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Número 265-266

Serie XXVII

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El liberalismo y la Iglesia española. Historia de una persecución: Antecedentes: III. El reinado de Carlos IV (I)

EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA ESP~OLA. ffiSTORIA
DE UNA PERSECUCION: ANTECEDENTES.
III.
EL REINADO DE CARLOS IV (I)
POR
FRANCISCO J OS;É FERNÁNnBZ DE LA CIGOÑA
Al igual que con su padre Carlos III solo nos ocuparemos,
al tratar de este reinado, de sus conflictos o tensiones con la
Iglesia. Ello nos llevará a hablar de política, sin duda, pero Ú!)Í·
camente en su aspecto eclesial. La pérdida de Menorca, la guerra
de
las Naranjas, Trafalgar, la· conspiración de El Escorial, efmo­
tín de Aranjuez, el omnipotente y omnipresente Godoy, en lo
que solo a cuestiones civiles se refiere, no han de ocuparnos.
Eso
es otra historia.
La débil personalidad del rey.
Carlos IV, primogénito de Carlos III, había nacido en 1748.
Accecli6 al trono a los cuarenta años de edad. Si no pocos espí­
ritus clarividentes auguraban colosales trastornos, que mucho te·
nían que ver con la política eclesial de las monarquías absolutas,
otros, poco avisados, y ciertamente Carlos IV eta uno de esos,
podían creerse en
d mejor de los mundos del despotismo· ilus­
trado.
La · Europa católica eta de ellos. Y como una propiedad fa­
miliar .. Carlos tenía en el trono de Nápoles a su hermano Fer­
nando. En Viena a José II, viudo de_ su prima y cuñada Isabel y
sin perspectiva de nuevo matrimonio. El sucesor del .Imperio se­
ría, salvo un imprevisible casamiento del emperador, su herma-
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
no Leopoldo que, a su vez, estaba casado con una hermana del
rey de España, María Luisa (1745-1792). Por esos días era Leo­
poldo gran duque de Toscana. No acababan ahí las influencias
españolas
en Italia, pues el duque .de Parma, Fernando de Bor­
b6n, era a su vez primo y cuíiado de .Carlos y suegro de una hija
del monarca español casada
con el heredero. ,Eri Francia reinaba
la
rama primogénita de la familia en .la persona de Luis XVI.
La
monarquía portuguesa estaba también íntimamente vinculada
a Carlos IV.
Su tía, María Ana Victoria, hermana de Carlos III,
habla casado con José I de Portugal. Pero, además, el príncipe
heredero Juan, que luego serla Juan VI, hijo de
María I, la ac­
tual reina, casarla en 1790 con la primogénita de Carlos IV, la
infanta Carlota, Joaquiria. Otra de sus hijas, María Isabel, con­
traerla matrimonio en 1802 con el heredero del trono de Nápo­
les, Francisco, que era, a
su vez, s~brino carnal de nuestro rey.
Las relaciones con Cerdeña eran también familiares por el ma­
trimonio de la hermana de Luis XVI con el heredero de Víctor
Amadeo
III. La Europa católica era de ellos. Y la perdieron.
Suya es la responsabilidad. Francia, España, Austria, Portugal,
Nápoles,
Toocana, Parma, Cerdeña en . manos de una familia .
. Cuesta trabajo creer eo su ruina.
El reinado de Carlos IV
es uno de los más bochornosos de
nuestra
historia. Y no era una mala persona. Abúlico, de cor­
tísimas luces, hasta el punto de no percatarse de las escandalo­
sas relaciones de su mujer, a la que, según el contemporáneo
Toumon, informador de Napoleón, creía
«la mujer más virtuosa
del Reino» (431), llegó
al trono español en días en que éste hu­
biera necesitado a uno de los grandes teyes de nuestra historia.
Desde el punto de vista eclesial, que es el que aquí nos ocupa,
era hombre religioso, aunque muy tocado .
-no hay más que con­
siderar de quién era hijo--del funesto ·regalismo de moda.
Tuvo, además,
la desgracia de·que le casaran con la reina más
vergonzosa que conocimos en los últimos siglos. Y superar a
María
Cri_stina de Nápoles y, sobre todo, a. Isabel II, ponía ver-
(431) SANZ Cm, Carlos: La Constituci6n de Bayona. Editorial Reus,
Madrid, 1922, pág. ,454.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (l)
daderamente alto el list6n. El ya citado por otros trabajos, Te6-
fanes Egido ( 432), nos deja una atroz muestra de ello en el ciclo
del
a¡ipedobes (433).
Se sale, evidentemente, del prop6siro de este estudio prD'
fundizar.
en el análisis de. María Luisa· de Parma .. Intentos· excul­
patorios como el de
Pérez dé Guzmán ( 4 34) resultan tan pere­
grinos que, autor tan proclive a la casa de Borb6n como Carlos
Seco (435), termina confesando, pese a anteriores posiciones en
defensa de la honestidad de la reina,
que· es difícil absolverla de
«una pasi6n culpable
por el joven guardia de corps,, (436). No
insis.titemos, pues, en el terna.
Carlos IV; a la muerte de su padre, hered6 la pacífica pose­
sión de España y de su Imperio. Todo parecía en calm! aunque
se estuviera en vísperas
de la tragedia. Pequeñas intrigas de ca­
marilla,. que tenían su nido en las habitaciones . del que aún era
príncipe de Asturias, en favor de Aranda o
dirigidas por Aran­
da ( 437), nada podían contra
la. indiscutida autoridad del rey
Carlos
III. ¿Auguraban futuros cambios políticos como los que
con
el · .. siguiente príncipe de Asturias parecían evidentes dado
su odio a Godoy? No se podía asegurarlo. Carlos
IV estaba en­
tregado a su
mujer y era incapaz de preconizar política alguna
sino que se dejaba manipular por la princesa sus veinte años de reinado, sería. d6cil instrumento de la reina.
«A través de toda
su vida, hasta el ·fin de· sus días, conser­
varía la ingenua sencillez de un coraz6n y una inteligencia infan­
tiles,
incapaz de descubrir la perfidia y el engaño en los demás;
quizá porque juzgaba al mundo, candorosamente, ·a través de su
' (432) EG1no, Teóf~es: Sátiras políticas de la España moderna. lntro-
ducci6n y selecci6n de Te6fanes Egido. Alianza Editorial. Madrid, 1973.
(433)
EGmo: Sátiras ... , págs. 320-322.
(434) PfREZ DB GUZMÁN Y GALLO, Juan: Estudios de la vida, reina~
do, proscripci6n y muerte de Carlos' N i Maria Luisa de Borb6n. Ma~
drid,_ Imprenta de Jaime Ramés Martín, 1909, 2.ª edición.
( 435)
SECO SERRANO, Carlos: Godoy. El hombre y el polltico. Espa­
sa Calpe, S. A., Madrid, 1978.
(436) SECO: Op. cit., pág. 85.
(437)
SEco: Op. cit., págs. 36-38.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOFTA
propia rectitud. de conciencia y de su falta de doblez» (438). Car­
los III, siempre celosísimo de su autoridad, y conociendo dema­
siado bien
las limitaciones del hljo, le mantuvo apartado de los
negocios de Estado.
Lo mismo haría luego Carlos IV con Fer­
nando
VII, y en esta ocasión con menos motivo, pues, intelec­
tualtnente, valía
más el hljo que el padre, sin que por ello pos­
tulemos grandes capacidades en el hijo de_ Carlos y María Luisa.
Y ello
no fue bueno ni en un caso ni en el Otro. «Carlos III
había mantenido siempre a raya las iniciativas de su heredero,
desconfiando, sin duda, de las cualidades políticas de éste, pero
es lo cierto que, por su parte, hlzo muy poco para cultivarlas y,
sin duda, contribuyó a atrofiar una voluntad débil ya de por si.
El_ matr!nonio del joven príncipe de Asturias con una mujer más
inteligente (439), más vivaz y ambiciosa que él (440), pero sin
otras dotes de gobierno
qqe una intuición apasionada y frívo­
la (441),
acabó por anularle definitivamente» (442). Si, por lo
dicho,_ no fuera desolador el retrato de Carlos IV, Sec9, y repe­
timos que
es extraordinariamente devoto a los Borhones, aún re­
mata el cuaclto: «simplicidad de espíritu» (443); «adoraba el
campo, el deporte -la caza, la equitación, la lucha-y las artes
mecánicas. Era,
al subir al tr\>no, un robusto gigante de rojás me­
jillas y bronceado r()Stro,. en el que resplandecía la mirada inex­
presiva de unos ojos transparentes y francos» ( 444
). Luciano Bo­
naparte le definía: ··«es una flor de-la' antigua probidad castellana:
religioso, generoso, confiado, .demasiado confiado,
pci,:que juzga a
los demás
según su propio ser» ( 445). De su pasión por la caza,
heredada de su padre y fomentada por la reina que le tenía así
alejado de
los negociós de Estado, da cumplida referencia el ci­
tado informe de Tournon al emperador de los franceses, fechado
(438) SECO: Op_ cit., pág. 22.
(439) No se necesitaba mucho.
(440) Tampoco se neceSitaba-nada.
(441) Que result6 fatal .
. (442) SECO: Op. cit., p,lg. 23.
(443) SEco: Op. cit., pág. 23.
(444)
SECO: Op. cit., pág. 23.
( 445) SEco: Op. cit., pág. 23.
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III. EL REINADO DE CARLOS N (l)
el 20 de. diciembre de 1807: «La reina le ha persuadido que la
caza es necesaria a su salud y él caza dos. veces por día, según el
tiempo que haga, por la mañana de las nueve a las doce y de las
dos a las cinco,
por la tarde» ( 446 }.
Hemos . visto que Luis XV apenas tenla un momento que
dedicar a cuestiones útiles para su reino. Carlos IV, tampoco.
Aunque fueran bien
. distintas 1as causas de las regias disipacio­
nes, y mucho más inocenfes las de nuestro monarca, los resul­
tados eran los mismos, y la política estaba a merced de intereses
ajenos a los de los pueblos:
la frivolidad o los encantos de la
Pompadour o el abatir becadas
o venados en los Reales Sitios.
Para ambas naciones los dos monarcas resultaron nefastos. Pero
ante la
liviandad del· uno y la necedad del otro, los historiado­
res han sido
más benévolos con la primera que con la segunda.
Yo quisiera aquí alzar una lanza por nuestro rey porque, cuan­
do Dios no concede más talentos, y Luis XV
sí los tenía, no se
pueden pedir peras
al olmo.
Muriel, que discrepa de Seco, pues sostiene que asistía
a· los
Consejos de Ministros de su
padte ( 447), coincide en cambio con
él sobre el carácter del monarca: era «tímido, irresoluto, indo­
lente» (448)
y, sobre todo, entregado a su mujer (449). En lo
que todos son concordes. Todo ello fue ciertísimo. Respecto a
su bondad natural, que en muchos aspectos era indiscutible, hay
un serio reparo
histórico que oponer: la severa persecuci6n a
quienes fueron sus
más directos colaboradores en el gobierno,
con algunos incluso cruelísima: Floridablanca, Aranda, Jovella­
nos, Urquijo
...
Que Carlos IV tuvo gravísimos defectos es evidente y su abu­
lia natural y Su falta de luces hicieron que se notaran mucho
más. Pero este rey, solo comparable al que en su número lle­
vaba el mismo aunque .con nombre de Enrique, tenía un candor
natural que hace que, por encima
de. sus gravísimas responsabi-
(~ SANz: Op. cit., pág. 454.
(447) MURIEL: Op. cit., I, pág. 6.
(448) MURIEL: Op. cit., I, pág. U6.
(449) MURIEL: Op. cit., I, págs. 136-137.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
lidades y deficiencias, sea merecedor de una benevolencia a la
que se hacen acreedores aquellos a quienes Dios no dotó siquie­
ra de medianos. ingenios. Tournon
fo define exactamente: «es
un buen hombre, poco inteligente, que ha depositado su confian­
za entera en la Reina y el Príncipe de la Paz» ( 450). Evidente­
mente
pocas personas menos merecedoras de tal confianza. Y
menos en un marido. Pero
acept~da esa credulidad reg;;., que le
atompañó hasta sus últimos días ( 451), cabe una actitud conmi­
serativa con
el cuarto de nuestros Carlos. Que ciertamente ya
es bastante denigratoria de la realeza pero que, compasiva con
las deficiencias naturales nos lleva, no a un lúpercriticismo,
sino
a dejar las cosas en su lugar, por bajo que sea éste. .
Y hay que hacer constar en favor· de este monarca, que pa­
recía absolutamente ajeno a la suerte de sus reinos, algo produ­
cido en
el momento más bajo de su reinado, recuperado efíme­
ramente por ministerio
de Napoleón y para que inmediatamente
lo cediera al omnipotente emperador.
En los vergonzosos acontecimientos de Bayona, en
los que
todos parecían empeñados en superar las más altas cotas de
la
abyección, Carlos IV, que estaba movido de un odio griego,
hacia quien,
sin dudarlo nadie, era su hijo primogénito, tuvo un
último e inesperado arranque de amor a
España e impuso .a Na­
poleón dos condiciones para su renuncia. Cuando ya nada parecía
tener con un reino que abandonaba ignominiosamente. Y
estas
condiciones fueron: que se mantuviera la religión católica como
única del
reino y la integridad de éste.
Este último acto de potestad del monarca
español, piltrafa
ante el astro en plenitud del
imperio revolucionario, tuvo, sin
(450) SANz: Op. cit., pág. 454.
( 451)
Parece que hubo uo último momef\lO de rechazo al querido ·Ma­
nuel, cuando la reina acababa de morir y al rey le quedaban unos días de
supervivencia, y en tiempo en que
yá nada cabía suponer entre una María
Luisa anciana y sin embargo aún devotísima del favorito, hasta el punto
de hacerle beneficiario, con exclusión de los hijos, de un vergonzoso tes~
tam~to que no llégó a cúaj;u: y, el príncipe de la Paz, que continuaba
afectísimo a ·1a Pepita Tudó, condesa de Castillofiel~ otro de los increíbles
títulos de Castilla.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
embargo, importantes consecuencias. Napoleón, sabedor de cuan­
tos vicios adolecía
Ia forzada renuncia -Y la ejemplar respuesta
del insigne obispo de Orense, Pedro. de Quevedo y Quintana,
más tarde cardenal de · la Iglesia desde aquella humilde diócesis
gallega que jamás quiso abandonar, es muestra de cuantos rece­
los suscitaba aquella renuncia-(452), se sintió siempre cons­
treñido, él, que nunca se sentía obligado por nada que no fuera
su voluntad, por aquel doble condicionamiento de un acto · in­
trínsecamente nulo pero en el que pretendió basar, ante todos
los españoles y ante
el mundo, el cambio de dinastía y la absor­
ción de España en la esfera imperial.
Ese último
y tal_ vez único arranque de conciencia de tan
menguado monarca, en
el que quizá por primera vez en todo su
reinado nada tenían que ver María Luisa, ajena
· siempre a · los
intereses de España,
ni el Príncipe de .la Paz, a quien traían sin
cuidado
la religión y seguramente la integridad de su patria, fue
traba permanente del emperador de los franceses
y, a Ia larga,
causa de nuestra independencia nacional.
Porque, religiosamente,
pese a las medidas de José Bonapar­
te, marioneta siempre en manos de su hermano, la España afran­
cesada intentó en todo -momento presentarse como nación ca­
tólica. Aun con ,la defección de prácticamete todo el estamento
eclesiástico y del pueblo.
Y ese compromiso de respeto a · la integridad nacional hizo.
que las legiones revolucionarias pretendieran conseguir para José
la totalidad del tertitorio español,
lo que terminó suponiendo
su ruina.
