Índice de contenidos
Número 263-264
Serie XXVII
- Textos Pontificios
- Testimonios
-
Estudios
-
La encíclica Sollicitudo rei socialis ante el desarrollo sin solidaridad
-
El pensamiento de Vázquez de Mella. (Su actualidad, sesenta años después)
-
El blanco es la familia
-
Amor, matrimonio y derecho
-
El liberalismo y la Iglesia española. Historia de una persecución: Antecedentes: II. Un mundo que se va, enfrentado a la Iglesia
-
La legitimidad del poder
-
Principios de antropología cristiana. En torno a la obra «Fecundación
-
Sobre la esencia del conocimiento. Un libro importante de Francisco Canals
-
Cambio, democracia y socialismo. Un análisis del presente y el futuro político de España
-
- Actas
- Información bibliográfica
- In memoriam
- Crónicas
- Homenajes
Autores
1988
El liberalismo y la Iglesia española. Historia de una persecución: Antecedentes: II. Un mundo que se va, enfrentado a la Iglesia
EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA ESPMIOLA. HISTORIA
DE
UNA PERSECUCION: ANTECEDENTES.
11. UN MUNDO QUE SE VA, ENFRENTADO
A LA IGLESIA
POR
FRANCISCO JosÉ FERNÁNDEZ DE LA ÚGOÑA
Hemos relatado, en el capítulo anterior, las. poco amistosas
relaciones
y, lo que es más grave, mucho más en el fondo que
en la forma, del Gobierno
de Carlos· III con la Iglesia. · No fue
ello una excepción considerada respecto a
los . demás Estados ca
tólicos. Incluso.podría afirmarse que pese a todo lo ex¡puesto fue
España de los Estados
más respetuosos con Roma. ¡Cómo seríim
los otros!
Francia
La hija primogénita de la Iglesia, cuyo rey ostentaba el título
de Ma¡estad cristianlsima, tuvo la desdicha de padecer un lar
guísimo reinado que bien podrla calificarse como el de la inmo
ralidad en el trono: el de Luis XV (1710-1774). Su bisabuelo,
Luis XIV, falleció en 1715 cuando el delfín contaba cinco años.
Su padre, delfín por un año, habla muerto en 1712 y su abuelo
un año antes.
De 1715 a 1723 se hizo cargo de la regencia Felipe de Or
leáns,
«época tristemente notable en que el carácter nacional pa
reció mudar, y en la que la audacia de las opiniones y la afec
tación de la inmoralidad hablan llegado a ser casi un asunto de
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOÑA
moda baxo un príncipe que daba exemplo de ello» (216 ), «en
tregado por principio a
'la incredulidad y a la inmoralidad» (217).
<~Su sucesor, igualmente inmoral, pero mucho menos capaz» fue
el duque de Borbón-Condé ( .218).
Luis XV no cedió a ellos en cuanto a libertad de costumbres «y
el embajador de Austria dice. con razón qué .su género de vida no
le
de¡a una hora diaria para ocuparse en los asuntos serios» (219).
Cuando le administran los
6ltimos sacramentos, tres días antes
de su muerte, pues pese a la
gravedad no mostraba el rey la
menor prisa, el capellán mayor, cardenal de la Roche-Aymon,
«dixo en alta voz a los asistentes que el rey le habla encargado
declarar que sentía mucho haber dado escándalo:
débil repara
ción es preciso confesarlo~ después de unas faltas tan enormes Y
unos exemplos tan contagiosos» (220):
Bajo su reinado, la «Filosofía» invade Francia. <
nuestros reyes siguiesen llamándose hijos primogénitos de la
Iglesia, cumplían muy negligentemente sus obligaciones para con
ella; mostraban mucho menos ardor en protegerla que el
que
ponían ·en defender su propio gObiernO. No pern1itían1 es verdad,
que se pusiese la mano sobre la Iglesia; pero toleraban que se la
traspasase de lejos con mil dardos.
Este semiconstreñimiento que se i:triponía entonces a los
enemigos de la Iglesia, en lugar de disminuir su fuerza, la aumen
taba. Hay momentos en que
la opresión ejercida sobre los es:
critores llega a detener el movimiento del pensamiento, mientras
qtie en otros lo precipita; pero nunca ha ocurrido que una
especie
de censura semejante a la que entonces pesaba sobre la
imprenta no haya centuplicado su poder.
Se perseguía a los autores hasta el punto de provocar sus
quejas, pero sin llegar a inspirarles terror; de ·modo que los
(216) Memorias ... , II, págs. 82-83.
(217)
PASTOR: Op. cit., XXXIII, pág. 27.
(218)
PASTOR: Op. cit., XXXIV, pág. 201.
(219) TAINE, H.: Los orígenes de la Francia contemporánea, F. Sem
pere y Compañía editores, Valencia, s/a, pág. 141.
(220) Memorias ... , II, págs. 149-150.
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U. UN MUNDO, ENFRENTADO A LA IGLESIA
escritores sufrían esa especie de coerción que estimula a la lucha,
no ese yugo pesado
qué abruma.
Las persecuciones de que eran objeto, casi siempre lentas,
ruidosas e inoperantes, parecían tener
por finalidad animarles
a escribir, en lugar de disuadirlos de ello» (221).
La descripción de Tocqueville es exacta. Algunas ligeras
mo.
lestias, breves interrupciones, temporales exilios con el asilo se,
guro de la corte de . Federico de Prusia no impedían en modo
alguno que
fa Enciclopedia y los filósofos preparasen el clima de
la Revolución. Lo que significaron Voltaire, Rousseau, D' Alem
bert, Diderot ... en el combate contra la Iglesia y contra el. trono
es tan del dominio público que nos excusa insistir en el tema.
A ello hay que añadir el . g~licanismo siempre presente, en
el que tan importante papel jugó Bossuet (222), las con.stantes
intromisiones de
l~s Parlamentos, especialmente del de París, en
favor del jansenismo y contra numerosos obispos, destacando de
modo especial la persecución de que fue objeto el
arzobispo. de
París, Christophe de
Beaum"ant, que llegó a conocer el des
tierro (223 ). La actitud dél ParlamenJo de París condujo en
ocasiones a abiertos enfrentamientos con la autoridad real, siem;
pre vacilante en la postura a seguir con sus magistrados, lo qu~
contribuyó no poco a debilitar a aquélla y a propiciar los suce
sos posteriores.
En el aswito de los jesuitas, Luis XV se inclinó por los par
tidarios de la persecución, cuyas cabezas en la corte eran Choiseul
(221) TOCQUEVILLE, Alexis de: El Antiguo Régimen y la Revolución,
Guadarrama, Madrid, 1969, págs. 201-202.
(222) GERIN, Charles: Recherches- historiques sur L'Assamblée du Cler
gé de France de 1682. Llbrairie Jacques Lecoffte, París, 1870 (particular
mente sobre Bossuet el cap. XI, págs. 334-371); BoSSliET, Jacobo Benig
no: Defensa de la dec(aración de la Asamblea del Clero de ·Francia de 1682
acerca de la ·potestad eclesiástica, Madrid, oficina de Pedro Marín, 1771,
6-vols.; Bo5.5UET, Jacobo-Benigno: Defeniio declarationis conventus' cleri
galliceni ani 1682 De Ecclesiastica potestate. Napoli, Josephi de Domini-
cis, 1770, 2 vols. . -,
(223) Memorias ... , II, págs.' 144; 165; 171,' 194-196, 207-209, 220,
229-232, 242-243, 147-248 y III, págs. 4041 y 44.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01'1A
y la Pompadour, en .contra de los amigos de la Compañía de
Jesús, partido que contaba con la reina María Leczinska y el
delfín. El gobierno cont6 en Roma con la colaboración del em
bajador de Franda, cardenal de Bernis.
Luis XVI, aunque muy diferente a su abuelo en tantas cosas,
no
se caracterizó tampoco por ·una voluntad resuelta. Sus minis
tros, Turgot, Brienne, Maleshe•bes y Necker, ran gratos a los
filósofos, son buena muestra de lo que no debía haber escogido.
Su muerte, llena de dignidad y-de profundos sentimientos cató
licos (224
), era un final obligado de tantos errores anteriores de
los que Luis XVI fue mucho
•más la víctima que el responsable.
Austria.
Su Ma;estad apostólica era desde 1740 María Teresa de Habs
burgo. Piadosa, respetuosa, al menos relativamente, con la Santa
Sede, sus hijos no salieron ciertamente a
ella. Tal vez fruto de
una mala educación por preceptores mal elegidos y de sentimien
tos jansenistas. «Una de las
elecciones que más influyeron en lo
venidero fue la
Stock,
el cual fue encargado de instruir en la religión a los hijos
de
la emperatriz. Imbuido de las preocupaciones del jansenismo,
si no hizo de· los príncipes, sus discípulos, partidarios de sJ secta,
a lo menos consignió imbuirles de un alejamiento de los
sobe
ranos pontífices, e inspirarles ideas de innovación y de trastorno
en
el régimen eclesiástico» (225). «Tal vez eo ias lecciones re
petidas de este preocupado maestro es en donde debe buscarse
el origen de los procedimientos imprudentes por
los que José,
Leopoldo
y Ma,;imiliano tuDbaron después sus estados» (226).
(224) PASTOR: Op. cit., XXXIX, pág. 171. El texto del hermoso tes
tamento en Memorias ... , IV, págs. 58-63: «Yo muero en 1a unión de
nuestra santa madre Iglesia católica, apostólica y romana», pág. 59.
(225)
Memorias, .. , III, págs. 145-146.
(226)
Memorias ... , 111, pág. 146.
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JI. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Si ala de Terme.unimosla influencia de Martini (227), el co
loboracionismo interesado de , Kaunitz ( 228 ), otro de estos go
bernantes que parecen todos cortados por el mismo patrón del
odio a Roma,
la admiración por los .filósofos (229) y un car.lc
ter frío y misógino no son de extrañar las mil medidas antiecle
siales que fueron
la gran preocupación de José II.
Su odio a los jesuitas es desmedido (230) como casi todo lo
de
José. Como co-regente (1765-1780), arrastra a su madre a
medidas que anticipan lo que
será su reinado, si bien esa época
fue sobre todo de ¡ilanes, pues no logró imponerse a Maria Te
resa. Será en 1780, a la muerte de
la emperatriz, cuando se
inaugure la década del josefinismo que fue una desgracia para
la Iglesia
y, sobre todc;,, para el Imperio.
Jansenismo (intento del Gobierno de
probibir la bula Uni
genitus) (231), apoyo a los jansenistas (232), febronianismo, re
galismo absoluto, medidas cuasi cismáticas .... En 1781 fa legis
lación antirromana estaba ya en pleno vigor. El placet regio se
extendía a toda comunicación de la Santa Sede (233 ), se rompen
los lazos que unían a los religiosos austriacos con sus
superiores
romanos (234 ). Pío VI se ·muestra consternado (235). El em
perador reclama la provisión de obispados y abadías en su terri
torio (236). Un decreto del 4 de septiembre
de 1781 faculta a
los obispos a dispensar, sin intervención pontificia, todos los
impedimentos matrimoniales canónicos que no fueran de derecho
(227) PADOVER, S. K.: ]oseph II. L1Empe,eur révolutionai,e (1761-
1790). Payot, París, 1935, pág. 23.
(228) PADOVER: Op. cit., págs. 43-49.
(229) PADOVER: Op. cit., pág. 24.
(230)
PADOVER: Op, cit., págs. 57-58.
(231) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 369.
(232)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 370.
(233)
PASTOR: Op. cit., XXXV!II, pág. 374.
(234)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 374.
(235)
PASTOR: Qp. cit., XXXVIII, pág. 374 ..
(236) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 375.
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FRANCISCO ]OSE FERNAl"IDEZ DE LA CIGOJ'M
divino o natural (237). Se inicia una política de tolerancia con
los no cat6licos (238). Se supritnen conventos ... (239).
:¡;:1 Papa Pío VI piensa que su presencia en Viena podría,
si no supritnir, al tnenos atenuar tantas medidas contra 'la Iglesia
y pese al parecer ¡,n contra de no pocos cardenales emprende
el viaje a la corte imperial (240). Nada consigui6. El emperador
le recibi6 con cortesía, pero
el omnipotente Kaunitz se mostr6
traspasando los límites de la grosería
(241). No muchos años
después, el orgulloso canciller del Imperio tendrá que suplicar
a este mismo Papa,
al que. había querido hacer objeto .de pueri
les humillaciones, su intervención, ya a esas alturas inútil, para
pacificar los P~íses Bajos sublevados (242).
Las reformas religiosas de José indignaron a los cat6licos
húngaros (243
), colocaron al anciano cardenal Migazzi, que ha
bía gozado de la confianza de María Teresa, en una situaci6n
.de protesta
pevri:tanente (244), pero donde, sóbre todo, tuvieron
consecuencias. trágicas para
el Imperio fue en los Países Bajos
en los que
se lleg6 a la independencia de Bélgica.
Los cat6licos.
de. aquel país, profundamente heridos en sus
firmes creencias religiosas y en sus tradicionales derechos políti
cos,
se sublevaron contra José, logrando la independencia de su
patria (245). La intervenci6n solicitada
al Papa ya nada podía re
mediar. El cardenal Frankemberg, una de las grandes figuras de
(237) · PASTOR: Op. cit:, XXXVIII, 'pág. 375.
(238)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 375.
(239)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII: pág. 376.
(240) .
Memorias ... , III, págs. 194-199; PASTOR:· Op. cit., XXXVIII,
págs. 379-288; PADOVER: Op. cit., págs. 193-201.
(241) Memorias ... , III, pág. 207; PADOVER: Op. cit., págs. 195-196
y 199.
(242) PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 60-61.
(243)
PADOVER: Op. cit., págs. 243-244.
(244)
Memorias ... , III, págs. 196, 198, 211-212; PASTOR: Op. cit.,
XXXVIII, págs. 358, 360-361, 372, 378, 393, 396, 404, 406407; XXXIX,
págs. 68-69 (ahora con Leopoldo II), 72 (y con Francisco II).
(245) PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 59-62; PADOVER: Op. cit., pá
ginas 252-254, 288-294, 309-314.
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
la Iglesia de la época, pese a su origen silesio, fue más fiel a su
fe que a
su rey y presidi6 la reuni6n de los Estados de Bélgica
que proclamaron
la libertad ( 246).
José, mientras tanto, moría solo-, apenas rodeado de cuatro
o cinco amigos personales. Kaunitz, .su canciller, hacía más de
dos años que no lo veía (247). Ninguno
de sus hermanos lo
acompaijaba (248). Cuarenta .y ocho hotas antes de morir supo
que la corona de San Esteban, que cuando
se trajo a Viena in
dignó a los húngaros, se devolvía. «Veo, exclam6, que el Todo
poderoso quiere destruir
mi obra aun en mi vida» (249). Cuan
do su cadáver fue llevado a la cripta de
la Iglesia de los capu0
chinos, «el pueblo de Viena, aterido de frío, abrumado por la
carestía de la vida y los altos impuestos, siguió el cortejo, fúne
bre cohnándole de improperios» (250). «Hungría estalló en
fies
tas. El cardenal arzobispo de Gran cantó un Te Deum. En Pesrh
la ciudad fue iluminada y
se quemó la bandera alemana» (251).
Con razón pudo escribir José
II este epitafio: «Aquí yace José II,
que fue desgraciado en todas sus empresas» (252).
Su he!'ll1ano y sucesor Leopoldo II (1790-1792), en su breve
reinado,
no dio muestras del sectarismo de José, como si lo hu
biera agotado en su ducado de Toscana, pero en lo fundamental
no cambió las líneas regalistas de la monarquía.
Su hijo Fran
cisco II ( 1792-1835) ya pertenece a otra época: la de las luchas
napole6nicas y la Santa Alianza.
Portugal.
El rey fidelisimo era el cuarto de los representantes de las
grandes monarquías católicas .. La época a la que· nos referimos
la llenan José J-(1750-1777) y su hija María I (1777-1816), aun·
(246) PASTOR: Op. cit., XXXIX, pág. 62.
(247)
PADOVER: Op. cit., pág. 318.
(248)
PADOVER: Op. cit., pág. 321.
(249) PADOVER: Op. cit., pág. 321.
(250). PADOVER: Op. cit., pág.· 322.
(251) PADOVER: Op. cit., pág. 322.
(252) PADOVER: Op. cit., pág. 315.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
que por la locura de ésta, en 1792 asuma el gobierno su hijo,
que luego
sería Juan VI.
José I, nacido en 1714, era hijo de Juan V y de María Ana
de Austria. Casa en 1732 con María Ana Victoria de Borb6n y
Famesio, hija de. Felipe V y hermana, por tanto, de Carlos III
de España (253). Los excesos del absolutismo, .comunes en toda
Europa, alcanzan en
el Portugal de José y de su omnipo\ente y
universal valido, Sebastián José
.de Carvalbo e Melo, primero
conde de Oeiras y luego marqués de Pombal, extremos tales que
solo pueden compararse al
despotismo ruso o al de la Puerta
otomana.
Nos hemos referido a Pombal á[ tratar· de los jesuitas pero
no fue. ese,
ni mucho menos, el único enfrentamiento con la Igle
sia. En
las mismas relaciones entre Roma y Lisboa se había lle
gado a una ruptura que Pombal utilizó hábilmente como chan
taje al
Papa ante un pontífice débil y comprometido con las co
ronas como 'lo era Clemente XIV. Un nuncio entregado al mar
qués, Conti, sería dócil instrumento para· asegurar la Iglesia por
ruguesa en manos de adictos a la política de Pombal por muy
antirromana que fuera.
La concesión de· la púrpura a Joíío Cosme da Cunha, arzo
bi-spo de Evora, fide[ísim~ al valido, descqto por el embajador
de Austria como «un hombre privado de talento
y de mereci
mientos particulares que, en pocos años.
pasó de simple fraile
a una ·posición tan elevada por su
ciega sumisión a la voluntad
de Pombal y por la total entrega a su
persona» ( 254) es una
buena muestra de cómo
se hacían las promociones eclesiásticas.
El cardenal Pacca diría de él que «puede
definirse como un ma-
.. nifiesto anticatólico por su imp'lacable odio a la Santa Sede» (255).
Otras promociones pombalinas como
la de Vasconcelos Pe
reira, fray Manuel do Cenáculo o fray Ignacio de Síío Caetano
palidecen ante la de Francisco de
Lemos Faria. Una de las me
didas más odiosas del valido fue la prisión, que duraría once
(253) MAscARENHAS: Op. cit., págs . .197-208.
(254) ANTONES BoRGES: Op. cit., pág. 26.
(255) ANTONES BoRGES: Op. cit., pág. 29 .
•
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
años, del obispo de Coimbra, Miguel da Anuncia910. Pues bien,
«el 9 de diciembre de 1768 salió la orden
al cabildo de elegir
un vicario capitular, pues
babia de considerarse al obispo como
difunto. El cabildo (contra toda norma
eclesial). obedeció y, se
gún la voluntad de Pombal, eligió a Francisco de Lemos Faria,
el cual inmediatamente
se las dio de obispo, intrddujo el cate
cismo de
Montpellier, que había sido· condenado en Roma, puso
en manos de los estudiantes de·
la universidad 'libros que, asi
mismo, habían hallado la sentencia condenatoria de la Sede .Apos
tólica y ordenó prelecciones públicas sobre el libro de Febronio.
En la reconciliación de Portugal con
la Santa Sede Francisco
de Lemos no fue alejado. Clemente XIV le nombró coadjutor del
obispo encarcelado, con dereclio de sucesión» (256).
Ante tanta condescendencia del Papa, no
es. de extrañar que
un parcialísimo autor,
el marqués Caracciolo (257) pudiera es
cribir: «El primer cuidado del Pontífice fue restaurar Portuga1,
que se alejaba más y más de la Corte de Roma. No alegó, a imi
tación de sus p~edecesores, su dignidad para excusarse de ser el
prime¡:o en la reconciliación. Como Padre· amoroso, y comó hom
bre de juicio, e ilustrado, les salió
al encuentro a los portugue
ses, y se portó tan bien que la corte de Lisboa recibió un nun
cio, y volvió a recobrar
con la de Roma su ·antiguo aíecto.
A la vista de este ejemplo,
se puede asegurar que hoy sería
la Inglaterra católica, que Enrique VIII, su rey, no se hubiese
separado de la comunión romana, si eh lugar de Clemente VII
hubiera manejado aquel asunto Clemente XIV» (258).
Libros como este no tendrían
dificultades en los días de Car
los III, cuando se editó, pero dejan en muy mal. lugar, pese a
las intenciones
hagiográ&as del autor, al pontífice entonces rei
n_ante. De concesión en concesión, quizá Ganganelli ·medio s8tis-
(256) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 136.
(257) ÚU
nelli). Escrita en francés por el marqués Caracciolo. Traducida en casiellano
por don Francisco Mariano Nipho. Segunda impresión. En Madrid, por .
Miguel Escribano. Año de 1776.
(258) ÚU
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Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO! faría a los monarcas pero no a su conciencia ni a la Iglesia. Y
a qué estarían
-dispuestos Caracciolo, Nipho, su traductor, que lo
dedica
«a los M. RR. e Ilusttísimos señores arzobispos de los
dominios de España»,
y quienes concedieton «las licencias ne
cesarias» con Ana Bolena y Enrique VIII, es fácil de entender.
Medidas contta los religiosos (259), la-reforma
de la Universi
dad de Coimbra
en un abierto sentido antirromano (260), el apo
yo al clérigo ultrarregalista Antonio Pereira de Figueiredo ( 261)
y
al arcediano de Evora, Luis Antonio Verney, el Barbadiño (262)
son otras tantas muestras de lo. que entonces era el rei.no fi
delísimo.
No es de extrañar que Pío VI, al comunicar a los cardena
les
la muerte _del rey de Portugal, les dijera que «para el rey
difunto
pedirá mitigación de los castigos de que se había hecho
merecedor» (263
).
Doñ_a María, enterrado el rey, ordenó la inmediata liberación
de
tocios los presos políticos y anuló las. órdenes de destierro.
«Asistióse entonces a lo que
· el embajador de España llamó la
resurrección de los muettos. Innumerables ,personas de tocias las
clases, en un estado miserable, algunos de ellos presos desde
hada veinte años-, salieroti-de las ma2imorras entre el espanto y
la compasión de las gentes» (264). Varios millares. «Los resen
timientos,
el alivio por el fin del terror pombalino, el odio que
el marqués había suscitado, la poca fortuna de la mayor parte
de su obra, todo explotó en una campaña de acusaciones múlti
ples, algunas de ellas infundadas» (265). La reina acepta
la di-
(259) ANTONES BORGES: Op. cit., pág. 28.
(260) ANruNES BoRGFS: Op. cit., págs. 28-29.
(261) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 473-484; Memorias ... ,
III, pág. l!J.
(262). VERNEY, Luis Antonio: Verdadero método de estudiar para ser
útil a la República y a la Iglesia, pfopOrcionado al estilo y necesidad de
Po"rttigal ... , Madrid, !barra,. 1760; MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pági
nas 593-597.
496
(263) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 135.
(264) MlsCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(265) MAscARENHAS: Op. cit., pág. 208.
Fundaci\363n Speiro
I1. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
misión de Po.la!, manteniéndole el sneldo de secretario de Es
tado y concediéndole· una encomienda. El marqués
se retiró a su
villa de Pombal. «Como
el pueblo apedreaba todos los días el
medallón del ministro colocado en el pedestal de la estatua de
don José, fue retirado» (266).
Al fin es procesado. «El interrogatorio llevó muchos meses
durante los cuales el marqués, atacado de lepra, sufrió un autén
tico calvario
·físico y moral. A los interrogatorios respondió en
general con floja argumentación
y siempre, en relación con los
hechos más graves, con la alegación de que solo había cumplido
órdenes del
rey» (267). «El proceso concluyó con un decreto de
doña María que, a pesar de declarar
al reo merecedor de ejem
plar castigo, termina perdonándolé las penas aplicables a sus cul
pas atendiendo a su edad y enfemedad y al hecho de .haberle pe
dido perdón» (268); Pombal moriría pocos meses más tarde, el
8 de mayo de 1782 (269). No nos hemos referido a otras mues
tras de su feroz despotismo,. como el proceso a los Tavora1 en
el que se superaron todas las indignidades imaginables, por te
ner más intencionalidad política que religiosa, aunque sirviera
en su campaña contra los jesuitas.
