Índice de contenidos

Número 269-270

Serie XXVII

Volver
  • Índice

El liberalismo y la Iglesia española. Historia de una persecución: Antecedentes: V. La agonía de la Inquisición

EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA ESP~OLA. IDSTORIA
DE UNA PERSECUCION: ANTECEDENTES
V. LA AGONIA DE LA INQIDSICION
POR
FRANCISCO J osll FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA
Una leyenda creada por los enel!ligos.
La Inquisición española, leit motiv de toda nuestra leyenda
negra y, al parecer, el mayor agravio que hizo nuestra patria al
mundo, juoto con el descubrimiento de América, ha sido objeto
de miles de libros, nacionales y extranjeros, dedicados general­
mente a denigrarla (830).
Si la Inquisición moderna, lograda por los Reyes Católicos
del Papa, difería de la medieval,
la de Carlos 111 y Carlos IV
apenas
tenía nada que ver con la de Torquemada, Deza, Cisneros
o V aldés. No
es esta ocasión para analizar su objeto, fundamen­
to, procedimientos, analogía con las de otros países -que hay
quien cree que esta institución fue exclusiva de nuestro sadismo
nacional-, defectos y logros, que también los tuvo.
Uno de estos últimos fue
la pacífica convivencia de los es­
pañoles entre sí, que no se quebró hasta que precisamente la In-
(830) LLoRENTE, Juan Antonio: Historia critica de la Inquisición en
España. Libros Hiperion, Madrid, 1980, 4 vols.; LLORENTE, Juan Antonio:
La In4uisici6n y los españoles. Edición actual de Memoria hist6rica sobre
cuál ha sido la opini6n nacional de España acerca del Tribunal. d'e la In­
quisici6n. Miguel Castellote, editor, Madrid, 1973; Historia de la Inqui­
sici6n
en España y en América, dirigida por J .. Pérez Villanueva y B. Es­
candell. BAC, Madrid, 1984; LEA, Henry: Historia J~··ia Inquisición es­
pañola. Fnndaci6n Universitaria Española, Madrid, 1983, 3 vols.; KAMEN,
Henry: La Inquisici6n española. Alianza Editorial, 2.ª ed., Madrid, 1974.
1269
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
quisición dejó de existir. Pues las Comunidades y Germanías o la
Guerra de Sucesión fueron ajenas a la prdblemática religiosa que
inuudó
de sangre a Francia, Inglaterra o el Imperio.
Lo cierto
es que, desde el primer momento, o desde muy
poco después si damos por buenas las discutibles oposiciones
que Llorente quiere
sefuuar a su implantación (831), el pueblo
español
se sintió absolutamente identificado con ella, pues veía
en el
Tribunal al perseguidor de todo lo que odiaba más pro­
fundamente.
El mismo Uorente se ve obligado a reconocer que «por el
testimonio de los escritores públicos no puede dudarse que la
nación española amó, tanto como temió al (establecimiento)
de
la Inquisición contra los herejes» (832). Y; añade: «Apenas se
hallará un libro impreso en España desde Carlos I hasta nuestros
días en
que se cite sin elogio la Inquisición» (833).
Claro que para
el tránsfuga de la Inquisición, de la religión
y del patriotismo
eso solo podía deberse al interés, la indiferen­
cia o el miedo ( 834 ). No dimos los españoles, a lo largo de los
siglos en que el Tribunal cuidó de la ortodoxia de los españoles,
muestra
de ser interesados, indiferentes o cobardes. Más bien
de todo
lo contrario.
Por ello nos parece mucho más acertada la tesis tradicional
de la compenetración absoluta de un Tribunal y un pueblo. Fue­
ron escasísimas las
voces que se alzaron contra la Inquisición y
todas ellas sin el menor
eco popular: Macanaz, Campomanes,
Jovellanos ... Y fuera de ellas, que por otra parte eran
muy tar­
días, no el silencio del miedo sino expresiones abiertas y encen­
didas de amor.
Que hoy, en días de indiferencia y tolerancia, no lo entenda­
mos es
Otro asunto. Pero fue así. La frase atribuida a Carlos III
y ya en pleno «siglo ilustrado», cuando alguien le propuso re­
formarla o suprimirla nos parece definitiva: «Los españoles la
(831) LLORENTE: La Inquisici6n ... , págs. 73 y sigs.
(832) _LLORENTE: .La Inquisici6n ... , pág. 27.
(833)
LLORENTE: La Inquisición ... , págs. 27-28.
· (834) LLoRENTE: La Inquisición ... , págs. 29-30.
1270
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQTJISICION
quieren y a mí ¡:,o me molesta» (835). Esa era la realidad. Lo
coPtrario soo deseos que la historia no puede confirmar.
Otra cosa es que los procedimientos hieran nuestra sensibi­
dad de hoy. La pública ejecución, con hogueras o sin ellas, la
ejemplaridad de los autos de
fe y sambenitos, el tormento, la
denuncia anónima, la absoluta
incomunicació¡:, del sospechoso,
los testigos desconocidos para el procesado a los que, por tanto,
no puede ponerse .tacha de animadversión manifiesta u otras aná­
logas son absolutamente inadmisibles para nuestra mentalidad.
Pero no se puede
juzgar el ayer ccn criterios de hoy. Todo eso
pasaba en todos los tribunales de la época. En los tribunales ci­
viles de todos los reinos civilizados que entonces existían. Y pa­
rece ser que iucluso con mayores condiciones de
dureza,
El tribunal · eclesiástico buscaba sobre todo · la . conversión y
si se abjuraba
el error la penitencia era generalmente leve. Solo
los recalcitrantes podían temer las peores
coosecuencias. ¿Que
hubo
calificadores o jueces injustos, rigoristas o venales? ¿Qué
judicatura no los conoció? Pero aun en este punto, y
Üorente lo
escudriñó al
máximo, no abundan los testimonios. Por un Lu­
cero (836), cuántos huenos religiosos que querían salvar
el alma
y también
el cuerpo de herejes o judaizantes. Es muy significativo
al respecto el testimonio de Kamen sobre la brujería .( 837), que
muestra cómo nuestro tribunal fue mucho
más benigno y sen­
sato que los
de otros países europeos.
Nada habría que objetar a quien señalara
el rigor procesal
y
penal de los tribunales de la época y, entre ellos, de la Inquisi­
ción. Pero la mala fe
es manifiesta cuando se la denuncia en ex•
elusiva con el fiu de aterrar a ignorantes de hoy y apuntarles así
en la guerra anticlerical. Que de eso, al fin y al cabo, es de lo
que se trata.
En los días que nos ocupan hacía ya muchos años que la he­
rejía no anidaha en nuestro país. Y judíos y motisc-0.-falsamente
convertidos que continuaban en secreto con
sus prácticas anti-
(835) KAMEN: Op. cit., pág. 270.
(836) LLORl!NTE: La Inquisici6n ... , págs. 110 y sigs.
(837) l 1271
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOJ!IA
guas no existían ya. Y ese fue el grueso de la actuación inquisi­
torial. Quedaban algunos confesores solicitantes que se
valían del
sacramento de· la penitencia para obtener favores sexuales de sus
confesadas, laicos que se hacían pasar por sacerdotes, alguna
beata: visionaria que encandilaba a simples, contados ilunúna:dos,
sacrílegos y blasfemos en bien escaso número, pues no lo admi­
tía la misma sociedad, algunos que difundían, más de palabra
que por escrito y · generalmente
más por ignorancia que delibera­
damente, proposiciones erróneas, escandalosas o heréticas, lecto­
res
de libros prohibidos ... Es extrañísima una actuación a causa
de pertenecer a la masonería antes de la invasión napoleóni­
ca (838). Y eso que en nuestra patria habla sido prohibida casi
desde sus inicios, que evidentemente no eran los del Templo de
Salomón, mediante
el Decreto de Femando VI de 2 de julio de
1751 (839).
El Tribunal, en esta épooa.
De todas estas cosas se venía ocupando. la Inquisición · con
general contento · de gobernados y gobemantes cuando apareció
el fenómeno jansenista al
· que ya nos hemos referido amplia­
mente. Y la tranquila actuación del Tribunal se vio alterada· por
las disputas de las escuelas. Que trajeron
al pueblo español ab­
solutamente sin cuidado pero que alteraron los ánimos de los
contendientes.
La · situación, . a comienzos del siglo XVIII, era tan rutinaria,
dado el estado
de tranquilidad doctrinal de nuestra patria, supe­
radas
las dificultades de Felipe IV con Roma, puramente políti-
(838) PAZ Y MÉLIA, A.: Papeles de Inquisición. Madrid, 1947, 2.• cd.,
págs. 187-206. Todo lo sefial.a.do es posterior a,-lá_· restauración fernandina.
(839)
Centinela COntra Francs-1!1assones. Discurso sobre su oriién, ins­
tituto, secreto 'J iuramento. Descúbrese la cifra con que se escriben ·y· las
acciones, señales, y palabras con que se conocen ... Imprenta de, don Agus­
tín de Gordejuem y Sierra, Madrid, 1752, págs. 29-31. (La numeración
comienz.a con la Bula de Benedicto XIV, antes, y sin -paginación, un. am­
plio Discurso prologuético que debe set de. fray Joseph de Torrubia-. y la
dedicatoria y aprobaciones de la Obra).
1272
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
cas, que el Indice de 1707 prácticamente repetÍa el anterior (840).
Aparecía en él, como novedad, el famoso Augustinus.
Con Felipe V se reprodujo el conflicto con el papado pero,
de nuevo, a causa de la política internacional alterada por la
Guerra de Sucesión española. En 1739, superada ya la gran ru,..
tura en 1720, aunque en 1736 volvió a surgir el conflicto, clau­
surándose de nuevo la Nunciatura (841
), situación que se re­
suelve enseguida con la llegada del nuevo nuncio Silvio V alenti­
Gonzaga ( 842),
se publica un apéndice al Indice anterior bas­
tante anodino (843).
Con este apéndice parece ser que tuvo Benito Jerónimo Fei­
joo y Montenegro (1676-1764) algunas dificultades que se re­
solvieron favorablemente al monje
.. Según Kamen (844), «dio
una explicación de sus intenciones y parece que no se tuvo
más
en cuenta el asunto».
Sobre Feijoo habría mucho que
decir, dada su talla en un si­
glo de enanos pero
se agota antes de los años. que nos hemos
propuesto estudiar aunque su
influencia perduró a su tiempo
vital.
