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Número 251-252

Serie XXVI

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Teología de la paz

TEOLOGIA DE LA PAZ
POR
VICTORINO RODRÍGUEZ, o. P.
l. PRESENTACIÓN DEL TEMA EN UN PRIMER PLANO.
«¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero
que anuncia
la pa,:! » ( 1 ). Más hermoso que anuociar la paz es
vivir la paz y comunicarla o hacerla, ymás excelente aún es ser
la paz personificada. Cristo es puoto clave
en todo ello: anuncia
y desea la paz a los hombres; les dona su paz siogularísima,
superior a la que puede dar el muodo. El mismo
es la paz, como
es d camino, la verdad y la vida, y garantiza la similitud consigo
mismo a los hombres
que practican la paz: «bienaventurados los
pacíficos, porque ellos serán llamados hijos ,de Dios» (2). Serán
llamados hijos de Dios por su semejanza con Cristo, Hijo de
Dios, de quien
se han revestido por la fe dd bautismo (3), pre­
destinados «a ser conformes con la imagen de su Hijo,
para que
éste sea el primogénito entre muchos hermanos» ( 4 ).
Los Profetas lo habían anuociado como «Príncipe de la
paz» (5), que «promulgará la paz a las gentes» ( 6 ); que «flore­
cerá en sus días la justicia y habrá mucha paz mientras dure la
Iuoa» (7); «florecerá como
un río la paz» (8). Miqueas dirá que
(1) Isaías 52,7.
(2) Mt. 5,9.
(3) Gal. 3,26-27.
(4) Rom. 8,29.
(5)
!salas 9,6.
(6)
Zacarias 9,10.
(7) Salmo 72,7.
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
«El será la. paz» (9). «El es nuestra paz» testificará San Pa­
blo (10). El. mensaje evangélico de los ángeles en Belén fue pre­
cisamente el de paz: «Gloria a Dios en el cielo y · en la tierra
paz a los hombres de buena voluntad» ( 11). Zacarias profetiza
al Mesías venidero «para iluminar a los que viven en tinieblas
y en
sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino
de la
paz» ( 12),
Cristo. en persol:lll saluda a los Apóstoles con el deseo y la
donaci6n de la paz: «Paz a vosotros»; «mi paz os dejo, mi paz
os doy», «que tengáis paz en mí» ( 13 ). En Cristo -profundi­
zará San Pablo-«estaba Dios reconciliando el mundo consi­
go» ( 14 ). Quiso que la paz fuese el mensaje fundamental del
Evangelio que
habían de predicar: «En cualquier ciudad o aldea
en que entréis
... , entrando en la casa saludadla. Si la casa fuere
digna,, venga sobre ella vuestra paz; si no lo fuera, vuestra paz
vuelva a vosotros» { 15).
San Pablo no cesará de predicar
la paz de Dios: «A todos
los amados de Dios. . . la gracia
y la paz con vosotros de parte
de Dios» (16); «gloria, honor y paz para todo el que hace el
bien» ( 17). «Porque el reino
de Dios no es comida ni bebida,
sino justicia
y paz y gozo en el. Espíritu Santo ... Por tanto, tra­
bajemos por
la paz y por nuestra mutua edificación» ( 18 ). «El
Dios de la
paz sea con vosotros» (19). «Justificados, pues, por
la fe, tenemos paz con Dios' por mediaci6n de nuestro señor
8
(8) !salas 66,12.
(9) Miqueas 5.4.
(10)
Ef. 2,14.
(11) Luc. 2,14.
(P) Luc. 1,79.
(13)
Luc. 24,36; Jn. 14,27; 16,33; 20,21. .
(14) II Co,. 5,19.
(15) Mt. 10,11-13; Luc. 10,5.
(16) Rom. 1,7.
(17)
Rom. 2,10.
(18)
Rom. 14,17 y 19.
(19) Rom. 15,33.
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TBOWGIA DE LA PAZ
Jesucristo ... por quien recibirnos ahora la reconciliación» (20).
« Y la paz de Cristo, que supera todo conocimiento, custodiatá
vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús»
(21).
«Dios no es Dios de confusión, sino de paz» (22). «Tened un
mismo sentir, vívid en
paz, y el Dios de la caridad y de la paz
será con vosotros» (23 ); «estad, pues, alerta, ceñidos vues_trOS
lomos con la verdad, vestida la coraza de la justicia, y calzados
los pies, prontos para anunciar
el evangelio de la paz» (24 ). «Que
el mismo Dios _de la paz os conceda vivir en paz siempre y donde­
quiera»
(25). «Procurad la paz con todos y la santidad» (26).
Se trata, en realidad, de la paz que es fruto del Esp!ritu San­
to (27).
Esta paz profética y evangélica_ es universal, «paz al que. está
lejos y al que está cerca» (28), pero no
florecerá sino en los
rectos de corazón, en los hombres
de buena volunrtad: «No hay
paz pata los malvados» (29). «Los obradores de la iniquidad,
los que hablan de
paz a su prójimo, mieritras está su corazón lleno
de maldad» (30). «Dicen paz, paz, cuando no ha de haber paz.
Serán confundidos por haber obrado abominablemente» (31).
Predicat la paz sin justicia
y sin amor es un pacifismo estéril o
hipócritas ajeno a los profetas (32) y al mismo Cristo: «No
penséis que
he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner
paz, sino espada» (33 ). «Porque_ en adelante estarán en una casa
(20) Rom. 5,1 y 11.
(21)
Filp. 4,7.
(22) !Cor. 14,33.
(23)
II Cor. 13,11.
(24)
Ef. 6,14-15.
(25)
. II Tes. 3,16.
(26)
Hebr. 12,14.
(27)
Gal. 5,22; Rom: 14,17.
(28)
Isalas 57,19.
(29)
Isalas 48,22; 57,21.
(30)
Salmo 28,3.
(31) Jeremlas 6,14.
(32) Isalas 32,17.
(33) Mt. 10,34.
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VICTORJNO RODRJGUEZ, O. P.
cinco, divididos tres contra dos y dos .contra tres; se dividirán
el padre contra el hijo, y el hijo
contra el padre, y la madre
contra la hija y
la hija contra la madre; la suegra contra la nuera,
y la nuera contra la
suegra» (34 ). Sobre esta paz imposible vol­
veremos más adelante.
Il. LA PALABRA PAZ Y SU USO PLUIIIVALENTE.
La palabra española paz, lo mismo que la italiana pace y la
francesa
paix, traduce el término latino pax, que tiene la misma
taíz que el verbo pango, cuyo participio es pactus. De la mis-.
ma raíz parece haber derivado el verbo paciscor, de mayor afini­
dad fonética con
paz. Implica la idea de convenir en algo, fijar,
pactar. Significaci6n
afín· tiene el término hebreo equivalente
shalom, palabra de saludo, de deseo de salud, de paz.
En cuanto a su significaci6n
usual ha venido a ser clásica la
definici6n de San Agustín
tranquillitas ordinis, cuyas modalida­
dades dej6
él mismo magistralmente consignadas: «Así, la paz ·
del cuerpo es· la ordenada complexión de sus partes; y la del
alma
irracional, la ordenada calma de sus apetencias. La paz
del alma racional es la ordenada armonía entre el conocimiento
y la acci6n, y la paz .del cuerpo y del alma, la vida bien orde­
nada
y la salud del animal. La paz entre el hombre mortal. y Dios
es la obediencia ordenada porla fe bajo la ley eterna. La paz
de los hombres entre si, su ordenada concordia. La pat. de la
casa es la ordenada concordia entre los que mandan y los que
obedecen en ella;
y la paz de la ciudad es la ordenada concordia
entre
lo; ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La p;z de
la ciudad celestial es la uni6n ordenadísima y concordísima. para
gozar de Dios y a la vez en Dios. Y la
paz de todas las cosas, la
tranquilidad del orden» (35). S6lo le quedó por consignar la paz
(34) Luc. 12,52-53.
(35)
De Civitate Dei, XIX, 13,1, ed. BAC, Madrid, 1958, piginas
1.397-1.398.
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TEOLOGIA DE LA PAZ
entre las naciones o paz internacional para tener un cuadro com­
pleto de la paz y de sus pormenorizadas realizaciones humanas,
Hay, pues, dos notas definitorias de la paz en su acepción
más usual:
orden y tranquilidad. Si no hay orden, por falta de
pluralidad o por falta de prioridad (36
), por más tranquilidad
o estabilidad que haya, no hay paz, como tampoco
1a hay si el
orden no es tranquilo, sino forzado, violento, coaccionado. Tra­
tándose de la paz humana, que es la que mayormente
nos_ inte­
resa aquí, la ordenada armonía y calma interior y la ordenada
concordia entre los ciudadanos,
viene a identificarse con la tran­
quila libertad,
la tranquilla libertas que dijera Cicerón (37), o
la
plácida y reposada conS'tancia, placida quietaque constantia del .
mismo autor romano (38). Vivir en paz es vivir en ejercicio tran­
quilo de la libertad, que es la vida humana propiamente dicha.