María I llega al. trono en medio de un delirio popular que
celebraba el final de la oprobiosa tiranía (270). Tres grandes
preocupaciones
dominaron su pensamiento: «reparar las ofensas
a Dios, moralizar la vida política
y ejercer un gobierno tan sua
ve como progresivo» (271).
El juicio de Mascarenhas coincide
con el de Pastor: «con la suhidaal trono de la piadosa reina Ma
ría y de su esposo Pedro, anhµado de los mismos sentimientos,
empezaron días mejores para la Iglesia» (272). Se derogaron mu-
(266) MASCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(267)
MASCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(268)
MASCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(269) ANTuNES BoRGES: D. Maria I e a dimissllo do marquás de Pom-
bal. Resistencia, núm. 207 /208/209, '"noviembre, 1980; págs. 15-.36:
(270) MAscARENHAS: Op. di., pág. 208.
(271) MAscARENHA~: Op. cit.7 pág. 210~
(272) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 134.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
chas innovaciones eclesiásticas (273 ). Pero, a pesar de ello, el
nuncio Pacca, que llega a Lisboa en 1795, traza . «un cuadro som0
brío de la situación religiosa de Portugal» (274 ) ... Y así no se
autoriza la publicación
de la Auctorem fidei en 1794 (275). Pero
ello
es ya responsabilidad de quien sería luego Juan VI, pues la
reina, en 1792, estaba ya
loca y el heredero tuvo que hacerse
cargo del gobierno. De natural medrosa, estaba
preocupada. por
la. divina predestinación y se tenía por eternamente reprobada
por
Dios (276). Su mente estaba indudablemente enferma, ago
biada por la responsabilidad de su padre, el rey, muy afectada.
por la muerte de su marido en 17S6 y por la de su hijo primo
génito José, dos años más tarde, e impresionada por las noti
cias de la Revolución francesa. La dirección espiritual de un con
fesor jansenista, el orator.iMlo ·Mello, no era lo más indicado para
esa alma atormentada. Pese a todo, fue
un oaisis de bondad des,
pués del siniestro reinado anterior. Y Roma hubiera sido feliz si
los monarcas católicos fueran como la reina portuguesa.
Nápoles. Con apenas ocho años
y a causa de ser llamado a Madrid el
que sería Carlos
III de España, por haber fallecido· sin descen
dencia su hermanastro Fernando
VI, ocupa el rrono de Nápoles
el hijo segundogénito de Carlos III y María Amalia de Sajonia,
que sería Fernando
IV de Nápoles. Con las vicisitudes napoleó
nicas. que supusieron una efímera república partenopea, un bre
vísimo reino de José Bonaparte, que lo' cambió enseguida por
España y otro más largo de Joaquín Murat, acabará sus días, en
1825, como
rey de las Dos Sicilias. Rebasa con mucho, él solo,
el período al que nos estamos refiriendo.
.
No estará de más, y Fernando IV de Nápoles o I de las Dos
(273) PASTOR: Op, cit., XXXVIII, pág. 135.
(274)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 135.
(275)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII; pág. 136.
(276) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 136.
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Sicilias puede ser la ocasión, seña1ar otra unión de los monar
cas de entonces, además de la que venimos estudiando del abso
lutismo y la política anticatólica. Me refiero a los enlaces matri
moniales que hacían de todos ellos parientes
muy próximos.
De los hijos
de Carlos III (1716-1788) y María Amalia de
Sajonia (1724-1760), María Luisa (1745-1792), contrae matri
monio en 1765 con el Gran Duque de Toscana, que
más tarde
sería el emperador
de Alemania Leopoldo II de Habsburgo ( 17 4 7 ·
1792). Su hijo, el emperador Francisco II (1768-1835), casa en
1790
.on su doble -prima carnal María Teresa de Borbón y Habs
burgo (1772-1807), hija de Fernando IV de Nápoles, que era
hermano de su madre
y de María Carolina de Habsburgo, que
era hermana de su padre. Francisco y María Teresa serían los
abuelos del emperador Fancisco José (1830-1916), que reinó
des
de 1848 hasta nuestro siglo.
Carlos IV de España (1748-1819),
casa con su prima María
Luisa de Parma (Borbón y Borbón) (1751-1819), hija de
Felipe
de Parma ( 1720-1765), hermano de Carlos UI y de Isabel de
Borbón (1727-1759), hija de Luis XV.
Fernando IV de Nápoles
y I de las Dos Sicilias contrae ma
trimonio en 1768 con María Carolina de Habsburgo (1752-1814),
hija de la emperatriz María Teresa y hermana, .por tanto, de
los
emperadores José II y Leopoldo · II de_ Alemania, de María An
tonieta de. Francia, de Amalia de Parma y de Maximiliano, ar-
zobispo elector de Colonia. -
El infante Gabriel (1752-1788), enlaza en 1785 con María
Ana Victoria de Braganza
y Braganza (1768-1788), hija de Ma
ría I de Portugal (Braganza y Borbón) y de su marido y tío car-.
na1 Pedro 111. Su hijo Pedro de Borbón y Braganza (1786-1812),
también infante de España,
casa en 1810 con Teresa de Bragan
za (1793-1844), hija de Juan VI de Portugal (Braganza y füa,
ganza) y de J oaquina Carlota de Borbón y Borb6n, infanta de
España, hija a su
vez de Carlos IV. Serían los padres del infante
Sebastián ( 1811-1875),
que casará en 1832 con María Amalia de
Borbón-iDos Sicilias (1818-1857), hija de Francisco I de las Dos
Sidlias
y nieta, por tanto, de Fernando IV de Nápoles. Muerta
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOfM
. María Amalia, contraerá segundas nupcias en 1860 con María
Cristina de Borbón (1833-1902), hija del infante de España Fran
cisco de
Pau1a Antonio de Borbón y Borbón, hijo, a su vez, de
Carlos
IV y de Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias (Borbón
y Borb6n), que lo era de. Francisco I. de las Dos Sicilias. La ci
tada Teresa de Bral!)lnza, viuda en 1812, a los dos años de ma
trimonio, contraerá nuevas nupcias en 1838 con el infante de
España Carlos María Isidro de Borb6n
y Borb6n, viudo a su vez
de su hemana Francisca de Braganza. Sería la famosa princesa de
Beira. Y Antonio Pascual (1755-1814), que
casará en 1795 con 'su
sobrina carnal María Amalia de Borb6n y Borbón ( 1779-1798),
hija de su hermano Carlos IV.
Los hijos de Femando IV de Nápoles y de María Carolina
de Habsburgo fueron:
María
Teresa, casada con el· emperador Francisco II, a par
tir de 1806 Francisco I de Austria, enlace
al que nos hemos re
ferido.
Luisa (1773-1802), casada en 1790 con
el Gran Duque de
Toscana, Fernando
III (1769-1824), hijo también de Leopoldo
II de Habsburgo. ·
Francisco
I de las Dos Sicilias (1777-1830), casado en 1797
con Clementina de Habsburgo (1777-1801), hija de Lopoldo
II
de Habsburgo y en 1802 con Maríá Isabel de Borb6n ( 1789-
1848), hija de Carlos
IV .
. Cristina (1779-1849), casada en 1807 con Félix de Cerdeña
(1765-1831). María Amaila (1782-1866), casada en 1809 con
el que sería
rey de Francia, Luis Felipe de Orleans (1773-1850).
Antonia (
1784-1806), -casada en ·1802 con quien luego serla
Fernando
VII de España (1784-1833).
Y,
Leopdldo, príncipe de Salema, casado en 1816 con .Cle
mentina lle Habsburgo ( 1798-1881), hija del emperador de Aus
tria, Francisco· l.
Esta política de acumular enlace tras enlace que hada de to-
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IL UN MJJNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
dos los reyes parientes en infinitos grados e infinitas veces, con
tinuó en las generaciones posteriores.
De los hijos de Cario~ IV, Carlota Joaquina ( 1775-1830),
cas6 en 1790 con Juan VI de Portugal (1767-1826).
María Amalia, ya lo hemos visto, con su tío
el infante Ante,.
nio Pascua'!.
María Luisa (1782-1824), en 1795 con Luis (1773-1803),
rey de Etruria, hijo a su
vez de Fernando de Parma (1751-1802)
(Borb6n y Borb6n), hermano
de María Luisa, la mujer,de Car
los IV, que estaba casado. con Amalia de Habsburgo (1746-1804),
otra hija de María Teresa. La hermana de Fernando, Isabel de
Borb6n y Borb6n (1741-1763) se había casado, a su vez, en 1760,
con
el que sería emperador de Austria, José II ( 1741-1790). Mu-
ri6. muy joven sin descendencia. .
Fernando VII cas6 en 1802 con Antonia de Nápóles ( 1784-
1806
), hija de Fernando IV y, por tanto, prima suya. En 1816
con Isabel de Braganza (1797-1818), hija de Juan
VI y de su
hermana Carlota Joaquina. En 1819 con María Josefa Amalia de
Sajonia (1803-1829). Y en· 1829 con María Cristina de Nápo
les (1806-1878), hija de Francisco I y de su hermana María Isa
bel.
De cuatro esposas, una era prima y dos sobtinas carnales. El
mismo
año de la muerte del rey, María Cristina contraería nue
vo ·matrimonio, cuasi de cOrpore insepulto, que más tarde ha
bría de ser convalidado, con Fernando Muñoz ( 1808-1873 ).
Carlos María Isidro cas6 en primeras nupcias en 1816 con
su sobrina María Francisca de Braganza (1800-1834), hermana a
su vez de
la mujer de su hermano Fernando y en segundas nup
cias, ya lo hemos visto, ron -otra sobrina, ·hermana de la ante
rior. Su hijo Carlos, del primer matrimonio, pues en el segundo
no tendría descendencia. Carlos
VI para los carlistas, conde de
Montemolfu, casará en 1850 con otra hija de Francisco I de las
Dos Sicilias, Carolina (1820-1861
).
María Isabel (1789-1848) se casa en 1802 con Francisco I de
las Dos Sicilias
y en 1839 con el conde de Balzo ( 1805-1882).
Y Francisco de Paula Antonio ( 1794-1865), el del «indecen
te parecido» con Godoy casará en 1819 con Luisa Carlota (1804-
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
1844). El primogénito de esta rama, Francisco de Asís de Bor
b6n y Borb6n ( 1822-1902) contraetá matrimonio en 1846 con su
prima Isabel de Borbón y Borbón, Isabel
II de España. La her
mana
de ésta, Luisa, casará con el duque de Montpensier, An
tonio de Orleans, hijo de Luis Felipe.
La innumerabl~ prole de Francisco I de las Dos Sicilias sir
vió para rematar lo que alguien podía considerar que no estaba
todavía suficientemente enlazado.
La hija de su primer matrimonio, Carolina(1798-1870), casa
en 1816 con
el duque de Berry (1778-1820), hijo de Carlos X
de Francia. Serían los padres del conde de
Chambord, último
de los
Boroones franceses. Contraería nuevas nupcias en uoo de
esos matrimonios tan poco
dignos que tan gratos parecían a los
Borbones de Nápoles.
Del segundo matrimonio, Luisa Carlota, casaba con su
tío el
infante Francisco de Paula.
Marfa Cristina
también con su tío Fernando VII.
Fernando II de las Dos Sicilias (1810-1859) en 1832 con
Cristina (1812-1836), hija de Víctor I de Cerdeña y en 1837
con Teresa (1816-1867), hija del archiduque Carlos de Austria.
María
Antonia (1814-1898), en 1833 con Leopoldo 11, Gran
duque de
Toscana (1797-1870), otro Habsburgo.
María Amalia,
ya ha sido citada, con el infante .Sebastiálr de
España.
Carolina, lo mismo, con el coride de Montemolín.
Teresa ( 1882-1889), en 1843 con Pedro II emperador del
Brasil ( 1825-1891 ), hijo de Pedro I y de Leopoldina de H~bs
burgo,
que a su vez era hija de Francisco 1, emperador de Austria.
Luis, que casa en 1884 con Januaria (1822-1901), hija tam
bién de Pedro I del .Brasil.
Y Francisco (1827-1892), casado en 1850 con María Isabel
(1834-1901), hija del Gran duque de Toscana, Leopoldo
11 (277).
Este
largo exordio genealógico, que podría prolongarse con
(277) EGGERS>. Eduardo R. y FEUNE DE CoLQMBt Enrique: Francisco
de Zea Bermúdez y su época, CSIC, Madrid, 1958. Cfr. Cuadros genealó
gicos, s/p. (al final).
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Habsburgos y Braganzas,. preñado de funestas consecuencias bio
lógicas,. excusará su pesadez por dos motivos. El primero porque
nos situará más exactamente a gran. parte de
los personajes y
aun de los protagonistas de nuestra historia. Y el segundo porque
nos permitirá conocer mejor la.
difícil situación del pontificado
ante unas coronas que por encima de
difictiltades y escaramuzas
concretas que incluso podían conducir a conflictos
. bélims como
el ocurrido entre España y Portugal, o entre el pretendiente car
lista y su sobrina Isabel II o entre Miguel I de Portugal y su
hermano Pedro
IV (1 de Brasil) y su sobrina María de la Gloria,
presentaba
.en la mayoría de las ocasiones un frente común de
reivindicaciones regalistas en detrimento de los derechos de la
Iglesia y el Pontificado. Lástima,
y ceguera la de esos reyes,
que no hubieran empleado
la wú6n que esa multitud de lazos
familiares producía
para oponerse eficazmente a los avances de
la
revolución que era la que verdaderamente amenazaba sus tro
nos y no la Silla de Pedro en la que más bien tenían su más
firme sostén.
Volvamos
al reino de Nápoles donde esos derechos de la
Iglesia
se vieron partictilarmente lesionados. Aquel estado, pren
da perpetua en
el tablero político europeo de victorias y trata
~os,
tuvo también su Choiseul, su Carnpomanes, su Kaunitz o
Pombal, en la persona de Bernardo Tanucci a quien Carlos 111
dejó en aquel reino en 1759 como presidente del Consejo de
regencia investido de los más amplios poderes. Por ello,
la res
ponsabilidad de cuanto ocurrió bajo su
valimiento, recae mucho
más sobre Carlos que sobre su hijo Fernando que
al acceder al
tronó era solo un niño. Aunque ello no le disculpe de posterio
res actuaciones.
Tanucci era un toscano nacido en 1698, oscuro y joven pro
fesor de derechos
en Pisa. Y como tal public6 un mas oscuro
escrito sobre el derecho de asilo en el que «atacaba sin miramien
to las inmunidades eclesiásticas» (278). La obra fue condenada
por Roma, lo que
bastó para conseguirle el favor de quien ter-
(278) Memorias ... , III, pág. 270.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
minaría siendo Carlos III de España y a 1a sazón no era más
que duque de Parma.
Desde su más absoluta juventud mostraba, pues, nuestro mo
narca, notorias proclividades. Llegado al trono de Nápoles, con
él se trajo a Tanucci, a quien colma de dignidades e incluso
concede
el marquesado de su nombre (279). Cuando Carlos cam
bia aquel reino por el de España será Tanucci quien tendrá
ocasi6n de aplicar toda su política de resentimiento contra la
Santa Sede, si bien tampoco en ello puede
eliminarse la respon'
sabilidad de su antiguo amo que en cierto modo, desde Madrid,
seguía gobernando Nápoles, con quien
estaba comunicado por
abundantísima correspondencia, cuyo destinatario o remitente era
Tanucci.
·
«En Nápoles merm6 cuanto pudo el fuero eclesiástico y el
derecho de asilo,
incorporo al real erario buena parte de las
rentas eclesiásticas, form6
.un proyecto más amplio de desamor
tizaci6n, que por entonces no lleg6 a cumplido efecto, y ajustó
con
la Santa Sede (aprovechándose del terror infundido por la
entrada de las tropas españolas en 1736) dos concordias leoni
nas, encaminadas sobre todo a restringuir la jurisdicci6n del nun
cio. No contento con esto, atropelló la del arzobispo de Nápo
les por haber procedido can6nicamente contra ciertos
clérigos y
le obligó a renunciar a la mitra» (280).
Fue pieza esencial en
el combate contra la Compañía de Je
sós, a la que expulsó del reino, ocup6 en 1768 el ducado de
Benevento, posesión pontificia etetnamente codiciada por Nápo
les, con motivo del Monitorio de Parma
-Luis XV haría lo
mismo con A
viñ6n-, «el año siguiente disminuyó los derechos
de la cancillería romana, prohibió a los monasterios hacer nue
vas adquisiciones, quit6 al nuncio muchos de sus derechos e hizo
suprimir la contribución anual y voluntaria que los reyes de
Nápoles esraban en uso de enviar a Roma para la fábrica de
San Pedro y la biblioteca del Vaticano. En 1772 persuadió
al
(279) Memorias ... , III, págs. 270-271.
(280)
MENIÍNDEZ PELA YO: Op. cit., II, pág. 49.5 .
.504
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JI. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
joven prmctpe que, en ciilidad de heredero de la. casa de Far
nesio, tenía derecho. ,sobre
los ducados de Castro y Ronciglione,
e. iba a tomar posesión de ellos cuando fue detenido por la en
tera reconciliación de todos los soberanos de la casa de Borbón
con la Santa Sede» (281).
' .
«Se complacía en contradecir al Papa sobre los objetos más
pequeños ... En 1776 suprimió de un golpe setenta y ocho mo
nasterios en Sicilia, reunió algunos obispados, dio ~badías sin el
concurso del Papa... No se sabía ya en dónde se detendría la
corte de Nápoles,
La de España misma encontró que aquélla ex
cedía los llmites de la prudencia y encargó a su minis¡ro su
intervención.
En este ínterin llegó a vacar el arzobispado de Ná
poles. El rey pretendía nombrar a su gusto. El Papa representó
que
un uso observado después de largo tiempo le daba la elec
ción de los obispos del reino y pedía que, a lo menos, el .nom
bramiento no se hiciese. sin su concutso. No obstante, consintió
en la promoción de Filangieri, a quien se· quería hacer pasar del
arzobispado de Palermo al de Nápoles, con
la condición de que
él solo nombraría
el sucesor de Filangieri en Palermo y este
arreglo tuvo lugar por
el cuidado que se tomó ( segón dicen) de
excluir a Tanucci de la negociación. .
. T anuoci pidió que
el nue
vo arzobispo fuese hecho cardenal.
Pío VI, descontento del pre
lado favorecido, y teniendo motivo de
sospechar de sus senti·
mientos sobre la doctrina, rehusó concederle esta
dignidad. La
guerta, pues, se empeñó de nuevo. Esto era lo que deseaba Ta
nucci. Su carácter enredador apefaba a las querellas más aún que
su filosofía amaba las reformas. Veía con despecho la buena in
teligencia
del ministro de España en Roma con el Papa. Irritado
de las contrariedades,
hace. amenazas. Deprime este mismo favor
que solicitaba (
la púrpura cardenalicia) para su criatura. Además
los cardenales no son
más que una superfetación en la jerarquía.
Y el rey podrá muy bien tener en
sus Estados un colegio de
eclesiásticos que no tendrá la púrpura
más que de él. Este pro
yecto no
pÓdfa menos de parecer caprichoso y ridículo. Pío VI,
siempre fatigado, recurre a 18.s representaciones, hace observar
al rey que no cree poder recompensar a un prelado sospechoso
505
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
de jansenismo. Nueva razón. para Tanucci de proteger a los jan
senistas y prqcurar triunfos a este partido para suscitar embara
zos y sentimientos al pontífice. Al mismo tiempo acogió y pro
tegió a un dominico,
.de quien se acababa de condenar una obra
en
R9ma. Quiso que este religioso continuase su libro y volviese
a tomar la cátedra de que había sido privado». (282).
El tributo de la hacanea, vestigio feudal que ocasionaría mil
disputas con la Santa
Sede,. es motivo ele nuevas querellas con
Roma (283
). «Fue este uno. de los últimos actos del anciano
Tanucci, que recibió su dimisión en octubre de 1776.
La reina
Carolina
había logrado 'su despedida para sacudir la tutela es
pañola. En Roma se sintió gran júbilo porque, al fin, había caído
uno de
los más· encarnizados enemigos de la Santa Sede» (284).
Pero quienes le sucedieron no mejoraron en nada la situación.
Sambuca continuará las mismas medidas (285). En 1784 se
or
dena a los obispos que concedan las dispensas que se solicitaban
a Roma (286). La
inqtrieta Carolina CODsigue que caiga en 1786.
Carlos
III estaba ya en las postrimerías de su reinado y Nápo
les
se le había ido de las manos. El hijo está entregado a su
mujer y ésta a Acton. Mientras, se había hecho al jansenista
Serrao, corresponsal de Scipione de Ricci (287) y del que
. el
también jansenista Potter (228) nos dice que «profesaba las mis
mas opiniones que él» (289), obispo de Potenza .
. «A Serrao le . costó· gran trabajo obtener las bulas de Roma
(281) Memorias ... , IJ], pág. 271.
(282) Memorias ... , 111, págs. 273-274; cfr., en. el mismo sentido,.-~AS-
TOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 95-96.
(283)
Memorias ... , III, págs. 274-275; PASTOR: Op. cit., XXXVIII,
pág. 96.
(284)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 96.
(285)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 96-99.
(286)
Memorias ... , III,. pág. 277.
(287)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 114-115.
(~88) PoTTER: Vie et mémoires de Scipion de Ricci, eoéque de Pis
toie et Prato, réfofmateur du catholicisme en Toscane, sous le régne de Leo
pold. París, lmprimerie de J. Tasto, 4 vols., 1826.
(289) POTTER: Op. cit., I, pág. 27.
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II. . UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA.
donde se le conocía por ser demasiado amigo del gobierno de
Nápoles, al que siempre sostuvo y
estaba decidido a mantener.
siempre los derechos legítimos contra las monstruosas
pret6isio- '
nes y usurpaciones eje los Papas» (290). -
Con esas doctrinas, para Pottet gloriosas, bien se comprende
la resistencia
de Pío VI a confirmarlo como obispo. Pero, ante
las presiones. de Fernando, transigió. pese a que el prelado
«era
autor de un libro intitulado De praeclaris catechistis, en el que
se declaraba por la. doctrina de los apelantes de Francia ( es de,
cir, de los jansenistas), El Papa prohibió consagrarle hasta haber
disipado las so•pechas que había hecho nacer. No habiendo pa'
reciclo seguras las primeras explicaciones que dio, se siguió una
altercación muy viva entre las dos cortes.
El rey sostenía a
Serrao
con mucho calor, y amenazaba pasar a los últimos extre
mos. Pío VI consultó a una congregación de cinco cardenales y,
después de algunas negociaciones, se convino en que Serrao
es
cribiría up.a carta por_ la cual aseguraría a la Santa Sede de su
obediencia; y protestaría someter a la Iglesia romana
sus escri
tos pasados y venideros. Estas promesas
le costaban tanto menos
cuanto menos dispuesto
estaba a cumplirlas. Quedó siempre jan
senista celoso, esperando la ocasión de mostra,rse ardiente re
publicano, y no hizo más escrúpulo de engañar a la Iglesia que
el que hizo después de faltar a la fidelidad al monarca que tan
viva e imprudentemente le
había protegido» (291).
Efectivamente, Serrao, cuando en 1799
los . franceses entra
ron en Nápoles y proclamaron la república partenopea, fue uno
de sus
más fieles colaboradores (292), aunque todo puede ser in
terpretado_ en otro sentido por un jansenista. Así, Potter nos
dice: «El abate Serrao, protegido por el rey, le sirvió fielmente y
con celo como obispo. de Potenza, porque ello era servir a sus
compatriotas y a su país. Habiendo cambiado el gobierno, poco
después de la entrada de los franceses en la capital ( nótese
el eufe-
(290) PoTTER: Op. cit., I, pág. 179.
(291)
Memorias ... , III, págs. Z76-i:n.
(292) Memorias ... , IV, pág.174.
507
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
mismo, las invasiones napoleónicas apenas fueron un cambio de
gobierno, como cualquiera
de las crisis italianas de hoy que sus
tituyen a un Andreotti por
un Craxi o a éste por un Goria), el
sabio y virtuoso prelado no se crey6 desligado de los · deberes
que
le ligaban a una patria, como ciudadano, y a una di6cesis,
como obispo. Y fue castigado por los bandidos que acaudillaba el
cardenal Ruffo
en nombre del rey, contra los republicanos fran
ceses y napolitanos, que le fusilaron en su cama» (293
).