Menéndez Pelayo, aunque termina vindicando su ortodo­
xia (845), le opone reparos: «Alguna culpa, quizá no leve,
ten­
ga en esto (leyenda de la ignorancia española) el mismo padre
Feijoo, que de modesto
no pecó nunca, y parece que puso des­
medido empeño en que resaltase la inferioridad del nivel
inte­
lectual de los españoles respecto del suyo. Hay en sus escritos,
por mucha indulgencia que
queramos tener, ligerezas francesas
imperdonables, que van mucho
más allá del pensamiento del
autor, y que denuncian
no ciertamente desdén y menosprecio
ni odio, pero sí olvido y desconocimiento de nuestras cosas, hasta
de las
más =canas a su tiempo; como que para hablar de ellas
(840) KAMEN: Op. cit., pág. 276.
(841)
EGmo: Regalismo ... , pág. 174.
(842) Que no debe confundirse con el nuncio del mismo apellido,
Luigi V aleoti-Gonzaga, que estuvo al frente de la represenraci6n en Es pa­
fia algunos años después.
(843} IúMEN: Op. cit., pág. 276.
(844)
KAMEN: Op. cit., pág. 276.
(845) ME>ltNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 444.
1273
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
solía inspirarse en enciclopedias y diccionarios franceses,. (846);
Y aun podríamos anotar alguna otra puntada más de la que pa­
rece resultar no demasiada simpatía por el benedictino (847).
Creemos que su espíritu crítico, tan propio .de la época y
su indudable afición a lo extranjero, no afectó de modo nota­
ble
.su sincero espíritu católico. Estas palabras del benedictino,
tan dado a sostener los datos de
la experiencia, bastarán para
demostrar lo que afirmamos: «Si la experiencia
y el Evangelio
se opusiesen, de'smentiría mis ojos y manos para asentir al Evan~
gelio,. (848). O estas otras: «En puntos de fe no solo no he
tocado en los. principios, mas ni aun en las más remotas conse­
cuencias,. (849).
Soto-Marne
.no consiguió demostrar la «afección heretical,.
que insinuaba (850). La protección de Fernando VI, prohibien­
do impugnar sus obras, ya que eran del
real agrado (851 ), con­
cluyó entonces
la polémica. Quedan, sin embargo, nubes sobre
el benedictino que no permiten considerarle un campeón de
la
ortodoxia, aunque no pueda incluírsele en el campo contrario.
Porque, en cuestiones fundamentales,
la piedad y el buen sentido
de Feijoo
le hacían elegir siempre el campo netamente católico.
Pero su
extranjerismo y la arriesgada posición galicana o incluso
jansenista de no pocos hermanos de hábito franceses: Calmet,
Mabillon, Ceiller, Gerberon
... -y los maurinos batieron el récord
entre los hijos de
San Benito aunque no alcanzaron, con mu­
cho-, a los oratorianos,--, le llevaron a admiraciones que varias,
como la que expresó por Arnauld: «preciosas obras algunas de
el famoso Antonio Arnauld,. (852) son, como poco, impruden-
(846) Mi!NÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 430.
(847) MENiíNDEZ PBLAYOS Qp. cit., Il, págs. 436 y sigs.
(848) SABRAILH: Op. cit., págs. 499-500.
(849) MBNÉNDEZ PBLAYO: Op. cit., II, pág. 444.
(850) SÁNCHEZ AoESTA: Op. cit., pág. 42; MBNÉNDEZ PELAYo: Op.
cit., II, pág. 436.
(851)
SÁNCHEZ AGESTA: Op. cit., pág. 50; Mi!NÉNDEZ PBLAYO: Op.
cit.,
II, pág. 436.
(852)
SAUGNIEUX: [,< ;ansénisme ... , pág. 213.
1274
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
tes. No debe, sin embargo, exagerarse· su importancia. Creemos·
mucho más importante este testimonio de Menéndez Pelayo que.
bien podría ser
un epitafio glorioso: «En su comunidad vivió
ejemplarmente y murió como un santo» (853).
Me parece absurdo
magnificar las ligeras dificultades que
pudo tener con la Inquisición el benedictino Feijoo. Antes las
tuvieron San Francisco de Borja, San Juan de Avila, San Juan·
de la Cruz, Santa Teresa, fray Luis de León, el pintoresco
Bro­
cense, Arias Mootano, Mariana y bastantes más. Algunos mucho
más serias que el benedictino. No impidieron ni su santidad, ni
sus fundaciones,
ni sus escritos. Da la. impresión que la Inqui­
sición, en vez de
coartar, hiw que los españoles de aquella épo­
ca áurea fueran más sabios y más santos. Pues, ¡qué bien!·
Y no se crea que por esos días tenían encuentros con la In­
quisición solamente personajes fronterizos por la heterodoxia, De
lo que, repetimos, no cabe calificar a Feijoo. Las tuvo también·,
por ejemplo, el beato Diego José de Cádiz (854).
La mayoría de.
ellas n.o afectaron directamente al santo capuchino por cuanto se
dirigían a escritos, al parecer deplorables en su mayoría, que
la.
devoción popular y muchas veces la superstición amparaban en
el prestigio y la aureola
de santidad que circundaban al celebérri­
mo misionero. Pero la de 1800, estamos bajo el imperio de
Ma­
riano Luis de Urquijo, le afecta directamente por sostener, la
atroz herejía de someter «la Potestad Real a la Eclesiástica» (855)
y defender la primacía del Papado quizá con demasiado detri­
mento de la institución episcopal. Porque las demás cuestiones
que
se le achacan son de índole absolutamente menor •.
Juzgo por el brevísimo extracto que hace Paz y Mélia y ha­
bría que estudiar con más detenimiento la dooumentación que
parece realmente interesante. Pero, por
lo que se deduce de la
obra citada,. nuestro capuchino, en su defensa, no desdice en nada
del criterio que se ha labrado de campeón del ultramontanismo,
entendiendo éste como filial sumisión al vicario de Cristo .. Hasta
(853) MllNlÍNDEZ l'ELAYO: Qp, cit., II, pág. 444.
(854) PAZ: Op. cit., págs. 55, 117, 118, 256, 263-267 y 409:
(855) PAZ: Op. cit., págs. 263-261:
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
el extremo de protestar en su defensa un doble acatamiento: «al
superior juicio del Santo Tribunal de la Inquisición y al infali-­
ble de la Suprema Silla de Roma» (856). A buen entendedor ...
No cahia pensar otra posrura en nuestro buen fraile que se
adelantaba en setenta años a la definición del primer Concilio
Vaticano. Tal vez por eso sea beato y nadie sueñe en elevar a
los altares a un Tavira o a un Villanueva.
La Compañía de Jesús, que había permanecido alejada de la
Inquisición, solo un jesuita, el padre Nitard bahía sido Inquisi­
dor
General y, según se dice, a disgusto de la Orden, se aoerc6,
institucionalmente al Santo Oficio y ruvo especial peso en la pre­
paración
del Indice de 1747 (857). Es el asunto Noris al que·ym
nos hemos referido.
La Inquisición dejó de ser indiscutida y universalmente acep­
tada. Sobre todo por su confrontación con Roma. La desdicha­
da inclusión de Noris en
el Indice, que era mucho más un triun­
fo de escuela que un triunfo eclesial, y la aceptación de las tesis
jesuíticas aun etY lo discutible, le aumentó los enemigos. Pero
ello fue una tormenta pasajera, pues la influencia ignaciana cesó
con la muerte de Fernando VI. Concluida la orientación jesuí­
tica, las restantes Ordenes podían
reconciliarse con ella.
Pero lo grave en
la Inquisición no era, con serlo, ese des­
cender a disputas menores en vez
de ser la referencia indiscuti­
da de
la ortodoxia (858). Lo verdaderamente peligroso para su
auténtica identidad fue dejarse absorber por el absolutismo real,
omnipotente en la época. Lo que hemos relatado del inquisidor
Quintano y el
Catecismo de Mésenguy nos excusa de insistir en
ello. El Tribunal, para Carlos III, era un instrumento más aI
servicio del poder absoluto. Y, en frase caricaturesca, pero no
exenta de verdad en el fondo, aunque distara mucho de los pro­
pósitos reales de aquel rey simple, bueno, religioso y manipula-
(856) PAZ: Op. cit., pág. 266.
(857) KAMBN: Op. cit., pág. 277; MAaTi: La Iglesia ... , págs. 69-70;
DEFoURNEAUX: Op. cit., págs. 39 y sigs.
(858) DEFOURNBAUX: Op. cit., págs. 47-48.
1276
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
do, «el pobre Carlos IV, que no podía con la corona, quería po­
nerse la tiara».
Pese a lo dicho, la Inquisici6n española continu6 trabajando
en uno de sus tradicionales cometidos: la censura
de libros. Al
jansenismo se le une ahora la
«filosofía». Y no podemos culpar­
la,
al menos bajo los mandatos de Pérez. de Prado (1746-1755)
y de Quintano Bonifaz (1755-1774) de inactividad.
Bayle, condenado por Roma en 1705, lo es por Madrid
en
1747 (859). Montesq¡¡ieu, cuyo Espíritu de las leyes se censuro
en Roma en 1752, fue objeto de la sanci6n madrileña en 1756,
y
las Cartas persas, en 1797 (860). El marqués d'Argens, en 1756
y en 1760 (861). Rousseau, en 1764, 1766 y 1789 (862).
Hd­
vetius, en 1759 (863). Diderot, en 1766 y 1806 (864). Voltaire,
en 1756 y en diversas fechas posteriores (865). La Mettrie,
en 1771 (866). D'Alembert, en 1773 (867). Mannontel, en
1779 (868). Hume,
en 1773 (869). Raynal, en 1779 (870). Hol­
bach, en 1779 (871), por primera
vez, Condillac, en 1789 (872).
Mably, en 1779 (873).
Al mismo tiempo
se condenaban las obras más radicalmente
(859) DEFOURNEAUX: Op. cit., pág. 221.
(860)
DEFOURNEAUX: Op. cit., p.lg. 221; PEREY, Lucien: Un petit ne­
veu de Ma=in. Calmann-Lévy, Par!s, 1891, pág. 160; PASTOR: Op. cit.,
XXXV, págs. 332-333; VALLET DE GOYTISOLO, Juan: Montesquieu. Leyes,
Gobiernos y Poderes. Editorial Civitas,. S. A., Madrid, 1986, págs. 51 y
siguientes.