Pienso que muy distinto hubiera sido para Francia, y pata
la suerte del mundo tambi<én, el -que Napoleón se hubiera con­
tentado con
anexionar a su Imperio su antigua aspiración de
dominio sobre los territorios del norte del Ebro, con lo que la
reacción española
tal vez hubiera sido muy distinta. Posiblemente
hoy contemplaríamos una Francia que comprendería los departa-
(452) SANz: Op. cit., págs. 462-463; LóPEZ-AYDILLO, Eugenio: El
obispo de Orense en la Regencia del año 1810. Madrid, 19!S, págs. 203-
204, en extracto.
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mentos vascos, Navarra, gran parte de Aragón y Catalufui y los
ejércitos de Napoleón
no se hubieran visto desangrados y, por
fin, derrotados· en W1a guerra cruelísima de seis años y, lo que
hubiera sido de suma importancia para el emperador, habría dis­
puesto de esos hombres, inmovilizados en España, para sus cam­
pañas europeas. ·
En reinado ,de tan escasa gloria como fue el de Carlos IV,
cualquiera que
se le añadiera bien le vendría. Y bien lejos está
de mi
propósito atribuirle la más mínima. Pero creo que sin él
darse cuenta -apenas se daba cuenta de nadat-, a sus condicio­
nes
de renuncia se deben algunas cosas. Que para España fueron
positivas.
Y en los renglones . torcidos, torcidísimos, con que
Carlos
IV firmó su abdicación, esas dos condiciones fueron la
última llama de conciencia patriótica y
religiosa que, inexplica­
blemente, alumbró en un alma que parecía insensible a cualquier
impulso digno de un buen rey.
Aunque, sobre posibles virtudes y reales defectos de Car­
los IV, existe un baldón del que nunca podrá lavarse. Su pro­
tección y afecto al favorito de la reina que solo puede compren­
derse desde esa tan
citada cortedad de entendimiento que en
este
caso no raya, sino que supera la estupidez.
El gobierno de Floridablanca (1788-1792).
Tan satisfecho había quedado Carlos III de las gestiones en.
Roma de
su embajador, que había conseguido la extinción de
la Compañía de Jesús, que enseguida se vio José Moñino y Re­
dondo con título del reino, en la denominación de Floridablanca
(7 de noviembre de 1773) (453)
y, poco después, caído Grimal­
di, al frente del Ministerio (1777) (454), «muy contra la volun­
tad de Aranda que
cordialmente le aborrecía» ( 4'55).
(453) Guia oficial Je Grande.zas y Tltulos del Reino. Ministerio de
Justicia, Madrid, 1973, pág. ,119.
(454) SARRAILH: Op. cit., p,lgs. 584-585.
(455)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 525.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
Carlos IV inauguró su reinado mateniendo a Floridablanca
en el Gobierno tal
y como le había encargado su padre ( 456)
y, pese a intrigas anteriores favorables a
Anlrula (457), que po­
drían hacer pensar en una pronta . sustituci6n le conservará en
el poder que ocuparía desde 1777 hasta 1792.
Curioso personaje este Moñino al que
el ejercicio del poder
le va cambiando sustancialmente, Hemos visto el -decisivo papel
que jug6
en la extinción de la Compañía de Jesús, y que aún
continu6 en la manipulación del c6nclave de 177 4 para
impedir
que se eligiera un papa favoi:able a los extintos ( 458).
Odio a los jesuitas,
que parecía seguir alimentando años más
tarde, en 1779 y en 1782, cuando despliega febril actividad,
más en el primero de
los· años titados que en el segurulo, para
deshacer las medidas favorables a los hijos de Loyola que sobre­
vivían en Rusia, tanto ante
Pfo VI como ante Catalina ( 459).
Antes
había participado en todas fas medidas de furiburulo re­
galismo de aquel reinado en perfecta sintonía con Campomanes.
«Golilla como
él, comparte sus actitudes desamortizadoras,
anticolegiales, odio a los jesuitas, así como sus actividades, desde
el poderoso fuerte de la otra Fiscalía del Consejo de Castilla,
en
la represi6n de los motines, expulsi6n de la Compañía, hu­
millación del
obispo Carvajal, reinstauración · de la pragmática
del exequatur, etc.» ( 460).
Pero,
más pragmático que el asturiano y, por tanto, mucho
más flexible (461), va atenuando su regálismo (462) hasta el
punto de
que los últimos años del reinado de Carlos III son
mucho más pacíficos en
las relaciones Estado-Iglesia que lós
(456) MURIEL: Op; cit., I, p,ig. 6; SECO: Op. cit., pág. 21; Rmuil!­
RO: Op. cit., pág. 239.
(457) SECO: Op. cit., págs. 36-38.
(458) PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. ~. 10, 12, 14 y 18'19;
ÜLABCHEA: El cardenal ... , págs. 214-215.
(459)
PASTOR: Op. cit., XXXVIII, págs. 218'233 y 240.
(460) llGIDO: El regalismo ... , p,ig. 158; ÜLAECHl!A, Rafael: «Iglesia y
Estado. Siglo XVIIÍ (1700.1788), en Diccionario ... , 11, pág: 1.159.
(461)
EGmó: El regalismo::,, pág. 158.
(462)
EGmó: El regalismo ... , pág. 1'9.
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FRANCISCO JQSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
primeros, tan pródigos en gravísimos atentados contra lá inmu­
nidad de
la Iglesia.
De los verdader~ escándalos que se producían· cuando Cam­
po manes era otµn.ipresente, .se -pasa a una situación de concesic,-.
nes papales a peticiones .regias, · obtenidas sin las tremendas
coacciones
de. que fue objeto Clemente XIV cuando el· asunto
de los jesuitas, que fue
el .. sistema que siempre debió imperar
y que, además, era grato . tanto a un papa proclive a las coro­
nas, tal cual
lo fue Pfo VI, como al nuevo mini:stro de Carlos 111.
Así se redujeron, en. 1779, las tasas de los negocios y gra­
cias que gestionaba la Agencia de Preces ( 463) o se concedió
en
17~0 la percepción del tercio de las rentas heneficiales de
presentación real (464). España
y Portugal habían dejado de
ser gravísimos
problemas para Roma. Estos se llamaban ahora
Austria, Nápoles, Toscana
y Francia. Aunque en este último
caso,
muého más a ·causa del espíritu. que estaba incubando la
Revolución que de Luis XVI.
De antes de la promoción de. Floridablanca, aunque las con­
secuencias le alcanzaron a él de lleno pues en 1791
-ya ,esta­
mos en el reinado de Carlos IV;_, aún se pretendía de Roma la
aprobación, venía atrastrándose un tema poco estudiado en Es­
paña ( 465): el del .cuarto concilio provincial mejicano. En el que
tuvo un decisivo papel, secundando la política regalista del
rey,
el entonces arzobispo de Méjico e inmediatamente recompensado
con la sede primada de Toledd, Francisco Antonio de Lorenza­
na y Butrón. Cotila activa colabdración del obispo de Puebla,
Francisco Fabián
y Fuero que también serla ensegulda promo­
cionado a la archidiócesis de Valencia. El concilio se plegó a
las
pretensiones regalistas de la Corte y se manifestó decididamente
antijesuítico pero Roma
no reconoció sus decretos· ( 466 ). Olae-
(463) ÜLAECHEA: Iglesia.,,, pág. 1.159.
(464) ÜLAECHEA: Iglesia ... ; pág. 1.159.
(465) GIMIDraZ FERNÁNDEZ; Manuel: El Concilio W provincial me¡i­
canó, s..m,,., 1939.
(466) LOPETEGUI, •León y ZUl!ItLAGA, Félix: Historia de la lgiesia en
la América española. ·Desde el ·Descubrimiento 'hasta ·cOmienzds del siglo.
M!xico, Améri« Cenll'al, Antillas. BAC, Madrid, 1965, págs. 918-924.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
chea, nada sospechoso de integrismo y no. jesuita como Lope-·
tegui. y Zubillaga, es todavía más drástico: «este conciliábulo,
cuyas
.actas nunca fuer<.>n aprobadas por la Santa Sede» ( 467 ).
En este mismo seotido regalista, de intromisiones absurdas
eo la vida eclesial por parte del Gobierno, podemos señalar a
titulo de anécdota, pues. segµra:tnente podrían multÍplicarse .Jos
casos, la amargµra causada a aquel genio eclesial y gloria impe­
recedera de nuestra patria, que fue el franciscano mallorquiu
fray Junípero Serra por las nuevas políticas de los eoviados de
España a
Ultramar
{468). España, que no la Iglesia, le suspeodió
el derecho, absolutamente eclesial,
de confirmar a sus indios.
Estamos en 1784. En pleoo gobierno de Floridablanca con Car-
los III. ·
Y

a en
las postrimerías del reinado de Carlos III se produce
la Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formal­
mente por mi decreto de este dia (8 de julio de 1787), deberá
observar
en todos los puntos y ramos encargados a su conoci­
miento
y examen ( 469), «obra de Floridablanca, revisada punto
por
punto por el mismo Carlos III» ( 470) .
. Los dos primer<¡s epígrafes resultan m<.>délicos para cualquier
monarquía católica. «Como la primera de mis obligaciones y de
todos los sucesotes en
mi Corona, sea la de proteger la religión
católica eo todos los
dominios de esta vasta Monarquía, me ha
parecido
empezar por este importante punto para manifestaros
mis deseos vehemeotes de que la Junta, eo. todas sus deliberacio­
nes, teoga por principal objeto la honra y gloria de Dios,
la
conservación y propagación de nuestra santa fe, y la enmienda
y mejoría de las costumbres» ( 471 ).
(467) Ül:.AECHEA: El cardenal ... , pág. 100.
(468) XAvIER, Adro: Junlpero Serra. Editorial Casals, S. A., Barcelo­
na, 1986, págs. 345 y sigs.
(469) MURIEL: Op. cit., Il, págs. 303-401.
(470) ÜLAECHEA: Iglesia ... , págs. 1.159; MuRIEL: Op. cit., II, pagi­
na 303 ( «El autor de la Intrucci6" fue el conde de Floridablanca, primer
secretario de Estado»).
(471) MURIEL: Op. cit., II, pág. 303;
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Y añade en su punto Il: «La protección de. nuestra santa
religi6n
picle necesariamente la oorrespondencia filial de fa Es­
paña y sus soberanos con la Santa Sede, y así la Junta ha de
contribuir con todas
sus fuerzas a sostener, afirmar y perpetuar
esta ootreapodencia, de manera que en las materias espirituales,
por ningún
caso ni. accidente, dejen ·de obedecerse y venerarse
las resoluciones tomadas en forma can6nica por
el Sumo Pontí­
fice, como vicario que es de
Jesucristo y primado de la Iglesia
universal» ( 4 72
).
A estos dos primeros pátrafos, admirables por su contenido
católioo y que no
pocos juzgarán sorprendentes proviniendo de
Carlos 111 y Floridablanca, solo comprensibles, dados sus ante­
cedentes, por la evolución
ya señalada en ambas personas, aun­
que
el rey, en medio de su exacerbado regalismo siempre fue
sinceramente piadoso, le siguen la proclamación de las
regalías.
Pero .aun éstas sori afirmad.as en un tono relativamente mo­
derado pues, «cuando . pudiere mezclarse alguna .ofensa de aque­
llos
derechos y regalías, me consulte (la Junta) los medios pru­
dentes y vigorosos de
sostenerlas, combinando el respeto debido
a la Santa Sede, con la
defensa de la preeminencia y autoridad
. ij,a1» (473).
Bien sabemos cuán exagéradamente entendía nuestro rey hasta
d6nde
alcanzabJ!ll sµs regalías pero aun así es notable el tono de
moderaci6n que brilla en todo el documento oon llamadas in­
cluso a la prudencia en divergencias que pudieran suscitarse, ya
que «no· es lo ·mismo que una· _cosa ·sea justa, y que la consideren
tal mis tribunales y ministros, que el que, atendidas las circuns­
tancias,
sea conveniente y de fácil o posible ejecución, sin expo­
nerse a consecuencias perjudiciales o peligrosas» ( 474 ).
Por ello, y aun manifestando -el virus regalista estaba pro­
fundamente arraigado en sus almas--, que muchas cuestiones
podría resolverlas la autoridad real por propio derecho, es mucho
(472) MURIEL: Op. cit., II, pág. 3d.l.
(473) MuRIEL: Op. cit., II, p,ig. 303.
(474)
MURIEL: Op. cit., II, pág. 304.
788
Fundaci\363n Speiro

III. EL REINADO DE CARLOS N (I)
más conveniente acudir a indultos y concesiones pontificias ( 475)
y a mantener «el crédito en
la corte de Roma, teniendo con­
sideración, a los cardenales y prelados de
más nombre y reputa­
ción» (476).
A problemas ciertos de
· España propone soluciones atempe­
peradas al deber de residencia, reclama a su favor la autoridad
pontificia ( 477), así como para evitar que progrese la acumula­
ción .de bienes en manos muertas (Regla XI), ya que «no me ha
parecido conveniente tomar resolución
por vía de regla, sin tan­
tear primero todos los medios dulces y pacíficos de conseguir el
fim(mi .
Otro de los puntos siempre controvertidos, y hemos visto en
el capítulo anterior que no era .exclusivo de España, fue el de la
obediencia de los religiosos nacionales a superiores extranjeros.
En este punto no tenían razón
alguna los monarcas absolutos y
solo. pretendían desviar de
la particular vinculación al Romano
Pontífice a las órdenes religiosas.
No quiero decir con ello que en algún
= particular los in­
tereses nacionales pudieran sentirse verdaderamente amenazados
por
los votos de obediencia religiosa. Pero ello es simple anéc­
dota histórica. La realidad era la que hemos señalado. Pues bien,
también en este punto el monarca busca
la concordia y la conce­
sión de Roma ( 479). Lo mismo que en el tan debatido punto de
las dispensas matrimoniales ( 480).
Pues bien, este. político que ya tanto
había. cambiado; y en
días pacíficos, se encontró, al medio año de estar al frente del
gobierno del nuevo monarca Carlos IV, con
la e,cplosión de. la
Revolución francesa. Que tuvo, en él, desde el principio, un· de­
clarado adversario.
( 475) MURIEL: Op. cit., II, pág. 304.
(476)
MURIEL: Op. cit., II, pág. 305.
(477) MilRIEL: Op. cit,, II, pág. 305.
(478)
MURIEL: Óp. cit., Il, pág. 305.
(479) MURIEL: Op. cit., H, págs. 306 y 307.
(480) MuRmL: Op. cit., II,. págs. 307 y 308; sobre la Instrucción,
cfr., también·, MENÉNDEZ ·PELAYO: Op. cit., II,· p_ág. 533.
789.
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO:IM
De las pocas preocupaciones que Carlos IV fue capaz de sen­
tir de propio impulso, quiero decir con ello que no imbuido por
las
,de María Luisa o Godoy, hubo una constante por la suerte
de los Estados amenazados por la oleada revolucionaria. En
pri­
~r lugar por el suyo propio.
Esa .generosidad simple y
·ronsustancial en él, aunque luego
quebrara, como hemos dicho, respecto a sus
más inmediatos co­
labpradores políticos, salvo Godoy, al menos hasta ;unos días an­
tes de su muerte, le llevó a interesarse sinceramente por la suer­
te de Luis XVI, de Pío
VI, del duque de Parma, de la familia
real portuguesa ... Tan solo respecto a su hermano Fernando de
Nápoles manifestó en ocasiones abierto desvío; Y, si en ocasio­
nes, pensó
en' aprovecharse de parte de los Estados Pontificios
para engrandecer a Parma, donde reinaba · su primo y cuñado y
sería
la herencia de su hija, creo que hay que atribuirlo mucho
más a la perniciosa influencia de· su mujer que a sus propios im­
pulsos.