Lo advertía bien Santo Tomás: «San Agustín habla alli de la
paz de un hombre con otro. Y esta paz dice que
es concordia,
pero no cualquiera, sino ordenada, en cuanto que un hombre
concuerda con otro en
lo que conviene a ambos. Pues si el
hombre está de acuerdo con otro, no por espontánea voluntad,
sino como coaccionado por el temor de algún mal inminente, tal
concordia no es paz verdadera, porque no se niantiene el orden
de las partes concordantes, sino que es perturbado por algo que
causa temor. Por eso presupone que
la paz es la tranquilidad del
orden.
Tranquilidad que consiste en que todos los movimientos
apetitivos
estén sosegados en cada hombre» (39). Libertad sin
orden
no es paz, sino libertinaje; ordet:1 sin libertad no es paz
humana, sino esclavitud, determinismo.
Segón
e•to, las esferas concéntricas de la paz son las si­
guientes: .
a) Paz personal, que incluye: integridad y buen funciona­
miento
psicofísico del comprtesto humano, que es la salud cor-
(36) C!. Santo Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 26-1; Super Matt., 5,9,
n. 438; San Agustín, ibld., pág. 1.398.
(37)
II Philip. cap. 44.
(38)
Quaest. Tuscul., lib. IV, c. 5.
(39) Santo Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 29,1 ad l.
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
para! y psíquica; libertad interior, sin entorpeC1m1entos internos
en el orden
psicológico-moral en las apreciaciones del bien y en ·
las tendencias apetitivas; coherencia entre el pensamiento y la
acción u
oJJtopraxis; gozosa y dignificante aceptación de la vida
social; relación amistosa
y obediente con Dios o paz de con­
ciencia sabiendo que «parere Deo libertas est» (la libertad es
obedecer a Dios), como decía Séneca ( 40 ).
b) Paz doméstica o familiar, sobre la base de la paz perso­
nal, en las relaciones
específicas de esposo y esposa, de padres
e hijos, de
herruanos entre sí, tal como la describe San Pablo en
la carta a los fieles de Efeso: «Sed sumisos unos a otros con
respeto cristiano. Las mujeres que se sometan a sus maridos como
al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cris­
to
es cabeza de la Iglesia... Maridos, amad a vuestras mujeres
como Cristo ama a su Iglesia:
él se .entregó a sí mismo por
. ella ..
_. Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere,
porque eso
es justo ... Padres, vosotros no exasperéis a vuestros
hijos; criadlos educándolos
y corrigiéndolos, como haría el Se­
ñor ... Esclavos, obedeced a vuestros amos de la tierra, con pro­
fundo respeto, de todo corazón, como ··a -·-Cristo ... Amos, corres"
pondedles dejandoos de anienazas; sabéis que _ellos y vosotros
tenéis un amo
en el cielo y que éste no es parcial con nadie» (41).
Esta paz familiar; para que sea verdadera y pata-· qué no obste
a la
paz consigo mismó y con Dios, a veces tendrá que pagarse
dolosamente con guerras intestinas, causadas por los miembros
que no viven
la paz de Cristo'( 42).
c) Paz social e~ré los ciudadanos, entre las asociaciones cí­
vicas y religiosas, e_ntre los cuerpos intermedios, con unas es·truc­
turas estables y puestas a punto, ·en colaboración libre y respon­
sable, en solaridad amistosa, con
la perfecta observancia de los
deberes
y derechos personales, familiares y de grupos sociales,
12
(40) De la vida bienaventurada, 15, final.
(41) Ef. 5,21-6,9.
(42) Luc. 12,52-53.
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TEOLOGIA DE LA PAZ
que es en lo que cifraba Juan · XXIII la paz entre los hom­
bres. (43).
d)
Paz entre las naciones, extensión de la paz social de los
pueblos a la Communitas orbis o familia .humana- universal,. sal­
vaguardando la equidad natural, el derecho de gentes y los pac­
tos o convenios internacionales; manteni_endo y-fomentando re­
laciones de sin.cera amistad entre los pueblos; la progresiva y
oportuna intercomunicación de bienes económicos, culturales y
religiosos, y obviando las causas de conflicto. Porque «la paz no
es la mera ausencia de la guerra, ni
se reduce al solo equilibrio
de las fuerzas adversarias, ni surge de una
hegemonia des¡,óti-.
ca, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la
justicia (Is. 32,7) ... La paz es también fruto del amor, el cual
sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar» ( 44
).
e) Paz sobrenatural cristiana, anunciada por los ángeles para
los hombres de buena voluntad ( 45),
donada por Cristo y predi­
cada por los Apóstoles ( 46
), impetrada siempre por la Iglesia:
«el reino de la verdad y de la vida, el
reino de la santidad y la
gracia, el reino de la justicia, el amor y
la paz» (47), fruto ina­
gotable del Espíritu Santo en el corazón de los
fieles y de la
Iglesia ( 48). En ella se fija especialmente el Concilio Vatica­
no
11: «La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es
imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Pa-
.
dre. En efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha
reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su
cruz,
y; reconstituyendo en un solo pueblo y en un solo cuerpo
la unidad del género humanó, ha dado muerte al odio en su pro­
pia carne
y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido
el Espíritu de amor en el corazón de los hombres» ( 49).
(43) Pacem in terris, nn. 11-17.
(44) Concilio· Vaticano II, Gaudium et spes, n. 78.
(45) Luc. 2,24.
(46)
Jn. 20,21; Ef. 6,15.
(47) Prefacio de Ia Misa de Cristo Rey.
(48) Gal. 5,22; Rom. 5,1 y 5.
(49) . Concilio Vaticano 11, Gaudiu"1 et -spes, n. 78.
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P .
Ill. FALTA DE PAZ Y GUERRA EN SUS DIVERSOS GRADOS.
Si la paz se define como tr¡¡nquilidad del orden o tranquila
libeiitad, la falta de paz y la guerra serán correlativamente falta
de orden,
de libertad, de tranquilidad y positivo atentado contra
todo ello: falta de tranquilidad o sosiego personal, disensión
fa­
miliar, conflicto social, incomodidad religiosa, guerra entre las
naciones,
latente o declarada, fría o calcinante. Los mismos ám­
bitos que los sefialados a la paz.
a) Falta de paz o guerra intrapersonal.
A nivel biológico, con sus repercusiones anímicas, es falta de
paz la enfermedad de carácter constitucional o funcional, priva­
ción del tranquilo orden orgánico. A nivel psicológico-moral
ocu­
rre el desequilibrio emocional, el enfrentamiento de tendencias,
aberraciones ·ideológico-estimativas, incoherencia personal, crisis
de
conciencia, misantropía, acratismo, _ ateísmo, vicios invetéi:'ados
y demás causas de desasosiego personal, incompatible con la tran­
quila libertad. Testigo de esta lucha interior fue, para consuelo
de los mortales, el privilegiado Apóstol de los gentiles, que,
ade­
más, quiso consignarlo par escrito para la posteridad: «El bien
que quiero hacer no lo hago;
el mal que no quiero hacer, eso es
lo qué hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero,
señal que no
soy yo quien actúa, sino el pecado que llevo den­
tro» (50). También Ovidio había consignado su experiencia per­
sonal
de guerra interior: «video meliora proboque, deteriora se­
quor» (Veo lo bueno y lo· apruebo, pero obro lo peor» (51).
Otro gran buceador de
la interioridad conflictiva, San Agus­
tín, nos hizo confidencias impresionantes' en sus Confesiones. A
rafa de la muerte de un amigo, por ejemplo, confesaba su des-
(50) Rom. 7,19-21.
(51 Metamorphosis, 7,19.
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TEOLOGIA DE LA PAZ
garramiento interior: «¡Oh necio del hombre que sufre inmocle'
radamente por las -cosas humanas! Tocio esto era yo entonces;
y así me abrasaba, suspiraba, lloraba, turbaba y no hallaba des­
canso ni consejo. Llevaba el alma rota y ensangrentada, impa­
ciente de ser llevada por
mí, y no hallaba dónde ponerla. Ni des­
cansaba en
los bosques amenos, ni en los juegos y cantos, ni en
los lugares olorosos, ni en los banquetes espléndidos, ni en los
deleites del lecho
y del hogar, ni, finalmente, en los libros ni en
los versos. Todo me causaba horror, hasta la misma luz; y cuan­
to no era lo que él era me resultaba insoportable y odioso, fue­
ra de gemir y llorar, pues sólo en esto hallaba algún descanso.
Y si apartaba de esto a mi alma, luego me abrumaba la pesada
carga de
mi miseria.
A ti, Señor, debía ser elevada para ser curada.
Lo sabía,
pero no quería
ni podía. Tanto más cuanto que lo que pensaba
de ti no era
algo sólido y firme, sino un fantasma, siendo mi
error mi Dios.