(861) DEFOURNEAUX: Op. cit., pág. 222.
(862)
DEFOURNEAUX: Op. cit., pág. 222.
(863)
DEFOURNEAUX: Qp. cit., pág. 223.
(864)
DEFOURNEAUX: Op. cit., pág. 223.
(865) DEFOURNEAUX: Op. cit., págs. 223-225.
(866) DEFoURNEAux: Op. cit., pág. 225.
(867) DEFOURNEAUX: Op. cit., pág. 225.
(868) DEFOURNEAUX: Op. cit., pág. 225.
(869) DEFOURNEAUX: Qp. cit., pág. 225.
(870) DEFOURNBAUX: Qp. cit., pág. 226.
(871)
DEFoURNEAux: Op. cit., pág. 226.
(872)
DEFoURNEAux: Op. cit.r·pág. 227.
(873)
DEFOURNEAUX: Op. cit., pág. 227.
1277
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOtM
galicanas, como las del ex jesuita Maimbourg (1747) (874) o las de
Dupin (1787) (875). Y las jansenistas. Así, Jacques Boileau lo fue
en 1747 (876). Opstraet, en 1750 (877). Duguet, en 1756 (878).
Jérome Besoigne, en 1759 (879), Dorsanne, en 1759 (880). Bo­
naventure R.acine, en 1787 (881). Caraccioli, en 1796 (882). Le
Plat, en 1801 (883), Nicole, en 1747 y 1804 (884).
El
eco del jansenismo italiano fue, lógicamente, mucho inás
tardío, ya que sus primeras figuras, Tamburini ( 1737-1827) y
Ricci (1741-1810) es a fines del siglo cuando alcanzan fama e
influencia. Y a hemos visto c6nio la Auatorem fidei se retrasa
hasta 1794.
Las primeras alarmas por lo que a nuestra patria se refiere,
aunque sean de hijos de
España en el exilio por su pertenencia
a la extinguida Compañía de Jesús,' las dieron
los padres Gustá,
Luengo y Pou (885). Según Barcala, hasta 1789 no
se produce
la primera delación contra Ricci y Tamburini a la Inquisición es­
pañola (886). A fines del año siguiente es Vetemundo Arias Teil
xeiro quien denuncia a los jansenistas italianos a la Inquisicióri
de Valladolid (887). El
ohispo'de 'Túy, en 1792, envía a la In­
quisición la
Memoria del Ilmo. Sr. Scipion de Rkci en respuesta
a los «Quaesitos» que le
han hecho, relativos a las presentes. di­
ferencias de la Iglesiq de Francia (888).
(874) DllFOURNEAUX: Qp. cit., pág. 230.
(875)
DllFou1'NEAUX: Op. cit., pág. 233.
(876)
Dl!FOURNEAÚX: Op. cit., pág. 231.
(877)
DllFOURNEAUX: Op. cit., pág. 231.
(878)
DllFOURNEAux: Op. cit., pág. 231.
(879)
DllFOURNEAUX: Op. cit., pág. 232.
(880)
DllFOURNEAUX: Op. cit., pág. 232.
(881)
DllFOURNEAUX: Qp. cit., pág. 233.
(882)
DllFOURNEAUX: Op. cit., pág. 234.
(883)
DllFOURNEAUX: Op. cit., pág. 234.
(884)
DllFOURNEAUX: Op. cit., pág. 235.
885)
BAECALA: Op. cit., págs. 38 y 39.
(886)
BAECALA: Op. cit., pág. 41.
(887)
BARCALA: Op. cit., págs. 44 y 125-126. Por tierto, Bartala ton­
funde las Cortes de Cádíz con el Trienio a propósitó · de las· Cattas 1de Don
Rnque Leal, pág. 44.
(888)
PAZ: Op. cit., pág. 180.
1278
Fundaci\363n Speiro

, V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
Por las denuncias de , Arias T ei.xeiro Raro<>& y Manuel del
Santísimo Sacramento. podemos suponer que las ,obras de Tam-
1,urini y las Actas . de Pistoya circulaban sin diJicultad por Espa­
ña e
,incluso que tenían buena acogida (889). Las censuras no
tardan en llegar, al Consejo de la Inquisici6n (890). Y como pri­
mera medida se ordena recoger las Praeleationes de Tamburini
(30 de julio de 1791), amenaz.ándose con multa a los libreros que
continuaran vendiendo
el libro (891). Pero «la requisa se llevó
a efecto sin demasiado esmero y siguieron vendiéndose impune­
mente diversas obras de Tamburini. Enseguida fue alertado el
Consejo que, indignado por la negligencia de los requisadores,
orden6 una nueva inspecci6n más severa (
17 de septiembre de
1791) (892).
De ocho librerías inspeccionadas en
Madrid, solo se encon­
traron las Praelectiones en una de ellas: había vendido 13 ejem­
plares y le quedaban
11 en depósito (893 ). Si ello es verdad, y
teniendo en cuenta que
nos encontramos en la capital de Espa­
ña, parecen pura
fábula las aseveraciones de Jovellanos, tan uti­
li?adas:
«Toda la juventud salmantina es port-royalista. De la
secta pistoyense. Obstraect (rir:), Zuola (sic) y, sobre todo, Tam­
burini, andan en manos de todos:
más de tres mil ejemplares
había
ya cuando vino su prohibición; uno solo se entregó» ( 894 ).
Aunque por la índole del Diario jovellanista, escrito priva­
do y, por lo mismo no destinado a la publicidad, parece que
de­
bía
recoger SllS íntimas convicciones, creemos que en esta ocasión
si Jovellanos no pretendió engañar, pues sería engañarse a sí
mismo, se dejó llevar mucho más por
sus deseos que por la rea­
lidad. No
debería haber en Salamanca tres mil compradores de
libros. Y lo que parece evidente
es que si hubiera tres mil no
todos comprarían las obras de Tamburini. Rechazada la exagera-
(889) BARCALA: Op. cit., págs. 48-49.
(890)
BARCALA: Op. cit., págs. 127 y sigs.
'{3'1) BARCALA: Op, cit., pág .. 51.
(892) BARCALA: Op. cit., pág. 51.
(893)
BARCALA: Op. cit., págs. 51-52.
(894) ]OVSLLANos: Op. cit., III, BAE, LXXXV, pág. 240.
1279
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
ción, que nos parece abultadísima, sí, en cambio, confirma la
buena acogida de las obras. También nos
parece sueño del astu­
riano lo
de. toda la juventud jansenista. Porque lo que se ama
. suele perdurar. Y esa juventud pistoyana y port-royalista no se
manifestó como tal cuando llegó a sus aiios maduros. El janse­
nismo estaba
ya muerto ·. y solo perduró en los que ya no eran
jóvenes entonces: Villanueva, Espiga ... Sostenemos que el libe­
ralismo
es bijo legítimo del jansenismo español del siglo XVIII.
Pero, evidentemente, es otra cosa. Y, entre lo que no cabe in­
cluirlo es entre los movimientos religiosos como lo era ciertamen­
te el jansenismo.
Pero
sea verdadera o no la afirmación de Jovellanos, lo cierto
· es que no era mudho el rigor inquisitorial, ya que pocos días
después de la inspección de las librerías, el
13 de octubre, el
mismo Jovellanos anota en el
Diario: «compra del Tamburi­
ni» (895).
Por fin se prohíben las Praelectiones por edicto publicado el
4 de marzo
de 1792 ( 896 ). Respecto a las restantes obras de
Tamburini, «los consejeros no quisieron llegar tan lejos y se con­
tentaron por el momento con una prohibición provisional, en es­
pera de nuevas censuras» (897).
A la
par que las obras de T amburini corrían las Actas de'
Pistoya que, según el asistente de los agustinos, . «el ministerio
lo ha encontrado excelente y que, a pesar de las intrigas
mona'.·
cales (¿qué serían los insensatos agustinos de aquellos días?), se:
ha permitido la reimpresión en lengua española» (898).
Si Rubín de Cevallos había dado · largas al tema de Pistoya,
como por otra parte hacía el mismo Pío VI, no cabía esperar
mayor severidad en
el sospechosísimo Abad y Lasierra. Es el mo­
mento de la ofensiva jansenista. · «En 1793 veía la luz un amplio
compendio de los escritos de van

Espen
... Aparecía tambíén el
Catecismo de Nápoles, recomendado por Pistoya. La imprenta
(895) JoVELLANOS: Op. cit., III, ,BAE, LXXXV, pág, 62.
(896)
BARCALA: Op. cit., pág. 403.
(897)
BARCALA: Op. cit., págs. 56 y 57.
(898)
BARCALA: Op. cit., pág. 67.
1280
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGQNIA DE LA .INQUISICION
real pmblica el Catecismo del Estado según los principios de la
,religión, cuyo autor era precisamente Joaquín Lorenzo Villanue­
va, capellán real y

a
la sazón. calliicador del Santo Oficio. Se pre­
paró, incluso,. una edición castellana de las actas pistoyenses que,
:finalmente, fue detenida por una carta del Papa a Carlos IV(899).
El nuevo inquisidor, el primado Lorenzana, tan ligeramente
calificado
por algunos de projansenista, inlluidos sin duda por
:sus primeras posiciones antijesuitas y regalistas, era un decidido
adversario de Tamburini y del conciliábulo de Pistoya (900). Y
fue un molesto valedor de la Auctorem fidei ante Godoy ( 901 ).
El Real Decreto de 10 de diciembre de 1800 (902), dando
!libre curso a la bula antijansenista fue el final de toda esta po­
lítica ambigua y vacilante que, en los días de Urquijo, había lle­
gado al máximo del antirromanismo. A partir de entonoes ya na­
,die podia llamarse a engaño.
Antes había llegado, incluso, a imprimirse el Febronio «su­
brepticiamente
en Madrid por aquel tiempo, bajo el nombre su­
puesto de un lugar extranjero, por
dirección de un alto ministro
protector
y propagador de la nueva teología. Posteriormente se
emprendió, como todos saben, por otro ministro filósofo de la
misma escuela imprimir también. en Madrid la obra de Pereira
juntamente con otra sobre el mismo asunto de confirmación de
-obispos, traducido al castellano» (903). Lástima que Inguanzo
no dé nombres. El segundo es Urquijo, sin lugar a duda. Pero,
el primero, ¿Jovellanos? ¿Godoy?