Los primeros ecos de
la Revolución tuvieron que llegar ate­
nuados a Madrid y
solo preocuparían á las altas magistraturas de
la nación. Evidentemente, la soberanía nacional no era admisi­
ble para Carlos IV ni para Floridablanoi. Y el ministro adoptó
una
política de mano dura y de hostilidad hacia la Francia de la
Revolución, tanto elaborando planes para liberar a Luis XVI ( 481)
o protestando por
,su detención ( 482), como reclamando contra
los impresos subversivos editados en el
país vecino e introducidos
en
España ( 483 ), cerrando las fronteras a esos impresos y toman­
do medidas contra
los extranjeros ( 484 ), «a los cuales se les exi­
gía un jutafnl'IltO de :fidelidad al rey y a la Iglesia católica» ( 485).
La interpretación de Menéndez Pelayo nos parece en esta oca­
sión demasiado rígida: «En vano Floridablanca, que había impul-
(481) Mii.RIEL: Op. cit., I, pág. 63.
(482)
MURIEL: Op. cit., l, págs. 70-71 y 80-83.
(483) MURJEL: Op. cit., I, pag. 72;
(484) MURJEL: Op. cit:, I, págs. 72-73.
(485) LozoYA, marqués de: Historia de España, V, Madrid, 1969,
pág. 330.
790
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
sado al pnne1p10 este movimieoto, se aterró y qtúso resistirle
cuando empezaban
á. sonar en nuestras puertas los alaridos de la
Revolución francesa; eo vano cerró
las cátedras de derecho públi­
co y de economía política .e hizo callar al periodismo, que ya em­
pezaba a desmandarse, y cortó el vuelo de las sociedades económi­
cas, que a toda prisa
iban degenerando eo sociedades patri6ticas,
a estilo de Francia, y comenzó a ejercer vigilancia, quizá nimia y
suspicaz, eo los actos y conclusiones públicas de las universidades,
querieodo convertir a España, según
expresión sarcástica del fu­
nesto Príncipe de la Paz, en
un claustro de rlgida observancia.
Porque toda esta prudente y áun necesaria represión apenas duró
dos años,
y ro dos años no era posible que enmeodase tanto desa­
cierto el mismo que los había causado,
y que en el -fondo de su
alma solo difería de los innovadores resueltos en ser más tímido o
más inconsecuente» ( 486
). Nosotros creemos que Floridablanca,
por todo lo que hemos expuesto, había cambiado.
Y
así peosaba también el mismo Menéndez Pelayo del que re­
cegemos este otro párrafo
en los mismos Heterodoxos: «Andando
el tiempo le sobrecogió la Revolución francesa; qtúso obrar con
mano fuerte
y no pudo; le derribó una intriga cortesana en tiem­
po de Carlos IV y fue desterrado a Pamplona, luego a Murcia,
donde los años,
la soledad y la desgracia fueron. templando sus
ideas hasta
el punto de ser hombre muy distinto, si bien no cu­
rado de todos sus antiguos resabios, cuando el glorioso alzamien­
to nacional de 1808 le puso al frente de la Junta
Central: Pero
entonces su antiguo vigor
se había rendido al peso de la edad, y
nada hizo,
ni mostró más que buenos deseos. Cuentan los ancia­
nos que en Sevilla solía decir: "Si logramos arrojar a los
fran­
ceses, una de las primeras cosas que hay que hacer es reparar la
injusticia que se cometió con los pobres jesuitas". Y de hecho
procuró repararla, como presideote de la Junta,
alzando la confi­
nación a aquellos
infelices hermanos

nuestrós
(sic), por decreto de
15 de noviembre de 1808, uno de los pocos
que honran a la Cen­
tral. Dícese, aunque no con seguridad completa, que en Sevilla
(486) MENÉNDEZ l'ELAYO: Qp. cit., H, pág. 608.
791
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
hizo, antes d.e morir, una retractación en forma de sus doctrinas
antiguas» ( 48 7).
Estamos, pues, de acuerdo en el cambio producid~ en Flori­
dablanca aunque nosotros
pensamos que incluso tuvo lugar antes
de su prisión y destierro. Con
alguna reserva de matiz, que a con­
tinuáción expondtemos, nos parece acertada la
tesis de Lozoya:
«El conde de FloricÍablanca fue, entre los gobernantes euro­
peos, acaso el que con mayor premura reaccionó contra esta situa­
ción insólita en el país vecino. El no era, como Roda y Aranda, un
sectario seguidor de los filósofos franceses. Devoúsimo de la ins­
titución
real, había cumplido, en el asunto de la exiinción de la
Compañía de Jesús, exactamente las instrucciones que dimanaban
de la regia potestad. Ahora veía que, con el enorme prestigio de
Francia, la nueva política alcanzaría una peligrosa difusión y que
su sistema quérido, el "despotismo ilustrado", corría gran peli­
gro» ( 488 ).
El peligro para España era mucho más exterior que interior.
Los ambientes contagiados
pot los principios · revolucionarios eran
mínimos y no populares. Prueba de ello es que hasta casi veinte
años después
no sé manifestaron públicamente esos principios y
aun sin ningún eco en el pueblo. La responsabilidad
de florida­
blanca fue la de colaborador entusiasta en una política que, si en
él no
estabá inspirada por el odio anticatólico de los fil6sofos, que
no lo fue nunca del modo que lo fueron Roda o
Azara, ni tam­
poco manipulado por ellos como Aranda, espíritu incapaz de toda
filoso/la aunque orgullosísimo de los halagos de ésta, le hizo pres­
tar su activa colaboración pata derrumbar los baluartes que el ca­
tolicismo había levantado contra la Revolución que era aún más
anticatólica
que antimonárquica.
Y creo que no se puede sostener que se
limitó a ha= lo que
el rey quería, lo que no es disculpa bastante. Porque compartió
de todo
corazón los principios regálistas si bien, con los años, los
atemperó
muy considerablemente.
Lo cierto
es· que los sucesos de Francia, cada vez más graves,
(487) MENñNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, págs. 533-534.
(488) LozoYA: Op. · cit., V, pág. 329.
792
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III. EL REINADO DE CARWS IV (I)
y la ausencia de una decidida política de colaboración de las mo­
narquías para salvar el trono y la persona de Luis XVI, llevaron
a Carlos IV,
seguramente por influjo de María Luisa; que encon,
traba
al conde muy poco proclive hacia su Godoy, a intentar una
nueva política conciliadora con la
Revolución que personificaría
Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, jefe del partido
aristocrático
-¡ qué ceguera en tantas ocasiones la de la aristocra­
cia!-'-, también llamado aragonés por su jefe, adversario decidi­
do y declarado de Floridablanca.
La caída de este
último fue mucho más que eso y se convirri.ó
en persecución y cárcel ( 489 ). Sobre su pasterior evolución ava­
lan cuanto. hemós dicho tanto el testimonio de Martínez Quintei­
ro ( 490), cuando señala que
el manifiesto de Quintana, de 26 de
octubre
de 1808, «había despertado las iras de Floridablanca, en­
tonces presidente de la Junta (Central), que obligó a tachar de él
la palabra Cortes» (491) y al constatar que mientras vivió preva-
(489) ToRENo,. Conde de: Historia del levantamiento, guerra y .revo­
lución de Éspaña. BAE, Madrid, 1953, pág. 133; Gó1'!EZ DE 1.4 SEENA, Gas.
par: Jovellano_s, el español perdido, 1, Sala,· Madrid, 1975, pág. 276. G6-
mez de la Serna atribuye la caída a haber revelado Floridablanda a Carlos
IV los amores de María Luisa con Godoy. Toreno también culpa a Go­
doy de la caída. Seco, en cambio, le exculpa y hace caer la responsabili­
dad de su persecución en Aranda. Cfr. el Estudio preliminar de Muriel:
op. cit., I, pág. xxr, tesis que eonfuma en Godoy ... , págs. 27-28 y 49-50;
si bien sus palabras. nó resultan demasiAdo convincentes pues si paras él,
-c apresuro a poner en libertad a Floridablanca», pág. 49, lo que es induda­
ble es que Seco tiene un extraño concepto dé lo que es apresurarse, ya
que de noviembre de 1792, fecha en la que Godoy llega al poder hasta
abril de 1794, en la que Floridablanca sale de la prisión, transcurre nada
menos qU.e año y medio. Cfr., también, MuRIEL: Op. cit;, I, págs. 9_0-94;
MoR DE Fummis, José: Bosque¡i/lo de su vida. BAE, Madrid, 1957, pá.
gina 377; ALCÁZAR, Cayetano: «España en 1792. Floridahlanca. Su derrum­
bamiento del -Gobierno y sus procesos-·de _responsabilidad política»·, eh.
Revista de Estudios Politicos, septiembre-octubre de 195~, núm. 71.
(490) MARTÍNEZ QuINTEIRO, María Esther: Los grupos liberales antes
de las Cortes de Cá'diz. Narcea; S. A. de Ediciones, Madrid, 1977.
( 491) MARTÍNEZ QmNTEIRO: Op. cit.¡ pág. 87.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOJ leci6 en la Central el partido conservador ( 492), como 'et de Egi'.
do: «Su testamento polltico, redactado en la soledad inmediata a
su caída (1792), es
un manifiesto en pro de la utilidad del cami­
no realista segui_do .en las relaciones con Roma» (493).
El gobierno del conde de Aran da: 1792;
Por fin el controvertido Pedro Pablo Abarca de Bolea (1718-
1798) consigue desalojar del poder a su
enemigo político Florida­
blanca
y; lQ que era más importante para él, hacerse cargo del go­
bierno. La situaci6n francesa era cada día más grave y España in­
tenta
ahora la política conciliadora que ya se continuará, con el
intervalo de
la guerra contra la República, en todo el reinado de
Carlos IV. Y con pésimas consecuencias.
El conde era ya un anciano y con historia sobre sus espaldas .
. ¿Regalista, enciclopedista y mas6n? Sobre su regalismo exacer­
bado nadie abriga la menor duda
y fue uno de los protagonistas
ponsabilidad de la ejecuci~n material de la medida.
Sobre su impiedad
y enciclopedismo, recientemente se han
suscitado dudas que contradicen una constante opini6n susten­
tada hasta ahora. Así, José María García Escudero, en su recen­
si6n de la Historia de España y América (tomo X, 1 y 2), dice:
«Se salva a Aranda de. las acusaciones de inas6n y enciclopedis­
ta, fue sincero cat61ico y espafiol, de ningún modo un revolu­
cionario» ( 494).
Esta es una tesis realmente nueva que no sorprende especial­
mente en García Escudero, que ha defendido casi todo a Io lar-
(492) MARTÍ!'IEZ QóINTEIRO: Op. cit., pág. 205
(493) EGmo: El ,regalismo ... , pág. 161. Cfr., también: ALCÁZAR Mo-
1.INA, Cayetano: «Ideas· políticas de Floridablanca. Del despotismo ilustra­
do a la Revolución francesa y Napoleón (1766-1808)», en Revista de Es­
tudios Pollticos, Madrid, 1955, núm. 79, págs. 35-66 y FERNÁNDEZ DE LA
CiG<>ÑA, Francisco José: «La -versatilidad de los políticos españoles», en
Raz6n Española, junio, 1984, núm. 5, pág. 24.
(494) Ya, 29 de julio de 1984.
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III. EL REINADO DE CARWS IV (I)
go de su vida y que choca abiertamente con las palabras de Me­
néndez Pelayo: «De la impiedad deJ conde de Aranda y de sus
relaciones _con los enciclope La cuesti6n merece un más detenido examen porque nos en­
contrarnos con la posibilidad de que, por primera vez, en siglos
de historia de Espana, el responsable del Gobierno de la naci6n,
bajo el
rey católico, fuera un abierto enemigo no ya de Roma o
el papado sino incluso
de la misma religión de Jesucristo aun
entendida ésta con todas
las salvedades que pueden notarse en
jansenistas o regalistas.
Dejando al margen una
vez más las íntimas convicciones de
las personas que, de no expresarse, no pueden ser juzgadas en el
tribunal de
los hombres, sería injusto calificar de impíos a nues­
tros monarcas que tuvieron düicultades con Roma. A Carlos I,
a Felipe
11, a Felipe 'IV, a Felipe V, a Carlos 111. En incluso,
posiblemente, a un Wall o a un Grimaldi. Pero, ¿ocurre lo
mís­
mo con Aranda?
Menéndez Pelayo nos
da cumplida referencia de las relacio­
nes del conde con Voltaire y 1os enciclopedistas (496):
«Aunque
los nombres propios (leemos en el Diccionario fi­
los6fico) no sean objeto de nuestras cuestiones enciclopédicas,
nuestra sociedad literaria se ha creído obligada a hacer una ex­
cepción en favor del conde de Aranda, presidente del Consejo
Supremo de España y capitán
generál de Castilla la Nueva, el
cual ha comenzado a cortar la
cabeza de la hidra de la foquisi­
ci6n. Justo era que un español librase la tierra de este monstruo,
ya que otro español le había hecho nacer (Santo Domingo ... ). El
conde de
A.randa que es excelente jinete, empieza ya a limpiar
los establos de Augfas de la caballería española. Bendigamos al
conde
de Aranda, porque ha limado los dientes y cortado las
uñas al
monstruo» (497).
«En prosa y en verso no
se cansó Voltaire de celebrar a
(495) MENÉNDEZ Pl!LAYO: Op. cit.; 11, pág. 561.
(4%) MENÉNDEZ Pl!LAYo: Op. cit., II, págs. 559-566.
(497) VoLTAIRE: Oeuvres completes, ed. de 1820 de 1a imprimerie
Carez, t. 32, pág. 421, citado por Menéndez Pelayo, 11, pág. 561.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ. DE LA CIGONA
Aranda» ( 498 ). Le compara a Alcides, «domador de los leones y
de la hidra» ( 499 y, seg6n el santanderino, Arando «quedó en­
cantado de verse
comparar en términos tan retumbantes con el
hijo de
Alcmena» (500). Los elogios de Voltaire, con lo que el
personaje suponía en la conspiración anticristiana, son harto sos­
pechosos y no cabe que . estuvieran motivados solo por los bue­
nos vinos con, los que el conde adornaba su mesa (501). Y el
hecho de obsequiar a Voltaire era ya de por sí demasiado signi­
ficativo.
No faltará historiador que ensalce
la perspicacia del conde,
enviando
Aranda nuestras producciones como inteligentísimas me­
didas diplomáticas para abrir mercados dada la posición del pa­
triarca de Verney y su influjo en la sociedad francesa. Pero creo
que es rizar el rizo de la incongruencia. Porque nada de eso se
'pensaba entonces. Aranda admiraba a Voltaire y le encantaba su
benevolencia.
Y eso lo dice todo.
Me parece justísimo el comentario
de Menénde:, Pela yo:
«Bien dice el Príncipe de la Paz en sus Memorias que a Aranda
le embriagaron los elogios de los enciclopedistas, que se habían
propuesto reclutarle para sus doctrinas, y que adoptó sin examen
cuanto de malo, mediano
y bueno ( ¿qué entendería por bueno
don Manuel Godoy?) (502) había producido aquella secta» (503).
«
Y siendo hombre de tan terca voluntad como estrecho en­
tendimiento, oyó a los franceses como oráculos, fue sectario fa­
nático y adquiri6, más que "ia ciencia, la ambición y los ardores
de la t!scuela» (504 ).
«A Carlos III llegó a hastiarle tan desembozada impiedad, y
(498) MENÉNpl!Z l'ELAYO:. Op. cit., II, pág. 561.