Y si me esforzaba por poner sobre él mi alma
por ver si descansaba, luego resbalaba
como quien pisa en falso
y caía de nuevo sobre mf, siendo para mf mismo una infeliz
morada, en donde ni podía estar ni me era dado salir. ¿ Y adónde
podía
huir mi corazón que huyese de mi corazón? ¿Adónde huir
de mí mismo? ¿Adónde no me seguiría yo a mf mismo?» (52).
b) Falta ·de paz familiar o guerra doméstica.
Es una guerra tan antigua
como la humanidad, empezando
· por la envidia y odio fratricida de Caín (55). Tanto la historia
profana como la sacra sobreabundan en conflictos familiares: es­
posos que .terminan por no entenderse; separarse, divorciarse,.
traicionarse; hijos que se snblevan contra los padres o se odian
entre
sf por incompatibilidades de caracteres, envidias, egoísmos;
vinculaciones familiares
mal pensadas o parcialmente interesadas
(52) Confesiones, IV, ca. 7, n. 12.
(53) Gen. 4,5 y 8.
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VICTORINO RODRIGUBZ, O. P.
que terminan en odios mortales. Cristo hace alusión a situacio­
nes
familiares de disensión en que es . preferible sufrir la guerra
a una aparente paz que llevaría a una común perdición: «No
he venido a poner
paz, sino guerra» (54).
e) Falta de paz social.
Conflictos de vecinos o de
barrios, enfrentamientos de intere­
ses económicos, desajustes administrativos, problemas laborales,
deficiente atención sanitaria o
de enseñanza, inmoralidad públi­
ca intolerable, falta de seguridad ciudadana o de tutela judicial,
antipatías o rivalidades
de pueblos, de grupos étnicos o de gre­
mios. Todo ello acuciado
por ideologías sociológicas enfrentadas.
Estas son
las principales dolencias de nuestra sociedad, que im­
piden una auténtica paz social o tranquila libertad. Naturalmen­
te, sin la
paz intrapersonal no puede haber auténtica paz social,
pero sin paz social
la paz personal resulta esencialmente frus­
trada,
porque el hombre es naturalmente ser social, y necesita
de la. sociedad para vivir y vivir bien. Como escribía Santo To­
más, «la vida social no es sólo para que los hombres vivan, sino
para que vivan bien, en cuanto que por las leyes cívicas se or­
dena la vida de los hombres a la virtud»
(55).
d) Falta de paz entre las naciones.
Es la
guerra en el sentido más usual: la lucha armada entre
pueblos enemigos (56
). La desavenencia entre las naciones, por
animadversiones raciales, disputa de fronteras, enfrentamientos
económicos, ofensas nacionales o reivindicaciones históricas, ex­
pansionismo de
·unas o emancipaciónes de otras, con un fondo de
(54) Mt. 1(),32; Luc. 12,52-53.
(55) I Poi., lect.
l, n. 31.
(56) «Bellµm prÓprie est contra extraneos et hostes, quasi multitudi­
ni, ad multitudinem» (S. Tom,ls, Suma Teol6gica, II-II, 42,1).
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TEOLOGIA DE LA PAZ
injusticia o de odios generalizados y antipatías, provoca toda cla­
se de guerr:as: frías, calieri.tes o calcinantes, con armas convencio­
nales o con armas .nucleares de mortandad indiscriminada. Es la
mayor penalidad que
ha ·sufrido o puede sufrir la humanidad.
La mera posibilidad de una con:flagación nuclear generalizada es
un impedimento de la paz, de la tranquila libertad de los pueblos.
En principio, parece claro que no toda guerra
es ilícita, con­
. culcación de los derechos naturales o adquiridos de otros pue­
blos o de infundada agresividad. Un pueblo puede padecer la
maquinación belicosa o
la agresión armada sin haber dado moti­
vos para la guerra. En ese caso la guerra defensiva, a falta de
otros recursos menos violentos, ha sido
y es reconocida como lí­
cita u honesta por la moral católica .. Se va a la guerra por de­
fender la paz o por recuperar la paz, no por injusticia u odio.
«Mientras exista
el riesgo de guerra y falte una autoridad inter­
nacional competente
y provista de medios eficaces, una vez ago­
tados todos los recursos padficos de la diplomacia, no se podrá
negar
el derecho de legítima defensa a los gobiernos. A los Je­
fes de Estado y a cuantos participah en los cargos de gobierno les
incumbe el deber de proteger la seguridad de los pueblos a ellos
confiados,
actuando con suma responsabilidad en asunto ta¡i gra­
ve. Pero una cosa es. utilizar la fuerza militar para defenderse
con justicia y otra muy distinta querer someter a otras
nacio­
nes» (57);
Santo Tomás de Aquino, en el primer artículo De. bello de la
Suma Teológica, tantas veces comentado por los teólogos y ju­
ristas posteriores, se _pregunta matizadamerite «si guerrear es
siempre pecado». Dice que quienes hacen una guerra justa lo
que buscan
es la paz, y as! no son contrarios a la auténtica paz,
sino a
la mala paz, que es la que Cristo no vino a traer a la
tierra (Mt. 10,34) (58). Ahora bien, para que la guerra sea justa
se requieren h'es condiciones: primera, que se haga con la auto­
ridad del Jefe de Estado; segunda, que haya causa justa, que
es
(57) Concilio Vaticano 11, Gaudium et spes, n. 79.
(58) S. Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 40,1 ad 3.
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VICTORJNO RODRIGUE?:, O. P.
la precedente injusticia del adversario; tercera, que haya recta Íh·
tendón, que es la de promover el bien o evitar el mal (59 ).
Francisco de Vitoria, O. P., en su famosa Rclectio de iure
belli pormenorizó magistralmente estas condiciones de la guerra
justa. En cuanto a
la segunda, la causa justa, la concreta o li­
mita más: que sea gravísima o muy .grave, moralmente cierta,
que exija la guerra como ú1timo remedio, con esperanza de vic­
toria, y proporcionada a· los males (60). En función de esta rei­
vindicación. y defensa de la paz y de estas condiciones limitativas
habrá que juzgar del acopio armamenústico
de disuación respec­
to de quienes
n.o admiten estos postulados de paz. En realidad,
una
ofensiva de represalias puede ser una justa defensa, pero,
¿cuándo será último remedio proporcionado?
De todas estas matizaciones
se infiere que la falta de paz ó
guerra no siempre es un defecto moral por ambas partes, sino
por
parte de quienes la provocan a no saben tolerarla dentro
de ciertos límites; aunque siempre
sea una horrible penalidad, y,
por parte de quien la provoca, un «crimen· contra Dios y la ,
lmmanidad», m,lxime si se trata de la guerra nuclear (61).
e) Falta de paz religiosa.
La falta de paz con Dios o conciencia de pecado; los con­
flictos o desasosiegos entre los hombres por motivos religiosos; ,la
inquietud proselitista, se dan a nivel personal, familiat, social e
internacional, no sólo con lós agnósticos o descreídos, sino tam­
bién en
el ámbiito intraconfesional (v. gr., tendencia tradicionac
lista-tendencia
progresista)
o entre distintas
confesiones (v. gr., ju­
díos-mahometánós, católicos•protestantes ), o entre religiosos y
ateos, con o sin C011notaciones pOlfticas.
(59) S. Tomds, Suma Teol6gica, II-II, 40,1.
(60) FRANc1sco DE VITORIA, De Indis sive de iure ,belli hispanorum
in barbaros relectio posterior, Ed. T. -Utdánoz, BAC, 1960, págs. 811-858,
especialmente núms.
10, 14, 60.
(61) Concilio Vaticano 11, ·.Gizudium et spes, n. 80.
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TEOLOGIA. DE LA PAZ
Es verdad que las guerras de religión son capítulos intere­
santes
de los tiempos. pasados, pero la inquietud de conciencia
personal y colectiva, el fondo religioso de muchas conmociones
sociales, la lucha tenaz y la defensa heroica, respectivamente, del
ateísmo
militante y ck la religiosidad popular en los países do­
minados por el marxismc;, son hechos bien patentes en nuestro
siglo
XX. Desc!e una perspectiva de fe hay que· contar también
con el asedio constante y poderoso
de las fuerzas invisibles de
los demonios, porque «vuestro adversario,
el diablo, ronda como
un león rugiente buscando a quien devorar» (62). «Vestíos de
toda armadura de Dios para que
podáis resistir a las insidias
del
diablo, que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne,
sino contra
los principados, contra las potestades, contra los do­
minadores de este mundo tenebroso, contra los . espíritus malos
de
los aires» ( 63 ).
Como decíamos antes, que la paz auténtica no se puede en­
tender como «pacifismo», también hay que decir a este propó­
sito que la paz religiosa no se puede entender como «irenismo»,
según advertía ya Pío XII en la encíclica 0Humani generis (64).
