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Número 269-270

Serie XXVII

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La información

LA INFORMACION
POR
MAB.Io SoRIA
Para conocer cuanto ocurra en el mundo, son múltiples los
medios de comunicación. Diarios, revistas ilustradas,
semanarios,
televisión, radios, prensa especializada en economía y finanzas
dan a los curiosos noticia de los sucesos políticos, militares,
económicos, religiosos,
etc., de ambos hemisferios. Casi ninguna
región del globo se escapa de esta red · informativa. Si resulta
imposible dar cuenta de todos los acontecimientos de una sola
vez, los medios de comunicación son complementarios.· Ciertos
diarios
cuentan lo que otros omiten; la relevisión proporciona
una
imagen viva de lo que solo· desvaídamente aparece en la
letra escrita. Por definición, nada le está vedado saber al públi­
co.
Los secretos de Estado mejor guardados pueden caer en ma·
nos de un periodista, y éste se siente profesionalmente empeña­
do en informar
de ellos: el Iector, el radioyente, el telespec­
tador deben saber. Ideal de la información es hacerlo. todo a
cielo abierto,
sin que existan misterios de ninguna clase. Las
naciones tendrían que ser como jugadotes de póker que juga­
sen ron las cartas descubiertas, para satisfacer la curiosidad de
los
circunstantes. Si un militar, por ejemplo, entrega a un enemi­
go
real o posible planes bélicos reservados, traiciona a su patria;
si los revela a
la ptensa, cotnete una indiscreción. Pero si un
periodista
divulga el secreto a los cuatro vientos, limitase a cum­
plir con su obligación informativa. El público mismo condena
el caso primero, disculpa
el segundo y aprueba el tercer<>, en
nombre de la libertad de prensa .
. Esta constituye una expresión sagrada, una especie de man­
tra .. Es la fórmula correspondiente al principio de tener el ciuda-
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dano que saber cuanto suceda en su tierra, no importando que
lo acaecido ataña al régimen general del país como que sea no­
ticia picante de corral de vecindad o conventillo. Inconcebible
resulta que algo se le esconda a quien por definición es
miein­
bro soberano de la sociedad y gobierna la misma, puesto que a
los gobernantes
él los elige, estando convencido de que son dele­
gados suyos y deben rendirle cuentas. Y cuanta mayor impor­
tancia tenga el hecho, mayor también es la necesidad
de di­
vulgarlo. Por otra parte, cada cual es libre de opinar como le
pareciere y
de escribir lo que quisiere, con el solo límite .de no
dañar la reputación de terceros .. Habría,· sin embargo, que pre­
guntarse si el periodista verdaderamente publica lo que cree
cierto y difuode lo que haya descubierto su sagacidad, o si no
es solo mano y
mirada teledirigidas. Y preguntarse también si
los ciudadanos pueden propagar
sus ideas con tanta facilidad
como se asegura.
En los regímenes totalitarios, solo la burocracia hállase facul­
tada para apreciar los hechos. Y el Occidente, hogar de todas las
libertades habidas y por haber, ¿cómo prooocle? Entre nosotros,
la posibilidad de enjuiciar lo divino y lo humano carece virtual­
mente de restricciones, salvo la señalada, tan imprecisa, de la
reputación ajena; pero la de divulgar ese enjuiciamiento, de no
guardarlo
para uo cenáculo o un grupillo de amigos, esa facul­
tad es privilegio exclusivo. de algunas gigantescas etnpresas, do­
tadas de enorme capital y a las cuales tienen acceso contadísi­
mas plumas y voces,
de tal forma que no se exageraría asegu­
rando no existir otra' libertad. de prensa que la de un oligopolio
informativo.
El ciudadano común apenas puede hacerse escu'
char mediante las cartas al director, sección insignificante, don­
de, a mayor abuodamiento, se aceptan o rechazan, según conve­
niencia del periódico o capricho del responsable, las opiniones
presentadas.