Las obras de Peréira y Cesrari, pese a la decidida interven­
ción de Urquijo que, «por cuatro veces pasó Orden Real .al Con:
sejo
al intento» (904 ), no fueron autorizadas por el Consejo de
(899) BARCALA: Op. cit., pág. 75.
(900) BARCALA:Op. cit., pág. 82:
(901) BARCALA: Op. cit., págs. 8T y .,,igs, y 403 y sigs.
(902) BARCALA: Op. cit., págs. 413414.
(903) INGUANZO! Discurso ... , págs. IV y v; FtmNTE: La retención ... ,
'Pág. 54; MARTf: La Iglesia ... , pág. 449.
(904) Colección Eclesiástica·~ Española comprensiva de los breves de
S. S., notas del M. R. Núncio, reptesentaciones de-los S. S. Obispos a las
Cortes, Pastorales, edictos, etc., con otros ·documentos relativos a las in-
1281
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIG01U
Castilla, que, en una digna .consulta (905) que deshace las pre­
tensiones del ministro regalista, proclama los verdaderos. prin­
cipios, en una exeelente refutáci6n, de las mejores que se hicie­
ron, de.
las tesis del oratoriano portugués cuyas obras se preten­
.dían
.traducir al castellano.
Pero si la Tentativa solo corría en nuestra patria en su ver­
sión portuguesa o latina,
un resumen de la misma circulaba ya
en castellano desde 17 68 en la réplica del portugués al padre
Gabriel Galindo que había osado aventurar moderadas reservas
contra el famoso
Tentamen (906). Admiraba al minorita Galindo
que tales «fortísimos obstáculos los pasase en claro
el Santísi­
mo y sumamente respetable Tribunal de la Inquisición de Portu­
gal,, (907).
Es curioso- notar cómo entre. los que se han destacado en las
censuras al jansenismo en las postrimerías del siglo
figuran, aun­
que
B,µ-cala no los identifique, los que en el siglo siguiente se­
rían notorios antiliberales.
Así, el insigne Arias Teixeiro, del que habremos de ocupar­
nos extensamente
al tratar del reinado de Fernando VII, Andrés
Esteban
y G6mez (908), obispo de Ceuta (1815-1816) y de Jaén
(1816-1831), diputado en las Cortes de
Cádiz y una de las figu­
ras del bando tradicional y Gerardo Vázquez ( 909 ), que debe ser
el que más tarde ocuparía la .sede de Salamanca y diputado «per­
sa», Gerardo Vázquez de Parga.
novaciones hechas por los constitucionales en materias eclesiásticas desde
el 7 de ma,zo de 1820. Tomo XIII, Madrid, Imprenta de E. Aguado,
1824, págs. 10-11.
(905)
Colecci6n Eclesiástica ... , págs. 12-115.
(906) PERE1RA,' Antonio: Respuesta apologética de Antonio Pereira,
Presbytero de la Congregací6n del Oratorio de Usboa y diputado ordina­
rio de la Real Mesa Censoria al P. Gabriel Galindo, The6logo de Madrid
o

a
la censura que este hizo a su Tentativa Theológica impresa en Lisboa
sobre el poder de los obispos en tiempo
de rotura. Traducida al castellano
con
superior permiso. Madrid, lmprénta: de la viuda: de Eliseo Sánchez,
1768.
(907)
l'EREIRA: Respuesta ... , págs. 12 y 13.
(908) BARCALA: Op. cit., págs. 99, 381, 391.
(909)
BARCALA: Op. cit.! ¡,ág. 47,.
1282
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONI¡l DE LA INQUISIC[QN
La infiltración. La Inquisición, humillada tras el asunto Mésenguy, era .aún
demasiado poderosa para quienes querían
el triunfo total sobre
Roma, que supondría una independencia cismática o cuasi
cis­
mática de los obispos respecto al Papa, al que apenas se le re-
conocería un primado de honor. .
En esta empresa se aliaron regalistas, galicanos ( que en Es­
paña habría que denominarlos de otro modo) y jansenistas, en
una simbiosis en la que
es difícil distinguir 'elementos puros.
Unos deseaban una Iglesia lo más independiente posible de
Roma
y para . ello necesitaban la protección real (galicanos y jan­
senistas). Otros querían una Iglesia sometida al poder absoluto
del rey, que incluso nombraría los obispos, y
para ello la precisa­
ban independiente de Roma. Y
la mayoría -dentro de la abso­
luta minoría de los que en España cualquiera de estas cosas pre­
conizaba
más o menos abiertamente--, se dejaba arrastrar por
lo cómodo, que era no enojar al rey o a sus ministros.
Uno de los sistemas ideados para lograr los
fines propuestos
fue infiltrar la Inquisición de elementos proclives a estas ideas­
y para ello nada mejor que tener Inquisidores Generales propi­
cios. No bastaban hombres débiles como Quintano Bonifaz. Ha­
bía que dar un paso más. Y ello se hizo con Felipe Bertrán, o
Beltrán, obispo de Salamanca (1763-1783), que estuvo al frente
de la Inquisición española desde
1775 hasta su muerte en 1783.
Hostil a los jesuitas, regalista, bajo su
pontificado florece el
jansenismo en Salamanca hasta extremos tales que años después
Jovellanos podía anotar en sus
Diarios las frases anteriormente
citadas sobre la proliferación jansenista (910) (911).
(910) JoVELLANOS: Op. cit., III, BAE, LXXXV, pág. 240.
(911) La incorrecta cita de los nombres de dos de los tres autores
mencionados, ?.ola y Opstraet, · 8. los que llama Zuola y Obstraect puede
hacer pensar que d ilustre asturiano no estaba muy familiarizado con ellos
y los conocía más bien de referencias.
J283
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Según Mestre (912), «mientras Bertrán fue obispo de Sa­
lamanca y con el favor del prelado, desempeñó una gran activi­
dad proselitista el padre Bernardo de Zamora, entre cuyos dis­
dpulos hay que incluir a Menéndez V aldés y a Antonio Tavi­
ra». También
recibió en su diócesis, on:lenó sacerdote y dio
plaza en el Santo Oficio a Joaquín Lorenzo Villanueva ( 913 ).
«El nuevo Indice que preparaba este prelado jansenista· no vio la
luz, pero la inspiración liberal que había presidido su prepata­
ción, lejos de borrarse después de la muerte del obispo,
se afir­
mó todavía más, sobre todo después de 1795» (914). Con lo
aducido creo que queda demostrada nuestra tesis.
A Beltrán le sucedió como Inquisidor General el obispo
de
Jaén, Agµstín Rubín de .Cevallos ( 1784-1793 ). De todos los in­
quisidores que conoció, el que menos agradaba a Joaquín Loren­
zo Villanueva (915), pues lo consideraba «poco desengañado en
materia
de estudios canónicos» (916), y bien sabemos lo que
con eso
quería decir.
Pero Barcala señala su blandura respecto a Tavira en
Cana,
rías (917), y en lo relac,ionado con el Sínodo de Pistoya (918),
ya que «su condenación
podía interpretatse en Madrid como un
apoyo, cuando menos, inopottuno a Roma o como una desauto­
rización de quienes pedían límites para el absolutismo papal y
las
injerencias de la Curia» (919).
Fallecido
Rubín de Cevallos, es Manuel Abad y Lasierra quien
asume el cargo
de Inquisidor General (1793-1794). «Jansenista
y
muy protector del sectetario Llorente» (920 ), según Menéndez
Pelayo. Anula
la causa contra su hermano Agustín, obispo de
(912) MFsTRE: Religi6n ... , pág. 619.
(913)
MEs'rRE: Religi6n ... , pág. 619.
(914) SAUGNIBUX: Le Jansénisme ... , pág. 129.
(915)
SAUGNIBUx: Le Jansénime ... , pág. 125.
(916) SAUGNIBUX: Le Jan,é.nistne: .. , pág. 130.
(917) BARCALA: Op. cite, p;ig; 64. .
,· (918) BARCALA: Op;. cit., pág. 67;
(919) BARCALA: Op. cit., pág. 71.
(920) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, p,!g. 543.
1284
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
Barbastro, al que se había acusado también de jansenismo (921 ).
Su nombramiento causó especial regocijo «en los círculos ecle­
. siásticos más · ilustrados» por «su vinculación al Colegio de San
Isidro» (922),
es decir, a los jansenistas madrileños.
Hace devolver a la Inquisición de
Logroño 166 volúmenes
de la Enciclopedia requisados a la Sociedad Vascongada de
Ami·
gos del País (923 ). Anula el proceso inquisitorial a Yeregui que,
además, es nombrado consejero de la Inquisición (924). Vuelve a
llamar a Lloren te a colaborar con el Tribunal, pues habla sido
apartado dos años antes de sus funciones de secretario (925).
Segón el testimonio de Ruiz del Padrón, que afirma haberlo
oído del
mismo Inquisidor General, el Santo Oficio le pareció
«formidable, horrible y espantoso» ( 926).
No prosperan sus intentos de reformar el Tribunal (927),
podemos imaginamos en qué sentido, «pero dejó bien clara su
intención de buscar los futuros
calificadores entre los clérigos más
sensibles a las ideas nuevas y más versados en la literatura teo­
lógica de vanguardia» (928). No es necesario tampoco explicar
el sentido de estas palabras.
Por motivos que todavía no
se han aclarado, al menos que
yo sepa, es cesado en sus funciones y desterrado al monasterio
de Sopetrán, donde morirá en 1806 (929):.Barcala cree que de­
bido «a la presión de los prelados más conservadores y estuvo
relacionado con el intento de reformar
la Inquisición y sus mé­
todos» (930), Tal vez fuera así. Pero no era Godoy hombre que
se dejara influenciar por obispos, conservadores o no, y menos en
(921) BARCALA: Op. cit., pág. 74.
(922)
BARCALA: Op. cit., pág. 74.
(923) BARcALA: Op. cit., págs. 74-75.
(924)
BARCALA: Op. cit., págs. 74-75.
(924) BARCALA: Op. cit., pág. 75.
(925) BARCALA: Op. cit., pág. 75.
(926) BARCALA: Op. cit., pág. 76.
(927)
BARCALA: Op. cit., pág. 77.