IV. EL DESEO NATU'ftAL l>E LA PAZ.
«La paz es un bien tan noble, que aun entre las cosas mor­
tales
y terrenas no hay nada m.ás grato al oído, ni m.ás dulce al
deseo,
ni superior en excelencia» ( 65). A la vista de esta ponde­
ración
de San Agustín, Santo Tomás se cuestiona la universali­
dad y
naturalidad del deseo de la paz: «Si todas las cosas apete­
cen la paz» ( «utrum omnia · appetant pacem») ( 66 ). Su respuesta
positiva hace pensar en la convertibilidad del deseo de la paz
con el deseo del bien, sobre el que también
se. había pregunta-
(62) Peá. 5,8.
(63)
Ef. 6,11-12 y 16;_! Tes. 3,5.
(64)
DS. Enchiridion Symbolorum, n. 3.880.
( 65) S. Agustín, De Civitate Dei, XIX, c. 11.
(66) S. Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 29,2.
19
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
do: «Si todas las cosas apetencen el bien» ( «utrum omnia bonum
appetant») (67). Juan Pablo
II ha insistido últimamente en el
valor universal
y natural apetencia de la paz: «La paz es un va­
lor de una importancia tal que debe ser proclamado una y otra
vez, y promovido por todos. No existe
un ser humano que no
se
beneficie de la paz. No existe coraz6n humano que no se
sienta aliviado cuando reina la paz. Las naciones qel mundo sólo
podrán realizar plenamente
sus destinos -que están entrela­
zados-si todas unidas persiguen la paz como valor universal.
Con
ocasión de esta XIX Jornada Mundial de la Paz, en el
Año Internacional de la Paz proclamado por
la Organización
de las Naciones Unidas, propongo a cada uno
como mensaje de
esperanza
mi profunda convicción: La paz es un valor sin fron­
teras. Es un valor que responde a las esperanzas y aspiraciones
de todos los pueblos y de todas las naciones, de los jóvenes y
de los ancianos, de todos los hombres y mujeres de buena vo­
luntad» (68).
Sin ·embargo, a esa supuesta universalidad del deseo de
paz
obsta el hecho de que muchos desean y procuran la guerra o la
disensión (69). Es más, el mismo Cristo no parece considerar
deseable
la paz a toda costa, puesto que dice haber venido a traer
la guerra, según las palabras del Evangelio ya · referidas (70).
Hasta el mismo refranero español recoge
la apreciación popular:
más vale buena guerra que malirpaz. Por otra parte, si el deseo
o apetencia de la
paz fuese tan natural y universal como la 'ape­
tencia del bien, no tendría sentido el precepto de la paz, for­
mulado expresamente por Cristo: . «Vivid en paz unos con
otros» (71 ), y por el profeta: «Amad, pues, la verdad y la
paz» (72). Lo que no puede menos
de ser amado y apetecido no
(67) De Verit. 22,1.
(68)
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1
de enero de 1986, Vaticano, 8 de diciembte de 1985, núm. 1, pág. 3.
(69) Cf. S. Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 29,2 obj. 2.
(70) Mt. 10,34; Luc. 12,52-53.
(71) Marcos 9,50.
(72) Zacarlas 8,19.
20
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TEOWGIA DE LA PAZ
es objeto de precepto, al no ser responsablemente elegible, como
no es elegible y preceptuable la felicidad o el bien en común. N.o
se expresa lo mismo al decir sé feliz que al decir vive en paz.
Hay quien se siente más feliz haciendo la guerra.
Hay, pues, que matizar o distinguir. El deseo de
la paz,
como el deseo del bien, de la felicidad, de la verdad, de vivir o
existir,
es un deseo natural, previo o presupuesto a cualquier elec­
ción¡ y universal, sin fronteras espaciales o temporales, étniots
o sociales, materiales o espirituales. Pero se impone inmediata­
mente la distinción:
Si nos referimos al bien, a la verdad, a la
existencia, a la felicidad, a· la paz, en toda su universalidad y en
actitud primigenia
de volición original (la simplex volitio ), el
deseo no tiene posible evasión de
espontaneidad o de fronteras.
Es cuando
se presenta el bien, ·la verdad, el existir, la felicidad,
la libertad, la paz,
en común, sin márgenes. Pero cuando se trata
de concreciones o reducciones de esos valores elementales,
tal
necesidad o espontaneidad cede a la contingencia y a la remi­
sión, la universalidad cede a
la excepción. Hay quienes, en un
momento determinado, desean y optan por el pecado, que es
un
mal; desean y procuran la guerra para buscar una paz a su
gusto; mienten o
se desentienden de la verdad que 1es resulta
molesta; prefieren carecer
de libertad a llevar una vida libre ig­
nominiof?a; caen en desesperació"n y optan por la muerte, no obs~
tante el instinto vital .. En ese momento el pecado se viste de
bien deleitable o útil; la felicidad se presenta como absurda o
imposible;
la paz resulta incómoda y .la muerte preferible a una
vida insoportable.
·Esa· es, a grandes rasgos, la motivación del
deseo del mal y de la guerra. La precisión
es de Santo Tomás:
«El bien es lo que apetecen todas las cosas ... Para que la volunc
tad tienda a algo, no se requiere que sea un bien verdadero,
sino que
sea aprehendido bajo la razón de bien ... ; el carácter de
mal tiene razón de bien» (73). «Incluso aquellos que buscan gue­
rras y disensiones no deSean sino la paz que estiman no tener.
Pues, según queda dicho, no hay paz si alguien concuerda con
(73) S. Tomás, Suma Teológica, 1-IJ, 8,1.
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VICTORINO RODRIGUBZ, O. P.
otro contra lo que él más quisiera. Por eso los hombres bus­
can romper con
la guerra· esa concordia carente de paz, a fin de
llegar a
la paz en la que nada se oponga a su voluntad. De alú
que todos los beligerantes busquen por la guerra una paz más
perfecta que la que antes tuvieron» (74).
Este breve análisis fenomenológico de
la posibilidad y géne­
sis de la guerra, contraria a la deseada paz, invita a pensar en
la importancia de formarse
· un juicio valorativo de la verdadera
yhonesta paz, y en la reserva que se debe tener sobre las pro­
clamas generales de la paz, y no digamos nada sobre el «pacifis­
mo» político. ¡Paz, paz! ¿En qué sentido y a qué precio? ¡Li­
bertad, libertad! ¿De qué y para qué? ¡Bienestar, bienestar! ¿En
qué o cuál?Cuando el intolerable opresor grita cínicamente ¡paz!,
el oprimido esperanzado puede
y debe gritar: ¡guerra!
V. BASES O FUENTES 9g LA PAZ: SUS OBSTÁCULOS O ATENTADOS.
La encíclica Pacem ín terris, de Juan XXIII, lleva este enun­
ciado: «Sobre la paz entre los pueblos; que
ba de fundarse en la
verdad, la justicia, el amor
y la libertad» (75), ·
Hablo de bases o de fuentes de la paz, porque a ésta se la
puede considerar como
un valor logrado, in facto esse, o como
un hacerse continuo, in fieri, tal como la describía el Concilio
Vaticano
II: «La paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un
perpetuo quehacer. Dada
la fragilidad . de la voluntad humana,
herida por el pecado,
el cuidado
por la paz reclama de cada uno
constante dominio de si mismo
y vigilancia por parte de la auto­
ridad legítima» (76).
La fluidez vital de la paz exige cuidar sus
fuentes y remover obstáculos de su curso tranquilo, y el status
o estructura de paz exige vigilar los atentados perturbadores del
Estado
de derecho o de honesta convivencia ciudadana. Socie­
dad bien constituida y dinamismo de convivencia perfectiva. Eso
es vivir en paz.
22
(74) Ibld., II-II, 29,2 ed 2.
(75) AAJ3, 55 (1963), 257.
(76) Concilio Vaticano II,' Gaudium 'et -spf!s, n. 78.
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TEOWGIA DE LA PAZ
Tratándose .de la paz humana, nacida. especlficamente del
amor
y de la justicia, se presuponen naturalmente la verdad y la
libertad. V amos a analizar brevemente estos cuatro factores de
paz, enunciados en la Pacem in terris, y que Juan Pablo Il for­
muló últimamente en estos términos equivalentes: «Sólo podrá
haber paz cuando haya justicia, libertad
y verdadero respeto por
la naturaleza del hombre» ( 77 ).
a) La verdad, fundamento y fuente de la paz.
La verdad especulativa o teórica, como adecuación del juicio
mental con la realidad
(la adaequatio rei et intelleatus de la defi­
nición clásica) y la verdad práctica, como adecuación del juicio
estimativo con el apetito recto
(78), constituyen ya en sí una
realización
de la paz: la paz de la inteligencia, naturalmente or­
denada a la verdad como a su propio objeto (79). La falsedad o
heterodoxia y las falsas
estimaciones del bien se oponen formal­
mente, a este nivel, a la
tranquilidad del orden en sus orígenes
humanos más profundos.