(499) VOLTAIRE: Op. cit., Poésies, t. 4 (1821), pág. 172, citado por
Menéndez Pelayo, JI, pág. 561.
(500) MENIÍNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 562.
(501) VoLTAIRE: Op. cit., Poésíes, t. 2, pág. 50~, citado por MENÉN­
DEZ l'ELAYO, JI, pág. 562.
(502) La nota es de MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 563, y la
suscribimos enteramente.
· (503) MENÉNDEZ PELAYo: Op. cit., II, pág. 563.
(504) MENIÍNDEZ l'ELAYO: Op. cit., JI, pág. 563, que sigue a GODOY.
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!JI, EL REINADO DE CARLOS IV (1)
sin duda por eso le mantuvo casi siempre lejos de la corte, en
la embajada de París, donde trató familiarmente al abate Reynal
y a D' Alembert, que acabaro11-de volverle el juicio con sus. elo­
gios» (505). Con lo que la perspicacia de Garlos III no queda
en demasiado buen lugar,
ya que no podía haber elegido emba­
jada más acorde
para los propósitos revolucionarlos que aquella a
la que envió
al aristócrata aragonés.
Los elogios
de Rousseau (506), Langle (507), Voltaire (508),
son significativos al respecto: «Contra Arando se recibieron cua­
tro denuncias en la Inquisición y aun resultó complicado en el
proceso de Olavide, pero su alta dignidad
le escudó, lo mismo
que a Azara, tan volteriano en sus cartas, a Campomanes y a
Roda» (509).
«El volver de los sucesos castigó. providencialmente a Aran­
da en tiempos de Carlos IV. Apasionadísimo por la causa de la
República francesa, tuvo
en Aranjuez, el 14 de mayo de 1794,
áspera disputa con el omnipotente Godoy,
y, dejándose llevar
de su ruda y aragonesa sinceridad, única condición que le hace
simpático, dijo durísimas verdades al privado
en la presencia mis­
ma del rey. Aquella tarde, y con el mismo arbitrio y despótico
rigor con que
él había tratado a los jesuitas, fue e,opulsado de la
Corte
y conducido de castillo en castillo hasta su villa de Epila,
donde mutió
confinado en 1798. ¡Cuán inapelables son los ca­
minos del Seño~!» (510).
Nuevo caso de persecución de Carlos
IV a . uno de sus más
directos colaboradores. Notable contradicción de este rey que era
una buena persona y que, sin embargo, resultó el más cruel amo
que tuvieron _los servidores del despotismo ilustrado. Florida­
blanca,
Arando, Jovellanos, Cabarrus, Urquijo, Mazarredo, Saa-
(505) MENIÍNDEZ l'ELAYo: Op. cit., ll, pág. 563.
(506) MENÉNDEZ l'ELAYo: Op. cit., JI, pág. 563.
(507) MENllNDEZ l'ELAYO: Op. cit., Il, pág. 563.
(508) MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, págs. 564-565.
(509) MENIÍNDEZ l'ELAYó: Op. cit., II, pág. 565.
(510) MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 565.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOJ.'IA
vedra ... Ni Fernando VII se produjo con sus colaboradores como
aquella última reliquia
de la Ilustración.
Curiosa situación, para los historiadores de
hoy de determi­
nada escuela, la de aquella época en la que, ensalzando las per­
sonalidades de los
perseguidos mantienen, al mismo tiempo, la
defensa del perseguidor.
Porque, sostener a Jovellanos, o

a Aran­
da, o a Florida blanca, o a Urquijo, debería suponer,
en pura ló­
gica, condenar a Carlos IV y también a Carlos 111, del que el
hijo fue solo el continuador aunque, es necesario reconocerlo, con
bastante menos categoría personal. Pero es racionalmente imposi­
ble defender a unos y al otro. Personalmente sostengo que a nin­
guno.
La tesis de Menéndez Pelayo coincide, no es de extrañar, con
la de la Fuente, _ aunque éste reconoce en Aranda «ciertos prin­
cipios de probidad y honradez» (511). Seco (512) resalta .la com­
placencia de Aranda con los revolucionarios franceses (513 }, su
«escasa
fe en la causa monárquica y católica» (514) y su oposi­
ción a
la guerra con francia (515). Señala, asimismo, su condi­
ción de masón (516
}. Mude! nota cómo los franceses le creían
afecto a la revolución (517), aunque
rechaza su revolucionaris­
mo (518), siendo de los autores más proclives a Aranda. Sarrailh
habla de su protección a Urquijo en
sus dificultades con la In­
. quisición (519), de su inteligencia con Voltaire (520) y de sus
incliruiciones galantes y su impiedad (521).
Las
Memorias ... , tan citadas, que tienen el valor de ser con­
temporáneas, nos dicen que «había en este. país un hombre que
(511) F'tn!NTE: Op. cit., I, pág. 77.
(512) SEco: Estudio· preliminar ... , pág. 1.
· (513) SEco: Estudio preliminar ... , pág. _XXII.
(514) Snct>: Estudio preliminar ... , pág. XXIII.
(~15) SECO: Estudio preliminar.;., _págs. XXII y xxnr.
(.516) SEco: Estudio preliminar.,., pág .. XXIII.
(517) MURIEL: Op. cit., 1, pág. 97.
(518)
MURIEL: Úp. cit., l, pág. 99.
(519)
SARRAILH: Op. cit., pág. 303.
(520) SARRAILH: Op. cit., págs. 315-316.
(521) SARRAILH: Op. cit., págs. 364-365 y 618-620.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
favoreció completamente sus. miras (las de Choiseul): el conde
de Aranda, honrado con la confianza de
su amo, era un acalorado
partidario de la filosofía, de la
que Voltaire le llamaba el favo­
rito» (512). Seco nos refiere que en su cargo de embajador en
París fue «objeto
de toda clase de halagos por parte de los hom­
bres más brillantes del enciclopedismo francés» (523 ), nos habla
de. su feroz oposición a Floridablanca (524) y cómo los jacobi­
nos le tenían por suyo (525). Aun perdido el gobierno, que
por
fin asume Godoy, «sostenía ideas conciliadoras con Fran­
cia» (526), con la Francia
ya. regicida. Y, en opinión no dema­
siado académica de Seco, «el viejo amigo de Voltaire deja ver
la ore;a descaradamente» (527);
Creo que
su enciclopedismo es inapelable. ¿Fue también ma­
són? Ferrer Benimclli, tan inclinado siempre en favor de la .ma­
sonería (528), representa las tesis exculpatorias. No era esa la
opinión de Godoy, que
se deshizo definitivamente del molesto an­
ciano acusándole de vinculación a «sociedades ... e ideas contra­
rias
al servicio de Su Majestad» (529). «Fundada o no, continúa
Seco --que eso es otra cosa-, la acusación de Godoy parece
apuntar veladamente
-aunque no quiera verlo así el jesuita Fe­
rrer Benimi<;li (sic)-a la masonería. Ferrer Benimieli (sic) ha
demostrado que no tiene fundamento el tópico que hace del con­
de Gran Oriente español¡ no ha podido dejas tan claro que la
(522) Memorias ... , III, págs. 93-94.
(523) Saco: Godoy ... , pág. 21.
(524) SECO: Godoy ... , págs. 28-29. C&. también ÜLAECHEA, Rafael:
El conde de-Aranda y el partido aragonés. Departamento de Historia Con~
temporánea. Facultad de Filosofía y Letras. Zaragoza, 1969.
(525) Saco: Godoy ... , pág. 29.
(526) SECO: Godoy ... , pdg. 55.
(527) Saco: Godoy ... , pdg. 57.
(528) FERRER BENIMELLI, José ~tonio: La, ma¡onería en el siglo
XVIII. Madrid, 1974; IDEM: Masonería, lglesia·e Ilustraci6n. Un conflicto
ideológico-polltico-religioso, 4 vols., Madrid, 1976-1977; lnEM: La masone­
ría ·en el siglo XVIII. ¿Fund6 el conde de Manda el Grande. Oriente de
España? Historia '16. Extra, Iloviembte, 1977
(529) Soco: Godoy ... , pág. 61.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOIM
secta careciese de identidad en España antes de la Guerra de la
Independencia, y mucho menos que Aranda careciese en absolu­
to de vinculaciones con
ella -habida cuenta de sus estrechas re­
laciones con el enciclopedismo francés, trabadas durante su larga
estancia en París y en
Versalles-» (530).
Una
vez más los monarcas elegían los gobernantes menos a
prop6sito no ya para defender la Iglesia sino sus mismos tronos.
El brevísimo gobierno de Aranda no conoció espectaculares cho­
ques con Roma. La preocupación del momento estaba . en París
y en la suerte, cada vez más angustiosa de Luis XVI. Pero el
talante seguía siendo el tnismo. Señalemos ,al respecto la tninicri­
sis provocada por la publicación en Italia del libro de Spedalieri,
Dei diritti del/' uomr> (531 ).
Pedro Manobel y Prida, prologuistas y comentarista de la obra,
nos refiere
cómo la edición de 1842 es la primera españolá del
libro de Spedalieri que, .«apenas apareció, fue sepultado» (531),
hasta
el punto que el más tarde cardenal Inguazo no consiguió
leerlo hasta fines de 1813 (533).
Un religioso trinitario, catedrá­
tico
de Salamanca, que lo tradujo y quiso publicar en el Trienio
Liberal
se vio impedido de hacerlo al rest~urarse el absolutis­
mo en 1823, y no solo no consiguió su propósito sino que éste
«le acarreó mil disgustos, trabajos y sinsabores, a que sucumbió
por último» (534
).
Femando VII no hacía más que imitar en ello la conducta
(530) SECO: Godoy ... , pág. 61.
(531) SPEDALIERI, Nicolás: Influencia de la religi6n cristiana en.la es­
tabilid..ad de los gobiernos· y felicidad de los pueblo~._ Esta obra comprende
los. seis libros de Los Derechos del Hombre,· escritos en italiano, y publi­
cados en Asís por el abate Nicolás Spedalieri en el año 1791. Traducidos al
español por un individuo de la Universidad de Salamanca, las da a luz hajo
el título arriba expresado, con algunas .notas y un apéndice en el toino se­
gundo sobre «Los límites de las dos potestades»
el presbítero don P. M.
y P., residente en la
·misma ciudad. Salamanca, año de 1842, Imprenta Nue­
va de .don Bernardo Martín, 2 vols.
(532) MANoBEL Y l'RIDA, Pedro: Pr6logo a Spedalieri: I, 17.
800
(533) MANOBEL: Op. cit., I, pág. 17; INGUANZO: Op. cit., I, 140.
(534)
MANOBEL: Op. cit., I, pág. 17.
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Ill. EL REINADO DE CARLOS W (l)
de su padre. Azara había informado, nada más aparecer el libro,
que .~se ha impreso con la orden y aprobad6n del Papa, quien
autoriza así
un libro que hace la guerra a todos los soberanos;
que el partido ;esultico es quien ha trastornado la cabeza del
Papa hasta este punto; y que en vista de todo ello en Roma
hablan .con desenfreno contra la autoridad de los monarcas» (535).
«Azara había aconsejado
una reacción finne por parte · del
gobierno
de Madrid» (536) y pedía una demostración seria con
el nuncio y que se impidiera la entrada de la obra en Espa­
ña (537) .. En cuanto al control aduanero siguió el Gobierno pun­
tualmente las recomendaciones de su embajador
y respecto a
las medidas contra el
nuncio, Barcak opina ,que de alguna ma­
nera se le debió-.hacer notar el disgusto de la corte (538).
Lo cierto es que el cardenal Ippolito Vincenti (539) no
guardó buen recuerdo de su paso por España y Azara informaba
algún tiempo después de su lllala voluntad hacia · todo lo que
tenía relación con nuestra patria (540 ). -
La nunciatura de Vincenti, arzobispo de .Corinto, duró desde
1785 (20 de agosto), según
Fernández Alonso .(541) o desde
1786, según Olaechea (542), hasta 1794. Pero antes, como
audi­
tor, llevó el peso de los negocios eclesiásticos en los cinco. años
largos en que la nunciatura estuvo vacante, .hasta la llegada de
Luigi Valenti-Gonzaga, debido ·a los· roces con Roma a causa del
Monitoria de Parma, el arreglo del Tribunal de la Rota y otros
asuntos (543): Tenía motivo para no guardar buen recuerdo de
nuestra patria.
(535) BARCALA: Op. ¡;it., pág. 173.
(536) BARCALA: Op. cit., pág. 70.
(537) BARCALA: Op. · cit., pág. 70.
(538) BARCALA: Op. cit., pág. 71.
(539) Vrnc!iNTI MARERI, G.: Un .diplomatico del secolo XVIII: Ippo­
lito Vincenti. Milán, 1931.
(540) BARCALA: Op. cit., pág. 71.
(541) FE~ÁNDEZ ALONSO, J.: Nunciatura,· en Diccionario ... , 111, pá.
gina 1¡786.
(542) ÜLAECHRA: El cardenal ... , pág; 273.
(543)
ÜLABCHRA: E/ ,cardenal ... , pág. 273.
so1 I
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
¿Qué contenía el libro de Spedalieri para levantar tanta
oposición?
Según Manobel, «haciendo ver de un modo sensible
y
palpable por qué medios, con la ruina de la Religión, se ha
realizado la de los Estados, y cómo las revoluciones civiles (nó­
tese que estamos
apenas a dos años de la Revolución francesa
cuando Spedalieri publica su libro), son puros
efectos naturales
de las atrevidas innovaciones hechas en la primera ( en la Reli­
gión)» (544).
Y estos medios son, en el resumen de Manobel:
l.º «la li­
cencia y modo de pensar y juzgar de la Religión» (545); 2.0 el
«desconcierto de la autoridad de la Iglesia·
a la que insultan con
descaro, haciéndose los súbditos jueces
y censores de sus deter­
minaciones» (546);
3.º el oscurecimiento y falta casi absoluta
del culto externo (547),
«Ilamando piedad sólida e ilustrada Ia
casi total abolición del culto» (548); 4.0 «la depresión de la
autoridad episcopal
... sujetándola a la soberanía temporal» (549);
5;º «la invasión de los bienes eclesiásticos» (550); 6.º «la repro­
bación
de los institutos regulares» (551); 7 .º «el plan concertado
para destruir la Religión y los Gobiernos» (552);
8,º «el favor
dispensado a la hipocresía
jansenística» (553 ); 9: «la tolerancia
de las sectas» (554 ).
Tenemos sefialados con toda precisión los rasgos que veni­
mos denunciando en las monarquías absolutas del siglo
XVIII:
regalismo, jansenismo, filósofla ..• Si la enumeración del sacerdo­
te salmantino no bastase para indignar al regalismo imperante,
el texto
de Spedalieri tenía que resultarles inadmisible. No es
(544) MANoBEL: Op. cit., I, pág. 11.
(545) MANoBEL: Op. cit., I, pág. 11.
(546)
MANoBEL: Op. cit., I, pág. 11.
(547)
MANoBEL: Op. cit., I, pág. 11.
(548) MANoBEL: Op. cit., I, pág. 11.
(549)
MANoBEL: Op, cit., I, pág. 12.
(550) MANoBEL: Op. cit., I, pág. 12.
(551) MANOBEL: Op. cit., !, pág. 12.
(552) MANOBEL: Op. cit., I, pág. 12.
(553) MANOBEL: Op. cit., I, pág. 12.
(554) MANoBEL: Op. cit., I, pág. 13.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
.
el · caso de analizar exhaustivamente la obra. Nos limitaremos a
mencionar
el capítulo XIV del libro l (555) que se refiere a las
obligaciones
y derechos del principe. ¡Como si aquellos prínci-
pes absolutos tuviesen obligaciones!