Aquellos bandidos eran el pueblo de Nápoles que tom6 las
armas para expulsar·
de su patria a aquella mezcla de republica
nos, incrédulos. y jansenistas que, bajo las banderas francesas,
se
habían hecho con el .poder.
Pero en aquellos
días previos a la pérdida de su estado, Fer
nando, cada
vez más libre dela tutela española, se sentía omni
potente.
Exige el nombramiento de obispos, con el respaldo
de Acton, pues su ,personalidad cedía siempre a influjos exter
nos (294
). En debilidad. de carácter era digno hermano de nues
tro Carlos
IV, aunque éste todavía le superaba. Suprime conven-
. tos en
Calabria (295). Sustrae a los religiosos de sus reinos de la
dependencia de los superiores extranjeros (296),
lo que motiva
nuevas protestas de Pío
VI y del cardenal de Nápoles (297).
«La corte pasaba alternativamente de la benevolencia a la animo
sidad, siguiendo unas veces
los consejos moderados de Caraccioli,
otras los avisos violentos de Acton, otras sus propios capri·
chos» (298).
Pero no era Caraccíoli tan moderado como
el autor de las
Memorias pretende. Bajo su gobierno se está al borde del cis
ma (299). Del cisma formal porque al material se h,,bía llegado
ya en muchas ocasiones. En 1788 cesa el tributo de la haca-
(293) PoTTER: Op .. cit., págs. 179-180.
(294)
Memorias ... , III, pág. 277:
(295) Memorias ... , III, pág. 278.
(296)
Memorias ... , III,. pág. 279.
(297)
Memorias ... , III, pág. 279.
(298)
Memorias ... , III, pág. 279.
(299)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 99-16.
508
Fundaci\363n Speiro
H. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
nea (300). Se expulsa al nuncio (301). «Hombres exaltados co
rrían con ardor hacia el cisma» (302). La debilidad de los obis
pos napolitanos y su complacencia con el gobierno
es. un autén
tico bald6n para aquel episcopado (303) que contrasta notable
mente, y
en demérito suyo, con otros hermano.s. Como los de
Toscana ante Leopoldo y los mismos
· franceses ante . Luis XV o
la Asamblea.
La
Revolución francesa asusta a Fernando IV y se llega a
un acuerdo en el que el rey obtiene casi todo lo que anhelaba
y que concluye con un viaje
de los soberanos a Roma, donde son
paternalmente acogidos por el Papa (304
). Cuando el Pontífice
preconiza los obispos que Fernando
habfa nombrado, estaban va
cantes casi la mitad de las diócesis del reino (305).
El acuerdo llegaba tarde y resolvía poco, piles mucho más
que los principios eclesiales triunfaba el regalismo desorbitado de
aquel digno hijo de su
padre. «Mientras el Gobierno napolitano
trabajaba por
\iesviar las fuentes de vida del organismo eclesiás
tico, rompiendo su uni6n con
el centro de la unidad y fundando
una iglesia nacional, estaban ya a la obra otras fuerzas pata de
rribar la monarquía.
Favoreciµa por la reina Carolina, la maso
nería se
habla ¡,xtendido cada vez más en Nápoles. Cuando Ca
rolliia comprendió . lo peligrosa que era aquella secta secteta y en
noviembre de 1789 mandó renovar
1os anteriores edictos de
1751 y 1775 contra ella, este paso
)legp demasiado tarde; en lo
sucesivo la infeliz pareja real debía experimentar que los ene
migos de la Santa Sede, tan pronto como
las circunstancias lo
permitían, eran también los suyos» (306).
Pese a la aparente reconciliación con Roma, no es autorizada
la circulación de .la bula Auctorem fidei contra Ricci y el sino-
(300) Memorias ... , III, p,ig. 279.
(301) Memorias ... , III, p,ig. 281.
(302) Memorias ... , III, pág. 282.
(303) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 106.
(304) Memorias ... , III, págs. 283-284.
(305)
PASTOR: Op. cit., ·XXXVIII, págs. 106-107 ..
(306) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 107.
509
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
do de Pistoya (307). En 1796 se firma un inesperado acuerdo
franco-napolitano qne. deja a .los Estados Pontificios sin
reraguar
.
dia segura (308). Poco duraría la amistad entre el trono yla re
voluci6n. El 29 de noviembre de 1798, con Pío VI ya prisione
ro de la República francesa, el ejército de Fernando entra en la
Roma republicana. Alguno dudará si
la quería para el Papa o
para él. Pero la
conquista solo dura diecisiete días. Los franceses
vuelven a ocuparla
y la capital de su reino, Nápoles, cae unos
días después, el 23 de enero de 1799 ( 309
).
La revoluci6n era implacable e, invadidos sus estados, úene
que poner el mar. entre él y los .franceses. Y, curiosamente, mu
chos de sus protegidos frente a Roma son los que ahora mues
tran más adhesi6n a la repóblica napolitana (310).
Recuperados sus estados
y casúgadas con rigor las traicio
nes ( 311
), Fernando parece volver a la tradici6n de los príncipes
católicos y pide a Pío VII la restauraci6n en sus reinos de la
Compañía de J~, a lo que el Papa accede por Breve de 30 de
julio de 1804 (312). Una nueva invasión francesa coloca en
el
trono napolitano a José Bonaparte por breves días y a· Murat,
cuñado de Napole6n, por algunos años. Recuperado de nuevo
el
reino, volverán a surgir disidencias con Roma con moúvo de la
hacanea (313) que aún
se reproducirían, y por la misma causa,
con Le6n XII. (314). Y ello tras. otro serio .aviso de la revolu
ci6n del que salió gracias
al apoyo de la Santa Alianza. Pero
estamos
ya muy lejos de la éPoca a la que nos referimos ahora.
(307) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 131.
(308)
PASTOR: Op. cit., XXXIX, .pág. 263.
(309)
PASTOR: Op. cit., XXXIX, pág. 293.
(310)
Memorias ... , IV, págs. 173-174.
(311) MuruEL, Andrés: Historia de Carlos IV, II, BAE, Madrid,
1959, pág. 103. •
(312)
Memorias ... , IV, págs. 190-191; PASTOR: Op. cit., XXXVIII,
pág. 276.
(313)
ARTAUD. DE MoNTOR: Vida de Plo VII, II, Madrid, 1838, pá
ginas 316-317.
(314) ARTAUD DE MONTOR: Historia del Papa León XII, I, Madrid, -
1850, pág. 230.
510
Fundaci\363n Speiro
II. UN M\JNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Son los días de nuestro Trienio liberal. Lógico efecto de estas
causas.
España, Francia, Austria, Portugal, Nápoles... Las monar
quías cat6licas en abierta
pugna con la Iglesia. Queriendo debi
litarla a toda costa. En sus bienes e inmunidades. En su discipli
na.
Con peligrosas proclividades en .muchas ocasiones a desvia
ciones dogmáticas. Napole6n
parecía un castigo de Dios a esas
. monarquías. Y, junto a los
grandes estados, se alineaban _tam
bién los pequeños.
Panna.
El ducado de los Farnesio termin6 recayendo en otro hijo
de Felipe V y de
Isabel de Farnesio que llevaba el mismo nom
bre que su padre. Hermano,
pues, de doble vínculo de nuestro
Carlos
III y casado con una hija de Luis XV, Isabel ( 1727-
1759). Muerto en 1765 hereda
el ducado. su hijo Fernando, her
mano de
la más vergonzosa de nuestras reinas españolas: María
Luisa de Parma.
El nuevo duque, discípulo de Condillac y del abate
Ma
bly (315), llegaba t-ambién al trono con muy pocos años. Y otro
ministro,
Du Tillot, se encarg6 de agravar las medidas iniciadas
ya bajo el ,gobierno de su padre.
«Habíanse publicado por
el duque de Parma en 1764, 1765
y 1767 unas leyes que sujetaban los bienes eclesiásticos a las
mismas contribuciones que los otros, que anulaban los rescrip
tos de Roma no autorizados con la aprobaci6n del soberano, que
prohibían recurrir a
los tribunales extranjeros, y que establecían
también sobre diferentes materias
eclesiásticas reglamentos con
formes al sistema que empezaba a prevalecer de estrechar más y
más la autoridad de la Santa Sede y de enervar la potestad· ecle
siástica. Estos edictos parecieron a Clemente XIII contrarios a
sus derechos, ya como Soberano Pontífice, ya como señor de
(315) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 517.
511
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOf.lA
Parma; porque los Papas pretenden que habiendo sido este du
cado desprendido
por concesión de los dominios de la Santa
Sede (316), han conservado ellos
el derecho de señorío» (317).
En l 768 publica el Papa su Monitorio, al que ya nos hemos
referido, que fue
un escándalo para todas las cortes borb6ni
cas (318), «mientras el duque proseguía desbocado en su bmi
no de agresiones y deportaba a los jesuitas» (319}. Pero a Fer
Í1~o, conforme avanza en años, Du Tillot se le va haciendo in
soportable y, «con la creciente aversión hacia el ministro cre
cía la simpatía del joven monarca por los jesuitas, antes toda
vía de que hubiera tenido lugar la disolución
de la orden» (320).
En vida de Carlos III hubiera sido itnposible todo intento
restauracionista, pero
ya muerto, pese a la oposición de Carlos
IV (321), su ptimo, cuñado y consuegro, y creyendo «que el
triunfo de la revolución se debe en gran parte a la supresión de
los jesuitas, el
mismo año del regicidio de París ( 1793) devuelve
a los jesuitas nativos de sus ducados los tres colegios que en ellos
habían
poseído y admite también a algunos españoles. Pío VI,
en carta privada al duque, daclara para tranquilidad de sus con
ciencias, que en ello no había contravención alguna a los man
datos pontificios» (322}. Antes ya habla restablecido la Inqui
sición y adoptado medidas contra.
el 1jansenismo (323). En 1800
le veremos solicitar· del recién nombrado
pontífice Pío VII la
restauración de la
Compañía (324 ).
(316) Creado en 1545 por el Papa Paulo III para su hijo Pedro Luis
Farnesio.
(317) Memorias ... , III, págs. 109-110.
(318)
LLORCA ... : Op: cit., IV, pág. 323.
(J19) MilNÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 517; PASTOR: Op. cit.,
XXXVIII,.
pág. '268.
(320) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 268.
(321)
. PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 268; ÜLARCHEA ALBISTUR:
Rafael: El cardenal Lorenzana en Itali.a, CSIC, Le6n, 1980, págs. 330-331.
· (322) BAT:LLORÍ, Miguel: La cultura hispanrritaliana áe los iesuitas ex
pulsos. Gredos, Madrid, 1966, págs. 323-324.
(323) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 134.
(324) ÜLAECHEA: Op. cit., págs. 326-327.
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Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Cerdeña.
La Iglesia había tenido graves problemas con Víctor Ama
deo II ( 16 7 5-17 30) en el período en que fue rey de Sicilia, pero
una vez que llegó al trono sardo, Roma le demostró gran bene-
.. volencia, obteniendo de ella muchas concesiones pese a la in
fluencia hostil para con la Iglesia del librepensador conde Alber
to Radicati. Con su sucesor, Carlos Manuel III (1730-1773), ir!
revocar Roma la convención sarda hubo, al principio, mayores
tensiones, llegándose hasta la ._ruptura. Posterionrnente mejora
ron mucho las relaciones y no fue Cerdeña de los reinos más
contrarios a la Iglesia. La influencia del gran cardenal Gerdil,
muy apreciado en aquella corre, favoreció esta situación (325).
Víctor Ama deo
III y Carlos Manuel IV, que acabaría sus días .
en la
Compañfa de Jesús, son un verdadero remanso de paz. La
hostilidad anticatólica · de la casa de Saboya es tema del siglo si
goiente.
Venecia.
La decadencia de la Señoría, que tan gloriosa había sido en
la historia, era evidente ( 326). Ello no impidió enfrentamientos
con Roma, muy similares a los de otros gobiernos contemporá
neos. Las ideas de Paolo Sarpi (327) .parecían haber calado hon
damente, tanto en
el patriciado como en la magistratura (328). La
contienda con Austria por el patriarcado de Aquilea, que Roma
procuró resolver
del modo más equille.tivo posible, dio lugar a
las clásicas medidas contra
los regulares, a quienes se impidió la
(3i?5) LLORCA ... : Op. cit., IV, págs. 114-115.
(326) D1EHL; · Carlos: Una república de patricios: Venecia. Espasa
Calpe, S. A., Madrid.
(327) FRAILI<, Guillermo: Historia de la filoso/la, 111, B. A. C., Ma
drid, 1966, pág. 308.
(328) ÜLAECHEA: Op. cit., págs. 185 y si¡¡s.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE. LA CIG08A
comunicación con sus superiores romanos bajo pena de seculari
zación. Además
se introdujo el placet regio y sobrevinieron los
consabidos abusos, intromisiones y violaciones de inmunidades
eclesiásticas (329). Pero el final de ese estado era inmediato y
Io consumó Napoleón con el tratado de Campo Formio.
Polonia.
Este siglo XVIII es especialmente trágicÓ para Polonia, que
desaparece· tras los sucesivos repartos en
favor de Rusia, Pru
sia
y Austria. La suerte del catolicismo polaco quedó, pues, liga
do a Catalina, Federico y María Teresa y a sus sucesores. Curio
samente esta desaparición
de la nación católica. fue providencial
para
la supervivencia de la Compañía de Jesús, pero el referirlo
nos aleja demasiado de nuestro propósito.
Baviera.
Los electores; bávaros eran católicos, pero ello no impidió el
regalismo caracreríst.ico de la época que, bajo la soberanía de Ma
ximiliano José III, protagonizó sobre todo Osterwald (330). Su
sucesor, Carlos Teodoro,
aunque dentro del regalismo consustan
cial a aquellos días fue, por propio interés, menos hostil a la
Santa Sede. Quería un nuncio
y obispos territoriales que no hi
cieran depender a
sus súbditos de prelados extranjeros y ello
hacía necesarias unas boenas relaciones con Roma (331). Fue
además particularmente enérgico en acabar con la secta de los
Iluminados, tan anticatólica como antimonárquica (332).
(329) LLORCA ... : Op. cit., IV, pág. 119.
(330) PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 23-24; LLORCA ... : Op. cit.,
IV, págs. 124-125. .
(331) LLORCA ... : Op. cit., IV, pág. 126; PASTOR: Op. cit., XXXIX,
págs, 24-26 y 46.
(332) BARRUÉL, Abbé: Mémoires pour servir a l'histoire du ;acobiflís
me. Hambourg, 1803, tomos III, IV y V.
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Los arzobispos electores alemanes.
También llegaron inquietantes noticias de los arzobispos elec
tores del Imperio alemán.
En primer lugar de Tréveris. El obis
po auxiliar de aquella sede, Juan Nicolás von Hontheim (1701-
1790), publicaba en 1763, bajo el
seud6nimo de Justino Febro
nio,
su famoso libro De_ statu ¡,raesenti Ecclesiae ... (333), que
vendría como anillo al dedo a· todos los soberanos absolutistas
de
la segunda mitad del siglo xvin y a sus mentores, colabora
dores
y aduladores (334).
Febronio «no veía en la Iglesia más que una especie de re
pública en la que el
Papa no había podido; sin usurpaci6n, arro
garse el poder de que gozaba. La autoridad, según él, pertene
cía al cuerpo entero de la Iglesia, la cual entregaba su ejercicio a
los
pastores. Apenas admitía en el sucesor de Pedro otros pri
vilegios que los de los demás
obispo~, contestaba a la Iglesia sus
derechos sobre
la condenaci6n de libros y la reducía a ser, aun en
lo que la concierne, esclava de la potestad civil» (335).
El libro sería condenado por Clemente XIII en 1764, pero
ello no impidió que alcanzara un ·gran -éxito y se convirtiera en
la biblia de los enemigos del pontificado: protestantes, jansenis
tas, regalistas
... Las retractaciones del obispo, siempre incomple
tas y ambiguas, llegaron tarde. La primera es de fines de 177 8
--contaba el obispo in partibus la avanzada edad de setenta y
siete años--, y si no hubiera insistido .en el tema, más clara hu
biera quedado su
postura. En 1781 aparece el Comentario a su
retractación, s que introduce nuevas_ dudas sobre su sinceríd.ad.
(333) LLORCA ... : Op. cit., IV, págs. 102-104; AMAT: Op. cit., XII,
págs .. 36-39; VEUILLOT,. Louis: Rome pendant le Concile, 1, Lihrairie de
Víctor Palmé, París; 1872, págs. 405-415; Memorias ... , III, págs. 45-49
y 185-188; PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 1-23; Bl\RCALA MUÑoz, An
drés: Censuras inquisitoriales a las obras de P. Tamburini y al Si.nodo de
Pistoya. CSIC, Madrid, 1985, págs. 17-i8.
(334) .Sobre su-influencia en Campomanes, cfr. EGmo: Et regalismo ... ,
pág,;. 154-155.
(335) Memorias ... , III, pág. 48.'
515
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOIM
Si en la teoría le cabe a Hontheim el discutible honor epis
copal
de enfrentarse al Romano Pontífice, en la prátcica, su ar
zobispo Clemente Wenceslao de Sajonia, elector de Tréveris, en
unión de los también electores imperiales Federico Carlos José
de Erthal, arzobispo de Maguncia y Maximiliano Francisco José
de Habsburgo, arzobispo de de Colonia -otro hijo de la em
peratriz María Teresa-y del arzobispo de Salzburgo, Jerónimo
de
·Colloredo, renovaron los Gravamina antipontificios por las
Puntuaciones de Ems de 1786 (3 36 ). Pronto todos ellos, ante el
embate revolucionario, perderían
sus sedes que querían cuasi
independiente de Roma.
Toscana.
Cerremos este recorrido con el gran ducado de Toscana, que
en nada desmerece en
la comparación con los más radicales es
tados antirromanos. Gobernaba aquel territorio Leopoldo
de
Habsburgo, hijo también de María Teresa y hermano, por tanto,
de José
II, emperador de Alemania, del arzobispo elector de-Co
lonia, Maximiliano, de María Antonieta de Francia, de María Ca
rolina de Nápoles y de María Amalia de Parma. A la muerte de
su hermano José ( 1790) y hasta 1792, fecha en que falleció a la
temprana edad de cuarenta y cinco años, fue emperador de Ale
mania (337).
Al igual que su hermano José y «no encontrando probable
mente en
la administración civil de un pequeño estado con que
satisfacer-sus actividades y celo, se ocupaba en componer regla
mentos para los obispos, enviarles instrucciones y dirigirles en la
(336) LLoRCA ... : Op. cit., IV, págs. 105-106; Memorias ... , III, pá-
ginas 232-240;
PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 27-51. ·
(337) LLORCA ... ; Op. cit:, IV, págs. 116-118; Memorias ... , III, pá
ginas 146, 191-192,
240-245, 25S:.262, 266-268; PASTOR; Op. cit., XXXIX,
págs. 109-133;
BARCALA: Op. cit., págs. 32-35. Qpiero dejar constancia. de
mi agradecimiento a Mario Socia, queridísimo amigo, por su colaboración
en todo a lo que ·a jansenismo se refiere.
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Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
conducta de sus di6cesis. Había dado toda su confianza a un
hombre sumamente .atrevido
y emprendedor, que fue hecho este
mismo año (1780) obispo de Pistoya y Prato» (338). Este hom
bre. era Scipion de
Ric;ci (339).
Así, en Florencia, «se veían publicar circulares en que
el
príncipe, entrando en los más.-¡,equeños pormenores, enviaba a
los
ebispos catecismos, les indicaba los libros que debían poner
en manos de los fieles,
,ibolía las cofradías, disminuía las proce
siones, reglaba el culto divino y las ceremonias y no omitía nada
de lo que
podía enflaquecer su pompa y majestad» (340 ).
Los afanes reformistas de Leopoldo, animados y secundados
por el activo obispo de Pistoya, cristalizaron en un sínodo que
tuvo lugar en esta ciudad en
17 86. Ricci y Pietro Tamburini
fueron las
figuras más singulares del jansenismo italiano, que
alcanzó cotas notables cuando el francés
se desvanecía entre el
oleaje revolucionario. Y el sínodo de Pistoya, en el que Tambu
rini tuvo asimismo
· destacada iutervención, fue la culminación
de todas aquellas corrientes que hasta entonces habían sido
se
miclandestinas.
Porque el sínodo de Pistoya no fue una explosión inesperada,
sino
la consecuencia lógica de las desviaciones jansenistas del
obispo apoyadas por el regalismo desmesurado de Leopoldo, to
cado a su vez, y muy a fondo, de jansenismo. Ya mucho antes
del sínodo la conducta del obispo no dejaba lugar a dudas de
cuáles eran sus sentimientos.
El odio a los jesuitas fue,
y la perspectiva histórica lo con
firma plenamente, objetivamente una equivocación religiosa
y una
posición anticatólica, aunque subjeti-.,amente algunos, en su
ce
guera, creyesen estar defendiendo a la Iglesia. Esa animadver
sión llevaba a oponerse a todo aquello que los jesuitas propicia
ban
y, entre otras cosas, a la devoción al Sagrado Corazón de
(338) Memorias ... , III, pág. 191.
(3_39) PoTTER: Op. cit., passim; AMAT: Op. cit., XII, págs. 41-54;
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs; 109-133.
(340) Memorias ... , III, pág. 192.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
Jesús, que para Ricci no era más que «cardiolatrla» (341). Se
gún él, se trataba de un renacer de pasadas herejías nestoria
nas (342). Por ello
se opuso en su diócesis a que se practicara
tal devoción, aun reteniendo breves favores
de lkma (343) y
llegando a puerilidades como
indignarse porque una campana
tlestinada a su
catedral llevara grabada en su bronce
In bonorem
SS. cordis Iesu, inscripción que hizo horrar, dando parre al gran
duque de tan horrible atentado ( 344
).
Todo eran para d obispo maquinaciones de los peligrosísi
mos jesuitas,. extinguidos ya hacía varios años, que no preten~
dlan más que la · restauración de la orden en lo que la nueva de
voción parecía jugar un papel de primer orden (345). Los «cor
dícolas» (346), propagadores de tal «superstición» (347) eran,
pues, enemigos a batir en toda
la linea por el audaz prelado. Así
puede comprenderse el hecho
que refiere Pastor ( 348) de las pin
turas que mandó realizar
en su villa representando a cualificados
jansenistas como
Quesnd y Arnauld, José II y otros haciendo
pedazos un. Corazón de Jesús.
Desórdenes, reales o exagerados, de algunas religiosas domi
nicas (349) llevaron a una radical oposición a los frailes predica
dores en particular y a los religiosos en general. Los dominicos
empezaban a comproba que la supresión de la Compañía de Je
sús
era solo d primer paso en la lucha contra los regulares.
No hay que dejarse engañar por
el celo del obispo corrigiendo
desórdenes en su diócesis si
_es que realmente los habla. Santos
obispos usaron
al menos de tanta energla como el de Pistoya
(341) PoTTER: Op. cit., I, pág. 65; PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pá
gina 112_.
(342) PoTTER: Op. cit., I, pág. 66; PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pá-
gina ns.
(343) PorTER: Op. cit., I, págs. 66-67.
(344) PorrsR: Op. cit., I, págs. 67-68.
(345) PoTTER: Op. cit., I, pág. 69.
(346)
Porrmt: Op. cit., I, pág. 71.
(347)
PoTTSR, Op. cit., I, pág. 71.
(348) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 116.
(349)
PoTTSR: Op. cit., I, págs. 56-58, 75-79, 82-113, 258 y sigs.
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
y Prato en desterÍ-at ab\lSOs en religiosos y religiosas de sus se
des. Energía que nunca fue censurada sino ensalzada por la Igle
sia. No era el celo
por las buenas costumbres el que animaba a
Ricci, aunque como buen jansenista que
era propendía al rigo
rismo y
a la severidad. Su finalidad era
desembarazarse de los
religiosos siempre
más· unidos, al menos hasta esos días, al cen
tro de Roma que al obispo diocesano.
Y Roma era el enemigo
para los jensenistas.