(928)
BARCALA: Op. cit., pág. 77.
(929)
BARCALA: Op. cit., pág. 82; MURIEL: Op. cit;, II, póg. 64.
(930) BARCALA: Op. cit., pág. 82.
1285
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
esos, días en los que su estrella brillaba en lo más. alto. Creemos
más bien que pudo debe~ a que el peligro de las ideas revolu­
cionarias francesas hacía
lo más desaconsejable tener , al frente
de la Inquisición a obispo de tal talante.
El siguiente Inquisidor General fue el
atzobispo de Toledo,
Francisco Antonio de
Lorenzana ( 1794-1797), del que hemos ha­
blado ya en estas páginas. A lo dicho nos remitimos. Creemos.
que es insostenible tacharle de jansenizante o incluso de janse­
nista .como patece ,ser moda ahora (931). Todos los datos que
conocemos, al menos de esta éo¡x:a, pues sus días mejicanos se
podrían interpretar de otra manera, nos demuestran lo contrario.
Jovellanos le llama
«tonto» por no concederle autorización para
leer libros prohibidos
en el Instituto de Gijón (932), lo que pa­
rece indicar que no pertenecía al grupo de los amigos del as­
turiano.
Barcala señala cómo era «decidido adversario de Tamburini
y Pistoya» (933 ). Y que su nombramiento «causó alegría en
Roma, donde
se apresuraton a expedir el breve de confirmación
pontificia» (934 ). Había urgido al Papa la condenación del Sí­
nodo de Pistoya (935) y es un decidido campeón del curso de la
Auctorem fidei (936), pues «vinculaba la suerte de la bula con
la del Papado y la
Monatquía» (937). Rehúsa también las licen­
cias al Curso lugdunense (938). Todo le hace aparecer como an­
tijansenista. Posiblemente su decidida y digna actitud explique
su destierro a Roma, «pata consolar al Papa», mucho más que la
rocambolesca historia de la bigamia de Godoy.
Le nombraton
creyéndole dócil al regalismo de moda y no lo fue tanto. De ahí su
exoneración. Fue el
más digno de los inquisidores de esta etapa.
(931) SAUGNIBUS: Le Jansénisme ... , pág. 83; GóMBZ DB LA SBRNA<
Op. cit., pág. 77.
(932) GóMEZ DE LA SBRNA: Op. cit., pág. 39.
(933)
BARCALA: Op. cit., pág. 82.
(934)
BARCALA: Op. cit., pág. 82.
(935)
BARCALA: Op. cit., pág. 83.
(936)
BARCALA: Op.cit., págs. 86-90 y 407.
(937)
;BABcALA: Op. cit., pág. 88.
(938)
SAUGNIEUS: Le Jansénisme ... , pág. 183.
1286
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
El último inquisidor antes de la invasión napoleónica fue
Ramón José de Arce (1797-1808). Escarmentados
de la expe•
rienda
Lorenzana, buscaron en esta ocasión a un hombre se'.
guro. Tan seguro que aprobaría, incluso, lo hemos visto, el de­
creto cismático de Urquijo.
«Prelado mundano y cortesano» (939), nos quedaríamos muy
cortos con estas pinceladas de Revuelta para retratar a
este in­
dignísimo obispo. La semblanza de Martí Gilahert es atroz: «De
carácter tolerantísimo, fraocmasón notorio, favorito de Godoy y
bastante 'libre de costumbres
-La Forest !habla de sus amores
con la marquesa de
Mejorada-, hasta el punto de tomar parte
en los festines celebrados en Chamartín, y dar pie para que
el
pueblo dijera, incluso, que estaba casado» (940).
La Fuente ( 941) había ya referido lo de los festines de Cha­
martín aunque, más discreto que Martí, corre un velo sobre los
amores: «he oído referir a los que alcaozaron esos tiempos
co­
sas que no son para creídas fácilmente, ni menos para. referir,
las». Para Barcala, mucho más condescendiente, era «hombre
ilustrado y tendría como secretario al mismísimo Llorente» (942),
Según Olaechea, era «hombre decidor, juglar, pieza de divetsión
y de hacer reir en las tertulias de las damas de la Corte, profa,
nillo y cortejante, y el más a propósito para desprestigiar el
Santo Tribunal de la Fe» (943 ). Saugnieux Je consideraba «de
tendencia jaosenista» (944
). ¡Qué dirían los de Port-Royal si
llegan a saber que un fresco tal era adjudicado a su escuela!
No vale la pena seguir. Bien
se comprende que F. Sagre­
do (945), ante un Santo Oficio presidido
por Arce, con Lloren-
(939) REVUELTA GoNZÁLEZ, Manuel: «La Iglesia española ante la cri~
sis del Antiguo Régimen», en Historia de la Iglesia 'en España, V, ·Ma­
drid, 1979, pág. 30.
(940) MARTÍ: La abolici6n de la Inquisiti6n en España. EUNSA, Pam-
plona, 1975, pág. 81.
(941) FUENTE: Historia de las Sociedades ... ;· 1, pág. 105,
(942) BARcALA: Op. cit., pág. 105 ..
(943) ÜLAECHEA: El cardenal ... , pág. 112.
(944) SAUGNIEUX: Le Jansénisme ... , pág. 130.
(945) Diccionario ... , I, pág. 79.
1287
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01U
te de secretario y Villanueva de calificador, exclame: «el fin de
los tres
era acabar con la Inquisición». No se entiende bien cómo
los
enemigos de la misma y de la Iglesia católica querían acabar
con el Tribunal del Santo
Oficio. Hubiera sido mucho más útil a
sus
fines continuar con ella, siempre que esruviera en esas manos.
Y
no eran solo los inquisidores. El secretario del Tribunal
era
nada menos que Juan Antonio Llorente, el que sería gran
debelador de la misma desde la falsedad y la infamia. «Por los
datos que nos transmite en su
Noticia biográfica, hacia 1784 ya
estaba influido de ideas sectarias contra la Iglesia de Roma an
general y conra los papas en particular» ( 946 ).
Con tales ideas fue nombrado comisario de la Inquisición en
Logroño en 1785
y secretario general en 1789 (947). Por su
amistad con los revolucionarios es destituido del cargo y deste­
rrado a
un convento de La Rioja por un mes (948). Pero vuelve
a ser llamado al Tribunal.
Afrancesado (949), masón ... (950). De
Llorente
es· inútil decir más. Solo con considerar que fue secre­
tario de la Inquisición basta para ver a qué extremos había lle·
gado el Santo Oficio.
Fue también consejero
el clérigo jansenista José Y eregui, que
pasó a
tal cargo desde la condición de encausado. «Maestro del
infante don Antonio, sacerdote virtuoso
y docto» en opinión de
Muriel (951), colaboró
en 1800 en la huida de Antonio Cuesta
y era del
círculo de la condesa de Montijo (952). Tan virtuoso y
docto sacerdote mantenía correspondencia con el obispo constitu­
cional
Gregoire -y cismático por tanto--(953) y, por fin, acu­
de a Francia a su lado donde publica Idea de un catecismo na­
cional, en 1803 (954).
(946) ÜIUvE, A.: Diccionario ... , II, pág. 1.373.
(947) ÜIUvE: Op. cit., pág. 1.373.
(948) ÜBIVE: Op. cit., pág. 1.373.
(949) ORIVE: Op. cit., págs. 1.373-1.374.
(950) ORIVE: Op. cit., pág. 1.374.
(951) MURIEL: Op. cit., 11, pág. 150.
(952) DEMER$ON: Op. cit., pág. 301.
(95:lj
MEsTIIE: Re/igi6n ... , págs. 719-720.
(954) Ml!sTRE: Re/igi6n ... , pág. 742.
1288
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
Más importancia tuvo el calificador Joaquín Lorenzo Villa­
nueva,
máximo representante del jansenismo español, pero, al
ser
importantísima figura de las Cortes de Cádiz y del Trienio,
nos ocuparemos de él más extensamente al tratar de esas épo­
cas. De ahora solo mencionaremos, a titulo de anécdota, pero
bien
significativa, algo que puede ilustrar sobre sus actuaciones
como calificador inquisitorial. Le tocó ca:lificar el Analisi de/le
prescrizioni di Tertulliano, de Tamburini, y lo hizo favorable­
mente, pues las obras de Tertuliano no tenían reparos. Cuando
se le advirtió que era de Tamburini, rectificó su calificación. Na­
die puede creer que hombre
doct!simo como lo era Villanueva,
y jansenista
acérrimo, ignorara la paternidad de la obra (955).
Más bien hay que pensar que para Villanueva, en campaña por
sus ideas, todo valía.
Y no
es que la Inquisición desconociera el pensamiento de
Villanueva. En 1793 Guillermo Díaz Luzeredi
publicó Descuidos
del Dr. Don Joaquín
Lorenzo Villanueva en su obra De la lec­
ción de la Sagrada Escritura en lengua vulgar, donde le acusaba,
entre otras cosas, de jansenista (956). También se
delató al Tri­
bunal su traducción
del oficio de Semana Santa (957). Por esos
años (1793), polemizando con Hervás y Panduro, cree en
el ori­
gen divino de la autoridad de los reyes, en
la subordinación a
las autoridades constituidas, incluso a los malos príncipes (958) y
se erige en defensor de la monarquía absoluta (959). Para él, lo
importante eran sus ideas antirromanas. Las políticas eran se­
cundarias y estaban al servicio de las religiosas. Por ello, en el
fondo le traía sin cuidado . que su jansenismo fuera apoyado por
la soberanía real o por la popular, con tal de tener al
poder a
su servicio en la lucha contra Roma.
Estos inquisidores se encontraron con la gran revolución del
siglo y podemos imaginar con qué convencimiento para oponerse
(955) BARCALA: Op. cit., págs. 95-%.
(956) MilsTRE: Religión ... , págs. 731-732.
(957) MEsTRE: Religión ... , pág. 737.
(958) MEsTRE: Religión ... , pág. 734.
(959)
MilsTRE: Religi6n ... , pág. 735.
1289
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01U
a ella. No quere~os decir que un Villanueva o un Y eregui y, ni
siquiera un Arre, simp,rrizaron con el Terror. Pero una Iglesia
independiente de Roma, sometida al Estado, pues esa era la úni­
ca forma de lograr la independencia, era su ideal y eso era pre­
cisamente la iglesia constitucional de Francia.
