentos óseos, incluyendo uno del crá­
neo enviado por el Arzobispo
Gclmírez, hacia

1138, al Obispo
de Pistoya, San Antón,
q¡¡e coincide

perfectamente con
el res­
to (XIII); por último, otros de carácter litúrgico sobre
el llama­
miento de los Papas a peregrinar (XIV); el espíritu de las pere­
grinaciones (XV),
y los textos de la liturgia de Santiago (XVI).
Como es sabido, la cuestión jacobea· presenta dos aspectos
distintos, aunque relacionados entre sí:
el primero es el de la
predicación
. de

Santiago en España
y, concretamente, en la Ga­
lecia y, el segundo, el de la autenticidad de las. reliquias. El pre­
sente libro se refiere
casf exclusivamente

a este segundo aspecto,
incluso sin repetir lo ya publicado sobre las excavaciones de este
siglo; sólo muy brevemente se trata del
prilller aspecto

(apén­
dice I). La tradición de esa predicación hispánica de Santiago el
Mayor aparece ya en autores cristianos del siglo
IV, y sin la me­
nor discrepancia por pretensiones de otras sedes, y San Jeróni­
mo habla de que cada
uno de

los Apóstoles reposaba en
lá re­
gión que había
. evangelizado;

una relación concreta con Com­
postela se confirma en los siglos siguientes, de manera que no
hay solución de continuidad entre los testimonios antiguos de
esa predicación de Santiago
y la tradición de su sepultura tan­
gible.
Aunque este libro de Guerra Campos se
funda en datos ob­
jetivos, sin pretensiones de cubrir piadosamente los vados, cuan­
tos
se interesan sin prevenciones. hipercríticas por
la cuestión ja­
cobea no podrán menos de admitir que, en el actual estado de
ella, la carga de la prueba incumbe a los detractores de la tradi­
ción. Personalmente, como interesado en la lústoria de la Es­
paña romana, especialmente de la Galecia romana, siempre me
ha impresionado ver que, a pesar de ser la Galecia carente de
romanización urbana, se ·nos aparezca ya en el siglo IV como una
provincia importante_ por su _extensión, pero con un
cristianismo
tan precozmente arraigado como para tener importantes here--
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jías; en otras palabras: que la cristianización de Galecia no pare­
ce
haber venido enteramente de fuera, por las vías ordinarias
de la romanización tardo-romana, sino que presupone un intenso
foco interior con fuerza expansiva, como pudo ser
el dejado por
una predicación personal
de Santiago. En este sentido, a pesar
de la declaración expresa de San Pablo, de su proyectado viaje
a España, la tradición de la venida de Santiago
resulta más
fuer­
te que esa otra posibilidad de
visita apostólica;

esto, contra lo
que decía Unamuno, el cual intentaba eliminar esa tradición con
la «boutade» de que
el sepulcro de Compostela era el del here­
je Prisciliano, antojo en el que, naturalmente, no tuvo seguidores.
Confiemos en que este nuevo libro de Guerra Campos con­
tribuya a dar a conocer más ampliamente los fundamentos his­
tóricos y
el auténtico sentido de la tradición jacobea.
Añadiré
todavía una
advertencia, reiterada ahora por
el autor,
acerca del

grito «¡Santiago y cierra, España!». La coma antes
de «España» es
correcta, pues el verbo «cerrar» está ahí en el
antiguo sentido intransitivo de «atacar», y no tiene a «España»­
como complemento: no es Espafia la que debe ser «cerrada», sino «atacado»
el enemigo. Es claro que un grito que servía para
arengar a los reconquistadores no
podía referirse
a «cerrar a
Es
pafia», sino

precisamente a abrirla ampliamente
al territorio
cristiano. Así, pues., con este grito se anima a «España»· para
invocar

a su santo patrono «Santiago»
y atacar '-«Cerrar»­
contra el enemigo.
ALVARO D'ÜRS
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