Porque
Ricci, según el parcialísimo y devot!simo de su per
sona, Potter, «era jansenista: hemos dado de ello numerosas
pruebas» (350). Y, comer tal, absolutamente rigorista. Lo pro
gresivo, si se quiere, lo acomodaticio, dentro de los
límites legí
timos que no alteraban la sustancia de la fe, estaba en Roma
y no en Pistoya.
Ricci parecía anclado en el más rígido fariseísmo
testamentario.
las atenuacfones pontificias a la abstinencia pe
nitencial eran rechazadas por el obispo. Mucho más por venir
de Roma que por su contenido benévolo y dulcificador de pre
ceptos más rigurosos.
La abolición de la Inquisición en Toscana, en 1782, tema
re
currente también en todos estos estados, tenia que encontrar en
Ricci a uno de sus más fervientes valedores (351
). Las imágenes
de los santos y sus devociones e incluso las de la Virgen fueron,
con gran indignación de los fieles, reducidas a
límites muy infe
riores de los que una sana y prudente teología recomendaría. So
pretexto
de evitar supersticiones, se estaba acabando con toda la
tradición eclesial (352). Entre todas estas devociones populares,
tan arraigadas en Toscana, mereció
especia:! inquina· de nuestro
obispo
el Via crucis (353 ). Las tres caídas de Jesucristo, la Ve
rónica enjugando
el rostro del Redentor eran, según Ricci, inven
tos de monjes o frailes intolerables en esa religión depurada
que
pretendía ( 3 54 ).
(350) PoTTER: Op. cit., II, pág. 24.
(351)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 3743.
(352) POTTER: Op. cit., Il, págs. 4449.
(353) PoTTRR: Op. cit., II, pág. 47.
(354)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 47.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
La escolástica era otro de los enemigos del obispo (355). Los
franciscanos no resultaban mejor
parados que jesuitas y domini·
cos (356). Para remediar tantas cosas que le disgustaban en su
diócesis, Ricci recomendaba
el
Lugdunense (357), texto más que
sospech9So de jansenismo. Pero nadie le obedecía. El pueblo, los
religiosos, sus mismos compañeros en el episcopado, salvo un par
de
excepciones, resistían tácita o e,opresamente las veleidades del
obispo por muy apoyado que estuviera en la autoridad del gran
duque (358).
A los dos años de ejercicio
episcopal de Scipion de Ricci ya
se colocaban pasquines
en la puerta de' su catedral con la siguien·
te leyenda:
Orate pro episcopo nostro heterodoxo (359). El
pueblo comenzaba a odiarle (360). Porque, y el testimonio sigue
siendo del devotisimo Potter, «privado de sus fiestas, del lujo
de las ceremonias de sus iglesias, de sus exposiciones solemnes
del Santísimo, se quejaba y murmuraba más que nunca» (361).
No contento Ricci con ese
odium plebis, orden6 a monjes y frai·
les cerrar. sus iglesias los domingos y festivos y les prohibi6 toda,;
aquellas solemnidades que atraían al pueblo --que para Potter,
ahora
es solo «populacho»--(362). Todo ello, naturalmente,
con
la mayor satisfacci6n de Leopoldo (363 ).
Otra medida que indign6 a la devoci6n popular fue la de
dejar un solo altar en cada uno de los templos ( 364
). Cientos
de santos y advocaciones
mariana,; a los que los fieles estaban
unidos por siglos de oraciones, desaparecieron en esta furia
ico
_noclasta que entusiasmaba al gran duque (365).
(355) PoTTER: Op. cit., II, pág. 63.
(356)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 64-65.
(357) PoTTER: Op. cit., II, pág. 66.
(358) PoTTER: Op. cit., II, págs. 66·67.
(359) PoTTER: Op. cit., IÍ, pág. 79.
(360)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 82-83.
(361) PoTTER: Op. cit., II, pág. 104.
(362)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 104.
(363)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 104.
(364)
PoTTER: Op. cit., 11, pág. 107.
(365) PoTTER: Op. cit., II, pág. 108.
520
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
La supresión de conventos por parte de Leopoldo era total
mente aprobada por Ricci, que pensaba que «si estos lugares de
retiro habían podido. ser buenos
al principio, se habían. conver
tido, evidentemente,
con. el transcurso de los siglos, por lo me
nos en inútiles, cuando no habían llegado· a ser perniciosos» (366 ).
Para él, los monjes de hoy eran inútiles, ya que «las riquezas y
las comodidades de la vida que les había procurado una religión
mal. entendida o la ambición interesada de gentes del mundo; no
tardaron en corromperles» (367). El número
«intolerable» de
conventos servía «para condenar a una parte de los ciudadanos
a un celibato forzoso» (368).
La supresión permitía, por otra
parte, «un mejor uso de las inmensas rentas de
que goza
ban» (369). Las alabanzas de Ricci a Leopoldo y su censura «a
los viles detractores» (370) del gran duque le colocan decidida
mente entre
los padres de las desamortizaciones que iban a lle
gar enseguida en los estados católicos por obra de los liberales,
La revolución no n;,,,esitó razones para justificar en Francia el
inicuo despojo. Pero en otros países las consideraciones riccianas
servirán de argumento a los clérigos
liberales que intentarán jus
tificar la supresión de las órdenes religiosas y el latrocinio de sus
bienes. Y análogos raciocinios se escucharán de labios de no po
cos diputados y escritores de nuest.ras Cortes de Cádiz, del Trie
nio o de la minoría de edad de Isabel
II.
Las dispensas reservadas al Papa eran, cómo no, otra de las
constantes reivindicaciones del obispo
{37l}Naturalmente, PC>tter,
al referirse a este tema, permanentemente presente en las relacio
nes de los gobiernos con la curia romana, hará mención de la li
beración de los pobres, de la avaricia de la Dataría pontificia,
etcétera.
Intimamente relacionado con las .reservas papales estaba la
(366) PoTTER: Op. cit., II, pág, 112.
(367) PoTTER: Op, cit., II, pág. 113.
(368)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 115.
(369) PoTTER: Op. cit., II, pág, 114,
(.l?O) PoTTER: Op. cit., II, pág, 116.
(371) PoTTER: Op, cit., II, págs. 125-127.
521
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOIU
naturaleza misma del matrimonio que Ricci pretendía sustraer a
la Iglesia para encomendarlá al poder civil (372). Leit motiv,
asimismo, de mil intei,tos de ,gobiernos liberales posteriores. No
es de extrañar que, ante esa conducta episcopal, el cardenal An
drea · Giovannetti, arzobispo de Bolonia, al ceder la jurisdicción
de
.la parte de su diócesis que pertenecía al Gran Ducado de Tos
cana, como sus antiguos fieles fueran a engrosar los del obispo
Ricci, les advirtiera que se guardasen de adquirir y de leer los
libros que se imprimían en Pistoya, pues «contenían una doc-.
trina que no es propia más que a esparcir entre los fieles máxi
mas perjudiciales a la veneración de espíritu y de inteligencia que
es debida; bajo todos los aspectos, a la santa Iglesia de Roma,
columna
y fundamento de la verdad» (373).
Su manía reformadora, comparable solamente a la de su pro
tector Leopoldo, que a su
vez. era reflejo de la de su hermano
el emperador José, alcanzó también a las cofradías a las que eran
tan afectos
los toscanos. De cuál fue el disgusto de éstos puede
dar fe que, tras la
marcha de Leopoldo, ·su hijo y sucesor las
volvió inmediatamente a su
situación anterior (374).
Otras medidas de Leopoldo, en las que al decir de Ricci
«mostró no solamente la superioridad de sus luces, sino incluso
su religiosa piedad» (375) fueron las que
estorbaron los votos
religiosos femeninos, bien fijando
el mínimo de edad para pro
fesarlos en
los veintidós años, bien prohibiendo recibir u ofre
cer dotes e incluso
estableciendo una especie de impuesto a cada
profesión religiosa (376).
El gran
duque preoondía aumentar el número de madres a
costa de
las monjas, pero lo que sorprende más es que el obispo
considerase a éstas,
infelici vitthne di una forzata virginita (377).
Favoreció, por tanto, Leopoldo medidas
secularizadoras. «Pro'
(372) PorrER: Op. cit., II, págs. 1:29-130.
(373) POTTER: Op. cit., II, pág. 157.
(374)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 145-146.
(375)
POTTER: Op. cit., II, pág. 175.
(376)
.POTTER: Op, cit., II, pág. 174.
(377)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 175.
522
Fundaci\363n Speiro
II. UN MJJNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
pósitos tan sanos y tan .santos, conúnúa Ricci, fueron contraria
dos por los obispos, por los sacerdotes y por los monjes, que no
conocían otro móvil que
la ambición y el interés» (378).
El «tráfico de misas», las fundaciones pías (379), el cline~
para la fábrica de San Pedro (380), los beneficios simples (381)
fueron asimismo objeto de censuras del
obispo.
Al mismo tiempo recomendaba a sus sacerdotes textos janse
nistas sin preocuparle en absoluto las censuras romanas: Mesén
guy (382), Quesnel, «este santo hombre» (383) (también eran
«santas vírgenes» las monjas de Port,Royal)(384),
Palmieri (385),
Montazet ... (386 ).
La supresión de fiestas (387 ), la intervención civil en el pa,
trimonio eclesiástico ( 388 ), la alteración de la doctrina sobre la
confesión
y las indulgencias, «que los maestros de una falsa doc
trina habían corrompido» (389), la reforma del breviario (390)
fueron también medidas avaladas por
Ricci que entusiasmaron
a Leopoldo, tanto como indignaron
al clero y al pueblo de Tos
cana
y, por supuesto, al Papa que, contra el obispo, utilizaba «la
maledicencia y
la calumnia, esas armas ordinarias de la Corte
de Roma» (391), en opinión
de Ricci. Sus propios canónigos, ante
tanta innovación, comenzaban
ya a sublevársele. «El mal, y para
Potter, evidentemente, el mal
era el espíritu católico y antijanse
nista, ganaba todos los días» (392).
(378) PoTTER: Op. cit., II, pág. 176.
(379)
PoTTER: Op. cit.,· 11, pág. 186.
(380)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 188-189.
(381)
PoTTER: Op. cit., Il, págs. 189s!,O.
(382) PoTTER: Op. cit., II, pág. 150.
(383)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 187.
(384)
PoTTER: Op, cit., II, pág. 179.
(385)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 219.
(386)
. POTTER: Op. cit., II, pág. 236.
(387)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 212.
(388)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 2_13.
(389) POTTER: Op. cit., II, pág. 218.
(390)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 219-220.
(391)
POTTER: Op. cit., II, pág. 221.
(392) PoTTER: Op. cit., II, pdg. 224.
523
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Con todos estos antecedentes, cuya prolija enumeraaon el
lector comprenderá, pues son el germen de cuanto intentará el
liberalismo contra la Iglesia, llegamos al momento álgido del pon
tificado de Rícci: el sínodo de Pistoya, que se inauguraría el 18
de septiembre de 1786 (393 ).
Bien conocía Rícci la debilidad de sus posiciones y por eso
llamó en su auxilió a cuantos compartían sus ideas ry, natural
mente, en primer lugar a Tamburini, que desempeñaría en el
concilia'bulo importantísimo papel (394 ), pues· el obispo le hizo
promotor
del sínodo «no obstante no tener derecho alguno de
asistir a él». También acudieron Vincenzo Palmieri (395), Fabio
de Vecchi (396), Regínaldo Tanzini (397) y otros
not<>rios jan
senistas.
Fue «una síntesis de jansenismo y el más desenfrenado rega
lismo, con alguna inspiraci6n enciclopédica. El 20 de septiembre,
en
el primer decreto, que versaba sobre la fe, la gracia, la pre
destinación, los fundamentos de
la moral, se afirmaron las doctri
nas jansenistas como
fas únicas salvadoras en medio del oscure
cimiento que había sufrido
la fe y la creencia de la Iglesia en
los últimos tiempos, se admitieron los cuatro artículos galicanos
y se dieron amplios poderes al duque en los bienes eclesiásticos.
Con el mismo espíritu continuaron las demás sesiones: aprobá
ronse
los principios de Quesnel; se propuso que en adelante solo
quedase una Orden religiosa con la regla de Port-Royal;
se afir
mó que la potestad eclesiástica, comunicada directamente al pue
blo cristiano,
se transmitía a la jerarquía, la cual, por lo tanto,
(393) PoTTER: Op. cit., II, págs. 226-237; LLORCA ... : Op. cit., IV,
págs. 117-118; AMAT: Op. cit., XII, págs. 41-54; Memorias ... , III, páginas
240-245; PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 121,133. ·
(394) PoTTER: Op. cit., II, págs. 226-227; Memorias ... , III, pág. 241;
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 122-123; BARCALA: Op. cit., páginas
. 32:34,
(395) PoTTER: Op. cit. II, pág. 226; Memorias ... , III, pág. 241; BAR
CALA: Op. cit., págs. 32 y 69.
(396) PoTTER: Op. cit., II, pág. 226; Memorias ... , III, pág. 241.
(397) PoTTER: Op. cit., II, pág: 226; BARcALA: Op. cit., pág. 35; BAT
LLORí: Op. cit., pág. 92.
524
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
es ministerial, y el romano pontífice caput ministeriale; que el
poder de los obispos es ilimitado; que los decretos de la Igle
sia dependen de
la aceptación del pueblo (lo que evidentemente
no
debía valer para los de Ricci). Las indulgencias, los reserva
dos, las censuras,
el sacramento del matrimonio, la devoción al
Sagrado Corazón, fueron blanco de los ataques del sínodo. Por
fin recomendó el sínodo la lectura de la Biblia y las obras de
Quesnel sobre el Nuevo Testamento
y aconsejó la pronta cele
bración de un concilio nacional, que dictaminase sobre la fe y las
costumbres» ( 398 ).
Era un ataque frontal a Roma a la que reconociéndosele aún,
en
teoría, el «primato (399), se le rechazaba abiertamente el to
tato»
(400), que según Ricci Cristo nunca había pretendido. Y
así
es en verdad. Y tampoco lo pretendía la Iglesia. La cuestión
está en que lo que. Cristo
y la Iglesia pretendían, al margen de
excesos inevitables en toda obra en
la que intervengan los hom-'
bres, era para Ricci, Leopoldo· y sus secuaces ese totato que como
buenos jansenistas rechazaban, aplicándole un nombre descalifica
dor, en lo que eran consumados maestros. Y ese primado, prácti
camente reducido a
la nada, que para ellos era la pura doctrina
de Cristo, no impedía que
lo calificasen de babilonica curia en la
más pura tradición de la herejía.
«Leopoldo estaba encantado con los trabajos de su conci
lio» (401), que incluso acudió a visitar, siendo puntualmente in
formado a diario de todas las sesiones
y tomando medidas para
neutralizar a los oponentes ( 402). ·
Quiso el gran duque extender a todos sus dominios tosca
nos tan maravillosas refovmas y para ello convocó en Florencia
a los obispos de su Estado a una asamblea
preparatoria del an
siado concilio nacional que, conociendo el ·pensamiento de su pro-
(398) LLDRCA...: Op. cit., tv, pág. 117; PoTTER: Op. cit., II, pági·
na
226,227.
(399) PoTTER: Op. cit., II, pág. 234.
(400)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 235.
(401) PoTTER: Op. e#., II, pág. 233.
(402)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 233-234.
525
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
motor, no sería extraño que concluyera en el cisma ( 403 ). El 23
de abril
de 1787 se inauguró la asamblea y pese a haber prohi
bido Leopoldo la presencia de
regulares y haber IIS!ffiado a ella
al jansenista Veochi (404), Ricci quedó- aislado, apoyado sola
mente por los obispos de Colle y de Chiusi (405).
«Desde las primeras sesiones, los obispos impusieron silencio
a
los teólogos_ del gobierno diciéndoles: Nos magistri, vos disci
puli» ( 406 ). «El pueblo compartía esta opinión, resultando de
ello un
espíritu público de abierta oposición a los intentos del
soberano» ( 407). Era el
ocaso de Ricci.
Varios sacerdotes de Pistoya solicitaron de Leopoldo la abo
lición de las novedades introducidas en Pistoya y .Prato y el
res
tablecimiento de la situación eclesiástica en su estado anterior y
apelaron de ello al arzobispo de Florencia como a su metropoli
tano (408). El 20 de mayo de 1787 la multírud se S!ffiotina en
Prato, arranca del coro de
la catedral el escudo del obispo y que
ma su silla juntll!ffiente con una serie de libros hallados en la
sacristía (409). Tal vez ninguno de ellos fuera de los textos tan
gratos
al obispo que con profusión repartía entre su clero. Pero
el hecho delata el enorme recelo que el pueblo sentía hacia las
nuevas doctrinas que Ricci, con tan escaso éxito, intentaba pro
pagar en su diócesis.
Fue después el pueblo a rescatar las imágenes de las cofra
días que Ricci había suprimido y de los
santos cuya fiesta ha
bía abolido y las condujo procesionalmente .a la catedral, atran
cando de los misales las páginas de fas fiestas que el prelado ha
bía introducido (410). Se aprestaban los pistoymos a secundar a
sus hermanos de Prato cuando
"soldados enviados por Leopoldo
(403) POTTER:. Op. cit., Il, pág. 238.
(404)
POTTER: Op. cit., II, pág. 242.
(405)
PoTTBR: Op. cit., U, págs. 242-243.
(406)
PoTTER: Op. cit., Il, pág. 243.
(407) ·
PoTTBR: Op. cit., II, págs. 242-243.
(408)
PoTTBR: Op. cit., II, pág. 245.
(409)
PoTTBR: Op. cit., II, pág. 247.
(410)
PoTTER: Op, cit., II, págs. 247-248.
526
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
consiguen hacersi, con la situación, aunque no con las voluntades
de los diocesanos del obispo.
La irritación de Leopoldo por el fracaso de su asamblea de
Florencia y por los motines de Prato
le empecinó en sus ideas
y como buen déspota quiso llevarlas a cabo aunque pareciese su
pequeño mundo. Igual haría su hermano y perdería para
el im
perio a los católicos flamencos. Si los obispos y el pueblo no mar
caban el paso que
señalaba su fiel Ricci, reconduciría conductas e
inteligencias hacia la utopía soñada, aunque no practicada, por el
hijo de María Teresa. Y le encargó un reglamento disciplinario
para toda la Toscana. A ello
se empeñó Ricci que en poco tiempo
entregó a su amo y valedor una memoria que contenía todos sus
anhelos de reforma eclesiástica (411).
El radicalismo de Ricci hizo que «fuera abandonado aun por
sus partidarios, incluso los más fervorosos» ( 412). Los sacerdotes
de su diócesis no dejaban de presentar peticiones, tanto al
me
tropolitano como a las autoridades estatales, para abolir las no
vedades introducidas (413). Entre los poderosos, Ricci solo te
nía enemigos ( 414 ). Y, entre el pueblo, también ( 415). Los áni
mos que le llegaban de José lI' (416) en nada mejoraban su si
tuación. Incluso el parcialísimo Potter aduce testimonios de la
-falta de prudencia del prelado que le hacían odioso a todos sus
feligreses (417). El mismo Leopoldo parece vacilar en su apoyo
ante tantas muestras de
desafecto (418). La mayor parte de los
diocesanos de Riaci, convencidos
de que los sacramentos confe
ridos _por él eran ,mios, enviaban a sus hijos a Florencia para
ser bautizados y confirmados (419). E incluso para ser ordenados
(411) PoTTER: Op, cit., II, págs. 255-256.
( 412) POTTER: Op. cit., Il, pág. 257.
( 413) PoTTER: Op. cit., II, pág. 257.
(414) POTTER:· Op. cit., II, pág. 257.
(415) PoTTER: Op. cit., II, 260.
(416)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 261.
(417)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 264-265.
(418)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 265.
(419) PoTTER: Op. cit., II, pág. Z72.
52.7
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
sacedotes (420). Al mismo tiempo el arzobispo.de Florencia re
cibía retractaciones de sacerdotes que habían asistido al sínodo
de Pistoya (421).
La situación era tan insostenible que Potter reconoce que «el
gran duque era, quizás, el único toscano que le hacía plenamen
te justicia» { 422).
Lo que ya era imprudencia del soberano al em
peñarse en contradecir, así, los sentimientos de sus súbditos. Pero
estábamos
ya en los últimos días de Leopoldo como gran duque
de Toscana. Ello
impidió que pudiera llevar a cabo otra genial
idea de Ricci:
la retractación del juramento de fidelidad que los
obispos habían prestado a
la. Santa Sede y la prohibición de que
los nuevos obispos lo .prestaran en
el futuro ( 423 ). El empera
dor estaba
ya gravemente enfermo y Leopoldo se disponía a par
tir hacia Viena
para ocupar 'el trono imperial. La marcha del so-
· berano hizo estallar nuevos tumultos contro Ricci (424) que, ame
nazado por el pueblo, tiene que huir de Pistoya ( 425).
El cambio fue total .. «El concilio de Pistoya, que no fue
más que la sanción de los principios y de las reformas de I.eo
poldo, y todas sus decisiones, fueron formalmente anuladas, por
lo que se llamó la voluntad del pueblo; y la materialidad del
culto, las supersticiones
populares, los abusos y todo lo que po
día servir a satisfacer las intenciones de hombres ambiciosos, in
teresados y fanáticos fueron vueltos a sus antiguos honores. Los
altares demolidos se levantaron de nuevo. Las imágenes volvie
ron a sus lugares; las ceremonias abolidas
se repusieron, así como
las oraciones que habían sido eliminadas
. y .toda la pompa de las
fiestas
y de las funciones religiosas; los libros que habían sido
impresos por orden
del obispo y distribuidos a los sacerdotes
fueron condenados a las llamas; los estudios eclesiásticos del se
mina~o y otras -escuelas se interrumpieron, las cofradías suprimi-
(420) PoTTER: Op. cit., II, pág. Z73.
( 421) PoTTER: Op. cit., II, pág. 272.
(422)
POTTER: Op. cit., II, pág. 273.
(423)
PoTTER: Op. cit., Il, pág. 276.
(424)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 284-288.
(425) PoTTER: Op. cit., II, pág. 289.
528
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
das se restablecieron; el calendario de la diócesis. fue derogado,
adoptándose en su lugar
el de Florencia; liasta las instrucciones
parroquiales y a los catecismos
se suspendieron en odio al pas
tor
al que se,-0ebían todas esas cosas» ( 426 ).
Pese al sentimiento de Potter, evidente en sus palabras, la
dictadura de Ricci bahía terminado y
el pueblo volvió a sus cos
tumbres y tradiciones católicas tras una déca.da de violencias a
sus más firmes sentimientos. Algo semejante hará
el liberalismo
en todos
los países durante el siglo siguiente. Imponiéndose a
un pueblo creyente que en ocasiones hasta se lanzó a la
guerra
en defensa de sus ideales. Daremos puntual referencia de ello,
en lo que en nuestra patria se refiere, en capítulos posteriores
..
En 1971 Ricci renuncia a su sede como le exige el mismo gran
duque Fernando y así lo comunica el obispo al Papa protestando
«su sumisión y
su adhesión invariable a 1a Santa Sede» ( 427).
Sumisión
y adhesión que no le impidieron expresar su aproba
ción, poco después, a
la Constitución civil del clero ( 428) en
abierta aprobación de un cisma declarado.
Roma, sin embargo, callaba sobre el
sínodo de Pistoya y no
sin escándalo de no pocos. Por ejemplo,
los ex jesuitas españo
les Gustá y Luengo (429). Ocho .años habían transcurtido des
de el sínodo cuando el 28 de agosto de 1794 aparece, por fin,
la bula Auctorem fidei (430), que condenaba inapelablemente lo
ocurrido en aquella asamblea. Leopoldo hacía dos años que
ha
bía muerto y las necesidades pastorales primaron sobre las po
Hticas.
Pero el anciano Pío VI, en vísperas ya de su camino del cal
_vario, no cosechó con ella más que nuevos sinsabores, viendo
cómo era rechazado no ya en la Francia de la Convención, como .
era natural, sino en Viena, Madrid, Nápoles, Lisboa, Florencia ...
(426) PoTTER: Op. cit., II, págs. 289-290.
(427)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 308.
(428)
PoTTER: Op. cit., Il, págs. 317-319.
(429)
l)ATLLORÍ: Op. cit., págs. 89-93.
( 430)
PoTTER: Op. cit., III, págs. 4 y sigs.; LLORCA ... : Op. cit., IV,
pág. 118.