La pésima cata­
dura moral de los obispos constitucionales que apenas tenían de
los apóstoles más que una ilícita consagración, tampoco
podía
agradarles. Pero, cuando se enconttaban con un Gregoire, la cosa
cambiaba. Igual que an'te un Ricci o la iglesia cismática de
Uttecht. Creemos que el odio a Roma era muy supetior a los re­
paros que podían sentir hacia los cismáticos. En el caso de Y e­
regui se comprobó plenamente.
· No insistiremos tampoco en los intentos de reforma del san:
to Oficio aludidos anteriormente. Apenas los señalaremos. Cam·
pomanes quiso desvincularla de Roma como lo intentó con todo.
Después, todavía más domesticado, sería bajo
el primer manda­
to
de Godoy cuando se intentará de nuevo la reforma. Primero
por iniciativa del inquisidor Abad (960). Más
tarde sería el pro­
pio
Godoy quien lo emprendiera, molesto por el procesamiento
de su protegido Ramón de Salas. Llegó
el ministro Llaguno a
tener extendido
el decreto. Pero no se publicó, pues tetnía el fa­
vorit.o que con ello aumentara su impopularidad ( 961 ).
· Hemos mencionado también el intento reformista de J ove­
llanos (962); Y las restricciones de Urquijo (963 ). Según Llorente,
pretendía mucho
más: suprimirla. Y si no lo consiguió fue a
causa de su caída (964). No era tan fácil logrado.
También debetnos -citar aquí la carta que el obispo constitu­
cional de Loir-et-Cher, Henri Gregoire, el mismo al que había
(960) MARTi: La Iglesia ... , págs. 169-179; MARTf: La abolici6n ... ,
págs. 4142. En adelante citaremos solo por uoo de los dos libros de Martl,
ya que, curiosamente, uno es producción literal del otro. Es decir, él
capítulo I de La abolición ... , págs. 21-49, coincide exactamente con la pri·
mera parte del capitulo V de La Iglesia .. ,, págs. 155-176,
(%1) MARTÍ: La Iglesia ... , pág. 171.
(962) MARTÍ: La Iglesia ... , págs. 172-174.
(963) MARTí: La Iglesia ... , pág. 174176.
(964) MARTí: La Iglesia ... , pág. 174.
1290
Fundaci\363n Speiro

V. LA-AGONIA DE LA INQUISICION.
entusiasmado el decreto cismático de Urquijo (965) -lo que no
deja de
ser una buena recomendación para el mismo-, apoyado
por Azara, escribió al Inquisidor General, Aroe, pidiéndole la
abolici6n de la Inquisición (966).
Los últimos procesos.
Debemos
preocuparnos ahora de los últimos procesos de la
época y del grupo jansenista español que conoció distintas ers­
pas
de auge o persecución y que fue el objeto de la mayor parte
de estas actuaciones.
El gran proceso fue el de Olavide, detenido en 1776 (967).
Realmente fue ejemplarizante y debió. hacer tomar
algunas pre­
cauciones a «filósofos» como él. Tras su condena, huye a Fran­
cia, donde está a punto de perder la vida a manos de la Revo­
lución. Vuelve, por fin, a España, donde, arrepentido; publica
El Evangelio en triunfo o Historia de un filósofo desengaña­
do (968) y unos Poemas christianos (969), en los que brilla más
la piedad que
la literatura.
Olavide fue encausado no por jansenista sino por
enciclope­
dista. Su autillo produjo entre los asistentes tal conmoción . que
uno de ellos, Felipe Samaniego, aroediano
de Pamplona, se de­
nunció por análogos hechos y a no pocos compañeros de ideas,
(%5) ÜLAECHEA: El cardenal ... , pág. 239.
(%6) DE>iERSON: Op. cit., págs. 275-276.
(%7) KAMEN: Op. cit., págs. 2'72-273; MENtNDBZ l'ELAYO: Op. cit.,
Il, págs. 566-579 y 706-707; · HERRERO: Op. cit., págs. 33-34 y 135-139;
IlEFoURNEAux, Marcelin: Pablo de Olavide ou /'Afrancesado. París, 1959;
Fu:ENTE:. Historia de las sociedades ... , I, págs. 96-100; GóMEZ DE-LA SER­
NA: Op. cit., págs. 64-72, 8().81 y 107-113; SARRAILH: Op. cit., págs. 305,
315 y 62~22. Sarrailh, c6mo no, · d®a· de la sinceridad de la conversión
de Olavide.
(968) Madrid, Imprenta de Jwm Joseph Doblado. Utiliro la segunda
edición ·de 1798 y la séptima de 1802.
(969) Poemas christianos en que se exponen con sencillez las verda­
des más importantes de' la Religión, por el autor del Evangelio en triunfo.
Madrid, Imprenta de Joseph Doblado,, 2.• ed., s/a.
1291
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO!M
todos ellos personajes de alta posición. Pero sin consecuen;.
cias (970). Como en nada o prácticamente en nada quedaron las
denuncias de Cabarrús, Urquijo, Jovellanos ... , ya que si fueron
detenidos no lo fue por
la Inquisición.
Tampoco fue por jansenismo
el procesamiento de Ramón de
Salas (971), encausado, asimismo, por ideas enciclopedistas
(972).
Todo se arregló sin grave perjuicio para el reo.
Y a
dentro del jansenismo en nada quedó tampoco la denun·
cía contra· Tavira ( 946 ); Peor lo pasarori los hermanos Cuesta,
Antonio y Jerónimo (974). El segundo fue
encarcelado y el pti'
mero consiguió huir a Francia ayudado por la condesa de Mon­
tijo.
Se había autorizado ya la Auctorem fidei y Godoy quería
hacer méritos con
el núevo Papa. Los jansenistas antaño prote­
gidos eran ahora entregados como prenda de reconciliación
sin
que la conciencia del ministro sufriera lo más m!nimo pcir ello.
Su política de supervivencia estaba por encima de todo.
Años antes ·
también habla sido denunciado el · obispo de ··Bar­
bastro Agustín Abad y Lasierra (975), Estaba en relaciones con
el obispo constitocional Gregoire (976), notable personaje que
(970) MENÉNDBZ l'ELAYO: Op. cit., Il, págs. 579-580.
(971) MEsTRB: Religión ... , pág. 724.
(972)
ÜLAl!CHBA: El cardenal ... , pág. 109.
(973)
llARCALA:Op. cit., págs. 60-64.
(974) MllNÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 545; MEsTRE: Religión ... ,
pág. 741; BARcALA: Op. cit., págs. 117 y 300; MURmL: Op. cit., II, pá­
gina
150; MARTÍ: La Iglesia ... , págs; 176-179; DEMERSON: Op. cit., ·pá­
ginas 301-302. Mattí no tiene suerte con Múzquiz, pues, después de ha.­
bede hecho obispo de Avila en el piotoresco asunto de la bigamia de Go­
doy, quizá por mantener aquellas fechas que no eran verdaderas, nos lo
pinta ahora persiguiendo, también como obiSPO de Avila, a sus súbditos
los
hermanos Cuesta. Pero, si no era obi~po de la diócesis no podía perse­
guirles _ como tal. Cuando la prisión del uno y la fuga del otro, -ya sL
¡Pero en 1794 ... !
(975) MARTi: La Iglesia ... , pág. 181; MENÉNDEZ l'ELAYo: Op.' cit.,
u. págs. 539 q 543.
(976) DEMERSON: Op. cit., págs. 274-275; MEsTRB: Religión ... , pá­
gina 719.
1292
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE; LA INQUISIC[ON
había asumido la tarea de organizar en Europa una iglesia inde­
pendiente de Roma, para lo cual mantenía correspondencia con
cuanto personaje
o. personajillo que pudiera secundar sus planes.
Fue, sin duda, el obispo más interesante de los que surgieron
tras la
sacrílega consagración que hizo Talleyrand (977). El her­
mano de Abad llegó a Inquisidor General y
se desvaneció la de­
nuncia (978). No es de extrañar que años después felicitara a
las Cortes
.de Cádiz por la abolición de la Inquisición (979).
También fue denunciada la condesa de .Montijo, en cuyo salón
se reunía ¡a flor y nata del jansenismo español (980). Seco. (981)
dice que fue obligada a dejar la Corte por simpatizar con el
partido
de los príncipes de Austurias, opuesto a Go.doy. Mar­
tí (982) acoge la versión de La Fuente, Menéndez Pelayo., el
P. Coloma y
Salcedo. Ruiz (983) de las juergas de la condesa
con Godoy y los epigramas obscenos que componía o recitaba al
valido.
Creo, con Demerson, que es absolutamente
insostenible la
leyenda de la condesa inmoral, libertina y pervertida. Los jan­
senistas verdaderos, que eran quienes integraban su grupo, no
hubieran aceptado semejante
oonducta en su ninfa Egeria. Que
debió

ser mujer con necesidades sexuales que satisfacer
es muy
posible. Mientras estuvo casada con
su primer marido no nece­
sitarla de
más. Luego, la viudez se le debió hacer insostenible y
contrajo, con autorización real, desigual y secreto matrimonio
con uno de
los jansenistas de su tertulia: Estanislao de Lugo.
(977) Debe ser interesante d libro, que no he leído, de VAUSSARD:
Correspondence de Ricci-Henri Gregoire ,(1796-1807). Sansoni, Florencia y
Didier, Parls, 1%3.
(978) BARCALA: Op. cit., pág. 74.
(979) VrLLAPADIERNA, Isidoro de: «El episcopado español y las Cor­
tes de Cádiz», en Hispania Sacra, 1955, núm. 16, vol. 18, págs. 320-321.
(980) GóMEZ DE LA SERNA: Op. cit.; págs. 154-169; MARTl: La Igl.e­
sia ... , págs. 154-164 y 181-184; DEMERSON: Op. cit., passim; Ml!STRE:
&Ugi6n ... , págs. 720 y 740-741.
(981) SECO: Godoy ... , pág. 164.
(982)
MARTf: La lg!.esia ... , págs. 182-183.
(983) lliMERSON: Üp. cit., págs. 12 y 312-313.