En otros medios de comunicación se organizan de­
bates o encuestas, pero cuidando siempre que las voces discre­
pantes sean mesuradas, aunque cuidando también haber
los jui­
cios
divergerrtei<'necesarios para presentar uoa controversia. Huel­
ga decir
que· las discusiones así urdidas huelen a falso que apes,
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LA INFORMACION
tan. En algunos casos, contadísimos, diarios y radios sí encar­
nan una opinión independiente, atinada o desatinada, eso
poco
importa ahora, contra la ideología gubernamental. Tal sucedía
con El Mercurio, de Santiago de Chile, cuando Salvador Allen­
de; con
La Prensa, de Buenos Aires, en tiempos de Perón; con
El Comercio, de Llma, en época de V e!asco Alvarado. Y tal es
hoy la situación de
La Prensa managüense, respecto de la dicta­
dura sandinista. Pero son excepcionales todos estos ejempios,
porque
en circunstancias normales nadie resulta más obsequio­
so con las autoridades, menos espontáneo en las apreciaciones,
menos capaz de llamar pan al pan y vino al vino, que plumífe­
ros y locutores. Domada, la sátira; las críticas, con sonlina; pron­
to, el incensario, si se trata de un personaje grato a la dirección.
Así, pues, el lector que no lo sea de un solo petiódico, ni el
espectador de una sola televisión, ni el oyente de una sola radio,
pronto
advertirá que, si bien muchos órganos informativos son
complementarios o enjuician de forma opuesta ciertos asuntos
secundarios, mantienen
en cambio una extraña unanimidad res­
pecto de los temas de mayor momento. Parece que, a pesar de
la multiplicidad de empresas
de este género, de la gran canti­
dad de corresponsales, de los hechos tan dispares
que suceden
en diferentes
partes del mundo, una sola sea la mente seleccio­
nadora y uno solo el criterio interpretador. Existe como un acuer­
do tácito para alabar determinados regímenes y . denigrar otros,
rebajar el papel de estos figurones y ensalzar al de aquéllos, di­
simular una atrocidad. y convertir en atrocidad cualquier baga­
tela, cegarse para
lo cercano y tener ojo zahorí para cuanto ocu•
rra a miles de leguas de distancia, etc. Salvo los medios de .co­
municación pertenecientes a partidos políticos, que mantienen
una ideología rígida y cuentan escaso público, los diarios
de má­
xima difusión, las cadenas de televisión, las radios más escu­
chadas,
en suma, los dueños de la comunicación mundial, tienen
un denominador idéntico, aparte, como dijimos, alguna
disen­
sión en m11teria de escasa importancia. Y si encontramos un ór­
gano informativo que discrepe
en lo fundamental, pero no esté
subordinado a un partido político,
casi· siempre comprobaremos
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tratarse de un sen,anario de escasísimos lectore& ( carente de w­
blicidad,. de existencia precaria) o de una radio seiniclandestina.
La libertad, en la que todos los medios de comunicación se fun­
dan
y que p.o dejan de invocar a diestro y a sinkstro, termina
curiosamente en la uniformidad, como la libertad de la oferta y
la demanda suele conducir al monopolio. No es, por lo tanto,
extraño que en ciertos momentos proliferen los boletines priva­
dos, alguno
de los .cuales consigue mantenerse durante decenios
y llega a tirar miles de ejemplares mensuales, como La Contra­
"eforma
Católica, del abate francés Jorge de Nantes (advirta­
mos que los
diarios,· revistas y demás pertenecientes a editoriales
religiosas se
aseinejan a los publicadas por compañías o perso­
nas seglares como un huevo a otro), No es tampoco extraño que
se califique la libertad
de prensa de mero negocio o juguete de
r4:os.