529
Fundaci\363n Speiro
. ..,__
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFTA
Las monarquías absolutas no habían aprendido gran cosa de la
Revoluci6n francesa. Peto sus días estaban contados. Francisco II
perdería el Imperio, Carlos IV el trono, María tendría que huir
refugiándose en Brasil, Fernando IV sería expulsado de Nápoles
en dos ocasiones ...
530
Fundaci\363n Speiro
DE
UNA PERSECUCION: ANTECEDENTES.
11. UN MUNDO QUE SE VA, ENFRENTADO
A LA IGLESIA
POR
FRANCISCO JosÉ FERNÁNDEZ DE LA ÚGOÑA
Hemos relatado, en el capítulo anterior, las. poco amistosas
relaciones
y, lo que es más grave, mucho más en el fondo que
en la forma, del Gobierno
de Carlos· III con la Iglesia. · No fue
ello una excepción considerada respecto a
los . demás Estados ca
tólicos. Incluso.podría afirmarse que pese a todo lo ex¡puesto fue
España de los Estados
más respetuosos con Roma. ¡Cómo seríim
los otros!
Francia
La hija primogénita de la Iglesia, cuyo rey ostentaba el título
de Ma¡estad cristianlsima, tuvo la desdicha de padecer un lar
guísimo reinado que bien podrla calificarse como el de la inmo
ralidad en el trono: el de Luis XV (1710-1774). Su bisabuelo,
Luis XIV, falleció en 1715 cuando el delfín contaba cinco años.
Su padre, delfín por un año, habla muerto en 1712 y su abuelo
un año antes.
De 1715 a 1723 se hizo cargo de la regencia Felipe de Or
leáns,
«época tristemente notable en que el carácter nacional pa
reció mudar, y en la que la audacia de las opiniones y la afec
tación de la inmoralidad hablan llegado a ser casi un asunto de
487
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOÑA
moda baxo un príncipe que daba exemplo de ello» (216 ), «en
tregado por principio a
'la incredulidad y a la inmoralidad» (217).
<~Su sucesor, igualmente inmoral, pero mucho menos capaz» fue
el duque de Borbón-Condé ( .218).
Luis XV no cedió a ellos en cuanto a libertad de costumbres «y
el embajador de Austria dice. con razón qué .su género de vida no
le
de¡a una hora diaria para ocuparse en los asuntos serios» (219).
Cuando le administran los
6ltimos sacramentos, tres días antes
de su muerte, pues pese a la
gravedad no mostraba el rey la
menor prisa, el capellán mayor, cardenal de la Roche-Aymon,
«dixo en alta voz a los asistentes que el rey le habla encargado
declarar que sentía mucho haber dado escándalo:
débil repara
ción es preciso confesarlo~ después de unas faltas tan enormes Y
unos exemplos tan contagiosos» (220):
Bajo su reinado, la «Filosofía» invade Francia. <
Iglesia, cumplían muy negligentemente sus obligaciones para con
ella; mostraban mucho menos ardor en protegerla que el
que
ponían ·en defender su propio gObiernO. No pern1itían1 es verdad,
que se pusiese la mano sobre la Iglesia; pero toleraban que se la
traspasase de lejos con mil dardos.
Este semiconstreñimiento que se i:triponía entonces a los
enemigos de la Iglesia, en lugar de disminuir su fuerza, la aumen
taba. Hay momentos en que
la opresión ejercida sobre los es:
critores llega a detener el movimiento del pensamiento, mientras
qtie en otros lo precipita; pero nunca ha ocurrido que una
especie
de censura semejante a la que entonces pesaba sobre la
imprenta no haya centuplicado su poder.
Se perseguía a los autores hasta el punto de provocar sus
quejas, pero sin llegar a inspirarles terror; de ·modo que los
(216) Memorias ... , II, págs. 82-83.
(217)
PASTOR: Op. cit., XXXIII, pág. 27.
(218)
PASTOR: Op. cit., XXXIV, pág. 201.
(219) TAINE, H.: Los orígenes de la Francia contemporánea, F. Sem
pere y Compañía editores, Valencia, s/a, pág. 141.
(220) Memorias ... , II, págs. 149-150.
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Fundaci\363n Speiro
U. UN MUNDO, ENFRENTADO A LA IGLESIA
escritores sufrían esa especie de coerción que estimula a la lucha,
no ese yugo pesado
qué abruma.
Las persecuciones de que eran objeto, casi siempre lentas,
ruidosas e inoperantes, parecían tener
por finalidad animarles
a escribir, en lugar de disuadirlos de ello» (221).
La descripción de Tocqueville es exacta. Algunas ligeras
mo.
lestias, breves interrupciones, temporales exilios con el asilo se,
guro de la corte de . Federico de Prusia no impedían en modo
alguno que
fa Enciclopedia y los filósofos preparasen el clima de
la Revolución. Lo que significaron Voltaire, Rousseau, D' Alem
bert, Diderot ... en el combate contra la Iglesia y contra el. trono
es tan del dominio público que nos excusa insistir en el tema.
A ello hay que añadir el . g~licanismo siempre presente, en
el que tan importante papel jugó Bossuet (222), las con.stantes
intromisiones de
l~s Parlamentos, especialmente del de París, en
favor del jansenismo y contra numerosos obispos, destacando de
modo especial la persecución de que fue objeto el
arzobispo. de
París, Christophe de
Beaum"ant, que llegó a conocer el des
tierro (223 ). La actitud dél ParlamenJo de París condujo en
ocasiones a abiertos enfrentamientos con la autoridad real, siem;
pre vacilante en la postura a seguir con sus magistrados, lo qu~
contribuyó no poco a debilitar a aquélla y a propiciar los suce
sos posteriores.
En el aswito de los jesuitas, Luis XV se inclinó por los par
tidarios de la persecución, cuyas cabezas en la corte eran Choiseul
(221) TOCQUEVILLE, Alexis de: El Antiguo Régimen y la Revolución,
Guadarrama, Madrid, 1969, págs. 201-202.
(222) GERIN, Charles: Recherches- historiques sur L'Assamblée du Cler
gé de France de 1682. Llbrairie Jacques Lecoffte, París, 1870 (particular
mente sobre Bossuet el cap. XI, págs. 334-371); BoSSliET, Jacobo Benig
no: Defensa de la dec(aración de la Asamblea del Clero de ·Francia de 1682
acerca de la ·potestad eclesiástica, Madrid, oficina de Pedro Marín, 1771,
6-vols.; Bo5.5UET, Jacobo-Benigno: Defeniio declarationis conventus' cleri
galliceni ani 1682 De Ecclesiastica potestate. Napoli, Josephi de Domini-
cis, 1770, 2 vols. . -,
(223) Memorias ... , II, págs.' 144; 165; 171,' 194-196, 207-209, 220,
229-232, 242-243, 147-248 y III, págs. 4041 y 44.
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Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01'1A
y la Pompadour, en .contra de los amigos de la Compañía de
Jesús, partido que contaba con la reina María Leczinska y el
delfín. El gobierno cont6 en Roma con la colaboración del em
bajador de Franda, cardenal de Bernis.
Luis XVI, aunque muy diferente a su abuelo en tantas cosas,
no
se caracterizó tampoco por ·una voluntad resuelta. Sus minis
tros, Turgot, Brienne, Maleshe•bes y Necker, ran gratos a los
filósofos, son buena muestra de lo que no debía haber escogido.
Su muerte, llena de dignidad y-de profundos sentimientos cató
licos (224
), era un final obligado de tantos errores anteriores de
los que Luis XVI fue mucho
•más la víctima que el responsable.
Austria.
Su Ma;estad apostólica era desde 1740 María Teresa de Habs
burgo. Piadosa, respetuosa, al menos relativamente, con la Santa
Sede, sus hijos no salieron ciertamente a
ella. Tal vez fruto de
una mala educación por preceptores mal elegidos y de sentimien
tos jansenistas. «Una de las
elecciones que más influyeron en lo
venidero fue la
el cual fue encargado de instruir en la religión a los hijos
de
la emperatriz. Imbuido de las preocupaciones del jansenismo,
si no hizo de· los príncipes, sus discípulos, partidarios de sJ secta,
a lo menos consignió imbuirles de un alejamiento de los
sobe
ranos pontífices, e inspirarles ideas de innovación y de trastorno
en
el régimen eclesiástico» (225). «Tal vez eo ias lecciones re
petidas de este preocupado maestro es en donde debe buscarse
el origen de los procedimientos imprudentes por
los que José,
Leopoldo
y Ma,;imiliano tuDbaron después sus estados» (226).
(224) PASTOR: Op. cit., XXXIX, pág. 171. El texto del hermoso tes
tamento en Memorias ... , IV, págs. 58-63: «Yo muero en 1a unión de
nuestra santa madre Iglesia católica, apostólica y romana», pág. 59.
(225)
Memorias, .. , III, págs. 145-146.
(226)
Memorias ... , 111, pág. 146.
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Fundaci\363n Speiro
JI. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Si ala de Terme.unimosla influencia de Martini (227), el co
loboracionismo interesado de , Kaunitz ( 228 ), otro de estos go
bernantes que parecen todos cortados por el mismo patrón del
odio a Roma,
la admiración por los .filósofos (229) y un car.lc
ter frío y misógino no son de extrañar las mil medidas antiecle
siales que fueron
la gran preocupación de José II.
Su odio a los jesuitas es desmedido (230) como casi todo lo
de
José. Como co-regente (1765-1780), arrastra a su madre a
medidas que anticipan lo que
será su reinado, si bien esa época
fue sobre todo de ¡ilanes, pues no logró imponerse a Maria Te
resa. Será en 1780, a la muerte de
la emperatriz, cuando se
inaugure la década del josefinismo que fue una desgracia para
la Iglesia
y, sobre todc;,, para el Imperio.
Jansenismo (intento del Gobierno de
probibir la bula Uni
genitus) (231), apoyo a los jansenistas (232), febronianismo, re
galismo absoluto, medidas cuasi cismáticas .... En 1781 fa legis
lación antirromana estaba ya en pleno vigor. El placet regio se
extendía a toda comunicación de la Santa Sede (233 ), se rompen
los lazos que unían a los religiosos austriacos con sus
superiores
romanos (234 ). Pío VI se ·muestra consternado (235). El em
perador reclama la provisión de obispados y abadías en su terri
torio (236). Un decreto del 4 de septiembre
de 1781 faculta a
los obispos a dispensar, sin intervención pontificia, todos los
impedimentos matrimoniales canónicos que no fueran de derecho
(227) PADOVER, S. K.: ]oseph II. L1Empe,eur révolutionai,e (1761-
1790). Payot, París, 1935, pág. 23.
(228) PADOVER: Op. cit., págs. 43-49.
(229) PADOVER: Op. cit., pág. 24.
(230)
PADOVER: Op, cit., págs. 57-58.
(231) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 369.
(232)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 370.
(233)
PASTOR: Op. cit., XXXV!II, pág. 374.
(234)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 374.
(235)
PASTOR: Qp. cit., XXXVIII, pág. 374 ..
(236) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 375.
491
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNAl"IDEZ DE LA CIGOJ'M
divino o natural (237). Se inicia una política de tolerancia con
los no cat6licos (238). Se supritnen conventos ... (239).
:¡;:1 Papa Pío VI piensa que su presencia en Viena podría,
si no supritnir, al tnenos atenuar tantas medidas contra 'la Iglesia
y pese al parecer ¡,n contra de no pocos cardenales emprende
el viaje a la corte imperial (240). Nada consigui6. El emperador
le recibi6 con cortesía, pero
el omnipotente Kaunitz se mostr6
traspasando los límites de la grosería
(241). No muchos años
después, el orgulloso canciller del Imperio tendrá que suplicar
a este mismo Papa,
al que. había querido hacer objeto .de pueri
les humillaciones, su intervención, ya a esas alturas inútil, para
pacificar los P~íses Bajos sublevados (242).
Las reformas religiosas de José indignaron a los cat6licos
húngaros (243
), colocaron al anciano cardenal Migazzi, que ha
bía gozado de la confianza de María Teresa, en una situaci6n
.de protesta
pevri:tanente (244), pero donde, sóbre todo, tuvieron
consecuencias. trágicas para
el Imperio fue en los Países Bajos
en los que
se lleg6 a la independencia de Bélgica.
Los cat6licos.
de. aquel país, profundamente heridos en sus
firmes creencias religiosas y en sus tradicionales derechos políti
cos,
se sublevaron contra José, logrando la independencia de su
patria (245). La intervenci6n solicitada
al Papa ya nada podía re
mediar. El cardenal Frankemberg, una de las grandes figuras de
(237) · PASTOR: Op. cit:, XXXVIII, 'pág. 375.
(238)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 375.
(239)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII: pág. 376.
(240) .
Memorias ... , III, págs. 194-199; PASTOR:· Op. cit., XXXVIII,
págs. 379-288; PADOVER: Op. cit., págs. 193-201.
(241) Memorias ... , III, pág. 207; PADOVER: Op. cit., págs. 195-196
y 199.
(242) PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 60-61.
(243)
PADOVER: Op. cit., págs. 243-244.
(244)
Memorias ... , III, págs. 196, 198, 211-212; PASTOR: Op. cit.,
XXXVIII, págs. 358, 360-361, 372, 378, 393, 396, 404, 406407; XXXIX,
págs. 68-69 (ahora con Leopoldo II), 72 (y con Francisco II).
(245) PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 59-62; PADOVER: Op. cit., pá
ginas 252-254, 288-294, 309-314.
492
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
la Iglesia de la época, pese a su origen silesio, fue más fiel a su
fe que a
su rey y presidi6 la reuni6n de los Estados de Bélgica
que proclamaron
la libertad ( 246).
José, mientras tanto, moría solo-, apenas rodeado de cuatro
o cinco amigos personales. Kaunitz, .su canciller, hacía más de
dos años que no lo veía (247). Ninguno
de sus hermanos lo
acompaijaba (248). Cuarenta .y ocho hotas antes de morir supo
que la corona de San Esteban, que cuando
se trajo a Viena in
dignó a los húngaros, se devolvía. «Veo, exclam6, que el Todo
poderoso quiere destruir
mi obra aun en mi vida» (249). Cuan
do su cadáver fue llevado a la cripta de
la Iglesia de los capu0
chinos, «el pueblo de Viena, aterido de frío, abrumado por la
carestía de la vida y los altos impuestos, siguió el cortejo, fúne
bre cohnándole de improperios» (250). «Hungría estalló en
fies
tas. El cardenal arzobispo de Gran cantó un Te Deum. En Pesrh
la ciudad fue iluminada y
se quemó la bandera alemana» (251).
Con razón pudo escribir José
II este epitafio: «Aquí yace José II,
que fue desgraciado en todas sus empresas» (252).
Su he!'ll1ano y sucesor Leopoldo II (1790-1792), en su breve
reinado,
no dio muestras del sectarismo de José, como si lo hu
biera agotado en su ducado de Toscana, pero en lo fundamental
no cambió las líneas regalistas de la monarquía.
Su hijo Fran
cisco II ( 1792-1835) ya pertenece a otra época: la de las luchas
napole6nicas y la Santa Alianza.
Portugal.
El rey fidelisimo era el cuarto de los representantes de las
grandes monarquías católicas .. La época a la que· nos referimos
la llenan José J-(1750-1777) y su hija María I (1777-1816), aun·
(246) PASTOR: Op. cit., XXXIX, pág. 62.
(247)
PADOVER: Op. cit., pág. 318.
(248)
PADOVER: Op. cit., pág. 321.
(249) PADOVER: Op. cit., pág. 321.
(250). PADOVER: Op. cit., pág.· 322.
(251) PADOVER: Op. cit., pág. 322.
(252) PADOVER: Op. cit., pág. 315.
493
'
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
que por la locura de ésta, en 1792 asuma el gobierno su hijo,
que luego
sería Juan VI.
José I, nacido en 1714, era hijo de Juan V y de María Ana
de Austria. Casa en 1732 con María Ana Victoria de Borb6n y
Famesio, hija de. Felipe V y hermana, por tanto, de Carlos III
de España (253). Los excesos del absolutismo, .comunes en toda
Europa, alcanzan en
el Portugal de José y de su omnipo\ente y
universal valido, Sebastián José
.de Carvalbo e Melo, primero
conde de Oeiras y luego marqués de Pombal, extremos tales que
solo pueden compararse al
despotismo ruso o al de la Puerta
otomana.
Nos hemos referido a Pombal á[ tratar· de los jesuitas pero
no fue. ese,
ni mucho menos, el único enfrentamiento con la Igle
sia. En
las mismas relaciones entre Roma y Lisboa se había lle
gado a una ruptura que Pombal utilizó hábilmente como chan
taje al
Papa ante un pontífice débil y comprometido con las co
ronas como 'lo era Clemente XIV. Un nuncio entregado al mar
qués, Conti, sería dócil instrumento para· asegurar la Iglesia por
ruguesa en manos de adictos a la política de Pombal por muy
antirromana que fuera.
La concesión de· la púrpura a Joíío Cosme da Cunha, arzo
bi-spo de Evora, fide[ísim~ al valido, descqto por el embajador
de Austria como «un hombre privado de talento
y de mereci
mientos particulares que, en pocos años.
pasó de simple fraile
a una ·posición tan elevada por su
ciega sumisión a la voluntad
de Pombal y por la total entrega a su
persona» ( 254) es una
buena muestra de cómo
se hacían las promociones eclesiásticas.
El cardenal Pacca diría de él que «puede
definirse como un ma-
.. nifiesto anticatólico por su imp'lacable odio a la Santa Sede» (255).
Otras promociones pombalinas como
la de Vasconcelos Pe
reira, fray Manuel do Cenáculo o fray Ignacio de Síío Caetano
palidecen ante la de Francisco de
Lemos Faria. Una de las me
didas más odiosas del valido fue la prisión, que duraría once
(253) MAscARENHAS: Op. cit., págs . .197-208.
(254) ANTONES BoRGES: Op. cit., pág. 26.
(255) ANTONES BoRGES: Op. cit., pág. 29 .
•
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
años, del obispo de Coimbra, Miguel da Anuncia910. Pues bien,
«el 9 de diciembre de 1768 salió la orden
al cabildo de elegir
un vicario capitular, pues
babia de considerarse al obispo como
difunto. El cabildo (contra toda norma
eclesial). obedeció y, se
gún la voluntad de Pombal, eligió a Francisco de Lemos Faria,
el cual inmediatamente
se las dio de obispo, intrddujo el cate
cismo de
Montpellier, que había sido· condenado en Roma, puso
en manos de los estudiantes de·
la universidad 'libros que, asi
mismo, habían hallado la sentencia condenatoria de la Sede .Apos
tólica y ordenó prelecciones públicas sobre el libro de Febronio.
En la reconciliación de Portugal con
la Santa Sede Francisco
de Lemos no fue alejado. Clemente XIV le nombró coadjutor del
obispo encarcelado, con dereclio de sucesión» (256).
Ante tanta condescendencia del Papa, no
es. de extrañar que
un parcialísimo autor,
el marqués Caracciolo (257) pudiera es
cribir: «El primer cuidado del Pontífice fue restaurar Portuga1,
que se alejaba más y más de la Corte de Roma. No alegó, a imi
tación de sus p~edecesores, su dignidad para excusarse de ser el
prime¡:o en la reconciliación. Como Padre· amoroso, y comó hom
bre de juicio, e ilustrado, les salió
al encuentro a los portugue
ses, y se portó tan bien que la corte de Lisboa recibió un nun
cio, y volvió a recobrar
con la de Roma su ·antiguo aíecto.
A la vista de este ejemplo,
se puede asegurar que hoy sería
la Inglaterra católica, que Enrique VIII, su rey, no se hubiese
separado de la comunión romana, si eh lugar de Clemente VII
hubiera manejado aquel asunto Clemente XIV» (258).
Libros como este no tendrían
dificultades en los días de Car
los III, cuando se editó, pero dejan en muy mal. lugar, pese a
las intenciones
hagiográ&as del autor, al pontífice entonces rei
n_ante. De concesión en concesión, quizá Ganganelli ·medio s8tis-
(256) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 136.
(257) ÚU
por don Francisco Mariano Nipho. Segunda impresión. En Madrid, por .
Miguel Escribano. Año de 1776.
(258) ÚU
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO! faría a los monarcas pero no a su conciencia ni a la Iglesia. Y
a qué estarían
-dispuestos Caracciolo, Nipho, su traductor, que lo
dedica
«a los M. RR. e Ilusttísimos señores arzobispos de los
dominios de España»,
y quienes concedieton «las licencias ne
cesarias» con Ana Bolena y Enrique VIII, es fácil de entender.
Medidas contta los religiosos (259), la-reforma
de la Universi
dad de Coimbra
en un abierto sentido antirromano (260), el apo
yo al clérigo ultrarregalista Antonio Pereira de Figueiredo ( 261)
y
al arcediano de Evora, Luis Antonio Verney, el Barbadiño (262)
son otras tantas muestras de lo. que entonces era el rei.no fi
delísimo.
No es de extrañar que Pío VI, al comunicar a los cardena
les
la muerte _del rey de Portugal, les dijera que «para el rey
difunto
pedirá mitigación de los castigos de que se había hecho
merecedor» (263
).
Doñ_a María, enterrado el rey, ordenó la inmediata liberación
de
tocios los presos políticos y anuló las. órdenes de destierro.
«Asistióse entonces a lo que
· el embajador de España llamó la
resurrección de los muettos. Innumerables ,personas de tocias las
clases, en un estado miserable, algunos de ellos presos desde
hada veinte años-, salieroti-de las ma2imorras entre el espanto y
la compasión de las gentes» (264). Varios millares. «Los resen
timientos,
el alivio por el fin del terror pombalino, el odio que
el marqués había suscitado, la poca fortuna de la mayor parte
de su obra, todo explotó en una campaña de acusaciones múlti
ples, algunas de ellas infundadas» (265). La reina acepta
la di-
(259) ANTONES BORGES: Op. cit., pág. 28.
(260) ANruNES BoRGFS: Op. cit., págs. 28-29.
(261) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 473-484; Memorias ... ,
III, pág. l!J.
(262). VERNEY, Luis Antonio: Verdadero método de estudiar para ser
útil a la República y a la Iglesia, pfopOrcionado al estilo y necesidad de
Po"rttigal ... , Madrid, !barra,. 1760; MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pági
nas 593-597.
496
(263) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 135.
(264) MlsCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(265) MAscARENHAS: Op. cit., pág. 208.
Fundaci\363n Speiro
I1. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
misión de Po.la!, manteniéndole el sneldo de secretario de Es
tado y concediéndole· una encomienda. El marqués
se retiró a su
villa de Pombal. «Como
el pueblo apedreaba todos los días el
medallón del ministro colocado en el pedestal de la estatua de
don José, fue retirado» (266).
Al fin es procesado. «El interrogatorio llevó muchos meses
durante los cuales el marqués, atacado de lepra, sufrió un autén
tico calvario
·físico y moral. A los interrogatorios respondió en
general con floja argumentación
y siempre, en relación con los
hechos más graves, con la alegación de que solo había cumplido
órdenes del
rey» (267). «El proceso concluyó con un decreto de
doña María que, a pesar de declarar
al reo merecedor de ejem
plar castigo, termina perdonándolé las penas aplicables a sus cul
pas atendiendo a su edad y enfemedad y al hecho de .haberle pe
dido perdón» (268); Pombal moriría pocos meses más tarde, el
8 de mayo de 1782 (269). No nos hemos referido a otras mues
tras de su feroz despotismo,. como el proceso a los Tavora1 en
el que se superaron todas las indignidades imaginables, por te
ner más intencionalidad política que religiosa, aunque sirviera
en su campaña contra los jesuitas.
María I llega al. trono en medio de un delirio popular que
celebraba el final de la oprobiosa tiranía (270). Tres grandes
preocupaciones
dominaron su pensamiento: «reparar las ofensas
a Dios, moralizar la vida política
y ejercer un gobierno tan sua
ve como progresivo» (271).
El juicio de Mascarenhas coincide
con el de Pastor: «con la suhidaal trono de la piadosa reina Ma
ría y de su esposo Pedro, anhµado de los mismos sentimientos,
empezaron días mejores para la Iglesia» (272). Se derogaron mu-
(266) MASCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(267)
MASCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(268)
MASCARENHAS: Op. cit., pág. 208.