1293
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Demerson, su biógrafo, que le muestra indudable y manifiesta
simpatía, llega a reconocer, en base a una cita de Gallardo, que
tal
vez en su viudedad tuviera relaciones amorosas con Melén­
dez Valdés (984 ). Pero no nos imaginarnos a Jovellanos, a quien
tanto horror le produjo
la conducta desordenada de Godoy, a
Tavira, a su cuñado, el obispo
de Cuenca, Palafox, a Villanue­
va
... , tapando con su amistad tal conducta. Su destierro más nos
parece que se debió a cuestiones políticas, como dice Seco
Se­
rrano, que a su jansenismo. Si algún día se confirmara lo que
hoy creemos insostenible,
la doblez y el cinismo de nuestros jan­
senistas
estarían por encima de todo lo imaginable.
Martí dice que
los otros complicados en el proceso al jan­
senismo como él obispo de Cuenca, Antonio P.tlafox y Croy, her­
mano del primer marido de la condesa de Montijo y los canó­
nigos de San Isidro salieron indemnes de las pesquisas (985)
y
que José Espiga, otro notorio jansenista, que había sido el re­
dactor del decreto de Urquijo, fue obligado a residir en Lérida,
donde era canónigo (986
).
Sostiene el mismo autor que el destierro a Mallorca de Jo­
vellanos fue también a causa de una denuncia a la Inquisi­
ción (987). No nos
lo parece. Fue una sanción real y no inquisi­
torial. Que acusaciones de tipo religioso se unieran
a otras para
acentuar el desvío del monarca hacia su
ex ministro de Gra­
cia y Justicia, es posible. Pero todo apunta a causas políticas en
el cruel destierro del asturiano.
Por enciclopedista fue encausado el marqués de Nartos, aún
bajo el gobierno de Floridablanca (988) y
el .Tribunal fue benig­
nísimo con él. Asimismo tuvieron dificultades con la Inquisición
lriarre y los Samaniego (989) y también sin serias consecuencias.
(984) DBSMBRSON: Op. cit., pág. 108.
(985)
MARTí: La Iglesia ... , pág. 184.
(986) MARTÍ: La Iglesia ... , pág. 184.
(987)
MARTí: La Iglesia ... , págs. 184-185.
(988) MARTÍ: La Iglesia ... , pág. 185.
(989) MARri: La Iglesia: .. , págs. 185-187.
1294
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
Ninguno de ellos .por jansenista. Además fue denunciado Melén­
dez Valdés (990).
Por todo lo dicho creemos qne tiene razón Vicente de la
Fuente cuando
afuma que «todas las causas que se siguieron por
la Inquisición desde 1797 a 1808 fueron una pura burla» (991).
Y si a alguno se le siguió algún perjuicio, éste no autoriza a ta­
char de
dureza al Tribunal.
Si no aparece más jansenismo no fue porque la Inquisición
acabara con él, sino porque no existía. A los nombres menciona­
dos en estos procesos
se pueden añadir el del obispo de Barce­
lona, Climent; los de los canónigos
de San Isidro, Rodrigálvarez
y Posada; los hermanos Lugo; el general de los agustinos, Váz­
quez; el canónigo canario, Santiago Eduardos; el Jovellanos del
Reglamento de Calatrava; el catedrático de Alcalá, Juan de Arri­
bas; los agustinos, Risco,
La Canal y Centeno, Bias de Aguiriano,
López de Ayala, López Castrillo; el también agustino, Fernández
de Rojas; el oratoriano Montoya, Bernardo de Zamora, Rosell;
los obispos, Cabrera, López Gonzalo, Rubín de Celis, Amat y
Aguiriano y alguno otro más. No todos en igual grado y alguno
de ellos incluso mínimamente. Pero casi todos vinculados a la
condesa de Montijo.
Entre 1795 y 1800 pudieron pensar que iban a triunfar.
Los
ecos de Pistoya parecían agradar al Gobierno y la bula Aucto­
rem
fidei no se autorizaba. La enseñanza quería establecerse so­
bre textos más que sospechosos, No hay más que analizar los
que Jovellanos recomienda para el Colegio de Calatrava (992)
Van Espen,
Fleury, el Lugdunense, Chardon, Martini, Durand
de Maillane
... (993 ). Tavira es trasladado de Osma a Salaman­
ca para asegurar el cambio de
la Universidad. Urquijo publica su
decreto
...
Pero pronto se pasó del optimismo al desánimo. La hora del
jansenismo
había pasado definitivamente. Los clérigos antirroma-
(990) MARTí: La Iglesia ... , págs. 187-188.
(991)
FUENTE: Historia de las sociedades ... , I, pág. 105.
(992) JoVELLANos: Op. dt., .¡, BAE, XLVI, págs. 169-229.
(993) FlrnNÁNDBZ DE LA Crno!k Jovellanos ... , págs. 84 y sigs.
1295
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
nos se unirán al liberalismo. Sin solución de continuidad. Serán
los mismos perros con distintos collares.
Seguirán siendo rega­
listas, seguirán siendo galicanos y ahora serán liberales. Villa­
nueva, Oliveros, Espiga, Serra, Muñoz Torrero, Posada y Rubín
de Calis,
el cardenal Borbón ... Más los nuevos que van a apare­
cer. Su seña de identidad
seguirá siendo la oposición a Roma.
La monarquía absoluta la cambiarán por la constitucional y a ella
le pedirán
el auxilio que habían solicitado a la primera contra el
Papado. Porque ese
es el verdadero enemigo. La Iglesia católi­
ca edificada sobre Pedro. La Iglesia católica constituida bajo
Pedro.
Pero el liberalismo será todavía más hostil a la religión que
las viejas monarquías absolutas y la posición religiosa de
sus
corifeos eclesiales se hará mucho más difícil.
Un Tribunal que ahoga _la cultura.
C_onsideremos · ahora, si bien someramente, la gran acusación
dirigida por sus enemigos al Santo Oficio.
La de que fue lo que
impidió el progreso
y la ciencia en España. Al no permitir pen­
sar libremente, nos sumergió en la incultura y en la barbarie. Y
esa fue
la causa de nuestro atraso respecto a las otras naciones
de Europa. A nada que se piense sobre ello se comprenderá que
la tesis no se sostiene.
La Inquisición era un Tribunal religioso. No cabe duda que
la teología debió ser
la ciencia más afectada por el miedo y la
persecución.
La España inquisitorial tuvo que ser un desierto
religioso en el que nadie
se atrevería más que a repetir lo in­
controvertible. Quien osara otra cosa coma el riesgo de la cár­
cel y aun de la hoguera.
Pues no fue así. Con
la Inquisición tuvimos una pléyade de
teólogos como no los conoció Europa y como, ciertamente, no
hemos vuelto a tener una vez desaparecido el Santo Oficio." Hoy
sí que
es un erial nuestro panorama teológico. Y lo fue también
el siglo pasado. Pero con la Inquisición, bajo la Inquisición,
Es­
paña fue la cuna de los dos Sotos, de Vitoria, de Suárez, de
1296
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
Molina, de Báñez, de Cano, de Toledo, de Laínez y Salmerón,
de los dos Luises -de León y de Granada-, de Juan de Avila
y de
la Cruz, de la simpar Teresa, de Ignacio, de Borja, de Arias
Montano, de
la Políglota y de la Regia ... Insostenible, pues, que
la Inquisición haya sido un obstáculo para la ciencia religiosa
que era
la directamente vigilada.
Pero, al lado
del estudio puro, tampoco obstaculizó en nada
la vida eclesial. Con la Inquisición, bajo la Inquisición los es­
pañoles fundaron órdenes religiosas de tanta importancia y tras­
cendencia
como fueron la Compañía de Jesús, las Escuelas Pías,
los Hospitalarios de San Juan de Dios. Novedades tan llamativas
como el abandono del coro por los jesuitas o la dedicación a
la
enseñanza de la juventud corrieron sin la menor traba de la In­
quisición. Y
la reforma franciscana de San Pedro de Alcántara.
Y
la carmelitana de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Y la
descalzez agustina que protegieron fray Luis de León, Santo
Tomás de Villanueva y el beato Alonso de Orozco. La vida reli­
giosa en la España inquisitorial, en. su siglo áureo, fue riquísima
en santidad. Como lo era la ciencia.
¿ Alguien
podrá sostener que la presión inquisitorial obstacu­
li2ó las letras? Cervantes, Lope, Calderón, Tirso, Garcilaso, Que­
vedo, Góngora, el Lazarillo .•. Nuestro siglo de oro literario vi­
vió bajo la Inquisición. ¿Coartó el genio de nuestros pintores?
Que lo digan Velázquez, Murillo, el Greco, Zurbarán, Morales
...
y basta Goya. Que vieron y pintaron con la torva Inquisición
sujetando sus pinceles.
Pero, ¿es que nuestra imaginería barroca
y nuestra arquitec­
tura, con todo lo que ésta supone de conocimiento
científico y
no solamente
de sentido estético, no fueron excelsas bajo la In­
quisición? Menéndez Pelayo hizo el balance de la ciencia espa­
ñola y a
él remito al lector (994). ¿Se ha perdido algo porque un
Cazalla o un doctor Egidio no hayan publicado alguna obrita
que, por lo que de ellos sabemos, podemos asegurar que
serían
de muy escaso valor? ¿Es que la biblia protestante de Casiodoro
(994) MI!NÉNDEZ PELAYO, Marcelino: La ciencia española, CSIC, 1953,
1953 y 1954, 3 vols.
1297
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
de Reina puede siquiera. compararse a la de Cisneros o a la de
Arias Montano?
Solamente podría
decirse que la Inquisición impidió la apa­
rición de un Voltaire o un Rousseau españoles. Pero, ¿dónde
estaban? Y, si no hubiera existido la Inquisición, ¿los Campoma­
nes de turno les hubieran dejado difundir esas ideas? Y, de
ha­
bérselo permitido, ¿habría ganado algo España en ello?
Un pueblo que amaba su religión.
Concluyamos este capítulo con una mención a
la religiosidad
del pueblo español en
la que no poca parte cabía a la Inquisi­
ción. No porque impusiera creencia y ritos, que difícilmente
se
ama lo que se obliga a creer o a practicar, sino porque, como he­
mos apuntado, se produjo una compenetración absoluta entre el
Tribunal y los a
él sometidos, de forma que el uno castigaba lo
que los españoles exigían fuera sancionado. Y con penas que al
pueblo le parecían oportunas y correspondientes a
la falta. Pero
es que aún había más. Los españoles no temían que . el Tribu­
nal pudiera afectarles a ellos en particular, ya que sus creencias
y sus prácticas, salvo en unas minorías étnicas que consideraban
advenedizas
y no integradas y en escasísimo número de compa­
triotas, eran absolutamente ortodoxas.