Puede interpretarse esta singular uniformidad como unifor­
midad real,
en el sentido de que verdaderamente sean muy simi­
lares los sucesos,.
por mucho que difieran los protagonistas y los
lugares de los mismos. Pero, ¿cabe defender esto? ¿No se
trata
más bien de una adulteración o una ·trivialización? Por ejemplo,
fetiche de nuestra época
es la democracia; ha dejado de ser un
simple sistema
de gobierno para convertirse en ídolo. Pues bien,
cuando
en un país cualquiera, europeo o iberoameric111110, musul­
mán o budista, asiático o africano,
estalla una revuelta, invaria,
blemente se interpretará el suceso como contrario o favorable a
la democracia. Así,
demócratas son los guerrilleros afganos, los
adversarias de Pinochet, los birmanos alzados contra su gobier­
no, los estudiantes argelinos, los enemigos de Fidel Castro, los
críticos
de Jomeini, las bandas armadas salvadoreñas. A la in­
versa, antidemócratas considéranse quienes se opongan al doc­
tor Alfonsfn o al jefe de estado colombiano Barco, a Corazón
Aquino o al presidente
qe Rodesia. Aparte de la arbitrariedad
con que se otorga el calificativo, resulta ingenua la creencia .de
que el fin de todos los primeros ~ea establecer el sufragio uni­
versal, instituir una o dos cámaras representativas y permitir la
formación
de partidos, en tanto que los segundos solo preten-
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dan oprimir al pueblo, privándolo de sus derechos civiles y po·
líticos. Las diferencias históricas, la estructura. social, el régimen
de propiedad,
la religión, las tradiciones peculisres carecen de
importancia para los simplificadores. Por lo cual no puede uno
menos de preguntarse: ¿ Presenciamos una falsificación de los he­
chos o solo de ese modo es factible interpretarlos?
También cabe otra suposición: es
el público quien en reali.
dad está convencido de la gigantomaquia entre democracia y an,
tidemocracia, como lucha entre la luz y las tinieblas. Por lo tan·
to, hay que servirle lo que pida y no regatearle sus gustos. Al
respecto, ciertas empresas periodísticas
han dado en la flor de
editar
·diarios conservadores y diarios progresistas, de manera que
no: haya. sector
de·los consumidores de papel impreso sin su co­
rrespondiente pasto. Y volvemos a preguntarnos: ¿Es realmente
esto
lo que pasa? ¿No sucederá que los medios de comunica­
ción van forjando una opinión y, después de ésta forjada, dan
lo que la misma pide y la confirman? ¿No se partirá.de un em­
buste fundamental que la ignorancia o la propensión de la mu­
chedumbre acepta casi como dogma de fe, no preocupándose na­
die de restablecer la verdad?
· Diremos, entonces, que
loo medios de comunicación, en. su
afán de homogeneidad, desnaturalizan los sucesos, puesto que
prescinden
de cuanto haga a éstos peculiares y les permita huir
del lecho de Procusto tendido
por prejuicios y dogmas. De ahl
que todos los periódicos resulten similares, sean de Buenos Aires,
Londres, Madrid, Nueva York, Constantinopla o Sidney. Y tam­
bién de la misma falla nace el soporífero parecido .de las televi·
siones, con las mismas películas, análogos noticiosos, parecidos
comentarios, iguales tendencias.
Por lo demás, hay que conve­
nir que .esta trivialización le gusta al hombre moderno, poco ami·
go de profundizar y satisfecho con cualquier ex¡,licacioncilla o
con
la verosimilitud, a falta de la verdad. Asimismo, que la vul­
garización y el adocenamiento son propios de la mentalidad nor·
teamericana, de su exagerado pragmatismo. El attollador influjo
de Estados Unidos ha terminado imponiéndose en los medios de
comunicación, como en casi todas
las formas de la vida.
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Los tales medios no son, pues, informadores, sino formado­
res
y deformadores, a placer. Halagando tendencias, las fomen­
tan, hasta las crean, cuando les.
pareciere necesario. Leer un pe­
ri6dico no es tanto saher qué pasa en el mundo, como saher cuál
es la tendencia de la publicación correspondiente
.. Leer es siem­
pre hacerlo entre .líneas. Nadie menos
sincero que los profesio­
nales de la comunicación; nadie,
a. menudo,·más falso. Y no nos
referimos a los casos de
picaresca, a las cr6nicas sobre Nigeria
escritas
en un café parisiense, ni al corresponsal que vive con los
lapones
bañándose en Hawai; hablamos del sesgo que se les da
a esas noticias. Así, la
pa,labra ya no refleja la realidad, sino que
la crea. Es cierto lo que aparece
en la página primera de un dia­
rio o en el lugar primero de las noticias televisivas; menos cierto
lo
que se publica postergado; inexistente,· lo que se calla.