(269) ANTuNES BoRGES: D. Maria I e a dimissllo do marquás de Pom-
bal. Resistencia, núm. 207 /208/209, '"noviembre, 1980; págs. 15-.36:
(270) MAscARENHAS: Op. di., pág. 208.
(271) MAscARENHA~: Op. cit.7 pág. 210~
(272) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 134.
497
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
chas innovaciones eclesiásticas (273 ). Pero, a pesar de ello, el
nuncio Pacca, que llega a Lisboa en 1795, traza . «un cuadro som0
brío de la situación religiosa de Portugal» (274 ) ... Y así no se
autoriza la publicación
de la Auctorem fidei en 1794 (275). Pero
ello
es ya responsabilidad de quien sería luego Juan VI, pues la
reina, en 1792, estaba ya
loca y el heredero tuvo que hacerse
cargo del gobierno. De natural medrosa, estaba
preocupada. por
la. divina predestinación y se tenía por eternamente reprobada
por
Dios (276). Su mente estaba indudablemente enferma, ago
biada por la responsabilidad de su padre, el rey, muy afectada.
por la muerte de su marido en 17S6 y por la de su hijo primo
génito José, dos años más tarde, e impresionada por las noti
cias de la Revolución francesa. La dirección espiritual de un con
fesor jansenista, el orator.iMlo ·Mello, no era lo más indicado para
esa alma atormentada. Pese a todo, fue
un oaisis de bondad des,
pués del siniestro reinado anterior. Y Roma hubiera sido feliz si
los monarcas católicos fueran como la reina portuguesa.
Nápoles. Con apenas ocho años
y a causa de ser llamado a Madrid el
que sería Carlos
III de España, por haber fallecido· sin descen
dencia su hermanastro Fernando
VI, ocupa el rrono de Nápoles
el hijo segundogénito de Carlos III y María Amalia de Sajonia,
que sería Fernando
IV de Nápoles. Con las vicisitudes napoleó
nicas. que supusieron una efímera república partenopea, un bre
vísimo reino de José Bonaparte, que lo' cambió enseguida por
España y otro más largo de Joaquín Murat, acabará sus días, en
1825, como
rey de las Dos Sicilias. Rebasa con mucho, él solo,
el período al que nos estamos refiriendo.
.
No estará de más, y Fernando IV de Nápoles o I de las Dos
(273) PASTOR: Op, cit., XXXVIII, pág. 135.
(274)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 135.
(275)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII; pág. 136.
(276) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 136.
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Sicilias puede ser la ocasión, seña1ar otra unión de los monar
cas de entonces, además de la que venimos estudiando del abso
lutismo y la política anticatólica. Me refiero a los enlaces matri
moniales que hacían de todos ellos parientes
muy próximos.
De los hijos
de Carlos III (1716-1788) y María Amalia de
Sajonia (1724-1760), María Luisa (1745-1792), contrae matri
monio en 1765 con el Gran Duque de Toscana, que
más tarde
sería el emperador
de Alemania Leopoldo II de Habsburgo ( 17 4 7 ·
1792). Su hijo, el emperador Francisco II (1768-1835), casa en
1790
.on su doble -prima carnal María Teresa de Borbón y Habs
burgo (1772-1807), hija de Fernando IV de Nápoles, que era
hermano de su madre
y de María Carolina de Habsburgo, que
era hermana de su padre. Francisco y María Teresa serían los
abuelos del emperador Fancisco José (1830-1916), que reinó
des
de 1848 hasta nuestro siglo.
Carlos IV de España (1748-1819),
casa con su prima María
Luisa de Parma (Borbón y Borbón) (1751-1819), hija de
Felipe
de Parma ( 1720-1765), hermano de Carlos UI y de Isabel de
Borbón (1727-1759), hija de Luis XV.
Fernando IV de Nápoles
y I de las Dos Sicilias contrae ma
trimonio en 1768 con María Carolina de Habsburgo (1752-1814),
hija de la emperatriz María Teresa y hermana, .por tanto, de
los
emperadores José II y Leopoldo · II de_ Alemania, de María An
tonieta de. Francia, de Amalia de Parma y de Maximiliano, ar-
zobispo elector de Colonia. -
El infante Gabriel (1752-1788), enlaza en 1785 con María
Ana Victoria de Braganza
y Braganza (1768-1788), hija de Ma
ría I de Portugal (Braganza y Borbón) y de su marido y tío car-.
na1 Pedro 111. Su hijo Pedro de Borbón y Braganza (1786-1812),
también infante de España,
casa en 1810 con Teresa de Bragan
za (1793-1844), hija de Juan VI de Portugal (Braganza y füa,
ganza) y de J oaquina Carlota de Borbón y Borb6n, infanta de
España, hija a su
vez de Carlos IV. Serían los padres del infante
Sebastián ( 1811-1875),
que casará en 1832 con María Amalia de
Borbón-iDos Sicilias (1818-1857), hija de Francisco I de las Dos
Sidlias
y nieta, por tanto, de Fernando IV de Nápoles. Muerta
499
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOfM
. María Amalia, contraerá segundas nupcias en 1860 con María
Cristina de Borbón (1833-1902), hija del infante de España Fran
cisco de
Pau1a Antonio de Borbón y Borbón, hijo, a su vez, de
Carlos
IV y de Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias (Borbón
y Borb6n), que lo era de. Francisco I. de las Dos Sicilias. La ci
tada Teresa de Bral!)lnza, viuda en 1812, a los dos años de ma
trimonio, contraerá nuevas nupcias en 1838 con el infante de
España Carlos María Isidro de Borb6n
y Borb6n, viudo a su vez
de su hemana Francisca de Braganza. Sería la famosa princesa de
Beira. Y Antonio Pascual (1755-1814), que
casará en 1795 con 'su
sobrina carnal María Amalia de Borb6n y Borbón ( 1779-1798),
hija de su hermano Carlos IV.
Los hijos de Femando IV de Nápoles y de María Carolina
de Habsburgo fueron:
María
Teresa, casada con el· emperador Francisco II, a par
tir de 1806 Francisco I de Austria, enlace
al que nos hemos re
ferido.
Luisa (1773-1802), casada en 1790 con
el Gran Duque de
Toscana, Fernando
III (1769-1824), hijo también de Leopoldo
II de Habsburgo. ·
Francisco
I de las Dos Sicilias (1777-1830), casado en 1797
con Clementina de Habsburgo (1777-1801), hija de Lopoldo
II
de Habsburgo y en 1802 con Maríá Isabel de Borb6n ( 1789-
1848), hija de Carlos
IV .
. Cristina (1779-1849), casada en 1807 con Félix de Cerdeña
(1765-1831). María Amaila (1782-1866), casada en 1809 con
el que sería
rey de Francia, Luis Felipe de Orleans (1773-1850).
Antonia (
1784-1806), -casada en ·1802 con quien luego serla
Fernando
VII de España (1784-1833).
Y,
Leopdldo, príncipe de Salema, casado en 1816 con .Cle
mentina lle Habsburgo ( 1798-1881), hija del emperador de Aus
tria, Francisco· l.
Esta política de acumular enlace tras enlace que hada de to-
500
Fundaci\363n Speiro
IL UN MJJNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
dos los reyes parientes en infinitos grados e infinitas veces, con
tinuó en las generaciones posteriores.
De los hijos de Cario~ IV, Carlota Joaquina ( 1775-1830),
cas6 en 1790 con Juan VI de Portugal (1767-1826).
María Amalia, ya lo hemos visto, con su tío
el infante Ante,.
nio Pascua'!.
María Luisa (1782-1824), en 1795 con Luis (1773-1803),
rey de Etruria, hijo a su
vez de Fernando de Parma (1751-1802)
(Borb6n y Borb6n), hermano
de María Luisa, la mujer,de Car
los IV, que estaba casado. con Amalia de Habsburgo (1746-1804),
otra hija de María Teresa. La hermana de Fernando, Isabel de
Borb6n y Borb6n (1741-1763) se había casado, a su vez, en 1760,
con
el que sería emperador de Austria, José II ( 1741-1790). Mu-
ri6. muy joven sin descendencia. .
Fernando VII cas6 en 1802 con Antonia de Nápóles ( 1784-
1806
), hija de Fernando IV y, por tanto, prima suya. En 1816
con Isabel de Braganza (1797-1818), hija de Juan
VI y de su
hermana Carlota Joaquina. En 1819 con María Josefa Amalia de
Sajonia (1803-1829). Y en· 1829 con María Cristina de Nápo
les (1806-1878), hija de Francisco I y de su hermana María Isa
bel.
De cuatro esposas, una era prima y dos sobtinas carnales. El
mismo
año de la muerte del rey, María Cristina contraería nue
vo ·matrimonio, cuasi de cOrpore insepulto, que más tarde ha
bría de ser convalidado, con Fernando Muñoz ( 1808-1873 ).
Carlos María Isidro cas6 en primeras nupcias en 1816 con
su sobrina María Francisca de Braganza (1800-1834), hermana a
su vez de
la mujer de su hermano Fernando y en segundas nup
cias, ya lo hemos visto, ron -otra sobrina, ·hermana de la ante
rior. Su hijo Carlos, del primer matrimonio, pues en el segundo
no tendría descendencia. Carlos
VI para los carlistas, conde de
Montemolfu, casará en 1850 con otra hija de Francisco I de las
Dos Sicilias, Carolina (1820-1861
).
María Isabel (1789-1848) se casa en 1802 con Francisco I de
las Dos Sicilias
y en 1839 con el conde de Balzo ( 1805-1882).
Y Francisco de Paula Antonio ( 1794-1865), el del «indecen
te parecido» con Godoy casará en 1819 con Luisa Carlota (1804-
501
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
1844). El primogénito de esta rama, Francisco de Asís de Bor
b6n y Borb6n ( 1822-1902) contraetá matrimonio en 1846 con su
prima Isabel de Borbón y Borbón, Isabel
II de España. La her
mana
de ésta, Luisa, casará con el duque de Montpensier, An
tonio de Orleans, hijo de Luis Felipe.
La innumerabl~ prole de Francisco I de las Dos Sicilias sir
vió para rematar lo que alguien podía considerar que no estaba
todavía suficientemente enlazado.
La hija de su primer matrimonio, Carolina(1798-1870), casa
en 1816 con
el duque de Berry (1778-1820), hijo de Carlos X
de Francia. Serían los padres del conde de
Chambord, último
de los
Boroones franceses. Contraería nuevas nupcias en uoo de
esos matrimonios tan poco
dignos que tan gratos parecían a los
Borbones de Nápoles.
Del segundo matrimonio, Luisa Carlota, casaba con su
tío el
infante Francisco de Paula.
Marfa Cristina
también con su tío Fernando VII.
Fernando II de las Dos Sicilias (1810-1859) en 1832 con
Cristina (1812-1836), hija de Víctor I de Cerdeña y en 1837
con Teresa (1816-1867), hija del archiduque Carlos de Austria.
María
Antonia (1814-1898), en 1833 con Leopoldo 11, Gran
duque de
Toscana (1797-1870), otro Habsburgo.
María Amalia,
ya ha sido citada, con el infante .Sebastiálr de
España.
Carolina, lo mismo, con el coride de Montemolín.
Teresa ( 1882-1889), en 1843 con Pedro II emperador del
Brasil ( 1825-1891 ), hijo de Pedro I y de Leopoldina de H~bs
burgo,
que a su vez era hija de Francisco 1, emperador de Austria.
Luis, que casa en 1884 con Januaria (1822-1901), hija tam
bién de Pedro I del .Brasil.
Y Francisco (1827-1892), casado en 1850 con María Isabel
(1834-1901), hija del Gran duque de Toscana, Leopoldo
11 (277).
Este
largo exordio genealógico, que podría prolongarse con
(277) EGGERS>. Eduardo R. y FEUNE DE CoLQMBt Enrique: Francisco
de Zea Bermúdez y su época, CSIC, Madrid, 1958. Cfr. Cuadros genealó
gicos, s/p. (al final).
502
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Habsburgos y Braganzas,. preñado de funestas consecuencias bio
lógicas,. excusará su pesadez por dos motivos. El primero porque
nos situará más exactamente a gran. parte de
los personajes y
aun de los protagonistas de nuestra historia. Y el segundo porque
nos permitirá conocer mejor la.
difícil situación del pontificado
ante unas coronas que por encima de
difictiltades y escaramuzas
concretas que incluso podían conducir a conflictos
. bélims como
el ocurrido entre España y Portugal, o entre el pretendiente car
lista y su sobrina Isabel II o entre Miguel I de Portugal y su
hermano Pedro
IV (1 de Brasil) y su sobrina María de la Gloria,
presentaba
.en la mayoría de las ocasiones un frente común de
reivindicaciones regalistas en detrimento de los derechos de la
Iglesia y el Pontificado. Lástima,
y ceguera la de esos reyes,
que no hubieran empleado
la wú6n que esa multitud de lazos
familiares producía
para oponerse eficazmente a los avances de
la
revolución que era la que verdaderamente amenazaba sus tro
nos y no la Silla de Pedro en la que más bien tenían su más
firme sostén.
Volvamos
al reino de Nápoles donde esos derechos de la
Iglesia
se vieron partictilarmente lesionados. Aquel estado, pren
da perpetua en
el tablero político europeo de victorias y trata
~os,
tuvo también su Choiseul, su Carnpomanes, su Kaunitz o
Pombal, en la persona de Bernardo Tanucci a quien Carlos 111
dejó en aquel reino en 1759 como presidente del Consejo de
regencia investido de los más amplios poderes. Por ello,
la res
ponsabilidad de cuanto ocurrió bajo su
valimiento, recae mucho
más sobre Carlos que sobre su hijo Fernando que
al acceder al
tronó era solo un niño. Aunque ello no le disculpe de posterio
res actuaciones.
Tanucci era un toscano nacido en 1698, oscuro y joven pro
fesor de derechos
en Pisa. Y como tal public6 un mas oscuro
escrito sobre el derecho de asilo en el que «atacaba sin miramien
to las inmunidades eclesiásticas» (278). La obra fue condenada
por Roma, lo que
bastó para conseguirle el favor de quien ter-
(278) Memorias ... , III, pág. 270.
503
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
minaría siendo Carlos III de España y a 1a sazón no era más
que duque de Parma.
Desde su más absoluta juventud mostraba, pues, nuestro mo
narca, notorias proclividades. Llegado al trono de Nápoles, con
él se trajo a Tanucci, a quien colma de dignidades e incluso
concede
el marquesado de su nombre (279). Cuando Carlos cam
bia aquel reino por el de España será Tanucci quien tendrá
ocasi6n de aplicar toda su política de resentimiento contra la
Santa Sede, si bien tampoco en ello puede
eliminarse la respon'
sabilidad de su antiguo amo que en cierto modo, desde Madrid,
seguía gobernando Nápoles, con quien
estaba comunicado por
abundantísima correspondencia, cuyo destinatario o remitente era
Tanucci.
·
«En Nápoles merm6 cuanto pudo el fuero eclesiástico y el
derecho de asilo,
incorporo al real erario buena parte de las
rentas eclesiásticas, form6
.un proyecto más amplio de desamor
tizaci6n, que por entonces no lleg6 a cumplido efecto, y ajustó
con
la Santa Sede (aprovechándose del terror infundido por la
entrada de las tropas españolas en 1736) dos concordias leoni
nas, encaminadas sobre todo a restringuir la jurisdicci6n del nun
cio. No contento con esto, atropelló la del arzobispo de Nápo
les por haber procedido can6nicamente contra ciertos
clérigos y
le obligó a renunciar a la mitra» (280).
Fue pieza esencial en
el combate contra la Compañía de Je
sós, a la que expulsó del reino, ocup6 en 1768 el ducado de
Benevento, posesión pontificia etetnamente codiciada por Nápo
les, con motivo del Monitorio de Parma
-Luis XV haría lo
mismo con A
viñ6n-, «el año siguiente disminuyó los derechos
de la cancillería romana, prohibió a los monasterios hacer nue
vas adquisiciones, quit6 al nuncio muchos de sus derechos e hizo
suprimir la contribución anual y voluntaria que los reyes de
Nápoles esraban en uso de enviar a Roma para la fábrica de
San Pedro y la biblioteca del Vaticano. En 1772 persuadió
al
(279) Memorias ... , III, págs. 270-271.
(280)
MENIÍNDEZ PELA YO: Op. cit., II, pág. 49.5 .
.504
Fundaci\363n Speiro
JI. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
joven prmctpe que, en ciilidad de heredero de la. casa de Far
nesio, tenía derecho. ,sobre
los ducados de Castro y Ronciglione,
e. iba a tomar posesión de ellos cuando fue detenido por la en
tera reconciliación de todos los soberanos de la casa de Borbón
con la Santa Sede» (281).
' .
«Se complacía en contradecir al Papa sobre los objetos más
pequeños ... En 1776 suprimió de un golpe setenta y ocho mo
nasterios en Sicilia, reunió algunos obispados, dio ~badías sin el
concurso del Papa... No se sabía ya en dónde se detendría la
corte de Nápoles,
La de España misma encontró que aquélla ex
cedía los llmites de la prudencia y encargó a su minis¡ro su
intervención.
En este ínterin llegó a vacar el arzobispado de Ná
poles. El rey pretendía nombrar a su gusto. El Papa representó
que
un uso observado después de largo tiempo le daba la elec
ción de los obispos del reino y pedía que, a lo menos, el .nom
bramiento no se hiciese. sin su concutso. No obstante, consintió
en la promoción de Filangieri, a quien se· quería hacer pasar del
arzobispado de Palermo al de Nápoles, con
la condición de que
él solo nombraría
el sucesor de Filangieri en Palermo y este
arreglo tuvo lugar por
el cuidado que se tomó ( segón dicen) de
excluir a Tanucci de la negociación. .
. T anuoci pidió que
el nue
vo arzobispo fuese hecho cardenal.
Pío VI, descontento del pre
lado favorecido, y teniendo motivo de
sospechar de sus senti·
mientos sobre la doctrina, rehusó concederle esta
dignidad. La
guerta, pues, se empeñó de nuevo. Esto era lo que deseaba Ta
nucci. Su carácter enredador apefaba a las querellas más aún que
su filosofía amaba las reformas. Veía con despecho la buena in
teligencia
del ministro de España en Roma con el Papa. Irritado
de las contrariedades,
hace. amenazas. Deprime este mismo favor
que solicitaba (
la púrpura cardenalicia) para su criatura. Además
los cardenales no son
más que una superfetación en la jerarquía.
Y el rey podrá muy bien tener en
sus Estados un colegio de
eclesiásticos que no tendrá la púrpura
más que de él. Este pro
yecto no
pÓdfa menos de parecer caprichoso y ridículo. Pío VI,
siempre fatigado, recurre a 18.s representaciones, hace observar
al rey que no cree poder recompensar a un prelado sospechoso
505
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
de jansenismo. Nueva razón. para Tanucci de proteger a los jan
senistas y prqcurar triunfos a este partido para suscitar embara
zos y sentimientos al pontífice. Al mismo tiempo acogió y pro
tegió a un dominico,
.de quien se acababa de condenar una obra
en
R9ma. Quiso que este religioso continuase su libro y volviese
a tomar la cátedra de que había sido privado». (282).
El tributo de la hacanea, vestigio feudal que ocasionaría mil
disputas con la Santa
Sede,. es motivo ele nuevas querellas con
Roma (283
). «Fue este uno. de los últimos actos del anciano
Tanucci, que recibió su dimisión en octubre de 1776.
La reina
Carolina
había logrado 'su despedida para sacudir la tutela es
pañola. En Roma se sintió gran júbilo porque, al fin, había caído
uno de
los más· encarnizados enemigos de la Santa Sede» (284).
Pero quienes le sucedieron no mejoraron en nada la situación.
Sambuca continuará las mismas medidas (285). En 1784 se
or
dena a los obispos que concedan las dispensas que se solicitaban
a Roma (286). La
inqtrieta Carolina CODsigue que caiga en 1786.
Carlos
III estaba ya en las postrimerías de su reinado y Nápo
les
se le había ido de las manos. El hijo está entregado a su
mujer y ésta a Acton. Mientras, se había hecho al jansenista
Serrao, corresponsal de Scipione de Ricci (287) y del que
. el
también jansenista Potter (228) nos dice que «profesaba las mis
mas opiniones que él» (289), obispo de Potenza .
. «A Serrao le . costó· gran trabajo obtener las bulas de Roma
(281) Memorias ... , IJ], pág. 271.
(282) Memorias ... , 111, págs. 273-274; cfr., en. el mismo sentido,.-~AS-
TOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 95-96.
(283)
Memorias ... , III, págs. 274-275; PASTOR: Op. cit., XXXVIII,
pág. 96.
(284)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 96.
(285)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 96-99.
(286)
Memorias ... , III,. pág. 277.
(287)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 114-115.
(~88) PoTTER: Vie et mémoires de Scipion de Ricci, eoéque de Pis
toie et Prato, réfofmateur du catholicisme en Toscane, sous le régne de Leo
pold. París, lmprimerie de J. Tasto, 4 vols., 1826.
(289) POTTER: Op. cit., I, pág. 27.
506
Fundaci\363n Speiro
II. . UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA.
donde se le conocía por ser demasiado amigo del gobierno de
Nápoles, al que siempre sostuvo y
estaba decidido a mantener.
siempre los derechos legítimos contra las monstruosas
pret6isio- '
nes y usurpaciones eje los Papas» (290). -
Con esas doctrinas, para Pottet gloriosas, bien se comprende
la resistencia
de Pío VI a confirmarlo como obispo. Pero, ante
las presiones. de Fernando, transigió. pese a que el prelado
«era
autor de un libro intitulado De praeclaris catechistis, en el que
se declaraba por la. doctrina de los apelantes de Francia ( es de,
cir, de los jansenistas), El Papa prohibió consagrarle hasta haber
disipado las so•pechas que había hecho nacer. No habiendo pa'
reciclo seguras las primeras explicaciones que dio, se siguió una
altercación muy viva entre las dos cortes.
El rey sostenía a
Serrao
con mucho calor, y amenazaba pasar a los últimos extre
mos. Pío VI consultó a una congregación de cinco cardenales y,
después de algunas negociaciones, se convino en que Serrao
es
cribiría up.a carta por_ la cual aseguraría a la Santa Sede de su
obediencia; y protestaría someter a la Iglesia romana
sus escri
tos pasados y venideros. Estas promesas
le costaban tanto menos
cuanto menos dispuesto
estaba a cumplirlas. Quedó siempre jan
senista celoso, esperando la ocasión de mostra,rse ardiente re
publicano, y no hizo más escrúpulo de engañar a la Iglesia que
el que hizo después de faltar a la fidelidad al monarca que tan
viva e imprudentemente le
había protegido» (291).
Efectivamente, Serrao, cuando en 1799
los . franceses entra
ron en Nápoles y proclamaron la república partenopea, fue uno
de sus
más fieles colaboradores (292), aunque todo puede ser in
terpretado_ en otro sentido por un jansenista. Así, Potter nos
dice: «El abate Serrao, protegido por el rey, le sirvió fielmente y
con celo como obispo. de Potenza, porque ello era servir a sus
compatriotas y a su país. Habiendo cambiado el gobierno, poco
después de la entrada de los franceses en la capital ( nótese
el eufe-
(290) PoTTER: Op. cit., I, pág. 179.
(291)
Memorias ... , III, págs. Z76-i:n.
(292) Memorias ... , IV, pág.174.
507
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
mismo, las invasiones napoleónicas apenas fueron un cambio de
gobierno, como cualquiera
de las crisis italianas de hoy que sus
tituyen a un Andreotti por
un Craxi o a éste por un Goria), el
sabio y virtuoso prelado no se crey6 desligado de los · deberes
que
le ligaban a una patria, como ciudadano, y a una di6cesis,
como obispo. Y fue castigado por los bandidos que acaudillaba el
cardenal Ruffo
en nombre del rey, contra los republicanos fran
ceses y napolitanos, que le fusilaron en su cama» (293
).
Aquellos bandidos eran el pueblo de Nápoles que tom6 las
armas para expulsar·
de su patria a aquella mezcla de republica
nos, incrédulos. y jansenistas que, bajo las banderas francesas,
se
habían hecho con el .poder.
Pero en aquellos
días previos a la pérdida de su estado, Fer
nando, cada
vez más libre dela tutela española, se sentía omni
potente.