' ·
Spedalieri sostiene que «el Principado es por la Sociedad
civil, no
la Sociedad civil por el Principado» (556); Con lo que·
no
hace más . que recordar el viejo axioma de que son los reyes
para los pueblos
y no los pueblos para los. _reyes. Por ello, «el
deber general del príncipe
es emplear cuanto tiene, como prín­
cipe, en utilidad
de su pueblo, y guardarse de dirigir el poder
en
su 'privada utilidad. Si él obrase de este modo, trastornaría
el orden de la naturaleza, y al fin verdadero sustituiría uno falso;
y desnaturalizando con esto el Principado obraría sin poder, sin
autoridad. Si procurase solamente el bien de algunos, siempre
sería ilegítima
su conducta» (557). ·
Estos rectos principios de derecho público, los únicos que
pueden conseguir la
felicidad de los pueblos, enloquecían a los
monarcas absolutos y a
sus corifeo, y los consideraban tan . pe­
ligrosos como los de la Revolución. Curiosamente, la Iglesia es­
taba mucho más cerca de lo que puede llamarse una sana demo­
cracia y de la defensa
de los verdaderos derechos del hombre,
a~í se titula el libro de Spedalieri, que ese despotismo ilustrado,
antecedente
y padre del liberalismo que, como dice Canals (558)
es «heredero del siglo XVIII» (559).
No me resisto a
dar cuenta de una graciosísima. anécdota
ocurrida con Spedalieri. Según refiere el
Espasa (560), en 1905
-en la fecha hay un error pues fue algo antes-, el gobierno
laico y anticatólico de Zanardelli, con el apoyo de Crispí y la
masonería italiana, decidió que por suscripci6n popular se eleva­
ra un monumento
al clérigo Spedalieri, a quien sin duda con-
(555) SPBDALIERI:Op. cit., I, págs. 100-113.
(556) SPBDALIERI: Op. cit., pág. 102.
(557) SPEDALIERI: Op. cit., l, págs. 102-103.
(558) CANALS VroAL: Francisco: Cristiano y Reooluci6n. Speiro, 1986.
(559) CANALS: Op. cit., pág. 37.
(560)
Espasa. Vol. LVII, pág. 777.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
sideraban, dado el título de su obra, rebelde al pontificado y
defensor de los derechos del hombre tal y como se entendían en
sentido revolucionario.
Erigida la estatua, estaba a
,punto de inaugurarse cuando el
profesor Baltasar Lahanca en el Giornale d'Italia y en la Rivista
d'Italia .publicó sendos artículos esclarecedores de la personali­
dad del sacerdote Spedalieri
y de su acrisolada ortodoxia ,puesta
al servicio del Romano Pontífice.
La consternación oficial fue
inimaginable
y el monumento permaneció cubierto en la plaza
de Sao Andrés
del. Valle, donde no se. si continuará todavía, sin
que nadie osara inaugurarlo.
Por fin, aote tao anómala situación, un año después, de
madrugada, sin representación oficial alguna
y aote la presencia
de agentes de policía, fue descubierta
la estatua y quedó expuesta
aote
el pueblo romaoo que; naturalmente, cien años des_pués de
la ,publicación del libro,
ignotaría absolutamente quién era Ni­
colás Spedalieri.
Posiblemente
sea el. único caso en que la Revolución haya
erigido
un monumento a un personaje absolutamente contrarre'
volucionario. Pero la conspiración del silencio ha dado sus fru­
tos. Y autor tao poco sospechoso como el dominico Guillermo
Fraile, en su excelente
Historia de. la Filosofia, ni siquiera le
menciona.
El primer gobierno de Godoy: 1792-1798.
Ya tenemos
al favorito de la reina al frente del Gobierno.
Con veinticinco años, sin experiencia
alguna, se le entregao las
riendas del inmenso imperio español.
La ejecución de Luis XVI
supone
la guerta con Francia que es ásumida por el pueblo. es­
pañol como una cruzada religiosa (561).
La Iglesia española se volcó • en la tarea de encender los
ánimos para el combate con los ateos fraoceses. Quizá la figura
más señalada a este respecto fuera la del beato Diego José de
{561)· MuruEL: Op. cit., I,· págs . .152. y sigs.; LozoYA: Op. Cit., V,
págs. 336-348; Eoroo: El regalismo: .. , págs. 246-247.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
Cádiz (562 ), apóstol de la guerra en su obra El soldado católico
en la guerra de religión. Casta instructiva ascético-histórico-po,
lltica,
en que se propone a un soldado católico la necesidad de
prepararse, el modo con que lo ha de hacer y con que debe ma­
ne¡arse .en la actual guerra contra el imp!o partido de la infiel,
sediciosa
y regicida Asamblea de la Francia. El título no precisa
más comentario. Y dadas sus condiciones eficac:ísimas de l)'.Úsio­
nero popular es de suponer su. participación en . tal empeño en
numerosos sermones que
inflamarían en ardor patrio y religioso
a los
concunentes (563 ).
El más tarde afrancesado Fr. Miguel de Santander (564), los
obispos Lorenzana y Armañá se alinearon en el mismo senti­
do (565),
y el primado éontribuyó generosamente a los gastos
de
la guerra (566). Y todo hace suponer que el resto de los
obispos harían
lo mismo.
Pero, según
Seco (567), ni este fue un momento de popu-
(:562) lIERRERo.: Op. cit., pá¡¡s. 142-147 (la parcialidad de Herrero
hace que el epígrafe dedicado al capuchino haya que tomarlo con. las mis­
mas prevenciones que el resto de la obta); AsPURUZ, L. de: Cádi~, Diego
José de, en Diccionario ... , I, págs. 301-302.
(563) Sobre las extraordinarias dotes del capuchino para arrastrar mul­
titudes, creemos que unos versos de Joaquín de Mora, «nada sospechoso
de parcialidad porque era volteriarw• (MAllTi: La Iglesia ... , pág. 150), re­
flejan perfectamente el especial ambiente que creaban sus predicaciones:
« Yo vi aquel fevoroso capuchino. I Timbre de .Cádiz, · que con voz sono­
ra, I al blasfemo, al ladrón, al asesino I fulminaba senteocia aterradora. I
Vi: en sus miradas resplandor divino I con que angustiaba al alma pea.do­
ra, I y diez mil compungidos penitentes / · _estallaron én lágrimas ardien­
tes. / Le. vi clamar perdón al trooo augusto, ! gritando humilde: "No lo
merecemos", / y temblaban . cual leve B.or de arbusto I ladrones, asesinos
y blasfc,:mos: / y no· reinaba más que horror y susto /. de la an<;hurosa pla­
za en los extremos, I y en la escena que fue de impuro. gozo"' l solo se
. gina 150. Y así debió ser.
(564) EGmo: El regalismo ... , pág. 247.
(565) EGmo: El regalismo ... , pág. 247.
(566) ÜLAECHEA: El cardenal •.. , págs. 106-107.
(567) SECO': Godoy ... , págs. 63-64.
805
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
laridad de Godoy. El pueblo, percatado de las escandalosas ra­
zones de su increíble encumbramiento, aun sintonizando plena­
mente
con la decisión del valido de invadir Francia, esa Francia
culpable de regicidio pero sobre todo de ateísmo e impiedad,
no perdonaba
la acumulación de honores obtenida por tales me­
dios (568).
La guerra terminó desastrosamente, con España invadida,
lo que hizo que decayera considerablemente el entusiasmo .po­
pular. La paz de Basilea cerró este capítulo que solo a Godoy
produjo dividendos.
Y a que aquel tratado que concluía una de­
rrota sin paliativos, proporcionó al ,favorito, de la obtusa gene­
rosidad de Carlos IV, . el título de Príncipe de
la Paz.
De este primer gobierno de Godoy y en la perspectiva que
nos ocupa de las relaciones Iglesia-Estado, podemos señalar
di­
versas muestras de · escaso afecto a Roma aunque ninguna de
ellas tuviera notas tan escandalosas como
las estudiadas en los
días de Carlos 111 u otras que más tarde se · referirán.
Entre ellas,
la más importante, su oposición a que pudiera
circular en España
la bula Auctorem fidei con lo que ello supo­
nía de apoyo al jansenismo pistoyano• (569) y de menoscabo de
la autoridad pontifida a la que se impide pueda hacer llegar a los
obispos y a los fieles las decisiones dogmáticas de la cabeza
de
la
Iglesia.
Heredó Godoy de Aranda el asunto
Spedalieri y se limitó a
mantener las prohibiciones sobre el libro, aunque.
se mostró más
deferente con el nuncio apostólico (570). Lo que quizá se debiera
más a un calculado propósito de no buscarse nuevos enemigos,
pues nunca
fue el imbécil que algunos pintaron, que al deseo de
mejorar las relaciones con
la silla apostólica.
Porque
la política antirromana seguía su curso. Y si Pío VI
quería agradecer a
los obispos · españoles la caridad desplegada
con
los sacerdotes franceses huidos de su patria, tenía que limi-
(568) SBco: Godoy ... , págs. 64, 80 y sigs., 92:93.
(569) BARCALA: Op. cit., págs. 85 y sigs.
(570) BARCALA: Op. cit., pág. 73.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
tarse a hacerlo al primado por temor al exequatur (571 ); Pero
aun esta solución pareció
al monarca que quebrantaba sus rega­
lías. Y los «palmetazos»
al Pontífice no solo regocijaban a Aza­
ra, que se felicitaba por todo lo que, «hiriendo la sandez del
Papa» (572),
reafirmara el regalismo impetante, sino también
á Godoy (573 ).
La Inquisición, por instrumentalizada que estuviera al servi­
cio del soberano, seguía siendo objeto directo de
los ataques de
todo é.e magma que hemos llamado
jansenismo, en el sentido am­
plio del término al que nos referimos. Godoy se apuntó en esa
línea al nombrar Inquisidor General a Manuel
Abad y Lasierra,
persona de ideas harto sospechosas; a Lorenzana, que pese a sus
antecedentes, no salió del gusto del favorito y
al indignísimo Arce.
Otras medidas restrictivas del Tribunal le
merecieron encendidos
elogios de Jovellanos y Meléndez Valdés (574). Pero
la Inquisi­
ción, en sus postrimerías, merece algo más de espacio y le de-
dicaremos un epígrafe. .
Otro punto singular en el reinado de Carlos IV, y con direc­
ta referencia a nuestro terna, es el de las forzadas renuncias epis­
copales, prueba palpable,
una más, de la intromisión civil en
cuestiones puramente eclesiales. Y hay que hacer notar que
los
obispos forzados a renunciar habían sido nombrados por el mis­
mo rey que ahora los reprobaba o por su· padte, cuya política re­
ligiosa seguía al pie de la letra. No puede extrañamos tal acti­
tud, pues,
deslizándose por este camino de imprevisibles conse­
cuencias, el rey, que era quien todo lo cubría, aunque bien sa­
bemos que con esas palabras hay que entender a María Luisa
y Godoy, terminaba
dispouiendo de las mitras como de las capi­
tanías generales y los ministerios. Y estos hombres eran quienes
no
se cansaban de reclamar contra la dominación del papa sobre
los
obispos en menoscabo de sus «facultades originarias» usur­
padas por Roma.
(571) BARCALA: Op. cit., pág. 73.
(572)
BARCALA: Op. cit., pág. 73.
(573) BARCALA: Op. cit., pág. 74.
(574)
SEco: Godoy ... , págs. 109-110.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
No era nuevo el empeño, pues ya hemos visto lo que ocurrió
al .obispo de Cuenca
e:ri tiempos de Carlos III. Y, también con
ese monarca, tuvo lugar la renuncia del obispo de Barcelona, Cli­
ment. Pero en la época de Carlos IV estos hechos alcanzaban ya
particulares cotas de escándalo. Las más, llamativas fueron las de
tres notori_os amigos de la situación en diversos· momentos de sus
vidas, aunque uno de ellos estuviera ya muy de_ vuelta de su an­
terior regalismo. Me refiero al arzobispo de Valencia ( 177 3-
1795), Fabián y Fuero, víctima «del exacerbado regalismo de Go­
doy» (575), que intentó
en vano resistirse a -la exoneración, al
arzobispo de
Sevilla (1795-1799), Despuig y Dameto (576) y al
arzobispo
de Toledo (1771-1800), cardenal Lorenzana (577). Las
ptimeras sedes de la nación quedaban así sometidas al capricho
de los
diversos ministros del rey. Aunque estas tremendas me­
didas, que de proseguirse dejarían a la Iglesia absolutamente
sometida a
la autoridad civil, se convalidaban por el nombra­
miento
amónico del sucesor, a lo que Pío VI y Pío VII, con
más o menos gusto se prestaron, la puerta estaba abierta a to-_
das
las designaciones de obispos intrusos que en el siglo siguien­
te sería arma favorita del liberalismo
contra la Iglesia.
En esta misma línea, es preciso hablar de la extraña embaja­
da de los tres arzobispos (Toledo, Sevilla y Seleucia), Lorenzana,
Despuig y Múzquiz, que Godoy envió a Italia «a consolar a
Pío
VI». Poco podemos decir sobre ella, salvo que el valido qui­
so deshacerse de los tres con ese extraño pretexto. ¿En qué le
molestaban en sus sedes? Olaechea, que
es quien más se ha ocu­
pado del tema, no da explicación convincente (578). El mismo
cardenal Lorenzana confiesa al embajador Azara que -no sabe a
lo que ha venido a Roma
pero sí que iba «en calidad de -deste­
rrado por Godoy» ( 579
).
(575) MllsTRE: Religión ... , págs. 621, 718-719; ÜLAECHEA: El carde-
nal ... , págs. 114-117.
(576) ÜLAECHEA: El cardenal ... , págs. 221-223.
(577)
ÜLAECHEA: El cardenal ... , pág. 359.
(578)
ÜLAECHEA: El cardenal ... , págs. 121-133.
(579)
ÜLAECH&A: El cardenal ... , pág. 128 .
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (1)
En la misma Roma causó asombro . la legación, siendo objeto
incluso de los famosos pasquines romanos. A la pregunta de:
¿ A qué han venido a Roma los arzobispos españoles?, se respon­
día: Vinieron a preguntárle al papa a qué han venido.
No está claro, pues,
el motivo del alejamiento. Menéndez Pe­
layo acoge la versión, después tan
extendida de la bigamia (580).
Según la cual, «el cardenal Lorenzana tuvo
en 1796 el valor lau­
dable de admitir rres denuncias que
otros tantos frailes le pre­
sentaron conrra
el Príncipe de. la Paz como sospechoso de biga­
mia y ateísmo y pecador público y escandaloso» (581). Despuig
y Múzquiz, que no era todavía obispo de Avila como le hace
Me­
néndez Pelayo (582), habrían apoyado y animado a Lorenzana
a seguir adelante con el proceso.
El arzobispo de Seleucia, Múz­
quiz,
podía ser en esta combinación pieza clave ya que era el
confesor de la reina.
A partir de
aquí aumenta la confusión. Llorente, «en narra­
ción novelesca y poco
crerble» (583), habla de cartas de Roma a
Despuig con
instrucciones a seguir, interceptadas por Napoleón
y entregadas al favorito. Pata Presas (584 ); la carta interceptada
sería de Lorenzana al papa.
Todo ello nos
parece poco verosímil. Además de que la bi­
gamia era absolutamente inexistente,
ya que nada tiene que ver
con
ella el adulterio y, para persona tan instruida como .Loren­
zana, ello era evidente. El ateísmo de Godoy lo creemos, asimis­
mo, difícil de sostener y los pecados públicos y el escándalo, cier­
tísimos,
si se referían a la reina no podían ser aireados y menos
por
tres ·eclesiásticos fidelísimos a la corona. Y si se referían a
Josefa Tud6
y Catalán, en 1807. condesa de Castillofiel, título
excesivo por títolo, por castillo
y por fiel, o al alguna orra seño-
(580) MENllNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 580-581.