Pero hay
más. La verdad condiciona los demás factores cons­
titutivos de·· la paz. La libertad presupuesta y exigible para el
amor y la justicia, fuentes de
la paz, es la libertad verdadera,
no la falsa
libertad,' que es «cobertura de la maldad» (80). La
iusticia que opera la paz (81) es la justicia auténtica, que se atie­
ne
al dictamen práctico, verdadero y objetivo (secundum medium
rez et rationis), y que frecuentemente está más allá de la estricta
legalidad. El
amor o caridad, fuente positiva e inmediata de la
paz,
es el amor verdadero, sobre el bien verdadero, no sobre el
bien aparente1 base y fuente de una concordia perenne.
(n) Homilla en el parque Shivaii (India), 9 de febrero de 1986,,
O. R., 23 de febrero de 1986, pág. 18.
(78)
S. Tomá,, Suma Teol6gica, 1-II, 57,5 ad 3.
(79) !bid., T-II, 57,2 ad 3.
(80) 1 Ped. 2,16.
(81) Isaías 9,7; 32,17.
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VlCIORJNO RODRJGUEZ, O. P.
Esta irradiación· pacificadora de la verdad sobre la hbertad,
la justicia y la caridad, alcanza naturalmente a toda la comple­
jidad estimativCl'afectiva de las virtudes personales, donde .la luz
lucha contra las
únieblas ( 82), de las virtudes sociales de amis­
tosa convivencia (amabilidad, sinceridad; respeto, reconocimiento
de la
dignidad de. los demás, mediante los dictámenes de la recta
( = verdadera) razón práctica. Como decía el cardenal Casaroh,
Secretario de Estado, en nombre
del. Papa, en la Carta al Presi­
dente de
las Semanas Sociales de España, «se sirve a la verdad
cuando
se ayuda a respetai: y apreciar los valores morales y re­
hgiosos que promueven la dignidad humana y dan pleno sentido
a
la vida. El peligro de la · pérdida de· estos valores pesa como
una grave amenaza sobre la humanidad de hoy. Es la verdad
la que nos libera y nos hace libres (d. Jn. 8,32), no el escep­
ticismo o la mentira; son e1 bien y el amor los que nos elevan,
no la apatía y la indiferencia» ( 83 ).
La verdad es también fundamental para la existencia y con­
sistencia de la paz socio-politica. Ha insistido en ello singular­
mente Juan Pablo
II en su magnífico mensaje para la XIII Jor­
nada Mundial de
la Paz, del 1 de enero de 1980, bajo el enun­
ciado
La verdad, fuente de la. paz. «Unamos nuestros esfuerzos
para asegurar
la · paz, haciendo una llamada a los recursos de la
paz misma, y en primer lugar a la verdad, que es la fuerza pa­
cífica y poderosa de la paz por excelencia, dado que ella se co­
munica por su propia irradiación fuera de toda coacción» (84).
Apela
al «pleno respeto de la .verdad sobre la naturaleza y des­
tino del hombre, fuente de la verdadera paz en la justicia y la
amistad» (85). «La verdad es la fuerza de la paz, porque revela
y realiza la. unidad del hombre con Dios, con él mismo y con los
demás» (86).
(82) Jn. 1,5; 3,20; 8,12.
(83)
O. R., ed. esp., 18 de mayo de 1986, pág. 24.
(84) Mensaie para la XIII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de
1980, introducci6n.
(85)
Ibld., núm. 9.
(86) Ibld., núm. 10,
24
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TEOLOGIA DE LA PAZ
Contrariamente, el etror y la mentira, la desinformación y la
duda,
la insinceridad y el escepúcismo minan la consistencia de
la paz socio-políúca. Lo advirúó y maúzó certeramente Juan
Pablo
II en el citado mensaje: «Si es verdad -'-Y nadie lo pone
en
duda-que la verdad sirve a lá causa de la paz, es también
indiscutible
que. la no-verdad camina a la par con la causa de la
violencia y la guerra. Por no-verdad hay que entender todas las
formas
y todos los niveles de ausencia, de rechazo, de menos­
precio de
la verdad: mentira propiamente dicha, información par­
cial y deformada, prqpaganda sectaria, manipulación de los me­
dios de comunicación, etc.» (87). «Es imposible instalarse en la
duda, la sospecha, el relativismo escéptico sin deslizarse rápida­
mente en la insinceridad y la mentira» (88). «La violencia se
impregna de menúra
y. úene necesidad de la mentira, procurando
asegurarse una respetabilidad en
fa opinión mundial, a tra­
vés de justificaciones totalmente extrañas a su propia naturale­
za» {89). «Se difunde la idea de quecd hombre y la humanidad
entera realizan su progreso sobre todo
por la lucha violenta» (90).
«La existencia de la carrera de armamentos puede
también hacer
sospechar una sombra de mentira
y de hipocresía en ciertas afir­
maciones de la voluntad de coexistencia pacífica» ( 91 ). «Res­
taurar
la verdad es ante todo llamar por su nombre los actos
de violencia bajo todas sus formas. Hay que llamar al homicidio
por su nombre: el.homicidio es un homicidio, y las motivaciones
políúcas o ideológicas, lejos de cambiar su naturaleza, pierden,
por
el contrario, su dignidad propia» (92). El Papa recuerda
también las palabras de Cristo
(Jn. 8,44) sobre la belicosidad del
diablo
por no mantenerse en la verdad: «El es homicida desde el
principio
y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no es-
(87) Ibíd., núm. l.
(88) !bid., núm. 4.
(89)
!bid., núm. l.
(90) !bid., núm. 2.
(91) Ibld., núm. 8.
(92) !bid., núm. 3.
25
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
taba en él. Cuando habla. de la mentira, habla de lo suyo propio,
porque
él es mentiroso y padre de la mentira» ( 9 3 );
Es también fuente de paz la verdad histórica sobre las gue­
rras y sus motivaciones, no para olvidarlas propiamente, sino
para prevenirlas con obras
y actitudes generadoras de paz.
b) La libertad, presupuesto y medio ambiente de paz.
La definición clásica de paz humana como tranquila liber­
tad seiiala bien claramente la libertJad como presupuesto o ám­
bito propio de la paz. Realmente, todo lo humano, toda realiza­
ción propiamente humana.
{que es más que lo que se realiza en
eLhombre)
es realización de libertad. De ahí que una tranqui­
lidad impuesta coactivamente no
es paz, como tampoco fo es la
tranquilidad mantenida por coerción de movimientos voluntarios.
No viven en
paz ni .el encadenado o recluso ni el impedido o
inhibido por
el miedo ni, menos aún, el enajenado o el total-'
mente enviciado.
Por supuesto que tampoco es índice de tran­
quila libertad el «descanse
en, paz» de las lápidas de los cemen­
menterios, aunque las almas de los difuntos se encuentren libe­
radas en Dios.
Se requiere, pues, libertad para ser malo y gue­
rrear, y, con más razón, ,para ser bueno y vivir en paz. .
Por otra parte, es obvio que la libertad qué se exige para
una auténtica y positiva paz es una libertad
calificada, la liber­
tad tranquila, ordenada, perfectamente encauzada;. no una
vo­
h¡ntariedad incontrolada, violenta, libertaria. Ni el despotismo
ni el libertismo son ambientes de paz. Precisamente en
la opre­
sión de la legítima libertad
y en el libertinaje tienen su origen
las guerras.
Así
como la verdad funda y alimenta la paz en la medida en
que es completa, libre de errores, dudas, manipulaciones,
men­
tiras, condicionamientos extraños a la transpárencia objetiva, así
la libertad
es condición de paz en la medida que se atiene a la
(93) Ibld., nóm. 10.
26
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TEOLOGIA DE LA PAZ
verdad, es decix, al bien verdadero y se realiza virtuosamente
en el autodominio de las propias apetencias y agresividades.
An­
tes que la libertad exterior de hacer u omitir es necesaria la li­
bertad interior expedita. No es· obstáculo de la páz la vigencia
de unas leyes· coercitivas que garantizan el uso exterior correcto
de la libertad; y tampoco
es impedimento de paz la natural li­
mitación intrínseca de la libertad o su autocontrol responsable.
Resulta por eso muy lógico que Juan Pablo
H, que en el
Mensaje de Paz de 1980 había desarrollado el tema La verdad,
fuente de
la paz, en el Mensaje correspondiente a la Jornada
Mundial
de la Paz del 1 de enero de 1981 haya escogido el lema
complementario
Para servir a la paz, respeta la libertad. Lo que
decía fundamentalmente era esto:
Que «sin un respeto profundo y
generalizado de la libertad,
la paz escapa
al hombre» ( 94); que «la libertad en su esencia
es interior al hombre, connatural a la persona humana, signo dis­
tintivo de su naturaleza ... que constituye su derecho fundamental,
tanto como individuo cuanto como miembro de la sociedad.