Exige el nombramiento de obispos, con el respaldo
de Acton, pues su ,personalidad cedía siempre a influjos exter
nos (294
). En debilidad. de carácter era digno hermano de nues
tro Carlos
IV, aunque éste todavía le superaba. Suprime conven-
. tos en
Calabria (295). Sustrae a los religiosos de sus reinos de la
dependencia de los superiores extranjeros (296),
lo que motiva
nuevas protestas de Pío
VI y del cardenal de Nápoles (297).
«La corte pasaba alternativamente de la benevolencia a la animo
sidad, siguiendo unas veces
los consejos moderados de Caraccioli,
otras los avisos violentos de Acton, otras sus propios capri·
chos» (298).
Pero no era Caraccíoli tan moderado como
el autor de las
Memorias pretende. Bajo su gobierno se está al borde del cis
ma (299). Del cisma formal porque al material se h,,bía llegado
ya en muchas ocasiones. En 1788 cesa el tributo de la haca-
(293) PoTTER: Op .. cit., págs. 179-180.
(294)
Memorias ... , III, pág. 277:
(295) Memorias ... , III, pág. 278.
(296)
Memorias ... , III,. pág. 279.
(297)
Memorias ... , III, pág. 279.
(298)
Memorias ... , III, pág. 279.
(299)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 99-16.
508
Fundaci\363n Speiro
H. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
nea (300). Se expulsa al nuncio (301). «Hombres exaltados co
rrían con ardor hacia el cisma» (302). La debilidad de los obis
pos napolitanos y su complacencia con el gobierno
es. un autén
tico bald6n para aquel episcopado (303) que contrasta notable
mente, y
en demérito suyo, con otros hermano.s. Como los de
Toscana ante Leopoldo y los mismos
· franceses ante . Luis XV o
la Asamblea.
La
Revolución francesa asusta a Fernando IV y se llega a
un acuerdo en el que el rey obtiene casi todo lo que anhelaba
y que concluye con un viaje
de los soberanos a Roma, donde son
paternalmente acogidos por el Papa (304
). Cuando el Pontífice
preconiza los obispos que Fernando
habfa nombrado, estaban va
cantes casi la mitad de las diócesis del reino (305).
El acuerdo llegaba tarde y resolvía poco, piles mucho más
que los principios eclesiales triunfaba el regalismo desorbitado de
aquel digno hijo de su
padre. «Mientras el Gobierno napolitano
trabajaba por
\iesviar las fuentes de vida del organismo eclesiás
tico, rompiendo su uni6n con
el centro de la unidad y fundando
una iglesia nacional, estaban ya a la obra otras fuerzas pata de
rribar la monarquía.
Favoreciµa por la reina Carolina, la maso
nería se
habla ¡,xtendido cada vez más en Nápoles. Cuando Ca
rolliia comprendió . lo peligrosa que era aquella secta secteta y en
noviembre de 1789 mandó renovar
1os anteriores edictos de
1751 y 1775 contra ella, este paso
)legp demasiado tarde; en lo
sucesivo la infeliz pareja real debía experimentar que los ene
migos de la Santa Sede, tan pronto como
las circunstancias lo
permitían, eran también los suyos» (306).
Pese a la aparente reconciliación con Roma, no es autorizada
la circulación de .la bula Auctorem fidei contra Ricci y el sino-
(300) Memorias ... , III, p,ig. 279.
(301) Memorias ... , III, p,ig. 281.
(302) Memorias ... , III, pág. 282.
(303) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 106.
(304) Memorias ... , III, págs. 283-284.
(305)
PASTOR: Op. cit., ·XXXVIII, págs. 106-107 ..
(306) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 107.
509
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
do de Pistoya (307). En 1796 se firma un inesperado acuerdo
franco-napolitano qne. deja a .los Estados Pontificios sin
reraguar
.
dia segura (308). Poco duraría la amistad entre el trono yla re
voluci6n. El 29 de noviembre de 1798, con Pío VI ya prisione
ro de la República francesa, el ejército de Fernando entra en la
Roma republicana. Alguno dudará si
la quería para el Papa o
para él. Pero la
conquista solo dura diecisiete días. Los franceses
vuelven a ocuparla
y la capital de su reino, Nápoles, cae unos
días después, el 23 de enero de 1799 ( 309
).
La revoluci6n era implacable e, invadidos sus estados, úene
que poner el mar. entre él y los .franceses. Y, curiosamente, mu
chos de sus protegidos frente a Roma son los que ahora mues
tran más adhesi6n a la repóblica napolitana (310).
Recuperados sus estados
y casúgadas con rigor las traicio
nes ( 311
), Fernando parece volver a la tradici6n de los príncipes
católicos y pide a Pío VII la restauraci6n en sus reinos de la
Compañía de J~, a lo que el Papa accede por Breve de 30 de
julio de 1804 (312). Una nueva invasión francesa coloca en
el
trono napolitano a José Bonaparte por breves días y a· Murat,
cuñado de Napole6n, por algunos años. Recuperado de nuevo
el
reino, volverán a surgir disidencias con Roma con moúvo de la
hacanea (313) que aún
se reproducirían, y por la misma causa,
con Le6n XII. (314). Y ello tras. otro serio .aviso de la revolu
ci6n del que salió gracias
al apoyo de la Santa Alianza. Pero
estamos
ya muy lejos de la éPoca a la que nos referimos ahora.
(307) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 131.
(308)
PASTOR: Op. cit., XXXIX, .pág. 263.
(309)
PASTOR: Op. cit., XXXIX, pág. 293.
(310)
Memorias ... , IV, págs. 173-174.
(311) MuruEL, Andrés: Historia de Carlos IV, II, BAE, Madrid,
1959, pág. 103. •
(312)
Memorias ... , IV, págs. 190-191; PASTOR: Op. cit., XXXVIII,
pág. 276.
(313)
ARTAUD. DE MoNTOR: Vida de Plo VII, II, Madrid, 1838, pá
ginas 316-317.
(314) ARTAUD DE MONTOR: Historia del Papa León XII, I, Madrid, -
1850, pág. 230.
510
Fundaci\363n Speiro
II. UN M\JNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Son los días de nuestro Trienio liberal. Lógico efecto de estas
causas.
España, Francia, Austria, Portugal, Nápoles... Las monar
quías cat6licas en abierta
pugna con la Iglesia. Queriendo debi
litarla a toda costa. En sus bienes e inmunidades. En su discipli
na.
Con peligrosas proclividades en .muchas ocasiones a desvia
ciones dogmáticas. Napole6n
parecía un castigo de Dios a esas
. monarquías. Y, junto a los
grandes estados, se alineaban _tam
bién los pequeños.
Panna.
El ducado de los Farnesio termin6 recayendo en otro hijo
de Felipe V y de
Isabel de Farnesio que llevaba el mismo nom
bre que su padre. Hermano,
pues, de doble vínculo de nuestro
Carlos
III y casado con una hija de Luis XV, Isabel ( 1727-
1759). Muerto en 1765 hereda
el ducado. su hijo Fernando, her
mano de
la más vergonzosa de nuestras reinas españolas: María
Luisa de Parma.
El nuevo duque, discípulo de Condillac y del abate
Ma
bly (315), llegaba t-ambién al trono con muy pocos años. Y otro
ministro,
Du Tillot, se encarg6 de agravar las medidas iniciadas
ya bajo el ,gobierno de su padre.
«Habíanse publicado por
el duque de Parma en 1764, 1765
y 1767 unas leyes que sujetaban los bienes eclesiásticos a las
mismas contribuciones que los otros, que anulaban los rescrip
tos de Roma no autorizados con la aprobaci6n del soberano, que
prohibían recurrir a
los tribunales extranjeros, y que establecían
también sobre diferentes materias
eclesiásticas reglamentos con
formes al sistema que empezaba a prevalecer de estrechar más y
más la autoridad de la Santa Sede y de enervar la potestad· ecle
siástica. Estos edictos parecieron a Clemente XIII contrarios a
sus derechos, ya como Soberano Pontífice, ya como señor de
(315) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 517.
511
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOf.lA
Parma; porque los Papas pretenden que habiendo sido este du
cado desprendido
por concesión de los dominios de la Santa
Sede (316), han conservado ellos
el derecho de señorío» (317).
En l 768 publica el Papa su Monitorio, al que ya nos hemos
referido, que fue
un escándalo para todas las cortes borb6ni
cas (318), «mientras el duque proseguía desbocado en su bmi
no de agresiones y deportaba a los jesuitas» (319}. Pero a Fer
Í1~o, conforme avanza en años, Du Tillot se le va haciendo in
soportable y, «con la creciente aversión hacia el ministro cre
cía la simpatía del joven monarca por los jesuitas, antes toda
vía de que hubiera tenido lugar la disolución
de la orden» (320).
En vida de Carlos III hubiera sido itnposible todo intento
restauracionista, pero
ya muerto, pese a la oposición de Carlos
IV (321), su ptimo, cuñado y consuegro, y creyendo «que el
triunfo de la revolución se debe en gran parte a la supresión de
los jesuitas, el
mismo año del regicidio de París ( 1793) devuelve
a los jesuitas nativos de sus ducados los tres colegios que en ellos
habían
poseído y admite también a algunos españoles. Pío VI,
en carta privada al duque, daclara para tranquilidad de sus con
ciencias, que en ello no había contravención alguna a los man
datos pontificios» (322}. Antes ya habla restablecido la Inqui
sición y adoptado medidas contra.
el 1jansenismo (323). En 1800
le veremos solicitar· del recién nombrado
pontífice Pío VII la
restauración de la
Compañía (324 ).
(316) Creado en 1545 por el Papa Paulo III para su hijo Pedro Luis
Farnesio.
(317) Memorias ... , III, págs. 109-110.
(318)
LLORCA ... : Op: cit., IV, pág. 323.
(J19) MilNÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 517; PASTOR: Op. cit.,
XXXVIII,.
pág. '268.
(320) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 268.
(321)
. PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 268; ÜLARCHEA ALBISTUR:
Rafael: El cardenal Lorenzana en Itali.a, CSIC, Le6n, 1980, págs. 330-331.
· (322) BAT:LLORÍ, Miguel: La cultura hispanrritaliana áe los iesuitas ex
pulsos. Gredos, Madrid, 1966, págs. 323-324.
(323) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 134.
(324) ÜLAECHEA: Op. cit., págs. 326-327.
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Cerdeña.
La Iglesia había tenido graves problemas con Víctor Ama
deo II ( 16 7 5-17 30) en el período en que fue rey de Sicilia, pero
una vez que llegó al trono sardo, Roma le demostró gran bene-
.. volencia, obteniendo de ella muchas concesiones pese a la in
fluencia hostil para con la Iglesia del librepensador conde Alber
to Radicati. Con su sucesor, Carlos Manuel III (1730-1773), ir!
revocar Roma la convención sarda hubo, al principio, mayores
tensiones, llegándose hasta la ._ruptura. Posterionrnente mejora
ron mucho las relaciones y no fue Cerdeña de los reinos más
contrarios a la Iglesia. La influencia del gran cardenal Gerdil,
muy apreciado en aquella corre, favoreció esta situación (325).
Víctor Ama deo
III y Carlos Manuel IV, que acabaría sus días .
en la
Compañfa de Jesús, son un verdadero remanso de paz. La
hostilidad anticatólica · de la casa de Saboya es tema del siglo si
goiente.
Venecia.
La decadencia de la Señoría, que tan gloriosa había sido en
la historia, era evidente ( 326). Ello no impidió enfrentamientos
con Roma, muy similares a los de otros gobiernos contemporá
neos. Las ideas de Paolo Sarpi (327) .parecían haber calado hon
damente, tanto en
el patriciado como en la magistratura (328). La
contienda con Austria por el patriarcado de Aquilea, que Roma
procuró resolver
del modo más equille.tivo posible, dio lugar a
las clásicas medidas contra
los regulares, a quienes se impidió la
(3i?5) LLORCA ... : Op. cit., IV, págs. 114-115.
(326) D1EHL; · Carlos: Una república de patricios: Venecia. Espasa
Calpe, S. A., Madrid.
(327) FRAILI<, Guillermo: Historia de la filoso/la, 111, B. A. C., Ma
drid, 1966, pág. 308.
(328) ÜLAECHEA: Op. cit., págs. 185 y si¡¡s.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE. LA CIG08A
comunicación con sus superiores romanos bajo pena de seculari
zación. Además
se introdujo el placet regio y sobrevinieron los
consabidos abusos, intromisiones y violaciones de inmunidades
eclesiásticas (329). Pero el final de ese estado era inmediato y
Io consumó Napoleón con el tratado de Campo Formio.
Polonia.
Este siglo XVIII es especialmente trágicÓ para Polonia, que
desaparece· tras los sucesivos repartos en
favor de Rusia, Pru
sia
y Austria. La suerte del catolicismo polaco quedó, pues, liga
do a Catalina, Federico y María Teresa y a sus sucesores. Curio
samente esta desaparición
de la nación católica. fue providencial
para
la supervivencia de la Compañía de Jesús, pero el referirlo
nos aleja demasiado de nuestro propósito.
Baviera.
Los electores; bávaros eran católicos, pero ello no impidió el
regalismo caracreríst.ico de la época que, bajo la soberanía de Ma
ximiliano José III, protagonizó sobre todo Osterwald (330). Su
sucesor, Carlos Teodoro,
aunque dentro del regalismo consustan
cial a aquellos días fue, por propio interés, menos hostil a la
Santa Sede. Quería un nuncio
y obispos territoriales que no hi
cieran depender a
sus súbditos de prelados extranjeros y ello
hacía necesarias unas boenas relaciones con Roma (331). Fue
además particularmente enérgico en acabar con la secta de los
Iluminados, tan anticatólica como antimonárquica (332).
(329) LLORCA ... : Op. cit., IV, pág. 119.
(330) PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 23-24; LLORCA ... : Op. cit.,
IV, págs. 124-125. .
(331) LLORCA ... : Op. cit., IV, pág. 126; PASTOR: Op. cit., XXXIX,
págs, 24-26 y 46.
(332) BARRUÉL, Abbé: Mémoires pour servir a l'histoire du ;acobiflís
me. Hambourg, 1803, tomos III, IV y V.
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
Los arzobispos electores alemanes.
También llegaron inquietantes noticias de los arzobispos elec
tores del Imperio alemán.
En primer lugar de Tréveris. El obis
po auxiliar de aquella sede, Juan Nicolás von Hontheim (1701-
1790), publicaba en 1763, bajo el
seud6nimo de Justino Febro
nio,
su famoso libro De_ statu ¡,raesenti Ecclesiae ... (333), que
vendría como anillo al dedo a· todos los soberanos absolutistas
de
la segunda mitad del siglo xvin y a sus mentores, colabora
dores
y aduladores (334).
Febronio «no veía en la Iglesia más que una especie de re
pública en la que el
Papa no había podido; sin usurpaci6n, arro
garse el poder de que gozaba. La autoridad, según él, pertene
cía al cuerpo entero de la Iglesia, la cual entregaba su ejercicio a
los
pastores. Apenas admitía en el sucesor de Pedro otros pri
vilegios que los de los demás
obispo~, contestaba a la Iglesia sus
derechos sobre
la condenaci6n de libros y la reducía a ser, aun en
lo que la concierne, esclava de la potestad civil» (335).
El libro sería condenado por Clemente XIII en 1764, pero
ello no impidió que alcanzara un ·gran -éxito y se convirtiera en
la biblia de los enemigos del pontificado: protestantes, jansenis
tas, regalistas
... Las retractaciones del obispo, siempre incomple
tas y ambiguas, llegaron tarde. La primera es de fines de 177 8
--contaba el obispo in partibus la avanzada edad de setenta y
siete años--, y si no hubiera insistido .en el tema, más clara hu
biera quedado su
postura. En 1781 aparece el Comentario a su
retractación, s que introduce nuevas_ dudas sobre su sinceríd.ad.
(333) LLORCA ... : Op. cit., IV, págs. 102-104; AMAT: Op. cit., XII,
págs .. 36-39; VEUILLOT,. Louis: Rome pendant le Concile, 1, Lihrairie de
Víctor Palmé, París; 1872, págs. 405-415; Memorias ... , III, págs. 45-49
y 185-188; PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 1-23; Bl\RCALA MUÑoz, An
drés: Censuras inquisitoriales a las obras de P. Tamburini y al Si.nodo de
Pistoya. CSIC, Madrid, 1985, págs. 17-i8.
(334) .Sobre su-influencia en Campomanes, cfr. EGmo: Et regalismo ... ,
pág,;. 154-155.
(335) Memorias ... , III, pág. 48.'
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Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOIM
Si en la teoría le cabe a Hontheim el discutible honor epis
copal
de enfrentarse al Romano Pontífice, en la prátcica, su ar
zobispo Clemente Wenceslao de Sajonia, elector de Tréveris, en
unión de los también electores imperiales Federico Carlos José
de Erthal, arzobispo de Maguncia y Maximiliano Francisco José
de Habsburgo, arzobispo de de Colonia -otro hijo de la em
peratriz María Teresa-y del arzobispo de Salzburgo, Jerónimo
de
·Colloredo, renovaron los Gravamina antipontificios por las
Puntuaciones de Ems de 1786 (3 36 ). Pronto todos ellos, ante el
embate revolucionario, perderían
sus sedes que querían cuasi
independiente de Roma.
Toscana.
Cerremos este recorrido con el gran ducado de Toscana, que
en nada desmerece en
la comparación con los más radicales es
tados antirromanos. Gobernaba aquel territorio Leopoldo
de
Habsburgo, hijo también de María Teresa y hermano, por tanto,
de José
II, emperador de Alemania, del arzobispo elector de-Co
lonia, Maximiliano, de María Antonieta de Francia, de María Ca
rolina de Nápoles y de María Amalia de Parma. A la muerte de
su hermano José ( 1790) y hasta 1792, fecha en que falleció a la
temprana edad de cuarenta y cinco años, fue emperador de Ale
mania (337).
Al igual que su hermano José y «no encontrando probable
mente en
la administración civil de un pequeño estado con que
satisfacer-sus actividades y celo, se ocupaba en componer regla
mentos para los obispos, enviarles instrucciones y dirigirles en la
(336) LLoRCA ... : Op. cit., IV, págs. 105-106; Memorias ... , III, pá-
ginas 232-240;
PASTOR: Op. cit., XXXIX, págs. 27-51. ·
(337) LLORCA ... ; Op. cit:, IV, págs. 116-118; Memorias ... , III, pá
ginas 146, 191-192,
240-245, 25S:.262, 266-268; PASTOR; Op. cit., XXXIX,
págs. 109-133;
BARCALA: Op. cit., págs. 32-35. Qpiero dejar constancia. de
mi agradecimiento a Mario Socia, queridísimo amigo, por su colaboración
en todo a lo que ·a jansenismo se refiere.
516
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
conducta de sus di6cesis. Había dado toda su confianza a un
hombre sumamente .atrevido
y emprendedor, que fue hecho este
mismo año (1780) obispo de Pistoya y Prato» (338). Este hom
bre. era Scipion de
Ric;ci (339).
Así, en Florencia, «se veían publicar circulares en que
el
príncipe, entrando en los más.-¡,equeños pormenores, enviaba a
los
ebispos catecismos, les indicaba los libros que debían poner
en manos de los fieles,
,ibolía las cofradías, disminuía las proce
siones, reglaba el culto divino y las ceremonias y no omitía nada
de lo que
podía enflaquecer su pompa y majestad» (340 ).
Los afanes reformistas de Leopoldo, animados y secundados
por el activo obispo de Pistoya, cristalizaron en un sínodo que
tuvo lugar en esta ciudad en
17 86. Ricci y Pietro Tamburini
fueron las
figuras más singulares del jansenismo italiano, que
alcanzó cotas notables cuando el francés
se desvanecía entre el
oleaje revolucionario. Y el sínodo de Pistoya, en el que Tambu
rini tuvo asimismo
· destacada iutervención, fue la culminación
de todas aquellas corrientes que hasta entonces habían sido
se
miclandestinas.
Porque el sínodo de Pistoya no fue una explosión inesperada,
sino
la consecuencia lógica de las desviaciones jansenistas del
obispo apoyadas por el regalismo desmesurado de Leopoldo, to
cado a su vez, y muy a fondo, de jansenismo. Ya mucho antes
del sínodo la conducta del obispo no dejaba lugar a dudas de
cuáles eran sus sentimientos.
El odio a los jesuitas fue,
y la perspectiva histórica lo con
firma plenamente, objetivamente una equivocación religiosa
y una
posición anticatólica, aunque subjeti-.,amente algunos, en su
ce
guera, creyesen estar defendiendo a la Iglesia. Esa animadver
sión llevaba a oponerse a todo aquello que los jesuitas propicia
ban
y, entre otras cosas, a la devoción al Sagrado Corazón de
(338) Memorias ... , III, pág. 191.
(3_39) PoTTER: Op. cit., passim; AMAT: Op. cit., XII, págs. 41-54;
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs; 109-133.
(340) Memorias ... , III, pág. 192.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
Jesús, que para Ricci no era más que «cardiolatrla» (341). Se
gún él, se trataba de un renacer de pasadas herejías nestoria
nas (342). Por ello
se opuso en su diócesis a que se practicara
tal devoción, aun reteniendo breves favores
de lkma (343) y
llegando a puerilidades como
indignarse porque una campana
tlestinada a su
catedral llevara grabada en su bronce
In bonorem
SS. cordis Iesu, inscripción que hizo horrar, dando parre al gran
duque de tan horrible atentado ( 344
).
Todo eran para d obispo maquinaciones de los peligrosísi
mos jesuitas,. extinguidos ya hacía varios años, que no preten~
dlan más que la · restauración de la orden en lo que la nueva de
voción parecía jugar un papel de primer orden (345). Los «cor
dícolas» (346), propagadores de tal «superstición» (347) eran,
pues, enemigos a batir en toda
la linea por el audaz prelado. Así
puede comprenderse el hecho
que refiere Pastor ( 348) de las pin
turas que mandó realizar
en su villa representando a cualificados
jansenistas como
Quesnd y Arnauld, José II y otros haciendo
pedazos un. Corazón de Jesús.
Desórdenes, reales o exagerados, de algunas religiosas domi
nicas (349) llevaron a una radical oposición a los frailes predica
dores en particular y a los religiosos en general. Los dominicos
empezaban a comproba que la supresión de la Compañía de Je
sús
era solo d primer paso en la lucha contra los regulares.
No hay que dejarse engañar por
el celo del obispo corrigiendo
desórdenes en su diócesis si
_es que realmente los habla. Santos
obispos usaron
al menos de tanta energla como el de Pistoya
(341) PoTTER: Op. cit., I, pág. 65; PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pá
gina 112_.
(342) PoTTER: Op. cit., I, pág. 66; PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pá-
gina ns.
(343) PorTER: Op. cit., I, págs. 66-67.
(344) PorrsR: Op. cit., I, págs. 67-68.
(345) PoTTER: Op. cit., I, pág. 69.
(346)
Porrmt: Op. cit., I, pág. 71.
(347)
PoTTSR, Op. cit., I, pág. 71.
(348) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, pág. 116.
(349)
PoTTSR: Op. cit., I, págs. 56-58, 75-79, 82-113, 258 y sigs.
518
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II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
y Prato en desterÍ-at ab\lSOs en religiosos y religiosas de sus se
des. Energía que nunca fue censurada sino ensalzada por la Igle
sia. No era el celo
por las buenas costumbres el que animaba a
Ricci, aunque como buen jansenista que
era propendía al rigo
rismo y
a la severidad. Su finalidad era
desembarazarse de los
religiosos siempre
más· unidos, al menos hasta esos días, al cen
tro de Roma que al obispo diocesano.
Y Roma era el enemigo
para los jensenistas.
Porque
Ricci, según el parcialísimo y devot!simo de su per
sona, Potter, «era jansenista: hemos dado de ello numerosas
pruebas» (350). Y, comer tal, absolutamente rigorista. Lo pro
gresivo, si se quiere, lo acomodaticio, dentro de los
límites legí
timos que no alteraban la sustancia de la fe, estaba en Roma
y no en Pistoya.
Ricci parecía anclado en el más rígido fariseísmo
testamentario.
las atenuacfones pontificias a la abstinencia pe
nitencial eran rechazadas por el obispo. Mucho más por venir
de Roma que por su contenido benévolo y dulcificador de pre
ceptos más rigurosos.