(581)
MmmNDEz PEuyo: Op. cit., n, pág. 580.
(582) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., JI, pág. 580.
(583)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 581.
(584) PRESAS, José: Pintura de los males que ha causado a España el
gobierno absoluto. Burdeos, 1827, págs. 10 y_ sigs., citado por MENÉNDEZ
PELAYO: Op. cit., II, págs. 580-581.
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ra, nos parecen de poca entidad como para basar en él un pro­
ceso inquisitorial. No era
la ·corte española como la francesa de
Luis XV pero, si cualquier adulterio o cualquier relación sexual
entre personas solteras, como lo erau en 1796 Godoy y la Tudó,
acabarau en la Inquisión, ésta no daría abasto en sus actuaciones.
Lorenzana se había hecho molesto porque, muy de vuelta de
sus proclividades regalistas auteriores,
desempeñaba con dignidad
sus altísimos cargos de cardenal primado e Inquisidor general
que le colocaban en la cúspide de la jerarquía eclesiástica de la
nación.
Su insistencia en que se diera libre curso a la Auctorem fi­
dei (585), el ser un «reg.lista desengañado» (586) y, sobre todo,
su dignidad
personal y eclesial en una corte en la que la indig­
nidad era la
. regla . general, le hacían persona molesta en España.
Además, tal
vez ya entonces, su codiciado título toledano se
qúería. para el c;uñado del favorito y miembro de la familia real,
Luis María de Borbón y V allabriga.
Múzquiz también sería molesto por ser confesor
de la reina.
Tremendo cargo en tiempos desdichados en que
las reinas no son
paradigma de virtud. Considérese el calvario que
túvo que ser esa
dignidad con .la nieta de María Luisa, Isabel II, para el luego san­
to Antonio María Claret.
De Despuig apenas hay nada que decir. Ambicioso, superfi­
cial, intrigante por naturaleza, despreciado
en Roma y en Espa­
ña, instrumento dócil del poder siempre que él pensara que lo­
graría ventajas de sus servicios, pudo tauto resultar molesto, que
lo era permauentemente, como ser enviado a Roma
para infor­
mar, vigilar
e. insrrumentalizar a Lorenzaua. Pero el auciano car­
denal que
ya a nada podía aspirar en la tierra, era difícil de ma­
nipular. Y Despuig no lo consiguió. Ni siquiera en el cónclave
que
eligiría a Pío VII donde ambos volvieron. a coincidir. El
cardenal como conclavista y el arzobispo como correveidile e
in­
trigaute que era lo que le iba (587).
(585) BARcALA: Op. cit., págs. 86-90 y 405407.
(586) Ecrno: El regalismo ... , pág. 220.
(587)
0LAECHEA: El cardenal..., págs. 223 y sigs.
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Fundaci\363n Speiro

III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
Muriel (588 ), que parece ser fuente de Menéndez Pelayo,
· nos dice que «hízose. una delación formal a la Inquisición contra
el
Príncipe de la Paz. En ella se le acusaba de ser sospechoso de
ateísmo, de no haber cumplido en los
ocho años anteriores con
el precepto eclesiástico de la confesión y
comunión pascual y de
ser
de. vida licenciosa. La delación fue obra de ~ frailes, de
quienes
se valieron . los que dirigían el enredo para ocultar su
propia trama» (589).
Y, añade en nota: «Algunos autores han dicho que la dela­
ción le acusaba también de
bigamia; pero su casamiento con la
hija del infante don Luis fue posterior, puesto que se verificó en
29 de septiembre de 1797, las
acusacioni:s al ,Santo Oficio con­
tra el duque,deila·Alcudia fueron hechas en 1796» (590).
La nota, exactísima en su apreciación, debió pasar desapetci­
bida a Menéndez Pelayo
pero, fuere lo que fuera, la bigamia no
se tenía en pie. Godoy, por esa época, y ciertamente después de
las. acusaciones mencionadas, solo. estuvQ casado con la conde­
sa de Chiochón, María Teresa de•Borbón y Vallabriga (1779-
1828) (591).
Su segundo matrimonio, con Pepita Tudó, de la
que había tenido dos hijos extramatrimoniales, tuvo lugar el 7
de enero de 1829, tras la muerte
de· su legítima esposa, María
Teresa de B~rbón, en 1828 (592). .
Mutiel ~ntinúa hablando .. de los ánimos de Despuig y Múz­
quiz a Lorenzana y sigue
la citada versión de Lloren te. Mucho
más
congruente con nuestra interpretación nos parece la que Mu­
riel recoge de las propias
Memorias de Godc¡y, tan poco dignas
de crédito en tantos
pasajes, pero. que en este punto nos parecen
verosímiles.
Refiriéndose a Lorenzana, dice: «convenía alejarle
del reioo, porque inquietaba al Gobierno y se oponía al proyecto
(588) MuRIEL: Op. cit., I, págs. 300.302.
(589) MURIEL: Op. cit., I, pág; 301.
(590) MURIEL: Op. cit., l, pág. 301.
. (591)' La parcialidad de Pérez de Guzmán alcanza limites esperpénti­
cos en la justificación del ·alejamiento de .Godoy de su legí_titna e~posa.
Cfr. P1iREz DE GUZMÁN: Op. cit., págs. 13-15.
(592) SECO: Godoy ... , pág, 212.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
del Príncipe de la Paz de contenet la autoridad del Santo Oficio
en los
verdadO'l"os límites que prescribe el Evangelio» (593 ). Pero,
aun pareciéndonos acertada
la interpretación, ¡qué· sabría el fa­
vorito: de lo que .prescribe el Evangelio!
Mestre .. (594);. cree que la misión fue una «venganza por ha­
ber querido procesar aLPríncipe
de la Paz», siguiendo la versión
clásica que arranca de
Murid, Llorente . y Presas (595). Martí
Gilabert (596) reproduce la versión de Menéndez Pelayo, biga­
mia incluida, aunque
se inclina por el matiz de Llorente que, el
santanderino, segón hemos visto, había rechazado. E incurre en
el mismo error .que él .al hacer a Múzquiz obispo de Avila.
Ya Lorenzana en Italia
se le encomienda la, embajada ante
el
Papa prisionero, al que atendió en cuanto pudo con filial afee-
(593) Mmwu.: Op.dt., I, p,ig. 302.
(594)
MESTRE: Religión ... , ¡;ág: 719.
(595) En este· trabajo _de Mestre, que tiene v'erdadero interés; hay una
serie de ~res_ que resultlln inconcebibles en un· especialista de la época:,,
como, por· ejemplo, llamar ,repetidas veces Nicolé, al conocido 'jansenista
Nícole (págs. 649, 653 y 742), que en Otros lugares de la obra y eu pluma
de otros autores es .correctamente citado, así, por Isaac_ VAzQUEZ: Op. _ cit.,
pág. 466, y· par Tellecbea (TEI.LÉCHEA, José Ignacio: «Molinos y 'el quie­
tismo español», en Historia de 'la I'glesia en España, IV, pág. 515. · Lo&
acentos, con·-tod.O lo .que en castellano. signiñcan, hasta -el extremo ·qué· pue­
den hacer irreconocible un -,apellido~_ 1;10 son ·el fuerte ~ Maestt:e, ya que
advertimos que"a Mésenguy lo hace siempre-'Mesenguy,, sin.acento algtmo,
págs. 658, 659 y· 706, aunque ottÓ autor, en ia '"misma obra, ló escribe co­
rrectamente, por lo que no cabe Suponer ~r .de imprenta. Así, Francisco
MARTÍN lIERNÁNDEZ: La formaci6n del clero en los siglos XVII y XV!ll,
pág.,540. Para· E.Groo: El regaUsmo .. :1 es, en cambio, Messenguy, .sin acen­
to y con dos eses, págs. 153, 198 y 202. Si por las particularidades del
francés, en el autor del célebre Catecismo no tiene demasiada trascendencia
la acentuación, sí la alcanza en el agqstino· ,Berti,-que para Mestre es, cu­
riosamente, Bertí, agudizando el apellido, en las páginas 676 y 742, mieu­
ttas que lo escribe correctamente en las páginas .621, 675 y 720. Como es
normal, d nombre aparece perfectamente escrito en MARTÍN fBRNÁNDEZ1
páginas 540, 546, 547 y 570 y en EGrno: La expulsión ... , pág. 778, Tam­
bién hace· Mestre a Godoy· Secretario. de Estado a la caída de Urquijo, pá-
gina 741. ·
(596) MARTÍ: La abolici6n ... , págs. 42-43. ·
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (1)
to. y notable generosidad. Pero aun en tan penosa circunstancia
intentó el gobierno español arrancar al anciano
'J)Ontffice, cautivo
de la República,
fo que desde hada mucho venía reclamando:
concesión de dispeosas pontificias a los obispos, autorización para
enajenar los bienes de
las órdenes religiosas. . . Pero el Papa se
mantuvo firme pese a su angustiosa situación (597) y, segura­
mente,
el cardenal español, tan desengañado de anteriores acti­
tudes y
. sin nada que agradecer a la conducta del gobierno para
con
él, .no debió insistir en lo que le habían encomendado· que
contradecía, además, sus opiniones actuales.' Pero estamos ya. en
los días de Saavedra y Urquijo. Este último, descontento con las
gestiones de Lorenzana,
al que tacha, y con razón, de contempo­
rizador, le sustituye por
Gómez Labrador como embajador anre
el Papa (598).
Sobre
lo que venimos hablando es ilustrativa una, carta de
Godoy a
A2ara, de 18 de febrero de 1797: «Se le ordenaba que
exigiera al Papa
una declaraci6n por la cual se autorice a los. ar­
zobispos y obispos de España para eiercer la jurisdicci6n y dere­
chos que originariamente
. les corresponden, y los que por co,r­
tumbre y -otros motivos se reserva en el d!a la Santa Sede, por­
que
sin el consentimiento de ésta se podr!a alterar. dicha disci­
plina, quiere sin embargo
S, M. usar de este medio para aquietar
las conciencias de los nimiamente escrupulosos» (599).
Es un antecedente inmediato del decreto cismático de Ur­
quijo que, por propia declaración, era enteramente asumido por
Godoy. Si bien, por no inquietar a los nimiamente escrupulo.ros,
pretendía la concesión pontificia. Lo realmente grave es, esa de­
claración, que parece provenir de un íntimo convencimiento de
todas estas conciencias regalistas, de que esas
medidas podía to­
marlas unilateralmente el rey como si él fuera. la cabeza de la
Iglesia. Más que , un galicanismo, omnipotente en esta época, nos
vamos aproximando a un anglicanismo de facto que, cada vez,
tiene niás concomitancias. con· un cisma.
(597) ÜLAECHBA: El cardenal ... , págs. 164-166.
(598) ÜLAECHEA: El cardenal ... , págs. 173-176.
(599) ÜLAECHEA: El cardenal ... , págs. 75-76.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Si respecto a la jurisdicción de la Iglesia, son más graves,
porque atentao a la esencia de la misma, las intromisiones en
el
ejercicio de la potestad pontificia -y · episcopal y en la comunica­
ción del Papa con
los obispos y, a través de ellos, con los fieles,
quizá resulte más llamativa la actitud de España, al menos en
algunos momentos, respecto a la
integridad de los Estados pon­
tificios. Hay que
_reconocer que Carlos IV estuvo siempre preocupado
por la suerte del Papa e intentó mediar en su favor en varias
ocasiones ante su aliada,
la República francesa. Como luego aote
Napoleón. Pero los Estados de la
Iglesia erao muy codiciados y
no solo por los revolucionarios franceses. Austria
intentó conser-,
ver las Legaciones que había conquistado a los fraoceses con el
pretexto, tal vez sostenible jurídicamente pero de escas!sima de,
voción ante el pádre común de los fieles, de que habiendo deja­
do de ser del Papa por la victoria de la revolución, -pasaban a
ser
dominio del Imperio al arrebatárselo éste a sus nuevos pro­
pietarios. Pero lo cierto
es que el tey de, España, a instancias seguras de
María Luisa, pues no
_ hacía nada que no fuera su voluntad, quiso _
aumentar los exiguos. dominios de su cuñado,
el. duque de Par­
ma, a costa de los Estados del Papa (600). En esta ·apropiación
indebida, qúe no atentaba solo contra la propiedad
~ino también
contra -la religión, estaban complicados taoto Godoy como Ur­
quijo. Del primer gobierno de Godoy
es una disposición benévola
para con
los jesuitas extintos. No -es para entusiasmarse con la
medida que venia solamente a mitigar la injusticia cometida por
Carlos
111. éon unos anciaoos a los que, por fin, se permitía
regresar 'a su patria, aunque con graves restricciones (601 ). Y te­
teniendo en cuenta que ya muchísimos hab!ao fallecido en'' el
exilio.
(600) MURIEL: Op. cit., II, pág. 201; ÜLAECHEA: El cardenal ... , pá­
ginas 62-63.
(601) BATLLORÍ: Op. cit., pág. 25; ÜLAECHEA: El cardenal ... , pági­
na 147.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
Carlos IV, incapaz de mayores consideraciones, fue fidelísi­
mo a su padre en la aversión a los jesuitas. Cuando su primo, cu:
ñado
y consuegro, el duque de Panna; al menos en dos ocasio­
nes, intercede por dlos, ya lo hemos vistó, la contestación es de­
sabrida y absolutamente negativa. Pero la obligada y mez,quina
benevolencia obtenida pocos días antes de la primera exonera­
ción
de Godoy, es revocada en 1801 -vuelve a ser Godoy el
todopoderoso-, a causa del tímido teeoilocimiento
de Pío VII
a los jesuitas en el ducado de Patilla o en Rusia (602). La cues-
. tión irritab,j íntimamente al rey y, en el mismo sentido, pode­
mos aducir la carta que
Carlos. IV dirigió a Pío VII mostran­
do
su contrariedad por la· restauración de la Compañía en Ru­
sia (603).
No vale la pena seguir con
l,t enumeración de otras nimias
rencillas del .Estado con la Iglesia. Con lo dicho creemos que so­
bra para reflejar una situación y, sobre todo, un espíritu. Con­
cluiremos· este primer gobierno del nefasto favorito
con un tema
de obligada referencia: el de la primera
desamortización españo­
la.
La primera llevada a cabo. ·Ya que la de Campomanes no pasó
de la teoría.
Está absolutamente alejado de la realidad quien piense en
propósitos sociales cuando
se habla de desamortización. De do­
tar a los campesinos pobres de unas tierras con las que pudieran
vivir
más dignamente, con lo cual no solo se beneficiarían ellos
sino también la economía nacional.
Se trataba, pura y simple­
mente, de satisfacer necesidades
de la hacienda pública

siempre
·
agobiada por los gastos . bélicos. .
YJ1 hemos dicho que la amortización de la propiedad en ·ma­
nos muertas tenía que resolverse, Y que la Iglesia y la nobleza
deberían.
~er en ello. Eta posible un arreglo de fortna que ni
la una ni la otra perdieran lo que más tarde perdieron. Pero
los apuros
fiscales impusieron soluciones que hubieran exigido
más estudio,
más cahna y más acuerdo.
(602) BATLLO!Ú: Op. cit., pág. 25; ÜLAECHEA: El cardenal ... , pági.
na 324.
(603) . BARCALA: Op. cit., pág. 419.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOfU
Los bienes de la Iglesia eran recurso habitual, por concesión
pontificia o por generosidad de los obispos, para los apuros. Go­
doy, naturalmente,
no desaprovechó ,tan !ácil fuente de ingresos
a la malparada hacienda nacional (604).