El hombre
es libre porque posee .la facultad •de determinarse en
función de lo verdadero y del bien
... Ser libre es poder y que­
rer elegir» (95). Y si la libertad personal ha de ejercerse en
función
dé la verdad y del bien, el Estado lo ha de hacer «bus­
cando el bien común conforme a las exigencias
de la ley mo­
ral» (96). «Es proponer una caricatura de la libertad pretender
que el hombre
es libre para organizar su vida sin referencia a
los valores morales y que la sociedad no está para asegurar la
protección y la promoción de los valores éticos. Semejante ac­
titud es destructora de la libertad y .de la paz» (97). «El hom­
bre debe, pues, poder hacer
sus elecciones en función de los
valores a los cuales · da su adhesión; se mostrará responsable en
(94) Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1
de enero de 1981, AAS, 72 (1980), núm. 2, pág. 1.261.
(95) Ibld., núm. 5. ·
(96) Ibld., núm. 6.
(97) Ibld., núm. 7.
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VÍCTORINO RODRIGUEZ, O. P.
ello, y corresponde a la sociedad favorecer esta libertad, teniendo
en
Cuenta el bien común. El primero de estos valores y el más
fundamental es siempre su relación con Oios, expresado en sus
convicciones religiosas» (98). «Ser liberado de la injusticia, del
miedo, del apremio, del sufrimiento, no serviría
de nada si se
permanece allá en lo hondo de los corazones, esclavo del pecado.
Para ser verdaderamente libre, el hombre debe ser liberado
de
esta esclavitud. y transformado en una nueva creatura. La libertad
radical del hombre
se sitúa, pues, al nivel más profundo: el de
la apertura a Dios
por la conversión del corazón, ya que es en
el corazón del hombre donde.
se sitúan las raíces de toda suje­
ción, de toda violación de la libertad» (99).
e) La justicia, parte y presupuesto de la paz.
El cumplimiento de toda justicia, tanto individual como so­
cial, tanto natural como adquirida o positiva, sea haciendo lo
debido u omitiendo lo indebido,
máxime cuando se reafiza vir­
tuosamente
(iustum iuste ), es .en si paz, es decir, tranquilidad
del orden social,
y presupuesto de toda paz. El profeta !salas
así lo proclamó: opus iustitae pax, «obra de la justicia es la
paz» (100), y la Iglesia lo sigue repitiendo insistentemente. Juan
Pablo
II, en el discurso que pronunció en la Nunciatura Apostó­
lica de Bogotá,
el 3 de julio de 1986, insiste: «Siento el deber de
reafirmar, al mismo tiempo, que una paz auténtica ha de tener
sus
rafees bien fundadas en la dignidad del hombre y de sus
dereclios iMlienables. No puede existir verdadera paz si no existe
un compromiso serio
y decidido en la aplicación de la justicia
social. En efecto, la justicia
y la paz no pueden disociarse: una
paz que
.no tuviera en cuenta la justicia sería sólo un sucedáneo.
Trabajar por la paz significa, por tanto, comprometerse en
la
promoción de la justicia y en la defensa y tutela de los derechos
28
(98) Ib!d .. núm. 6.
(99) Ibld., núm. 11.
(100)
!salas 32,17.
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TBOWGIA DE LA .PAZ
fundamentales del hombre, en el respeto · mutuo, en el amor
fraternal» (101). «Una paz verdadera
-dirá ttes días después
en
el Estadio Atanasio Girardot de Medellín-será realidad
sólo cuando
se hayan eliminado las .causas de la injusticia» ( 102).
Es obvio que la justicia,
que es elemento de paz y presu­
puesto de paz, y la injusticia, que
es desorden y causa de des­
orden, han de entenderse en toda su amplitud de justa convi­
vencia ínter-individual y social, no sólo respecto
de los bienes
materiales, dando a cada uno lo
suyo (unicuique suum), sino
también manteniendo unas relaciones
de alteridad dignas y dig­
nificantes, «en la defensa y tutela de los derechos fundamenta­
les del hombre», como dice el Papa.
Uno
de esos derechos fundamentales (fijándonos desde aquí
en la primera fuente
de paz señalada anteriormente) es el de­
recho . a la verdad y a la veracidad. «La redueción del mensaje
evangélico a la
única dimensión socio-política ---- con referencia a la «teología de la liberación»-arrebata a los
pobres
lo que constituye su supremo derecho: el derecho de
recibir de
la Iglesia el don de la verdad integra sobre el hombre
y sobre la presencia del Dios viviente en
su hi&tQria» (103).
La falta de verdad en
su proyección social de veracidad es
una forma de injusticia que obstaculiza grandemente la paz. Lo
inculcaba San P~blo: «Despojandoos de la mentira, hable cada
uno verdad
con su prójimo» (104). El cardenal Casaroli adver­
tía, en nombre del Papa, este obstáculo de paz en· nuestto tiem­
po:
«Quizás hoy no se hable suficientemente de este derecho
a
la verdad, que con frecuencia es uno de los más conculcados
en
el mundo actual. Cuando un Estado monopoliza o manipula
(101) Jµan Pablo II, Discurso en la Nt1nciatura Apost6líca de Bo­
gotá, 3 de julio de 1986, núm. 3; O. R., ed. esp., 6 de julio de 1986,
p,!g. 8.
(102) Juan Pablo II, Discurso en el Estadio Atanasio Girardot de
Medellln, 5 dí: julio de 1968, núm. 8; O. R., 20 de jJilio de 1986, pág, 4,
(103) Juan Pablo II, Discurso a los Cardenales y a la Curia Romana,
21 de diciembre de 1984, núm. 10.
(104) Ef. 4,25.
29
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
los medios de comunicación social con fines e intereses de parte,
se conculca el . derecho a la verdad; cuando unas empresas o
medios informativos, bien sean grupos ideológicos o grupos
eco­
nómicos, tergiversan_ o manipulan las noticias· a través de la
prensa, radio o televisión, se conculca el derecho a la verdad;
cuando a través -de unos medios informativos se atacan o incluso
se trata de destruir los valores morales de la sociedád, condu­
ciendo, sobre todo a los jóvenes, a consideraciones puramente
hedonistas en los comportamientos vitales, se hiere y conculca
el derechÓ a la verdad; también se puede conculcar el derecho
a la verdad a través de las técnicas publicitarias,
y de otras
formas que un agudo análisis
del problema podría poner de re­
lieve» (105).
Junto a este derecho a
conocer· la verdad, y, por lo tanto,
a que no se le _mienta o engeñe a uno, cuyo cumplimiento es
indispensable para la verdadera paz, ha de obsen,arse t;mbién
el otro derecho fundamental de correcta libertad en el ser o
autonomía personal, en el obrar, en el tener o poseer, en el
conyivir, con todas las matizaciones a que hemos aludido an­
terio"11lente. La coacción y la coerción indebidas son también
profundamente desbúmanizadoras, opuestas a la tranquilidad del
orden, formalmente incompatibles_ con la. paz. Su .términ~ _ na­
tural es la guerra.
Este
presupuesto de paz, que es la vigencia _de la ;ustick en
su ámbit~ más profundo y amplio _ del_ deber-derecho de .!_a ver­
dad y_ la libertad, correspondiente a la .condición personal dé
hombre, conlleva una serie de deberes-derechos que Juan -XXIII
ha sintetizado perfectamente en la encíclica Pacem in terris, del
11 de abril de 1963 (106); derecho a la existencia y a un nivel
de vida
digno, derecho al trabajo y al justo salario, derecho a la
(105) Carta del Secretario de Estado, Agustln C,tsaroli, al Presidente
de las Semanas Sodales de España, 24 de abril de 1986; O. R., 18 de
mayo de 1986, pág. 24.
(106)
AAS, 55 (1963), 257-324. CTr. Pío .XII, Radiomensaje Con
semp,e, 24 de diciembre de 1942; AAS, 35 (1943), 20, núm. 37.
30
Fundaci\363n Speiro

TEOWGIA DE LA PAZ
propiedad privada y a la seguridad ciudadana, derecho a la
familia
y a la educación de los hijos, derecho a la. cultura y a
la vida religiosa, derecho a la asociación
y a. la participación en
lá vida pública, derecho al ejercicio correcto de la libertad con
sus implicaciones y naturales consecuencias.
Ahora hien, los derechos, tanto naturales como adquiridos,
tanto humanos como sobrenaturales, tanto de ámbito individual
como de ámbito familiar, social, nacional o mundial, no basta
reconocerlos
y proclamarlos para que reine la paz; es necesario
que los respeten los demás cumpliendoo los correlativos
debe­
res, y que los mismos sujetos de los derechos satisfagan sus pro­
pios deberes, no s6lo en relación con los demás, sino también
respecto de sí mismos. Como se precisa en la Paoem in terris
(núm. 30), «cualquier derecho fundamental del hombre deriva
su fuerza moral obligatoria de la ley natural, que lo confiere e
impone
el correlativo deber». Derecho a vivir y a que los de­
más respeten mi vida, pero deber anterior mío de cuidarla; de­
recho a estar en la verdad y a que los demás no me engañen,
pero deber
anterior ·mío a buscarla; derecho mío a vivir y con­
vivir libremente · en sociedad, pero deber anterior mío de usar
la libertad
responsablemen~; derecho mío a un trabajo digno y
a
la propiedad privada y deber de los demás de respetar mi eco­
nomía, pero deber anterior mío de rendir económicamente y no
vivir a cuenta de los demás.