La abolición de la Inquisición en Toscana, en 1782, tema
re
currente también en todos estos estados, tenia que encontrar en
Ricci a uno de sus más fervientes valedores (351
). Las imágenes
de los santos y sus devociones e incluso las de la Virgen fueron,
con gran indignación de los fieles, reducidas a
límites muy infe
riores de los que una sana y prudente teología recomendaría. So
pretexto
de evitar supersticiones, se estaba acabando con toda la
tradición eclesial (352). Entre todas estas devociones populares,
tan arraigadas en Toscana, mereció
especia:! inquina· de nuestro
obispo
el Via crucis (353 ). Las tres caídas de Jesucristo, la Ve
rónica enjugando
el rostro del Redentor eran, según Ricci, inven
tos de monjes o frailes intolerables en esa religión depurada
que
pretendía ( 3 54 ).
(350) PoTTER: Op. cit., II, pág. 24.
(351)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 3743.
(352) POTTER: Op. cit., Il, págs. 4449.
(353) PoTTRR: Op. cit., II, pág. 47.
(354)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 47.
519
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
La escolástica era otro de los enemigos del obispo (355). Los
franciscanos no resultaban mejor
parados que jesuitas y domini·
cos (356). Para remediar tantas cosas que le disgustaban en su
diócesis, Ricci recomendaba
el
Lugdunense (357), texto más que
sospech9So de jansenismo. Pero nadie le obedecía. El pueblo, los
religiosos, sus mismos compañeros en el episcopado, salvo un par
de
excepciones, resistían tácita o e,opresamente las veleidades del
obispo por muy apoyado que estuviera en la autoridad del gran
duque (358).
A los dos años de ejercicio
episcopal de Scipion de Ricci ya
se colocaban pasquines
en la puerta de' su catedral con la siguien·
te leyenda:
Orate pro episcopo nostro heterodoxo (359). El
pueblo comenzaba a odiarle (360). Porque, y el testimonio sigue
siendo del devotisimo Potter, «privado de sus fiestas, del lujo
de las ceremonias de sus iglesias, de sus exposiciones solemnes
del Santísimo, se quejaba y murmuraba más que nunca» (361).
No contento Ricci con ese
odium plebis, orden6 a monjes y frai·
les cerrar. sus iglesias los domingos y festivos y les prohibi6 toda,;
aquellas solemnidades que atraían al pueblo --que para Potter,
ahora
es solo «populacho»--(362). Todo ello, naturalmente,
con
la mayor satisfacci6n de Leopoldo (363 ).
Otra medida que indign6 a la devoci6n popular fue la de
dejar un solo altar en cada uno de los templos ( 364
). Cientos
de santos y advocaciones
mariana,; a los que los fieles estaban
unidos por siglos de oraciones, desaparecieron en esta furia
ico
_noclasta que entusiasmaba al gran duque (365).
(355) PoTTER: Op. cit., II, pág. 63.
(356)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 64-65.
(357) PoTTER: Op. cit., II, pág. 66.
(358) PoTTER: Op. cit., II, págs. 66·67.
(359) PoTTER: Op. cit., IÍ, pág. 79.
(360)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 82-83.
(361) PoTTER: Op. cit., II, pág. 104.
(362)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 104.
(363)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 104.
(364)
PoTTER: Op. cit., 11, pág. 107.
(365) PoTTER: Op. cit., II, pág. 108.
520
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
La supresión de conventos por parte de Leopoldo era total
mente aprobada por Ricci, que pensaba que «si estos lugares de
retiro habían podido. ser buenos
al principio, se habían. conver
tido, evidentemente,
con. el transcurso de los siglos, por lo me
nos en inútiles, cuando no habían llegado· a ser perniciosos» (366 ).
Para él, los monjes de hoy eran inútiles, ya que «las riquezas y
las comodidades de la vida que les había procurado una religión
mal. entendida o la ambición interesada de gentes del mundo; no
tardaron en corromperles» (367). El número
«intolerable» de
conventos servía «para condenar a una parte de los ciudadanos
a un celibato forzoso» (368).
La supresión permitía, por otra
parte, «un mejor uso de las inmensas rentas de
que goza
ban» (369). Las alabanzas de Ricci a Leopoldo y su censura «a
los viles detractores» (370) del gran duque le colocan decidida
mente entre
los padres de las desamortizaciones que iban a lle
gar enseguida en los estados católicos por obra de los liberales,
La revolución no n;,,,esitó razones para justificar en Francia el
inicuo despojo. Pero en otros países las consideraciones riccianas
servirán de argumento a los clérigos
liberales que intentarán jus
tificar la supresión de las órdenes religiosas y el latrocinio de sus
bienes. Y análogos raciocinios se escucharán de labios de no po
cos diputados y escritores de nuest.ras Cortes de Cádiz, del Trie
nio o de la minoría de edad de Isabel
II.
Las dispensas reservadas al Papa eran, cómo no, otra de las
constantes reivindicaciones del obispo
{37l}Naturalmente, PC>tter,
al referirse a este tema, permanentemente presente en las relacio
nes de los gobiernos con la curia romana, hará mención de la li
beración de los pobres, de la avaricia de la Dataría pontificia,
etcétera.
Intimamente relacionado con las .reservas papales estaba la
(366) PoTTER: Op. cit., II, pág, 112.
(367) PoTTER: Op, cit., II, pág. 113.
(368)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 115.
(369) PoTTER: Op. cit., II, pág, 114,
(.l?O) PoTTER: Op. cit., II, pág, 116.
(371) PoTTER: Op, cit., II, págs. 125-127.
521
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOIU
naturaleza misma del matrimonio que Ricci pretendía sustraer a
la Iglesia para encomendarlá al poder civil (372). Leit motiv,
asimismo, de mil intei,tos de ,gobiernos liberales posteriores. No
es de extrañar que, ante esa conducta episcopal, el cardenal An
drea · Giovannetti, arzobispo de Bolonia, al ceder la jurisdicción
de
.la parte de su diócesis que pertenecía al Gran Ducado de Tos
cana, como sus antiguos fieles fueran a engrosar los del obispo
Ricci, les advirtiera que se guardasen de adquirir y de leer los
libros que se imprimían en Pistoya, pues «contenían una doc-.
trina que no es propia más que a esparcir entre los fieles máxi
mas perjudiciales a la veneración de espíritu y de inteligencia que
es debida; bajo todos los aspectos, a la santa Iglesia de Roma,
columna
y fundamento de la verdad» (373).
Su manía reformadora, comparable solamente a la de su pro
tector Leopoldo, que a su
vez. era reflejo de la de su hermano
el emperador José, alcanzó también a las cofradías a las que eran
tan afectos
los toscanos. De cuál fue el disgusto de éstos puede
dar fe que, tras la
marcha de Leopoldo, ·su hijo y sucesor las
volvió inmediatamente a su
situación anterior (374).
Otras medidas de Leopoldo, en las que al decir de Ricci
«mostró no solamente la superioridad de sus luces, sino incluso
su religiosa piedad» (375) fueron las que
estorbaron los votos
religiosos femeninos, bien fijando
el mínimo de edad para pro
fesarlos en
los veintidós años, bien prohibiendo recibir u ofre
cer dotes e incluso
estableciendo una especie de impuesto a cada
profesión religiosa (376).
El gran
duque preoondía aumentar el número de madres a
costa de
las monjas, pero lo que sorprende más es que el obispo
considerase a éstas,
infelici vitthne di una forzata virginita (377).
Favoreció, por tanto, Leopoldo medidas
secularizadoras. «Pro'
(372) PorrER: Op. cit., II, págs. 1:29-130.
(373) POTTER: Op. cit., II, pág. 157.
(374)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 145-146.
(375)
POTTER: Op. cit., II, pág. 175.
(376)
.POTTER: Op, cit., II, pág. 174.
(377)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 175.
522
Fundaci\363n Speiro
II. UN MJJNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
pósitos tan sanos y tan .santos, conúnúa Ricci, fueron contraria
dos por los obispos, por los sacerdotes y por los monjes, que no
conocían otro móvil que
la ambición y el interés» (378).
El «tráfico de misas», las fundaciones pías (379), el cline~
para la fábrica de San Pedro (380), los beneficios simples (381)
fueron asimismo objeto de censuras del
obispo.
Al mismo tiempo recomendaba a sus sacerdotes textos janse
nistas sin preocuparle en absoluto las censuras romanas: Mesén
guy (382), Quesnel, «este santo hombre» (383) (también eran
«santas vírgenes» las monjas de Port,Royal)(384),
Palmieri (385),
Montazet ... (386 ).
La supresión de fiestas (387 ), la intervención civil en el pa,
trimonio eclesiástico ( 388 ), la alteración de la doctrina sobre la
confesión
y las indulgencias, «que los maestros de una falsa doc
trina habían corrompido» (389), la reforma del breviario (390)
fueron también medidas avaladas por
Ricci que entusiasmaron
a Leopoldo, tanto como indignaron
al clero y al pueblo de Tos
cana
y, por supuesto, al Papa que, contra el obispo, utilizaba «la
maledicencia y
la calumnia, esas armas ordinarias de la Corte
de Roma» (391), en opinión
de Ricci. Sus propios canónigos, ante
tanta innovación, comenzaban
ya a sublevársele. «El mal, y para
Potter, evidentemente, el mal
era el espíritu católico y antijanse
nista, ganaba todos los días» (392).
(378) PoTTER: Op. cit., II, pág. 176.
(379)
PoTTER: Op. cit.,· 11, pág. 186.
(380)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 188-189.
(381)
PoTTER: Op. cit., Il, págs. 189s!,O.
(382) PoTTER: Op. cit., II, pág. 150.
(383)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 187.
(384)
PoTTER: Op, cit., II, pág. 179.
(385)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 219.
(386)
. POTTER: Op. cit., II, pág. 236.
(387)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 212.
(388)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 2_13.
(389) POTTER: Op. cit., II, pág. 218.
(390)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 219-220.
(391)
POTTER: Op. cit., II, pág. 221.
(392) PoTTER: Op. cit., II, pdg. 224.
523
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Con todos estos antecedentes, cuya prolija enumeraaon el
lector comprenderá, pues son el germen de cuanto intentará el
liberalismo contra la Iglesia, llegamos al momento álgido del pon
tificado de Rícci: el sínodo de Pistoya, que se inauguraría el 18
de septiembre de 1786 (393 ).
Bien conocía Rícci la debilidad de sus posiciones y por eso
llamó en su auxilió a cuantos compartían sus ideas ry, natural
mente, en primer lugar a Tamburini, que desempeñaría en el
concilia'bulo importantísimo papel (394 ), pues· el obispo le hizo
promotor
del sínodo «no obstante no tener derecho alguno de
asistir a él». También acudieron Vincenzo Palmieri (395), Fabio
de Vecchi (396), Regínaldo Tanzini (397) y otros
not<>rios jan
senistas.
Fue «una síntesis de jansenismo y el más desenfrenado rega
lismo, con alguna inspiraci6n enciclopédica. El 20 de septiembre,
en
el primer decreto, que versaba sobre la fe, la gracia, la pre
destinación, los fundamentos de
la moral, se afirmaron las doctri
nas jansenistas como
fas únicas salvadoras en medio del oscure
cimiento que había sufrido
la fe y la creencia de la Iglesia en
los últimos tiempos, se admitieron los cuatro artículos galicanos
y se dieron amplios poderes al duque en los bienes eclesiásticos.
Con el mismo espíritu continuaron las demás sesiones: aprobá
ronse
los principios de Quesnel; se propuso que en adelante solo
quedase una Orden religiosa con la regla de Port-Royal;
se afir
mó que la potestad eclesiástica, comunicada directamente al pue
blo cristiano,
se transmitía a la jerarquía, la cual, por lo tanto,
(393) PoTTER: Op. cit., II, págs. 226-237; LLORCA ... : Op. cit., IV,
págs. 117-118; AMAT: Op. cit., XII, págs. 41-54; Memorias ... , III, páginas
240-245; PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 121,133. ·
(394) PoTTER: Op. cit., II, págs. 226-227; Memorias ... , III, pág. 241;
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 122-123; BARCALA: Op. cit., páginas
. 32:34,
(395) PoTTER: Op. cit. II, pág. 226; Memorias ... , III, pág. 241; BAR
CALA: Op. cit., págs. 32 y 69.
(396) PoTTER: Op. cit., II, pág. 226; Memorias ... , III, pág. 241.
(397) PoTTER: Op. cit., II, pág: 226; BARcALA: Op. cit., pág. 35; BAT
LLORí: Op. cit., pág. 92.
524
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
es ministerial, y el romano pontífice caput ministeriale; que el
poder de los obispos es ilimitado; que los decretos de la Igle
sia dependen de
la aceptación del pueblo (lo que evidentemente
no
debía valer para los de Ricci). Las indulgencias, los reserva
dos, las censuras,
el sacramento del matrimonio, la devoción al
Sagrado Corazón, fueron blanco de los ataques del sínodo. Por
fin recomendó el sínodo la lectura de la Biblia y las obras de
Quesnel sobre el Nuevo Testamento
y aconsejó la pronta cele
bración de un concilio nacional, que dictaminase sobre la fe y las
costumbres» ( 398 ).
Era un ataque frontal a Roma a la que reconociéndosele aún,
en
teoría, el «primato (399), se le rechazaba abiertamente el to
tato»
(400), que según Ricci Cristo nunca había pretendido. Y
así
es en verdad. Y tampoco lo pretendía la Iglesia. La cuestión
está en que lo que. Cristo
y la Iglesia pretendían, al margen de
excesos inevitables en toda obra en
la que intervengan los hom-'
bres, era para Ricci, Leopoldo· y sus secuaces ese totato que como
buenos jansenistas rechazaban, aplicándole un nombre descalifica
dor, en lo que eran consumados maestros. Y ese primado, prácti
camente reducido a
la nada, que para ellos era la pura doctrina
de Cristo, no impedía que
lo calificasen de babilonica curia en la
más pura tradición de la herejía.
«Leopoldo estaba encantado con los trabajos de su conci
lio» (401), que incluso acudió a visitar, siendo puntualmente in
formado a diario de todas las sesiones
y tomando medidas para
neutralizar a los oponentes ( 402). ·
Quiso el gran duque extender a todos sus dominios tosca
nos tan maravillosas refovmas y para ello convocó en Florencia
a los obispos de su Estado a una asamblea
preparatoria del an
siado concilio nacional que, conociendo el ·pensamiento de su pro-
(398) LLDRCA...: Op. cit., tv, pág. 117; PoTTER: Op. cit., II, pági·
na
226,227.
(399) PoTTER: Op. cit., II, pág. 234.
(400)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 235.
(401) PoTTER: Op. e#., II, pág. 233.
(402)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 233-234.
525
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
motor, no sería extraño que concluyera en el cisma ( 403 ). El 23
de abril
de 1787 se inauguró la asamblea y pese a haber prohi
bido Leopoldo la presencia de
regulares y haber IIS!ffiado a ella
al jansenista Veochi (404), Ricci quedó- aislado, apoyado sola
mente por los obispos de Colle y de Chiusi (405).
«Desde las primeras sesiones, los obispos impusieron silencio
a
los teólogos_ del gobierno diciéndoles: Nos magistri, vos disci
puli» ( 406 ). «El pueblo compartía esta opinión, resultando de
ello un
espíritu público de abierta oposición a los intentos del
soberano» ( 407). Era el
ocaso de Ricci.
Varios sacerdotes de Pistoya solicitaron de Leopoldo la abo
lición de las novedades introducidas en Pistoya y .Prato y el
res
tablecimiento de la situación eclesiástica en su estado anterior y
apelaron de ello al arzobispo de Florencia como a su metropoli
tano (408). El 20 de mayo de 1787 la multírud se S!ffiotina en
Prato, arranca del coro de
la catedral el escudo del obispo y que
ma su silla juntll!ffiente con una serie de libros hallados en la
sacristía (409). Tal vez ninguno de ellos fuera de los textos tan
gratos
al obispo que con profusión repartía entre su clero. Pero
el hecho delata el enorme recelo que el pueblo sentía hacia las
nuevas doctrinas que Ricci, con tan escaso éxito, intentaba pro
pagar en su diócesis.
Fue después el pueblo a rescatar las imágenes de las cofra
días que Ricci había suprimido y de los
santos cuya fiesta ha
bía abolido y las condujo procesionalmente .a la catedral, atran
cando de los misales las páginas de fas fiestas que el prelado ha
bía introducido (410). Se aprestaban los pistoymos a secundar a
sus hermanos de Prato cuando
"soldados enviados por Leopoldo
(403) POTTER:. Op. cit., Il, pág. 238.
(404)
POTTER: Op. cit., II, pág. 242.
(405)
PoTTBR: Op. cit., U, págs. 242-243.
(406)
PoTTER: Op. cit., Il, pág. 243.
(407) ·
PoTTBR: Op. cit., II, págs. 242-243.
(408)
PoTTBR: Op. cit., II, pág. 245.
(409)
PoTTBR: Op. cit., II, pág. 247.
(410)
PoTTER: Op, cit., II, págs. 247-248.
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Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
consiguen hacersi, con la situación, aunque no con las voluntades
de los diocesanos del obispo.
La irritación de Leopoldo por el fracaso de su asamblea de
Florencia y por los motines de Prato
le empecinó en sus ideas
y como buen déspota quiso llevarlas a cabo aunque pareciese su
pequeño mundo. Igual haría su hermano y perdería para
el im
perio a los católicos flamencos. Si los obispos y el pueblo no mar
caban el paso que
señalaba su fiel Ricci, reconduciría conductas e
inteligencias hacia la utopía soñada, aunque no practicada, por el
hijo de María Teresa. Y le encargó un reglamento disciplinario
para toda la Toscana. A ello
se empeñó Ricci que en poco tiempo
entregó a su amo y valedor una memoria que contenía todos sus
anhelos de reforma eclesiástica (411).
El radicalismo de Ricci hizo que «fuera abandonado aun por
sus partidarios, incluso los más fervorosos» ( 412). Los sacerdotes
de su diócesis no dejaban de presentar peticiones, tanto al
me
tropolitano como a las autoridades estatales, para abolir las no
vedades introducidas (413). Entre los poderosos, Ricci solo te
nía enemigos ( 414 ). Y, entre el pueblo, también ( 415). Los áni
mos que le llegaban de José lI' (416) en nada mejoraban su si
tuación. Incluso el parcialísimo Potter aduce testimonios de la
-falta de prudencia del prelado que le hacían odioso a todos sus
feligreses (417). El mismo Leopoldo parece vacilar en su apoyo
ante tantas muestras de
desafecto (418). La mayor parte de los
diocesanos de Riaci, convencidos
de que los sacramentos confe
ridos _por él eran ,mios, enviaban a sus hijos a Florencia para
ser bautizados y confirmados (419). E incluso para ser ordenados
(411) PoTTER: Op, cit., II, págs. 255-256.
( 412) POTTER: Op. cit., Il, pág. 257.
( 413) PoTTER: Op. cit., II, pág. 257.
(414) POTTER:· Op. cit., II, pág. 257.
(415) PoTTER: Op. cit., II, 260.
(416)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 261.
(417)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 264-265.
(418)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 265.
(419) PoTTER: Op. cit., II, pág. Z72.
52.7
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
sacedotes (420). Al mismo tiempo el arzobispo.de Florencia re
cibía retractaciones de sacerdotes que habían asistido al sínodo
de Pistoya (421).
La situación era tan insostenible que Potter reconoce que «el
gran duque era, quizás, el único toscano que le hacía plenamen
te justicia» { 422).
Lo que ya era imprudencia del soberano al em
peñarse en contradecir, así, los sentimientos de sus súbditos. Pero
estábamos
ya en los últimos días de Leopoldo como gran duque
de Toscana. Ello
impidió que pudiera llevar a cabo otra genial
idea de Ricci:
la retractación del juramento de fidelidad que los
obispos habían prestado a
la. Santa Sede y la prohibición de que
los nuevos obispos lo .prestaran en
el futuro ( 423 ). El empera
dor estaba
ya gravemente enfermo y Leopoldo se disponía a par
tir hacia Viena
para ocupar 'el trono imperial. La marcha del so-
· berano hizo estallar nuevos tumultos contro Ricci (424) que, ame
nazado por el pueblo, tiene que huir de Pistoya ( 425).
El cambio fue total .. «El concilio de Pistoya, que no fue
más que la sanción de los principios y de las reformas de I.eo
poldo, y todas sus decisiones, fueron formalmente anuladas, por
lo que se llamó la voluntad del pueblo; y la materialidad del
culto, las supersticiones
populares, los abusos y todo lo que po
día servir a satisfacer las intenciones de hombres ambiciosos, in
teresados y fanáticos fueron vueltos a sus antiguos honores. Los
altares demolidos se levantaron de nuevo. Las imágenes volvie
ron a sus lugares; las ceremonias abolidas
se repusieron, así como
las oraciones que habían sido eliminadas
. y .toda la pompa de las
fiestas
y de las funciones religiosas; los libros que habían sido
impresos por orden
del obispo y distribuidos a los sacerdotes
fueron condenados a las llamas; los estudios eclesiásticos del se
mina~o y otras -escuelas se interrumpieron, las cofradías suprimi-
(420) PoTTER: Op. cit., II, pág. Z73.
( 421) PoTTER: Op. cit., II, pág. 272.
(422)
POTTER: Op. cit., II, pág. 273.
(423)
PoTTER: Op. cit., Il, pág. 276.
(424)
PoTTER: Op. cit., II, págs. 284-288.
(425) PoTTER: Op. cit., II, pág. 289.
528
Fundaci\363n Speiro
II. UN MUNDO ENFRENTADO A LA IGLESIA
das se restablecieron; el calendario de la diócesis. fue derogado,
adoptándose en su lugar
el de Florencia; liasta las instrucciones
parroquiales y a los catecismos
se suspendieron en odio al pas
tor
al que se,-0ebían todas esas cosas» ( 426 ).
Pese al sentimiento de Potter, evidente en sus palabras, la
dictadura de Ricci bahía terminado y
el pueblo volvió a sus cos
tumbres y tradiciones católicas tras una déca.da de violencias a
sus más firmes sentimientos. Algo semejante hará
el liberalismo
en todos
los países durante el siglo siguiente. Imponiéndose a
un pueblo creyente que en ocasiones hasta se lanzó a la
guerra
en defensa de sus ideales. Daremos puntual referencia de ello,
en lo que en nuestra patria se refiere, en capítulos posteriores
..
En 1971 Ricci renuncia a su sede como le exige el mismo gran
duque Fernando y así lo comunica el obispo al Papa protestando
«su sumisión y
su adhesión invariable a 1a Santa Sede» ( 427).
Sumisión
y adhesión que no le impidieron expresar su aproba
ción, poco después, a
la Constitución civil del clero ( 428) en
abierta aprobación de un cisma declarado.
Roma, sin embargo, callaba sobre el
sínodo de Pistoya y no
sin escándalo de no pocos. Por ejemplo,
los ex jesuitas españo
les Gustá y Luengo (429). Ocho .años habían transcurtido des
de el sínodo cuando el 28 de agosto de 1794 aparece, por fin,
la bula Auctorem fidei (430), que condenaba inapelablemente lo
ocurrido en aquella asamblea. Leopoldo hacía dos años que
ha
bía muerto y las necesidades pastorales primaron sobre las po
Hticas.
Pero el anciano Pío VI, en vísperas ya de su camino del cal
_vario, no cosechó con ella más que nuevos sinsabores, viendo
cómo era rechazado no ya en la Francia de la Convención, como .
era natural, sino en Viena, Madrid, Nápoles, Lisboa, Florencia ...
(426) PoTTER: Op. cit., II, págs. 289-290.
(427)
PoTTER: Op. cit., II, pág. 308.
(428)
PoTTER: Op. cit., Il, págs. 317-319.
(429)
l)ATLLORÍ: Op. cit., págs. 89-93.
( 430)
PoTTER: Op. cit., III, págs. 4 y sigs.; LLORCA ... : Op. cit., IV,
pág. 118.
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. ..,__
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFTA
Las monarquías absolutas no habían aprendido gran cosa de la
Revoluci6n francesa. Peto sus días estaban contados. Francisco II
perdería el Imperio, Carlos IV el trono, María tendría que huir
refugiándose en Brasil, Fernando IV sería expulsado de Nápoles
en dos ocasiones ...
530
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