Se trataba, hasta ahora,
de impuestos a la Iglesia. Pero, descubierto
el filóh, serán los
mismos bienes objeto de· la codicia de los gobernantes. Las fe­
chas abarcan diversos ministerios y Godoy, Saavedra, Urquijo y,
de nuevo Godoy, no quedan libres
de responsabilidad.
Domínguez
Ortiz es particularmente crítico con la desamor­
tización de Carlos IV: «La llamada
desamormaci6n de Godoy
fue la que tuvo efectos
social.es más profundos y más nefastos,
pues afectó, junto a capellanías y beneficios de
poca utilidad, a
los bienes de muchos hospitales, hospicios, casas
de expósitos y
otras instituciones . tutelares que la piedad de nuestros abuelos
había acumulado durante siglos
y que se vieron en la ,miseria por
la rapacidad del
Estado» (605).
Aunque discrepemos del juicio de
Domínguez Ortiz, yá que
nos parecen
de efectos sociales mucho más profundos y mucho
más nefastos las desamortizaciones posteriores; nos pareoe im­
portante su tajante declaración. Creemos que es también critica­
ble
su interpretación utilitarista respecto a· capellanías y benefi­
cios. Comprendemos que muchos historiadores,
y más en estos
tiempos,
no entenderán nunca que personas puedan dejarbrenes
para cosas tan. extrañas a la memulidacl actual CO\IIO misas por
la salvación de
su alma u otras similares. Efectivamente de nin'
guna utilidad para las mentalidades descreídas de hoy. Pero,
· quienes creen en
el valor supremo de la libertad individual dec
berían respetar la.s determinaciones _de. esa libertad por absurdas
que les parezcan.
Esto no quiere decir que
no cupieran soluciones incluso a
esas mandas pías tan incomprensibles para muchos.
Podían y de­
bían haberse resuelto de un modo que armonizase los contra-
(604) TOMÁS y VALIENTE, Francisco: El marco polltico de la desa­
mortizaci6n en España. Ediciones .Ai:iel, Barce~ona, 1972, págs. 38 y sigs.;
EGmo: El regalismo ... , págs. 210-212.
(605) DoMÍNGUEZ ÜRT1z: Op. cit., pág. 72.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (1)
puestos intereses; Entre la Iglesia y el Estado. Lo que quiero
señalar es que no solo
se afectaron importantísimas necesidades
de enfermos, huérfanos
y ancianos que quedaron sin la atención
que la Iglesia, por propio impulso o como depositari¡L o tutda­
dora de · la generosidad de los fides que fundaron y le encarga­
ron esos hospicios
y hospitales, les· dispensaba, sino que también
se atentó contra otras muchas disposiciones
piadosas que e!. Es­
tado tenía la obligación de respetar.
«Fue en
el año 1798 - loa Austrias--cuando se decretó la primera desamortización
eclesiástica, porque la penuria y el deficitario estado general de
la Hacienda
se encontraban agravados por los cuantiosos gastos
que ocasionaba la guerra con Francia
.. Se intentó . poner l'.'enledio
a tal situación mediante la venta de. bienes raíces pertenecien,
tes a casas de beneficencia, obras pías y patronatos de legos,
imponiendo su precio en la caja de amortización
al 3 % . Ante
el constante y creciente déficit del erario, los escasos ·reswtados
obtenidos por la disposición de 1798 y como quiera que se ha­
bían logrado co1;1Cesiones hasta e11tonces sin .precedentes, Car­
los
IV gestionó la facultad de poder enajenar más propiedades,
beneficio que
obnivo por concesión .del Papa Pío VII, en el año
1805, por un valor que no excediese
dé 6.400.000 .reales de
renta» ( 606
).
La concesión de Pío VII que . Simón fechaba en 1805 se re­
trasa a 1806 para Martí Gilabert (607), Tomás (608) y Muti­
. loa (609). Pero es este un tema qu.e precisa más estudios de .1~
historiadores pues se acumulan las confusiones. Herr, en breves
páginas, es uno de los que exponen con
más claridad la cuestión
en la que se entremezclan bienes alcanzados y responsables po­
líticos. Pero su texto es insuficiente. En los últimos días del
(606) SrMóN, F.: «Desamortización eclesiástica en:· el siglo xrx:>·,! e,n
Diccionario ... , 11, pág. 743.
(607) MARTi: La Iglesia ... , pág. 254.
(608)
ToMÁS: El marco •.. , págs. 4446.
t609} MUTILOA PoZA, José María: La desamortizaci~n eclesiástica en
Navarra. EUNSA, Pamplona, 1972, pág. 46.
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fRANCISCO J(JSE fERNANDEZ DE LA CJG01M
primer gobierno Godoy se pretenden los bienes de propios (610),
después fueron los. de los jesuitas· extintos (611), los de los hos­
pitales, hospicios y colegios mayores (612). Estamos en d25 de
septiembre de 1798, Urquijo era
ya el ·responsable del gobierno.
Con estas medidas «podemos decir
que· se inicia la desamortiza­
ción tal como
sigi;ió realizándose a lo largo del siglo XIX, esto
es, con las características siguientes: apropiación por
parte del
Estado y por decisión unilateral suya de bienes inmuebles per­
tenecientes_ a "manos ·muertas",' venta· de 108 mismos, y asigna­
ción del importe con las ventas a . la · amortización de lós títulos
de la deuda» (613).
Francisco Simón Segura, en
La desamortización española del
siglo XIX (614), seguramente el mismo F. Simón que ya hemos
citado, nada aporta en un libro que demuestra que sabe ,bastante
más del siglo XIX que del xvm (615). Y poco encontramos en
estudios, por otra
parte de notable interés, referentes a cómo
resultaron afectadas· por la desamortización diversas provincias
españolas.
De mayor interés hos parece :la reacción contraria -a estas
disposiciones por parte de· algunos representantes de la Iglesia
española.
Conocemos la del obispo de Santander Rafael · Menén­
dez de
Luarca, obispo notable por muchos conceptos (616), que
fue muy severa contra
la ley que Maruri atribuye a Godoy -se
está refiriendo a la Real Orden de 25 de septiembre de 1798
cuando el' favorito se hallaba alejado del poder-(617), y es­
pecialmente contra las nuevas medidas desamortizadoras tal y
(610) HERR: Op. cit., pág. 391; ToMÁS: El marco.,., pág. 42.
(611) TOMÁS: El marco ... , pág. 43.
(P12) TOMÁS: El marco ... , págs. 43-44; HERR: Op. cit., pág. 394.
(613) ToJl!ÁS: El. marco ... , pág. 44.
(614) SiMÓN SEGURA, Francisco: [,a desamortización española d'el siglo
XIX. Instituto de Estudios Fiscales. Madrid, 1973 ..
(615) SIMÓN: La desamortización ... , págs, 39 y 62-63.
(616) MARuRI VILLANUEVA, Ramón: Ideología y comportamientos del
obispo Menéndez de Ltlarca (1784-1819). Saotander, 1984, págs. 118-119.
(617)
MARURI: Op. cit., págs. 117 y 128.
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III. EL-REINADO DE CARLOS N (1)
como se deduce de su representación al ministro de Gracia y
Justicia, José Antonio
Caballei;o, fechada en 1806 (618).
Para cerrar este tema nos parecen acertadas las
palabras de
Tomás y Valiente:' «Nótese que hasta ahor~ se efectúa esa dés­
amortización solo sobre· bienes de "manos muertas" políticámen­
te débiles ( colegios mayores, hospicios, hospitales ... ) o indefensas
(jesuitas expuh,ádos). La· Iglesia no dio la .batalla en defensa de
los patrimonios de estas instituciones que o pertenecían clara­
mente a ella, o en cierto
modo "de ella dependían» (619).
Repetimos que la solución no era ·
dar la batalla en defensa
de la situación existente.
Había que encontrar uJJa salida a la
tremenda amortización dé bienes en. manos de la nobleza y de
la Iglesia. Pero esa
solución implicaba varias premisas· que de­
bían aceptarse previamente. Que la propiedad de
la Iglesia era
legítima y necesaria para su actividad. Que la Iglesia, con su
c\octrina, era la más firtne valedora
dél trono y la sociedad. Que
todo
arreglo habría de. · hacerse con su participación y consentí~
mie~to y no buscando a algún clérigo u obispo particulartnente
complaciente sino de
modo canónico. .
La generosidad de la Iglesia con Espaíía, tanto desde el ám­
bito nacional como desde la Santa Sede, fue proverbial. Plantea­
do
el problema, no desde las reticencias y los abusos habituales
en los últimos
aííos de la monarquía absoluta, sino desde pos­
turas constructivas
y conciliadoras entiendo que se· hubiera po­
dido llegar a un resultad\> que habría evitado tal vez nuestro
desgraciádo siglo XIX. No fue así. En la siguiente centuria, con
el liberalismo en el poder, se llegará a las últimas consecuencias.
Y la Iglesia será privada de
la mayorfa· de sus propiedades. Sin
beneficio para nadie.
O, solamente, para el capitalismo progre­
sista o
moderado.
(618) MARURI: Op. cit., págs. 123-136.
(619)
TOMÁS: El marco ... , pág. 44.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Los gobiernos de Saavedra y Urquijo: 1798;1800.
La caída de Godoy fue eictraña y, por ello, varias las expli­
caciones. Todas ellas apuntan al favor o a los favores de la reina.
No .es tema de nuestro estudio y nos limitaremos a constatar
que a fines de marzo de 1798
dejó. Godoy el ministerio siendo
sustituido por Francisco Saavedra (1746-1819).
De este curioso
personaje, . típico del Antiguo Régimen, nos
ha dejado García de Leó.n y Pizarra, en sus Memorias ( 620 ), un
poco airoso retrato. Aunque
la pluma viperina de Pizarra, que
le trat6 por
raz6n. de carg:o, permite que hoy consideremos sus
juicios con alguna reserva.
Era Saavedra
ministro de Hacienda con el favotito y, según
el m~cionado Pizarro, María Luisa se vale de él para deshacerse
de Godoy ( 621
), aunque Saavedra se opone a que el príncipe
de
la Paz sea encarcelado ( 622): hubiera idó Godoy a la .Al­
hamhra «si la demasiada y necia bondad de don Francisco de
Saavedra, sucesor suyo en
el Ministerio, no le hubiera hecho
interceder por él para que se le ·dejase en la Corte». ·
Seco, en cambio, habla de la animosidad de María Luisa de
Parma contra
Saa~edra, Jovellanos, Urquijo y Cirbarrus (623).
Hasta el momento, pues, no están claras las causas del cese de
Godóy. Lo cierto es que le sucedió. un hombre irresoluto «que
siempre decía:
«que se hiciese como pareciese y. se pusiese la ·,e-
.
soluci6n al margen en que él rubricarla» .(624 ).
' «Agradaba y era abusado por los que quetían intrigar en los
negocios, y embarazaba a los que queríamos ir por camino de­
recho» (625). Tenía unos turbios antecedente de su intendencia
(620) GARCÍA DE LEÓN y l'IzARRo, José: Memorias, I, Revista de Oc­
cidente, Madrid, 1953.
(621) GARCÍA DE LEÓN: Op. cit., págs. 60-61.
(622) GARdA DE LEóN: Op. cit., págs. 60-61; EscoIQUIZ, Juan: Memo-
rias de tiempos de Fernando VII, I, BAE, Madrid, 1957, pág. 7.
(623) SECO: Godoy ... , págs. 106-107.
(624) GARciA DE LEÓN: Op. cit., pág. 61.
(625) GARCÍA ,DE LEÓN: Op. cit., pág. 61.
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III.. EL REINADO DÉ CARLOS IV (I)
· ·-en Caracas, «en materia poco airosa de intereses» ( 626 ), pero .
salió de ello sin menoscabo de su honra.
«Era todo blandura y cariño en la expresión, su opinión se
indicaba más bien que no se manifestaba» (627). Al cabo de
algún dempo de ministerio cayó enfermo, se elijo que por· en­
venenamiento (628). No parece sostenible esta opinión ya que
ni Carlos IV necesitaba de esos medios para postergar a nadie
-lo había hecho ya .con Floridablanca, Aranda y Godoy, todos
ellos con más
firmes apoyos que Saavedra-, ni se ve a ningún
otro
grupo político necesítado de esos artificios para alejar del
poder a este ministro, sin duda el
más débil de cuantos clirigie0
ron la política de Carlos IV.
De su mandato, realmente efímero, es preciso hacer referen­
cia a Jovellanos, que desde su ministerio de Gracia y· Justicia
--otra asunto necesitado todavía de mayores precisiones por los
historiadores--, tuvo bastante que ver con las cuestiones que
venimos estudiando.
Un pleito jurisdiccional entre el deán de
la catedral de Gra0
nada, y las autoridades inquisitoriales de la ciudad (629) lleva al
ministro a una posición ante el Santo Oficio reflejada en su
Representaci6n a Carlos IV sobre lo que era el Tribunal de la
lnquisici6n. ( 630), en la que postula abiertamente la restitución
a los
obispos de sus facultades jurisdiccionales. No es, cierta­
tamente, la Representaci6n un documento -favorable al Santo
Oficio
pero de los decretos a los que .en ella se altide, que serian
presentados al rey para desarrollar de otro modo la vigilancia
sobre la pureza
de la religión, nada sabemos. Su inmediata exo-
(626) GARCL DE LEóN: Op. cit., pág. 61.
(627) GARCL DE LEÓN: Op. cit., pág. 62.
(628)
GARCL DE LEóN: Op. cit., pág. 63.
(629) Río, Angel del: Introducci6n a: Jovellanos: Informe sobre la Ley
Agraria: Espectáculos y diversiones públicas: Espasa Calpe, S._ A., Madrid,
1971, pág. LXXXIl; HERR: Op. cit., pága. 414415; AltTOLA, Miguel: Estu­
dio preliminar a: Jovellanos, Gaspar Mek:hor: Obras, · III, BAE, Madrid,
1956, pág. xxv; MURIEL: Op. cit., rt, pág. 64.
(630) JoVELLANOS: Obras, V, págs .. 333-334.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOJIIA
ner.aci6n del ministerio seguramente impidió hasta que se redac­
tasen.
La reforma de la enseñanza en las Universidades, que quería
iniciar por la de
~alamanca, llev6 a Jovellanos a nombrar para
aquella di6cesis a un obispo que posih\einente es el ás sospe­
choso doctrinalménte de aquella
época: Antonio Tavira Alma­
zán. Del que nos ocuparemos más extensamente pues se lo me­
rece. Quede aquí simplemente constancia de su prO la di6cesis de Osma a la de la ciudad universitaria.
La enfermedad de Saavedra dio paso a Mariano Luis de Ur­
quijo, otro personaje que merece especial consideración porque,
tras
el conde de Aranda, es otro políúco que representa una
ruptura con lo que España había significado en muchísimos años
de nación católica ·por antonomasia.
El joven Urquijo, que pasará a la
historia por su decreto cis­
mático, llega al poder 11 los treinta años. Sus antecedentes eran
poco halagüeños para una mejora de las relaciones con
Roma: tra­
ductor de Voltaire, la Inquisición
quería encausarle y se salva de
ello por
la protección del conde de Aranda (1792) (631), aunque
luego, ya. caído el protector, en 1796, se le declarara leve111ente
sospechoso de incredulidad y escepúcismo y se le absolviera ad
cautelam aunque en el edicto no se le nombrara ( 632 ).
Garcia de León y Piza.rro hace de él uno de los pocos retra­
tos
favorables salidos de su pluma: «para el curso ordinario de
los negocios era superiorísimo a todos
.los hombres de' talento
que habían ocupado' los ministerios muchos
años antes» (633),
aunque no deje de señalar su escasa ·expériencia, su vanidad y os­
tentación (634) y sus buenas relaciones con los jacobinos (635).