De
ahí que la proclamación· de los derechos humanos, aun­
que sea tan solemne como la Declaración Universal de los Dere­
chos del. Hombre de la ONU del 10 de diciembre de 1948, o
tan concretizada y matizada como la legislación
de los Estados
más civilizados, si falla
su. base metaffsica y de ética natural con
resolución de
los derechos en los deberes, la paloma de la paz
no reposará tranquila en nuestra Humanidad. En realidad,
la exis­
tencia de derechos, aun reconocidos, no equivale a existencia de
justicia, que implica existencia de derechos atendidos por los co­
rrelativos deberes. No se es justo y pacífico ,por tener derechos,
sino por cumplir deberes.
'
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VJCTORINO RODRIGUEZ, O. P.
d) Amor y sabiduría, hase y fuente perennes de paz.
Me refiero al amor virtuoso, singularmente al amor de cari­
dad, difundida por el Espíritu Santo en el coraz6n de los fie­
les ( 107), y que el mismo Espíritu Santo hace fructificar en
paz (
108); y a Ja. sabiduria sobrenatural, que es el primero de
los dones del Espíritu Santo (109), y que corresponde justamen­
te a la caridad, de la que nace y se alimenta (110),
Fijémonos, primeramente, en dos textos bíblicos suficiente­
mente orientadores en esta parte
central de nuestra reflexi6n teo­
l6gica.
El salmista declara completivamente qne «mucha paz tienen
los que aman tu ley; no hay para ellos tropiezo» ( 111 ). Y el ap6s­
tol Santiago hace
la contraposición: «Donde hay envidias y renci­
llas,
allí hay desenfreno y todo género de males. Mas la sabidu­
rla de arriba es primeramente pura, luego pacifica, modesta, in­
dulgente, llena
de misericordia y de buenos frutos, imparcial,
sin hipocresía, y el fruto de la justicia se siembra en la paz para
aquellos que obran la paz»
(112).
Al primer intento de descubrir fuentes inmediatas de la paz,
J teologal
. o de caridad, que'. ,es el más puro o desinteresado y el
más universal: benévolo eón todos y siempre, bondadoso, in­
dulgente, bienhechor, como
el que Cristo practic6 y preceptu6
y el Espíritu Santo inspira constartteniente en el coráz6n de los
fieles.
Efectivamente,
el amor de Dios y a Dios establece .la concor­
dia
más íntima y profunda con El, manantial de las demás con­
cordias
y· pacificaciones. «Si alguno me ama, guardará mí pala­
bra, y
mi Padre Je amará, y vendremos a él y en él haremos mo-
32
(107) Rom. 5;5.
(108) Gal. 5,22; Rom. 14,17.
(110) · S. Tomás, Suma Teol6gicd, II-Il, 45.
(111) Salmo
119,1.65.
(112) Sant. 3,16-18.
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TEOLOGIA DE LA PAZ
rada» ( 113 ). «Como el Padre me amó, yo también os he ama­
do; permanec~d en mi amor. Si guardareis mis preceptos, per­
maneceréis
en' mi amor, como yo guardé los preceptos de mi
Padre y permanezco en su amor. Esto os lo. digo para que yo
me goce en vosotros y vuestro gozo sea c;umplido. Este es mi
precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Na­
die tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus ami­
gos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando» (114).
Este
era el último . o principal enfoque de la teología de la
paz que hacía Juan. Pablo II ·en su reciente enclclica Dominum
et vivificantem: « Ya que el camino de la paz pasa, en definitiva,
a
través del amor y tiende a crear la civilización del. amor, la
Iglesia fija
su mirada en aquel que es el amor del Padre y del
Hijo y, a pesar de las
crecic;ntes amenazas, no deja de tener
confianza, no deja de invocar
y de servir a lá paz del hombre
sobre
la tierra. Su confianza se funda en aquel que, siendo Es­
píritu,amor, es también el Esplritu de la paz y no deja de estar
presente en
11uestro mundo, en el horizonte de las conciencias y
de los corazones para llenar la tierra de amor y de paz» (115).
El amor es efectivamente paz y fuente de paz .. Es paz, porque
el amor, especialmente
el más humano y cristiano, es benevolen­
cia, es amistad, es dilección, es caridad, es unión de afectos, es
concordia, es realización íntima de la paz, pues, como dirá .Santo
Tomás comentando a
San Pablo, «la paz no es otra cosa que la
unidad de afectos» (116). Es verdad que dos o más pueden es­
tar con-cordes en algo sin que se amen plenamente y gocen de
paz interior integral, o que· 1as bu.enas relaciones interpersonales
no subsanen los conflictos intrapersonales, pero un amor
&lec­
tivo, · amistoso, bien ordenado, como es singularmente el de la
caridad, es esencialmente pacifico en sí y en relación con los
otros. Santo Tomás, precisando la fórmula agustiniana,
la paz
(113) Jn. 14,23.
(114)
Jn. 15,9-14.
(115) Dominum et vivificantem, 14 de mayo de 1986, núm. 67.
(116) Super ad Hebr., c. 13, lect. 3, núm. 766.
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VICTORJNO RODRJGUEZ, O. P.
de los hombres es la ordenada concordia ( 117 ), matizó el sen·
tido pleno
del. amor y de la paz: «Hay que decir que Agustín
habla a1lí de la paz de un hombre con otro. Y rute que esta paz
es concordia, no cualquiera, sino la ordenada, en cuanto que un
hombre concuerda con otro en aquello que conviene a ambos.
Pues
si un hombre concuerda con otro, no por voluntad espontá­
nea, sino como coaccionado por el temor
de algún mal inminen­
te,
tal concordia no es verdaderamente paz, porque no se salva
el orden de ambos concordantes,
sino que está perturbada por
algo que infunde temor.
Por eso dice previamente qne liJ paz es
la tranquilidad del orden. Tranquilidad que consiste en que to­
dos los movimientos apetitivos en cada. hombre estén sosega­
dos» ( 118 ). O como decía comentando a San Mateo: -«La paz
es la tranquilidad del orden. Y . el orden es la disposición de las
partes semejantes y desemejantes en
su propio lugar. Por tanto,
la paz consiste en que todos ocupen su lugar. Así, pues, la mente
del hombre ha de estar, primeramente,· sujeta a Dios. En
segun­
do lugar, los movimientos y facultades inferiores, que nos son
comunes a nosotros y
a los animáles, han de estar sometidas al
hombre, pues por la razón el hombre domina a los animales,
según Gen. 1,26
... En tercer lugar, el hombre ha de estar en
paz con los otros, pues así estará totalmente ordenado» (119).
El amor, especialmente el
de caridad, es, además, fuente de
paz, por ser el manantial y el alimento del don de la sabiduría,
ordenadora
y pacificadora universal de toda la vida humana, como
leíamos en la Carta de Santiago (120).
Para hacer ver
la relación dé correspondencia entre la paz y
la filiación divina, tal
come se enuncia en la séptima bienaven­
turanza,
bienaventurados lo~ paclficos porque ellos serán llama­
dos bi¡os de Dios (Mt. 5,9), Santo Tomás apunta una triple ra­
zón: «La primera es que tienen el oficio del Hijo de Dios, pues
para
eso se dice que el Hijo vino al mundo para congregar a los
34
(117) De Civ. Dei, XIX, 13.
(118) Suma Teol6gica, II-II, 291 ad l.
(119) Super Matt. 5 9, n. 438.
(120) Sant. 3,16-18.
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TEOLOGIA DE LA PAZ
que estaban dispersos (Ef. 2,14; Col. 1,20). Segunda, porque por
la paz con caridad se llega al reino eterno, en .el que todos se
llamarán hijos de· Dios (Sab. 5,5; Ef. 4,3). Tercera, porque sien­
do pacífico el hombre se asemeja a Dios, pues donde hay paz no
hay resistencia, y a Dios nadie le puede resistir
(Job 9,4» (121).
Dicho con otras palabras: ser
pacifico es ser ordenado y ordena­
dor, es comportarse sabiamente, es asemejarse al Hijo de Dios,
que
es la Sabiduría engendrada de Dios (122).
e) La -paz, ¿obra principalmente de caridad o de justicia?
La paz es ciertamente obra de justicia y de caridad conjun­
tamente, sin posible exclusividad. No
se puede tratar más que
de un orden de complementariedad. Antes y más bien justicia,
o antes y más bien caridad.
¿C"be una justa paz sin amistad, o
una
pacífica amistad sin justicia?
Una primera y fundamental matización la hizo Santo Tomás
en el artículo 3 de la cuestión 23,II-II, de
la Suma Teol6gica: «si
la paz es efecto de la caridad», a cuya suposición parece opo­
nerse el texto de !salas 32,17: «la paz es obra de la justicia».