Abundan las descripciones de la religiosidad del pueblo
es­
pañol en esta época (995). Recogeremos la de Vicente de la Fuen­
te
ya que, nacido en 1817, tuvo de ella referencias de primera
mano:
«El contagio de la inmoralidad e impiedad de los cortesanos
y de la grandeza, durante
el siglo XVIII, no trascendió a la ge­
neralidad del pueblo español. Este permaneció devoto, religioso
y ferviente católico hasta principios de este siglo.
Las leyes re­
copiladas estaban llenas de disposiciones religiosas, y antes de
enseñar el acatamiento debido al trono, prescribían los actos de
respeto y veneración debidos a Dios. Todos
los espafioles de-
(995) MEsTBE: Religi6n ... , págs. 586 y sigs.; Mil.TI: La Iglesia ... ,
·pags. 133 y sigs.; l'uENTE: Historia eclesiástica ... , III, págs. 429 y sigs.
1298
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
bían acompañar al Santísimo, cuando le hallasen en la calle, con­
ducido para los enfermos; los. militares debían abatir hasta el
suelo sus armas y banderas, y los magistrados y tribunales de­
bían apearse de sus
carrozas, aun cuando fueran en asperación (?)
y dar ejemplo al pueblo acompañándole. Los Reyes mismos de­
bían apearse de su carruaje y acompañarle hasta
el lecho del en­
fermo, cediendo su carruaje al sacerdote.
»Una campanilla solía avisar a los jornaleros y artesanos que
se acercaba la hora de abandonar el lecho, y el despuntar la auro­
ra mientras las avecillas se preparaban a saludar al sol naciente,
resonaban ya las calles con las alabanzas de María, cantando a
coros el santo Rosario. Pocos eran los pueblos de
alguna impor­
tancia donde no había la misa llamada
del alba o de la aurora;
y cuando el labrador marchaba a:! campo, y el menestral a abrir
su taller, había consagrado antes a Dios las primicias de aquel
día. No
se miraba aún como una ridiculez el persignarse y dar
gracias antes de comer: el español no quería ser ingrato con aquel
Dios que le daba
un pan de que privaba a otros. Los ayunos de
la Iglesia
se observaban con rigor. La comida era por lo común
frugal, y al promediar el día: hasta la comida tenía su carácter
nacional, y el puchero
más o menos sustancioso, según la posi­
ción
de las familias, constituía la base de la comida diaria. Al
terminarse ésta daba indefectiblemente gracias el sacerdote, si lo
había a la mesa, y en su defecto
el padre de familia, o el nifío
más pequefío, a quien se ensefíaban las alabanzas de Dios, coan­
do apenas sabía hablar.
»El no descubrir la cabeza cuando la campana de
la iglesia
mayor anunciaba la elevación del Sefíor
se hubiera mirado como
una irreverencia: al toque de oraciones suspendíanse todos los
co­
loquios: habíase saludado a la Madre de los espafíoles, antes de
que saliera el sol, y ahora
se despedían de ella con la triple sa­
lutación. ¿Qué familia se hubiera recogido a dormir sin rezar
antes el rosario? La devoción de los espa!íoles a la Virgen
ra­
yaba en entusiasmo: llevaban de continuo su escapulario, po­
nían su efigie por las calles, y no pocas de ellas hubieran sido
intransitables de noche, por falta
de alumbrado, si la devoción
1299
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
de los particulares no hubiese encendido un farol ante la efigie
de María o de
algún otro santo.
» Venerábase el misterio de la Inmaculada Concepción, casi
como punto de fe: por una Real Orden se mandó, en tiempos de
Carlos U, que todos los oradores la invocasen al principio de los
sermones
. con la acostumbrada fórmula, a continuación de la ala­
banza al santísimo Sacramento. Un fraile de Santo Tomás, de
Madrid, que se
negó a ello en un sermón, fue desterrado por una
Real Orden a
veinte leguas de la Corte, la defensa que hizo su
Provincial solo sirvió para enconar más los ánimos contra el in­
fractor. Las Universidades mayores habían hecho voto de defen­
der el misterio de
la. Inmaculada Concepción. La de Salamanca
tomó en ello una parte
directa, cuando Felipe IV envió al con­
de de Monterrey para solicitarla del Papa. Habiendo manifestado
algunos dominicos que, aun cuando
se pudiese declarar, quizá no
fuera conveniente, la Universidad respondió en un memorial brio­
so rebatiendo enérgicamente este pretexto. Varios ayuntamien­
tos tenían hecho voto desde tiempos antiguos de sostener el
mis­
terio de la Inmaculada Concepción: uno de ellos era el de Gua­
dalajara. Carlos III declaró patrona universal de España e In­
dias a la Virgen María en el misterio de su Concepción.
»Después
de la devoción a la Virgen, los santos predilectos
del culto español eran San José, San Vicente y
San Antonio. Las
cofradías de este último eran sumamente numerosas. Otras mu­
chas de ellas tenían por objeto algunas prácticas de caridad. Las
personas más condecoradas, tanto eclesiásticas como seculares,
solían honrarse visitando los hospitales y perteneciendo a las
juntas que cuidaban de sus rentas. Había cofradías para propor­
cionar trabajo y ocupación a los presos
de las cárceles; otras se
dedicaban a componer matrimonios mal habidos, dotar y casar
huérfanas, .socorrer pobres vergonzantes y proporcionar un asilo
a las infelices jóvenes que hubiesen cometido algún desliz, a fin
de poner a cubierto
su honor, impidiendo de este modo que al
rubor sucediese el cinismo.
»La Religión
se encargaba también de dulcificar los últimos
instantes del reo condenado a pena capital. Entre los muchos
in-'
1300
Fundaci\363n Speiro

V. LA AGONIA DE LA INQUISICION
convenientes de ésta, la única ventaja que ofrece es la llatnada
ejemplaridad. Realzábase ésta en España con el apatato religioso
que circundaba al reo: poníasele a la vista la efigie de Cristo,
que murió por todos; sobre
el saco de ignominia colocábase al­
gún escapulario o insignia religiosa y, acompañado de sacerdotes
y religiosos, llegaba al patíbulo. El espectáculo de la Religión
acompañando al reo contenía las imprecaciones en los· labios de
la multitud. El nombre de Jesús era
el último que articulaba el
desgraciado,
y el sacerdote convirtiendo en púlpito el cadalso, en
pie, junto al cadáver agitado con las últimas convulsiones,
diri­
gía alguoa plática fervorosa a la multitud aterrada, en aquellos
momentos solemnes en que el terror de la muerte hacía
abrir los
oídos del corazón. Una ejecución militar
es un espectáculo de
inhumana curiosidad; el soldado muere
como un histrión, apa­
rentando un valor que la naturaleza no le · ha dado para aquel
momento: la sociedad, que baja el dedo para que
se le mate, le
exige que caiga en buena postura, como las damas romanas lo
encargaban a
los gladiadores. El suplicio sin la Religión es una
venganza: con aquélla, un escarmiento.
»Cuando
la sociedad había sacudido de sí el criminal, cual se
arroja al suelo y se pisa a un reptil que apatace en el vestido, la
Religión recogía sus
restos mortiiles con decoro y bendecía iil que
todos maldecían: hombres honrados
lo cargaban sobre sus hom­
bros y hacían sufragios por él. Algó de esto queda aún: lásti­
ma es lo que ha desaparecido.
»Eran también muy comunes las cofradías para socorro de
las ánimas del purgatorio,
y aun las personas más nobles y con­
decoradas no se desdeñaban de pedir limosna públicamente para
hacer sufragios por
su eterno descanso ...
»Hoy en
día casi todas estas cofradías piadosas y costumbres
patriarcales han desaparecido de las ciudades, y aun principian a
perderse en los pueblos. La inmoralidad
de la Corte y de la aris­
tocracia de Carlos
IV contagió a la clase media: los prisioneros
que regresaban de Francia vinieron en
su mayo~ parte contagia­
dos de ideas impías, y pervirtieron los pueblos: nuestras guerras
civiles y el desafecto de alguoos gobernantes a la
Religión han
1301
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
h~o el resto. Algunos quisieron que el pueblo fuera religioso
pero sin darle ejemplo.
»Si hemos perdido o ganado al abdicar España sus costumbres
religiosas por otras más livianas, y por hábitos de indiferentismo,
lo
juzgarán nuestros hijos» (996).
Efectivamente, los hijos de España
lo juzgaron en guerras
civiles cruentfsimas que duraron
cien años. Pero, evidentemente,
lo malo era
la Inquisición.
Cierto que no todo eran luces en aquella religiosidad de nues­
tros padres
en la que vivían felices dentro de lo que cabe ser
feliz en este mundo. «Los abusos del culto y el excesivo gusto
por
lo maravilloso y los milagros, cuando fácilmente podían ex­
plicarse racionalmente, eran duramente criticados pot los mismos
ilustrados católicos .de la centuria» (997). Los certificados de co­
munión pascual podían dar lugar a sacrilegios (998). Las proce·
siones a veces rayaban en
lo grotesco y en la superstición (999).
Las fiestas
religiosas eran excesivas ( 1000), la oratoria sagrada, al
menos hasta que la mordaz crítica del P. Isla volvió las aguas a
su cauce,
campanuda, retórica y de mal gusto (1001). En fin, po­
día haber «una marcada tendencia al formulismo y a las prácti·
cas externas, poniendo el acento
en ellas con perjuicio de la pu­
rificación interior, que exasperaba a los tildados de jansenis·
tas» (1002). Pero, si
lo pensamos bien, qué pequeñas nubes en
un cielo azul radiante y hermosísimo. Y qué fácil hubiera sido
corregir esos defectos, muchos de ellos de muy escasa monta.
(996) FUENTE: Historia eclesiástica ... , III, págs. 429-433.
(997) MARTI: La Iglesia ... , pág. 135.
(998)
MARrl: La Iglesia ... , pág. 139.
(999) MARrt: La Iglesia ... , págs. 140-142.
(1000)
MARrt: La Iglesia ... , pág. 143.
(1001)
MARTl: La Iglesia ... , págs. 143-145.
(1002)
M!.RTÍ: La Iglesia ... , pág. 145.
1302
Fundaci\363n Speiro