Sobre este .último punto coincide con Muriel (
6.36) que, en
cambio, tiene
al joven mi!:iistro en mucho peor concepto que Pi-
(631) SARRAILH: Op. cit., pág, 303.
(632)
MENÉNDl!Z Pl!LAYO: Op. cit., II, 581.
(633) GARCÍA DE LEÓN: Op. cit., pág. 78.
( 634) GARCÍA DE LEÓN: Op. cit.; pág. 78.
(635) GARCÍA DE LEÓN: Op, cit., pág. 78.
(636) MURIEL: Op, cit., II, págs. 116, 134 y 215,
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III. EL REINADO DE_ CARLOS IV ([)
zarro. Para él, Urquijo estaba «tan sobrado de ambición como
falt.;, de detenimiento» (637). El clérigo jansenista Espiga era su
mentor ( 638) y, así, no es de extrañar que pretendiera conse­
guir, una tentativa más, que Pío VI, «encarcelado, solo y enfer­
mo»,
restituyera a los obispos las dichosas facultades primiti­
vas (639).
No
es de extrañar que tal sujeto, dolido además en carne pro­
pia con la Inquisición, se vengara de ella «mermando de cuan­
tas maneras pudo su jurisdicción y substrayendo de su vigilancia,
por decreto de
11 de octubre de 1799, los libros . y papeles de
los cónsules extranjeros que
moraban en los puertos y plazas de
comercio de España» ( 640). La medida era claramente faV01Cable
a la revolución, pues suprimía trabas a la circulación de libros e
"impresos que sostenían las tesis francesas.
Es comprensible, por todo ello, que Llorente hable de él
«poniéndole en las nubes» (641). No cabía esperar menQS en
quien quería dejar·
al. Papa_ solamente .alguna ciudad italiana y
que, a¡,te la muerte inminente del anciano pontífice, buscaba se
eligiese un sucesor que restituyera _a los obispos sus faculta,
des (642). Menuda monserga la de las facultades que apenas re­
clamaba algún obispo jansenizante y que, sin embargo, exigían
todos los ministros.
Por fin llegamos

al
5 de septiembre . de 1799, fecha en la
que apareció eo la
<;aceta el famoso decreto cismático. Pero ello
se merece un
epígrafe. especial dada la gravedad del asunto.
· Pío VII, recién nombrado,se dirige a _Carlos IV lamentando
el espíritu
de innovación de .algunos ministros ( 643 ), en clara re­
ferencia a Urquijo. Godoy, aburrido de su alejamiento del po-
(637) MURIEL: Op. cit., II, pág. 120.
(638)
MURIEL: Op. cit., II, pág, 147.
(639)
MuRIEL: Op. cit., II, pág. 147.
(640)
MsNÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, 581.
(641)
LLORENTE: t. IV, págs. 105-114, citado por MENÉNDEZ P>LAYo:
Op. cit., II, pág. 581; MuRIEL: Op. cit., II, pág. 214.
(642)
0LAECHBA: El cardenal ... , págs, 225-226.
(643)
MBsTRE: Religión .. ,, pág. 740; MuRIBL: Op. cit., II, páginas
215-216.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
der, se une a la conspiración contra" el gobernante (644) y todos,
de ·consuno, obtienen la exoner:ición del ministro que, como no,
es a su vez encarcelado en Pamplona y encausado (645). Y, una
vez en libertad, desterrado a Bilbao hasta que, tras el motín de
Aranjuez,
se. k levantan las penas ( 646 ).
Aun volveremos a verle en esta historia, ya que, con los años,
se nos afrancesó y será ministro de Estado de José Bonaparte.
El segundo mandato de Godoy: 1800-1808.
Aunque á Urquijo le sucedió Pedro Cevallos en la Secre­
taría de Esta' interpuesta
del favorito que volvía al poder absoluto. Según Pi'
zarro, «el príncipe (de la Paz) conocía la nulidad de Cevallos, y
por eso lo había nombrado ministro, para tener en él un testafe­
rro y una
estampilla» (647). 1'oreno, en cambio; le tiene en me­
jor concepto (648). Nos parece más acertado el conde, pues, si
consideramos su biografía, no tenía nada de nulidad.
Jugó
Ji todas las barajas y con todas ganó. Ministro de Car­
los IV por recomendación de Godoy, lo sería también de José
Bonaparte y de Femando
VII, antes y después de su exilio fran­
cés (649). Vicente de la Fuente le hace, incluso, masón (650):
«la biografía de Ceballos es muy rara y
"digna de estudio. Era
pariente de Godoy (651)
y, can todo, Femando VII le conservó
en el ministerio de Estado, En Bayona vendió a Fernando VII, y
se hizo partidario del rey José Bonaparte: dejó a Bonaparte y se
hizo liberal, y las Cortes le dieron plaza en el Consejo de Esta-
(644) GARciA DE LEóN: Op. cit., págs. 82-83.
(645) GARCÚ. DE LEóN: Op. cit., pág. 86; MEsTRE: Religi6n ... , páfllll•
741; MURIEL: Op. cit., II, págs. 213-214.
(646) ToRENo: Op. cit., pág. 25.
(647) GARciA DE LEóN: · Op. cit., pág. 87."
(648) ToRENO: Op. cit., pág. "25.
(649) FERNÁNDEZ DE LA CrGOÑA: La versatilidad ... , pág. 32.
(650) l'llENTE: Op. cit., I, págs. 146-147.
( 651) Estaba casado con una prima del favorito.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (1)
do: dejó a los liberales y se hizo acérrimo realista, y los. de este
partido fueron
tan buenos que le hicieron ministro en 16 de no­
viemb.re de 1814.
Cayó en oi:rubre. de 1816, y se hizo liberal, y
los liberales fueron tan buenos con. aquel hermano,· que le vol­
vieron a dar plaza de consejero. Lo
qne esto significa pllelie con­
siderarlo cualquier persona inteligente» ( 652
). Me parece· .arries­
gada la adscripción que hace
De la Fuente y, al menos que yo
sepa, no hay pruebas
para, ello. Pero lo que sí parece claro es.
que era persona mucho más ate1¡ta a sus propios intereses que
a los de España.
Este segundo mandato de
Godoy esruvo domin.ado por. las
exigencias de
Napoleón, cada vez más apremiantes, y no esraba
el extremeño para ocuparse demasiado de las ruestiones ecle­
siásticas, ¡Gracias a Dios!
Inangur6 . su ejercicio del poder con
carantoñas al nuevo pontífice y, por fin, se autorizó la circula­
ció11 de la Auctorem fidej. Con disgusto de Jovellanos ( 653.) y,
naturalmente,
de los jansenistas. El príncipe, después de haberles
favorecido, ahora se hace antijansenista ( 654 ). Pero por interés
personal y no por conversión religiosa.
No
podía faltar .tampoco, en este .segundo período de. Go­
doy, la permanente reclamaci6n española ante Roma, tantg res­
pecto a la potestad
de los obispos en las dispensas matrimonia­
les como. a la juriscllcción del nuncio, Por notas de 9 de octu­
bre de 1801 (655), y conío queriendo pasar J:acrura por fa.exo­
neración
de Urquijo y el pase de la Auctorem '/idei, solicitaba
(652) FUENTE: Op. cit., I, págs. 147 y 187.
(653) }OVELLANOS: Obras, IV, pág. 36; cfr., también, l'ERNÁN»EZ· DE
LA: CIGOÑA, Francisco José: JovellanoS, ideología y actitudes religiosas, po­
líticas y econ6micas. lnstitu_to de· Éstud.Íos Asturian98. Oviedo, 1983, pá-: ·
gina 83.
· (654) ÜLAECHBA: El cardenal ... , pág. 306.
(655) BBRAULT·BBRCASTEL: Historia general de la Iglesia desde la "pre­
dicación de los Ap6stoles basta el pontificado de Gregario XVI. Obra e_s~
crita en francés por el abate Befault~Bercastel, canónigo de Noyon, corre~-,
iUU y continuada desde. el año 171.9, en que la de¡6 su autor, hasta el año
1843 Y adicionada con importantes disertaciones por el barón Henfion ... ~
traducida al español .y anotada . .con lo, relativo a_ España, VIII, Madrid,
1855, Imprenta de El Católico, págs. 66-68.
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FRANCISCO JOSE .FERNANDEZ DE LA CIGORA
nuevamente lo que nunca se había conseguido. En esta ocasión
es Consalvi, ya omnipotente en Roma, el encatgado de la nueva
negativa
en sus 'respuestas del 9 de febrero de 1802, en las que
· :reafirma los de¡:echos pontificios no sin recordamos que fue Es­
paña «la potencia a la que se han hecho más concesiones» ( 656)
por parte de la Santa Sede.
Este recuerdo no era
especialmente · oportuno en aquellos mo­
mentos, en los que Pío VII se inclinaba ante , el podet máximo
de entonces: Napoleón.
La Iglesia, cuyo podet temporal era mu­
cho
más simbólico que efectivo, y por aquellos días aún mucho
más mermado, pues Francia ocupaba las
Legaciones y Nápoles
Benevento y Ponte Corvo,
se veía obligada a cedet de nuevo
ante
el podet político. La prenda que patecía iba a recibir. a cam­
bio no eta, ciertamente, despreciable: la restautación de la reli­
gión católica en
la Francia de la revolución. Peto, a cambio de
ello, no solo reconocía
· al poder de facto del Consulado de la
Rep6blica pot el Concordato del 15 de julio de 1801 (657), ó
26 messidor del año IX, que ,hasta el ·cómputo revolucionario
prevaleció sobre el cristiano en el documento (658), sino que le
hacía concesiones . muy supetiores a las conocidas · hasta . la fecha ·
en las naciones católicas. Alguna especialmente hiriente, cual la
de aceptar como obispos católicos residenciales a doce obispos
constitucionales,
excomulgados y cismáticos (659). Bien se com­
prende el dolor de los católicos franteses perseguidos y martiri­
zados por no habet. aceptado la Constitución civil del clero ante
ese reconocimiento
eclesial de unas petsonas verdaderamente in­
dignas.
La dimisión. exigida a. todos los obispos de Francia y la des­
titución de aquellos que la negaron fue una medida. que jamás
se había conocido en la. Iglesia. Y que no puede ser comparada
con -la que, casi d9scientos años después, impuso Pablo VI al pe-
(656) BERAULT: Op. cit., VIII, pág.67.
(657) BERAULT: Op. cit., págs. 58-60; ARTAUD: Vida ... , I, págs. 105-
108.
(658) BERAULT: Op. cit., VIII, pág. 60; ARTAUD: Vida ... , I, pág. 108.
(659) BERAULT: Op. cit., VIII, pág. 72.
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III. EL REINADO DE CARLOS IV (I)
dir la renuncia , a todo obispo. que hubiera cumplido setenta y
cinco años .. En ambos casos la causa era la misma. Los dos pontf,
fices entendían que el bien . de la .Iglesia reclamaba tal medida,
Pero Pablo VJ no contentaba con: ello a nihgón poder político.
Pero nos salimos
del tema. Solo pretendía puntuali2ar' la afirma­
ción del recientísimo secretario de Estado y cardenal, la persona
que dirigirla la política de todo el largo pontificado de· Pío VII y_
que había sido personaje clave en su elección, de que España era
la nación que más concesiones había recibido de Roma.
Si hasta
el momento había sido así, tal vez fuera porque nin,
guna otra nación lo había merecido tanto. Pero a partit del 15
de julio de 1801
ya no era posible afirmar .de España que era la
nación más.favorecida en las concesiones pontificias.
Poco
tiempo después; .el nombramiento de Gran Maestre de
la Orden.·de Malta,
quecen aquellos días era cuestión que inte­
resabá a
:todas--las potencias, «desagradó a la España; y por eso
no cesaba de
enviar repetidos despachos para restringir la autoa
ridad del nuncio: sin embargo tuvo que ceder, y admitió por tal
al señor Gravina, a quien más
de un año habfa resistido» ( 660 ).
Pietro Gravina, nuncio en España hasta 1816 segón Fer.nán­
dez Alonso (661) y Cárcel (662) o hasta 1817, segÚn Olae-·
cbea
( 663 ), será protagonista importante en nuestra historia como
opositor a las
medidas liberales de las Cortes de Cádiz, lo que le
valdrá la expulsión de nuestra patria. Pero no adelantemos los
acontecimientos.
Por todo lo que venimos exponiendo no es de extrañar que
Pío
VII se quejase amargamente al embajador francés Cacault,
importante
personaje que foe un auténtico bálsamo para el pon•
tífice acosado a diario pur nuevas esigencias de Napoleón, la ma­
yotia de ellas inaceptables por el vicario de Cristo: «No tenemos
(660) A,mun:_ Vida ... , I, pág. 278; BERAULT:. Op. dt., VIII, pági­
na 86.
(661) FERNÁNDEZ ALONSO: Op. cit., III, p,ig. 1.786.
(662)
CÁRCEL, Vicente:. -Correspondencia diplomática de los nuncios
en España. Nunciatura de Amat (1833-1804). EUNSA, Pamplona, 1982, pá­
gina 375.
(663) ÜLAECHEA: El cardenal .. ,, pág. 273 ..
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
verdadera paz, ni verdadero reposo sino en el gobierno de los ca­
tólkos. súbditós de infieles. o de herejes. Los católicos .de Rusia,
de Inglaterra,' de Prusm.y de Levante no nos causan ninguna mo­
lestia. Piden bulas, la diteeción que necesitan; y, obtenido esto,
· marchan del.modo ·más· tranquilo conforme a las leyes sia.· V os conocéis todo lo que ·nuestro ,predecesor ha tenidó que
sufrir dé las· variaciones llevadas a cabo por los emperadores José
y Leopoldo. Sois testigo de los asaltos que diariamente nos están
dando los gábinetes de España
y de Nápoles. Nada hay más des­
graciado en la actualidad que el Soberano Pontífice» (664 ).
Y, desgraciadamente, era cierto. Solo que un pontífice no de­
masiado inteligente· y. entregado a su sectetario de Estado, Con­
salvi, este
si .inteligentísimo, creyó que Napoleón podfa set, con,
quistado,. por la-Iglesia, el ·soberano católico que la religión ne­
cesitabac. Y era cierto que el corso precisaba de la Iglesia para
lograr una legitimidad que hasta el momento solo se basaba en
sus victorias. Pero
esa colaboración tan ansiada por el pontífice
nunca se ptoducirfa; El primer -Cónsul, y después el emperador,
cjuerfo una Iglesia domesticada· y servidora: Como los reyes ab­
solutos.
Peto Carlos :IU y -Carlós IV crdan en Dios. Napoleón
solo en
él_. . " : ·
" De otras pequeñas incidencias de Godoy con la Iglesia ya he­
mos hablado.: El verdadero , problema era Napoleón y a tenerlo
propicio se volcaron Carlos IV y el favorito. No lo conseguirían.
Y algún arranque de independencia bien lo hubieron de lamen­
tar. Los problemas
con ·el· suces1>r-no ·son objeto de este estudio
aunqué fueran
para el valich una permanente espada, de Damo'
des sobre su cabeza: Algunas actuaciones de María Luisa a este
respecto superan con mucho la indignidad: Pero es cosa que, evi-
dentemente, se salé dé nuestro propósito. ·
Por fin, el motín de Ara.njuez casi le causa la muerte y le
ci>nduée a dura prisión -otra' más, decididaniente costaba caro
ejercer el poder
.en esos. días-, pero ello no se debió a Carlos
sino
a. su hijo Fernando, que verdaderamente le odiaba. Y no le
faltaban motivos.
(664) BERAULT: Op. cit.j vm;pág. '85.
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