«Hay que decir --explica Santo
Tomás--que a la paz le
es esencial una doble unión, según se ha dicho en el artículo
primero; una
es por la ordenación de los propios apetitos a un
término; otra
es p~r la unión del propio apetito con el apetito
de otro. Ambas uniones
las produce la caridad. La primera, en
cuanto que Dios
es amadci con todo el corazón, de modo que
todo
lo referimos a El, y así todos nuestros apetitos confluyen
en un mismo término. La· segunda, en cuanto que arriamos ak pró­
jimo como a nosotros mismos, de donde resulta que el hombre
quiere cumplir
la voluntad del prójimo como la $uya propia. Por
eso entre los signos de amistad uno
es la identidad de elección,
como se
ve en el libro IX de la E ti ca de Aristóteles, y afirma .
(121) Super Matt. 5,9, n. 439.
(122) Cf. S. Tomás, Suma Teol6gica, II-II, 45,6.
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VICI'ORINO RODRic:;UEZ, O. P.
Tulio en el libro De amicitia, que los amigos tienen el mismo
querer y
rehusar,; (123 ).
Por lo demás, «hay que decir que la pa,, es obra de la jus­
ticia indirectamente, es decir, en cuanto que remueve obstácu­
los. Pero es obra de la caridad
directamente, porque por su
propia naturaleza la caridad causa la paz. El amor, en efecto, es
una fuerza unitiva, como dice Dionisio en el capítulo 4 de · De
aivinis nominibus, y la paz es la unión de las inclinaciones ape­
titivas» (124 ).
Resulta, pues, ,patente que la caridad, por su radicalidad y
universalidad de amor, ejerce más
fuerza unitiva y pacificadora
que la justicia, cuya vigencia
es indispensable en su. propio ám­
bito para la paz social. Sin justicia no hay paz; pero no basta Ja
justicia para que haya plenamente paz. El ordo amoris es mu­
cho más amplio y profundo que el ardo iustitiae. Por más jus­
tas que sean las relaciones entre los pueblos, si no median acti­
tudes de amistad, no reina tranquilamente la paz.
VI. EL CULTIVO DE LA PAZ.
Naturalmente, el conocimiento de la verdad· sobre el hom­
bre y el reconocimiento de sus valores morales fundamentales,
de sus deberes y derechos y de
su condición de hijo de Dios
con destino eterno de vida en
Dios, en comunicación con los de,
más, constituyen la mejor aportación al cultivo de la paz.
También contribuye en gran medida al ambiente de paz la
educación para el ejercicio correcto de la libertad que es, en de­
finitiva, la vida virtuosa en el ámbito individual, familiar, social
y político. De suyo una vida cristiana auténtica
no puede menos
de. reflejarse en una convivencia pacífica, propia de los hijos de
Dios, reconciliados entre sí y con El.
El ambiente social de justicia, intranaciónal e internacional,
es indispensable para mantener la paz, no por un equilibrio de
36
(123) Ibld., IHI, 29,3.
(124) !bid., II-II, 29,3 ad 3.
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TEOLOGIA DE LA PAZ
· fuerzas y temor, o por inacción de impotencia de . unos y prepo"
tencia de otros, sino por el respeto y cumplimiento
de los dere­
chos y deberes de las comunidades, superando todo egoísmo y
soberbia de dominio. Una legislación bien aquilatada, con los per­
tinentes conciertos internacionales, es una buena garantía de paz,
aunque no
sea plena: no siempre la ley tiene suficiente fuerza
moral o coercitiva para
impedir la guerra: Actualmente, y a nivel
internacional,
lo mucho conseguido por la ONU está bien lejos
de. ser una garantía de paz mundial, entre otras cosas, por falta
de paridad de competencias
.en· tah alto tribunal, debido al de-·
recho de veto de los socios fundadores, y por falta de rej:>re­
sentación equitativa, al tener el mismo valor el voto de un país
con más
de: cien millones de habitantes que otro que no llega
a los
diez ·millones. No se salva la responsabilidad democrática.
Se cultiva la paz positivamente, sobre todo y siempre, lo­
grando · y estrechando los lazos de amistad y solidaridad entre las
personas
y los pueblos, que se traducirán en todas aquellas acti'
rudes
que señalaba San Pablo a los corintios: «La caridad es
pa_ciente, es benigna; no es envidiosa, no es. jactanciosa, -no se
hincha, no es descortés, no es interesada, no se
irrita, no Piensa
mal; no. se alegra de la injusticia, se complace en el verdad; todo
lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera» (125).
Este cultivo
del. olivo de la paz perenne y gozosa conlleva,
negativamente, la erradicación del error,
de la insinceridad, de
la mentira, de la injusticia que es incompatible con la paz, del
vicio en general, que disgrega
y divide al individuo y a la co­
munidad. «Mas como amara yo '--confesaba San Agustín-en
la
virtud la paz y en el vicio aborreciese la discordia, notaba en
aquélla cierta unidad y en ésta una como división» (126).
Pío
XII, en el radiomensaje navidefio Con seínpre, de 1942,
en plena guerra mundial, concretaba en' cinco puntos el cultivo
de la paz. «Quien desee que la estrella de la· paz aparezca y se
detenga sobre la sociedad», preocópese: 1.", de la dignidad y
(125) I Cor. 13,4-7.
(126) San Agustín, Confesiones, IV, c. 15, núm. 24.
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VICTORINO. RODRIGUEZ, O. P.
derechos de la persona humana; 2!', de la defensa de la unidad
social
y de la familia; 3."', de la dignidad y prerrogativas del tra­
bajo;
4.º, de la reintegración del ordenamiento jurídico; 5.", de
la concepción del Estado según el espíritu cristiano (127).
VII. DIFICULTAD Y MÉRITO DE LA PAZ: ESFUERZO DE LA_ PAZ·
FIUACIÓN DIVIl",A.
El simple hecho de que ambos términos estén conjugados por
Cristo en una de las bienaventuranzas arguye gran dificultad y
gran mérito.
La dificultad de la paz en sentido pleno no es otra
que la dificultad de una vida cirstiana íntegra, que siempre ha
sido y
es. difícil, heroica. Son los santos los héroes de la paz. Las
medallas a sus méritos las da Dios. A veces
la Iglesia, pensán-·
dolo y valorándolo mucho, sube a los altares como ejemplares
a hombres y mujeres de paz.
En realidad, los pacíficos son tam­
bién los mansos, los hambrientos de justicia
y los misericordio­
sos ... cj_ue, a cambio de ·paz; recibieron guerra en este mundo,
pero filiación divina en el Reifio de Dios.
Juan Pablo
II no deja de urgir este imperativo de paz, aun­
que parezca una
utopía: «A primera vista, nuestra meta de ha­
cer de la paz un imperativo absoluto, puede parecer una utopía,
dado que nuestro mundo nos presenta una evidencia clara de
excesivo interés e_golsta en el contel lógicos y económicos
. opuestos entre sí. Atrapados por los con­
dicionamientos de estos sistemas, los líderes de los diversos gru­
pos
se sienten impulsados a proseguir sus objetivos particulares
y sus ambiciones de poder, de progreso y de riqueza, sin tener
en cuenta
suficientem'ente la necesidad y el de.her de solidaridad
internacional
y cooperación en 'favor del bien comtín de los pue­
blos que forman la familia humana» ( 128).
(127) Texto español completo en Docl1'ina Pontificia, Doc. Poi., Ma­
drid, BAC, 1958, págs. 850-853.
(128) Juan Pablo II, Mensaie para la Jornada Mundial Je la Paz, 1
de enero de 1986, núm. 2. Estando corregidas las primeras pmebas de este
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TEOLOGIA DE LA PAZ
Esta difícil paz se ha de impetrar a Dios como un don de
gracia. Dios la ofrece a los individuos y a los pueblos: « Yavé
me dijo: Tú has derramado mucha sangre y has hecho grandes
guerras.
No serás tú quien edifique una casa a mi nombre, por­
que has derramado ante mí mucha sangre sobre
la tierra. He
aquí que te nacerá un hijo, que será hombre de paz y a quien daré
yo paz, librándolo de todos sus enemigos en derredor. Su nom­
bre será Salom6n, y durante su vida haré yo venir sobre Israel
la
paz y la tranquilidad» (129).
Mejor y no más fácil es conseguir la paz, no derramando san­
gre, sino con sentimientos y palabras de paz. «Matar las guerras
con
la palabra y alcanzar y conseguir la paz con la paz y no con
la guerra,
es mayor gloria que matar a los hombres con la espa­
da» (130).
artículo pude leer el notable discurso de Juan Pablo II al Cuerpo Diplo­
mático, núm. 1, 1987, O. R. 25-I-1987, dondé el lector puede ver amplia­
das estas apreciaciones.
(129) Paralip6wenos, I, 22,8-9.
(130) S. Agustín, Eplst. 299, 2, Ed. BAC, Madrid, 1953, pág. 1.085 ..
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