De· suerte que no resulta aventurado imaginar una imposi­
ción
dé. órdenes expresas o tácitas a las que obedecen los medios
de comunicación; órdenes del. poder económico o político, del
cual ellos mismos forman
.parte. La difusión de ciertas noticias
se paga con publicidad, con subvenciones, con cargos
de pingüe
sueldo.
Los periodistas occidentales difundían a troche y moche
la reputación izquierdista
de Olaf Palme, cosa· que a éste le• ser­
vía. de coartada para vender armas a la teocracia persa. ¿Quién
duda de que la prosperidad de la industria
bélica sueca repercu­
tía como lluvia de oro sobre los periódicos adictos? Y los ejem­
plos hasta la saciedad podrían aducitse. Hoy, comunicación y ne­
gocio $Oll como vasos comunicantes.
An:tes hemos hablado de la prensa ideológica y del poco fa­
vor de que gooa entre el público. En efecto, a éste no le gusta
que lo aleccionen abiertamente. Como se considera idóneo para
conocer la
verdad a poco que ella se presente delante de cual­
quier ciudadano, la
enseñanza expresa supone la ignorancia y la
tontería y resulta ofensiva. ¿Qué albañil, romero, barrendero,
estudiante, ama de casa, mecanógrafa, ingeniero o agricultor
no
"puede juzgar sobre la. conveniencia o inconveniencia . de pertene­
cer a la Alianza Atlántica, la separación de la Iglesia y el Esta­
do, los propósitos. más r6cónditos del Kremlin, la política judía
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o las causas de la guerra centroamericana? Todos son en ello
doctores consumados.
Los antiguos estrategas de café avergon'
zados quedaríanse escuchando tamaño saber. Por esto, la habili­
dad
de los medios de comunicación estriba en proporcionarle a
ese público quisquilloso la ilusión
de una información veraz,
acerca de la cual nada tenga que
aprender, salvo conocer su exis­
tencia para juzgarla apropiadísimamente. La didáctica subliminal
adoctrina de forma inconsciente, hasta que, al cabo del tiempo,
el lector, oyente o espectador piense, sienta y hasta hable
com9
su disfrazado mentor. Este convierte a los pacíizicos en belicosos,
y viceversa; remacha los grilletes del preso y libera a los ya Ji,
hres; hace olvidar la colosal riqueza de los estados modernos
parásitos y tilda el bienestar
de algunos particulares; desempol­
va antiguallas presentándolas como novedades; pone el cielo aba­
jo y la tlerra encima. Los medios de comunicación forman eÍ
gran burdel de la palabra; la vuelven ambigua, polivalente, em­
bustera y traidora; pero -<:oncedámoslo--tan sabiamente aci­
ealada prostituta,· cuando sale a buscar clientes, a millones los
consigue, embolsándose para sí y para la chulería organizada
in­
gente ganancia.
«Al principio era el Verbo». Todo lo hizo Dios según su
Verbo, y lo hizo
bien, afuma San Juan en su evangelio. El papel
de la palabra empleada por los medios
de comunicación es, en
cierta forma, la antítesis del trabajo divino:
también ellos conci­
ben la palabra como instrumento moldeador de la realidad, pero
como actúan sobre la rurturaleza ya formada, la descrean, por así
decirlo, la revierten poco a poco al caos de donde la sacó la mano
suprema. O
si no la pervierten y pervierten el criterio de cono­
cer cosas y hechos, sí crean escépticos, para los cuales todo es
igualmente bueno o malo, que sostienen que a nadie hay que
prestar crédito, siendo inasequible la verdad. No hay motivo de
repetir los juicios de Menéndez Pelayo y de Carlos Kraus acerca
del periodismo de sus respectivas épocas. Son hogaño los pOO:.
pios insultados quienes nos recuerdan los viejos dicterios, los
justifican, nos los hacen parecer insufic:ientes.
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